Entrevista a uno de los principales artistas
que ha parido esta tierra santandereana. Un hombre de 70 años que dibuja por
placer.
Detrás de un abundante mostacho rubio, unas
gafas antireflex y una cachucha azul de atleta, se esconde la figura y el
talento de Guillermo Espinosa, uno de los cinco principales artistas
contemporáneos que ha dado Santander.
Spinosa en adelante porque -como él lo explica-
la E inicial estaba de ‘sapa’ y no le gustaba, por lo que optó por firmar así
sus cuadros, mas no por imitar al filósofo racionalista judío-holandés Baruch Spinoza
ni por ascender de estrato.
Con la madurez de los 70 años de edad, este
pintor y escultor expresionista criado en el barrio Girardot de Bucaramanga no
pretende dar intrincadas explicaciones a su obra y tampoco posa de estrella.
No terminó el bachillerato, pero su iniciación
se dio en el taller de avisos de Samuel Ardila, donde empezó dibujando águilas
y alpargatas, con overol, martillo y escalera al hombro instalando los avisos.
Sin embargo, este autodidacta no paró de leer
sobre el impresionismo y el renacimiento, de enterarse que más allá de las
arepas de Chiflas había un Durero, un Rembrandt y “un tal Van Gogh por allá no
sé dónde”, dice sonriendo, como un muchacho que comete una travesura.
Fundador, junto a Gabriel Hernández, del Museo
de Arte Moderno de Bucaramanga (Mamb), Espinosa accedió a abrirnos durante dos
horas su casa-galería en Piedecuesta y su corazón, para responder a un
extenuante cuestionario mientras se enfriaba su almuerzo.
Apurando dos botellas de agua de manzanilla e
inquieto por continuar con su ayudante Daniel una partida de ajedrez suspendida
a causa de nuestra visita, Espinosa se refirió a la enfermedad que le hizo
perder en una semana más de 12 kilos de peso, pero en ningún momento se mostró
abatido.
Sabedor de que está viviendo ‘extras’, Spinosa
no piensa en las sesiones de quimioterapia que le esperan, sino en seguir
sacando energías para dibujar sus trompos, bicicletas, azadones, plomadas,
alicates y demás herramientas que siempre le han llamado la atención.
El clavijero del Parque de los Niños, las
hormigas culonas que descienden por el muro occidental de la Puerta del Sol a
Floridablanca; ‘la mordida’ y ‘la tajada’ que -no por casualidad- están a la
entrada de la Alcaldía de Bucaramanga y el enjambre de acero que protege el
viaducto ‘Armando Puyana’ -La Flora- para que los potenciales suicidas
recapaciten, son muestra de la obra de Espinosa, quien junto a Agelvis,
Mantilla Caballero y Rodríguez Naranjo están en todas las casas de familia
donde las finanzas les han permitido entrar.
Reconoce, para asombro de quienes hacen un
cuadro y ya se creen Picasso, que “tengo setenta años y no he aprendido a
dibujar”. Y admite que otro hecho que lo condujo a la pintura fue el desencanto
de correr un par de veces la doble a Piedecuesta en bicicleta y arribar al
parque de los Niños cuando ya habían retirado hasta el letrero de meta.
Bohemio, ex cliente asiduo de los bares de
Manrique en Medellín, romántico y amante de la libertad, así es este artista
cuya obra está colgada por estos días en el Museo de Arte Moderno de
Bucaramanga, Mamb.
¿Qué permitió
que usted no fuera un tendero o un comerciante más, sino un artista?
Por fortuna desde niño fui un bacán al que le
encanta pintar. Cuando tenía diez años y vivía en el barrio Girardot, la calle
23 estaba destapada y un buen día la pavimentaron. Cuando llegué del colegio
Virrey Solís ese sábado vi que los obreros la estaban barriendo echándole un
cemento gris y quedaba blanquita. Entonces cogí un pedazo de carbón, lo cogí,
hice un dibujo y me encantó. Luego llegaron unos compinches de la cuadra que me
trajeron más carboncillos, así que empecé a hacer dibujos por esa calle como a
la una de la tarde, cuando me empiezo a encarretar y los chinos a traerme más
carbón… tres cuadras de dibujo en carboncillo al final de la tarde y esa
gozadera mía pintando al Fantasma, al capitán Marvel, a Tarzán peleando con un
león y abriéndole la jeta. Esta fue una de las manifestaciones más claras de la
pasión que sentía por dibujar.
Estamos
hablando de mediados del siglo XX. ¿Sus papás cómo tomaban sus gustos y qué le
decían?
Mi mamá es anoche me regañó porque terminé
como a las nueve, y fuera de eso pensó que yo estaba haciendo caricaturas para
burlarme de la gente. Me cogió de una oreja y me dijo: ‘¡ya no haga más
mamarrachos¡’. Mi mamá ha sido la mujer inolvidable de mi vida y me enseñó
muchas cosas, pero ella no sabía qué era el arte y creía que yo era un
‘pintamicas’ y que con eso no iba ganar plata. Su idea era que me iría muy mal
si me dedicaba a hacer matachos, entonces su afán era que yo terminara de
estudiar para seguir una carrera, pero ya yo amaba mucho el dibujo y la
escultura, que también la hago desde los diez años.
Desde los seis años iba a la herrería de mi
papá y me la pasaba haciendo rayas en las paredes, jugando con el carbón y con
el barro con el que se hacían las boquillas de las forjas por donde sale el
aire. Hacía Venus de Milo, Cristos, Quijotes y a veces cogía un cuchillo para trabajar
sobre madera. Una vez estaba haciendo una Venus inspirado en una cartilla y se
me fue tan fuerte que miren que casi me vuela el dedo índice izquierdo. Mi mamá
me regañó y me dijo: ‘eso le pasa por ser grosero, por hacer mujeres
empelotas’.
¿Recuerda
su primer cuadro?
Uno de los primeros dibujos que me recuerde
haber hecho fue el de las tres carabelas de Colón que salían en la
contraportada de los cuadernos Patria.
¿Los
que traían las tablas de multiplicar?
No me acuerdo de eso porque la aritmética no
me gustaba nadita, pero sí que en la portada estaba el retrato de una mujer con
el gorro frígido. Un día copié La Pinta, La Niña y La Santamaría, me gustó y mi
hermana Lilia me dijo que había quedado bonito.
Ese fue mi primer mamarracho en primero
primaria y después dibujé edificios de Nueva York que ví en una revista Life. Les hacía ventanas y con el
prismacolor los retocaba.
Cuando estaba más grande empecé a darme cuenta
que había pintores en Bucaramanga y Escuela de Artes. Luego una profesora le
dijo a mi mamá que yo era talentoso para el dibujo, recomendándole que me
pusiera en una academia. Así fue que me matricularon y el director era el
maestro Óscar Rodríguez Naranjo, bella persona, y el subdirector Carlos Gómez
Castro, un gran escultor.
Al tiempo hacía cuadritos con figuras y
paisajes en los azulejos de enchapar los baños. Los compraba a 20 centavos y
los vendía a peso, con un huequito y una cinta para colgar.
Tenía que sacar provecho de eso, porque si no
hacía sino eso, debía ver cómo vivir de la pintura y la escultura para no
perder este disfrute, porque si no conseguía con qué vivir tendría que
dedicarme a hacer otra cosa, y yo no tengo idea ni para administrar una
cacharrería.
¿En qué
momento tomó la decisión de meterse de cabeza en el arte?
No fue un instante preciso, sino que uno se va
haciendo poco a poco.
Una vez estando en la herrería de mi papá,
llegó un señor español, Juan Calvo, que vendía unos cuadros y uno de los
obreros le dijo que adentro había un muchacho que pintaba mejor que lo que
estaba ofreciendo. De una entró, pero yo le dije que era un aficionado.
Entonces me preguntó si podía hacer de los paisajes que él llevaba, que eran
cuadros de Hernando González, que Juan se los pagaba a quince pesos. Me ofreció
trabajo, pero dijo que me daría diez pesos por cada uno.
Ahí fue cuando me di cuenta que podía vivir de
esto, porque trabajando con mi papá en la herrería me ganaba cuarenta pesos y
haciendo cuadros me ponía casi 150 pesos semanales. Mi papá me respondió que
quería lo mejor para mí y que ya conseguiría quién le ayudara.
¿Entonces
de ahí en adelante alzó vuelo?
Siempre he tenido la libertad de hacer lo que
quiera, en el momento que sea. Por ejemplo de decir ‘este año no quiero hacer
cuadros de encargo’, puedo hacerlo. Eso me lo ha proporcionado esa otra obra
figurativa que la hago con amor y siempre tratando de mejorarla.
¿Cómo
define su obra?
No sé. Usted me pregunta eso y me parece como
cuando uno se toma un tinto rico y le preguntan cómo define ese tinto. Creo que
es el resultado de una persona a quien le gusta hacer mamarrachos y disfrutar
de eso. No me voy a poner a echar carreta y decir que con esto quiero expresar
la dignidad de una herramienta y el desempeño que ha tenido a lo largo de la
evolución cultural del hombre. Hago un azadón porque me encantan las formas,
las curvas y el diseño que tiene. Yo no hago una pala porque le esté rindiendo
un homenaje a una herramienta que ha aportado mucho al desarrollo del mundo.
Los trompos son porque de niño me gustaba jugar con ellos. No es por más.
En las bicicletas veo diseño, me gusta la
forma de los manubrios y la distribución de los radios. Me dan la oportunidad
de coger una puntilla y hacer un trazo. Me dan una posibilidad muy grande para
divertirme.
Si
dentro de 200 años a un arqueólogo le da por escarbar en el arte santandereano,
¿cuál de sus cuadros hallaría como el más representativo?
En 200 años se habrá transformado mucho el
concepto y no se va a pensar como estamos pensando hoy. La computadora por
ejemplo ha llevado a unos límites que uno no tiene ni idea. Hoy en día hay
artistas famosos y muy buenos que trabajan con cadáveres. Hubo uno que hizo una
obra preparando y comiéndose a su hijo. ¿Eso es una obra de arte? Claro que lo
es. Hay otro que trabaja con diamantes y hace calaveras incrustadas de piedras
preciosas. Tiene uno que haber evolucionado para sentir de verás que es una
obra de arte.
¿Llega
al clímax cuando le estampa la firma a uno de sus cuadros? ¿Qué se pregunta
cuando termina una obra?
¿Será que lo vendo? Es como un chiste cruel
pero no deja de pasar. Eso no es que uno sea un vulgar mercader, porque Van
Gogh en una época en que se estaban vendiendo los bodegones le envío dos a su
hermano para que los negociara.
Pinto ocho y hasta diez horas diarias y esto
de la pintura me ha prolongado la vida. Hace seis años tuve un diagnóstico de
que no duraba vivo sino seis meses y me salvé de un transplante de hígado,
aparte de las seis cirugías que me han hecho. Me divierto, a tal punto que
cuando me hacen la quimioterapia estoy dibujando.
Sin embargo, ha habido momentos en que he
estado muy grave e incluso un día me pusieron los santos óleos, pero seguiré
pintando hasta el día en que se me acabe el ‘sobregiro’, porque estoy
sobregirado, no ve que eran seis meses que me daban y ya llevo seis años.
Pero no quiero larga vida si he de estar en
clínicas y exámenes y mi mujer y mis hijos pasando sustos y dolores, porque
sufren de verme así. Si el maestro de arriba me quiere llevar, que lo haga pero
que no me vaya a dejar sobregirado en una clínica o atado a una cama.
Si vivo que tenga calidad de vida; si no, le
digo al maestro de maestros que pida permiso en el Infierno, pero la cosa es
que dizque no hay cupo. Yo no quiero el Cielo. ¿Qué voy a hacer al Cielo? Me
gustaría irme para el Infierno para encontrarme con el Diablo -que es primo
mío-, y con mis tíos, hermanas y amigos para ponernos a rumbear, porque eso
debe ser el Infierno. ¡Qué me voy a poner ir al Cielo¡ ¡Qué pena con los
santos! Pero como no hay cupo en el Infierno ahí me tiene vivo todavía.
¿Tiene
alguna obra que haya preferido no vender por su valor sentimental?
‘El fósforo’ no lo vendo, por un recuerdo que
le voy a dejar a mis hijos porque con esa obra gané el primer premio nacional
en el Museo de Arte Contemporáneo y porque me gusta ese cuadro. Además porque
los jurados fueron Manuel Hernández, Santiago Cárdenas y Germán Rubiano, gente
que conocía algo… (sonríe).
¿Qué
les aconseja a quienes se inician en la pintura?
No tengo sabiduría para dar consejos. Tampoco
tengo vocación para ponerme a expresar qué serían lo que tendrían que hacer. Le
diría al Gobierno que da pesar que muchachos talentosos terminen artes
plásticas en las universidades y que la gran mayoría no pueda sobrevivir
haciendo unas buenas instalaciones o arte moderno, por lo que terminan haciendo
veinte cuadros por un millón de pesos al mes que les paga el dueño de una
fábrica en Bogotá. Deberían escoger a los mejores y mandarlos a estudiar al
exterior, donde puedan llegar a ser de veras maestros de arte, con el fin de
que desarrollen su vocación y regresen a ser profesores.
¿Santander
ha reconocido su obra?
Por lo menos me la ha comprado y con eso he
podido educar a mis hijos, vivir, viajar y pasar chévere. No gano para ahorrar,
porque con lo que recibo apenas me sostengo… El que tiene más de lo que
necesita le sobra y las sobras apestan después y hacen daño.
¿Algún
día un crítico le recomendó que mejor colgara el pincel?
Cada nada me echan pullas y me dicen que lo
mío no es nada, que no es arte, que es bobería y que soy un ‘pintamicas’.
¿Y
usted qué les responde?
No les respondo nada porque no me lo dicen
directamente. Además, si voy por un camino y un perro me hace guau-guau, qué
tal que yo me devuelva y le diga guau-guau; y el otro guau y yo guau. Si un
perro me ladra, yo lo dejo y más bien le doy pan. Tampoco voy a defender lo que
hago, porque el único interés mío es encontrar placer en hacer lo que a mí me
gusta. He hecho unos treinta mil cuadros y por ahí el uno por ciento me gusta,
siendo pretencioso.
Los
orígenes del Mamb
¿Cómo nació el Museo de Arte Moderno de
Bucaramanga?
Guillermo Spinosa recuerda que por allá en
1982 apareció en su casa Gabriel Hernández, propietario de la que es
considerada la mayor colección privada de arte en Santander. Le propuso hacer
una muestra de su trabajo en Piedecuesta a raíz del premio nacional que acababa
de recibir.
Spinosa le respondió que con gusto lo haría
pero acompañado de otros artistas y le sugirió los nombres de Sonia Gutiérrez y
Ernesto Parra.
Mucha gente asistió a la exposición, pero al
finalizar notaron que varios cuadros de Spinosa habían sido rotos con
cuchillas.
Hernández, haciendo honor a su palabra de
responder por la obra, le entregó a Spinosa un cheque en blanco para intentar
reparar el daño, pero el pintor no lo cobró. Hernández insistió y Spinosa le
dijo que seguramente quienes atacaron sus cuadros lo hicieron llevados por la
ignorancia y entonces le soltó la idea de educar a la gente a través de un
museo de arte moderno.
Necesitaban entonces una colección mínima de
30 cuadros de autores de cierta trayectoria y así fue como aparecieron trabajos
de Ramírez Villamizar, Santiago Cárdenas, Carlos Rojas y Saturnino Ramírez,
entre otros.
¿Para colgarlos dónde? En ese momento
Hernández, sobreponiéndose a quienes lo difamaban diciendo que se iba a
enriquecer, movió sus contactos y fue así como dio con la casona de la calle 37
con carrera 26, de propiedad de la familia Uribe, que la vendió en 25 millones
de pesos de la época y hoy vale unos $2.500 millones.
Hernández y Spinosa no les temieron a los
críticos y hoy el Mamb celebra sus primeros 20 años de trabajo incesante por el
arte de la mano de Lucila González Aranda y el grupo de amigos del Museo.
en donde se puede ver la recopilacion de obras del maestro espinosa por internet
ResponderEliminarA las 6 de la mañana" estoy aqui en el jardin de tu casa" , mirandote y recordandote mi entrañable y querido Guillermo. Adoro tu familia , tu arte y lo que fuiste.
ResponderEliminarLarga vida en el cielo de los recuerdos, Maestro Spinosa, que en el cielo de esta tierra conseguiste un lugar que te honra.
ResponderEliminarTuve el gusto de conocer al maestro Spinosa en Medellín en 1970 y tengo en mi poder dos cuadros suyos, un óleo " los remeros" y un collage " El cristo " Paz en su tumba querido Guillermo.
ResponderEliminarConoci y comparti una tertulia en su taller de trabajo era un artista consagrado inspirado en la vida.
ResponderEliminarNo descanzaba tengo en mi poder un cuadro con dedicatoria del 2001 y una escultura bella de un violinista fue un placer conocerlo Maestro Espinosa.
Tu arte quedo como un sello de los grandes.
Excelente entrevista
ResponderEliminarNOSOTROS despertamos en el arte hacia los años 70 gracias al ejemplo de GUILLERMO Y HERMES, los consideramos nuestros idolos fuimos admiradores como se entregaban con tenacidad y constancia, Su mescla y paleta de color, su habilidad para el dibujo, manejo de tecnicas , el ingenio para resolver su obra ante las dimenciones del lienzo, lo hace merecedor a uno de los artistas plastico santandereanos mas relevantes digno de admirar y resaltar con orgullo ante los ojos del mundo y como mecenas para las nuevas generaciones. lo recordaremos con aprecio
ResponderEliminarEn donde puedo encontrar un certificador de obra de spinoza...lo perdi inf 316-4939581
ResponderEliminarEstoy buscando lo mismo. Tengo dos cuadros que deseo vender.
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