miércoles, 19 de diciembre de 2012

El cabo Bretón, un santandereano en la Segunda Guerra Mundiall


Historia de un santandereano que se alistó en la Legión Extranjera Francesa, combatió contra las tropas de Hitler en África y Europa y fue reportado como desaparecido en Alemania. Su hermano le sigue esperando.
 
El pasado mes de mayo (2009) cuando unos pescadores del Mar del Norte atraparon en sus redes una botella que contenía un mensaje de soldados aliados que presentían la muerte en el campo de batalla, en Bucaramanga Joaquín Bretón Fajardo alentó la esperanza de obtener por fin un rastro de su medio hermano Luis Enrique Bretón Hernández.
 
Sin embargo, fue una frustración más porque entre los autores no figuraba el nombre de este soldado nacido el 2 de julio de 1918 en Rionegro (Santander) y quien tras ser declarado inhábil por el Ejército colombiano (Comando Militar 7) debido a que se le salía el codo cada vez que disparaba, tomó un vapor que lo llevó por el río Magdalena a Barranquilla, donde trabajó durante varios meses como mesero en el Hotel El Prado, siempre con el sueño de juntar unos ahorros e ir a luchar contra las tropas alemanas en la Segunda Guerra Mundial.
 
Pero la historia del cabo Luis Enrique Bretón Hernández permaneció durante años refundida en un rincón del armario de don Pedro Bretón Ruiz, su padre, quien antes de morir en 1959 guardó una cajita de madera con sus pertenencias que le había hecho llegar el 1 de junio de 1954 el entonces embajador Abel Verdier, con una carta en francés y su respectiva traducción, remitiéndole lo poco que se salvó de su hijo y manifestándole su especial consideración.
 
Hasta que en 1963, Joaquín -uno de los hijos del segundo matrimonio del entonces propietario del Hotel Príncipe y con 17 años de edad-, entró a escondidas a la habitación y se sorprendió al hallar el recipiente, dentro del cual reposaban -intactas- cartas de puño y letra de Bretón Hernández, fotografías, postales, poemas, letras de canciones y hasta unas cuantas monedas de Túnez, Nueva Zelanda, Italia y Polonia.
 
Con el descubrimiento de un medio hermano del que nadie le había hablado, allí empezó para Joaquín un capítulo de suspenso, que lo ha llevado a estudiar la historia de la guerra, a escudriñar mapas de batallas y a guardar con recelo estos objetos porque él conserva la esperanza de conocer a su pariente o al menos saber algo más de su destino.
 
Un destino que Luis Enrique Bretón empezó a escribir el 29 de septiembre de 1941cuando en territorio panameño, a donde había ido después de abordar un barco, redactó una carta para su padre en la que da muestras de su temperamento y esboza las razones de su decisión, empleando un lenguaje insospechado y conmovedor.
 
“Mucho he meditado para proceder a escribirle la presente carta, que en sí no encierra más que el último motivo de mi atorrancia. Me resuelvo a ello porque el paso que pienso dar, de vida o muerte, requiere la reconciliación de conciencia que como hijo debo tener para con mi padre. No es el calamitoso paso de la desesperación que conduce hacia el suicidio. No. Es la natural intención de querer salir del círculo vicioso de una juventud que se atrofia en inmensos mares de quietud. Por eso, hoy mi decisión es irrevocable. Me he enrolado como voluntario a las Fuerzas Libres de Francia, y como tal marcharé hacia Europa pasado mañana”.
 
“No quiero querido papá -continúa la misiva- que tome esta noticia con pretensiones impresionistas. Un paso de esta clase, cuando se le anuncia al padre, no tiene más motivo que la pretensión de querer ser ante él, el hijo que en sus venas no lleva el estigma de la cobardía. Por eso, cuando el ímpetu de un ideal que en mi cerebro ha ardido desde fechas atrás, se hizo más expansivo, no he encontrado vallas que me cierren el camino para realizarlo. Quizás esa democracia que con afán defienden quienes son nuestros padres, sea digna de merecer la ofrenda caudalosa de nuestras vidas”.
 
“Nada hay querido papá -prosigue- que realice enfáticamente las predicciones fraternas, como las aventuras. En ellas se encuentran como escritas todas aquellas intenciones, malas o buenas, que para con el hijo hubieron de tenerse. Mi juventud, casi atrofiada por un mal entendimiento y una gran incomprensión, mereció muchas de esas intenciones. Predicciones de padre que para un hijo son una maldición. Para mí no. Me ha afligido la vida algo, pero no me ha desesperado. He sabido sacarle partido, pues a la fecha está que no he perdido el valor. Así que malo o bueno mi proceder, voy a efectuarlo”.
 
Para concluir con una sentencia: “Si vuelvo con vida de mi aventura, quizás sea otro carácter el que regrese a Colombia. Por hoy no me queda más recurso que atenerme a lo que la vida me ha enseñado hasta el presente. Mientras viva, créame sinceramente que su recuerdo vivirá latente en todos mis actos. Su hijo, Luis Enrique”.
 
Luego, con la ayuda de agentes encubiertos de los Estados Unidos que colaboraban con los Aliados, Luis Enrique salió de Colón y fue a parar al puerto inglés de Liverpool, donde este hombre criado en el calor de Rionegro soportaría los rigores del invierno europeo y recibiría la instrucción ‘suficiente’ para marchar al frente de batalla.
 
“Quizás por el apellido o no sé por qué, lo inscribieron en las fuerzas de la Francia Libre que en esa entonces estaban encabezadas por el general Charles de Gaulle, que se encontraba en el exilio en Inglaterra, yendo a parar a la XIII Semi Brigada Ligera de la Legión Extranjera”, manifiesta Joaquín.
 
Luego, sin hablar una palabra del idioma galo, Luis Enrique fue asignado a Siria, que estaba en poder de los colaboracionistas pronazis al mando del general Philippe Petain, jefe de Estado de la Francia de Vichy.
 
Ese fue el bautizo de fuego para este santandereano que tuvo la oportunidad de recorrer los ríos Tigris y Eufrates, el Mar Muerto, las ruinas de la mitológica ciudad de Palmira, Alejandría y otros lugares del Oriente Medio.
 
Después África, cuando Hitler decide apoyar a los italianos en su campaña contra los ingleses y envía al ‘Zorro del desierto’, Erwin Rommel, con sus Africakorps y sus indestructibles panzer. Fueron meses interminables de ataques y repliegues en los que Bretón Hernández llegó a conocer esas arenas como la palma de su mano, tanto que cuando los nazis los cercaron debieron refugiarse en cuevas o bajo tierra, alimentándose de ratas y musarañas. También participó con las tropas del mariscal de campo Bernard Law Montgomery en cuatro batallas cruciales, dos de ellas Tobruk y El Alamein y fue testigo de la huída nazi por Túnez hacia Europa, dando saltos por las islas del mar Mediterráneo. Su medio hermano ve como probable que una de las balas que impactaron en Túnez al conde Klaus von Stauffenberg -responsable del fallido atentado con un maletín-bomba contra Hitler en su centro de operaciones de Prusia Oriental conocido como “La cueva del lobo” el 20 de julio de 1944-, sacándole un ojo y quitándole varios dedos de su mano izquierda, haya salido del fusil del cabo Bretón.
 
El legionario fue despachado de inmediato a recuperar Sicilia, sur de Italia, respondiendo a las órdenes del general George Smith Patton, aquel que decía: “Que Dios se apiade de mis enemigos, porque yo no lo haré”. Al poco tiempo participaría en la Batalla de Monte Cassino y en algún momento no precisado fue ascendido de soldado raso a caporal (cabo) e incluso condecorado en 1944 por el Ministro de la Guerra con la Medaille Coloniale por su labor en Túnez, mientras liberaban Roma el 4 de junio de 1944 y a los pocos meses el Duce Benito Mussolini era exhibido, fusilado, en la plaza pública.
 
Siempre detrás de los alemanes, hostigándolos sin cesar, y en el corazón del territorio enemigo, el rastro del cabo Bretón se perdería en una noche de enero de 1945 muy cerca a la desembocadura del río Rhin, como resultado quizás de la llamada ofensiva de las Ardenas, la última y desesperada gran operación del ejército alemán en la II Guerra Mundial en medio de uno de los peores inviernos jamás registrados en toda Europa.
 
‘Avis de Disparition’
 
La caja encontrada por Joaquín en el armario de su padre tenía un membrete escrito en francés y a tinta china, en el que se especifica que perteneció al “caporal Bretón Hernández, Louis”.
 
Dentro de una bolsa de lona, la citada carta de despedida a su padre y el Avis de Disparition número 511.191. Aviso de Desaparición fechado el 5 de marzo de 1945 en la base Sidi Bel Abbes (Argelia), pocas semanas antes de que Adolfo Hitler y su amante Eva Braun se suicidaran en su búnker berlinés tras el derrumbe estrepitoso del llamado Tercer Reich.
 
El documento, firmado por el intendente general de la Secretaría de Veteranos Combatientes y Víctimas de la Guerra y remitido en principio al jefe de la Delegación del Gobierno Provisional de la República Francesa en Colombia, M. Lechenet, señalaba que el cabo Bretón, perteneciente a la 13 brigada de la Legión Extranjera, desapareció en la noche del 11 al 12 de enero de 1945 en cercanías a la localidad alemana de Rossfeld, en el Bajo Rhin.
 
También un inventario de las pertenencias y objetos de valor encontrados en la cabecera de su cama en el campamento del que salió Bretón Hernández para jamás regresar. Estaban el libro de pagos, su registro de visitas al dentista, la libreta militar 08071, la tarjeta de identidad 1976, postales de las cataratas del Niágara, del hotel Columbus de Miami y de Besancon Les Bains coloreadas a mano, fotografías en blanco y negro con amigos y una de la pirámide de Keops incluida La Esfinge, la dirección de un amigo en Estados Unidos y hasta el carné de primera categoría de la Liga Santandereana de Fútbol, expedido el 11 de mayo de 1939 por el Comité Municipal de Barrancabermeja y firmado por el revisor fiscal Rafael Velásquez León, recordándole que como jugador “si siente cariño por el club al que pertenece no cometa actos reprobables, acate los fallos del árbitro, respete a su adversario, juegue con coraje y limpieza”.
 
No podía faltar la fotografía de su amada y allí apareció un retrato de una mujer vestida de militar, más parecida a una aviadora, sin mensaje al respaldo y con el nombre “Renata Olli”, tomado por Moustafá Kamel en El Cairo, Egipto.
 
Igualmente la carta de un soldado ‘G. Serrano’, de Zapatoca, en la que le expresa a Bretón que: “Con el mayor gusto aparto estos momentos para saludarte, siendo mis deseos que al recibo de ésta te encuentres sin novedad. Hoy 31 de diciembre (1944), día de alegría para todo el mundo aunque para nosotros no es gran cosa, me he propuesto contarte algo y antes que todo desearte feliz año y grandiosas pascuas. De nuevo hay muy poco. Estamos junto a un campo de aviación, no hacemos casi nada, jugamos basquet, fútbol, guardia y tiro de vez en cuando. Te cuento que llegamos Ardila, Cárdenas y Gutiérrez y que Palencia fue ascendido a aspirante. De nochebuena no hicimos nada y ni un trago nos bebimos. Supe que estabas enfermo en el hospital de Alejandría, lo cual siento bastante. Cuidado te dejas morir porque esta guerra se termina muy pronto y podrás contar el cuento. Torrado está bien y los demás también. Me saludas a mis amigos y tú recibas el abrazo de tu amigo que te recuerda y te desea felicidades”.
 
Una caja más parecida a las que utilizan para empacar los bocadillos veleños que doña Tulia Fajardo jamás tocó porque consideraba que Luis Enrique era hijo de su esposo, mas no de ella.
 
Razón que la llevó en 1970 -cuando se cumplieron 25 años del fin de la II Guerra Mundial-, a dejar perplejo a un funcionario del Gobierno francés que se apareció en la recepción de su hotel-casa preguntando por don Pedro Bretón y ella le respondió que él había fallecido hace muchos años.
 
El diplomático le insistió que venía a entregarle una medalla póstuma en reconocimiento al valor y sacrificio del cabo Bretón. Y doña Tulia, con el temple de las socorranas, la rechazó diciéndole que no quería que “la decoraran”.
 
Condecoración que regresó a Bogotá en la maleta del diplomático y quizás pueda estar hoy en la repisa del basuriego que la encontró, o repose en el estante de los héroes de quienes se perdió toda pista, pero no sólo los europeos sino el mundo entero vivirán agradecidos por haber contribuido a poner punto final a la pesadilla nazi hace ya 60 años.
 
De estar vivo, el cabo Bretón tendría 91 años de edad y podría encontrarse en un asilo de Hamburgo o quizás a la orilla del mar, en Sicilia, la isla italiana en donde durante semanas peleó cuerpo a cuerpo contra los alemanes hasta sacarlos en retirada.
 
Su medio hermano Joaquín es más optimista y dice: “Me gustaría que estuviera vivo y he pensado en la posibilidad de que se haya convertido al islamismo y viva en un pueblo perdido del desierto, en el norte de África, apacentando camellos y postrándose de cara a La Meca cada vez que toca”.
 
Su cadáver nunca fue hallado, pero su imagen seguirá deambulando por la mente Joaquín, su medio hermano.
 
 
 
Joaquín Bretón conserva como un tesoro la caja de madera con las pocas pertenencias de su medio hermano Luis Enrique Bretón Hernández, quien en 1941 se alistó con la Legión Extranjera y luchó al lado de los franceses contra las tropas alemanas, hasta una noche de enero de 1945 en que después de un cruento combate fue reportado como desaparecido.
 
De piel morena, rostro ovalado, ojos pardos, cabello liso color marrón, cejas escasas y 1,67 de estatura, son algunas de las señales de Luis Enrique Bretón Hernández, el santandereano que de jugador de fútbol y mesero terminó convertido en legionario, defendiendo al mundo de la peste nazi.
 
El 18 de agosto de 1943, el cabo Luis Bretón se hizo tomar una fotografía en Alejandría, en compañía de otro miembro de la Legión Extranjera. En esa ciudad egipcia, según la carta de un amigo colombiano, estuvo hospitalizado pero se ignora la razón.

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