Habla el
exmagistrado que desde su columna en El Espectador se ha convertido en una de
las plumas más críticas y mordaces de la prensa colombiana.
Más allá del
conocimiento que le da el doctorado en Filosofía del Derecho y Derecho
Constitucional de la Universidad de Kiel (Alemania), el abogado Rodolfo Arango
Rivadeneira se ha convertido en uno de las voces más respetadas no solo en
cuanto a esa materia se refiere sino al análisis de la institucionalidad y los
males que afectan a Colombia.
Desde su columna
en el diario El Espectador, este
intelectual afina su puntería cada miércoles, apelando a argumentos de fondo y
atreviéndose a meterse con los poderosos. “La triste historia de Alejandro Ordóñez
y de su reelección con la complicidad de ‘servidores públicos’ y algunos grupos
de la sociedad, hace necesario volver a los clásicos. Más cuando las amenazas a
la libertad acechan y la corrupción se expande. Uno de ellos es Nicolás de Maquiavelo. No bastó el ejercicio
religiosamente sesgado de la función pública -absolviendo parapolíticos y
condenando opositores- para impedir la nominación por los altos jueces. Ahora
el reparto del botín burocrático para provecho propio en una institución mal
diseñada y peor administrada servirá para que los senadores terminen la tarea”,
ha dicho Arango del procurador santandereano.
“Comenzó mal el nuevo movimiento político Puro Centro Democrático. La
derecha radical siempre ha sido desafiante, temeraria, prosopopéyica. Detrás de sus proclamas salvíficas se esconden
torvos intereses. María Isabel Rueda ha distinguido acertadamente entre la
crítica legítima y la agitación militar contra el Gobierno. El agasajado
exministro Londoño y ahora promotor político ostenta una sanción disciplinaria
con inhabilidad de doce años, lo que no le ha impedido presentarse como adalid
de la patriótica corriente de pensamiento. No importó ese detalle a los
organizadores de la oposición ultramontana. El líder del movimiento, el
carismático expresidente Uribe, arrastra tras de sí una notable estela de
inhabilitados, condenados, reos y prófugos de la justicia que lo acompañaron o
apoyaron políticamente en su gobierno, ese gobierno cuyo período resultó
doblado gracias a la compra de votos en el Congreso”, ha escrito este profesor
universitario que trabaja en la Universidad de los Andes y se ha desempeñado como
magistrado auxiliar y conjuez de la Corte Constitucional.
De su pluma también han salido frases como: “Colombia quiere ser una
República Democrática. Por lo menos eso dice el artículo 1º de la Constitución.
No está claro, sin embargo, qué
se requiere para ser una república. Por lo menos tres condiciones deben
procurarse para ello: la soberanía popular, el Estado de derecho y la garantía
de iguales derechos para todos. Ninguno de estos presupuestos se cumple actualmente.
El saqueo de los recursos mineros por multinacionales con la complicidad de un
puñado de nacionales y en desmedro del medio ambiente sano y sostenible; la
compraventa de testigos en la entidad encargada de investigar y acusar antes
los jueces; el robo de datos personales de millones de colombianos por parte de
agentes del Estado, son sólo tres ejemplos recientes que muestran la distancia
entre el ideal republicano y la realidad”.
¿Con sus columnas a qué títere no deja sin cabeza?
(Sonríe) Yo creo
que el ejercicio de la crítica es necesario en un país dogmático y la crítica
ayuda a la democratización de la sociedad. En sentido, tenemos que adecuarnos a
pensar críticamente sin que eso se interprete como una descalificación de las
personas, sino por el contrario que se les toma muy en serio.
¿Cómo hace un doctor en Filosofía del Derecho para
hablar en el mismo ‘idioma’ que utiliza el común de los mortales que leen un
periódico?
Ese es el reto
semanal con la columna en El Espectador,
y es cómo aterrizar un discurso muy abstracto y teórico a cuestiones y
situaciones concretas que les lleguen a las personas. Es todavía incipiente el
esfuerzo porque sigo siendo muy teórico, pero la idea es politizar a la
población -en el mejor sentido de la palabra-, crear ciudadanía, crear
deliberación basada en razones y un buen termómetro son los comentarios a las
columnas, en donde el nivel de pugnacidad es muy fuerte cuando uno plantea
temas polémicos como por ejemplo aborto o eutanasia, que la sociedad no está
preparada para discutir pausada y razonablemente, pero también el tono de los
comentarios lo pone el columnista precisamente no siendo tan polémico y más
bien sopesando las posiciones.
¿Pero para qué meterse en líos comentando sobre ese
tipo de temas, cuando podría quedarse en su oficina pontificando sobre Platón?
Básicamente
porque hay personas que están en el activismo y en la lucha social y política
que requieren apoyo y de refuerzo no solo moral sino también a nivel
teórico-conceptual, y esas personas son tan valiosas en lo que están haciendo
por la democracia colombiana que los académicos no pueden quedarse al margen en
la ‘torre de marfil’ de la Academia, sino que deben bajar al terreno y tratar
de comunicar sus ideas, y ahí se dan cuenta como académicos que tampoco son
dioses o semidioses, ni levitan al Olimpo, y tienen que esforzarse en
justificar bien sus posiciones.
¿Algún tema vedado o que usted prefiera dejar
engavetado para no ganarse dos enemigos más o un tiro?
¡No! No hay
temas vedados, no debe haberlos. El compromiso con la democracia y con los
derechos humanos en Colombia es muy grande, y sobre todo en una sociedad tan
sumamente injusta y tan inequitativa y con tanta manipulación y tanta pobreza,
no debe haber temas vedados.
Sí, pero atreverse a cuestionar al expresidente
Álvaro Uribe, quien aún cuenta con tantos seguidores y fanáticos…
Hay que hacerlo.
Claro, no deja de implicar sus riesgos cuando uno piensa no en uno mismo porque
podría ser prescindible sino en sus seres queridos y en sus allegados, y ahí
puede surgir la verdadera limitación y mordaza, pero afortunadamente he contado
con seres queridos que no me exigen que ponga por encima del interés nacional
los intereses de la familia y eso me pone en una situación privilegiada que
seguramente muchos otros no tienen.
¿Se conocerá algún día todo lo que sucedió en esos
ocho años de los dos periodos presidenciales de Uribe Vélez?
Es difícil. El
contexto cada vez es peor y las negociaciones de paz van a ayudar a que todos
los implicados se tapen con la misma cobija y busquen sus salidas favorables
sin que realmente se conozca toda la verdad y todas las responsabilidades, y se
asuman esas responsabilidades. El gran perdedor en este contexto de negociación van a ser la verdad y los
derechos de las víctimas, mientras que el triunfador será la impunidad. Eso se
está anunciando ya abiertamente.
¿Le teme a las descalificaciones y que digan: ‘Ése
es un loquito izquierdista infiltrado en Los Andes y fuera de eso amigo del
senador Jorge Robledo’?
De alguna manera
pienso que de pronto es torpe por parte de uno porque pueda suscitar vías de
hecho que trunquen el proyecto democratizador, pero no; creo a la postre hay
que asumir esos riesgos y tener el valor civil de seguir denunciando,
ponderadamente investigando y tratando de que la gente confíe más en la razón
que en la arbitrariedad.
Usted ha sido uno de los principales críticos del
procurador general, Alejandro Ordóñez Maldonado. ¿Se hizo al lado de la talla
en madera de Cristo -que hay en este restaurante donde estamos haciendo la
entrevista- para que lo proteja de alguna maldición?
(Sonríe) Para mí
el procurador general encarna uno de los peores vicios de la sociedad
colombiana, y es que detrás del cariz de pío y de gran cristiano se esconde una
persona que no tiene mientes en ejercer todos los mecanismos del poder para
sacar avante sus fines y sus convicciones más profundas, muy legítimas pero
finalmente unas convicciones más dentro de las muchas que hay en el país. Esa
es una cuestión que a mí me alegra, que el procurador Ordóñez Maldonado haya
llegado tan lejos y tenga tanta visibilidad, porque va a empezar a destapar lo
que es por ejemplo los manejos de poder en la Rama Judicial en los organismos
de vigilancia y control, y eso no es sano para la democracia.
Necesitamos
avanzar hacia un fortalecimiento de la función pública y desacoplar lo que son
los cargos de las grandes instituciones y establecimientos del Estado, de lo
que es la dirección política. Max Webber, un teórico (alemán) muy importante lo
decía: ‘Habrá posibilidad de un Estado moderno cuando haya una burocracia
independiente profesionalizada’, y eso no hay en Colombia. En este país hay
botines burocráticos clientelistas aupados por convicciones ideológicas,
metafísicas, religiosas, y eso no es conveniente para una democracia.
¿Y en ese juego perverso caen las Cortes?
Las Cortes caen
en pleno, porque en Colombia lamentablemente ha hecho carrera un pragmatismo
muy grande por parte de los actores. Cada uno piensa que su cuarto de hora no
se puede dejar escapar y hay que aprovechar esa situación para escalar en
posiciones políticas. En Colombia no hay una ética pública de que los hombres
públicos, los estadistas, se forman en el estudio, en la consagración a las
ideas, sino en aprovechar las oportunidades. Eso lo vemos en todo momento,
todos los días.
¿El descrédito de las instituciones permite concluir
que no hay salida?
No. El pueblo
tiene un papel importantísimo que jugar y pienso en la movilización social.
Cada vez la sociedad civil tiene un papel más protagónico, por lo mismo más
responsabilidad en mejorar la democracia. El aspecto institucional hasta el
momento no podemos prescindir de él, hay que mejorarlo, pero es claro que las
instituciones tienen una tendencia al enquistamiento, a permitir espacios de
corrupción y maquinarias de influencia política, y por eso tiene que ser tan
inteligente el diseño institucional. Se está viendo en Colombia que tenemos que
rediseñar de nuevo todo el sector Justicia, el sector de los organismos de
control, el tema de la nominación y los periodos de los magistrados… no es más
sino acordarnos de la fallida Reforma a la Justicia para ver el esperpento que
se puede lograr cuando realmente no impera la razón sino la sinrazón en el
terreno institucional.
Con tanto escándalo que hay en la justicia
colombiana, ¿será que jueces y magistrados reprobaron la materia de ética o que
simplemente no la cursaron?
El gran problema
de la justicia en Colombia es la formación de los abogados y la formación
judicial. Hay un déficit enorme en formación democrática de los jueces. En
otros países como Argentina existen jueces por la democracia y la formación
cívica-política de los jueces es muy grande; aquí las estructuras no ayudan.
Hay grandes individuos demócratas en el Sistema de Justicia a todos los
niveles, no me cabe la menor duda, incluso en las Altas Cortes, pero existe un
problema estructural de cómo ascienden los jueces en el escalafón y cómo todo
obedece a un aparato de promoción bastante clientizado, donde la libertad de
expresión y la posibilidad de crear Derecho y de realizar la Constitución por
parte de los jueces está conductada y controlada por los círculos de poder de
la altas esferas. Eso no es conveniente y acaba con la independencia judicial y
con jueces demócratas.
Entonces
requerimos de un diseño institucional algo diferente, donde la promoción de los
jueces no dependa de la voluntad de los magistrados de las Altas Cortes, y por
otro lado donde la educación de la Escuela Judicial Lara Bonilla, por ejemplo,
sufra un cambio radical en sus metas, en sus métodos pedagógicos y en sus
contenidos.
¿Los abogados están saliendo bien preparados de las
universidades o de entrada ese es el problema?
Es muy
diferencial: en las altas universidades privadas salen magníficos abogados en
las áreas del Derecho Privado y del Derecho Público para estar al servicio de
intereses igualmente de gran envergadura, y entonces en ese sentido hay una muy
buena calidad en una elite selecta de ciertas universidades, pero si uno
desciende hacia universidades privadas de baja calidad o a universidades
públicas en regiones, empieza a ver las dificultades que llevan a una mala
formación profesional y en el Derecho lo grave es que no somos conscientes aún
del peligro social que implica estar graduando miles de abogados no
calificados. Ese es un riesgo social altísimo y el país no está consciente de
ello.
¿Esos miles de personas que han salido en diferentes
marchas por Bucaramanga a defender la preservación del Páramo de Santurbán son
desadaptados y que le están haciendo el juego a la guerrilla, o por ahí es el
camino para defender los recursos naturales?
La intuición de
esas personas y de esas movilizaciones es muy válida y creo que es la acertada;
lo que falta es todavía el concepto, y es que claramente estamos desarrollando
un modelo económico y un modelo de vida, y no tenemos una alternativa clara que
ofrecer. Entonces prima más la protesta que es interpretada como entorpecer las
posibilidades de desarrollo del país, y mientras no tengamos un concepto de
bienestar y de desarrollo que se concilie con lo que son los derechos de la
naturaleza, no creo que podamos sacudirnos de esa estigmatización como
revoltosos, como disociadores, que se le da a los movimiento sociales ambientales.
Hay que pensar
en mirar un poco hacia la experiencia en Ecuador y Bolivia, donde se ha
avanzado bastante en el tema constitucional, y eso supone un cambio de actitud
social que es muy importante y que en Colombia todavía estamos algo lejos de
lograrlo.
¿Y usted ni es aliado de la guerrilla, ni enemigo
del desarrollo?
De hecho y
sobreestimando mi influencia, me vi medio en boca de los guerrilleros (de las
Farc) en la mesa de Oslo (Noruega) cuando rechazan la actitud de los que llaman
‘los que quieren una paz rápida’. Considero que la guerrilla le ha hecho un
enorme daño a la política en Colombia, además de muchas personas en la
población y en particular a la izquierda por optar por las vías armadas. Hay
una enorme pusilanimidad en la actitud de la guerrilla en no querer asumir la
responsabilidad política que le cabe por no hacer posible que haya avances
democráticos de izquierda y se empeñe en la amenaza y en la coacción por vía de
las armas, y que después autojustificadamente salga con la idea de que ellos
simplemente se defienden y que no dañan a nadie. Eso es autojustificatorio e
inaceptable como tal.
Comparto con la
guerrilla muchos de sus planteamientos ideológicos, de sus cuestionamientos al
sistema por la corrupción, la manipulación y la casi ausencia de democracia,
pero nada de eso para un verdadero demócrata justifica el uso de las armas para
tratar de sacar avante sus convicciones.
¿Le ve futuro al incipiente proceso entre el
Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Farc?
¡Muy poco! Creo
que lamentablemente dentro de algunos meses se va a invertir la situación. Muy
a mi pesar, yo fui uno de los esperanzados al inicio, pero ya viendo como
definitivamente las luces del escenario de los medios de comunicación y el
protagonismo internacional simplemente muestran que no se está a la altura
todavía de un paso hacia la paz y hacia la civilidad. Se avecinan tiempos más
oscuros, a donde va a retornar el uribismo al poder y en ese sentido va a ser
una nueva desilusión.
¿Entonces hay algo más oscuro que la oscuridad?
En una lógica
guerrerista es totalmente funcional el fracaso a las fuerzas en combate, y es
que extrema las contradicciones y eso es lo que buscan los sectores más
radicales dentro de la confrontación. Considero que al presidente Santos se le
precipitó el proceso ante la caída estrepitosa en sus encuestas y entonces se
jugó la carta muy anticipadamente, con la desfortuna de que no estaba preparado
el plato y se va a convertir en un fiasco.
Procurador Ordóñez reelegido, presidente Santos
reelegido… ¿Qué le espera a los colombianos?
Lo de la
reelección de Santos no lo tengo tan claro, porque pueden suceder otros hechos,
pero en buena parte si eso sucede esperaría un continuismo en la política de
guerra y de confrontación y en el avance de un ambiente fundamentalista,
dogmático, pseudoreligioso, que nos va hacer retroceder bastante en materia democrática.
¿Se siente cómodo escribiendo en las páginas
editoriales de El Espectador o
preferiría estar en El Tiempo al lado
del exministro Fernando Londoño Hoyos y del exasesor presidencial José Obdulio
Gaviria (cuando estaba)?
(Sonríe) Digamos
que a veces es ambivalente, porque mantenerse en un diario tan liberal, tan
abierto a las ideas, a la deliberación, en donde se siente tanta comodidad como
El Espectador, es muy cómodo y de
pronto valdría más la pena que uno fuera una voz aislada y disidente en un
medio adverso, en un medio hostil como el de El Tiempo, y sobre todo que llegaría a otras audiencias que a lo
mejor leyéndolo a uno empezaran a cavilar y a considerar otras razones. En ese
sentido no sería mala idea pensar en acudir a El Tiempo, pero por ahora estoy muy a gusto en El Espectador.
¿Aún con el riesgo de que solo dure una columna?
Sí, exactamente.
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