Como dicen las
señoras, Natalia regresó ‘lívida-lívida’.
Se había
adelantado mientras los demás nos fijábamos en los múltiples tonos y colores de
los musgos. De repente, en el siguiente recodo el camino y cubierta por una
espesa neblina, ella vio un espectro, un ser de mediana estatura que con sus
antenas le hacía señales, un hombre vestido de oscuro a quien ella confundió
con un monje del más allá.
Sacó
valor de donde pudo y retrocedió. Su corazón hacía toc-toc-toc, como si se le
fuera a salir. Contó lo que le había ocurrido y pidió que no siguiéramos el
ascenso hacia las lagunas Pajarito, Las Calles y Guillermo,
enclavadas en el Páramo de Santurbán (Departamento de Santander).
Por primera vez
incursionaba en esta maravilla de la naturaleza, y se asustó con razón: nunca
había visto un frailejón, también conocido por su nombre científico Espeletia y del que existen en
Venezuela, Ecuador y Colombia más de 63 especies, caracterizadas por su tronco
grueso y sus hojas velludas en forma de espiral, que son usadas por los
lugareños para tratar afecciones pulmonares y renales. Se les encuentra desde
los 2.800 hasta los 4.400 metros sobre el nivel del mar.
“No usa
esmoquin, bastón ni sombrero de copa como un caballero inglés. Tampoco tiene
armadura como los caballeros de la Edad Media. Pero es un caballero. Un
caballero que día y noche desempeña una faena que pocos conocemos y menos
valoramos… El frailejón, como todo un caballero, cumple su palabra de lealtad a
la Madre Tierra. La función individual y colectiva en la preservación de
nuestro páramo, las singulares características de sus distintas especies y esa
incansable lucha por la vida, lo hacen digno de otorgarle el reconocimiento de
caballero, mayor atención y respeto”, dice el experto Luis Aparicio.
Los frailejones
crecen a una tasa promedio de un centímetro por año, lo cual quiere decir que
un espécimen de dos metros y medio puede haber vivido más de dos siglos, hasta
que vengan las máquinas de las multinacionales mineras, la ganadería, el
cultivo de papa o los incendios provocados y los destruyan.
Acumulan las
hojas muertas en la parte inferior, las cuales hacen las veces de
aislantes térmicos, evitando que el
tallo se congele porque las temperaturas pueden pasar de los 28 grados
centígrados en una tarde soleada a menos cinco grados en la madrugada.
Como advierte
Aparicio, evitan la erosión, ayudan a estabilizar el suelo e impiden que los
ríos acumulen mayor cantidad de sedimentos. Contribuyen a conservar los
nacientes de los ríos, mitigan el
calentamiento global y aportan materia orgánica al suelo, entre muchas
funciones. Sus flores son atractivas para insectos polinizadores y aves.
En el Páramo de Santurbán se
encuentran especies como el cuclillo migratorio, pato de torrente, cotorra
montañera, periquito aliamarillo, perdiz carinegra, águila crestada y, según el
“Libro rojo de aves en Colombia”, el cóndor de los Andes.
Pajarito, Las
Calles y Guillermo son tres preciosas lagunas localizadas a más de 3.380 metros
sobre el nivel del mar en jurisdicción del municipio santandereano de Vetas, el
llamado ‘Pueblito Pesebre’.
A ellas se llega
después de recorrer los 63 kilómetros entre Bucaramanga y el corregimiento de
Berlín (Tona), en la carretera salpicada de cráteres que va a Pamplona y Cúcuta
(Norte de Santander). Allí se toma a mano izquierda por una vía destapada de 26
kilómetros que lleva a Vetas y luego un camino veredal de 6,2 kilómetros hasta
la finca de Alicia y Roberto, sin perderse en las tres Y por las que hay que
pasar.
Cobran dos mil
pesos por cada persona que quiera conocer este tesoro que está en riesgo si la
‘locomotora’ minera -oro y plata- arrasa este territorio donde nace el agua que
toman los habitantes de Bucaramanga y otros veinte municipios.
Hace rato esta
zona debió haber sido
declarada Parque Natural, pero este sueño aún no se ha hecho realidad.
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