sábado, 31 de julio de 2021

En memoria de Rafael Ardila Duarte

(Palabras del Señor Rector de la UNAB, Juan Camilo Montoya Bozzi, en las seis ceremonias de grados de las Facultades de Ciencias Jurídicas, Ciencias de la Salud, Ingeniería, Ciencias Sociales, Humanidades y Artes, Ciencias Económicas, Administrativas y Contables, y de Estudios Técnicos y Tecnológicos celebradas el viernes 30 de julio de 2021)

Rafael Ardila Duarte (1951-2021). Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

                       Rafael Ardila Duarte (QEPD). Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Quiero ofrecer un minuto de silencio para honrar la memoria de nuestro presidente de la Junta Directiva, Doctor Rafael Ardila Duarte, quien falleció este martes 27 de julio, y también la memoria del profesor del Programa de Administración de Empresas modalidad Dual, Gabriel Mauricio Martínez Toro, fallecido ayer 29 de julio.   

En la UNAB estamos apesadumbrados. Esta semana el virus letal nos arrebató a dos miembros de nuestra comunidad. Cuando aún no hemos asimilado la pérdida de nuestro presidente de Junta Directiva, ayer al mediodía nos enteramos de la desaparición del profesor Gabriel Mauricio, esposo de Gerly Carolina Ariza Zabala, docente del Área de Investigaciones. Mi más sentido pésame a ella y a su familia por la partida temprana de Gabriel Mauricio.

Sobre Rafael Ardila Duarte, más que el presidente de nuestra Junta Directiva, el covid-19 se llevó tempranamente a un empresario comprometido, un entusiasta inigualable, un amigo incondicional y un colombiano ejemplar.

Tal como su gran maestro Alfonso Gómez Gómez, Rafael Ardila Duarte amó de manera entrañable esta Universidad en la que se inició como Vicerrector Administrativo a comienzos de los años 80 del siglo pasado.

Entusiasta, generoso y efusivo, tres de las principales características de Rafael Ardila Duarte. Aquí junto a Rodolfo Mantilla Jácome y Alberto Montoya Puyana en una Asamblea de Corporados de la UNAB. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Sin buscar nada a cambio, más que ver crecer esta Institución y transmitir su energía a los demás, el Doctor Ardila Duarte sacó tiempo de su apretada agenda de negocios y de compartir con su propia familia, para participar en el Comité Financiero, para presidir las Asambleas de Corporados, para encabezar estas ceremonias de grados y hasta para dictar charlas en las que de manera espontánea y con la chispa que lo caracterizaba, defendía a capa y espada la rectitud como valor fundamental para cualquier ciudadano, estudiante, profesional, funcionario, gobernante o magnate.

                   Rodolfo Mantilla Jácome, Alberto Montoya Puyana y Rafael Ardila Duarte (QEPD)
               durante una Asamblea General de Coroporados. Foto UNAB / Pastor Virviescas G.

El optimismo y la sonrisa caracterizaron a Rafael Ardila Duarte, quien aún en las circunstancias más adversas alentaba a los demás diciendo "¡Vamos pa'lante!". Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez 

En reiteradas ocasiones hizo énfasis en que el mejor negocio del mundo es ser honestos y que el mayor activo que alguien puede poseer es el valor de la palabra, tal como lo aprendió de sus padres.

“Cuando la gente sabe que uno paga las cuentas, que honra su actuar y que no se está con ‘curvas’ ni jugadas, todo el mundo le ofrece la posibilidad de asociarse o de hacer negocios. Ese es el camino más recto”, manifestaba con total convicción.

El joven sangileño Carlos Augusto Vásquez Soto, ganador del Gran Premio Mono Núñez Instrumental 2019, contó con el apoyo de Rafael Ardila Duarte, quien impulsó su carrera musical con una beca para que estudiara en la UNAB. El miércoles 4 de agosto de 2021 se llevó a cabo un sentido homenaje a la memoria de Ardila Duarte (QEPD) y fue Vásquez Soto con su tiple uno de los encargados de interpretar dos composiciones de música andina colombiana, una de ellas "Veleñita", del veleño Francisco 'Pacho' Benavides. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

A pesar de su múltiples compromisos empresariales, de sus viajes por el mundo y de su actividad familiar, Rafael Ardila Duarte sacaba tiempo para participar en las actividades académicas, directivas y sociales de la UNAB, como aquí en la despedida de Isabel Villamizar, quien hasta 2018 laboró 39 años en la Institución. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Alberto Montoya Puyana y Rafael Ardila Duarte confiriéndole el Doctorado Honoris Causa al ingeniero Guillermo Schäfer Racero, primero rector que tuvo la Escuela de Administración y Finanzas (EDAF), precursora de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Caracterizado por su compromiso con las causas sociales, este hombre generoso a cual más les recomendaba a los jóvenes no hacer del dinero una obsesión, sino elaborar proyectos, planear y tener la decisión de sacar adelante sus sueños a pesar de las tempestades y fracasos que cada quien deba encarar.

Confesaba que la persistencia, la rectitud y la innovación permanente fueron los tres soportes que le permitieron convertirse en un referente en su departamento del alma. “La ventaja que tiene Santander es que hay santandereanos”, expresaba orgulloso de sus raíces.

Rafael Ardila Duarte en la toma de juramento a Juan Camilo Montoya Bozzi como Rector de la UNAB. A la derecha, Alberto Montoya Puyana, Rector saliente. Diciembre de 2018. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Rafael Ardila Duarte y Alberto Montoya en la posesión de Juan Camilo Montoya Bozzi como rector de la UNAB. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Rafael Ardila Duarte (QEPD) y el rector de la UNAB, Juan Camilo Montoya Bozzi. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez
El optimismo y la constancia fueron dos de los factores que predominararon en la vida de Rafael Ardila Duarte, lo mismo que su chispa y forma sencilla de relacionarse con los demás. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez



En una tierra en la que con frecuencia nos dejamos llevar por el individualismo, por intereses mezquinos o por el pesimismo, Rafael Ardila Duarte sostenía que estas ariscas breñas sí son un campo fértil para hacer empresa, porque además se cuenta con un elemento a favor: la laboriosidad de sus gentes.

Debido a sus actividades comerciales tuvo la oportunidad de recorrer el mundo e impregnarse de ideas para aplicar en esta región, siempre con el reconocimiento a sus ancestros que por generaciones arañaron las montañas para poder educar y sacar adelante a profesionales como Ustedes que hoy tienen la dicha y la fortuna de haberse formado en esta casa de estudios.

        Rafael Ardila Duarte gozaba compartiendo su experiencia y motivando a estudiantes y        docentes para aunar tanto capacidades como esfuerzos para construir un país más equitativo, que brinde oportunidades. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez



A Rafael Ardila Duarte le encantaba compartir con los estudiantes su trayectoria desde el colegio y la universidad hasta las decenas de proyectos que echó a andar como aporte al desarrollo de Bucaramanga y Santander. Fotos UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Con enorme regocijo recuerdo sus palabras aquella mañana de agosto de 2019, aquí en este mismo Auditorio ‘Carlos Gómez Albarracín’. En esa Lección Inaugural, nos expresó que “las fábricas más importantes son las universidades, las fábricas del intelecto humano. Nada más importante le ha pasado a Santander que se hubiera fundado la UIS y después nuestra Universidad Autónoma de Bucaramanga”.

Alfonso Gómez Gómez y Rafael Ardila Duarte en el mes de marzo de 2011, Auditorio 'Carlos Gómez Albarracín' de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez 

Lo decía alguien que a los 18 años de edad y como estudiante de Economía de la Javeriana se rebuscó montando una fotocopiadora con el capital semilla de 20 mil pesos que al dos por ciento de interés le prestó su padre, así como con los incipientes ingresos del libro llamado “Curso Preuniversitario de Física, Química, Matemáticas, Biología y Actitud Verbal. 5.000 preguntas-5.000 respuestas”, un compendio de las pruebas de admisión de prestigiosas universidades elaborado por el Grupo de Asistencia Técnica (GAT), pomposo nombre detrás del cual solamente estaba él pero del que logró vender cerca de cien mil ejemplares.

            Rafael Ardila Duarte y su esposa Nancy Arenas en la exposición del pintor David Manzur                                             en la Casona UNAB. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez 

En la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro, celebrada en 2017, la invitada principal fue la profesora y activista de derechos humanos estadounidense Jody Williams (primera de derecha a izquierda), ganadora del Premio Nobel de Paz 1997, quien estuvo acompañada en primera fila por Rafael Ardila Duarte y su esposa Nancy Arenas, grandes impulsores de la cultura. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez 

A su señora esposa Nancy Arenas, a sus hijos Ángela María, Efraín y Rafael Eduardo, les expresó a nombre de esta Familia UNAB nuestra más sentida voz de condolencia, pero también un infinito agradecimiento por habernos prestado a ese ser maravilloso que hoy ya no está con nosotros en esta dimensión, pero que nos seguirá brindando sus luces para hacer de esta Institución el más grande aporte al bienestar y desarrollo de nuestra sociedad.

En la despedida de María Victoria Puyana Silva como Secretaria General y de Gilberto Ramírez Valbuena como Vicerrector Administrativo y Financiero de la UNAB. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

                             

En el mismo acto de despedida, Rafael Ardila Duarte en compañía del rector de la UNAB, Juan Camilo Montoya Bozzi, así como de María Victoria Puyana Silva y Gilberto Ramírez Valbuena. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

En el borrador que había elaborado para esta ceremonia (el cual fue hallado en su escritorio y facilitado por su hija), el Doctor Rafael nos planteaba esta reflexión: “¿En qué nos encontramos hoy?”, y respondía: “Estamos como en un vacío, en una tierra de nadie, y por ello corresponde a la juventud prepararse para asumir el funcionamiento normal de Colombia, la rectificación indispensable y marcar el rumbo nuevo dentro de las realidades que deja esta inesperada catástrofe”.

“Por ello –complementaba–  a Ustedes, señoras y señores egresados, les corresponde una labor grande en sus vidas: una con la profesión, otra con la Patria y otra con el prestigio de esta Universidad”.

                      Rafael Ardila Duarte falleció el pasado 27 de julio de 2021. Sus ideas y su                                                                 obra perdurarán. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez


Su invitación, tengámosla presente, es a continuar preparándonos para influir en la vida nacional, para conocerla mejor y para seguirla paso a paso. “Y, naturalmente, para ver cuáles son las aspiraciones de nuestros compatriotas en la ruta de progresar y de sanar las heridas profundas que deja esta época trágica, pero que también debe generar esperanzas y actos positivos”.

Embebido del afán de conocimiento por lo nuevo, este defensor a ultranza de la libertad de pensamiento y de cátedra nos dejó dicho que “la historia nos enseña que los pueblos, como las familias y los hombres y mujeres, se superan en la adversidad. Esos obstáculos deben ser demolidos entre todos para entrar en triunfo al porvenir”.

Rodolfo Mantilla Jácome, Alberto Montoya Puyana, Juan Camilo Montoya Bozzi y Rafael Ardila Duarte en diciembre de 2018. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez


Poseamos una cultura general ampliada para comprender el mundo que saldrá de esta nueva realidad; tengamos como objetivo finalista dejar en cero el analfabetismo y que cada compatriota tenga una profesión, una destreza técnica o una capacidad laboral para ganarse la vida; apelemos a la beligerancia constructiva; demostremos que podemos cooperar; y salgamos de esta torre de marfil para participar en lo que nos corresponde conocer, evaluar, rectificar y solucionar. Estas fueron algunas de las recomendaciones que con anhelo e ilusión quería compartirnos hoy.

“Ahora que tantos dirigentes nacionales han visto que es bueno mirar, de tarde en tarde, hacia la colina inspirada de la primera juventud”, decía el Doctor Ardila, a los expertos les corresponderá el diseño y ejecución de un plan de recuperación de todo lo perdido en la tragedia que aún se prolonga, y que “cuando pase la oscuridad del presente, la luz al final del túnel nos devuelva la esperanza, ya que la responsabilidad será cada vez mayor porque en poco tiempo debemos recuperar el tramo perdido y construir las bases del proyectado porvenir”.

                     Rafael Ardila Duarte (QEPD) y Alberto Montoya Puyana, dos grandes amigos,
                                    dos motores de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.
                                                    Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez


Dando fehaciente demostración de su talante, finalmente el Doctor Ardila Duarte nos alentó así: “Mi optimismo sobre la posibilidad de actualizar y transformar al país, de sustituir lo envejecido y anquilosado, es apenas el resultado de la experiencia que hemos vivido recientemente y que aún nos acosa. Dura prueba la que sorpresivamente nos otorgó el destino, pero la sociedad colombiana y la Universidad Autónoma de Bucaramanga saben que están obligadas a estar a la altura de su deber”.

Para Ustedes señoras y señores graduandos, nuestra más sincera felicitación. La UNAB siempre seguirá siendo su casa. Muchas gracias.



Como Presidente de la Junta Directiva de la UNAB, Rafael Ardila Duarte (QEPD)
participó con entusiasmo del acontecer universitario dado su amor por la Universidad Autónoma de Bucaramanga y su convicción en la educación como factor de cambio para la sociedad colombiana.
Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Rafael Ardila Duarte (último a la derecha de la fotografía) en compañía de los demás miembros de la Junta Directiva de la UNAB y del entonces rector Alberto Montoya Puyana recorriendo los laboratorios e infraestructura de la Facultad de Ciencias de la Salud. / Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

En la misma visita a la Facultad de Ciencias de la Salud de la UNAB. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Rafael Ardila Duarte nació el 24 de diciembre de 1951 en el hogar de Efraín Ardila Serrano y Cristina Duarte. Cursó su bachillerato en el Colegio San Pedro Claver y se formó como economista en la Universidad Javeriana (Bogotá), con Especialización en Alta Gerencia en la Universidad de los Andes (Bogotá). Fundó la empresa Rayco y desempeñó cargos públicos como gerente del Instituto del Seguro Social y de las  Empresas Públicas de Bucaramanga. También fue candidato a la Alcaldía de Bucaramanga en el año 2000, pero fue derrotado por el estadounidense Néstor Iván Moreno Rojas (condenado por corrupción dentro del escándalo del 'Carrusel de la contratación'). Ardila Duarte se venía desempeñando como presidente de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma de Bucaramanga y falleció por covid-19 el pasado martes 27 de julio de 2021 en Floridablanca. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez

Rafael Ardila Duarte, junto a Alfonso Gómez Gómez, Armando Puyana Puyana y Carlos Gómez Albarracín (entre otros), formó parte de los grandes impulsores del Instituto Caldas y la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Foto UNAB / Pastor Virviescas Gómez





martes, 16 de marzo de 2021

Cien años del natalicio de un librepensador santandereano llamado Alfonso Gómez Gómez

Pocos como Alfonso Gómez Gómez

(Este perfil lo escribí para los portales de la UNAB y fue publicado el 12 de marzo de 2021)

Hace 36.525 días, en el amanecer del sábado 12 de marzo del año 1921, nació en una aldea situada a orillas del río Suárez, en el municipio de Galán, uno de los dirigentes más probos y que mejor servicio le han prestado a esta región y a Colombia entera.

De él y ante el fragor de las elecciones de 1989 para la Alcaldía de Bucaramanga, el constructor Armando Puyana Puyana expresó: “Siempre hemos pensado que el candidato sea un hombre mesurado, de gran experiencia en el manejo de la cosa política, de manos limpias, importantísimo, todo lo cual encarna y representa con creces este santandereano ilustre”. Su nombre: Alfonso Gómez Gómez.

Alfonso Gómez Gómez en su finca de recreo en la Mesa de los Santos (Santander) 
por allá en el año 2011. / Foto PVG

Abogado de la Universidad Libre de Bogotá (aunque cursó tres años de su carrera en la Universidad Nacional y tuvo entre sus profesores al ‘caudillo del pueblo’ Jorge Eliécer Gaitán), educador, diplomático y político de una trayectoria intachable que inició como concejal de Galán y concluyó más de medio siglo después como concejal en la ‘Ciudad Levítica’, luego de desempeñarse como diputado, juez municipal, magistrado del Tribunal Administrativo del departamento, representante a la Cámara, senador, ministro de Gobierno (hoy del Interior), embajador ante la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, China y Uruguay, así como dos veces alcalde de Bucaramanga y otras tantas gobernador de Santander.

Liberal de filiación, pero sobre todo heraldo de un ideario de apertura, tolerancia y diálogo, Gómez Gómez fue reconocido tanto por conmilitones y adversarios, lo mismo que  los ciudadanos de a pie, como una persona sensata para formar juicio y con el tacto para hablar y obrar, cualidades propias de quienes actúan con discreción y no con ánimo de retaliación o afán de figuración.

En un país en el que por generaciones tantos gobernantes se han visto envueltos en delitos y escándalos de corrupción, Gómez Gómez jamás pisó esos terrenos y por el contrario se mantuvo siempre firme en sus convicciones, que no eran otras que las de ser la voz de campesinos, obreros, mujeres cabezas de hogar y todo aquel que con un simple voto depositara en sus manos no solo la confianza sino el futuro mismo.


“Ustedes conocen mi rostro, mi nombre, mis obras y mi vida. Las razones sobran”, sintetizaba con amabilidad este adalid al que nadie pudo señalar un acto doloso, y quien aun entrado en años no se fatigó de recorrer a caballo, en canoa o en campero los 87 municipios de Santander, constatando las condiciones de supervivencia, necesidades y reclamos de quienes supieron distinguir en él no solo su ecuanimidad sino el valor de su palabra.

De espíritu noble y generoso, Gómez Gómez no dudaba en detener la marcha por las trochas del Carare o García Rovira cuando alguien le abordaba para exponerle una situación o simplemente implorar un par de alpargatas para ir a la escuela. Y es bien sabido que en los constantes viajes a su natal pueblo de Galán, lo primero que hacía era abarrotar el vehículo con elementos de primera necesidad para sus paisanos del asilo.

“Lo asistió un temperamento aplomado, un andar lerdo, y un pensar reflexivo, como si advirtiera que su existencia sería larga, sin afanes, sin tropiezos, pero siempre pensando en avanzar y en dejar una huella perdurable”, subraya Eduardo Durán Gómez, presidente de la Academia Colombiana de Historia.

Con la coherencia que lo caracterizó, el hijo de don Agustín y doña Sara se definía como un líder afirmativo mas no sectario, un peso pesado de la política que supo ganar sin arrogancia, alguien con quien los demás sabían a qué atenerse. Con espontaneidad, aseveraba que “a la gente no le gustan las personas gelatinosas, líquidas, que toman la forma de la vasija que las contenga, porque las reputa oportunistas o débiles de carácter”.

Acompañan a Gómez Gómez el entonces rector de la UNAB, Alberto Montoya Puyana, y el actual presidente de la Junta Directiva de la Universidad, Rafael Ardila Duarte. / Foto PVG


Gómez Gómez, junto a Armando Puyana y Carlos Gómez Albarracín, entre otros, le dejó al Oriente colombiano una de las instituciones de mayor prestigio y que más ha aportado a nuestro desarrollo: la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), maravilloso fruto de aquella semilla plantada por allá en 1952 con la fundación del Instituto Caldas, en tiempos de oprobio en los que tanto planteles de primaria como de secundaria eran cerrados a quienes no se ajustaran a los preceptos de la ideología conservadora imperante.

Dos de sus estandartes, vigentes siete décadas después y razón de ser de la entidad, han sido la cátedra libre y la libertad de expresión, los cuales se suman a los principios de ética e integralidad, con puertas y mentes abiertas al conocimiento, la innovación y la protección de los recursos naturales.

Fue un convencido de que “quien no lee, difícilmente aprende a escribir”, razón por la cual en su agenda diaria siempre figuró “leer mucho para escribir un poco mejor”. Sabiduría, olfato y vivencias que plasmó en las columnas que por décadas escribió para el periódico creado por su amigo Alejandro Galvis Galvis o en sus libros: “Mirada profunda a un mundo cambiante”, “El seminarista de los ojos tristes” (sobre el piedecuestano Luis Enrique Figueroa Rey) y “Apuntes para una biografía”. No por casualidad fue presidente honorario de la Academia de Historia de Santander y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

Como faro de miles de bachilleres y universitarios, Gómez Gómez predicó y aplicó su máxima: en vez de maldecir, ¡encendamos la luz!

“Entendió que la verdadera opción para la gente está en su nivel educativo. Miles de personas han encontrado en el Instituto Caldas y en la UNAB la oportunidad de su vida, y de paso la posibilidad de ayudar a la región y a sus coterráneos a través del conocimiento y del trabajo especializado. ‘La región progresa, si la educación se garantiza’ y bajo esa premisa trabajó hasta el último día de su vida”, acota Durán Gómez.

Alfonso Gómez Gómez fue un aldeano santandereano que de concejal del pueblo de Galán llegó a desempeñar altos cargos públicos como alcalde de Bucaramanga, gobernador de Santander, senador, embajador y ministro de Gobierno (Interior) en la administración del conservador Belisario Betancur. Fruto de su matrimonio con Maruja Bohórquez, nacieron sus hijos María Susana, Sara Inés,
 María Victoria, Eulalia y Tiberio. /Foto PVG

Con una lucidez envidiable y una memoria prodigiosa, este bienhechor falleció en Bucaramanga el 17 de abril de 2013 a los 92 años de edad. Su única tentación o principal debilidad –hay que decirlo–, fue el dulce. Si no que lo digan aquellos que los sábados eran sus convidados a deleitarse con un flan de piña o quienes atónitos le vieron preparar los huevos del desayuno no con aceite, sino con miel de abejas.

Ese mismo personaje de habitual ceño fruncido que narraba con gracia cómo de joven sobrevivió al descarrilamiento del ferrocarril entre Simijaca y Chiquinquirá (Boyacá) porque como apenas le alcanzaba para el boleto en tercera clase solamente sufrió contusiones al caerle encima el equipaje. O el que con 65 calendarios en los hombros no pereció en el accidente de la avioneta piloteada por Milton Salazar Sierra, cuando al aterrizar en San Vicente de Chucurí debido a lo corto de la ‘pista’ dio volantines, derribó arbustos y fue a parar al lecho de la quebrada.   

Alfonso Gómez Gómez y su amigo y discípulo Rafael Ardila Duarte, presidente de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB). / Foto PVG

Pocos, poquísimos quizá, como Alfonso Gómez Gómez, “un hombre que casi se acerca a la santidad”, tal como señalara el poeta Rafael Ortiz González.

Un Gómez Gómez que en palabras del ex presidente de la República, Alfonso López Michelsen, “no era un político sino un pastor de almas, un guía, un consejero, a quien como pude comprobarlo, las gentes se acercaban para hacerlo partícipe de sus preocupaciones y angustias, o en búsqueda simplemente, de una orientación segura para resolver sus problemas”.

domingo, 21 de febrero de 2021

El periodismo hace 25 años


(Columna de Adriana Villegas Botero @AdriVillegas publicada en el periódico La Patria,
 de la ciudad de Manizales, el 6 de diciembre de 2020)

El viernes pasado celebré (en realidad no celebré nada: celebro ahora con ustedes) el equivalente a mis bodas de plata con el periodismo: el 4 de diciembre de 1995 empecé como practicante en la sección “Vida colombiana” de El Espectador y esa experiencia que duró más de un lustro me enganchó a dos actividades que todavía son parte de mis rutinas cotidianas: leer prensa y escribir.

No existía Transmilenio, así que madrugué mucho para poder llegar a las 8:00 a.m. Supuse que esa era la hora indicada para presentarme y pagué mi primiparada: tuve que esperar en la recepción porque los periodistas empezaban a llegar después de las 9:00 a.m. Llegaban algunos. Muchos se reportaban telefónicamente y aparecían al final de la tarde, o simplemente no iban: llamaban para dictarle datos de su reportería a algún compañero que pudiera recibir la información, redactarla y subirla al sistema antes del cierre.

Teníamos dos horas de cierre: una al final de la tarde para la edición nacional, que tenía que imprimirse y llevarse al aeropuerto para distribuirse por avión y luego por carretera a distintos municipios del país, y otra en la madrugada para circular en Bogotá. Así, desde mi primer día laboral, entendí que las jornadas de los periodistas tenían hora de inicio pero no de fin, y que la noche era el momento de mayor frenesí.

Era la época del gobierno Samper, el elefante, el embajador Myles Frechette y la descertificación de Estados Unidos a Colombia. Pastor Virviescas, el sarcástico editor internacional, lucía una bandera de Estados Unidos en su escritorio, y mi primer jefe, Diego Chonta, me decía cosas que yo anotaba como si fueran instrucciones, aunque se tratara de pequeñas bromas. En general se vivía un ambiente de amistosa camaradería colectiva, con mística, risas, chiflidos y cierres nocturnos que incluían carreras en sillas de rodachines, entre escritorios rebosantes de periódicos viejos, revistas, documentos, informes y fotos. Papeles y más papeles en una época anterior a Internet y Wikipedia

El periódico estaba dividido en secciones, cada una con editor. “Vida Colombiana” era el contacto con los corresponsales en todo el país. Ellos enviaban sus textos por fax, un equipo de digitadoras los tecleaba, junto con columnas de opinión, cartas del lector y otros contenidos que llegaban en papel, y después nosotros ajustábamos el artículo al espacio asignado: a veces recortábamos y a veces mutilábamos. También ocurría que cuando la página estaba lista entraba un aviso publicitario que obligaba a sacrificar alguna nota, para felicidad del equipo comercial y tristeza nuestra. El editor enviaba el artículo a los correctores para una revisión gramatical y de estilo y después imprimían las hojas de prueba para lectura del jefe de redacción y los directores. En cuanto a la fotografía, los corresponsales gráficos iban todos los días al aeropuerto para enviar los rollos que alguien recibía en El Dorado y revelaban en un cuarto oscuro contiguo a la sala de redacción.

Lo cuento porque nada de eso existe hoy. Por supuesto ya no hay digitadores, que desaparecieron con el uso de correos electrónicos; pero tampoco hay correctores de estilo: fueron suprimidos en alguno de los recortes de personal originados por la falta de publicidad, que migró hacia Google, Facebook y otras plataformas plagadas de noticias falsas. Desaparecieron también, y por la misma razón, los corresponsales de medios que siguen definiéndose como “nacionales”, aunque ya no lo sean; no hay editores internacionales y están desapareciendo los demás editores, que equivale a decir que un equipo de fútbol en crisis decide suprimir el cargo de director técnico. En cuanto a los cuartos oscuros, la fotografía digital eliminó la magia del revelado: ese milagro de ver un papel sumergido en una sustancia química, en el que lentamente y bajo una luz roja empiezan a emerger manchas que se convierten en figuras claramente definidas.

No soy de las que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Hoy hay muchos ejemplos de buen periodismo y creo que celulares con grabadoras y cámaras, así como medios con páginas web, ofrecen posibilidades impensables para el periodismo que se hacía hace pocos años. Sin embargo, cuando veo la mediocridad de quienes se limitan a “copiar y pegar” lo que reciben por grupos de Whatsapp, sin ningún ejercicio de edición, o el facilismo de quienes reemplazan la entrevista (¡con lo maravilloso que es entrevistar!) por la petición de enviar un audio por Whatsapp, siento desazón: no solo por lo que eso implica en términos de calidad informativa para las audiencias: también por el respeto que merece la tradición de un oficio en el que el rigor importa.