El exjefe del Ejército argentino y embajador en Colombia, Martín Antonio Balza,
habla sobre su experiencia en el frente de batalla y cuestiona a la “genocida e
incapaz” dictadura militar que se aprovechó de un sentimiento nacional para
sostenerse en el poder. 25 años de la Guerra de las Malvinas. (Esta entrevista la publiqué en el diario El Espectador en 2007)
La dictadura
argentina sabía que sus tropas iban a salir derrotadas y no les importó un pepino.
El general Leopoldo Fortunato Galtieri y la Junta Militar optaron hace 25 años
por el desembarco en las Islas Malvinas (Falkland) a sabiendas de que Gran
Bretaña les iba a infringir una contundente derrota. Y así ocurrió.
Fue una guerra
relámpago que dejó 746 muertos y 1.068 heridos del bando argentino y 265
muertos y 777 heridos en las filas inglesas.
A Argentina el
tiro le salió por la culata y no le resultaron suficientes los 12.000 soldados
que movilizó, contra los 7.000 británicos. Buenos Aires perdió 99 aviones,
cinco barcos de guerra y un crucero, mientras que Londres solamente registró la
baja de 34 aviones, cinco buques y un helicóptero.
Pero no sólo eso
sucedió: la bota militar calculó mal y se creyó que Estados Unidos se pondría
de su lado, sin contar con que el republicano Ronald Reagan, de frente, le
echara una mano a su colega Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, que estaba
cerca de unas elecciones para lo cual una guerra le caía como anillo al dedo.
El ex jefe del
Ejército argentino (1991-1999) y actual embajador en Colombia, general en
retiro Martín Antonio Balza, de entrada califica como ineptos y canallas a
quienes componían la cúpula militar que ordenó el 2 de abril de 1982 la insensatez
de recuperar a sangre y fuego esos territorios insulares que los argentinos siguen
considerando como suyos.
Para los tiranos
que habían arrebatado el poder con un golpe de Estado en 1976, el panorama
interno en 1982 no podía ser más desastroso: la economía iba de mal en peor, el
pan y la lecha valían tanto en la mañana y más en la tarde, la inflación y la
deuda externa estaban disparadas, y la
gente se volcaba a las calles reclamando una salida electoral.
La suerte se
selló el 14 de junio de 1982 y estas islas de 11.800 kilómetros cuadrados de
extensión desde esa fecha están en manos de Gran Bretaña, país ubicado a 12.000
kilómetros de distancia.
Sin temblarle el
pulso ni la voz, Balza arremete, cuestiona a los dictadores, explica cuáles
errores cometieron y le rinde un homenaje a los soldados, la mayoría de ellos
jóvenes sin la preparación adecuada, que cayeron en las gélidas tierras donde
sólo pastan ovejas pero que resultan ser estratégicamente importantes porque
están localizadas en el cruce de vías marítimas que unen el Océano Atlántico
con el Pacífico en el hemisferio austral.
Balza en el
momento de la confrontación era jefe de un grupo de artillería y es autor de
‘Malvinas, gesta e incompetencia’, 318 páginas sobre la atrocidad y cobardía de
Galtieri, Jorge Rafael Videla y sus secuaces.
¿Cómo es que sea un propio militar quien tenga el
valor de recordar y analizar lo sucedido hace un cuarto de siglo?
No creo que haya
tenido valor, pero de lo que sí estoy convencido desde cuando terminé de
escribir este libro que me llevó dos años, es haber tenido un respeto por mis
soldados, por los muertos, los heridos, los mutilados y por todos los que
combatieron. Sentí la necesidad de contar eso, para que un drama como este
nunca se vuelva a repetir. El sendero de la paz siempre es mejor que el sendero
de la guerra. La guerra no es una obra de Dios. Soy un militar, pero estoy
convencido que el militar cumple mejor su función cuando gana la paz que cuando
hace y gana la guerra.
En aquellos años
una sangrienta dictadura militar ejercía la conducción política de Argentina,
apoyada también por un grupo de civiles con muy pocas convicciones
democráticas. Y digo sangrienta porque en la respuesta a una violencia, esa
dictadura se marginó de todo condicionamiento jurídico, ético, moral y hasta
religioso, cometiendo los crímenes más aberrantes. Cuando esta dictadura estaba
alicaída y el fracaso era total en lo político, en lo social y en lo económico,
jugó con un sentimiento, el sentimiento Malvinas, que es algo aglutinante de
todo el pueblo argentino. Fue, es y será un sentimiento.
Las Islas
Malvinas son incuestionablemente argentinas, pero la forma de recuperarlas no
es la guerra. La dictadura militar juega con ese sentimiento, yendo a una
aventura para la cual no estábamos preparados, con un fin bastardo, que de
tener éxito la consecuencia era prolongar la sangrienta dictadura. Una causa
justa en manos bastardas.
Galtieri era el
emblema de la Junta, pero la concepción de la operación se la habían atribuido
en su momento a otro hombre lamentablemente conocido, el almirante Massera,
quien había dispuesto a un ayudante suyo, el almirante Anaya -miembro de la
Junta junto con Galtieri- concebir esta absurda operación y también el
brigadier general de la Fuerza Aérea, Basilio Lami Dozo.
Buscaron
perpetuar una dictadura a través de la recuperación, que se logró y era
factible, de las Malvinas. Allí había un grupo de infantes de Marina británicos
que no llegaba a los 100 hombres y un grupo de civiles isleños con armas
livianas. Argentina estaba en condiciones de ocupar, pero si no hubieran tenido
un fin bastardo hubieran ocupado para negociar.
Ocupar, luego
aceptar el condicionamiento de Naciones Unidas (Resolución 502), retirar las
Fuerzas Militares y dejar una fuerza de seguridad. Si se hubiera hecho eso,
Inglaterra no habría reaccionado de la forma como lo hizo. En cambio de ocupar
para negociar se pasó a la guerra.
Basaron todo
esta aventura en dos supuestos y en una sustancial ineptitud e incapacidad como
militares y como políticos. Uno, la no reacción inglesa. Dos, que los Estados
Unidos iban a ser neutrales o iba a ayudar a la Argentina. Pero eso era
desconocer la historia de la guerra, la historia del Reino Unido y de Estados
Unidos. Era comprensible que Washington apoyara a su aliado, como lo apoyó
desde el mismo 2 de abril. Argentina fue a una guerra con la tercera potencia
mundial, en aquel entonces, apoyada por la primera potencia.
Otro error de la
estrategia es que se fue a combatir en una zona insular a 700 kilómetros del
continente. Para tener éxito en operaciones en una guerra insular y la Guerra
del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial lo puso en evidencia, se necesitan
dos condicionantes: el dominio del mar y el dominio del aire. El primero fue
siempre británico y la Armada argentina ni siquiera intentó disputárselo. El
dominio del aire fue también de ellos porque tenían los dos portaaviones allí,
mientras que nuestros aviones tenían que hacer 700 kilómetros de ida y 700 de
vuelta, con contados minutos para sus incursiones.
La miopía
táctica y estratégica de esta inoperante, incapaz y genocida Junta Militar nos
llevó a esa aventura. Pero lo rescatable son los oficiales, suboficiales y
soldados que combatieron hasta el último momento, sabiendo que la victoria no
iba a ser nuestra.
También quiero
reconocer la excelencia de las tropas británicas que sabiendo que la victoria
iba a ser de ellos, no ahorraron esfuerzos para conseguirla. Fue una guerra sin
odios, en la que ambos bandos respetamos el Derecho Internacional Humanitario,
los usos y leyes de la guerra.
¿Todos lucharon con heroísmo?
Considero que no
es dureza; es el respeto que siento por los soldados que yo mandé durante el
combate, por la dignidad de esos hombres que tuve la oportunidad de conducir. Y
no merecen mi respeto aquellos altos mandos que a partir del momento en que
empezó la guerra el 1 de mayo de 1982, a las 4:42 de la mañana cuando la Fuerza
Aérea Británica ataca el aeropuerto de Puerto Argentino, ninguno de ellos pisó
Malvinas. Antes de eso iban a tomarse fotos a las islas, por eso en los
ejércitos se dice que el mantenerse lejos de las balas y de la metralla hace
llegar a viejos a los generales.
Recuerde el eco de las manifestaciones callejeras en
Buenos Aires en las que se gritaba ‘se va a acabar, se va a acabar, la
dictadura militar’ y la violenta respuesta represiva. ¿Le ha sucedido algo peor
a Argentina que la dictadura militar?
No. Los golpes
cívico-militares que triunfaron en Argentina fueron seis en el siglo XX (1930,
1943, 1955, 1962, 1966 y 1976), porque si hablamos de los que no lograron su cometido
por ejemplo en la época del presidente Frondizi, a quien le hicieron entre 1958
y 1962 más de 34 planteos militares. Era una sociedad con pocas convicciones
democráticas y unos militares politizados.
¿Cuál fue la principal lección que le dejó la Guerra
de las Malvinas?
Que la guerra no
es una obra de Dios y que las islas las tenemos que recuperar por la vía
democrática porque son incuestionablemente argentinas, pero otra gran enseñanza
y estamos viviendo esa realidad es que nunca más las Fuerzas Armadas de
Argentina van a ocupar un rol que no les corresponde. Hoy las Fuerzas Armadas,
y eso hemos tratado de construirlo entre todos, están subordinadas al poder
civil, respetuosas de las instituciones de la República, de la dignidad de las
personas y de los Derechos Humanos.
Argentina jugó a congraciarse con Estados Unidos y
recibió el desaire. ¿La otra lección para América Latina es no fiarse de
Washington?
La política
internacional se rige por intereses y son los países los que tienen que
apreciar cuál es el real interés de los otros. En todo esto siempre hablo de
Argentina, sin pretender tener injerencia en los asuntos internos de otros
países. La Junta tenía que ver que había gobiernos conservadores en Estados
Unidos y Reino Unido, y gobiernos socialistas en Europa, entonces no había duda
que Reagan iba a apoyar a Londres.
Yo he respetado
mucho a los ingleses, como soldados, que fueron buenos y me respetaron, porque
duré un mes prisionero. Es más, cuando
me encontré con el Príncipe Andrés, él hizo un brindis y dijo que aunque
yo afirmaba que me trataron bien, hay algo que no les perdono: ‘los corn flakes
que le hicimos comer’.
El 16 de junio,
dos días después de la rendición, vinieron unos soldados galeses, nos
felicitaron y nos dijeron que habíamos combatido bien. Entablamos una
conversación breve, no amistosa pero tampoco ofensiva, y un capitán mío les
dijo: ‘Nosotros no combatimos por Galtieri, sino por un sentimiento’, y el
galés dijo: ‘Sí, los comprendemos. Nosotros no combatimos por la señora Thatcher,
lo hicimos por Inglaterra y por la reina Isabel’. Luego nos dimos la mano.
Fue una guerra
sin odio en la que todos respetamos las reglas y la Convención de Ginebra. El
Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr) lo reconoció como el único
conflicto donde ambos bandos respetamos los usos y leyes de la guerra, por
ejemplo, que a un herido no se le puede matar, tampoco torturar para que
confiese y combatir al máximo pero sin producir víctimas innecesarias. El
problema es cuando en la guerra se cometen atrocidades.
¿Los jóvenes argentinos de hoy tienen presente ese
capítulo de la historia o no les dice nada?
La recuperación
de las Malvinas es una política de Estado. La única coherencia que hay en
política internacional es la recuperación de esas irredentas islas y está en
nuestra Constitución, pero no por la vía militar, sí por el Derecho. En eso nos
sentimos acompañados, sin ninguna escisión, por toda Latinoamérica y por
Colombia en la reivindicación de las Islas Malvinas y en hacerle ver al Reino
Unido que es una anacrónica actitud colonialista que tienen.
¿Argentina pudo sanar la herida de la guerra sucia y
de los desaparecidos?
Se está
recuperando sobre la base de la justicia, la verdad y decirle no a la
impunidad. Quien cometió crímenes de lesa humanidad, quien torturó, quien hizo
desaparecer miles y miles de personas, no se puede beneficiar con ninguna ley
de perdón. No hay indultos ni hay amnistía, porque si no se instala en el
imaginario colectivo el sentimiento de impunidad. Siempre estoy hablando de Argentina.
Sin embargo, el presidente (Carlos) Menem indultó en 1989 a más de 300
responsables, en una amnistía encubierta, que lo que hizo fue esconder la
impunidad, la basura debajo de la alfombra. El viento de la verdad levantó la
alfombra y es ahora como estamos viendo que hay algo menos de 300 militares,
policías y algunos civiles que están siendo juzgados con todo el rigor de la
ley y se les da toda la oportunidad de defensa que ellos no les permitieron a
los miles y miles que hicieron desaparecer.
Las leyes eran
bien claras. Se habla de ‘guerra sucia’, pero no hay guerra limpia, la guerra
es una inmundicia, es horror, pero aún en la guerra hay leyes. Así que si
detenían a una persona, debían pasarla al poder judicial, juzgarla y
condenarla; sin embargo se recurrió a esa mefistofélica figura del
desaparecido, con torturas, apropiándose de la propiedad ajena, robando bebés y
otros delitos.
¿Verdad al costo que sea o mejor cerrar los ojos?
La justicia
tiene que llevar implícito el conocimiento de la verdad y el concepto de no
impunidad. Justicia es aplicarle la ley con todos los mecanismos de defensa que
la ley establece. Eso es lo que no pasó en Argentina. Justicia es también no al
odio, no al rencor, no a la venganza.
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