Cuando un
periodista -Pastor Virviescas- del Departamento Investigativo llamó por teléfono al ex canciller
Carlos Lemos Simmonds para preguntarle por el préstamo bancario obtenido del
Banco del Estado, presumiblemente violando las disposiciones que rigen para
estos casos, los colombianos tuvimos por fin oportunidad de conocer las razones
por las cuales nuestra política externa durante el cuatrienio anterior, fue tan
exitosa como la interna.
Tengo pruebas
reveladoras de las refinadas dotes diplomáticas y del exquisito manejo de la
lengua (literalmente hablando) del antiguo responsable de nuestras relaciones
internacionales. A continuación transcribo algunas de ellas. Si usted es muy
sensible, por favor, lea las siguientes líneas con los ojos cerrados; y si es
incrédulo, tenga presente que lo más increíble de este mundo es que está lleno
de increíbles. Como son, por ejemplo, las respuestas que el ex ministro de
Relaciones Exteriores dio al Departamento Investigativo el jueves pasado sobre
el préstamo al Banco del Estado, el sobregiro, la morosidad en cancelarlo, la
investigación de la
Procuraduría General y particularmente sobre tópicos que ni
siquiera se le preguntaron.
Vanguardia- Doctor, ¿a usted le formuló cargos la Procuraduría?
Carlos Lemos Simmonds-
No, nunca, pero espero que sí me los formule porque como la Procuraduría es
paranoica… el procurador es paranoico… los debe formular…. Él anda buscando
cosas, como este Gobierno y este medio en que andamos viviendo es eso, de
locura, pues debe buscar cargos… mientras la violencia y todo lo demás sigue
existiendo. Yo simplemente a la opinión le exhibo, como se lo dije al
Procurador, mi espléndida pobreza. Todos esos departamentos investigativos son
como el procurador, se echan pa´tras. ¿Por qué no investigan cuando Belisario
fue encargado de negocios en Madrid?
Vanguardia- Doctor,
¿en qué paró lo del sobregiro?
Lemos Simmonds- Yo
no sé si usted alguna hijueputa vez en su vida se ha sobregirado, pero ese es
el privilegio de los hombres pobres. Hagan un escándalo sobre mi sobregiro y
sobre las porquerías, y por qué no mira las otras, las de verdad, ala. Cómo
culos es que aquí están soltando a los narcotraficantes este vergajo de
Belisario?
Vanguardia- OK,
Doctor, muy amable de todas maneras.
Lemos Simmonds- Soy
un pillo, un vergajo, un bandido, ¿No?
Vanguardia- Pues no
señor, nosotros no estamos afirmando eso.
Lemos Simmonds- Ah,
bueno. Entonces pa’qué están haciendo escándalo?, ala. ¿Pa’joderse a un tipo
que está haciendo la oposición? Bueno, bueno ,
ahí les dejo. ¿Ustedes ya averigüaron bien la vaina, no es cierto?
Vanguardia- Pero
hasta el momento no se ha publicado nada.
Lemos Simmonds-
Entonces saque sus conclusiones. Pa´qué me llama a mí, si ustedes ya tienen sus
conclusiones. Estoy condenado como con el Procurador, con todo, la otra
justicia que hay en Colombia, la de ustedes.
Vanguardia- Bueno
doctor, de todas maneras muchas gracias.
Lemos Simmonds-
Bueno, nos vemos en el tribunal.
¿No sería mejor
ante la Academia de la Lengua?
Hasta aquí la columna Vía Libre ,
de 1984, con la que Silvia Galvis
deleitó durante años a sus lectores.
Y he escogido este
pasaje porque nos deja ver el estilo de una periodista que no se calló nada, que
dijo todas las verdades que pudo, por más duras que parecieran o sonaran.
Con el ingrediente
del humor fino y el sarcasmo, Silvia metió el dedo en la llaga de políticos,
gobernantes, caciques, dictadores en ciernes, amigos del estado de sitio, torturadores,
narcotraficantes, usurpadores de tierras, prelados desvergonzados... corruptos en
general.
Por ese trabajo en Vanguardia Liberal, y posteriormente en la revista Cambio y El
Espectador, Silvia no solo recibió el reconocimiento del Premio Simón
Bolívar, sino que se hizo acreedora a la confianza de cientos, miles de lectores
que la seguían con disciplina y le escribían sugiriéndole temas, entregándole
documentos, revelándole las pisadas de quienes se creían a salvo de su
implacable pluma. Y también, para qué negarlo, a las malquerencias en ciertos
casas curales y arzobispales donde no paraban de recetarle la excomunión y el
último de los infiernos.
El rigor profesional
fue otra de sus cualidades inquebrantables, y así, junto a su esposo Alberto
Donadio, nos inyectó esa pasión por el periodismo a quienes tuvimos la oportunidad
de ser sus discípulos en tiempos de gloria
o en días aciagos como aquella madrugada del estallido del
carro-bomba frente a las instalaciones de la Calle 34, o aquel mediodía cercano
a las elecciones de la Asamblea Nacional
Constituyente que por mayoría la Junta Directiva
del periódico decidió deshacerse de este aprendiz de jefe de redacción debido a
mi negativa de publicar una pieza hasta ese momento desconocida entre los
géneros que Guillermo León Aguilar y Carlos H. Gómez nos habían enseñado en las
aulas de la facultad creada por su padre Alejandro Galvis Galvis: la
autoentrevista.
Olfatear en el
último de los rincones, confrontar declaraciones con documentos, ¡dudar, dudar,
dudar! Estas fueron las lecciones que pudimos aprenderle a esa mujer de figura
frágil, pero recia, consecuente e innegociable, colmada de dulzura y de sentido
de humildad a pesar de provenir de una de esas rancias y todopoderosas familias
adineradas de Bucaramanga.
No podría pasar por
alto el constante interés de Silvia por la igualdad entre mujeres y hombres,
por la educación y la salud de los miserables, por la defensa del medio
ambiente, por el respeto a los Derechos Humanos y más en esa época en que un alto
porcentaje de manzanas podridas del canasto de las Fuerzas Militares hacían lo
que querían en el Magdalena Medio santandereano, o empezaban a germinar los
grupos paramilitares con la complacencia de empresarios y ganaderos que veían
en esos criminales un remedio para contrarrestar la peste de la guerrilla que
ya se distanciaba de su ideología enfocada en la justicia social.
Recuerdo la rabia
que se reflejó en la cara de Silvia al enterarse que una página en la que se
denunciaba la participación de militares en la masacre de Vuelta Acuña, había
sido ‘colgada’ la madrugada anterior por un informante colado en la redacción,
con la excusa de mantener las buenas relaciones con el generalato.
Eran tiempos de
Norbertos, Tiberios, José Luises, Rodolfos,
Titos y Eduardos, entre otros especímenes de la fauna criolla, con los que Silvia
no tuvo ningún tipo de consideración o ablandamiento. Y por eso se ganó la
enemistad de quienes la descalificaron, le inventaron historias e intrigaron
para provocar su salida.
Decisión que solo
se produjo cuando una Silvia hastiada de ver tantos horrores y tantos manejos
indecentes por debajo de la mesa, decidió regresar a la capital, donde ese
hogar de la libertad de prensa a toda prueba que era El Espectador de los Cano, de don Juan Guillermo, don Fernando, de Juan Pablo Ferro y
Marisol, la acogió con los brazos abiertos, y consolidó su imagen a nivel
nacional, sin que esto la desvelara, como sí la forma en que Patricia Lara filtrara sus
columnas antes de salir publicadas y por lo cual Silvia desistió de seguir en la revista Cambio.
Así como cada quien
tiene sus padres biológicos, debo decir esta noche que Silvia y Alberto han
sido los míos en materia periodística y en ese intento de ser una persona
íntegra que no calcula los costos cuando se trata de hacer una denuncia o fijar
un punto de vista, sobre todo en este país de desmemoriados en los que se
levantan altares a personajes como los mencionados dos párrafos atrás, a
quienes se les escucha con atención cuando hablan de pulcritud luego de salir
de prisión y convertirse en oráculos que se abrogan el privilegio de imponer
candidatos o se transforman en comentaristas con entrada a los clubes, así
figuren en la lista de morosos.
Fueron Silvia y
Alberto quienes después del paso por Vanguardia
Liberal me permitieron llegar a la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa como jefe de corresponsales y luego a El Espectador como Editor Internacional,
acumulando al día de hoy una trayectoria sin tacha, por convicción y a la vez
por compromiso con ellos.
-
Persistente como
ella sola, Silvia nos regaló también la serie de reportajes “Vida mía”; las
novelas “¡Viva Cristo Rey” y “Sabor a mí”; la serie de entrevistas “Los García
Márquez”; la obra de teatro “De la caída de un ángel puro por culpa de un beso
apasionado”; su compilación de columnas “De parte de los infieles”, y luego las
novelas “La mujer que sabía demasiado” y “Un mal asunto”, inspiradas estas
últimas en la cruda realidad de desfalcos, sobornos, chantajes y crímenes
durante la administración de ‘Un Señor Gordito’ que demanda a columnistas
desconsiderados que siguen hablando de maletas, ventiladores, elefantes y
coincidencias.
Creó personajes
como el fiscal Bruno Nolano, Pilatos, Cotorra, El Escorpión, el ministro
Riascos, el mayor Contreras, el tesorero Moreno, seres clasificados por Silvia
de la siguiente manera: “Los asesinos han crecido en un medio de violencia y
son unos sicarios que a lo mejor no conocen la piedad porque nadie tuvo
compasión con ellos. No es una forma de justificarlos, pero sí de explicarlos.
Pero los que no tienen redención son quienes tuvieron la oportunidad de ser en
la vida personas de juicio, de sensibilidad social y de tener un sentido mínimo
de la justicia, y no lo fueron, que son los personajes que encarnan el
Gobierno, que son a cual más de cínicos e insensibles”
Expresamente he
dejado a un lado a “Soledad, conspiraciones y suspiros”. Y lo he hecho porque
Silvia no cabía de la felicidad cuando en el año 2002 puso el punto final en la
página 888 de esta magistral novela de carácter histórico en la que dibuja con
pelos y señales a un presidente Rafael
Nuñez , reelegido cuatro veces --dos más que el ‘mesías’
Uribe--, y quien durante 14 años “usó el poder para decidir sobre la vida, los
bienes y aún la honra de los colombianos; prohibió toda crítica, se valió del
soborno para doblegar la oposición, condenando a prisión los restos del
radicalismo, formidable enemigo, vencido en la guerra civil”.
Un Nuñez atrapado
en la telaraña de esa conservadora ferviente llamada Soledad Román, quien “sin
importarle creencia sin doctrina, uniera su vida, sin bendición eclesiástica, a
un hombre indisolublemente atado por el sacramento del Crucificado, pues Rafael Nuñez había
contraído matrimonio católico con Dolores Gallego, en Panamá, varios años
atrás”.
Y un personaje
llamado Serafín Boquiflojo, autor del siguiente diploma: “La República de
Colombia confiere el título de Cínico – Polígamo – Ateo – Ladrón – Jesuita –
Godo – Ambicioso – Asesino – a Rafael
Nuñez ”.
“¡Ay! Señor de las
misericordias, no imagina el autor del ataque cuánto ha emponzoñado al objeto
del insulto; verdadero espanto sentiría si pudiera verlo destilando hiel, gota
a gota, desde lo más hondo de su alma. Instrucciones perentorias se están dando
en Palacio: ¡Descubrir a como de lugar la identidad de Serafín Boquiflojo. No
tendrán reposo los sabuesos de mi señora Soledad hasta que averigüen,
identifiquen y delaten; cuando lo descubran, le será aplicado el artículo 497
del nuevo Código de Policía, ordena éste ‘Arresto inmediato a quien profiera en
público palabras obscenas, distribuya escritos injuriosos, cante canciones
torpes, cometa acciones deshonestas que ofendan el pudor o las buenas
costumbres’; irá primero a la cárcel, después, la muerta sorprenderá a
Boquiflojo, sin acto de contrición, confesión de boca ni satisfacción de obra,
en el exilio”.
¿Su autora? Nadie
distinta a una Silvia
Galvis defensora a ultranza de la libertad de credo y de
pensamiento, que hoy, un año y medio después de su deceso, sigue con nosotros,
latente, sonriente, inspiradora… tierna con sus nietos, modelo para sus hijos
Alexandra y K. Sebastián, amorosa con su Alberto del alma a quien, junto con su
hermana Lucía, le debemos estos recuerdos y suspiros que nos alientan a seguir
adelante.
Concluyo con esta breve
referencia: Silvia, la admiradora número uno del filósofo, astrónomo, poeta y
hereje napolitano Giordano Bruno, había
publicado ese día otra ‘Vía libre’ dedicada en esta ocasión a la Familia López y su
controvertido proyecto textilero, así como la carretera que coincidencialmente
atravesaría su finca en los Llanos Orientales. Con un ejemplar en la mano, el
ex ministro Galvis
Galvis la abordó con la intención de hacerla cambiar de
parecer, pero Silvia le respondió: “Más bien usted tiene que cambiar de
amigos”.
Mañana, 3 de mayo,
es el Día Mundial de la Libertad de Prensa y Silvia, de hallarse en esta
dimensión, con certeza no acudiría a la celebración en la Plazoleta Interior
de la Gobernación de Santander, encabezada por el mismo sacerdote que en la
Iglesia de San Laureano bendijo el año pasado las candidaturas de Doris Vega de
Gil y Didier Tavera, ‘eximios’ representantes de la clase dirigente
santandereana, que se da el lujo de contar con un alto porcentaje de los
huéspedes de La Picota
Resort.
Mil gracias por no
haber desaprovechado la oportunidad de congregarnos hoy en esta Casa del Libro
Total, que nos alcahuetea este encuentro sublime en el que hasta un Pastor
tiene cabida.
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