El ex fiscal y ex procurador general formula serios
cuestionamientos sobre el holocausto del Palacio de Justicia, a 27 años de los
hechos. Un punto de vista crítico que clama porque el país al fin conozca la
verdad, ya que hasta ahora “no se ha permitido”.
En esta nación de
amnésicos, Alfonso Gómez Méndez no para de repicar la invitación a escarbar y
esclarecer de una vez por todas los hechos del Palacio de Justicia y otros
tantos capítulos en los que gran parte de este país ha pasado de agache.
Consciente de que
esta es una sociedad calculadora, a la que le gusta “el agua tibia en totuma”, este
tolimense aprovecha cada espacio que le brindan para pedir la verdad y nada más
que la verdad de la toma y retoma ocurridas el 6 y 7 de noviembre de 1985 con
un saldo de 95 muertos, 11 desaparecidos y una Corte Suprema de Justicia inmolada,
con su presidente Alfonso Reyes Echandía a la cabeza.
Invitado a la
apertura de la celebración de los 40 años de la Facultad de Derecho de la UNAB,
Gómez Méndez atendió esta entrevista, en la que dice que los fallos de la justicia son para acatarlos y
que el único partido que existe en Colombia “es el de los puestos”.
¿Veintisiete años después, lo dejan dormir los ‘fantasmas’
del holocausto del Palacio de Justicia?
Debe ser a otros a
quienes no debe dejar dormir los fantasmas del Palacio, particularmente al
presidente de la época (Belisario Betancur Cuartas) que desoyó la voz del
magistrado (Alfonso) Reyes Echandía. Esa frase del presidente de la Corte
Suprema de Justicia, ‘¡que cese el fuego, por favor!’, debe taladrar mucho los
oídos en las madrugadas del presidente Betancur cuando siendo él un hombre de
paz, por esas cosas del destino, lo llevaron a tomar o a no poder tomar una
decisión que hubiese podido impedir, como dijo el magistrado Reyes Echandía en
palabras que todo el mundo ha olvidado, ‘¡aquí va a haber una hecatombe!’.
Son muchos los que
no pueden dormir, no es mi caso. No podrán dormir los guerrilleros del M-19,
que tomaron la estúpida decisión política de tomarse el Palacio, porque
solamente alguien que no conociera este país, podía llegar a pensar que el
establecimiento se iba a mover por sus jueces. Lo había hecho en el pasado. Lo
hizo cuando Carlos Lleras Restrepo le dio la orden al Ejército para que
despejara una zona del departamento de Caldas para que pudieran liberar a
Fernando Londoño y Londoño; lo hizo cuando Julio César Turbay Ayala en la toma
de la Embajada Dominicana donde hubo diálogo y negociación para que no les
pasara nada a los diplomáticos; después del Palacio de Justicia se hizo en el
Gobierno de César Gaviria Trujillo para salvarle la vida a Álvaro Gómez
Hurtado, y en esas seguimos… Los guerrilleros cometieron esa estupidez
política, que supone no conocer este país.
Tampoco pueden
dormir los miembros de la Fuerza Pública que enfurecidos por esa especie de estado
de ira e intenso dolor en que entraron por todas las acciones del M-19, porque
Betancur en concepto de ellos les había dado demasiadas largas al M-19, por las
subrepticias entrevistas de Belisario con el M-19 en Madrid, por el hecho de
que se hubiera dado una amnistía amplia sin contar con los militares… enfurecidos
por eso, probablemente, entraron allí con una política de tierra arrasada, sin
darse cuenta que estaban matando a unos magistrados. Claro, mataron también
a los guerrilleros, que desde luego era
su objetivo aparentemente legítimo, pero igualmente mataron a unos magistrados
y a una Corte que se había formado en el curso de muchos años y que con razón
fue llamada como ‘Corte admirable’. No es fácil rehacer una Corte Suprema,
porque uno puede improvisar ministros, pero no puede improvisar no magistrados ni
generales.
No podrán dormir
tranquilos que precipitaron que se archivara la investigación contra el
presidente Betancur y sus ministros, y que le concedieron anticipadamente una
amnistía al M-19 sin que se les hubiera exigido realmente la verdad sobre lo
que pasó.
No podrán dormir
tranquilos ciertos sectores de los medios de comunicación que acallaron las
voces críticas que surgieron en ese momento, y que en cierta forma
contribuyeron a que se generara esa especie de lo que yo he llamado: ‘El pacto
de silencio’.
¿Quién tiene la última palabra en el caso del Palacio de
Justicia?
Va ser muy difícil
porque hay hechos históricos que probablemente no se van a clarificar muy bien
sino en el curso de los años. En cuanto a los procesos, el vigente lo tiene la
Corte Suprema de Justicia cuando hay una acción concreta que es la sanción al
coronel (Alfonso) Plazas Vegas y no sé si vendrán otras decisiones en ese
sentido. Pero la última palabra la debería tener el pueblo colombiano para no
seguir cultivando la desmemoria y así evitar que cosas de esta naturaleza se
vuelvan a presentar en el futuro.
¿Para que sirvió el informe que en tal sentido hizo hace
un par de años la Corte Suprema, con la participación del magistrado
santandereano Nilson Pinilla? Por ejemplo el ex ministro Jaime Castro dijo que
el documento es ‘sesgado’.
Es un informe por
cierto bastante completo y muchas de las cosas que allí se dicen las había
dicho yo cuando hice el primer debate como representante a la Cámara en 1986.
La comisión arranca con por qué se retira la vigilancia del Palacio de
Justicia, que es el punto de partida y sería lo que esclarecería en verdad qué
fue lo que pasó. Tenemos que saber algún día quién dio la orden de retirar la
vigilancia. También por la existencia de desaparecidos, el exceso de fuerza,
las torturas… la comisión hizo una buena aproximación y una buena labor de
recopilación.
¿Le parece a usted sensato que conocido el fallo del Tribunal de Bogotá contra el coronel Plazas Vega, el presidente Juan Manuel Santos salga a pedirle perdón al ex presidente Betancur y a los militares, en lugar de hacerlo con los familiares de las víctimas?
Yo hubiera
preferido una actitud distinta del presidente; hubiera preferido que el
presidente como en otros casos lo ha hecho, guardara discreto silencio de
respeto hacia las decisiones judiciales, así no las comparta. Porque no es lo
mismo una opinión en contra de un ciudadano común, que una opinión en contra de
un presidente de la República, en un país donde el presidente es el centro de
la vida política de la Nación. Hay un ejemplo que es muy diciente de ver cómo
el presidente influye en todo. Cuando el episodio del técnico ‘Bolillo’ Gómez,
la Federación de Fútbol estaba pensando en dejarlo, hasta que habló el
presidente Santos, dijo que había que cambiarlo
y que había que poner técnico extranjero, y terminaron poniendo técnico
extranjero (el argentino José Néstor Pékerman). Eso nos da una idea del peso
que tiene un presidente en Colombia y por esa misma razón uno preferiría de los
presidentes una actitud de respeto, no solamente de Santos porque también el
presidente (Álvaro) Uribe fue incluso mucho más fuerte en contra de decisiones
de la Corte Suprema, de los jueces y tribunales.
Hay quienes todavía dicen en Colombia que si la guerrilla
cometió tales o cuales prácticas prohibidas, por qué el Ejército y la Policía
no pueden hacer lo mismo.
Ahí también puede
haber un falso dilema porque los guerrilleros son delincuentes, así sean
políticos, y en el caso del Palacio de Justicia eran delincuentes y cometieron
un acto terrorista, pero es que uno no puede equiparar en la acción a quienes
están en contra del Estado de quienes están defendiendo el Estado. La gran
diferencia radica en una aparente debilidad. La debilidad es que los agentes
estatales no pueden usar sino métodos legales. Es una debilidad pero aparente,
porque en ella radica su fuerza. El día en que el Estado utilice los mismos
métodos de los delincuentes, esto se nos convertirá en una lucha entre dos
organizaciones criminales.
También se podría
pensar en que un episodio de esta magnitud, una herida que no se ha cerrado
precisamente por ese ‘pacto de silencio’ y ¿por qué veintiséis años después
hablando de lo mismo? Porque en su momento la justicia política, la del
Congreso de la República, no permitió que actuara la justicia real. Pero ya
metidos en estas y frente a una situación diferente porque los guerrilleros
fueron indultados y están en cargos del Estado, mientras que los militares
están en la cárcel, lo cual la gente probablemente no lo entienda, yo he
insistido en que debemos saber la verdad, que nos cuenten dónde están los
desaparecidos, qué ocurrió con ellos, y en ese caso podríamos pensar en una
salida parecida a la que hizo (Gustavo) Rojas Pinilla en 1954 cuando en plena
guerra entre conservadores y liberales y también de tropelías por parte del
Estado, sacó un decreto de amnistía tanto para quienes habían atacado el Estado
como para quienes en defensa del Estado habían cometido excesos. Pero esta es
una decisión que ojalá se pudiera someter por ejemplo a un referendo.
¿El coronel Plazas Vega es un héroe incomprendido, un
convicto con privilegios o un delincuente más?
Ninguna de las
anteriores, como dicen en el colegio. No es un delincuente porque hasta ahora
está amparado por la presunción de inocencia mientras no esté ejecutoriada la
sentencia en su contra. Yo no sé qué tan héroe pueda ser si realmente en la
defensa del Estado pudo haber cometido excesos o exabruptos. Desde luego que
tampoco yo lo calificaría de villano. Creo que fue un oficial que probablemente
tomó decisiones equivocadas y que se pudo dejar llevar de la emoción y
seguramente del peso que tenía él al interior de las Fuerzas Militares por su
condición de pariente del ministro de Defensa de la época, pero su conducta hay
que mirarla con el paso de los años con serenidad, sin agresividad, pero
tampoco sin falsos halagos.
¿En qué instante el presidente Betancur perdió el control
de la situación en el Palacio?
Yo les he
recomendado a los colombianos, lo lamentable es que no leen mucho, que se lean
el libro de Germán Castro Caycedo sobre lo que pasó en el Palacio. Ahí están
los testimonios incluso de personas como Bernardo Ramírez, cercanas a Betancur
y que trabajaban con él en la Casa de Nariño, en donde dicen que en esas
veintiocho horas el presidente no tuvo el control de la situación. Hablan
incluso de que estuvo prácticamente aislado y que no pudo tomar decisiones.
Yo, como
representante a la Cámara, dije en 1986 que en esas veintiocho horas hizo
crisis el concepto del manejo civil del orden público. Enrique Parejo González,
ministro de Justicia de Betancur, ha dicho que el presidente fue desoído, y
haber sido desoído eso se llama desobediencia. La Corte Suprema incluso creo
que alcanzó a adelantar un proceso contra el general (Víctor) Delgado
Mallarino (director de la Policía
Nacional) precisamente por esa desobediencia.
El coronel Plazas Vega insiste en que no hay
desaparecidos en el caso del Palacio de Justicia. ¿Pretende tapar el Sol con un
dedo?
Uno lo entiende, claro,
porque el coronel Plazas Vega es un hombre procesado, además ad portas de una sentencia que puede
significar la cadena perpetua para una persona de su edad, y uno entiende que
ese sea un mecanismo de defensa, pero desconocer que hubo desaparecidos en el
Palacio de Justicia es como pensar que no hay pobreza en Colombia. Muchos
tribunales, entre ellos el tribunal especial que creó el presidente Betancur,
estableció que sí hubo desaparecidos; el Consejo de Estado también muchas
veces; el propio Betancur en una declaración en 1986 dijo que se había enterado
que hubo personas que salieron con vida. Entendible la actitud del coronel
Plazas Vega como individuo, como ser humano, pero eso naturalmente no es
verdad.
¿Ahora resulta que los ‘malos del paseo’ son los
magistrados del Tribunal de Bogotá?
En eso también la
sociedad colombiana no ha querido entender el papel de los jueces y a estos
magistrados sí los han puesto como villanos. Ahora, es posible que hayan tomado
decisiones un poco equivocadas. Yo personalmente no hubiera enviado al
presidente Betancur a la Corte Penal Internacional entre otras cosas porque eso
es inútil y porque no creo que allá se ocupen de estos poetas. Tampoco hubiera
hecho lo de ordenarle a los militares pedir perdón, aun cuando se ha hecho en otros
casos como en la masacre de Trujillo (Valle) y por orden de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Pero al margen de eso, es una decisión
sólida, que está fundada en las pruebas y que la gran mayoría de quienes la
critican creo que no se han leído ni el cinco por ciento de la providencia, que
por cierto es bastante larga.
¿Cuándo cicatrizarán las heridas del Palacio de Justicia?
Las heridas
cicatrizan cuando se conoce la verdad, y el problema es que hasta ahora no se
ha conocido la verdad y no se ha permitido que se conozca la verdad. En cierta
forma yo fui un poco víctima de eso. Cuando como procurador general en 1990 se
sancionó ni siquiera penalmente sino disciplinariamente al general (Jesús
Armando) Arias Cabrales, se me vino todo el país encima, incluidos El Tiempo, El Espectador, El Siglo,
Álvaro Gómez, Misael Pastrana… Yo tengo archivadas todas las caricaturas y
columnas que se escribieron contra mí y me graduaron como enemigo de las
Fuerzas Militares, porque precisamente es una sociedad que no quiere saber su
verdad y por eso es que no cicatrizamos.
¿Usted es de quienes cada vez que se habla de Gustavo Petro
Urrego (alcalde de Bogotá), le saca a relucir su pasado como militante del M-19
para descalificarlo?
No, a Petro no se
le puede descalificar por haber sido guerrillero, porque pues la sociedad lo
indultó y lo amnistió. Inclusive Álvaro Uribe Vélez fue uno de los proponentes
de la segunda amnistía para el M-19, y ya si el Estado tomó esa decisión hay
que respetarla. A Petro se le puede cuestionar por otras cosas, por sus
actitudes políticas, pero no por su condición de ex guerrillero porque entonces
en ese caso hubiese sido mejor no indultarlo, pero si la sociedad lo indultó y
lo amnistió, ya para qué. Eso es como en los matrimonios, que si una señora le
perdona al marido algún desliz que haya tenido, pues para qué se lo recuerda el
resto de la vida y sigue con él, o plantéele el divorcio.
¿Por qué Alfonso Gómez Méndez se atreve a meterse con
‘vacas sagradas’ como Belisario Betancur?
Yo he sido así
desde chiquito.
¿Pendenciero?
Pendenciero no; soy
una persona frentera y probablemente por eso no he servido mucho para la
política porque no soy calculador, en un país en donde lo que prima es la desmemoria y el
cálculo. ‘No hago esto porque eso me puede dañar mañana’, entonces como que a
la sociedad lo que le gusta es las aguas tibias… el agua tibia en totuma; pero
yo no sirvo para eso, simplemente.
¿Le corrió un fresco a usted el día que el Supremo de
España sacó de la ‘carrera’ al juez Baltasar Garzón?
¡Ningún fresco! Me
parece que Baltasar Garzón jugó un papel importante. Probablemente cometió
algunos errores y ese exceso de protagonismo mediático pudo hacerle daño. Yo
soy más de la escuela de mi paisano Darío Echandía, quien decía que los jueces
debían hablar por sus providencias. El propio Alfonso Reyes Echandía fue
presidente de la Corte Suprema de Justicia y si apareció tres veces en los
medios en el año que estuvo en ese cargo, fue mucho.
¿Un liberal como usted apoya a un ‘godo’ como Alejandro
Ordóñez Maldonado en su propósito de reelección como procurador general?
Como yo no voto,
entonces no cuenta lo que diga (sonríe). A estas alturas de la vida no puedo
determinar el voto de nadie. En general soy anti-reeleccionista y el país tiene
mal diseñado todo este tema de la reelección. ¿Qué ocurrió? La Constitución de
1991 prohibió todas las reelecciones y por equivocación, por andar en las
carreras como en la canción, se le olvidó el Defensor del Pueblo y el
Procurador General. Pero uno se pregunta: ¿Qué razón hay para que se permita la
reelección del procurador y no se permita la del fiscal o la del contralor o la
de los magistrados, que también está prohibida. Lo que hay que tomar es una
decisión: ¡O todos en la cama o todos en el suelo! Reelección para todo el
mundo o no reelección para todos.
Por principio,
independientemente de la gestión del procurador Ordóñez que en muchas ocasiones
he apoyado en público, yo preferiría que no hubiera reelección en ningún caso:
ni del presidente, ni de los alcaldes, ni de los gobernadores… Todo aquello que
implique utilizar el poder que se tiene en un momento determinado para
permanecer en él, me parece que no es conveniente.
¿Luis Carlos Restrepo, ex comisionado de paz del Gobierno
Uribe Vélez, es un perseguido político o un prófugo de la justicia?
Es un psiquiatra
equivocado que cambió de look y ahora
aparece con esa luenga barba, como si fuera alguien en la clandestinidad. En el
caso de la desmovilización del bloque ‘Cacica Gaitana’, evidentemente cometió
equivocaciones; lo que está por establecer es si realmente él estuvo al tanto
de eso o fue engañado, cosa que puede ser perfectamente posible.
Lo que creo es que
él tarde o temprano va a reflexionar y alguno de sus colegas puede ayudarle a
enderezar la mente y que entonces reflexione y le ponga la cara al proceso,
donde por lo demás no le puede ir tan mal. En estos días una juez ordenó su
captura aparentemente porque no se había presentado, pero desechó los cargos de
la Fiscalía. Yo creo que le han aconsejado mal quienes le han pedido que se
vaya. Él que es psiquiatra sabe que los duelos se manejan mejor in situ. Cuando a uno se le muere el
papá es mejor quedarse donde el papá murió y no irse al exterior a rumiar el
duelo.
¿La nostalgia de los uribistas por Uribe tiene límites?
No, porque ésos son
oportunistas. Aquí el único partido que existe es el partido de los puestos. No
es sino mirar la historia: A Horacio Serpa lo derrotan por el fracaso del
Caguán, que no fue de él sino de Andrés Pastrana, y los pastranistas y muchos
liberales se fueron para donde Álvaro Uribe, se volvieron furiosos uribistas,
apoyaron la primera reelección y algunos como Germán Vargas Lleras se bajaron
pero ya en el último año porque estuvo siete años aprovechando de la burocracia
oficial, y hoy esos que ayer eran uribistas hoy son santistas, y seguramente
que si el presidente mañana fuera ‘Tino’ Asprilla, pues serían fervorosos
partidarios del ‘Tino’ Asprilla porque el único partido que hay es el de los
puestos.
¿Cuándo se le acabará la ‘luna de miel’ al presidente
Juan Manuel Santos?
(Alfonso) López
Michelsen decía que la popularidad es como una chequera contra la cual hay que
girar, y hay que girar para tomar decisiones. De hecho ya está teniendo
contradictores por una causa noble como es defender a los desposeídos de
Colombia. Me parece muy bien que Juan Manuel Santos se dé esa ‘pela’ y que si
eso le cuesta popularidad, pues bienvenida la impopularidad si es a costa por
ejemplo de pelear con los terratenientes y
empresarios que despojaron a los campesinos. Lo otro son los presidentes
que gobiernan solamente con las encuestas, para decirle a cada quien lo que
quiere oír.
¿Es demasiado atrevido de Santos autodenominarse el
‘Presidente de los campesinos’?
Seguramente a alguna
gente le parecerá raro que el sobrino-nieto de Eduardo Santos se coloque como
en la posición de (Jorge Eliécer) Gaitán, pero ahí no importa; lo que importa
es que haga las cosas, y hasta ahora ha dado muestras de que lo está haciendo.
¿Usted ha podido regresar a su natal Chaparral (Tolima) o
extraña la ‘Seguridad Democrática’?
Claro que voy con
frecuencia y eso de la ‘Seguridad Democrática’ es un cuento, porque toda
‘seguridad’ no puede ser sino democrática en un Estado de Derecho. Esa es una
de las grandes mentiras que le vendieron a este país como un gran logro de
Uribe Vélez; todo Estado tiene que proveer la seguridad.
¿En qué instante Alfonso Gómez Méndez se volvió el gurú
de El Tiempo y por lo tanto
intocable?
No, yo sí que soy
tocable, porque conmigo sí se mete mucha gente. Yo lo que he sido es un
combatiente. Pensaba en estos días, a propósito de lo que ha pasado con la
fiscal Viviane Morales, que eso no es la décima parte de lo que me pasó como
procurador general y usted Pastor debe recordar lo que pasó en 1989 cuando El Tiempo me pidió la renuncia a los
ocho días y El Espectador ni se diga
porque me cobraba una vieja deuda por haber sido abogado de Jaime Michelsen
(banquero que asfixió a ese periódico por denunciar sus negociados) y me
cobraba haber ejercido la profesión. También Álvaro Gómez, Misael Pastrana y
pensar que los censores morales míos fueron Fabio Valencia Cossio y Alberto
Giraldo. Lo que pasa es que me he curtido en la lucha. Yo no busco las peleas,
pero tampoco las evito, y sobre todo cuando se trata de defender principios.
Creo que simplemente me ofrecieron esa columna en El Tiempo, no hago parte de los círculos de poder de este país y a
veces me siento como un provinciano colado en esos medios bogotanos, pero nunca
he dejado de ser lo que soy ni he dejado de expresar lo que tengo que decir, ni
he perdido mi autenticidad.
Hace unos años entrevisté a Fernando Londoño Hoyos y le
pregunté que si lo peor que le han gritado en la calle es ‘¡abogado de Fernando
Botero! ¿Lo peor que le han gritado a usted es ¡abogado de Jaime Michelsen
Uribe!? ¿Se arrepiente de haber defendido a ese sujeto?
No, de ninguna
manera. Él necesitaba un abogado penalista y además Jaime Michelsen en su época
era pues el dueño del país, nada menos. Los amigos de Michelsen eran otros.
Belisario Betancur era amigo íntimo, también Alfonso López y todo el
establecimiento de este país. A mí muchas veces me han maltratado, sobre todo
por haber hecho alianza con la Unión Patriótica en 1986 en el Tolima, en un
proceso legítimo en el que varios partidos tradicionales hicieron alianza con
un partido legítimo nacido de los acuerdos de paz de Betancur y con eso sí han
tratado de ofenderme a veces.
¿Alfonso Gómez Méndez tiene ‘rabo de paja’?
Pecados como todo
ser humano, pero creo que me puedo arrimar a la candela.
Destacado
'Desconocer que hubo desaparecidos en el Palacio
de Justicia es como pensar que no hay pobreza en Colombia’.
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