El
técnico de la Selección Colombia dice que no se “casa” con ningún jugador, está
más que seguro de clasificar al Mundial de Sudáfrica 2010 y afirma que
únicamente admite la perfección. Revela que su peor paso fue haber sido
entrenador del Bucaramanga por darles gusto a unos amigos, y que no les hace
caso a los comentaristas. (Entrevista realizada en julio de 2008)
Jorge Luis Pinto
Afanador, nacido hace 54 años en San Gil (Santander), se siente al frente de la
Selección Colombia como si fuera un “Ministro del Fútbol” y sabe que con sus
resultados llevará la dicha o la desgracia a millones de hogares.
Nos recibe a las
9:50 de la mañana -tal lo acordado- en un supermercado del sector exclusivo de
Los Rosales (Bogotá), donde lo primero que hace es pedir un café y a acomodarse en una
silla metálica a recibir con agrado los 48 tiros directos de un cuestionario
que abarca desde su iniciación en el fútbol hasta compromisos como el de volver
a llevar al equipo nacional a un Mundial, pasando por el mediocampo de su vida
privada y su forma particular de ver el deporte.
Este hombre
temperamental, que el año pasado (2007) coronó campeón del fútbol colombiano a un
equipo que yacía moribundo en la segunda división, el Cúcuta Deportivo, se
emociona en esta entrevista, llora como un niño y al minuto sonríe orgulloso
por haber sacado llevado a la gloria equipos como la Liga Alajuelense y el
Alianza Lima, de los 12 combinados que ha dirigido en casi 700 partidos de
carrera.
Pinto va a morir
en su estilo, exige de sus jugadores hasta la última gota de sangre en el
terreno de juego, quiere que aparte de pegarle bien al balón se eduquen y vivan
adecuadamente. Las maletas, dice, las tiene listas para cuando tenga que irse,
pero asegura que nunca se amarra con un jugador y menos se lo deja imponer.
Tiene una espina
clavada en su corazón: la forma como lo sacaron de la Selección Costa Rica,
pero en el mismo guarda la nostalgia por este país que lo vio coronarse dos
veces campeón con el equipo manudo.
Son 36 minutos
de ataque permanente a su área, en los que Pinto no pierde el control y, al
final, da las gracias y parte raudo en su jeep a un recorrido de 150 kilómetros
para ver el partido Chicó-Cali, donde juegan algunos de sus convocados. Antes
de viajar a la Copa Kirim, en Japón, espera sacar un momento libre para pasarle
revista a las vacas lecheras que tiene
en su finca de Subachoque (Cundinamarca).
¿Qué hizo que un muchacho de un pueblo perdido en las
montañas de Colombia no terminara de agricultor o comerciante y sí dedicado al
fútbol?
Nací con el
fútbol. Entrenaba en el equipo del colegio en San Gil y en él jugaban el
vicerrector y el profesor de Educación Física, que era el arquero, y yo como
capitán. Viví desde muy niño las cosas del fútbol y las sentí.
Al final del
bachillerato les decía a mis compañeros: ‘cuando esté grande voy a dirigir este
equipo’, Los Millonarios, que era uno de los más famosos en ese entonces… y lo
hice.
¿Cuál fue la cara que pusieron sus padres, que como
los de cualquier generación querían que usted fuera ‘alguien en la vida’?
Siempre se
opusieron a que me metiera en esto. Siempre estuvieron en contra de eso que
llamaban ‘la cosa del juego’. Ellos querían, por encima de todo, que estudiara
Derecho o Ingeniería Mecánica. Después cuando evolucioné y me especialicé,
fueron entendiendo, pero durante muchos años no vieron con buenos ojos que me
dedicara al fútbol.
¿Vertical? ¿Temperamental? ¿Cuál es su principal
rasgo?
De una sola
pieza. Cuando tengo que decir que sí, digo que sí cueste lo que cueste; y
cuando tengo que decir no, digo que no pase lo que pase. Indudablemente que
detrás de cada decisión está la razón. Soy temperamental porque siento las
cosas, amo mucho mi profesión, la investigo y la defiendo. Por ejemplo, preparo
todos mis entrenamientos y es más, casi todos los tengo guardados, antes en un
papelito, hoy en el computador.
Adoro el
entrenamiento del fútbol y a eso me dediqué. Cada vez que puedo me preparo y
cuando voy a cualquier país lo primero que busco es una librería para estar
actualizado.
¿Detrás de esa cara adusta hay un Pinto que se
entristece, o usted está hecho de palo?
Soy eminentemente
sentimental. Siento mis hijos, mi esposa, mis amigos, los hechos sociales,
sufro por ejemplo cuando veo la tragedia de Armero -la erupción del volcán
nevado del Ruiz que dejó más de 20.000 muertos en 1985-. Lloré mucho cuando vi
morir en el lodo a la niña Omayra… (interrumpe la frase y empieza a llorar
desconsoladamente) Me emocionan las cosas, yo también tengo corazón y siento.
Ahora, en el
campo de fútbol soy un hombre que cumple con el deber, que siente la
responsabilidad por todos los actos de mi vida. No abandono las prácticas, no
llego tarde a pesar de que nadie me lo esté pidiendo. Siempre soy el primero en
el entrenamiento a pesar de que soy el jefe y puedo llegar de último o no
llegar, pero no lo hago. En el comedor y en las charlas técnicas siempre soy el
primero porque tengo que dar el ejemplo y siento la responsabilidad.
¿Cuando se ha sido técnico de tantos y tan buenos
equipos de fútbol como Alajuelense, Santa Fe, Deportivo Cali o Alianza Lima, su
corazón está dividido en varios pedazos?
Se me ha
partido, me he quedado en otros equipos por muchas razones: por sentimiento,
por correspondencia de la gente conmigo, por haberme sentido feliz en esas
instituciones. Guardo un cariño especial por ellas.
¿Los resultados que usted pueda brindar como técnico
de la Selección Colombia representan su aporte a un país en permanente crisis
como éste?
En el cargo en
la Selección Colombia estoy como si fuera un Ministro del Fútbol. Estoy
comprometido con el país y es como si fuera un plan de vivienda nacional, o del
pan y la leche de todos los días para el pueblo colombiano. Eso es el fútbol en
este momento para mi país y quiero entregárselo.
Es como si
tuviera la responsabilidad de darle la alegría al pueblo colombiano, porque yo
sé que el fútbol se la brinda a mis compatriotas. Y podría decir que muchos de
mis paisanos cambian un plato de sopa por un partido bien jugado de su
Selección.
Las ilusiones de millones de personas en sus manos.
¿Cómo asume ese compromiso?
Es un
sentimiento personal, una identidad con el fútbol. Es como si este deporte les
brindara una cuota de felicidad y eso lo llevo en mi alma.
¿Cuál es la recompensa? Porque si su equipo triunfa,
Pinto es un héroe; pero si pierde, en la salida del estadio estarán los hinchas
para ‘sacarle la madre’.
La recompensa es
luchar por entregarle algo importante a la patria. Y se lo digo a mis
jugadores: ‘aquí el fútbol es profesional, pero por encima de todo es un honor
estar acá, así que quien no lo sienta de esa manera, no puede permanecer un
minuto más’. Sabemos que nos tienen que pagar por nuestro trabajo, pero ante
todo es un honor y una responsabilidad con el país. Para eso estamos los
hombres, hechos para la lucha, para la guerra y uno no sabe si en ella gane o
pierda, si triunfe o muera.
Es el gusto por
esta profesión, porque a mí nadie me la eligió ni me mandaron a que trabajara
en esto. No fue una necesidad, sino un gusto y una pasión que tengo desde niño.
¿En eso ayuda ser santandereano?
Pienso que sí.
El carácter, nuestra raza, estilo y nuestra forma de decir las cosas en su
momento, así sean atrevidas, y el no tener secretos, porque yo no los tengo de
nada ni de nadie.
¿Ser tan franco, con ese tonito golpeado, le ha
causado dolores de cabeza?
Yo no sé si
choque, pero el director del periódico El
Mundo, de Medellín, me mandó un consejo: ‘Por el hecho de llegar a la
Selección Colombia, no cambie nada de lo que ha sido en su vida’. Y no voy a
cambiar, así que si puedo hacer ese trabajo con el estilo que relativamente me
ha dado éxito en la vida, lo voy a
hacer; si no, me iré de una vez. Porque como le digo a los jugadores:
‘La maleta mía la tengo aquí, pero no me comprometo con nadie ni con nada.
Solamente con la Selección Colombia’.
¿Cuál es su principal cometido en su paso por la vida?
Como lo dije
cuando estuve en Costa Rica y Perú, dejar un legado. No me interesa si gané o
no, sino dejar unos principios, una concepción, una filosofía del trabajo. Si ganamos, bien; si no ganamos,
pues quedó el fundamento. Luego me dedicaré a la cátedra.
¿Para usted qué representa el jugador: un alumno, un
obrero o un amigo?
Tiene que ser
todo para uno. Es un alumno porque hay que enseñarle. Un hermano, porque uno
tiene que quererlo. Un hijo, porque hay que comprometerse con él y entregarle
hasta cariño. Y tiene que ser un hombre de compromiso, un ‘empleado de elite’
que tiene que entregar todo en la cancha y fuera de ella.
¿El técnico qué debe ser para el jugador? ¿Recuerda
que el tico Froylán Ledezma renunció
a su Selección y lo llamó ‘dictador’ con el argumento de que a usted no se le
podía discutir nada?
No se sabe de
quién fue el error: si de él o mío. No se sabe si a él de pronto, por sus
problemas personales, lo golpeara mucho que tuviera un jefe y un hombre que le
hiciera cumplir sus deberes. Siento más hoy un aprecio hacia él que un rechazo,
porque sé lo que le va a tener la vida. Pero sí, prefiero ser un dictador que
un pendejo.
¿Les infunde que más que unos tipos que saben patear
un balón, son personas?
Siempre les digo
a mis jugadores que me gusta que anden bien vestidos, que jueguen bien al
fútbol, que vivan con buenas mujeres y que vivan bien. Me parece que es
fundamental que se sientan bien, que se eduquen y que ganen cultura.
¿Lo sacan de casillas esos comentaristas que en la
radio y la televisión creen sabérselas todas?
Me sacan de
casillas y a veces veo tan injustas las cosas, pero entiendo. Uno de ellos
cuando me fui para Lima, me dijo: ‘Si usted lee los periódicos del Perú, se
vuelve loco’. Hoy estoy haciendo lo mismo: no estoy oyendo ni viendo los
programas.
Francisco Maturana es célebre entre otras cosas,
porque para él ‘perder es ganar un poco’. ¿Usted nació para triunfar o en su
vocabulario está la palabra derrota?
No, derrota no
hay, y lo reafirmo con el Cúcuta Deportivo. Jamás de mi boca salió la palabra
‘descenso’ para decírsela a los jugadores. Por el contrario, siempre les dije:
‘tenemos que ser primeros’.
Que uno la
piensa, no hay la menor duda, pero que esté en mi mente la derrota, no. Cuando
corría cada mañana en el estadio General Santander de Cúcuta, soñaba y me
decía: ‘este estadio me tiene que ver triunfar’. (Se emociona nuevamente y un
par de lágrimas ruedan por su mejilla izquierda).
Hay momentos
duros, sin duda. En Costa Rica, por ejemplo, siempre que terminaba un
entrenamiento soñaba que íbamos a ganar con el Alajuelense y soñaba que iba a
dirigir la Selección Costa Rica en el Mundial. Siempre sueño en ganar.
¿Cuál fue su sensación cuando llegó al Alajuelense y
le dijeron mire a ver qué hace con este equipo?
Le dije al presidente,
don Rafael Solís, ‘tranquilo, que aquí vamos a ganar’. Les pedí que vieran y
que me permitieran conocer mi trabajo, porque yo sabía que el cambio era muy
fuerte, como me lo reconocieron los jugadores. Felizmente puedo decir que
triunfé bien, que entregué un concepto de trabajo en un gran equipo que para mí
es un Real Madrid pequeño, y estoy dichoso de que ellos hayan entendido mi
filosofía. Siempre me paré en la mitad de la cancha y me metí dos frases en la
cabeza: ‘No me puedo adaptar al medio, cueste lo que cueste. Y el rechazo al
cambio es muy bravo’, y eso es lo que estoy viviendo en la Selección Colombia.
¿Cómo se caracteriza su método de trabajo?
Es un método
intenso, de compromiso, exigente, dinámico y con contenido táctico moderno, que
es clave. Dios me de la oportunidad de tenerlo en la Selección Colombia, porque
lo he probado con el Cúcuta, la Liga Deportiva Alajuelense y Alianza Lima y dio
resultados. Esos jugadores pueden decir si hay diferencia o no en el contenido
de mi trabajo.
¿Atacar, atacar y atacar es la constante?
Indudablemente,
pero yo quiero equipos equilibrados, porque ese es el fútbol, no recibir goles
sino hacerlos. Yo transfiero eso a mi método de trabajo.
Ver de su mano coronarse campeón del fútbol colombiano
a un Cúcuta Deportivo que llevaba nueve años en la segunda división, es como un
milagro en este fútbol donde lo que cuentan son los millones. ¿Su lección es
que se puede arrancar de lo más bajo para llegar a la cima?
Esa es la prueba
más real. No teníamos medios. Cuando llegué no había ni camisetas, el
kinesiólogo no tenía ni tijeras, andaba caminando por ahí porque no tenía nada.
Pero le dimos un vuelco total en la estructura deportiva y mental del equipo.
Lo transformamos. Fue muy duro y reconozco que tuve el apoyo y que los
jugadores también asimilaron, porque hay grupos que no asimilan, y Cúcuta
aprendió qué es ganar, cuál es el compromiso dentro del campo de juego y no
descuidarse un sólo instante.
¿Le pasó por su cabeza ver a un Cúcuta Deportivo en la
semifinal de la Copa Libertadores de América, codeándose con el Boca Juniors?
Era un proceso y
lo fue dando el equipo. El 50 por ciento de mi nómina hoy no juega y tienen
unos jugadores más experimentados, pero el trabajo que están haciendo es muy
bueno, respaldados por la afición. Eso ratifica que los cambios sociales y
económicos de una ciudad se dan a la par de los deportivos. A Cúcuta lo
cambiamos en todos los sentidos.
¿Cuáles fueron las claves?
Organización,
trabajo, entrega de los jugadores y apoyo de los dirigentes y la afición, que
ha estimulado mucho al grupo.
¿La Copa América que empieza en los próximos días en
Venezuela es para usted una tarea menor porque su mira está en el Mundial o le
va a poner toda la energía?
A la Copa
América le vamos a meter todo, independientemente de las eliminatorias. Después
del Mundial, la Copa es el torneo más grande para Colombia.
¿Sudáfrica es su obsesión?
Un sueño total y
tengo la certeza de que vamos a ir. ¡Esta no me la quitan de la mano! Tengan la
seguridad.
¿Al pisar cada estadio usted se persigna o su ego no
lo deja?
Pido al
Todopoderoso que me ayude y me persigno para tener la fe y la seguridad de
manejar el partido.
¿Qué ocurrirá el día que Pinto pierda
estruendosamente?
Es difícil que
eso pase porque mis equipos son muy regulares y equilibrados, pero se puede
dar. Mantener la calma, fundamentalmente, pero no he pensado nunca en eso.
Cuando se ve a tanta estrella que al llegar a las
selecciones no rinde, ¿eso quiere decir que hay que tener hambre para jugar
bien?
Tenga la
absoluta seguridad de que el que no tenga hambre y compromiso, en la Selección
Colombia no juega, así al otro día me saquen.
¿Siguen los colombianos viviendo de la nostalgia por
los Pibe Valderrama y los Tino Asprilla?
Puede ser, pero
fue una enseñanza muy buena. Hoy hay un concepto diferente a ese estilo de
fútbol con un jugador más táctico, más comprometido, más profesional, más
internacional, que también aporta mucho.
¿Se quemaría por un consentido? ¿El que no rinde se va
a la banca, así se la estrella?
Con el dolor del
alma y el corazón se lo diré, como se lo dije ya a Tressor Moreno: ‘no puede
estar en la Selección porque no cumplió con el reglamento’.
¿El peor paso dado cuál fue?
El momento más
difícil de mi vida fue dirigir el Atlético Bucaramanga, el equipo de la región
en que nací. Fue un momento inoportuno, por compromisos con amigos políticos,
de poder hacer algo por mi tierra y me equivoqué.
¿La mafia metida en el fútbol colombiano es un
capítulo cerrado o todavía se arreglan partidos y se compran estrellas?
Es un capítulo
cerrado, pero tengo que ser sincero y así como la mafia perjudicó en muchos
hechos al fútbol, también colaboró en su desarrollo.
¿Por qué decidió montar una oficina en la Federación
Colombiana de Fútbol, cosa que ningún técnico jamás había hecho, y no quedarse
en la comodidad de su casa cuando no está entrenando?
Es mi deber y no
quiero dejar pasar un instante ni un detalle de mi trabajo. Yo quiero
perfección y que en la Selección salga todo perfecto. ¡No nos podemos equivocar
en nada!
"Tengo la absoluta seguridad de que el que no tenga
hambre y compromiso, en la Selección Colombia no juega, así al otro día me
saquen”.
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