Tras el
hallazgo de la tumba del Cacique Guanentá, investigadores reconstruyen la
fisonomía de los aborígenes santandereanos que se extinguieron por las enfermedades, la explotación y el genocidio a manos de los españoles.
‘Dame
una calavera y te diré cómo eras’. Este es el principio que al ‘Indiana Jones’
criollo llamado Alejandro Navas Corona le dejó adentrarse en las penumbras de
la historia y revelar el aspecto facial que tenían los primeros habitantes de
Santander, los Guanes.
Una
misión al estilo Harrison Ford, pero esta vez no rodada en los estudios de
Hollywood sino en la agreste topografía de la Cordillera Oriental, la cual le
permitió a este abogado e historiador mostrar por primera vez y echando mano a
herramientas científicas, la cara de esos bravíos aborígenes que habitaron
estas breñas.
Aventurero
por naturaleza, Navas Corona tiene como pretexto la dirección de la Casa del
Libro Total, aunque en realidad su padre ignora que su verdadera ocupación es
rescatar el pasado, sin importarle arriesgar su vida o sufrir una maldición. Dedicarse
a esas ‘descabelladas’ tareas es lo que le permitió no solamente hallar la
tumba del Cacique Guanentá en la vereda El Pozo, sino tener en sus manos la
calavera del guerrero que lo desvelaría.
“La
calavera se pudo rescatar a principios del año 2010 sobre los farallones que
miran hacia el río Chicamocha desde la mesa de Xerira (Los Santos). El acceso
fue sumamente complicado al tener que emplear no solo cuerdas para el descenso
sobre la pared rocosa, sino también porque se debe hacer una travesía imposible
de apuntalar, por un sendero de unos 80 centímetros (abajo, decenas de metros
de caída). El cráneo se encontró con restos óseos de otros cuatro guerreros de la
etnia Guane, muy cerca de la tumba del cacique, en una grieta natural de la
roca, de escasos cinco metros de profundidad por un metro de ancho y un metro
de alto. Los indígenas taponaron la entrada con piedras y con barro”, relata el
sobrino del nadaísta Pablus Gallinazo.
Luego,
con la complicidad de su amigo Martín David Acevedo, la antropóloga forense
Francia Viviana Soto Montes, la odontóloga forense María Inés Ramírez Corzo (ambas
con la experticia de la Fiscalía General) y el apoyo logístico en proceso de
vaciado y trabajo en fibra de vidrio de ‘Javier’, se pusieron manos a la obra.
La
labor de reconstrucción tomó dos meses, en la medida que implicó un proceso de
restauración dental y ósea, hasta llegar al “arte” mismo necesario para darle
luz al rostro y al torso de un individuo de aproximadamente 25 años de edad, de
patrón racial mongoloide, contextura robusta, deformación intencional craneal
en frontal y occipital.
“El
costo promedio de una reconstrucción de estas características hasta obtener el
objeto exhibido es de unos veinte millones de pesos, pero definitivamente vale
la pena hacer cosas como esta por el fortalecimiento de nuestra identidad”,
subraya Navas Corona.
Toda
esta experiencia está recopilada en una edición de lujo, a todo color, con caja
y pastas en madera pirograbas, del libro “Entre rostros y tumbas”, impreso al
mejor estilo de ‘(Sic) Editorial’ y por un precio de 90 mil pesos. Los recursos
recaudados, explica Alejandro, “entran a la Fundación El Libro Total, que a su
vez los reinvierte en actividades culturales e investigaciones etno-históricas”.
Alejandro
no teme una retaliación de los espíritus guanes hacia él y sus colaboradores.
“Quizás estén molestos con quienes de muchas maneras han agredido el patrimonio
indígena, o los que los pusieron a comer, vivir y hacer lo que nunca hicieron,
donde nunca vivieron y lo que nunca comieron; o de pronto estarán ‘arrechos’ al
estilo regional, con quienes no los han valorado haciendo museos guanes sin
piezas guanes, o los que venden sus objetos al mejor postor extranjero. Nunca
estaré temeroso de los espíritus guanes, porque aquellos contemplan con orgullo
el reconocimiento y la puesta en valor de su memoria desde los libros y las
bellas artes”, afirma.
La
reconstrucción permaneció expuesta hasta el 31 de marzo de 2011 en la Casa del Libro
Total (Calle 35 No. 9-81), donde los visitantes podrán observar la iconografía en el Libro Total, la biblioteca
de habla hispana más integral del mundo, el cual que registra consultas desde 146
países “en reconocimiento a que desde Santander es posible hacer patria sin más
armas que las letras, la música y el pincel”.
Crónica de un pueblo
Los
guanes -pertenecientes al grupo lingüístico Chibcha, junto a los Muiscas y
Laches- habitaron la región de la Mesa de los Santos, el actual municipio de
Jordán Sube, Guane y Cabrera, es decir toda la región baja que linda con el río
Chicamocha desde Pescadero hasta las juntas con el Suárez, e igualmente la
parte baja de Barichara hacia el río Suárez, y hasta que entra el río Fonce en
aquel.
“No
habitaron Piedecuesta, Floridablanca, Bucaramanga, San Gil, Socorro, Oiba,
etc., sino un territorio relativamente pequeño, contrario a lo que se venía
diciendo por algunas personas. Dedujimos ello de las costumbres funerarias, la
pictografía, los vestidos, costumbres gastronómicas, material cerámico,
instrumentos de guerra, deformaciones craneales y corporales, adornos, y otros
aspectos que con anterioridad no se habían estudiado. La confusión existía por
ausencia de investigación de campo, ya que se hacía en su mayoría desde el
escritorio”, asevera Alejandro Navas Corona.
La
noticia más reciente que se tiene de un guane vivo data de 1560, año en que
llegó un visitador a averigüar por qué en la Provincia de Guanentá (cuya actual
capital es San Gil) quedaba menos del 10% de la población indígena, con apenas
20 años de haber incursionado Martín Galeano y sus hordas españolas.
Los
pocos aborígenes que quedaban, fueron trasladados a resguardos en los que se
mezclaron con otras etnias como los chalalaes, yariguíes, poimas y chitareros.
Hay referencias ‘orales’ de que existieron hasta principios del siglo XX
algunos descendientes, pero hoy no existe ninguno conocido. “Habría que
realizar pruebas de ADN en el territorio ‘propiamente guane’, para poder establecer
posibles descendientes directos”, señala Navas Corona.
Según
el cronista Fray Pedro Simón, “son los indios bien dispuestos, de buenas caras,
más blancos que colorados y de nariz aguileña. Las mujeres son de muy buen parecer,
blancas y bien dispuestas, y más de lo que es menester, en especial con los
españoles, aliñosas en todo”.
¿Pero
los santandereanos de hoy se sienten guanes? Navas responde: “A medida que
hemos venido realizando las investigaciones y conforme las hemos lanzado al
público, el tema identitario ha resultado interesante, en la medida que al
quedar despoblado casi totalmente el territorio santandereano por el genocidio,
la mita minera (repartición por sorteo de los indios que se destinaban a esos
oficios) y las enfermedades, aquel fue ocupado por extranjeros (blancos); sin
embargo, muchas personas se sienten ‘indígenas’, y algunas ‘guanes’, y cuando
escuchan nuestras constataciones históricas, antropológicas y arqueológicas,
sufren una especie de colapso identitario que luego irán resolviendo en el
entendido que la ‘identidad’ no es un tema que trate únicamente de la ‘sangre’
o el ‘linaje’. La identidad es un tema de ‘impermanencia’ y de ‘dinámica’
espacial, personal, social, histórica y circunstancial. Hoy nos tenemos que
sentir a nosotros mismos, para sentir a los demás, y sentirnos parte de una
sociedad que vive bajo una ficción como lo son las fronteras del Gran
Santander; debemos sentirnos santandereanos y reconocer la historia que hizo
ello posible (como la historia indígena).
Muchas
de las costumbres de los guanes siguen manteniéndose, como son el consumo de
chicha, arepas de maíz, hormigas culonas y tejidos.
“La
reconstrucción de la figura de un guane, el hallazgo de la tumba, el arte
rupestre documentado, y todo lo que estamos haciendo desde El Libro Total,
sirve para crear, recrear y proyectar los parámetros identitarios que tanto nos
están haciendo falta en estos tiempos de iniquidades y desafueros regionales”,
concluye Navas Corona.
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