Entrevista
exclusiva a la líder indígena que en 1992 ganó el Premio Nobel de la Paz,
enviándole al mundo el mensaje de que Guatemala estaba hastiada de la guerra y,
de paso, que los indígenas no podían seguir siendo ignorados por una minoría de
terratenientes, dictadores y militares que mangoneaban en ese país.
Muerte e
impunidad. Silencio y lamentos. Huérfanos y viudas. Ríos de sangre.
Guatemala: ¡Qué dolor! ¡Qué frustración!
¡Qué esperanza!
“Fue una marcha
a la capital para pedir que el ejército saliera de la zona. Ellos traían
también a muchos niños huérfanos como prueba de la represión. Tomaron
diferentes emisoras para dar a conocer nuestra situación, al mismo tiempo se
pensó la necesidad de que ésta se diera a conocer internacionalmente y sólos e
iba a dar a conocer tomando una embajada donde los embajadores fueran
portavoces. Porque desgraciadamente la mayor parte éramos muy pobres para
pensar en una gira fuera del país. Éramos muy pobres y la organización no tenía
la capacidad de combatir al ejército. El pueblo tenía tanta ansiedad de buscar
armas para defenderse. Y así fue cuando tomaron la embajada suiza en Guatemala.
Otros tomaron emisoras. Los campesinos venían de muchas regiones. De la Costa
sur, del Oriente, pero la mayor parte era del Quiché, porque allí estaba
concentrada la represión. Casi la mayor parte de los campesinos eran dirigentes
de la lucha. El caso de mi padre, el caso de muchos otros compañeros que
cayeron allí. Por último se tomó la embajada de España. Antes de que se tomara
la embajada de España -fue un milagro-, supe que mi madre estaba dispuesta a
ir, que mis hermanos estaban dispuestos a ir también. Pero la organización dijo
que no, porque ya se presentía aquel temor de que iba a suceder algo. Todos los
compañeros estaban dispuestos a soportar cualquier peligro. Entonces, entraron a la embajada de España.
Ni siquiera nos pasaba por la cabeza lo que sucedería después. En primer lugar,
porque estaban personalidades importantes. En segundo lugar, porque allí se
encontraban también elementos del régimen que cayeron, murieron quemados junto
a los campesinos. Por supuesto sabíamos que iba a haber una tensión, pero
pensamos que era posible que a todos los que tomaron la embajada, les
concedieran una salida del país, como refugiados políticos, pero que también
pudieran dar a conocer su lucha afuera. El objetivo era precisamente informar
al mundo entero de lo que pasaba en Guatemala e informar también la misma gente
interna… Fueron quemados vivos y lo único que se pudo sacar fueron sus cenizas”.
Así recuerda
Rigoberta Menchú Tum aquella tarde del 31 de enero de 1980 cuando su padre,
Vicente Menchú, y otras 36 personas perecían carbonizadas por la acción de
granadas de fósforo blanco disparada por uniformados de la Policía. Masacre que
fue investigada y de la que no quedó la menor duda, salvo en sectores de
extrema derecha que al día de hoy siguen insistiendo en que las víctimas “se
autoinmolaron”.
La última vez
que entrevisté a Rigoberta Menchú Tum (San Miguel Uspantán, 1959) fue el 29 de
diciembre de 1996, día en que Guatemala y el mundo entero se vistieron de gala
para asistir a la fiesta de la firma del ‘Acuerdo de Paz Firme y Duradera’ para
la construcción de una nación multiétnica, pluricultural y multilingüe. Allí,
por supuesto, estaba presente la Premio Nobel de la Paz 1992.
Esa era la
noticia que repicaba en periódicos, emisoras y canales de televisión, y como
enviado especial del diario El Espectador
–disimulando las lágrimas de emoción- escribí un lead salido de las entrañas: “Una inmensa paloma cubrió ayer el
cielo de Guatemala para traer la luz del entendimiento, la paz. Después de 36
años de agudo conflicto interno, que dejó más de 150.000 muertos, un millón de
desplazados y la huella imborrable de las atrocidades cometidas tanto por el
ejército, la policía y los paramilitares como por la guerrilla, el presidente
Álvaro Arzú y los comandantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca
(URNG) avalaron con sus firmas el compromiso férreo de no cesar en la
construcción del nuevo país que claman a gritos sus más de 10 millones de
habitantes”.
Luego de 16 años
la volví a tener cara a cara, ahora en el piso quinto de la Universidad
Autónoma de Bucaramanga (UNAB), que la trajo como invitada central a la décima
Feria del Libro Ulibro, el 22 de octubre pasado. En un
encuentro de 38 minutos en el que tampoco pude contener el llanto, Rigoberta
Menchú accedió a sostener este diálogo pausado… íntimo, así ella advirtiera:
“No me vaya a preguntar cosas indiscretas, que yo no le voy a contestar”.
Como regalo,
pero también para ‘romper el hielo’, le obsequié dos ejemplares del Periódico 15.
Uno con la portada del sacerdote jesuita Francisco de Roux y otro con la
panorámica del Páramo de Santurbán, donde multinacionales mineras pretenden extraer millones de onzas de oro y
plata. “¡No lo tienen que permitir!”, afirma espontáneamente Rigoberta Menchú y
agrega: “Esos canadienses están destruyendo el mundo. Eso es saqueo total. No
tiene otro nombre”.
¿Los acuerdos de paz sí concretaron lo que se anheló
o se quedaron en el sueño de una Guatemala diferente?
Hay cambios que
no se realizaron como se debió aprovechar y uno de ellos es realmente encarar
la posguerra. En Guatemala no se encaró la posguerra. Empezamos a ser más
complacientes con la necesidad de justificar nuestra paz firma y duradera, más
que avanzar en las transformaciones profundas. No se hicieron transformaciones
profundas. Nos involucramos en el retorno de refugiados, en el sentir lo más
duro, lo más desencarnado de la guerra, que es el desplazamiento interno, la
violencia, la represión que dejó desoladas a muchas aldeas y comunidades.
Como quien dice,
el proceso de reencuentro entre las víctimas nos llevó más tiempo que pensar en
las transformaciones sociales. Esto es muy delicado porque hasta la fecha se
mantienen en buena medida intactas las estructuras del poder. La riqueza en
manos de un empresariado muy cerrado, oligarca, egoísta, celoso de no soltar el
negocio para nada, que trafica influencias en todos los círculos de poder, y
una población intimidada, todavía con restos de miedo. Es complicado. Lo que sí
se avanzó muchísimo es por lo menos ya no tenerle miedo a las Fuerzas Armadas,
como se tenía; por lo menos hemos avanzado un poquito en la reivindicación de
derechos; se avanzó en reconocimiento de los idiomas de los pueblos mayas; ya
somos libres de nuestra circulación interna; ya no tenemos que pensar que nos
van a secuestrar en un área de conflicto. O sea, literalmente el silencio de
las balas. Yo creo que el silencio de las armas desde el marco del conflicto
armado, fue una realidad.
Se ha insistido en muchas latitudes: silenciar las
armas no significa que de inmediato se consiga la paz, pero sí es un gran paso
hacia delante.
Es un paso
fundamental. Lo más grande que hicimos en la década de la paz fue firmar el
cese del fuego. Una vez firmado empezó un proceso muy atropellado. No fue tan
libre como lo que hubiéramos soñado, y es la reincorporación de los compañeros
y compañeras revolucionarios en la vida política. Se dijo está bien que hagan
su partido, sí, pero con qué recursos económicos y más cuando los partidos en
Guatemala y sus esquemas estaban hechos exactamente al molde del sistema
explotador, excluyente, capitalista, invasor… Entonces el partido de la
izquierda empieza a enfrentar unas condiciones para las que yo creo que no
estaba bien preparado. Mientras que se organiza, muchos compañeros se
frustraron e incluso combatientes se pasan a las Fuerzas Armadas para tratar de
continuar su vida, y una cantidad de compañeros y compañeras quedan en el
anonimato, al frente de una situación muy complicada.
Yo no hubiera
querido que la fuerza revolucionaria mantuviera las armas, pero sí anhelábamos
una fuerza de izquierda fuerte, poderosa y que haga contrapeso para que se
puedan mantener las partes que tenían que llevar a buen término el cumplimiento
de los acuerdos de paz.
Luego yo diría
que lo más peligroso que vivimos es la ‘oenegización’ de la izquierda
guatemalteca de parte de la comunidad internacional. Se invirtieron cuantiosos
recursos para la instauración de una enorme cantidad de organizaciones no
gubernamentales, un poco para dispersar la fuerza organizativa de la sociedad
civil, y muchos de nosotros nos quedamos fuera de todo tipo de influencia en el
proceso. Si éramos parte de las propuestas, inmediatamente éramos excluidos. Y
la verdad es que hemos sobrevivido gracias a la tenacidad y gracias a la
convicción que tenemos, y porque agarramos temas fundamentales que no se pueden
posponer como la verdad de las víctimas, pero sinceramente yo misma me
cuestiono en ese sentido. No critico a los demás, sino me cuestiono, porque no
vayan a creer que manipulo con el Premio Nobel, pero el qué dirán nos cerró
puertas en muchos lugares. Yo de veras que lamento que los recursos de la
comunidad internacional se invirtieron tanto, tanto, tanto, en todas partes del
país, pero no sabemos qué resultados arrojaron. Hay resultados indudables, pero
creo que pudimos haber hecho más. Pudimos aprovechar la paz firme y duradera
como para dar un salto de verdad al desarrollo integral de los pueblos, y que
hoy estaríamos viviendo un país mucho más próspero a nivel general.
Cuando tropiezo con tanto ignorante que anda suelto
y les comento que en ese país hermoso de volcanes y lagos los militares
aplicaron la política de ‘tierra arrasada’, me responden que no lo pueden
creer. No sospechan siquiera hasta dónde llegó la degradación del conflicto
armado. ¿Ese fantasma ronda por su cabeza todavía?
Totalmente,
sobre todo las víctimas. Porque la ‘tierra arrasada’ implicó 446 aldeas
borradas del mapa, según los informes de la Organización de Naciones Unidas
(ONU), no los informes de nosotros que tendríamos que incluir una lista más de
los no conocidos. Esas 446 aldeas destruidas y doscientas mil víctimas, en un
país que apenas estaba entre ocho a diez millones de habitantes… Esto es
aniquilamiento. Y también la desaparición forzada fue más grande que en toda
América Latina. En Guatemala fueron más de cincuenta mil desaparecidos, y estos
desaparecidos forman parte del miedo que tiene la gente.
El militarismo,
el horror y el terrorismo de Estado, entre otros, son temas que definitivamente
no podemos permitir que vuelvan, pero están latentes.
¿Qué tanto contribuyeron las Patrullas de
Autodefensa Civil (PAC) en el agravamiento de la guerra?
Muchísimo,
porque es confrontar la población civil con población civil, y es la
confrontación de mayas con mayas. De hecho el Ejército guatemalteco estaba
constituido por un alto porcentaje de jóvenes mayas y que habían sido entrenados por la crueldad
para que llegaran a cometer semejantes delitos con tal de pensar que iban a
mejorar su población. Yo sí estoy convencida que la doctrina con que arrasó el
Ejército guatemalteco, es una doctrina
supuestamente patriota. O sea, ‘por el honor de la Patria aniquilo esta aldea’.
Eso es fascismo, es un militarismo represivo, agresor contra su propia gente.
Ahora, lo bueno
que hicimos en Guatemala es que sí atacamos algunas estructuras de la cadena de
mandos que ordenaron eso, y por esa razón es que hemos puesto el nombre y
apellidos a los responsables de la política contrainsurgente, porque en
realidad esta es una política contrainsurgente. Es una política
contrainsurgente anticomunista, como se llamó literalmente, pero también
antisocialista y antitransformadora. Es una política de ‘tierra arrasada’, pero
es una política de ‘tierra arrasada’ para aplacar la insurgencia. La doctrina
de (José Efraín) Ríos Montt (procesado en enero de 2012 por el genocidio y
crímenes de guerra contra 1.171 indígenas asesinados y más de mil violaciones en contra de menores de edad,
aunque por sus 86 años de edad se le dio casa por cárcel) de decir el agua es
la población y el pez la guerrilla, hay que quitarle agua al pez. Y ‘quitarle
agua al pez’ significó la vida de niños, hombres, mujeres, ancianos… cualquiera
que estuviera en una ladera porque a lo mejor daba comida a la guerrilla.
Esto dejó muchas
secuelas, aunque también creo que nosotros al atacar la cadena de mandos nos
permitió visualizar y no generalizar la criminalidad encima de todos. Claro que
hubo responsables directos, pero también hubo responsables intelectuales, los
ideólogos de esa barbarie. Hemos hecho un gran trabajo de acreditación de la
verdad a las víctimas, de luchar por una justicia justa y bueno, estoy contenta
con lo que hemos avanzado. Creo que en Guatemala no quedó la impunidad en el
silencio y en el olvido, sino que más bien metimos ganas para acreditar esa
parte y tenemos expedientes extraordinarios.
Pues la prueba es que la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH), con sede en San José de Costa Rica, recientemente condenó
al Estado de Guatemala por cinco masacres perpetradas contra el pueblo indígena
en Baja Verapaz, donde según la Comisión de Establecimiento Histórico (CEH,
patrocinada por la ONU), “murieron 500 personas, hay una cantidad no
especificada de desaparecidos, 16 niños fueron secuestrados, mientras que las mujeres
fueron víctimas de violaciones sexuales masivas”. El fallo implica que el
Estado debe reconocer públicamente su responsabilidad en el caso y construir
obras de infraestructura y servicios básicos para la comunidad. ¿Esta es una
historia de nunca acabar?
Si hay delitos
de lesa humanidad, tarde o temprano deben ser juzgados, y como los crímenes
contra la humanidad no prescriben, habrá tiempo para juzgar. Incluso este
juzgamiento no es más que una prevención porque muchos de los familiares ya
fallecieron y la gente ya no recibió una compensación económica. Todo lo que
destruyó sus vidas esa política de terrorismo de Estado, pues entonces tarde o
temprano hay algo que hacer y es la dignificación de la memoria, entonces
estamos en esa tarea.
Qué bueno que lo
veamos en vida, porque hay otras luchas que no las vamos a ver nosotros, pero
que nuestros hijos sí las van a ver algún día que llegará y habrá un tiempo en
que haya responsables de todos estos crímenes.
¿Qué tanto cuenta la reparación? ¿O que por ejemplo
el Estado se vea en la obligación de poner una placa en la que se recuerde que
ese lugar se cometió tal masacre? ¿Ese simbolismo es importante para intentar
reparar los corazones?
Sí, solamente
que hace falta una parte y es que son nuestros héroes. No es posible que en la
historia guatemalteca los grandes héroes sean los asesinos, los matones, los
victimarios, los militares más feroces, los que impusieron el racismo por ley…
En Guatemala y por decreto obligaron a los pueblos mayas de San Marcos a
convertirse en ladinos y ladinos se llama en mi país al no maya. Ellos sí son
los héroes. Usted va a ver los nombres y apellidos de los héroes de la historia
que se estudia en la escuela y está plagada de militares. Entonces hace falta
empezar a levantar la dignidad de otros héroes, que son los héroes de la gente,
que son los héroes mayas, que es Atanasio Tzul, que es Mamá Maquín, que es
Manuel Tot… que son esos héroes y esas heroínas que están vivos o que
sobrevivieron al genocidio. Esa es la parte que ahora tenemos que levantar
porque de lo contrario estaríamos impulsando una nueva historia de víctimas y
victimarios, pero nosotros no solo fuimos víctimas sino que también fuimos
protagonistas, hemos tenido ideales y luchamos por ellos, y tenemos horizontes
de transformación. Esa es la parte que falta un poquito de compensar, pero como
tenemos varios años futuros para cumplir ese anhelo, creo que ya se está
empezando porque la gente no ha descansado y tiene pinturas y esculturas, pero
eso día que veamos nuestros nombres como protagonistas, ese día va a ser
distinto.
Recuerdo que ese 29 de diciembre el presidente Arzú
se dio la mano con los comandantes guerrilleros Pablo Monsanto, Rolando Morán,
Carlos González y Jorge Rojas, con los buenos oficios del entonces secretario
general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, y todo el mundo se abrazaba y
respiraba esa alegría como si estuviera renaciendo Guatemala. ¿Pero se sospechó
en ese momento lo que vendría en materia de violencia, de pandillas callejeras,
de inseguridad, como es lo que se está viendo no solo en Guatemala sino también
en El Salvador y Nicaragua?
Nosotros sí,
porque el sistema de violencia que hoy tenemos es parte del pasado. Es que el
negocio de las armas no solo era buscar libertad y justicia, porque incluso las
Fuerzas Armadas utilizaron el conflicto armado para justificar los negocios de
las armas. Guatemala tiene una realidad espeluznante, y es que tenemos
alrededor de veinticinco mil miembros de la Policía Nacional, pero también
tenemos más de ciento veinticinco mil guardas privados. Policía privada que no
rinde cuentas al Estado e incluso en los últimos tiempos empiezan a revisar
vehículos cuando solo la Policía Nacional tiene la facultad de detener a un
ciudadano. Hoy se está hablando que los propios marines norteamericanos van a tener permiso para revisar a los
guatemaltecos. Esa militarización tiene negocios.
La impunidad, el
crimen organizado, las drogas y los negocios ilícitos son como parte de la
cadena de necesidades y que generan la violencia. Todo esto es parte del
pasado. Hay parte que es natural porque si los jóvenes en aquellos tiempos
vieron a sus padres, a sus tíos, a sus abuelos, a sus hermanos caer
acribillados, arrancados por la fuerza, qué cultura les dejamos. O sea, cómo le
puedo llegar yo decir ahora: ‘No, hombre, no puede ser violento porque hay que
vivir en paz’. ¿Qué paz va aspirar un joven que creció en la orfandad, después
de tanta atrocidad? Entonces tenemos que sufrir esas consecuencias, pero
también toda violencia tiene dueños: los que ejecutan, que son los menores y la
criminalización de la juventud convertidos en las nuevas víctimas de la
violencia, y los dueños grandes son de corbata, están en sus mansiones, son los
grandes comerciantes y los grandes empresarios.
Por eso yo
pienso que el mundo ideal realmente pasa por la consciencia ciudadana y si los
ciudadanos empiezan a retomar su consciencia de crear paz y rechazar todas esas
políticas criminales, entonces vamos a tener mejores condiciones. De lo
contrario esto es un círculo vicioso.
¿Cómo es que un país en el que al menos el cincuenta
por ciento de la población es indígena, aún sigue manejado como en los tiempos
de la colonia por unas cuantas familias?
Hay una parte y
es el sistema. Hemos intentado compatibilizar dos sistemas: el sistema
ancestral y el sistema occidental, pero es muy difícil porque hay dos sistemas
en pugna. Dos sistemas que se niegan a crear condiciones para hacer una ruta
común. ¿Por qué? Porque siempre uno tiene que sacar la ventaja, y por qué
tenemos que someternos a la ventaja del otro. No sigan viendo como que esto tiene
que ser una derrota de los indígenas, porque nosotros tenemos nuestra propia
fortaleza y nuestra propia visión.
Segundo, los
intentos que hemos hecho de crear camino común son los más difíciles, porque
somos impugnados por los poderes de dos lados y eso es muy difícil. Yo entiendo
que a veces es frustrante, pero hay que hacerlo. Hay más juventud haciendo un
liderazgo. Veo que nuestra propia perspectiva y lo más inmediato que tenemos es
el poder municipal. Tenemos que tener la capacidad de gobernarnos en cada
municipio, y ya es suficiente. ¿Porque finalmente dónde está la riqueza
natural? Está en el municipio. ¿Finalmente dónde están el oro y la plata? Están
en el municipio. Si una trasnacional quiere venir a hacer negocio sobre
nuestros recursos, pues entonces que pase por la consulta popular. Y en la
consulta municipal estoy segura que le vamos a poner reglas y que tienen que
obedecer esas reglas. De lo contrario no son dueños del cerro, porque les vamos
a tapar el camino. Esta es una lucha muy fuerte que hay en Guatemala y las
consultas han iniciado muy fuertes. Luego, nada nos impide ocupar el Congreso
de la República, porque hoy por hoy tenemos cuadros y tenemos gente, así que es
una voluntad popular y un tiempo en que se tienen que dar estos esfuerzos. Lo
único donde nosotros perdemos es que tanto en los medios de comunicación como
en las empresas privadas, las trasnacionales financian las elecciones
perversas, porque las elecciones en Guatemala se ganan con mucho dinero y el
que tiene dinero gana una elección y el que no lo tiene seguro que no va a
ganar. Entonces a esa comercialización de la democracia es un tema al que
tenemos que darle una respuesta social.
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