Crónica
de una mujer que encarna el oficio de tantas piedecuestanas dedicadas a hacer
chicotes y puros.
Por las manos de Nelly Carrillo Delgado han pasado 12 millones de
tabacos, suficientes como para poner a fumar al mismo tiempo a todos los
habitantes de Bogotá y Medellín.
A sus 71 años (2008), es una de las más experimentadas torcedoras de tabaco en
esta localidad santandereana de 117.364 habitantes en el que su historia está
ligada al cultivo y procesamiento de la hoja.
A un ritmo de 1.200 unidades por día, ella es una de los cientos de
mujeres que se dedican a fabricar los tabacos y puros que surten el 80% del mercado colombiano y se exportan a países como Venezuela, Estados
Unidos y España.
No fue a ninguna universidad y ni siquiera hizo el primero de primaria
porque su papá la relegó. Su oficio lo aprendió observando y luego haciendo y
desbaratando aquellos que le quedaban defectuosos. Gracias sus ingresos y los
de su esposo, que también está dedicado al tabaco, sacaron adelante a sus nueve
hijos.
Su práctica es tal que con los ojos cerrados podría torcer los tabacos.
El primer paso es alistar el rollo (tabaco picado), luego estirar la hoja
humedecida, quitarle la vena, cortar la capa o cubierta, torcerlo, pegársela
con goma, hacerle la perilla, si se quedó corta acondicionarle el ‘sombrero’, darle
un par de golpecitos con un cuchillo de forma circular, emparejarlo dándole
vueltas con las palmas de las manos sobre una tabla, luego recortarle la punta,
revisarlo y sumarlo al arrume.
No tarda más de medio minuto por tabaco, así esté conversando con sus
nietos o atendiendo al curioso que ha logrado colarse en su fabriquín con el
propósito de ver este proceso que se ha heredado de familia en familia en estas
montañas santandereanas.
Por ahora no se han inventado la máquina que haga su trabajo no sólo con
la velocidad sino con la gracia que Nelly lo hace. Y eso la hace sentir
tranquila en su puesto de trabajo en Cigarros Comandantes y Puros Galán, donde
luce con orgullo una gorra que le trajeron de recuerdo de Cuba, productor de los
mejores puros del mundo. Sin conocer la isla caribeña, Nelly afirma que sus
tabacos están al mismo nivel, aunque los expertos dicen que la producción local
se encuentra en una primera fase si se compara con los puros cubanos y
dominicanos.
Las variedades de tabaco van desde calilla -del tamaño de un cigarrillo-
al puro de exportación que aquí bautizaron en honor al primer ministro británico
Winston Churchill, pasando por ‘mini’, ‘medallita’, ‘señoritero’, ‘calillón’,
‘robusto’, ‘doble corona’ -de 22 centímetros- y el ‘romo’, el más común en la
tiendas y en el que Nelly es imbatible.
Ha estado durante medio siglo sentada en su butaca, torciendo y
torciendo tabacos sin que hasta el momento se haya fumado uno de ellos. Ni
siquiera a los que les aplican aroma de vainilla o canela e impregnan con ese
agradable olor el oscuro puesto de trabajo.
En Piedecuesta, ubicado a 17 kilómetros al sur de de Bucaramanga,
apellidos como Carreño, García, Correa, Gamboa, Gómez y Mantilla se asocian de
inmediato con la historia no escrita del tabaco, en la que ocupan un espacio
algunas familias alemanas, como la
Reuter , que echaron raíces a comienzos del siglo XX.
Según la Asociación
de Artesanos del Tabaco de Piedecuesta, en esta ‘ciudad dormitorio’ de
Bucaramanga, al menos 3.500 familias están dedicadas a la producción de tabacos
-sin contar cultivadores, recolectores, alisadores y ‘rolleros’, un renglón importante
de la economía del departamento que sin embargo atraviesa serias dificultades.
En primer lugar, el valor de la tierra y la escasez de terrenos dónde construir
en el área metropolitana, han hecho que los extensos cultivos del pasado,
combinados con caña panelera, den paso a barrios populares. La otra amenaza son
los altos precios de los abonos, en su mayor parte importados, que pasaron de
56 mil pesos en enero a 104 mil pesos en septiembre.
Sin embargo, productores como su sobrino Antonio Delgado Gómez, dicen
que por nada estarían dispuestos a abandonar este trabajo, en el que cuentan
con la asistencia técnica del Sena y en un pasado reciente del ICA, aunque los
funcionarios se pensionaron y se diluyeron más de 20 años de investigación.
Pero son conscientes de que deben, por ejemplo, emplear menos químicos para que
así su producto se distinga y cotice mejor en el mercado.
“Los tabaqueros estamos detrás de la puerta, olvidados, pero la economía
de Piedecuesta se mueve es por el tabaco”, afirma Delgado Gómez.
Casa por casa, así sea en un rincón del solar, se ve a las madres de
familia o a los jóvenes torciendo tabacos. Incluso aquellas muchachas de porte
elegante a quienes les da pena ir a una fábrica y entonces realizan esas
labores en su hogar.
Nelly, mientras tanto, ya quiere disfrutar de su retiro. No sólo por su
edad, sino porque el tabaco se puso “mucho caro” y las torcedoras jóvenes
“friegan mucho cuando se les reclama por algún tabaco retorcido o mal cortado”.
Nunca le molestó que la llamaran torcedora, porque -admite- “en algo hay
que trabajar para sostenerse uno y ningún trabajo es deshonra mientras se vea
el billete”.
Y el billete se ve no sólo porque el tabaco da tres cosechas al año,
sino porque muchos fumadores siguen repitiendo que el cigarrillo es el enemigo
de la salud, no el tabaco porque no se aspira.
Color, sabor y tamaño diferencian a los tabacos de Piedecuesta con
respeto a los demás que se fabrican en el país. Su tono es canela o amarillo
con pintas verdes resultado de las tierras santandereanas con exceso de sulfato
o amoníaco.
El indicador de que ya es hora de cortarlo es cuando la punta de la hoja
se pone amarilla. De ahí se ensarta en una cabuya y se cuelga en el caney
durante 30-40 días si está lloviendo o entre 25 y 30 días después de los cuales
la hoja se seca a la temperatura ambiente y queda lista para alisarla y
clasificarla en capa -hojas sanas y grandes-, capote para confeccionar el rollo
y picadura para el relleno.
Para los sueldos que podrían recibir en el sector de la construcción o
como jornaleros, muchos habitantes de Piedecuesta optan por continuar la
tradición de los fabriquines de tabaco.
Una calilla vale 1.000 pesos y un puro Churchill alcanza el equivalente
a los $10.000 en los mercados de España, Francia y Estados Unidos, porque en
Colombia no es tan comercial.
Hay quienes llegan a torcer hasta 1.800 tabacos por día y reciben a
cambio 17.500 pesos por millar.
Nelly Carrillo Delgado, a sus 71 años de edad, es capaz de elaborar 1.200
tabacos “Comandantes” al día, como lo demostró en la VII Semana Turística,
Cultural y Gastronómica de la UNAB, realizada en septiembre pasado con motivo
del Día Mundial del Turismo. En Piedecuesta, Santander, cientos de mujeres se
dedican a esta labor artesanal.
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