El
relato de un muchacho que le sacó el quite al destino y hoy va por el país
contando sus cuentos para que la gente reflexione sobre el problema de la
descomposición social que no sólo se sigue dando en Medellín.
La parca se le
paseó frente a la cara todas las veces que quiso. No fueron dos ni tres los
amigos del barrio que Robinson Antonio Posada Vargas vio morir. Se contaron por
docenas los muchachos con los que se crió y hoy están bajo tierra.
‘El Parcero’
tampoco tenía escapatoria: sicario, narcotraficante, vago o drogadicto eran las
posibilidades que le brindaba la vida, pero -con la ayuda de su padre que
alentaba grupos de teatro y danza- supo hacerle el quite a la muerte, al vicio
y al dinero fácil.
Hoy Robinson es
un cuentero toreado en varias plazas y de quien la comediante colombo-argentina
Fanny Mickey dice: “me maravillo de su sensibilidad para auscultar la realidad
más inmediata y recrear con tanta gracia y estilo personal unas situaciones de
violencia cotidiana, con el prisma del humor negro”.
Dialogué con este
medellinense de 29 años, criado en el barrio Manrique de la Comuna Nororiental
de la capital antioqueña donde por muchos años se enseñoreó el revólver calibre
38 como amo y señor de un territorio comanche en el que ninguna autoridad se
atrevía a entrar y cuando lo hacía, los pistoleros jugaban al tiro al blanco y luego reclamaban
su recompensa.
En su pecho ‘El
Parcero’ luce escapularios, cadenas de oro, estampas de la virgen María
Auxiliadora y de su santo preferido por ‘torcido’, San Judas. El lenguaje que
emplea es una mezcla de términos populares, vulgares si se quiere, que cuesta
trabajo entender. Es el ‘parlache’ en el que tienen cabida palabras como ‘cutupeto’
(miedo), coleto (microbús), arandelo (homosexual), gaga (metralleta), güelorosa
(marihuana) y manducar (comer). Ver recuadro del glosario.
Robinson recrea
sus historias de los años 80 ante un público que entre carcajadas queda
conmovido por la crudeza de su testimonio salpicado de metralla y sangre, en
una tierra de nadie donde los valores hace rato se desdibujaron.
Fue en esas
lomas del Popular 8 donde Posada Vargas compartió de cerca con al menos 48
niños ‘no futuro’. Presenció los peores crímenes de bandas como ‘La Terraza’,
vio perderse en el bazuco a muchos amigos y se inspiró para escribir “Sicarius
School, la escuela que tarde o temprano elegirás”.
Para jóvenes
como él, “la mejor universidad es la calle y su primera institución la
esquina”. Son sectores donde la vida se tasa en pesos y en los tiempos del
jalador de carros y luego criminal Pablo Emilio Escobar Gaviria se fijaba según
el ‘cliente’. “Si sólo era la azarada de algún fulano, costaba entre 70 y 150
‘lucas’ -miles de pesos-. Si es pegar a algún parroquiano sencillo cuesta 200 a
250, según los tiros que haya que pegarle; y si es cura, alcalde o gobernador,
ésos sí son más caros, vale de un millón pa’rriba, según sea el estrato”.
“No pretendo
hacerle una apología al crimen ni a la marginalidad, sino invitarlos a una
reflexión profunda, a la búsqueda de formas de relación marcadas por el respeto
y el afecto”, subraya una y otra vez, para que nadie llegue a inferir que está
incentivando las costumbres y modo de actuar de quienes creen que lo máximo es
tener una chaqueta de cuero, un ‘fierro’ (arma), una ‘calima’ (moto) y hacerse
matar por dejarle a la ‘cucha’ (mamá) al menos una nevera, como le ocurrió a su
amigo Juan, quien el Día de la madre cumplió el encargo de detonar una bomba en
un centro comercial, sin saber que entre los muertos estaría su progenitora, a
quien esa misma fecha le había comprado una nevera “no froster, de esas que
fabrican hielo a la lata y no hay que lavalas”.
‘El Parcero’ es
autor del disco compacto “Olor a barrio”, en el que se encuentra una adaptación
al Rin Rin Renacuajo de Rafael Pombo, pero en el que Panguano es el
protagonista, mientras los tiros apagan la música de Héctor Lavoe y los
policías les dañan el festín. “Y así termina esta historia, uno, dos, tres,
mataron a todo el combo y al Flaco después. Los tombos se abrieron y el alcalde
por la t.v. en la noche habló y mamá Anita en la casa llorando solita quedó”.
Con la ayuda de
su familia, profesores universitarios, una cooperativa, sus ‘llaves’ y hasta de
Don Juaco el tendero, también escribió el libro “Voces del barrio”, en el que
consigna 26 cuentos, cuyo separador es una navaja de papel que en la cacha
tiene grabado al Divino Niño.
“Triquiñuelas”
es uno de ellos y está dedicado a “todos los niños muertos en la guerra”. En
coro losmenores le preguntan a la violencia si está y ella les va respondiendo
que se está poniendo la capucha, luego que está alistando el armamento y luego
recibiendo las órdenes de ir por todos, hasta que “como a los dos minutos
veíamos los balones de fútbol que corrían de esquina a esquina creando una
parábola y veíamos a los cuerpos ensangrentados de los infantes, creando un
pavimento de silencio”.
En su trabajo
está presente la desesperanza de los jóvenes que habitan esas faldas de
Medellín a las que no llegan la educación ni las oportunidades de trabajo. “Si
usted va a subir le recomendamos: no ser visajoso, comer callao, aprenderse el
Padrenuestro, comprarse un chaleco antibalas y un hueco en el Cementerio
Universal. Es sencillo parcero, usted debajo del Metro coge un colectivo
Constransinfinito AK-47, un coleto de 22 personas al que por lo regular le
meten 85, y ruuum, pa’lbarrio”, dice Posada, igualmente conocido como ‘Juanito
Esquinas’ y ‘Mil amores no me mires’, quien página tras página habla de las
casas de una Medellín en las que en las salas hay una mesa y en ella una
veladora, una foto y un epígrafe que dice: ‘Juan Carlos, tres años de
desaparecido’.
Comunas en las
que las paredes plasman la filosofía de los jóvenes: “Los niños buenos se
acuestan temprano; los niños malos los acostamos nosotros”, y se ve el
hacinamiento de miles de personas que “viven con esperanzas, mientras que otros
viven sin ella pero sin desesperarse”. Adolescentes que dicen que se mejor
vivir bueno y poquito que no mucho tiempo y bien amargados.
Sectores en los
que para no convertirse en un cero a la izquierda, los muchachos no tienen más
propuesta que convertirse en malandrines, porque allí se es amigo o enemigo.
“No hay de dónde escoger y la verdad un bandido se prefiere ser, aunque se sabe
que en manos de otro la vida se puede perder y el ideal de muchos es ver el
cuerpo de uno a punta de bala perecer”.
Cuadras en las
que la violencia habla con Dios y reclama como sus hijos a todos los que matan,
roban, maldicen, envidian… Una generación, o más, que sin querer o a la final
queriendo, sufrió de la enfermedad de ‘plomonía’, a quienes Robinson invoca con
dolor y rabia, con poesía y amor.
Hoy es cuentero
y licenciado en artes escénicas; no una tumba con lápida de N.N. Se salvaron
él, su hermano y un amigo que se fue de sacerdote; a los otros 45 del combo los
‘quebraron’, incluidos los dos ‘pelaos’ que extorsionaban a la mamá, quien
hastiada de entregarles el dinero aprendió a manejar un arma y les disparó a
los encapuchados que no eran más que sus hijos.
Este es el
vehículo de expresión en el mundo marginado de los jóvenes de una ciudad como
Medellín. En el ‘parlache’ el audaz es una ‘abeja’; el ‘aeropuerto’ es el sitio
para drogarse; las ‘agujas’ son navajas; los cobardes se ‘amarillentan’; el
‘campanero’ es el vigilante; ‘empacar’ es encarcelar; un ‘entucador’ es una
persona valiente; a alguien despreciable se le llama ‘garbimba’; para la sed
toman ‘gasimba’ -gaseosa-; un ‘lángaro’ es un flaco; ‘patrasiar’ es
arrepentirse de un decisión; ‘tastaseo’ es balacera; ‘totuma’ es cabeza’; un
‘zoilo’ es un tonto y el peor insulto es ‘magnetogarbimbapirogorsobia’.
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