Sin proponérselo,
el sacerdote claretiano Darío Antonio Echeverry González hizo su primer
milagro: vino en 2011 a buscar un pacto por las víctimas y la reconciliación, entre los
candidatos a la Alcaldía de Bucaramanga y la Gobernación de Santander, y a las
pocas horas logró que Richard Alfonso Aguilar Villa y Horacio Serpa Uribe se
abrazaran efusivamente y hasta bromearan.
El párroco Echeverry,
además de estar al frente de la Basílica Menor del Sagrado Corazón de Jesús o
Iglesia del ‘Voto Nacional’ en Bogotá -por la cual está dispuesto a dar su vida
para que no se derrumbe- , en el momento de esta entrevista era el coordinador del Área de Reconciliación de la
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (Cnrr).
El propósito de este
cura es poner a pensar a los colombianos que los problemas se resuelven
pacíficamente mediante la convivencia ciudadana y dinamizando la democracia con
la participación e inclusión de las personas afectadas por el conflicto armado
en concurso con los demás miembros de la sociedad y de la institucionalidad de
este país en guerra desde hace más de medio siglo.
Esta es la
entrevista concedida por este caldense nacido en un hogar
de diez hermanos, nueve de los cuales se dedicaron al servicio del prójimo y él
al servicio de Dios, como jocosamente lo apunta.
¿La paz de Colombia es algo tan esquivo que su generación
y la mía no la veremos?
La paz significa
muchas cosas. Si por paz me estás diciendo las negociaciones con los actores de
los grupos armados, yo tengo ciertos temores aunque sé que hay cosas que se
están moviendo y qué bueno que se estén moviendo, pero las cosas no son fáciles.
Me pregunto: ¿Negociar con el Coce (Comando Central) es negociar con el ELN
(Ejército de Liberación Nacional? ¿Negociar con ‘Alfonso Cano’ y con los
miembros del Secretariado es negociar con las Farc (Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia)? Yo me permito dudarlo. Y entonces hasta tanto
exista la posibilidad de involucrar a todas estas organizaciones, pues en ese
momento se podrá pensar en el éxito de una negociación con esos actores
armados. Pero aún más: ¿Será que el problema de Colombia son meramente las Farc
y el ELN? ¿O será que es necesario tener en cuenta todos aquellos factores de
poder? Y hago una pregunta impopular e incómoda: ¿será que los narcotraficantes
son un factor de poder en el país y deberán ser tenidos en cuenta a la hora de
una negociación? Yo creo que sí.
De cara al cese del conflicto armado interno, usted ha
hablado reiteradamente de establecer unos ‘mínimos’. ¿Eso significa ‘hagámonos
pasito’?
¡No!, y perdone la
respuesta tan impulsiva, es que ni siquiera creo que esos ‘mínimos’ sean lo
mínimo para la paz. No son las causas objetivas del conflicto, pero sí son unas
ventanas de oportunidad que le quitan razones a la confrontación armada. Es
quitarles la razones a la confrontación; es a través de la implementación de
unas políticas públicas que surgen a partir de esos ocho mínimos, como se
pueden ir ambientando unas condiciones de paz. Y desde ahí viene una voz de
reconocimiento y de respeto al presidente (Juan Manuel) Santos con la ‘Ley de
Víctimas’, con la ‘Ley de Tierras’. Con esto se le están quitando razones al
conflicto. Es de lo mismo que proponemos desde la Comisión de Conciliación y
desde la Iglesia con esos ‘mínimos’. Es ‘quitémosle razones al conflicto’. A
través de ellos y de su implementación, abramos ventanitas de oportunidad. Eso
es.
En 1998 entrevisté al general Manuel José Bonnet Locarno,
a la sazón comandante de las Fuerzas Militares, y admitió: “El Ejército y el
ELN tenemos coincidencias”. ¿Será que entonces en el fondo de todo hay unas
causas sociales y económicas a las que toca atacar de raíz, para que la única
cara del Estado no sea la de los soldados, sino la de los puentes, los puestos
de salud, las escuelas…?
¡Sí! Y te está
hablando un cura…
Pero no le veo el clériman. (Entonces, aunque está vestido de saco y corbata, saca de su bolsillo
derecho un rosario de color marrón y lo pone sobre la mesa. Hago lo propio con
un rosario blanco que hace unos meses me obsequió el obispo Leonardo Gómez
Serna).
Y de esos mismos
monseñor Leonardo le regala a todo guerrillero que se encuentra, y a todos los
actores del conflicto que se le cruzan en el camino. Un día salimos de
Bucaramanga en un helicóptero a recoger al hijo de Margarita Olaya, secuestrado
por el ELN tres años, un adolescente sordomudo, y cuando fuimos a la liberación,
al final después de hablarles a cerca de 30 guerrilleros, les dijo que tenía
unos rosarios y que se los iba a dar pero solamente a quienes se comprometieran
que lo iban a utilizar. Y vi yo a esos 30 guerrilleros haciendo cola, y al
comandante bravo porque le tocó como de quinto. Eso es muy significativo y es
lo que tú dices: ¿será que hay coincidencias entre el ELN y las Farc con esa
lucha por la paz y por la reconciliación que tiene la Iglesia? Pienso que hubo
muchos elementos comunes, hubo, pero monseñor Jaime Prieto (obispo de
Barrancabermeja y de Cúcuta) en un encuentro con el Coce les decía: ‘Ustedes
apelan a una filiación en relación con la Iglesia por aquello de la Teología de
la Liberación, pero el mundo cambió, el pensamiento social de la Iglesia
evolucionó, y ustedes se quedaron anclados en el ayer. Yo creo lo mismo. Con
‘Antonio García’, con ‘Pablo Beltrán’, con Nicolás Rodríguez (Bautista), con
‘Francisco Galán’, hablábamos de una posible negociación y ellos decían:
‘¿Sobre qué agenda?’ Y ellos decían: ‘Tenemos que reconstruirla’. Y entonces me
preguntaba yo: carambas, ¿es que aquella agenda por la que lucharon tantos años
hoy no tiene sostenibilidad? Le preguntaría lo mismo a las Farc. Aún más: ¿Será
que la agenda que construyeron conjuntamente los miembros del Secretariado y el
Gobierno de Andrés Pastrana podría ser hoy la misma agenda? Yo creo que no.
¿Las Farc están heridas de muerte? ¿Debilitadas? ¿O
rearmándose para dar un zarpazo?
¿La ETA está
debilitada?
Pues parte de los presos de ETA están diciendo que
quieren acogerse al Acuerdo de Gernika.
Y sin embargo, ese
grupúsculo ETA es capaz de generar situaciones como las del aeropuerto de
Madrid. Y entonces para mí la pregunta es esta: por pequeño que sea el enemigo,
por pequeño que sea el factor determinante de poder, llámese Bacrim, ELN o Farc, el problema no es
la pacificación; el problema es la paz. Y la paz se logra en una mesa, y la paz
se logra mirándose a los ojos, y la paz se logra construyendo conjuntamente un
proyecto de país.
Si la pacificación no es el problema, ¿entonces de qué
sirvieron los ochos años de bala y ‘Seguridad Democrática’ de Álvaro Uribe
Vélez?
Hubo un avance en
‘Seguridad Democrática’, pero no hubo avance en la construcción de paz, y el
problema para el país es la construcción de unas condiciones de convivencia
digna entre las personas, pero además de eso hay que pensar en la paz. Por eso
decía que una cosa es paz y otra es negociación de una salida política al
conflicto armado. Son cosas distintas. No se pueden identificar.
Cuando fue comandante de la II División del Ejército
acantonada en Bucaramanga, el general Harold Bedoya Pizarro decía que había que
dialogar pero una vez todos los comandantes guerrilleros estuvieran en la
cárcel. ¿Cuándo es el momento del diálogo? ¿Quién o qué determina el instante
preciso para dialogar?
Siempre… así estén
todos en la cárcel. El tenerlos en la cárcel no quiere decir avanzar en la
construcción de paz; puede ser avanzar en la construcción de pacificación. La
paz va mucho más allá de una negociación, de una salida política al conflicto
armado. La paz es mucho más que eso. Y ahí sí mirar condiciones de justicia,
superación de la inequidad existente en el país y construir condiciones de
reconciliación. Y construir condiciones de reconciliación es construir
condiciones de confianza, recuperación de la confianza entre las comunidades
entre sí, y de las comunidades con el Estado, por ejemplo.
El Congreso y el Gobierno del presidente
Juan Manuel contemplaron la posibilidad de crear un marco legal, un proyecto de
reforma constitucional para que los desmovilizados que muestren voluntad de paz
participen en política. ¿Eso es como ensillar sin tener las bestias?
¡No! Es que el
mundo cambió, la justicia penal internacional cambió, los estándares
internacionales son distintos y es necesario ver un conflicto atípico como es
el conflicto colombiano, dentro de las posibilidades que un nuevo marco legal
permite. Por ejemplo, esa es la razón por la cual fue nombrado por el
presidente Santos, Eduardo Pizarro Leóngómez como nuevo embajador de Colombia
ante La Haya (Holanda). Y es para poder desde La Haya, donde tiene su sede la
Corte Penal Internacional, que el embajador de Colombia tiene que estudiar y
tratar de ambientar la atipicidad del conflicto colombiano, para ver cómo puede
ser acogida, cómo puede ser respaldada por esos nuevos estándares
internacionales.
¿Se puede dialogar con quienes las Fuerzas Militares
llaman ‘terroristas’ y ‘bandidos’?
Creo que el
lenguaje ha cambiado. Aún enjuiciando algunas acciones realizadas por los
grupos armados, indudablemente la actitud no es tan polarizante como la que
pudo darse en otros momentos de la historia del país.
Dicen que los hinchas del Deportivo Independiente
Medellín, se han quedado sin una falange del dedo índice derecho de tanto
golpear e insistir en que ‘este año sí seremos campeones’. Álvaro Uribe Vélez
juró que acabaría con la guerrilla, pero ‘la culebra sigue viva’. El presidente
Santos le ordenó a su ministro de Defensa (Juan Carlos Pinzón) que logre
ese cometido en los próximos meses. ¿Será que los colombianos van a sufrir la
misma mutación de los fanáticos del DIM?
Lo que no se puede
perder, y menos de parte de la Iglesia, es la esperanza. Usted Pastor y sus
lectores, tienen que soñar para sus hijos una Colombia reconciliada y
en paz, para que sea una Colombia próspera. Todos tenemos, poniendo nuestro
granito de arena, que contribuir a hacer realidad ese artículo 22 de la
Constitución Nacional que dice que la paz es un derecho, pero también es un
deber, y es una tarea de todos los colombianos.
Monseñor Leonardo Gómez Serna (obispo de Magangué) repite
sin cesar que “la paz es una obra de Dios”. ¿Ese señor que está crucificado
cómo puede ayudar a la paz en Colombia en lo real, no solamente en lo
espiritual o en las oraciones?
Hay heridas tan
profundas en el pueblo colombiano que el tema de la reconciliación ser
convierte en una condición sine qua non
para que podamos avanzar en la construcción de una Colombia en paz. Y entonces
viendo ese dolor tan profundo de las víctimas del paramilitarismo, de las
víctimas de la guerrilla, etcétera, yo considero que ese señor, ése que tú
dices marcado por un Inri, él puede hacer posible lo que humanamente es casi
imposible: la reconciliación y el perdón.
¿Entonces sería apelar a lo que usted ha dicho: primero
está el corazón?
Indudablemente.
La Ley de Justicia y Paz, aparte de un fracaso (seis años
y 34 mil procesos pero solo cuatro fallos), qué más fue?
Tan tajantemente yo
no lo creo. Cuando a mí me dicen estándares internacionales, pregunto cuáles
son los que me propuso la solución al conflicto armado en Suráfrica. Ellos no
tienen un marco legal como el nuestro, ni lo tiene Irlanda, ni lo tiene la
Europa Oriental, ¡qué va! En ese sentido somos pioneros en el mundo. Con todo y
eso hay una cantidad de limitaciones, bastantes, pero también una cantidad de
logros, muy grandes, que son reconocidos y estudiados por otros países del
mundo.
¿Ha servido de algo la Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación o son unos señores que ‘acumulan millas’ a nombre de la paz?
La pregunta es
ofensiva porque aquí en Bucaramanga hay un grupo de gente muy buena. Un equipo
pequeñito pero si tú le preguntas y en esos mismos términos a las víctimas en
Norte de Santander y Santander, te van a decir lo que yo te dije: la pregunta
es ofensiva porque aquí muchas víctimas han encontrado en David Augusto Peña y
su equipo un apoyo para empezar a vivir con dignidad. Han encontrado en ellos
todo un trabajo de acompañamiento psicológico, de acompañamiento con
experiencias de reconciliación muy bonitas, un acompañamiento para el
reconocimiento de su calidad de víctimas, pero además un reconocimiento que las
dignifica. Hay un trabajo que yo desde Bogotá no puedo más que decir: ¡gracias!
Le decía a David: escribamos lo que tienen ustedes porque eso es lo que podemos
transferir, más que cifras y datos. Son todas esas experiencias que un equipito
tan pequeñito pero tan valioso como es la Cnrr aquí en Santander ha realizado.
Usted como cura está obligado a pregonar esa fórmula del
‘perdón y olvido’. Pero a la mujer que le masacraron su esposo y sus tres hijos
se le puede pedir eso?
No me obligues a
decir cosas que no son ciertas. ¡El perdón, claro que sí; el olvido, claro que
no!
¡Tradúzcalo!
Es que perdonar no
es olvidar. Y es que perdonar es tener la posibilidad de sentirme digno frente
aquel que fue el victimario, de sentirme reconocido sabiendo que con ese
reconocimiento mi corazón empieza a sanar. No confundamos tampoco reconciliación
con perdón porque son dos cosas distintas. La una es unilateral y para esa se
requiere mucho, hasta la gracia de Dios.
¿Hay corazones que no sanan con nada y lo mejor es la
silla eléctrica?
Los ateos utilizan
una palabra que los cristianos no deberíamos utilizar nunca, y es ‘los
irrecuperables’, ‘los desechables’. Yo considero que no hay ningún ser humano
que sea un ‘irrecuperable’, un ‘desechable’. No existe un corazón que esté tan
lacerado, tan profundamente marcado, en el cual no pueda caber el apoyo de los
conciudadanos o de los hermanos y la gracia de Dios.
¿Qué les responde a aquellas personas que los señalan a
usted y a quienes buscan la paz como simpatizantes de la guerrilla o ‘blandos’?
Considero que ha
habido razones históricas para una confrontación y no los descalifico. De mí
siempre que en los medios se habla de las Farc, yo digo ‘los señores de las
Farc’ y apelo a la nobleza que pueda estar en lo más profundo de sus corazones.
¿Por qué se habla tanto de las Farc, mientras que los
miembros del ELN no son tenidos en cuenta o vistos como si estuvieran en sus
estertores?
Yo no desprecio y
no minimizo ningún factor de poder en el país, y tanto como Farc, como ELN,
como bandas criminales, como ‘los señores del narcotráfico’, etcétera, son factores
que deben ser tenidos en cuenta a la hora de construir una Colombia
reconciliada y en paz. En ese sentido, la Comisión de Conciliación Nacional ha
planteado que la paz se hace con todos o no hay paz.
¿Quiénes son los que no quieren la paz en Colombia?
Hay muchos
escondidos que piensan que el negocio de la guerra es más productivo que el
negocio de la paz. Yo pienso que el negocio de la guerra es productivo para
unos cuantos; el negocio de la paz es productivo para todos.
¿A los militares colombianos les conviene que haya paz o,
por el contrario, seguirse beneficiando de un régimen prestacional distinto, de
clubes, casinos y escoltas para que sus esposas hagan mercado o vayan al
peluquero?
A mí me duele
cuando se generaliza respecto de cualquier estamento, y sé que también dentro
de los militares hay personas bien intencionadas y puede haber otras que no.
¿Los colombianos tienen los pies en la tierra o no saben
dónde es que están parados en materia del conflicto?
Hoy día existe una
mayor consciencia y hay más realismo que en otros momentos. Ahora, ¿Que exista
una verdadera comprensión del conflicto? Es que el conflicto en Colombia tiene
diferentes matices y expresiones. Las Farc de Arauca no son las mismas Farc de
Nariño; el ELN de Arauca no es lo mismo que el ELN de Nariño. La comprensión de
la idiosincrasia de las Farc es necesaria para poder llegar a avanzar con ellos
en una negociación política; pero también en la comprensión plena de las
razones del conflicto de pronto ahí no tenemos los pies en la tierra.
Si el presidente Santos ha asegurado que no ha botado las
llaves de la paz al mar, ¿entonces qué hace falta para abrir ese candado y
quién las tienes?
Las llaves de la
paz yo no sé dónde estén; las llaves de la negociación de una salida política
al conflicto las tiene el presidente en su bolsillo.
Dijo usted que “en Colombia queremos esconder a los
pobres”.
En mi parroquia, en
el ‘Voto Nacional’, en donde está la ‘Calle del Bronx’, lo que la
institucionalidad gubernamental ha querido hacer es dejarlos escondiditos,
correrlos ‘parallasito’, pero ellos tienen que estar muy presentes en nuestra
consciencia para contar con nuestra solidaridad en la búsqueda de una salida:
el pobre de sus condiciones de pobreza, las víctimas del conflicto a ese
conflicto que los ha hecho sufrir tan duro.
Usted se ha definido como ‘un obrerito de la paz’. ¿Se
mamó de echar palustre o tiene ‘poteca’ para rato?
No, pero qué bueno
que haya muchos otros obreros, qué buenos que todos los colombianos nos
sintiéramos que tenemos el compromiso de ser obreros de la paz.
Nacido hace 58 años
en Arserma (Caldas), el padre Darío Echeverry González no es solo el párroco de
la Iglesia del Voto Nacional -erigida para conmemorar la paz una vez concluida
la Guerra de los Mil Días-, sino que también ha sido uno de los principales
obreros de la búsqueda de una salida negociada al conflicto armado interno y
cabeza del Área de Reconciliación de la Cnrr.
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