jueves, 13 de diciembre de 2012

Rigoberta Menchú, hija de la guerra, obrera de la paz


Entrevista exclusiva a la líder indígena que en 1992 ganó el Premio Nobel de la Paz, enviándole al mundo el mensaje de que Guatemala estaba hastiada de la guerra y, de paso, que los indígenas no podían seguir siendo ignorados por una minoría de terratenientes, dictadores y militares que mangoneaban en ese país.
 
Muerte e impunidad. Silencio y lamentos. Huérfanos y viudas. Ríos de sangre. Guatemala:  ¡Qué dolor! ¡Qué frustración! ¡Qué esperanza!
“Fue una marcha a la capital para pedir que el ejército saliera de la zona. Ellos traían también a muchos niños huérfanos como prueba de la represión. Tomaron diferentes emisoras para dar a conocer nuestra situación, al mismo tiempo se pensó la necesidad de que ésta se diera a conocer internacionalmente y sólos e iba a dar a conocer tomando una embajada donde los embajadores fueran portavoces. Porque desgraciadamente la mayor parte éramos muy pobres para pensar en una gira fuera del país. Éramos muy pobres y la organización no tenía la capacidad de combatir al ejército. El pueblo tenía tanta ansiedad de buscar armas para defenderse. Y así fue cuando tomaron la embajada suiza en Guatemala. Otros tomaron emisoras. Los campesinos venían de muchas regiones. De la Costa sur, del Oriente, pero la mayor parte era del Quiché, porque allí estaba concentrada la represión. Casi la mayor parte de los campesinos eran dirigentes de la lucha. El caso de mi padre, el caso de muchos otros compañeros que cayeron allí. Por último se tomó la embajada de España. Antes de que se tomara la embajada de España -fue un milagro-, supe que mi madre estaba dispuesta a ir, que mis hermanos estaban dispuestos a ir también. Pero la organización dijo que no, porque ya se presentía aquel temor de que iba a suceder algo. Todos los compañeros estaban dispuestos a soportar cualquier peligro.  Entonces, entraron a la embajada de España. Ni siquiera nos pasaba por la cabeza lo que sucedería después. En primer lugar, porque estaban personalidades importantes. En segundo lugar, porque allí se encontraban también elementos del régimen que cayeron, murieron quemados junto a los campesinos. Por supuesto sabíamos que iba a haber una tensión, pero pensamos que era posible que a todos los que tomaron la embajada, les concedieran una salida del país, como refugiados políticos, pero que también pudieran dar a conocer su lucha afuera. El objetivo era precisamente informar al mundo entero de lo que pasaba en Guatemala e informar también la misma gente interna… Fueron quemados vivos y lo único que se pudo sacar fueron sus cenizas”.
Así recuerda Rigoberta Menchú Tum aquella tarde del 31 de enero de 1980 cuando su padre, Vicente Menchú, y otras 36 personas perecían carbonizadas por la acción de granadas de fósforo blanco disparada por uniformados de la Policía. Masacre que fue investigada y de la que no quedó la menor duda, salvo en sectores de extrema derecha que al día de hoy siguen insistiendo en que las víctimas “se autoinmolaron”.
La última vez que entrevisté a Rigoberta Menchú Tum (San Miguel Uspantán, 1959) fue el 29 de diciembre de 1996, día en que Guatemala y el mundo entero se vistieron de gala para asistir a la fiesta de la firma del ‘Acuerdo de Paz Firme y Duradera’ para la construcción de una nación multiétnica, pluricultural y multilingüe. Allí, por supuesto, estaba presente la Premio Nobel de la Paz 1992.
Esa era la noticia que repicaba en periódicos, emisoras y canales de televisión, y como enviado especial del diario El Espectador –disimulando las lágrimas de emoción- escribí un lead salido de las entrañas: “Una inmensa paloma cubrió ayer el cielo de Guatemala para traer la luz del entendimiento, la paz. Después de 36 años de agudo conflicto interno, que dejó más de 150.000 muertos, un millón de desplazados y la huella imborrable de las atrocidades cometidas tanto por el ejército, la policía y los paramilitares como por la guerrilla, el presidente Álvaro Arzú y los comandantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) avalaron con sus firmas el compromiso férreo de no cesar en la construcción del nuevo país que claman a gritos sus más de 10 millones de habitantes”.
Luego de 16 años la volví a tener cara a cara, ahora en el piso quinto de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), que la trajo como invitada central a la décima Feria del Libro Ulibro, el 22 de octubre pasado. En un encuentro de 38 minutos en el que tampoco pude contener el llanto, Rigoberta Menchú accedió a sostener este diálogo pausado… íntimo, así ella advirtiera: “No me vaya a preguntar cosas indiscretas, que yo no le voy a contestar”.
Como regalo, pero también para ‘romper el hielo’, le obsequié dos ejemplares del Periódico 15. Uno con la portada del sacerdote jesuita Francisco de Roux y otro con la panorámica del Páramo de Santurbán, donde multinacionales mineras pretenden extraer millones de onzas de oro y plata. “¡No lo tienen que permitir!”, afirma espontáneamente Rigoberta Menchú y agrega: “Esos canadienses están destruyendo el mundo. Eso es saqueo total. No tiene otro nombre”.
¿Los acuerdos de paz sí concretaron lo que se anheló o se quedaron en el sueño de una Guatemala diferente?
Hay cambios que no se realizaron como se debió aprovechar y uno de ellos es realmente encarar la posguerra. En Guatemala no se encaró la posguerra. Empezamos a ser más complacientes con la necesidad de justificar nuestra paz firma y duradera, más que avanzar en las transformaciones profundas. No se hicieron transformaciones profundas. Nos involucramos en el retorno de refugiados, en el sentir lo más duro, lo más desencarnado de la guerra, que es el desplazamiento interno, la violencia, la represión que dejó desoladas a muchas aldeas y comunidades.
Como quien dice, el proceso de reencuentro entre las víctimas nos llevó más tiempo que pensar en las transformaciones sociales. Esto es muy delicado porque hasta la fecha se mantienen en buena medida intactas las estructuras del poder. La riqueza en manos de un empresariado muy cerrado, oligarca, egoísta, celoso de no soltar el negocio para nada, que trafica influencias en todos los círculos de poder, y una población intimidada, todavía con restos de miedo. Es complicado. Lo que sí se avanzó muchísimo es por lo menos ya no tenerle miedo a las Fuerzas Armadas, como se tenía; por lo menos hemos avanzado un poquito en la reivindicación de derechos; se avanzó en reconocimiento de los idiomas de los pueblos mayas; ya somos libres de nuestra circulación interna; ya no tenemos que pensar que nos van a secuestrar en un área de conflicto. O sea, literalmente el silencio de las balas. Yo creo que el silencio de las armas desde el marco del conflicto armado, fue una realidad.
Se ha insistido en muchas latitudes: silenciar las armas no significa que de inmediato se consiga la paz, pero sí es un gran paso hacia delante.
Es un paso fundamental. Lo más grande que hicimos en la década de la paz fue firmar el cese del fuego. Una vez firmado empezó un proceso muy atropellado. No fue tan libre como lo que hubiéramos soñado, y es la reincorporación de los compañeros y compañeras revolucionarios en la vida política. Se dijo está bien que hagan su partido, sí, pero con qué recursos económicos y más cuando los partidos en Guatemala y sus esquemas estaban hechos exactamente al molde del sistema explotador, excluyente, capitalista, invasor… Entonces el partido de la izquierda empieza a enfrentar unas condiciones para las que yo creo que no estaba bien preparado. Mientras que se organiza, muchos compañeros se frustraron e incluso combatientes se pasan a las Fuerzas Armadas para tratar de continuar su vida, y una cantidad de compañeros y compañeras quedan en el anonimato, al frente de una situación muy complicada.
Yo no hubiera querido que la fuerza revolucionaria mantuviera las armas, pero sí anhelábamos una fuerza de izquierda fuerte, poderosa y que haga contrapeso para que se puedan mantener las partes que tenían que llevar a buen término el cumplimiento de los acuerdos de paz.
Luego yo diría que lo más peligroso que vivimos es la ‘oenegización’ de la izquierda guatemalteca de parte de la comunidad internacional. Se invirtieron cuantiosos recursos para la instauración de una enorme cantidad de organizaciones no gubernamentales, un poco para dispersar la fuerza organizativa de la sociedad civil, y muchos de nosotros nos quedamos fuera de todo tipo de influencia en el proceso. Si éramos parte de las propuestas, inmediatamente éramos excluidos. Y la verdad es que hemos sobrevivido gracias a la tenacidad y gracias a la convicción que tenemos, y porque agarramos temas fundamentales que no se pueden posponer como la verdad de las víctimas, pero sinceramente yo misma me cuestiono en ese sentido. No critico a los demás, sino me cuestiono, porque no vayan a creer que manipulo con el Premio Nobel, pero el qué dirán nos cerró puertas en muchos lugares. Yo de veras que lamento que los recursos de la comunidad internacional se invirtieron tanto, tanto, tanto, en todas partes del país, pero no sabemos qué resultados arrojaron. Hay resultados indudables, pero creo que pudimos haber hecho más. Pudimos aprovechar la paz firme y duradera como para dar un salto de verdad al desarrollo integral de los pueblos, y que hoy estaríamos viviendo un país mucho más próspero a nivel general.
Cuando tropiezo con tanto ignorante que anda suelto y les comento que en ese país hermoso de volcanes y lagos los militares aplicaron la política de ‘tierra arrasada’, me responden que no lo pueden creer. No sospechan siquiera hasta dónde llegó la degradación del conflicto armado. ¿Ese fantasma ronda por su cabeza todavía?
Totalmente, sobre todo las víctimas. Porque la ‘tierra arrasada’ implicó 446 aldeas borradas del mapa, según los informes de la Organización de Naciones Unidas (ONU), no los informes de nosotros que tendríamos que incluir una lista más de los no conocidos. Esas 446 aldeas destruidas y doscientas mil víctimas, en un país que apenas estaba entre ocho a diez millones de habitantes… Esto es aniquilamiento. Y también la desaparición forzada fue más grande que en toda América Latina. En Guatemala fueron más de cincuenta mil desaparecidos, y estos desaparecidos forman parte del miedo que tiene la gente.
El militarismo, el horror y el terrorismo de Estado, entre otros, son temas que definitivamente no podemos permitir que vuelvan, pero están latentes.
¿Qué tanto contribuyeron las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) en el agravamiento de la guerra?
Muchísimo, porque es confrontar la población civil con población civil, y es la confrontación de mayas con mayas. De hecho el Ejército guatemalteco estaba constituido por un alto porcentaje de jóvenes mayas  y que habían sido entrenados por la crueldad para que llegaran a cometer semejantes delitos con tal de pensar que iban a mejorar su población. Yo sí estoy convencida que la doctrina con que arrasó el Ejército guatemalteco,  es una doctrina supuestamente patriota. O sea, ‘por el honor de la Patria aniquilo esta aldea’. Eso es fascismo, es un militarismo represivo, agresor contra su propia gente.
Ahora, lo bueno que hicimos en Guatemala es que sí atacamos algunas estructuras de la cadena de mandos que ordenaron eso, y por esa razón es que hemos puesto el nombre y apellidos a los responsables de la política contrainsurgente, porque en realidad esta es una política contrainsurgente. Es una política contrainsurgente anticomunista, como se llamó literalmente, pero también antisocialista y antitransformadora. Es una política de ‘tierra arrasada’, pero es una política de ‘tierra arrasada’ para aplacar la insurgencia. La doctrina de (José Efraín) Ríos Montt (procesado en enero de 2012 por el genocidio y crímenes de guerra contra 1.171 indígenas asesinados y más de  mil violaciones en contra de menores de edad, aunque por sus 86 años de edad se le dio casa por cárcel) de decir el agua es la población y el pez la guerrilla, hay que quitarle agua al pez. Y ‘quitarle agua al pez’ significó la vida de niños, hombres, mujeres, ancianos… cualquiera que estuviera en una ladera porque a lo mejor daba comida a la guerrilla.
Esto dejó muchas secuelas, aunque también creo que nosotros al atacar la cadena de mandos nos permitió visualizar y no generalizar la criminalidad encima de todos. Claro que hubo responsables directos, pero también hubo responsables intelectuales, los ideólogos de esa barbarie. Hemos hecho un gran trabajo de acreditación de la verdad a las víctimas, de luchar por una justicia justa y bueno, estoy contenta con lo que hemos avanzado. Creo que en Guatemala no quedó la impunidad en el silencio y en el olvido, sino que más bien metimos ganas para acreditar esa parte y tenemos expedientes extraordinarios.
Pues la prueba es que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con sede en San José de Costa Rica, recientemente condenó al Estado de Guatemala por cinco masacres perpetradas contra el pueblo indígena en Baja Verapaz, donde según la Comisión de Establecimiento Histórico (CEH, patrocinada por la ONU), “murieron 500 personas, hay una cantidad no especificada de desaparecidos, 16 niños fueron secuestrados, mientras que las mujeres fueron víctimas de violaciones sexuales masivas”. El fallo implica que el Estado debe reconocer públicamente su responsabilidad en el caso y construir obras de infraestructura y servicios básicos para la comunidad. ¿Esta es una historia de nunca acabar?
Si hay delitos de lesa humanidad, tarde o temprano deben ser juzgados, y como los crímenes contra la humanidad no prescriben, habrá tiempo para juzgar. Incluso este juzgamiento no es más que una prevención porque muchos de los familiares ya fallecieron y la gente ya no recibió una compensación económica. Todo lo que destruyó sus vidas esa política de terrorismo de Estado, pues entonces tarde o temprano hay algo que hacer y es la dignificación de la memoria, entonces estamos en esa tarea.
Qué bueno que lo veamos en vida, porque hay otras luchas que no las vamos a ver nosotros, pero que nuestros hijos sí las van a ver algún día que llegará y habrá un tiempo en que haya responsables de todos estos crímenes.
¿Qué tanto cuenta la reparación? ¿O que por ejemplo el Estado se vea en la obligación de poner una placa en la que se recuerde que ese lugar se cometió tal masacre? ¿Ese simbolismo es importante para intentar reparar los corazones?
Sí, solamente que hace falta una parte y es que son nuestros héroes. No es posible que en la historia guatemalteca los grandes héroes sean los asesinos, los matones, los victimarios, los militares más feroces, los que impusieron el racismo por ley… En Guatemala y por decreto obligaron a los pueblos mayas de San Marcos a convertirse en ladinos y ladinos se llama en mi país al no maya. Ellos sí son los héroes. Usted va a ver los nombres y apellidos de los héroes de la historia que se estudia en la escuela y está plagada de militares. Entonces hace falta empezar a levantar la dignidad de otros héroes, que son los héroes de la gente, que son los héroes mayas, que es Atanasio Tzul, que es Mamá Maquín, que es Manuel Tot… que son esos héroes y esas heroínas que están vivos o que sobrevivieron al genocidio. Esa es la parte que ahora tenemos que levantar porque de lo contrario estaríamos impulsando una nueva historia de víctimas y victimarios, pero nosotros no solo fuimos víctimas sino que también fuimos protagonistas, hemos tenido ideales y luchamos por ellos, y tenemos horizontes de transformación. Esa es la parte que falta un poquito de compensar, pero como tenemos varios años futuros para cumplir ese anhelo, creo que ya se está empezando porque la gente no ha descansado y tiene pinturas y esculturas, pero eso día que veamos nuestros nombres como protagonistas, ese día va a ser distinto.
Recuerdo que ese 29 de diciembre el presidente Arzú se dio la mano con los comandantes guerrilleros Pablo Monsanto, Rolando Morán, Carlos González y Jorge Rojas, con los buenos oficios del entonces secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, y todo el mundo se abrazaba y respiraba esa alegría como si estuviera renaciendo Guatemala. ¿Pero se sospechó en ese momento lo que vendría en materia de violencia, de pandillas callejeras, de inseguridad, como es lo que se está viendo no solo en Guatemala sino también en El Salvador y Nicaragua?
Nosotros sí, porque el sistema de violencia que hoy tenemos es parte del pasado. Es que el negocio de las armas no solo era buscar libertad y justicia, porque incluso las Fuerzas Armadas utilizaron el conflicto armado para justificar los negocios de las armas. Guatemala tiene una realidad espeluznante, y es que tenemos alrededor de veinticinco mil miembros de la Policía Nacional, pero también tenemos más de ciento veinticinco mil guardas privados. Policía privada que no rinde cuentas al Estado e incluso en los últimos tiempos empiezan a revisar vehículos cuando solo la Policía Nacional tiene la facultad de detener a un ciudadano. Hoy se está hablando que los propios marines norteamericanos van a tener permiso para revisar a los guatemaltecos. Esa militarización tiene negocios.
La impunidad, el crimen organizado, las drogas y los negocios ilícitos son como parte de la cadena de necesidades y que generan la violencia. Todo esto es parte del pasado. Hay parte que es natural porque si los jóvenes en aquellos tiempos vieron a sus padres, a sus tíos, a sus abuelos, a sus hermanos caer acribillados, arrancados por la fuerza, qué cultura les dejamos. O sea, cómo le puedo llegar yo decir ahora: ‘No, hombre, no puede ser violento porque hay que vivir en paz’. ¿Qué paz va aspirar un joven que creció en la orfandad, después de tanta atrocidad? Entonces tenemos que sufrir esas consecuencias, pero también toda violencia tiene dueños: los que ejecutan, que son los menores y la criminalización de la juventud convertidos en las nuevas víctimas de la violencia, y los dueños grandes son de corbata, están en sus mansiones, son los grandes comerciantes y los grandes empresarios.
Por eso yo pienso que el mundo ideal realmente pasa por la consciencia ciudadana y si los ciudadanos empiezan a retomar su consciencia de crear paz y rechazar todas esas políticas criminales, entonces vamos a tener mejores condiciones. De lo contrario esto es un círculo vicioso.
¿Cómo es que un país en el que al menos el cincuenta por ciento de la población es indígena, aún sigue manejado como en los tiempos de la colonia por unas cuantas familias?
Hay una parte y es el sistema. Hemos intentado compatibilizar dos sistemas: el sistema ancestral y el sistema occidental, pero es muy difícil porque hay dos sistemas en pugna. Dos sistemas que se niegan a crear condiciones para hacer una ruta común. ¿Por qué? Porque siempre uno tiene que sacar la ventaja, y por qué tenemos que someternos a la ventaja del otro. No sigan viendo como que esto tiene que ser una derrota de los indígenas, porque nosotros tenemos nuestra propia fortaleza y nuestra propia visión.
Segundo, los intentos que hemos hecho de crear camino común son los más difíciles, porque somos impugnados por los poderes de dos lados y eso es muy difícil. Yo entiendo que a veces es frustrante, pero hay que hacerlo. Hay más juventud haciendo un liderazgo. Veo que nuestra propia perspectiva y lo más inmediato que tenemos es el poder municipal. Tenemos que tener la capacidad de gobernarnos en cada municipio, y ya es suficiente. ¿Porque finalmente dónde está la riqueza natural? Está en el municipio. ¿Finalmente dónde están el oro y la plata? Están en el municipio. Si una trasnacional quiere venir a hacer negocio sobre nuestros recursos, pues entonces que pase por la consulta popular. Y en la consulta municipal estoy segura que le vamos a poner reglas y que tienen que obedecer esas reglas. De lo contrario no son dueños del cerro, porque les vamos a tapar el camino. Esta es una lucha muy fuerte que hay en Guatemala y las consultas han iniciado muy fuertes. Luego, nada nos impide ocupar el Congreso de la República, porque hoy por hoy tenemos cuadros y tenemos gente, así que es una voluntad popular y un tiempo en que se tienen que dar estos esfuerzos. Lo único donde nosotros perdemos es que tanto en los medios de comunicación como en las empresas privadas, las trasnacionales financian las elecciones perversas, porque las elecciones en Guatemala se ganan con mucho dinero y el que tiene dinero gana una elección y el que no lo tiene seguro que no va a ganar. Entonces a esa comercialización de la democracia es un tema al que tenemos que darle una respuesta social.

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