Libro de
investigadora santandereana, auspiciado por la Unión Europea, rescata las
experiencias de comunidades y colectivos para los que ha primado el diálogo con
poder transformador, dándole preponderancia al respeto a la vida.
Con la sabiduría
que han profesado durante siglos, los indígenas Nasa del departamento del Cauca
dicen: “El conflicto existe, ahí está, hay que mediarlo, intervenir en el
mismo, pero en el tiempo oportuno, antes que se haga tarde, porque si se hace
tarde aparece la tragedia”.
Y a eso es lo
que apunta el libro “Intervenir antes que anochezca”, compendio de las
mediaciones, intermediaciones y diplomacias ‘noviolentas’ de base social en el
conflicto armado interno colombiano, caracterizado por su complejidad, su larga
duración, su degradación, la imposibilidad interpretarlo de manera lineal y la
urgencia de ‘intervenir en él antes que anochezca’, como lo manifiesta su autora,
la investigadora santandereana Esperanza Hernández Delgado.
Sus 521 páginas
son el resultado de dos años de un recorrido extenuante por una considerable
extensión del territorio colombiano, observando y analizando en el lugar de los
hechos unas realidades recurrentes, propositivas, desconocidas o
insuficientemente conocidas, representadas en poderes comunitarios o
colectivos, pacíficos y transformadores, que en medio de la violencia y a pesar
de la misma, ‘hace posibles diversos imposibles’, permitiendo dar el paso de la
destrucción y la oscuridad a acuerdos para salvar vidas, proteger culturas,
territorios, autonomías y derechos fundamentales, empezando por la vida.
No son
intenciones, sino alcances reales que indican posibilidades de transformación
pacífica de este conflicto, subraya Hernández Delgado, quien contó con el
auspicio de la Unión Europea dentro de su política de fortalecimiento de
comunidades e iniciativas de paz desde la base en Colombia, secundada la UE por
Pensamiento y Acción Social (PAS) y el acompañamiento de la Fundación Cultura
Democrática (Fucude), la Diócesis de Quibdó (Chocó) y la Universidad Autónoma
de Bucaramanga (UNAB) a través de su Instituto de Estudios Políticos (IEP), del
cual es investigadora Esperanza Hernández.
Lo que hizo la
autora fue seleccionar nueve experiencias: Consejo Regional Indígena del Cauca
(CRIC), Asociación de Trabajadores Indígenas del Carare (ATCC), Consejo
Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia) y
el Proceso Soberano Comunitario de Micoahumado (Municipio de Morales, sur del
departamento de Bolívar), como procesos comunitarios, más las iglesias Cristiana
Menonita y la Católica con la Diócesis de Quibdó junto a las de Tibú,
Socorro-San Gil, Vélez y Magangué, los esfuerzos nacionales de la Asociación de
Familiares de Soldados Secuestrados (Asfamipaz), así como Colombianos y
Colombianas por la Paz, más una mirada a la mediación internacional.
En la
presentación del libro llevada a cabo en la
Universidad Javeriana ante un auditorio conformado por investigadores,
analistas y representantes de las comunidades protagonistas de esta
experiencia, el catedrático Pedro Enrique Valenzuela empezó subrayando que “uno
de los héroes de la guerra en Colombia es Josué Vargas”, dirigente campesino
asesinado en 1990 en Cimitarra (Santander), para luego pasar a reconocer que
esa imagen de violencia perpetua, de un laberinto sin salida, empezó a
desdibujarse cuando los colombianos descubrieron experiencias como las de la
ATCC.
Reconoció que
desde un salón de clases en la capital de la República es muy fácil hablar de
paz, “pero esta gente lo está haciendo en medio del conflicto, donde solo
mencionar la palabra paz, derechos humanos o justicia social puede ponerlos
como blanco de cualquiera de los actores de la guerra”.
Desmarcándose de
tantos libros que se han escrito, Valenzuela ve en el de Hernández una temática
mucho más específica como es la de tratar de ver los significados de
intermediación y mediación que se dan en este nivel de las comunidades y no en
el nivel de las élites.
“La principal
diferencia que encontré en todas las experiencias rescatadas por Esperanza es
el significado que le atribuyen las comunidades al término mediación, que completamente
se aleja de lo que yo había visto hasta ahora, porque siempre se implicaba a un
tercero ajeno al conflicto mediando entre los dos actores, en cualquiera de los
roles como buenos oficios, facilitación de la comunicación o mediación formal”,
dijo Valenzuela, para quien la gran novedad es el propio esfuerzo de las
comunidades que deciden por su cuenta y riesgo ir a dialogar con los actores,
aunque no se trate de generar acuerdos entre dos actores del conflicto.
Otro elemento
que le llamó la atención a Valenzuela es que el trabajo de Hernández Delgado
pone de presente que en el pasado no había una ‘filosofía pacifista’ y que las
mismas circunstancias del conflicto han llevado a estas comunidades a
apropiarse de sus procesos, a decir ‘pasamos de víctimas simplemente a
constructoras de paz y vamos a dialogar con todos los actores del conflicto,
permitido o no permitido por el Estado, pero vamos a tomar el control de
nuestro propio destino’.
Una lección
valiosa para los expertos, que de paso evoca -en concepto de Valenzuela- una
frase de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos con la
llamada ‘Crisis de los misiles’ de 1962 que por poco los conduce a un
enfrentamiento nuclear. Se refería a lo dicho por Nikita Kruschev -secretario
del Partido Comunista- al presidente John F. Kennedy: ‘Dejemos de apretar el
nudo de la guerra, porque entre más lo apretemos más difícil nos resultará
deshacerlo’.
“Y lo que nos
enseñan estas experiencias colombianas es justamente cómo empezar a deshacer el
nudo de la guerra. Quizás estas experiencias hoy no tengan la visibilidad que
merecen o que deberían tener, pero estoy seguro que cuando se abran los
espacios de paz es aquí donde realmente la paz se va a construir. Lo demás no
es sino la formalización de unos acuerdos entre los actores de la guerra”,
aseveró Valenzuela.
Por eso el valor
que recobra la expresión ‘antes que anochezca’, pronunciada por el indígena Alcibiades Escue, así en opinión de
Valenzuela “el conflicto colombiano anocheció hace muchísimo tiempo con
millones de víctimas y desplazados, millones de hectáreas despojadas de los
campesinos y memorias que nos va a ser muy difícil superar. El conflicto
anocheció, pero las experiencias desarrolladas en este libro lo que nos dicen es
que empieza un nuevo amanecer”.
Anhelo que
Hernández Delgado plasma con sus palabras: “Colombia requiere salir del limbo
en el que se encuentra el conflicto armado interno y fijar su mirada en las
regiones, donde hallará experiencias de paz que pueden marcar un nuevo rumbo”.
El testimonio de Arisolina
“Campesinos que
hemos defendido nuestra postura civilista en la lucha y defensa de nuestros
derechos integrales. La palabra y el diálogo como herramientas de mediación han
sido importantes en nuestro territorio porque nos han permitido construir una
propuesta de paz desde nosotros, engendrada desde nuestro territorio, así como
la utilización de la palabra como valor humano de transformación de los
conflictos”, señaló Arisolina Rodríguez, sin dejar de lado que “hemos venido
proponiendo la construcción de un nuevo modelo de desarrollo alternativo que
propenda por hacer real el derecho a la libertad en aras del bien común,
individual y colectivo, en el marco del Estado Social de Derecho”.
Ella acudió en
nombre de la Asamblea Popular de Micoahumado (Serranía de San Lucas), y relato
cómo su comunidad desde hace nueve años hizo valer el Artículo 22 de la Carta
Magna que establece que la paz es un derecho y un deber de obligatorio
cumplimiento, constituyéndose en “un tercer actor de carácter civil y
sembradores de paz, porque éramos víctimas en el escalonamiento del conflicto,
rechazando cualquier tipo de acción violenta y rehusándonos a ser vinculados al
conflicto. Generamos un clima de confianza para esbozar un acuerdo pastoral y
comunitario relativo a la superación de una parte de la crisis humanitaria,
como fue el desminado de 10 kilómetros de la carretera, la cancha de fútbol,
sectores productivos de algunos campesinos y parte del territorio de
Micoahumado, experiencia única en el país”. Conversaciones que contaron con la
participación de monseñor Leonardo Gómez Serna y el sacerdote Joaquín Mayorga,
por parte de la Diócesis de Magangué, y del sacerdote jesuita Francisco de Roux, por parte del
Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio.
Como si fuera
poco, conformaron una comisión de diálogo de carácter humanitario que les
permitió el intercambio con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de
Colombia (AUC), los guerrilleros del
Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Militares, “para
avanzar en la aplicación del Derecho Internacional Humanitario, poniendo freno
a las acciones de guerra desarrolladas en medio de la población civil”.
Diálogo que
contribuyó, según lo explicó Arisolina Rodríguez, al retorno de familias y
personas desplazadas por la violencia, así como la devolución de sus bienes por
parte de los actores armados. “La vencida fue la guerra y los grandes
vencedores fuimos todos los actores que participamos en el marco de la
propuesta de paz, en especial las comunidades y sus proyectos de vida”, precisó,
obteniendo que el Gobierno central y organizaciones de carácter humanitario
volcaran sus ojos hacia esta región de la Serranía de San Lucas, convertidos
después en sus aliados y acompañantes.
De ahí su llamado
a que el país conozca que “los ciudadanos comunes de este país, desde nuestra
sabiduría campesina y popular hemos querido parar esta guerra en la que son
nuestros hermanos colombianos los que ponen su cuota de sacrificio. Este libro
de Esperanza Hernández es el referente que impulsa a la sociedad civil a seguir
avanzando en el posicionamiento de la construcción de la paz, con la imperiosa
necesidad de la superación del conflicto armado a través de la salida política
negociada, donde las mujeres y hombres tengamos muchos rostros y miles de voces
a favor de la paz”.
Ejemplo del Carare santandereano
Otra experiencia
en la que posó su mirada la politóloga Esperanza Hernández, fue el de los 24
años de trayectoria de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare
(ATCC), galardonada en 1990 con el Nobel Alternativo de Paz.
En 1987, los
campesinos que generaron la ATCC y se organizaron en ella no sabían de
pacifismo, ‘noviolencia’, ni de mecanismos de resolución de conflictos, muchos
de ellos apenas sabían leer y escribir, y vivían inmersos desde 1975, en una
realidad de violencia extrema: eran víctimas de un conflicto armado que se
expresaba en dimensiones de barbarie y horror. Sin embargo, en forma
extraordinaria, desde las capacidades y potencialidades para construir paz,
crearon una propuesta auténtica, creativa y con alcances reales y perfectibles,
que ellos identifican como mediación, plantea Hernández Delgado.
Como lo expresa
Mauricio Hernández: “Si le quitáramos la mediación a la ATCC, yo creo que perderíamos
la razón de ser, porque la mediación es la que ha permitido que muchas cosas en
el área de influencia se logren y que la gente pueda convivir en paz,
tranquilamente. Que algunas personas, a pesar de que hayan tenido algún
problema, no se les ajusticie por ese problema que tuvieron, sino que puedan
permanecer en el territorio, ser perdonados y rectificarse. Que haya
entendimiento y que la región se siga desarrollando, aunque no en el ritmo que
debiera ser”.
En esa lucha,
primero entre las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) contra el Ejército, y luego de las Fuerzas Militares y sus ‘amigotes’
paramilitares contra las FARC, por el camino quedaron cerca de 500 víctimas
directas, sin contar sus familias y comunidades. “Por entonces, en muchos
momentos el río Carare perdió su condición para convertirse en testigo mudo de
la barbarie, depositario de los cuerpos mutilados y sin vida, y dejó de
transportar embarcaciones, productos agrícolas y madera para arrastrar
cadáveres, algunas veces hasta quince en un día, que endurecían el miedo, daban
cuenta del horror, y que era prohibido recoger”, le contaron los labriegos a la
investigadora.
En forma
creativa y valiente, casi clandestina, dado que por entonces estaban bastante
restringidos algunos derechos fundamentales, como los de reunión, expresión y
locomoción, líderes comunitarios como Josué Vargas, que gozaba de
respetabilidad y credibilidad en la zona, y líderes de la Iglesia Adventista,
como Simón Palacios, entre otros, comenzaron a propiciar reuniones privadas y
públicas, para analizar el ultimátum que el capitán del Ejército, Mauricio
Betancurt, y las ‘autodefensas’ les habían dado de vincularse a la guerrilla,
volverse paramilitares, desplazarse o morir, y tomar una decisión comunitaria
frente al mismo. Se exploraron diversas alternativas de solución, desde armarse
para la confrontación violenta, hasta oponerse pacíficamente a las alternativas
del ultimátum. La decisión final, de carácter comunitario, fue rechazar las
alternativas del ultimátum y buscar a cada uno de los actores armados para
manifestarles, de manera pacífica pero firme, su decisión de colocar punto
final a la violencia ejercida contra ellos, recuperar su autonomía y proteger
sus derechos a la vida, la paz y el trabajo, como señala el eslogan de la
organización, narra el libro.
El ejercicio de
resistencia civil de la ATCC fue pionero en el país como experiencia campesina
de esta naturaleza. Con su resistencia ‘noviolenta’ alcanzó importantes logros
en el marco de las necesidades inmediatas de la población campesina que lo
generó, y hacia el futuro, dado que sentó las bases de la mediación, muchas
veces exitosa y con alcances, que realizaron después y que hizo posible la consolidación
de la ATCC como iniciativa de paz de base social, al mismo tiempo que evidenció
su ejemplarizante ejercicio de construcción de paz en dimensión de abajo hacia
arriba, que ha logrado mantenerse durante un cuarto de siglo, recalca Esperanza
Hernández.
Cristina Serna,
una de las líderes de la ATCC, lo resume
a su estilo: “La mediación nació de un instinto de supervivencia… Yo creo que
tanto la guerrilla, como los paramilitares y como el mismo Ejército, nos
violentaron todos los derechos habidos y por haber, creados y no creados en
este mundo. Creo que el origen de la propuesta de eso, estuvo ahí, en la
necesidad de hacernos respetar como seres humanos”. Y que, ‘si se metían con un
campesino a las malas, se iban a meter con todos; que un campesino que fuera
amenazado, atropellado, tenían que matarlos a todos”, recuerda Donaldo Quiroga.
En la
actualidad, la ATCC sigue realizando su mediación en el conflicto armado. Media
con el apoyo de sus directivos, de quienes integran sus estructuras veredales y
zonales, y de sus comunidades, que se movilizan menos hoy que en el momento
fundacional, pero están dispuestas a hacerlo, si fuera necesario, por el nivel
de apropiación de esta intervención en quienes habitan su área de influencia,
sentencia Esperanza Hernández.
El anhelo de los
habitantes del Carare, como dice Cristina Serna, es que se puedan morir de
viejos, “pero no porque alguien se dio el gusto de quitarle la vida”.
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