Óscar Arias, presidente de Costa Rica por segunda vez,
habla de cómo se detuvo el derramamiento de sangre y la destrucción en esta
zona del continente. Aprovecha para cuestionar a Estados Unidos, a Castro, a
las Farc y a quienes prefieren gastar el dinero en bombas que en escuelas.
El artífice del
fin de la guerra en Centroamérica, que en Guatemala dejó más de 100 mil
muertos, presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz (1987), Óscar Arias,
afirma que en Colombia no existe voluntad para sentarse a dialogar y explica
bajo qué presiones debió hacer un trabajo que nunca sospechó que recaería sobre
sus hombros.
En su casa esquinera
del sector de Rohsmoser (en la capital San José), ubicada al lado de un lote baldío y donde despacha a
diario sin la necesidad de escoltas armados hasta los dientes ni cordones de
seguridad, Arias abrió las puertas de su oficina para concederme en 2006 esta entrevista exclusiva, en la que sostiene
que Tirofijo y Fidel Castro no se han
dado cuenta que el mundo cambió.
Con un busto de
John F. Kennedy como testigo y sitiado por cientos de libros de política,
economía y biografías, este hombre hablar pausado, mirada serena y camiseta
Lacoste, no pierde la oportunidad para cuestionar la insensatez de mandatarios
como Hugo Chávez (Venezuela) que quieren gastarse montañas de dólares en
adquirir armamento.
A pesar de las
protestas contra el TLC que él defiende, de la calle no lo separa sino el
vidrio, una fila de arbustos y una reja que apenas alcanza los 2,5 metros.
Durante una hora
y 12 minutos, Arias aceptó explorar su corazón y su conciencia, y aunque no
bostezó pese a que el reloj marcaba ya casi la una de la tarde, sí estuvo a
punto de derramar una lágrima cuando recordó su encuentro con una indígena que
se le arrojó a sus brazos para darle las gracias.
¿Cómo una persona nacida en un hogar con comodidades y
que no tuvo que aguantar hambre, se convirtió en un obrero de la no violencia?
La inclinación
por la política nace desde mi infancia. En los años de escuela primaria yo
soñaba con participar algún día en la política nacional y venía de una familia
donde mis abuelos habían incursionado en ella, no así mi padre ni mi madre. Ya
como adolescente en el colegio leí mucha biografía de políticos importantes. En
1953 Winston Churchill ganó el Premio Nobel de Literatura por su reseña de la
Segunda Guerra Mundial y para mí fue muy apasionante porque pienso que es el
estadista más grande que ha tenido el siglo XX sin duda alguna y no sólo leí su
obra sino de gente que me apasionaba como (Abraham) Lincoln, (Thomas)
Jefferson, (George) Washington, (el general Charles) De Gaulle o (Harry)
Truman. Yo tenía 18 años cuando John F. Kennedy fue elegido.
Me preparé,
estudié para incursionar en la política y tuve la posibilidad de ser ministro a
muy temprana edad, 30 años, pero nunca imaginé de adolescente ni cuando fui
ministro que iba a tener que luchar por la paz en Centroamérica. Sencillamente
la situación evolucionó hacia una región muy llena de conflictos durante los
años 80 y todo vino desde cuando el presidente (Ronald) Reagan llegó a
Washington y los sandinistas habían tumbado a la dictadura somocista. La gran
mayoría de los costarricenses vio con simpatía que derrocaran a un dictador
como (Anastasio) Somoza, sin embargo nunca pensamos que el sandinismo había
llegado para quedarse toda la vida. De tal manera que cuando decidí aspirar a
una candidatura en 1984, estábamos en plena guerra. Estados Unidos apoyaba la
“contra” nicaragüense y a los Gobiernos democráticos de Guatemala y El
Salvador, y la Unión Soviética y Fidel Castro hacían lo propio con las guerrillas
marxistas y el Gobierno sandinista. Entonces tomé como bandera buscar una
solución diplomática a los conflictos en Centroamérica.
En aquel momento
existía una propuesta de paz que se llamó “Iniciativa de Paz de Contadora”,
porque fue en la pequeña isla panameña donde se reunieron los ministros de
Relaciones Exteriores de algunos países de América Latina. Esa iniciativa
estaba basada en buscar un equilibrio en el campo del poderío militar de los
países en la región y eso hizo que fuera imposible porque las Fuerzas Armadas
no estaban en absoluto dispuestas y cada uno quería ser más poderoso que el
otro.
Las elecciones
tuvieron lugar en febrero de 1986 y yo gané. Para la toma de posesión vinieron
nueve presidentes de América Latina, entre ellos don Belisario Betancur, y
varios vicepresidentes, entre los que se contaba el vicepresidente
estadounidense George Bush. Lo que acordamos él y yo fue que íbamos a estar en
desacuerdo con respecto a la política de Washington en Centroamérica. El
acuerdo fue estar en desacuerdo, porque ellos querían una salida y una victoria
militar, y yo quería una salida diplomática. Nunca me imaginé en mayo de 1986
que yo algún día iba a presentar una iniciativa de paz propia, pero cuando
fracasó la iniciativa de paz de Contadora sólo quedaba la alternativa de la
guerra y eso yo no lo quería. Y en parte no lo quería porque le había ofrecido
a los costarricenses muchas cosas y entre ellas estaba lo que aspira cualquier
presidente de cualquier país: un mayor crecimiento económico para generar
empleo, para crear un mayor bienestar, y tenía un programa muy agresivo en el
campo de la vivienda de interés social, quería luchar por una mayor igualdad
entre hombres y mujeres. Pero para poder lograr un crecimiento por encima de un
cinco por ciento, como lo había prometido, Costa Rica tenía que aislarse de la
violencia centroamericana. Sin embargo, para el resto del mundo Centroamérica
era una zona de conflicto y costaba mucho aislar a Costa Rica y convertirla en
una islita de paz, democracia, libertad y estabilidad.
Entonces decidí
que para que nadie viniera a Costa Rica a predicar la guerra, yo tenía que ir a
predicar la paz al resto de Centroamérica y así nació en febrero de 1987 la
iniciativa de paz. Estados Unidos por supuesto estuvo en contra y los
sandinistas también. Me tomó mucho tiempo convencer a los centroamericanos
porque la presión de Estados Unidos sobre Honduras y El Salvador era muy
fuerte; con Guatemala fue un poco diferente y desde un principio su presidente
Vinicio Cerezo me apoyó. Fue muy duro convencer al Departamento de Estado y al National Security Council de que era
factible una iniciativa de paz. Ésta estaba basada en que la democracia era un
requisito para lograr la paz y por eso implicaba que tarde o temprano Nicaragua
tuviera que hacer elecciones y la respuesta, siempre bastante cínica, era “cómo
puede usted pedirle a un régimen marxista que haga elecciones”, y mi respuesta
fue “siempre hay una primera vez, vamos a ver”. Si se adquiere el compromiso
tendrán que cumplirlo.
Para hacer una
larga historia corta, el plan de paz se firmó en agosto de 1987 en la Ciudad de
Guatemala y nadie apostaba un peso de que se pudiera firmar. Sin embargo, nos
metimos en un hotel y yo había leído de Franklin D. Roosevelt que la única manera
para que los ministros se le pusieran de acuerdo cuando estaban en desacuerdo
era encerrándolos en un cuarto hasta que lo hicieran, así que yo les dije a mis
colegas, “bueno, de aquí no salimos hasta que decidamos aprobar este plan de
paz porque la alternativa es continuar con la guerra y eso nadie lo quiere. Es
nuestra responsabilidad histórica darle a 30 millones de centroamericanos la
oportunidad de vivir en paz”.
Entonces se
firmó y después vino la segunda etapa, que era cumplir con lo que habíamos firmado,
hasta que por fin en febrero de 1990 se realizaron elecciones en Nicaragua que
perdieron los sandinistas y el pueblo eligió a doña Violeta Chamorro.
Después en El
Salvador y Guatemala se duró un poco más de tiempo para silenciar las armas,
pero lo hicimos, lo logramos.
¿En medio de tanta presión propia de la Guerra Fría,
en algún momento pasó por su mente “tirar la toalla” y dejar que las armas
impusieran su ley?
¡No! Es más
fácil hacer la guerra que hacer la paz. La paz no es fácil pero es necesaria,
de tal manera que eso implica mucho trabajo, mucha paciencia, mucha humildad,
mucha perseverancia, y eso fue lo que me animó. Firmado el plan de paz, cosa
que no fue nada fácil porque tuve que viajar mucho, solicitar mucho apoyo,
pedirle al Santo Padre, a todos los países europeos, convencer a la señora (Margaret)
Thatcher de que toda Europa iba a estar a favor del plan de paz, porque ella
era muy amiga de Reagan y sin embargo apoyó el plan de paz. Luego convencer a
Estados Unidos de que estaban solos y que nadie los estaba apoyando con una
salida militar. Por el otro también al señor (Mijail) Gorbachov y a Fidel
Castro, quienes de manera muy cínica dijeron que estaba bien pero siguieron
enviando armas.
Con Estados
Unidos fue diferente, porque en una democracia uno puede convencer al Congreso
y lo hice con un discurso en septiembre de 1987 ante las dos Cámaras y les
dije: “Give peace a chance” y
cortaron la ayuda, cosa que no hicieron la Unión Soviética ni Fidel Castro con
la guerrilla marxista en Guatemala y El Salvador. Lo primero que hicimos fue
buscar un cese del fuego en Nicaragua, cosa que se logró. De tal manera que fue
muy difícil, pero nunca pasó por mi mente tirar la toalla.
En su discurso en Estocolmo el día que recibió el
Premio Nobel usted decía que había quienes lamentaban que las tropas soviéticas
se retiraran de Afganistán y la “contra” nicaragüense se haya desmovilizado.
¿Usted cree que hoy en día haya quien lamente que la paz haya llegado a
Centroamérica?
Los
centroamericanos ya pasamos esa página y creo que todo el mundo se alegró con
que hubiéramos silenciado las armas aquí en la región. Hoy las preocupaciones
son otras: desarrollo económico, desarrollo social, cómo mejorar el nivel de
vida los pueblos centroamericanos, pero ciertamente la guerra en las montañas
es un triste recuerdo del pasado.
Esa fórmula de encerrarse con la instrucción que nadie
salga hasta llegar a algo concreto es la misma que le escuché a un capitán del
Ejército guatemalteco que en su momento dijo que en su país la negociación
prosperó porque la regla base era que nadie se pararía de la mesa por más
incidentes armados o de palabra que ocurrieran. ¿Esa es la clave de un proceso
de paz?
Hacer la guerra
es muy sencillo y eso es algo que repito siempre y si no veamos las
oportunidades fallidas de la paz en el Medio Oriente. ¿Cómo fue que el
presidente (Jimmy) Carter logró con (Anwar) Sadat y (Menahem) Begin la paz? Le
tomó trabajo. Las memorias de él son interesantes. ¿Cómo fue que (Bill) Clinton
desaprovechó la oportunidad cuando tuvo a (Isaac) Rabin, (Shimon) Peres y (Yasser)
Arafat, que se habían puesto de acuerdo en un 95 por ciento y faltaba un 5 por
ciento. De haber continuado bajo esa fórmula de no dejarlos levantar de la mesa
hasta llegar a un acuerdo total, pues no estaríamos viendo lo que está
sucediendo hoy en día, que se retrocedió. Después hubo otra oportunidad en
Egipto que se desaprovechó, y ahora ni siquiera se sientan a la mesa. Después
de aquella conferencia que hubo en Madrid, ahora se está hablando de hacer una
nueva, pero es más difícil cuando Hamas es parte del Gobierno palestino y
después de la incursión de los israelíes en Líbano, porque estas son heridas
que cuesta mucho sanar.
Esa es la
experiencia un poco con Colombia, porque en su país ni siquiera existe la
voluntad de sentarse a conversar sobre el tema y ni siquiera hay un esbozo de
hablar de qué. Estaban hablando del canje de prisioneros y eso es algo, pero
les falta mucho camino por recorrer, pero ese es el primer paso quizás.
Precisamente el presidente Álvaro Uribe a raíz del
reciente atentado dinamitero contra la Universidad Militar en Bogotá, decidió
echar reversa y en su lugar declarar una ofensiva frontal contra la guerrilla
de las Farc. ¿Hasta dónde pueden llegar sus esfuerzos y voluntad por ayudar a
los colombianos?
Para que uno
pueda mediar en cualquier conflicto se requiere de la voluntad de ambas partes
y eso nunca ha existido en Colombia. Cuando el presidente (Andrés) Pastrana
asumió el Gobierno, yo estuve en la toma de posesión y le dije que estaba en la
mejor disposición de ayudar en lo que pudiera, pero la guerrilla colombiana
jamás ha pensado en esa posibilidad, ni de mí ni de nadie más. De tal forma que
ningún latinoamericano, ni Óscar Arias ni nadie, dejaría de hacer lo que
estuviese a su alcance para ayudarle al pueblo colombiano a terminar con esa
guerra y poder disfrutar algún día de la paz, pero no están las condiciones
para eso.
¿Qué es lo que hace diferente al conflicto colombiano?
¿Será que mientras esté de por medio el narcotráfico que ha salpicado a tantas
instituciones y ha seducido a tantas conciencias es un imposible soñar con una
solución?
Son muchas cosas
pero en buena parte sí es el narcotráfico, y el otro factor es que hay tres o
cuatro generaciones de colombianos peleando. El mundo cambió y en Colombia no
se han dado cuenta. Es un poco lo que le pasa a Fidel Castro, que todavía está
en 1959 en la Sierra Maestra, pero el mundo cambió, ya no existe la Unión
Soviética, se desintegró, el marxismo no es ninguna alternativa, China fue
realista desde 1979 y Den Xiao Ping no fue que nadie lo iluminó o que haya
bajado el Espíritu Santo y lo hiciera cambiar de opinión para que abandonara
el maoísmo; sencillamente vio a sus
vecinos de Corea del Sur, Singapur y Malasia, dijo “por qué hay países ricos y
mi país, China, es tan pobre” e hizo el cambio. La expresión que usó fue “A mí
no me importa si los gatos son blancos o negros, lo importante es que cacen
ratones”. De tal manera que se abrió al mundo y hoy tenemos un país que crece a
un promedio del 10 por ciento anual de manera sostenida desde 1980 y es el país
en la historia de la Humanidad que más ha logrado distribuir la pobreza debido
a ese crecimiento y que pronto llegará a ser una de las economías más poderosas
del mundo.
(Manuel)
Marulanda (Tirofijo) no se ha dado
cuenta de eso, ni siquiera Fidel Castro, pero Marulanda posiblemente es que
nunca ha salido de Colombia, aunque Castro sí ha salido de Cuba y conoce el
mundo entero, y sin embargo su soberbia y su terquedad lo llevan a no querer
cambiar.
Este es un tema
del que yo he hablado en mi segundo mandato y lo que he conseguido es el enojo
del periódico Granma, que me ha
criticado mucho, pero es que son 47 años de dictadura en Cuba que no se merece
ese pueblo.
Los colombianos
tampoco se merecen el conflicto militar que tienen, sin embargo no hay voluntad
para acabar con él.
En su momento usted le pedía a las dos potencias que
cambiaran los fusiles por arados, pero que si no se les antojaba, que al menos
les dejaran a los propios centroamericanos hacer la paz. ¿Será que en el caso
colombiano ésta sigue dependiendo de un escritorio en Washington?
No. En tiempos
de la Guerra Fría sí porque aquí teníamos a las dos superpotencias apoyando a
ambos bandos. Ese no es el caso de hoy en día en Colombia. Ustedes no tienen a
un bloque del Este, marxista, apoyando a la guerrilla; lo que tienen es a los
narcotraficantes apoyando a la guerrilla, pero ya no son Moscú ni La Habana
necesariamente.
¿Un pacifista que se atreve a afirmar que “cada soldado
que marcha gallardo buscando ser aplaudido, le cuesta la mundo 20 estómagos
vacíos”, logra entender que todavía haya mandatarios en América Latina que
sigan derrochando enormes cantidades de dinero en armarse como ocurre en el
caso venezolano con Hugo Chávez en lugar de salir del analfabetismo o disminuir
las tasas de mortalidad por paludismo o física hambre?
Es la mayor
insensatez que un mandatario puede hacer. Desde 1997, en mi condición de simple
ciudadano y Premio Nobel de la Paz, junté a otros galardonados para lanzar un
código de ética sobre la transferencia de armas. Eso lo hicimos en Nueva York y
por medio de la Fundación Arias para la Paz, que yo establecí con el dinero del
Premio, impulsamos esa idea. Eso nos llevó, entre otras cosas, a incursionar en
Panamá para abolir el ejército, cosa que logramos en tiempos del presidente
(Guillermo) Endara y en Haití, en tiempos del presidente (Jean Bertrand)
Aristide. Hoy hay dos países a la par de Costa Rica que no tienen ejército,
nosotros desde 1948.
Este código de
ética sobre la transferencia de armas ha evolucionado hacia un tratado sobre el
comercio de armas que lo hemos introducido en el seno de Naciones Unidas, en lo
que estamos luchando con el apoyo de la Unión Europea, Australia, Corea del Sur
y otros más.
Esta es una idea
a la cual no le ha llegado la hora pero ya le llegará. No sé si yo lo vaya a
ver porque el tratado para terminar con las minas antipersonales tomó seis años
para poder lograr que se firmara y aquí estamos hablando de todas las armas.
Por lo tanto va a ser mucho más difícil porque el negocio de venderlas sigue
siendo un gran negocio y más del 80 por ciento de las armas que hoy se venden
en el mundo provienen de los cinco miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de la ONU, siendo Estados Unidos el principal vendedor y por supuesto
que difícilmente Washington va a estar de acuerdo con esto.
Con respecto a
la nueva carrera armamentista que se está dando en América Latina, lo único que
puedo decir es que lo lamento muchísimo y me duele como latinoamericano, y todo
comenzó cuando el presidente Clinton levantó la prohibición de venderle armas a
países latinoamericanos. Esa prohibición la había introducido el presidente
Carter 20 años antes y tanto él como yo tratamos de persuadir al presidente
Clinton que no levantara esa prohibición, pero la verdad es que tenía una
enorme presión de la empresa Lockeed para vender los aviones de combate F-16 a
Chile. Así que desde que ese país compró esos aviones pues después han seguido
otros, hasta que ahora vemos como Venezuela está queriendo gastarse un montón
de millones de dólares en nuevas armas.
Así es. La mejor
manera de perpetuar la pobreza en el mundo es gastando en armas y soldados, y
no en educación y salud para nuestros pueblos. Lo que nuestros niños quieren
son más escuelas, clínicas, gimnasios… pero no más tanques ni caza-bombarderos.
¿Cómo no aborrecer a los traficantes de armas? ¿Qué
siente cuando ve que en el cielo colombiano “llueven” 10.000 fusiles para la
Farc con la complicidad del entonces dictador Alberto Fujimori y su secuaz
Vladimiro Montesinos, mientras la comunidad internacional no se inmuta?
Es uno de los
negocios más grandes y asquerosos del mundo. Cuando con mucho cinismo un
congresista estadounidense me dice que “si nosotros no vendemos las armas,
alguien más lo hará”, yo siempre le digo “y qué pasa si usted le dice a un
boliviano que deje de enviar coca a Estados Unidos”, qué tal si le responde “si
yo no les vendo drogas alguien más se las va a vender”. Mi respuesta es que el
hecho de que el comercio de drogas sea ilegal y el de armas legal, eso no quita
que el tráfico de armas siga siendo inmoral y que ustedes sean capaces de poner
las utilidades de las empresas antes de los principios y valores de lo que debe
ser la ética del pueblo norteamericano.
Esta es una
triste realidad. Casualmente en septiembre ese fue uno de los temas que planteé
en la ONU y se lo dije a Koffi Annan: vamos a impulsar este tratado y ese va a
ser uno de los elementos importantes de mi política exterior en este
cuatrienio.
El hombre que sostiene que “Costa
Rica es un pueblo sin armas donde nuestros niños nunca vieron un avión de
combate ni un tanque ni un barco de guerra”, ¿en qué considera que se debe
gastar el presupuesto de un país?
Qué sentido tiene
ante un mundo con tanto desafío en el campo de la pobreza, de la desigualdad,
del analfabetismo, de las enfermedades, de las drogas, de la destrucción del
medio ambiente, que gastemos más de un trillón de dólares en armas y soldados.
Qué sentido tiene para los norteamericanos que la mitad de ese gasto sea hecho
por Estados Unidos. Qué sentido tiene que Estados Unidos gaste en armas y
soldados 25 veces más de lo que da en ayuda externa a los países en vías de
desarrollo para mitigar su pobreza.
Las prioridades
están equivocadas, y lo están porque los valores están equivocados, entonces al
final el reto que tenemos comenzando el siglo XXI es ver si podemos inculcar
nuevos valores en nuestra niñez y nuestra juventud para cambiar eventualmente
las prioridades, porque deberíamos estar gastando ese dinero en educar a 900
millones de personas que no saben leer ni escribir, y hay 1.500 millones de
personas que no tienen acceso al agua potable, y qué pretendemos estar haciendo
fabricando todavía submarinos nucleares… ¿para pelear con quién?
¿Cuál es esa imagen que le ha conmovido, recordándole esa
condición de ser humano? ¿En qué momento se ha sentido destrozado?
Nunca pensé que
iba a dedicar buena parte de mi vida a esta causa, sino que me topé en el
camino con la guerra centroamericana. Hoy en día lo que trato es de interpretar
un poco la historia y la tradición pacifista de Costa Rica de que por medio del
diálogo se puede solucionar gran parte de los conflictos y que esa es la mejor
manera de hacerlo.
Esto no quiero
que las guerras sean inevitables. Churchill tenía razón y no Chamberlain cuando
dijo que a (Adolfo) Hitler sólo se le frenaba enfrentándosele militarmente y
que no había otra salida. Pero ese no fue el caso en Centroamérica y yo probé
que teníamos razón. No debería ser tampoco el caso de Colombia, porque allí no van
a haber ganadores y perdedores, ahí todos están perdiendo y llevan muchas
décadas de estarlo haciendo todos.
Costa Rica es un
país desarmado, un país que le declaró la paz al mundo, como dijo alguna vez
Francoise Mitterrand, y le hemos probado de que no necesitamos de un ejército,
que nuestra mejor defensa ha sido casualmente no tener defensa. La defensa para
Costa Rica en tiempos de la guerra centroamericana era no tener un ejército y
nadie se atrevía a tocarnos.
A esa viuda que la guerrilla colombiana le secuestró a
su esposo, a ese padre que los paramilitares le descuartizaron a su hijo con
una motosierra, a ese niño que militares le desaparecieron a su padre, ¿a ellos
les puede entrar en la cabeza esa receta mágica de reparación-perdón-olvido o
están condenados al odio?
Se requiere un
esfuerzo sobrehumano para poder pasar la página y perdonar. También se necesita
mucho liderazgo. El mejor ejemplo es Nelson Mandela. Yo viví con mi colega
Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, los juicios en Johannesburgo, y ví a la
gente clamando por venganza después de tanto tiempo de apartheid, y ví a Mandela y a Tutu decirles “no señores, no es
así”. Recuerdo el discurso de don Patricio Aylwin en la primera elección
después de la dictadura de (Augusto) Pinochet y recuerdo a ciudadanos clamando
por venganza y él diciendo “un minuto, vamos a tratar de pasar esta página”.
Aquí en Centroamérica igual. En Guatemala y El Salvador hubo comisiones de paz
y reconciliación. De tal manera que para el pueblo colombiano va a ser muy
difícil pero tendrá que hacerlo.
Nunca podré
olvidar que cuando salimos del te deum
en Ciudad de Guatemala una vez que firmamos el plan de paz, una madre indígena
que estaba fuera de la catedral se me tiró a darme un abrazo y me dijo:
“¡Gracias presidente Arias! Por mi hijo que está en las montañas peleando y por
éste que tengo en mi vientre” (en este instante una lágrima asoma en el ojo
izquierdo del mandatario). Jamás podré olvidar su rostro y eso me llenó de
mucho valor para entender que lo acabábamos de firmar era apenas un primer paso
y que ahora había que encontrar la voluntad para cumplir todos los compromisos
que habíamos adquirido para poder silenciar las armas en Centroamérica y tomó
su tiempo, pero lo cierto es que lo logramos.
Usted evoca con frecuencia al poeta Rubén Darío y se
emociona cuando cita aquello de que “Ya casi estamos sin alma, sin vida, sin
luz, sin Quijote, sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios”. ¿Si la muerte lo
sorprendiera hoy, puede dar por concluida su labor o le queda algún asunto por
el cual seguir luchando?
Ahora quisiera
ver si es posible y que me diera Dios la oportunidad de hacer las cosas que
quiero hacer por mi país en este segundo mandato, pero también en el ámbito
internacional si le puedo dejar como legado a la Humanidad un tratado sobre el
comercio de armas creo que realmente le estaría haciendo mucho bien.
Usted puede ver
en esta casa Quijotes por toda parte, en primer lugar porque es fascinante la
figura del Quijote, y en segundo porque de una manera un poco burlona todos los
escépticos sobre la posibilidad de silenciar las armas en Centroamérica me
decían que yo era un “iluso”, que “la paz era una quimera para Centroamérica”,
de que jamás eso lo podríamos lograr a través de la negociación, el diálogo y
la diplomacia, y que no había otra salida excepto el triunfo militar, y yo
recordaba una expresión de Cervantes de que lo
importante es la nobleza y el empeño en luchar por aquello en lo que uno
cree, mover corazones y mentes.
El terrorismo es
una amenaza para la Humanidad, pero es uno de los enemigos. ¿Por qué no soñar
de que podemos vivir en un mundo sin pobreza, sin miseria, sin analfabetos, que
podamos erradicar enfermedades? ¿Por qué no soñar en declararle la paz al
planeta y preservar para las futuras generaciones el medio ambiente? Costa Rica
le está demostrando al mundo de que hemos sido capaces de proteger el 26 por
ciento de nuestro territorio con parques naturales y de que tenemos un 5 por
ciento de la biodiversidad del mundo y poseemos un legado importante que
proteger. Así que hay muchas de estas quimeras que se pueden vencer. Son retos
que podemos derrotar si existe voluntad y si sabemos gastar los recursos
adecuadamente, pero el gasto militar es el más perverso de todos.
Si como usted dice, “son los que perdieron la
esperanza los que disparan las armas”, ¿la injusticia social sigue siendo el
caldo de cultivo para que haya hombres que estén dispuestos a empuñar un fusil?
Hay conflictos que
posiblemente no se pueden resolver si no es mediante el triunfo militar. Toda
la teoría del apaciguamiento hacia Hitler fue una equivocación y lo único que
se hizo fue perder tiempo, pero hay otros conflictos que no tienen sentido y lo
que hay que hacer es encontrar la voluntad para sentarse a negociar y acabar
con ellos en la mesa de negociación. Este es el caso de Colombia y el del Medio
Oriente. Lo que pasa es que vivimos en un mundo demasiado irracional y miren lo
que está haciendo Corea del Norte, un país con hambrunas y un juguetito
nuclear, e Irán va siguiéndole los pasos. Este es el mundo en el que nos toca
vivir.
En ese nuevo orden en el que se hace lo que ordene
Estados Unidos y punto, el TLC será la “salvación” para los países de
Latinoamérica o la palada de tierra que los acabará de sepultar?
Esa pregunta
está sobrando porque si usted me ve defender el TLC como lo estoy defendiendo,
verá que estoy seguro que para Costa Rica es vital el TLC. Este es un país
diferente a Colombia en un sentido porque somos demasiado pequeños, 4,5
millones de habitantes, y nuestro motor de crecimiento es el comercio. El mundo
de hoy es radicalmente diferente a los años 80. En esa época yo fui capaz de
renegociar la deuda externa de Costa Rica. Teníamos US$150 millones de ayuda de
Estados Unidos y no tenemos gasto militar desde 1948. Hoy el perdón de deuda es
para los países más pobres, no para los de ingreso medio, de tal manera que en
América Latina sólo se han visto beneficiados Bolivia, Guyana, Nicaragua y Honduras.
No creo que eso sea justo y los organismos internacionales y el Grupo de los
Ocho deberían premiar al que gasta con ética y lo hace el que invierte más en
educación y salud y menos en armas y soldados. En África subsahariana uno ve
que les perdonan la deuda y el ahorro del servicio de aquella deuda lo utilizan
para comprar más tanques, aviones y helicópteros artillados. Eso se va a llamar
el Consenso de Costa Rica.
El TLC con
Estados Unidos para una economía como la nuestra es vital, porque hoy tenemos acceso
al mercado norteamericano que ya es de 300 millones de habitantes gracias a la
Iniciativa de la Cuenca del Caribe, pero esta es una concesión unilateral que
tarde o temprano se va a acabar. Porque si el resto de Centroamérica ha logrado
acuerdos bilaterales, Estados Unidos no nos va a mantener esa preferencia. Así
que tenemos que aprobar el TLC.
Pero no sólo
tenemos que aprobar éste, y vamos a iniciar una negociación con la Unión
Europea a comienzos del año entrante. Ahora estamos discutiendo si debe haber
un negociador único para todo Centroamérica y yo digo que eso no es viable,
pero ya le encontraremos una solución.
No es por
casualidad que Chile sea el país que más aceleradamente está creciendo en
Latinoamérica y no lo es porque se trata del país más globalizado, donde el
buscar acceso a nuevos mercados es una política de Estado. Es maravilloso que
el Parlamento chileno haya aprobado recientemente por unanimidad el Tratado de
Libre Comercio con China.
Por último, piense que este ejemplar del Periódico 15
llega a manos del Mono Jojoy o de
Vicente Castaño, ¿qué les dice?
Que lo único
sensato que pueden hacer por el pueblo es sentarse a negociar el fin de la
guerra colombiana. De que no existe justificación para esa guerra y que nadie
entiende por qué luchan.
El presidente de
Costa Rica, Óscar Arias, a sus 66 años de edad, es un convencido de que hay que
detener la carrera armamentista. En su país no hay ejército desde 1948 y los
recursos se invierten en lo social, en lugar de comprar misiles o tanques.
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