miércoles, 12 de diciembre de 2012

El reino del frailejón




Como dicen las señoras, Natalia regresó ‘lívida-lívida’.

Se había adelantado mientras los demás nos fijábamos en los múltiples tonos y colores de los musgos. De repente, en el siguiente recodo el camino y cubierta por una espesa neblina, ella vio un espectro, un ser de mediana estatura que con sus antenas le hacía señales, un hombre vestido de oscuro a quien ella confundió con un monje del más allá.

Sacó valor de donde pudo y retrocedió. Su corazón hacía toc-toc-toc, como si se le fuera a salir. Contó lo que le había ocurrido y pidió que no siguiéramos el ascenso hacia las lagunas Pajarito, Las Calles y Guillermo, enclavadas en el Páramo de Santurbán (Departamento de Santander).

Por primera vez incursionaba en esta maravilla de la naturaleza, y se asustó con razón: nunca había visto un frailejón, también conocido por su nombre científico Espeletia y del que existen en Venezuela, Ecuador y Colombia más de 63 especies, caracterizadas por su tronco grueso y sus hojas velludas en forma de espiral, que son usadas por los lugareños para tratar afecciones pulmonares y renales. Se les encuentra desde los 2.800 hasta los 4.400 metros sobre el nivel del mar.

“No usa esmoquin, bastón ni sombrero de copa como un caballero inglés. Tampoco tiene armadura como los caballeros de la Edad Media. Pero es un caballero. Un caballero que día y noche desempeña una faena que pocos conocemos y menos valoramos… El frailejón, como todo un caballero, cumple su palabra de lealtad a la Madre Tierra. La función individual y colectiva en la preservación de nuestro páramo, las singulares características de sus distintas especies y esa incansable lucha por la vida, lo hacen digno de otorgarle el reconocimiento de caballero, mayor atención y respeto”, dice el experto Luis Aparicio.

Los frailejones crecen a una tasa promedio de un centímetro por año, lo cual quiere decir que un espécimen de dos metros y medio puede haber vivido más de dos siglos, hasta que vengan las máquinas de las multinacionales mineras, la ganadería, el cultivo de papa o los incendios provocados y los destruyan.

Acumulan las hojas muertas en la parte inferior, las cuales hacen las veces de aislantes  térmicos, evitando que el tallo se congele porque las temperaturas pueden pasar de los 28 grados centígrados en una tarde soleada a menos cinco grados en la madrugada.

Como advierte Aparicio, evitan la erosión, ayudan a estabilizar el suelo e impiden que los ríos acumulen mayor cantidad de sedimentos. Contribuyen a conservar los nacientes de los ríos, mitigan el  calentamiento global y aportan materia orgánica al suelo, entre muchas funciones. Sus flores son atractivas para insectos polinizadores y aves.

En el Páramo de Santurbán se encuentran especies como el cuclillo migratorio, pato de torrente, cotorra montañera, periquito aliamarillo, perdiz carinegra, águila crestada y, según el “Libro rojo de aves en Colombia”, el cóndor de los Andes.

Pajarito, Las Calles y Guillermo son tres preciosas lagunas localizadas a más de 3.380 metros sobre el nivel del mar en jurisdicción del municipio santandereano de Vetas, el llamado ‘Pueblito Pesebre’.

A ellas se llega después de recorrer los 63 kilómetros entre Bucaramanga y el corregimiento de Berlín (Tona), en la carretera salpicada de cráteres que va a Pamplona y Cúcuta (Norte de Santander). Allí se toma a mano izquierda por una vía destapada de 26 kilómetros que lleva a Vetas y luego un camino veredal de 6,2 kilómetros hasta la finca de Alicia y Roberto, sin perderse en las tres Y por las que hay que pasar.

Cobran dos mil pesos por cada persona que quiera conocer este tesoro que está en riesgo si la ‘locomotora’ minera -oro y plata- arrasa este territorio donde nace el agua que toman los habitantes de Bucaramanga y otros veinte municipios.

Hace rato esta zona debió haber sido declarada Parque Natural, pero este sueño aún no se ha hecho realidad.

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