Entrevista al dirigente indígena del Cauca, Gilberto Yafue, quien habla
de cómo los Nasa (Páez) han hecho respetar su territorio en medio del conflicto
armado interno colombiano y a 519 años de la invasión española. Más de 600
muertos han tenido que poner estos pueblos sedientos de justicia social.
A Manuel Quintín
Lame Chantre (1880-1967), el líder indígena más importante de Colombia en el
siglo XX, le violaron a su hermana Licenia (muda) en la guerra de 1885 y le
mutilaron a machetazos y asesinaron a su hermano Feliciano en la Guerra de los
Mil Días. Nació en El Borbollón (Cauca) y murió en Ortega (Tolima). Dedicó su
vida a la defensa de los indígenas del Cauca (donde tuvo más de 50 mil
seguidores), Tolima, Valle, Huila y Nariño, trabajó para terratenientes que no
le pagaban un solo centavo, luchó por crear una ‘República Chiquita de Indios’
en oposición a la ‘República Grande de Blancos’, reclamó la tierra de sus
ancestros, pagó más de seis años de prisión en una mazmorra (atados los pies
con grilletes e incomunicado), protagonizó reiterados intentos de
levantamientos armados, fundó escuelas, escribió libros, no le dio pena
reclamar sus derechos como indígena y entregó su vida por la causa.
Pero 44 años
(2011) después de su muerte, Manuel Quintín Lame sigue vivo. Eso al menos es lo que asegura
Gilberto Yafue, directivo del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), quien
enarbola las banderas de “resistencia y lucha en defensa de la unidad,
autonomía, tierra y cultura”.
Yafue vino a
Bucaramanga el 30 de agosto con el propósito de participar en el taller
nacional ‘Mediaciones e intermediaciones en el conflicto armado colombiano’,
organizado por Pensamiento y Acción Social, Unión Europea, Diócesis de Quibdó,
Fundación Cultura Democrática y la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB.
Entrevista a este indígena caucano que es considerado por la Unesco como “Maestro
en Sabiduría” y quien porta la voz de más de un cuarto de millón de esos otros
colombianos a los que los blancos miramos con desdén.
¿El CRIC es una aliado de cuál de los actores del
conflicto? ¿O es una organización que se hace respetar y no se deja involucrar
en la guerra?
El CRIC es una
organización indígena, más o menos de enfoque gremial, que recoge las banderas
de lucha de muchos años, dirigido a tres derechos: la defensa del territorio,
la defensa de la identidad y la búsqueda permanente de mejores niveles de
autonomía y autodeterminación. Hablamos de autonomía de pueblos diversos, y en
consecuencia no nos hemos casado con ningún grupo armado e incluso con ninguna
política del Gobierno porque siempre hemos sido atropellados en la construcción
de esta Colombia y más han sido las leyes de despojo que a nuestro favor. Lo poco
que hemos ganado, lo hemos obtenido a través de la movilización y de la lucha
constante.
No somos solo una
organización indigenista, y eso lo demostramos en la movilización de 2008 donde
también sentimos en nuestro corazón y en nuestra piel que el pueblo colombiano
tiene unas necesidades insatisfechas y que hay unas políticas lesivas que nos
juntan y que nos ayudan a sentir esa crisis que hay en este país.
¿Cómo hicieron para decirle a la guerrilla, a los
paramilitares y al Ejército que su territorio es sagrado y que no se metan con
ustedes?
Enfatizando mucho
ese derecho de pueblos originarios, peleando derechos particulares
diferenciados. Poco a poco hemos ido ganando en términos legales y
constitucionales unos derechos particulares. En términos de un marco fuerte de
identidad y sentido de pertenencia, a los territorios indígenas los
consideramos como unas casas en donde habitamos y uno cuando se siente
propietario de su casa, a un ladrón nunca le abre las puertas. Por el
contrario, si hay dignidad, identidad y sentido de pertenencia, al que viene a
hacer daño hay que sacarlo a garrote.
¿A cuánta gente representa el CRIC?
Mal contados somos
264 mil indígenas que corresponden a siete pueblos plenamente identificados y
otros tres más que están en proceso de identificación. Tenemos una cobertura de
área geográfica de 544 mil hectáreas, de tres millones y un poco más que tiene
el Cauca, haciendo claridad con esa cifra de que no somos terratenientes como
se ha dicho. Esas 544 mil hectáreas corresponden a tierras que no nos hemos
dejado despojar, así que desmentimos eso que dice el Gobierno que
‘generosamente nos ha dado’. Nadie puede dar de lo que nunca ha sido suyo. Esa
tierra la hemos conservado bajo la figura protectora de los resguardos, figura
que se instauró en la época de la Colonia. Hoy en día somos 79 resguardos y 111
cabildos. Cuando el CRIC empezó solamente éramos seis cabildos.
¿Cuál es el costo que ustedes han tenido que pagar por
esta causa?
En términos de
víctimas es doloroso porque cualquier proceso fuerte como en el caso de
nosotros que hemos confrontado a la insurgencia, especialmente a las Farc, y al
Gobierno en términos de políticas lesivas, la estrategia más cercana es
eliminar los cuadros políticos visibles. La lista es interminable y podemos
contar más 600 compañeros asesinados, sin contar los desaparecidos. Mujeres,
jóvenes, gobernadores… la lista es larga, sin contar las amenazas, el
desplazamiento y el despojo territorial del cual hemos sido víctimas.
Uno de los casos más sonados es el de Edwin Legarda, esposo
de la consejera mayor Aída Quilcué, muerto por disparos de miembros del
Ejército de Colombia en 2008.
El caos fue cogido
en flagrancia. La Fuerza Pública en una emboscada ultima al esposo de la
compañera Quilcué. Nosotros lo asumimos como una retaliación del Gobierno
porque eso fue posterior a la minga de resistencia social de 2008. Demostramos
en estrados judiciales esa situación en la que por lo pronto han declarado
culpables a unos pobres soldados, que en últimas son los que ponen el pecho en
el conflicto, pero la verdad tiene que darse para determinar quién es el autor
intelectual de este crimen. Detrás de ellos hay unos mandos y hay un Gobierno
que nosotros consideramos son los responsables y los pensadores de esta
estrategia de generar miedo a cualquier espacio de movilización.
En 2010 entrevisté a su compañero dirigente Feliciano
Valencia, quien a su regreso a la zona fue detenido. ¿Qué pasó en ese caso?
En la minga de
resistencia social y comunitaria en La María-Piendamó, el Gobierno infiltró un
militar y la guardia indígena en su ejercicio de control identificó a esta
persona, la puso a disposición de la comunidad y el cabildo mediante un debido
proceso le aplicó unos remedios propios del movimiento indígena, y luego se le
entregó al Gobierno a través de delegados de la ONU. Sin embargo, el Ejército y
el soldado contrademandaron, acusando al movimiento indígena en cabeza del
compañero Feliciano, de secuestro y tortura. Nosotros nos estamos defendiendo
ante la justicia, pero creemos que esta es otra forma de estigmatizar y
menospreciar la jurisdicción especial indígena vía artículo 246 de la
Constitución Nacional, que nos ganamos en la Carta Magna. Al soldado se le
respetó su vida y su integridad; lo que hicimos fue aplicar un derecho. Si no
es por la guardia que lo protege, las cosas habrían pasado a mayores.
Por tradición los blancos hemos observado a los indígenas
con menosprecio. ¿Ustedes cómo nos miran?
De esa situación
son culpables la educación y el modelo económico implementado aquí, donde el
que sabe es el doctor o el licenciado, y ahí pare de contar. A quienes no
tenemos estudio o se nos dificulta el idioma español, porque hablamos nuestro
propio idioma, no podemos relacionarnos.
Para el caso de
cómo los vemos a ustedes, la sociedad mayoritaria no indígena, hoy estamos ante
el reto de una modernidad y una interculturalidad. Lo que hay que afirmar es
que ambos nos necesitamos. Ambos tenemos valores, tenemos conocimientos y
fortalezas, y compartimos un territorio. Aquí no puede haber situaciones de
menosprecio, de desigualdades en términos del color de la piel o del
pensamiento. No podemos olvidar tantos años de olvido, de marginamiento y
atropello, pero seguramente la gente del común no es culpable. Los culpables
son los gobiernos que impulsan políticas sectarias o egocentristas, inclusive
el mismo racismo. Yo no culpo a la mayoría de la sociedad colombiana; aquí nos
tenemos que ayudar y saber que todos somos necesarios y que podemos convivir
pacíficamente.
En cuanto al tema de la avasallante minería, ¿para
ustedes qué significa la Tierra?, ¿Por qué defender la naturaleza?
En su sabiduría, la
madre Tierra como ser vivo está dispuesta a generar sus mejores frutos sin
distinción de ningún conocimiento. Para nosotros es particular el hecho de que
sustraerle algún elemento, sea agua o un mineral, pues estamos contribuyendo a
que pierda su razón de ser y se generen desequilibrios. Cuando uno concibe una
madre y ella le da el sustento diario, uno tiene que retribuirle en su
protección integral porque dependemos de ella. Nuestro futuro es de agua y
oxígeno, más que de oro y petróleo, Ningún petróleo, ningún oro va a suplir
nuestras necesidades básicas. El tema minero se agudiza y no nos oponemos a la
minería artesanal, pero en lo que tiene que ver con la minería a gran escala y
a cielo abierto, que arrasa cualquier forma de vida y sobre todo donde se
afecten sitios sagrados de producción de agua, ningún grupo humano va a cambiar
el oro por dos elementos vitales que son su agua y su oxígeno.
No solamente los
indígenas sino todo grupo humano que propenda por seguir existiendo y dejarle a
las futuras generaciones unas condiciones mínimas de vida, tenemos que
oponernos a las multinacionales y a la gran minería.
¿Cómo es que un tipo con apenas quinto grado de primaria
y sin ninguna maestría o doctorado, es considerado Maestro en Sabiduría?
Lo importante aquí
es poner a su pueblo en su corazón, sentir la piel de la gente. Se trata de
sensibilidad, de afectos, de sentimientos, de entender que la gente tiene
derecho a profesionalizarse, pero el hecho es que uno siempre esté al seno de
su gente. Hay que salir a conocer otros mundos y otras experiencias, porque eso
enriquece, pero lo importante es identificarse con su gente y ayudarla. Que uno
tenga esa confianza y esa credibilidad, y en cualquier escenario defender a su
pueblo. No pensemos con el cerebro, pensemos con el corazón, porque el corazón
genera sentimientos, pero también razón y sustentación. El valor de la palabra
hoy en día se ha perdido y el principal legado de los mayores es el respeto a
la palabra y el respeto a las ideas. Eso lo aprendí escuchando a los mayores y
hoy en día la gente se puede reír de eso, pero era una forma de educarlo a uno.
Con ese largo camino recorrido por ustedes los indígenas,
¿la salida al conflicto armado interno colombiano es a punta de bala, por la
vía de la negociación o que venga otro ‘mesías’ parecido a Álvaro Uribe?
Las opciones de la
vía militar arrasante de la derrota no es posible, porque la sangre es sangre y
una víctima va a dejar sentimientos de venganza y resentimiento. Los indígenas
estamos convencidos que la paz o la armonización del país, el equilibrio de las
fuerzas, se logra es a través del diálogo, de los argumentos, de la palabra. No
podemos desconocer que en Colombia hay unas razones estructurales por las
cuales se argumenta el conflicto, pero ningún ser humano puede tolerar la
degradación donde se ponga en riesgo la vida. Frente a eso, la palabra, el
diálogo, las ideas, son la mejor ruta para desarmar el corazón y buscar una
salida civilizada, propugnando porque estas desigualdades que son el caldo de
cultivo del conflicto se vayan subsanando. Se necesitan mejores gobiernos y
gente nueva. Tenemos que salir de esas élites que han gobernado el país, porque
aquí hay gente buena pero el problema es que no nos han dejado participar.
¿Las Farc hoy en día les tienen respeto o los miran con
desconfianza?
Al igual que el
Gobierno, nos ven como una piedra en el zapato. Para ellos somos una dificultad,
porque cuando empezamos a hablar de sitios de asamblea permanente -otros los
llaman sitios de paz o de convivencia-, donde rechazamos la violencia, entonces
nos ubican como traidores o ajenos a esa causa. En la actualidad hay cierto
grado de respeto, pero más que respeto nos siguen mirando desconfiadamente
porque no somos afines a esa política, porque hablamos de autonomía. Pero de
igual forma nos mira el Gobierno colombiano.
Ante tantos problemas, ¿por qué no se 'asila' en Bogotá o
Cali?
¡No! Es una opción
errada porque yo sigo viviendo en el campo y nuestra concepción de la Tierra es
muy particular. No es aconsejable la ciudad. En el campo hay oportunidades. Yo
soy agricultor, me gusta trabajar la tierra. Ahora estamos sembrando café e
inicialmente lo hicimos con el fique y la cabuya. Pero indígena, campesino o
afrodescendiente que no tenga su huertica para asegurar su comida diaria, ¡está
jodido! De ahí en adelante lo que hay que buscar es fuentes que nos generen
otros ingresos para los temas de salud, la educación y la vivienda, pero la
Tierra es bendita, la Tierra produce. Es nuestra principal fuente de ingresos y
debemos ser agradecidos y no abandonarla. Por muy fuerte que sea la violencia,
tenemos que hacer todo lo posible por enraizarnos y quedarnos en nuestra
tierra. No hay opción. Los guerreros precisamente lo que buscan es que
abandonemos el campo. El futuro nuestro, así usted no tenga estudio o no tenga
plata, es el campo. La Tierra es bendita y siempre nos dará de qué comer.
Tengo una esposa,
tres hijos y una nietica. La tierra es poca, entre lo que heredamos mi señora y
yo por parte de papá y mamá, pero es suficiente para sostener a una familia. A
diferencia mía, hay gente que no tiene tierra, y por eso luchamos. Por ahora no
me quejo porque con lo poco que tenemos nos podemos sostener.
¿Quintín Lame quedó en el olvido?
Para nosotros no.
¡Quintín Lame sigue vivo! La sociedad colombiana lo recuerda como un personaje
que se levantó en armas, no para tomarse el poder sino para defender a nuestros
dirigentes que nos estaban matando. Casi fue una obligación. Hay una enseñanza
de que es un error tomar las armas porque un arma en la mano es para matar,
pero es bueno aclarar que Quintín Lame no lo debemos recordar como un actor
armado. Para nosotros Quintín Lame fue la persona que dignificó el ser
indígena. Él nos decía: ‘no se avergüencen de ser indígenas, hablen su lengua,
rescaten sus valores, fortalezcan su tierra’. Nosotros lo seguimos recordando
como un indígena que nos hizo sentirnos orgullosos de ser indígenas y hoy en
día vemos que el indígena va en cualquier parte del mundo y habla su lengua, se
identifica como indígena y no le da vergüenza sea cual fuere el espacio al que
lo llamen.
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