Sus trabajos para The New York Times o Newsweek han
llevado al itialiano Piero Pomponi por todo el mundo, especialmente los países
en guerra o azotados por el hambre.
Casado con una bumanguesa, este hombre habla de sus saltos del Putumayo a
Ruanda.
Piero Pomponi
cambió fotografiar a Julia Roberts y Antonio Banderas por irse a vivir al
corazón de África, donde se ganó una malaria que con frecuencia lo pone a temblar
y luego a sudar como un caballo.
Este fotógrafo
italiano que ha recorrido los cinco continentes retratando el drama humano de
las guerras y la miseria, pero también la riqueza étnica y cultural, estuvo en
la reciente Feria del Libro 2008 de la UNAB, compartiendo su kilometraje en la
reportería gráfica, un oficio que ejerce con orgullo y que no piensa abandonar
tan fácilmente.
Pomponi, quien
conoce de primera mano las dimensiones del conflicto armado interno colombiano,
como que tuvo que salir del país en 2002 presionado por unas voces sin rostro
que le decían que mejor se fuera, vino a la capital santandereana el pasado mes
de agosto tras hacer un vuelo Kenia-Inglaterra-Estados
Unidos-Medellín-Bogotá-Bucaramanga, después del cual descubrió que la aerolínea
le había embolatado sus maletas. Luego de una semana en Ulibro, Pomponi partió
raudo a Darfur, ese territorio africano abandonado a su suerte donde cada día
mueren decenas de personas de física hambre.
Este curtido
fotógrafo que por donde camina va ‘armado’ con una valija repleta de cámaras y
lentes, ha pasado de Ruanda a los Balcanes y enviado sus trabajos a
publicaciones como Newsweek, Life Magazine, L’espresso, Chicago Tribune
y The New York Times, sin poner
peros, simplemente documentándose y siempre con su ojo avisor.
Aplica un
criterio pragmático como el que más: “la foto buena es la que se vende; la que
no, es basura”. Entonces no vive de consuelos ni lamentaciones, pero tampoco es
multimillonario, porque por ejemplo parte de lo que gana lo invierte en las
fundaciones Good Samaritan Foundation
(El buen samaritano) en Uganda y For a
smile (Por una sonrisa) en Congo, para que los niños no contraigan el VIH.
Su aliento es
Ximena Niño, una periodista bumanguesa, egresada de la UNAB, a quien conoció en
febrero de 2001 en el Sur de Bolívar cuando cubrían una de las tantas
manifestaciones en contra de la creación de la “Zona de encuentro” para los
diálogos de paz con el Eln. Le propuso matrimonio y abrieron hogar en Frosinone
en Italia, aunque mientras ella colabora para el periódico Corriere della Sera, Pomponi se la pasa de aquí para allá, montado
en un avión, a bordo de una lancha, perdido en la jungla explorando los
orígenes del Sida o alistando equipaje para ir a Georgia, donde al parecer
Rusia pretende iniciar una segunda Guerra Fría con Estados Unidos, que se
encuentra en periodo preelectoral y le conviene una confrontación de este
género.
Se asombra de
que muchos periodistas colombianos se “casen” con las fuentes, mientras que lo
que él ha hecho es establecer ‘contactos’ que le proporcionan una información o
unas pistas que debe encargarse de corroborar. Es pesimista y dice que en
Colombia seguirán imperando los síndromes del raiting y la ‘chiva’, que llevan a la improvisación cuando no a
alimentar el caos.
La única foto
que Pomponi no ha podido tomar, aunque las autoridades de El Vaticano lo
llamaron para hacerla, fue la del moribundo Papa Juan Pablo II atado a sondas y
aparatos. De resto, se ha movido como pez en el agua en Putumayo, logró el
primer reportaje con el paramilitar Salvatore Mancusso, localizó en Bolivia al
fotógrafo personal de Adolfo Hitler, retrató la disputa por las minas de
diamantes en el continente negro, y fuera de eso es profesor de la Academia de
Bellas Artes de Brera, Milán, la más prestigiosa en su género.
En la
universidad, donde estudió Ciencias Políticas, se vio la cara durante varios
años con Umberto Eco, pero se queda con las lecciones que le dio Richard
Kapuchinsky, considerado el mejor reportero de los últimos años a nivel
internacional, quien en sus inicios de diez fotografías le escogía una y las
demás le recomendaba que las arrojara a la caneca o al menos no las volviera a
mostrar.
En agosto de 2008 dialogué con Pomponi, quien no sólo habla de cámaras y lentes, sino
que pone a reflexionar a los que sueñan con seguir sus pasos. Habla en fluido
castellano, aunque también se defiende con el inglés, francés, ruso, rumano,
tagalog y kiswhaili, sin contar otros dialectos gracias a los cuales está vivo
y coleando. Su más reciente logro es el Premio Alberto Moravia-La Ciociara por
“Los niños hechiceros de Congo”.
La luz, el encuadre, la marca de la cámara, el ASA, la
sensibilidad... ¿qué es lo que más cuenta a la hora de hacer una fotografía?
Seguramente la
sensibilidad, porque si una persona toma fotos sin tener instinto animal, en el
sentido bueno de la palabra, no va más allá de hacer poquitas fotos. La técnica
y las lentes cuentan mucho, pero un fotógrafo que no tenga sensibilidad humana y no respete a los demás
con humildad, no tendrá ningún futuro.
Antes de
acercarme a un evento, estudio la situación y si puedo me quedo días, semanas o
meses, para luego sí actuar como ocurrió en el documental de los pigmeos.
¿Qué diferencia, además de lo obvio, hay entre tomarle
fotografías a la modelo Claudia Schiffer o irse a Ruanda a ver el genocidio de
más de un millón de personas?
La diferencia
sustancial es que al tomar fotografías a una modelo como ella o a un actor como Nicolás Cage, uno se fuma sus
cigarrillos y se toma el tinto en el estudio, con calma, y cuenta con cientos
de dólares para hacer la portada de una revista. Eso es distinto al fotógrafo
que está en el lugar de la noticia, que tiene que procurarse la comida, buscar
la luz buena y ponerse en riesgo.
Entre los dos,
lo más difícil es ser fotógrafo de guerra o de naturaleza, que tiene que
reconocer los límites; a diferencia del fotógrafo que la mayoría del tiempo
está en el estudio teniendo un contacto con el personaje y hasta cierto punto
de vista lo puede manipular.
Si tuvo la oportunidad de quedarse en Hollywood, ¿por
qué mandó al carajo esas comodidades y optó por meterse en polvorines a los que
nadie lo ha llamado?
Empecé como
fotógrafo de guerra, pero después mi experiencia en Los Ángeles (Estados
Unidos) fue bastante traumática porque estuve desubicado a nivel laboral y no
sabía cuáles eran mis reales intenciones. Pero un día, mirando mi portafolio,
Mel Gibson me preguntó ‘¿usted qué hace acá? Está pediendo el tiempo’. Y me
dijo que entendía que yo ganaba dinero suficiente haciéndole fotos a las
estrellas, pero me hizo caer en cuenta que mi trayectoria era distinta, porque
contaba con estudios superiores, el conocimiento de varios idiomas y la pericia
para estar donde estuviera la noticia.
Esa cadena de un conflicto que sucede al otro, de los
Balcanes a Irak, de Afganistán a Colombia, ¿el mundo se enloqueció y ya no nos
importa qué suceda con los demás?
El mundo perdió
sus sensibilidad ante todos estos temas porque el neoliberalismo económico
quiere la noticia rapidita. Por ejemplo, si un muchacho recién egresado se
enfrenta a una realidad como Darfur y no va con su cámara digital y su teléfono
satelital, está fuera del juego.
Si yo voy a
trabajar como free lance -por su
cuenta- de un periódico como The New York
Times o la revista Newsweek,
ellos me preguntan de inmediato cómo haré para enviarles la información desde
el lugar de la noticia. ‘Nosotros te pagaremos’, me dicen, pero lo primero que
me indagan es si tengo teléfono satelital. Y el precio de este aparato es de
diez mil euros (más de 28 millones de pesos) y nueve euros (25 mil pesos) el
minuto. Entonces este trabajo de reportero de guerra se ha convertido en una
actividad de ricos; a menos que en lugar de ser free lance se trabaje para las grandes agencias, pero esa es una
trayectoria bastante difícil y dura, más para los jóvenes que han estudiado en
una universidad y no se adaptan a este tipo de condiciones.
¿Cómo asimilar el drama de estar en un campo de
refugiados en Sudán y ante todo tener que hacer sus fotografías antes de poder
ayudar a los demás o arrebatarle una criatura famélica a un buitre que está al
acecho?
Es una
dificultad moral muy grande porque si una persona tiene ética en su trabajo
difícilmente en primera instancia puede tomar una fotografía a una persona que se
está muriendo. Luego en su cerebro debe preguntarse si la toma o no,
considerando que puede ser la foto del día, del año o de la historia, y que si
se publica puede ayudar a esta persona y a los de más de su etnia o de su país.
Entonces se produce una mezcla de sentimientos y yo no podría criticar si uno
la hace y espera para ayudar a esta persona, si la asiste primero que todo o si
uno no espera y se dedica solamente a su trabajo.
Los reporteros y
los camarógrafos son testigos de la historia y la historia no se puede parar
por una persona que se está muriendo. Se sigue adelante y luego sí se puede,
ayudarla.
Cuando tiene el encargo de una portada para París Match o Life Magazine, ¿se apega al blanco y negro o lo cambia por el color
porque sencillamente es lo que se vende?
Las revistas
piden que el fotógrafo sea profesional y que tenga todo el equipo profesional.
No quiero hacerle publicidad a ninguna marca, pero una cámara profesional ya
empieza a tener 12 ó 15 millones de píxeles, entonces hay que darse cuenta que
si se toma una foto en formato Jpeg, al máximo de la resolución con 37 megas,
difícilmente el periódico o la revista la van a reversar de color a blanco y
negro. Pasa eventualmente, pero nunca lo he visto con las portadas.
A propósito, ¿cuál es el equipo que protege en esa
maleta metálica y que pesa más de 20 kilogramos?
Cuando estoy
encima de la noticia y tengo que enviar foto, soy nikonista desde cuando era
pequeño; pero cuando me dedico a hacer un reportaje personal o un trabajo
artístico, uso Leica y diapositiva a blanco y negro que va de los 200 ASA a los
1.600 ASA. Esta es una buena película para hacer libros. La diferencia entre
color y blanco y negro es enorme, y me encanta el segundo, pero lo uso
solamente para los trabajos muy personales.
Hay quienes prefieren llevar sólo un cuerpo de cámara
con un granangular; otros optan por al menos dos cuerpos, uno de ellos con un
tele o un zoom. ¿Usted qué elige?
Cuando estoy con
Leica no me voy más allá de 21 milímetros en granangular, porque soy terco en
estar cerquita del sujeto; pero cuando estoy en lugares de la noticia donde la
cosa está peligrosa llevo el de 300 milímetros. En cualquier caso, para los
eventos noticiosos uso dos cuerpos: uno con un granangular y el otro con un
medio tele.
En mi último
libro, “Los ángeles del Chimborazo”, utilicé exclusivamente el de 21 milímetros
y para ello tuve que estar muy cerca de los personajes.
Tampoco estoy
acostumbrado a tomar fotos con flash y, en cambio, hago mucho caso a la luz. Me
gusta fotografiar de primer mañana. El flash es una forma de distraer al
personaje, de entrar demasiado en su privacidad.
O una manera fácil de ganarse un tiro.
Claro, de
ganarse un tiro si está en situación de guerra, porque imagínese en la mitad de
una balacera empezar a tirar flash. Eso sería un suicidio.
¿Cómo no caer en la tentación de estar comprando un
nuevo equipo cada mes, al ritmo que los lanzan al mercado?
Esta es una
enfermedad del consumismo muy peligrosa, peor uno tiene que entender que la
mejor fotografía es la que se vende, entonces a parte de la marca de la cámara
si uno tiene el instinto para hacer la foto y lleva esta vena artística en su
sangre, muy difícilmente puede dejar de fotografiar con un solo cuerpo.
¿Cuál ha sido su fotografía por la que haya valido
todo lo que ha hecho y sacrificado?
La de un niño
que se estaba muriendo de cólera en el campo de Kibumba, en la República
Democrática del Congo, durante el genocidio de 1994 en Ruanda, cuando todos los
hutus se refugiaron en el país vecino. Esta ha sido mi mejor foto en los 25
años que llevo como profesional.
Si después me
pregunta cuál ha sido por la que más dinero me han dado, es una hecha a un
actor europeo que vive en Los Ángeles, casado con una actriz gringa. Él estaba
con ella en México preparándose para una película, en 1997, y la revista
española Hola me pagó tres millones y
medio de pesetas (40 millones de pesos).
¿Cómo tener la frialdad y el criterio a la hora
de seleccionar entres las 400 ó 500 que
pueda tomar de un hecho, por ejemplo después de un bombardeo israelí sobre
territorios palestinos, la que debe transmitir porque la están esperando con
ansias en una publicación europea o estadounidense?
Se llega a este
punto con mucha madurez, después de muchos años. Tuve la ventaja que en el
periodo que viví en Nueva York seguí muy de cerca a Kerry McCarthy, que es una
de las mejores fotoeditoras de Estados Unidos, y ella me enseñó a tener la
rapidez de conocer la foto que puede ser primera página o doble página y la que
va en interiores.
Cuando se está
en un evento noticioso, las primeras fotos son las que un profesional toma con
más sentimiento. Diría que de 500, las primeras cuarenta
son las mejores, no digo que las demás sean basura. De esas primeras además
pueden salir en una segunda fase las fotos para un reportaje.
En Colombia hay quienes reprochan a los corresponsales
extranjeros por mostrar la realidad, cruda como es, y no adornarla con ‘hechos
positivos’. ¿Se puede culpar al mensajero por el telegrama?
No. Esto es
injusto pensarlo porque si alguien llega a este país como corresponsal tiene
que contar lo que pasa y no ocultar los eventos noticiosos como pueden ser una
masacre o un hecho de corrupción. También hay periodistas colombianos que ven a
los corresponsales extranjeros con cierta envidia porque éstos tienen más
libertad de actuar y tiene siempre su puertica abierta para irse en cualquier
momento, mientras los primeros están amarrados a sus fuentes.
Pero no se vive
sólo de ‘chivas’ -exclusivas-, porque hay que profundizar en los argumentos de
un conflicto y a su vez ver qué está sucediendo en otros lugares del mundo y
buscar conexiones.
¿Se ha sentido ‘mercenario’ en algún momento?
Sí, en muchas
situaciones me he sentido mercenario y por esa razón no dejo de hacerme
autocrítica. A veces, sobre todo al principio de mi carrera que estaba
desubicado, me parecía estar tomando fotos en un circo. Ahora llevo una vida de
muy bajo perfil.
Usted es de quienes piensan que una foto o una noticia
no valen tanto como para que el reportero arriesgue su propia vida, pero si ese
trabajo específico significa la muerte de quien aparece en la fotografía, ¿lo
piensa dos veces o la toma y hasta luego?
La fotografía la
tomo, pero afortunadamente tengo este poquito de ética que me ha dado mi
familia en el respeto a los sentimientos de los demás. Pero es imposible que
si un periodista está haciendo un
trabajo para decirle al mundo esta persona está muriendo por el cólera o por
las balas de los tutsis o de quién sea, sería difícil alejarse de este lugar de
la noticia sin haber tomado esta foto, porque el principio fundamental de un
periodista es estar en el lugar de la noticia y reportar lo que está
sucediendo.
Es claro que
después uno puede hacer autocrítica, pero ahí entra en juego una cuestión
sicológica en la que uno se dice: ‘si yo no la tomo, la tomará otra persona’.
Expertos dicen que la mejor foto que se ha hecho es la
de Frank Cappa que muestra a un soldado en la guerra civil española en el
preciso instante que es atravesado por una bala y cae al piso. ¿Comparte esa
opinión?
Muchos dicen que
este fue un montaje. Yo soy de otra generación y por eso me gustan más los
fotógrafos europeos como Josef Koudelka, que ha reportado la revolución en
Hungría en 1956, y el italiano Mario Giacomelli. De los contemporáneos James
nachtwey y
Sebastiao Salgado, que son los mejores del mundo. El colombiano Leo Matiz ha
influido mucho en mi trabajo.
En mi caso escogería la foto de la niña vietnamita que
corre despavorida hacia la cámara con su piel destrozada por el Napalm. ¿Cuál
es la imagen que más le ha impactado?
Una similar en
Vietnam hecha por un fotógrafo inglés que estaba encima de un camión con los
soldados survietnamitas escapando de un bombardeo que hacían los
norvietnamitas. La hizo con un granangular y película blanco y negro mientras
se fijaba en la escena de todo lo que estaba sucediendo dentro del camión, como
una persona sin un brazo, otra llorando... Otra que me ha tocado mucho es la de
Peter Tangley desde
un helicóptero en la Guerra del Golfo y un soldado con la mano en la frente y
bañado en lágrimas aparece lamentando la muerte de un compañero cuyo cadáver
vuelto nada está dentro de una bolsa de plástico.
¿En qué momento consideraría cambiar el riesgo de
Mozambique o el Catatumbo, por los placeres de Roma, perfumado, vestido a la
moda y comiendo espagueti?
Es que me gusta
vivir este tipo de situaciones, entonces será muy difícil que pueda regresar
así por que sí a Italia. De pronto si me ofrecieran un puesto como fotoeditor,
pero sufriría mucho al ver las fotos de los demás y no las mías.
Esta es una
profesión que no dura toda la vida, porque en cierto momento la mente y el
cuerpo están consumidos por tanto que se ha visto.
¿Se puede ser buen fotoperiodista con tan sólo la
pinta y una cámara último modelo regalada por los papás?
No, tiene que
tener una profunda cultura, que no es lo mismo que un conocimiento superficial.
Todos los días con el desayuno debe leer al menos dos periódicos para
informarse de la noticia. Mi campo es lo internacional y por ese motivo debo
tener una profunda visión para documentarme, investigar, preguntar.
Las mejores
historias se producen leyendo la pequeña nota. Por ejemplo, en una remota isla
del Océano Pacífico, los indígenas están luchando contra el Gobierno de Papúa
porque las multinacionales están explotando las minas de oro sin pagar a ellos
los derechos de propiedad. Esta historia la cubrí durante tres meses y tuvo un
eco importante. Entonces hay que tener una información clara y mirar qué hacen
los demás fotógrafos. Un fotoperiodista se alimenta de muchas herramientas para
poder sobrevivir y hacer bien su trabajo.
¿Su sentido más desarrollado es el olfato de guepardo -el
más veloz de los felinos- o la vista de un águila?
Más que la
vista, el olfato. En mi caso, que soy miope, debo estar muy atento a enfocar,
pero el olfato es la determinación con la cual un fotoperiodista bien informado
puede entender lo que va a pasar antes que el evento noticioso se de y
apresurarse para llegar primero. Esta sí es la verdadera ‘chiva’.
Lo otro a tener
en cuenta es la memoria, porque sin memoria un periodista no hace nada.
¿Logra comprender que en Colombia esa responsabilidad
de cubrir el conflicto recaiga muchas veces en reporteros inexpertos y que a su
vez quienes más arriesgan sean quienes menos ganan?
Esta es una
disimulación de la realidad, porque para mí es una locura pagarle a un
presentador de televisión treinta y hasta cuarenta millones de pesos al mes,
mientras que quienes están en las regiones no reciben ni una décima parte. En
mi país, un buen fotógrafo o reportero tiene derecho al mismo salario de un
presentador famoso; después, si el presentador viste Armani o Versace, esto es
diferente.
Descuartizados con motosierra, fosos de caimanes,
cilindros-bomba, explosivos con material fecal para matar al enemigo de la
infección... ¿Ha visto en otro lugar del mundo estas prácticas criminales a las
que recurren los actores del conflicto armado interno colombiano?
No. Aquí en
Colombia es difícil hablar de una guerra convencional. Nunca me imaginé ver en
un conflicto a una de las partes tirar cilindros de gas con estiércol de vaca y
metralla. Esto se parece más a un ‘juego a la masacre’.
¿Y que se abuse del emblema de la Cruz Roja
Internacional para mostrar ‘positivos’?
Tampoco. Yo me
pongo algunas el emblema de Naciones Unidas porque estoy acreditado en el Congo
y entonces tengo el permiso de hacerlo, pero no me pondría jamás el emblema del
Cicr para conseguir una noticia, además de que es muy arriesgado.
¿Lleva al menos una bandera blanca para cuando vea
grave la situación?
Llevo medicinas
para la malaria y agua, pero ¿para qué sirve la bandera blanca? ¿para demostrar
su neutralidad? Es difícil hablar de neutralidad cuando se está en una guerra,
porque normalmente estas surgen donde está la ignorancia. ¿Cómo puedo
justificarme ante un grupo de personas que cortan la cabeza o las manos en el
Congo diciéndolos ‘soy Piero Pomponi, del New York Times’? No les importaría
nada. En la guerra todos somos iguales, como cuando morimos.
¿Lo dejan dormir las imágenes que ha retratado?
Me persiguen. De
hecho, desde 1994 estoy siendo tratado con psicofármacos porque me enfermé del
desorden postraumático y es una pesadilla contra la que lucho todos los días.
Afortunadamente encontré una persona que me quiere mucho, que es mi primo, que
me cuida a distancia, pero este tipo de experiencias a veces es más grave para
la persona que está contando la noticia que para la misma víctima.
Si en este instante le propusieran irse para
Georgia, ¿aceptaría?
¡De una!, pero
claro que después de terminar esta entrevista.
Pomponi, mujeriego y charlatan!
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