domingo, 16 de diciembre de 2012

Línea del Ferrocarril de Wilches, túnel al pasado y puente al futuro



La antigua Línea del Ferrocarril entre el Café Madrid y Sabana de Torres se presenta como una alternativa a la incomunicación con el Magdalena Medio. Memoria de episodios y personajes imborrables del tren que llevaba a Puerto Wilches y que hoy (febrero de 2011) no es nada más que un sueño.

Al ingeniero Félix Jaimes Lasprilla le falta un tornillo o en realidad tiene en sus manos la respuesta al problema de movilidad entre Bucaramanga y la Troncal del Magdalena Medio -Ruta del Sol-.

Y es que al vicepresidente de Desarrollo e Inversión Regional de la Cámara de Comercio se le ha convertido en una obsesión exponerles a empresarios, autoridades y políticos su idea de construir la llamada ‘Supervía’ aprovechando el trazado de la antigua Línea del Ferrocarril, que unía la estación del Café Madrid con Puerto Wilches.

Proyecto respaldado por quienes manifiestan que no hay que seguir ‘enterrando’ dinero en el actual tramo por Lebrija y Puente Sogamoso, pasando por el sitio La Leona que colapsó el 16 de diciembre de 2010 por la falla geológica y el crudo invierno.

Jaimes Lasprilla plantea la recuperación de los 65 kilómetros entre Bucaramanga y Sabana de Torres, los cuales bordean el río Lebrija y discurren por un terreno plano, con una banca de cinco metros que ha resistido todos los embates de la naturaleza.

“Ya están diseñados 35 kilómetros y tiene pendientes inferiores al dos por ciento, lo que significa que los costos de operación son muy bajos. El primer paso es incluirla en el Plan de Desarrollo y con una inversión relativamente baja podemos ponerla al servicio de la comunidad. Falta que el Gobierno Nacional asigne una partida de 5.000 millones de pesos para realizar unas adecuaciones que permitan empezar a utilizar la vía sin ningún problema ni riesgo. También los recursos para diseñar los 30 kilómetros restantes. A partir de ahí necesitaríamos un año para hacerlos y luego sí contratar la construcción de la vía”, afirma.

Lo acompañé en un recorrido que inició a las 7 de la mañana por donde generaciones de santandereanos transitaron en el tren que cobró vida entre 1870 y 1941 y se extinguió en 1992 por la politización de los Ferrocarriles Nacionales y ante la desidia de un país que no le dio la importancia debida a este medio de transporte.

La primera impresión es de asombro y nostalgia, porque del ferrocarril no quedan sino 7 túneles y 22 puentes. ¿Y los rieles? “Se los robaron los paramilitares. En nuestra vereda íbamos a hacer un puente vehicular con rieles, pero los ‘paras’ vinieron, los picaron y se los llevaron”, dice don Luis, un hacendado que anhela vivir para volver a ver el paso de la carga y el reverdecer de esta despensa agrícola y ganadera. No exagera don Luis, porque a lado y lado de todo el recorrido se yerguen cercas y establos fabricados con rieles negros, y ocasionalmente se ven los restos de las traviesas de madera -durmientes- y uno que otro clavo a manera de souvenir.

“Esto era una maravilla. El autoferro gastaba dos horas y el de carga era más lento. Los domingos era una fiesta porque bajaba cargado de mercado y pescadores”, dice don Luis, cuyo último recuerdo fue cuando el ex senador Tito Edmundo Rueda ‘liquidó’ los FF.NN.: “a él le rogamos pero acabó con todo”.

Es un viaje en el tiempo porque nada a un par de kilómetros se halla el primer túnel construido por ingenieros ingleses y obreros criollos con parte del dinero que Colombia recibió por la venta (regalo) de Panamá, en el que era conocido como el Ferrocarril de Wilches, en reconocimiento a su gestor, el general José Pacífico Solón Wilches.

Poco a poco van apareciendo las estaciones de Bocas, El Conchal, Vanegas, Vega de Pato, Chuspas, Provincia y Sabana de Torres, hasta llegar al cruce de La Gómez, cada una de ellas con el respectivo anuncio cubierto de telarañas: “A Bucaramanga 38 kilómetros. A Bogotá 545. A Santa Marta 558”.

Y en cada una de ellas la huella de los años y el abandono, salpicado de instantáneas como la de un ruidoso martín pescador verde esmeralda -también conocido como guaco- que engulle una sardina o la foto desteñida de quienes venían a cazar caimanes por simple afición o para vender sus pieles en la calle 30 con carrera 13 de la capital santandereana. Fotos amarillentas de lo que fueran la selva y los potreros de la Hacienda Cañaveral, de propiedad de don David Puyana y administrada por Gabriel Puyana Uscátegui.

Postales impresas en París y coloreadas a mano que muestran una recua de mulas abrevando bajo el puente colgante de Bocas, captadas por un fotógrafo de apellido Chambón. O de carpas con capataces y obreros fumándose un cigarrillo a la vera de la incipiente carrilera. O nombres convertidos en leyenda, como los de Apolinar Pineda, Emilio y Hernando Suárez, Bernardo ‘El Mono’ Mutis, Mario Camargo, Roberto y Ernesto Puyana, Guillermo Montoya, Enrique Cadavid, Emilio Urrea y Florindo Marocco, entremezclados con propiedades como ‘El Tambor’, ‘Galápagos’, ‘Palmeros’ y ‘Tigreros’, así como relatos de bandidos, especialmente en aquellos años de la violencia bipartidista generada por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, y posadas para pasar la noche rumbo al río grande de la Magdalena.

La palabra “Inodoro”, enorme, todavía está grabada en la fachada de una construcción de la que solo quedan las paredes y un techo a punto de caerse, mientras el casino está convertido en la mansión de un marrano que ante la presencia de forasteros salta y se apoya en el marco de la ventana como si fuera un perro de caza.

En el río grupos de tres pescadores lanzan sus atarrayas en busca de bocachicos, bagres y picúas, a la vez que en sus playones buscadores de oro como don Rodolfo Hernández ‘barequean’ y obtienen un poco más de dinero cada día que los 20 ó 22 mil pesos que recibirían a cambio de un jornal.

Tras cinco niños que hacen malabares en sus  bicicletas sin frenos aparecen líderes de las veredas vecinas que no habían vuelto a ver pasar una caravana de camionetas desde cuando los ‘paras’ eran amos y señores de la región después de haberle quitado a sangre y fuego el territorio a las Farc, que con sus secuestros y extorsiones ya habían hecho bajar el precio de estas fértiles tierras.

Jaimes Lasprilla los congrega en uno de los dos salones de clase de la escuela y les explica que esta puede ser la redención para ellos, pero también el punto final a la pesadilla de miles de camioneros, automovilistas y motociclistas que se encomiendan a su Dios cada vez que deben viajar de Bucaramanga al Magdalena Medio y no saben con qué derrumbe se van a encontrar.

No es que en este trayecto no haya hundimientos o deslaves, pero Jaimes Lasprilla insiste en que este tramo tiene más puntos a favor que inconvenientes. “Se reduciría el tiempo entre la Troncal del Magdalena Medio y la Zona Industrial de Bucaramanga”, acota.

Su sobredosis de optimismo le da para pensar que va a convencer al gobernador Horacio Serpa Uribe; al ministro de Transporte, Germán Cardona, y hasta al propio presidente Juan Manuel Santos.

Por eso no se amilana así el proyector de video no le haya funcionado y continúa su camino para cruzar sin miedo los puentes metálicos, sin barandas, tapizados con tablas que se desajustan con las llantas delanteras y se reacomodan con las traseras, mientras sus compañeros de travesía cruzan los dedos, cierran los ojos o se preguntan quién los mandó a seguir los pasos del ingeniero.

Estas estructuras gigantes han resistido incólumes la humedad del clima, aguaceros y una vegetación selvática que con sus bejucos va trepando por sus columnas como si se tratara de la serie de televisión ‘Un día después del fin de hombre’.

Jaimes Lasprilla tranquiliza a sus compañeros de expedición a la vez que sigue hablando de las ventajas de invertir en su recuperación. No se calla un instante hasta llegar a Sabana de Torres, donde otros dirigentes comunales reciben la inyección de optimismo y se despide de los finqueros que motivados por el proyecto han aportado cinco millones para que un buldózer se deshaga de dos derrumbes de mediana consideración. Quiere tener todo preparado para el día en que Serpa, Cardona y Santos ‘le cojan la caña’.

De este municipio hasta el sitio La Gómez, por donde pasa la Troncal del Magdalena Medio apenas hay cinco kilómetros pavimentados. Luego emprendemos el retorno hacia Bucaramanga.

La misión exploratoria está cumplida, sin importar que el almuerzo haya sido hasta las cuatro de la tarde con un plato de bocachico y yuca.

“Es que son apenas cinco mil millones los que se necesitan”, repite Jaimes Lasprilla, justo cuando el conductor detiene la marcha. Lloviznó y un camión que superaba el peso permitido siguió adelante y quedó enterrado entre el barro.

Es la bienvenida de ‘La Leona’. 186 automóviles, busetas y furgones están por delante haciendo cola. Dos policías de carreteras recetan resignación. La espera se extiende hasta las 11:15 de la noche, hora en que Jaimes Lasprilla ordena dar marcha atrás, desviar hasta San Alberto (departamento del Cesar), pasar por El Playón y Rionegro, y finalmente  arribar a Bucaramanga.

Son las 2:15 de la madrugada. Sus compañeros reniegan en silencio; Félix Jaimes prepara en su mente el próximo viaje con más políticos o dirigentes que le caminen a la idea. Santander, mientras tanto, sigue ‘embotellado’ a la espera de una nueva temporada invernal.

¿Qué falta? “Voluntad política, nada más, lo que pasa es que en Santander solo hay politiqueros. Pocos le hacen duelo a este ‘difunto’”, responde don Luis. Él, como Jaimes Lasprilla, no ambiciona una ‘supervía’; se conforma con una carretera pavimentada de doble calzada.

“El Gobierno anterior -ocho años de mandato de Álvaro Uribe Vélez-, no se preocupó mucho por esta vía y promovió más la opción de hacer una doble calzada por la vía actual Bucaramanga-Barranca. Eso hizo que este proyecto sufriera un frenazo, y además no éramos conscientes de la debilidad que tenía Bucaramanga para conectarse desde el punto de vista terrestre, tanto con Barrancabermeja como con San Alberto. Esas dos vías que aparentemente estaban en buen estado, tenían unas grandes debilidades y el invierno desnudo esa realidad, lo cual nos hace tomar conciencia de que debemos tener un corredor mucho más estable desde el punto de vista geológico”, explica Jaimes Lasprilla.

Su conclusión es elemental: “Ambas proyectos son importantes para el desarrollo de Santander. La actual vía Bucaramanga-Lisboa y a partir de allí hacer un trazado definitivo que no pase por encima de los colusiones, para conectarnos con el río Sogamoso y continuar hasta Barranca. Y, este proyecto para conectar a Bucaramanga por un corredor plano con la Troncal del Magdalena Medio”.

Iniciativa que no chocaría con un eventual retorno del ferrocarril, porque Jaimes Lasprilla dice que éste podría llegar hasta El Conchal, que queda a 25 kilómetros de Bucaramanga, con opción de otro tipo de desarrollos que la capital santandereana demanda.

 

 

Una obra discontinua y costosa

Así, como la bautizó el investigador Augusto Olarte Carreño, puede sintetizarse la construcción entre 1870 y 1941 del Ferrocarril de Wilches, cuya inspiración fue la idea presentada en 1869 al Estado Soberano de Santander por el ingeniero inglés Robert Joy, quien propuso un tranvía de un módulo tirado por caballos.

“Aunque desde 1870 se proyectó la construcción de este Ferrocarril, que comunicaría Bucaramanga con el río Magdalena, sólo hasta 1908 se iniciaron las obras. El ingeniero Abelardo Ramos (1852-1906) determinó las orillas del río Magdalena como lugar de llegada del Ferrocarril y con este propósito se fundó la población de Puerto Wilches. En 1923 fue adquirido por la Nación, que lo reconstruyó, prolongó y nombró Ferrocarril Central del Norte, Sección 1ª. Con el dinero obtenido por la indemnización de Panamá pudo prolongarse y, en conclusión, tener como estación final el sitio denominado Café Madrid, en las inmediaciones de Bucaramanga”, según documentos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la República.

Su promotor fue el general Solón Wilches, presidente del Estado Soberano de Santander, por cuenta de quien el poblado de pescadores de Montecristo fue escogido como punto de partida de la primera locomotora a vapor de origen estadounidense (que  tenía capacidad de 35 toneladas y desarrollaba 15 millas por hora), la cual hizo su debut a la una de la tarde del 29 de septiembre de 1882 bajo la conducción del maquinista Cornelio Mackey.

El Ferrocarril de Puerto Wilches -de trocha angosta- costó a la nación 206.000 pesos oro por kilómetro, mientras el promedio de los ferrocarriles en Estados Unidos en la misma época llegó a $33.600/Km., para líneas con más altas especificaciones, según el investigador Gustavo Pérez, quien recuerda que en Colombia se alcanzaron a construir 4.017 kilómetros de carrileras.
“La participación del Gobierno Nacional fue desafortunada, y los gobiernos locales no encontraron cabida en las negociaciones, lo cual retardó la llegada del tren a Bucaramanga hasta 1941 cuando el transporte automotor hacía inviable el tren. Si en algún tramo férreo del país se evidenció la incapacidad de los funcionarios para negociar, redactar y hacer cumplir los contratos, fue en el primer trayecto del Ferrocarril de Puerto Wilches”, sentencia Pérez.

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