Entrevista a Patricia Nieto, autora
de un desgarrador libro que relata la experiencia de los cientos de cadáveres
de ene enes que bajan por el río Magdalena y son llevados por sus pobladores a
un pabellón del cementerio donde oran por el descanso de sus almas y de paso
les piden un favor.
Patricia Nieto
ha publicado un libro desgarrador sobre un capítulo del conflicto armado
interno que muchos colombianos no conocen y otros tantos prefieren que nadie sepa.
Se trata de “Los
escogidos”, de Sílaba Editores, en el que esta periodista paisa entreteje una
conmovedora crónica de aquellos habitantes de Puerto Berrío (Antioquia) que se
han encargado de recoger y ‘adoptar’ aquellos cadáveres anónimos que ha
arrastrado el río Magdalena en ese imparable torbellino de sangre en que se
convirtió Colombia desde 1948.
“Hoy son colección
y propiedad temporal de un pueblo católico que no solo los invoca a cada
minuto. Los rescata, les quita el lodo con tapones de esparto, los nombra, los
sepulta y adorna sus tumbas como queriendo señalar que la muerte hace vibrar la
vida”, dice Nieto en su relato.
En sus 106 páginas
hay una larga procesión de personajes como Francisco Luis Mesa, quien en 24
años como dueño de la Funeraria San Judas, dice haber puesto sus manos sobre
786 cuerpos de personas sin identidad conocida. “Barcos fantasmas que atracan
en una playa, en una raíz o en una atarraya de donde son salvados y entregados
con dolor y espanto a Pacho; el dueño de los sin nombre”. ‘Custodiado por las
benditas ánimas del purgatorio’, Pacho calcula “que todos los días 25 cuerpos
caen al río como a una fosa común”.
O Hugo Hernán
Montoya, el autoproclamado animero, quien afirma que “ellas no perdonan, son
cabronas las hijueputas”. Él todos los días va al cementerio, recorre los
pabellones, revisa las lápidas, conversa con todas, se queda un rato con las de
atrás que son las más desamparadas y reza novenas por encargo para ganarse unos
pesos. Su oficio, advierte, “es rezar parejito por todas. Y nada más”.
O el forense Jorge
Pareja, quien les habló a los muertos del agua antes de empezar las autopsias,
para romper el hielo, por respeto al cuerpo que es un hombre con historia, para
sentirse autorizado a proseguir.
“Los cuerpos
desconocidos son, sin duda, los más silentes y sombríos. Nadie habla ni
pregunta por ellos. Solo sus carnes desgarradas tendidas sobre el mesón pueden
ayudar a saber si era hombre o mujer, joven o anciano, alto o bajo, grueso o
delgado, negro o indígena. A calcular si lo dejaron sin vida ayer, seis días
atrás o hace más de un mes. A descubrir si antes de matarlo le quemaron las
palmas de los pies, lo sumergieron en agua, o lo fuetearon con cables cargados
de energía. A revelar si lo asesinaron a disparos o a cuchilladas. A averiguar
si después de muerto lo descuartizaron, le abrieron el vientre, le sacaron las
vísceras, le amarraron a las costillas una bolsa cargada con piedras, y lo
tiraron a las aguas del río Magdalena. A
saber quién es ese al que bañan con el poderoso chorro de agua que bota una
manguera”.
O los adoptantes,
recostados a la fila de lápidas, imaginando lo que vendrá: “Darle un nombre
para llamarlo, prestarle su apellido para que se sienta en casa, imaginarle un
rostro de modo que conversar con él no parezca cosa de otro mundo, contarle su
vida como si desgranara una mazorca, rezar todos los días por el descanso de su
alma en el entendido de que se encuentra en tránsito y no ya condenada en el
infierno, prometerle favores a cambio de ayuda, y cumplirle cada promesa a
tiempo y con precisión”.
O Lucina Andrade, a
quien le gusta que le digan ‘la devota’. Ella, ante la lápida de ‘NN 1999’,
dice: “Yo no sé quién será usted, pero me va a ayudar”.
Todos ellos en un
Puerto Berrío en el que Patricia Nieto dice que ningún niño crece sin haber
visto a las ánimas pasearse en las noches lluviosas de noviembre, y ningún
muchacho llega a adulto sin haberlas invocado por lo menos una vez ante el peligro.
“‘Los escogidos’”
no es un libro sobre la muerte. Es un libro sobre el futuro”, subraya el
prologuista Cristian Alarcón.
Esta es la
entrevista con Patricia Nieto, ex redactora de El Mundo y La Hoja de
Medellín, y profesora de la Universidad de Antioquia, quien le dedicó el libro
a sus primos Clara Regina Velásquez Nieto, destrozada por el carro-bomba que una
banda de sicarios hizo estallar en el Parque Lleras de Medellín en el año 2001
con un saldo de ocho muertos y más de 100 heridos, y su primo Eduard Hernández
Nieto, cuyo cadáver fue encontrado con un tiro de gracia en la frente, en 2006
en una zanja de Apartadó (Urabá antioqueño).
Nieto insiste en
que este país tiene que reconocer algún día que han ocurrido tantos hechos
atroces, uno por uno, y que el Estado tiene que invertir recursos y personal en
la búsqueda de esos nombres, “porque no puede ser que miles de personas
desaparezcan de sus familias o estén sus cuerpos en cementerios de otros
lugares del país y ninguna autoridad los esté buscando. Lo más conmovedor del
pabellón de Puerto Berrío son las tumbas que uno ve que los restos nunca
saldrán de ahí”.
¿Qué pretende con el libro? ¿Revivir a los muertos?
¿Apuntar hacia los responsables? ¿Usted está pagando su propia pena?
No sé si estoy
pagando mi propia pena. Tal vez una regresión o un análisis de ese tipo le
permita a uno saber en su vida anterior o en su historia íntima y desconocida
qué es lo que pasa frente a esos temas, pero básicamente lo que quiero es hacer
una denuncia con los recursos de la literatura y el periodismo y decir que la
violencia de este país se ejerce de una manera cruel con los vivos que son
torturados, humillados, sometidos en la indefensión, asesinados y
desaparecidos, y que aún después de muertos se sigue ejerciendo sobre ellos de
una parte de colombianos violencia simbólica, y de otra parte de compatriotas
caridad, misericordia y acompañamiento en ese dolor que ya pasó materialmente
porque el cuerpo ya está muerto, pero que en la vida colectiva está todavía
presente.
Los relatos llegan a un punto tan álgido que los lectores
se pueden preguntar si todo el contenido está basado en la realidad o es que hay
una cuota de ficción de la autora.
Soy una defensora
del periodismo que puede sostener y demostrar los datos y los testimonios que
recoge. En el libro hay tres momentos en que yo hablo en primera persona, que
son como las entradas de cada capítulo y la despedida, que ya son unas
reflexiones muy personales y donde uno puede decir que hay un juego literario,
pero eso es en términos muy sinceros lo que yo pienso de ese fenómeno o cómo yo
lo vivo. Lo otro, que es donde ya aparecen los testimonios y las crónicas,
solamente hay un nombre cambiado en todo el libro, todas las personas son de
carne y hueso, y narraron lo que les pasó según lo recuerdan. A veces los
recuerdos obviamente se modifican con el paso de los años, pero es la sustancia
de lo que las personas narraron a viva voz.
¿Para qué hablar en estos momentos de los muertos de
Puerto Berrío y más cuando hay tanta gente interesada en que no se escarbe el
pasado -como está sucediendo con el holocausto del Palacio de Justicia-?
Primero, porque hay
impunidad, y porque así sea treinta o cincuenta años después las familias y las
comunidades necesitan saber qué pasó y que se haga justicia para reconstruir
una vida con cierta tranquilidad, serenidad y aceptación de que el dolor que
les infringieron ha sido reconocido y los culpables han sido castigados. Este
libro es una voz en contra de la impunidad y también es una reparación simbólica,
es reconocerle a las familias el dolor que han padecido durante veinte, diez o
cinco años. Es decir que en medio de ese
coro de voces que niega o que quiere echar tierra sobre estos hechos, pues hay
voces que no son exactamente la mía sino las de los mismos campesinos que son
capaces de denunciarlo, porque finalmente son sus voces las que dan la certeza
de que esos hechos ocurrieron.
Desde un punto de
vista menos político y más moral y ético, es acompañar a estas personas en un
dolor que han tenido que llevar en la intimidad, en la vida doméstica, en la
soledad, porque hablar de sus muertos también era para ellos un peligro.
¿Alguno de esos ene enes ha recobrado su identidad?
La última historia
es la de una mujer que aparecía en el pabellón de los ene enes como ‘Nancy
Navarro’, que era su nombre de ficción. En septiembre de 2011 se cerró el
proceso de identificación por ADN, la familia pudo recuperar el cuerpo (lo que
quedaba de los huesos), llevárselo, darle una sepultura en su pueblo y
recuperar el nombre que era Gilma Rosa Cossio Higuita.
¿Hasta dónde usted cede a la tentación de sobrevalorar
unas creencias atadas a una fe religiosa?
En todos estos años
que llevo haciendo crónica del conflicto, es una constante que la mayoría de
personas víctimas del conflicto son creyentes. Para muchos la religión católica
o protestante ha sido como el bastón que les permite levantarse y creer que la
vida puede seguir adelante, y siguen dando a luz pese a haber perdido a sus
seres queridos. Entonces esta es una seña y un rasgo cultural que un cronista
no puede dejar de lado. Uno puede narrar ciertos hechos corriéndose por otra
orilla distinta a la de las creencias religiosas, pero en este caso es
arraigado y parte del fenómeno que estoy estudiando.
En el epílogo digo
que no creo, que mi única profesión de fe es que hay vida y que la vida hay que
respetarla y luchar por ella, pero es imposible en este contexto hacer una
crónica sobre la creencia de las personas en las almas o en las ánimas de los
ene enes si eso no está atravesado por una creencia religiosa.
Espero haber
logrado un registro con respeto, como lo registraría si fueran musulmanes o una
tribu indígena que cree que el dios Sol es el que da la vida y el alimento, y
tomando distancia. Mucha gente me ha preguntado si constaté el fenómeno, si es
verdad que las ánimas de los ene enes de la violencia hacen milagros, pero yo
no iba a comprobar si las ánimas hacen milagros; yo iba a contar que hay un
grupo de gente que cree en eso, que cuida los cuerpos porque cree que a través
de cuidar el resto humano se llega al espíritu y que el espíritu le va a hacer
favores, y está la iglesia Católica, por ejemplo, que en su doctrina dice que
eso no es posible, que la única comunicación es la oración y que los espíritus
nunca se van a manifestar. Y está la doctrina universal de los espíritas, que
es una religión y una ideología que cree y tiene seguidores en todo el mundo.
Yo los visité para que mi explicarán desde su punto de vista si esa relación
con el alma es posible y me respondieron que sí, mientras que la religión
Católica lo prohíbe.
El hecho de que
haya tantas placas diciendo ‘Gracias NN’ es porque ellos piensan que el ánima o
el espíritu hizo un favor; pero por
ejemplo los psicoanalistas dicen que es como si esa entrega del devoto a esa
fuerza es a su propia fuerza y transfieren el dolor al ánima, le cuentan todos
sus penas y le dicen que les ayude a salir adelante, pero lo que están haciendo
es un acto de reconstitución de su propio sujeto y que no es el ánima sino ellos
mismos los que cambian su destino. Por ejemplo: ‘Ánima bendita, ayúdeme a dejar
de beber’; los psicoanalistas dicen que no es el ánima sino es él mismo que se
está repitiendo todo el día ‘voy a dejar de beber’ y necesita esa creencia para
tener un soporte.
No pretendo
promover esas creencias, ni las voy a practicar, ni me comuniqué con las
ánimas, ni ese era el objetivo del trabajo. ‘Los escogidos’ es una denuncia de
que la violencia en Colombia llega a unos niveles de horror que a veces no nos
queda otro camino que estas creencias. El Estado no cumple su labor, los
defensores de derechos humanos están limitados, las leyes internacionales no
operan, los políticos no tienen la capacidad de cambiar las leyes o no les
interesa… entonces hay una tal desprotección del ciudadano y hay una
despolitización del ciudadano, que queda es la religión, o la práctica mágica o
la superstición, como cada uno quiera llamarlo, y de eso se aferran para el
alimento, para el estudios, para los vicios, para superar una situación
económica e incluso para sanar el dolor por la pérdida de un ser querido,
porque muchos de los que van al pabellón a rezarle al espíritu de un
desconocido, tienen un hermano, un sobrino o un hijo desaparecido. Como si
fuera un canje: ‘rezo por éste que está aquí, mientras mi hermano aparece’.
Entonces también hay una transferencia del dolor por la violencia.
Una señora me decía
que lo hace porque tiene dos hermanos desaparecidos y ella quisiera que en
algún cementerio de Colombia alguien les estuviera rezando.
¿Cuál es el caso que más le impactó?
Llevo desde 2007
yendo al cementerio y la tumba de ‘Milagros’ hermane ahí. La sensación es que
ella nunca va a salir de ahí. No hay ni una seña. En cambio hay otras tumbas
que le cuentan a uno que hubo una inspección, que abrieron y se llevaron una
muestra, o que vino una señora buscando un muchacho y alguien cree que es este…
que hay una esperanza, pero en otras tumbas como las de ‘Milagros’ que uno dice
nunca vamos a saber quién fue usted y su familia nunca va a saber que está
aquí, y eso es un deber del Estado colombiano.
Si ‘Los escogidos’ llega a las manos de un paramilitar,
un militar o un guerrillero que haya cometido este tipo de crímenes, ¿será
capaz de llegar hasta la última página?
La Ley de Justicia
y Paz ha posibilitado, en medio de sus defectos y limitaciones, que muchos de
ellos hablen y ellos han contado cosas aterradoras; seguramente no toda la
verdad. Yo espero que si alguno de ellos lo leyera, lo conmoviera y lo llevara
a hacer unos relatos ante la Justicia, diciendo a quiénes mató, dónde están
esos cuerpos y permitiendo que todas estas familias terminen ese tránsito tan
doloroso de no saber dónde están sus hijos. Eso sería una contribución a la
memoria y a que no queden en el olvido.
¿Este es un libro subversivo?
‘Los escogidos’ es
un libro que subvierte el lenguaje convencional de la crónica, pero no es un
libro subversivo en el sentido político. Yo no estoy oponiéndome a la
democracia, ni estoy haciendo un llamado a la abolición de las Fuerzas Militares,
ni le estoy cargando la mano a nadie. Es un libro que simplemente cuenta lo que
pasa y la única subversión que yo veo es la poética.
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