Habla el sacerdote que lideró el rescate del Magdalena Medio de las garras de la violencia y el abandono. Lecciones de vida del superior de la Compañía de Jesús, quien acepta un diálogo sincero sobre lo divino y lo humano. (Primera parte).
Licenciado en
Filosofía y Letras (Javeriana), magíster en economía (Los Andes), teólogo
(Javeriana), doctor en economía (La Sorbona, París), magíster RFS en economía
(London School of Economics, Londres), director del Centro de Investigación y Educación
Popular (Cinep-Bogotá), motor del Programa de desarrollo y Paz del Magdalena
Medio, Caballero de Honor de la Legión Francesa, Premio Nacional de Paz…
estudios, títulos y galardones que hacen de Francisco de Roux un tipo
supremamente sencillo y que, de paso, no le sirvieron de mucho cuando en
1995 llegó a ese pequeño ‘infierno’ en que estaba convertida Barrancabermeja y
su área de influencia.
Agradecido por
la invitación al primer aniversario de la creación del Movimiento Cívico
Conciencia Ciudadana, y en un rincón de la rectoría del Colegio San Pedro
Claver de Bucaramanga, el sacerdote jesuita reconoce que por más que se leyó
al derecho y al revés a Santo Tomás de Aquino, el marxismo y los cuatro
volúmenes de ‘El Capital’, así como la Teología de la Liberación y mil tomos
más sobre el capitalismo de mercado, en Cimitarra o Yondó, en Mico Ahumado o
Arenal, esos tratados de poco o nada sirven cuando se aterriza en una realidad que es completamente distinta. “Todas
las teorías explicativas e ideologías se me cayeron. Me quedó la dignidad
humana”.
Una realidad tan
cruda -apestosa si se quiere-, que uno de los innumerables ‘bautizos’ por los
que tuvo que pasar fue el asesinato de su amiga y asistente, Alma Rosa Jaramillo. Esta abogada primero fue
secuestrada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) cuando acompañaba al
cura Jorge Castro y llevados al cerro de La Teta, en la Serranía de San Lucas.
Luego “se la llevaron las autodefensas de Carlos Castaño y de ‘Julián Bolívar’.
Estuvimos tres días buscándola y al fin encontramos a Alma Rosa. Pero lo que
encontramos fue su cuerpo en un barrial. Le habían serruchado los brazos y las
piernas, y le habían tajado la cabeza”. Años más tarde, como consecuencia de la
llamada Ley de Justicia y Paz, un testigo contó que cuando los paramilitares la iban a matar, la
posición de Alma Rosa fue la de un ciudadano de leyes y les dijo que no les
reconocía ninguna autoridad. “Yo soy una ciudadana legal; ustedes son
ilegales”. Después la mataron.
¿Por qué venir a acompañar a unos ‘desadaptados’ que
con ‘el cuento de la defensa del agua y el medio ambiente’, se oponen a que las
multinacionales lleven a cabo sus ambiciosos proyectos de megaminería a cielo
abierto en el Páramo de Santurbán?
Porque estoy
convencido que el futuro económico, social y cultural es otro, y es distinto de
lo que en este momento avanza como desarrollo económico a nivel mundial. La
lucha que se está dando aquí en Bucaramanga en torno a la defensa del Páramo de
Santurbán y de este movimiento cívico, es una expresión de confrontación a un
tipo de desarrollo que va a terminar por destruir a la sociedad y destruir al
planeta. Estoy convencido que es perfectamente posible reorganizar la economía
y garantizar la satisfacción humana que nos es posible mientras vivamos, de una
manera distinta a como se hace hoy en día.
La economía, tal
como está funcionando en este momento y lo que se entiende por desarrollo, no
solamente está vulnerando salvajemente a la sociedad, está generando desempleos
muy profundos, está creando riesgos muy hondos en la manera como se utiliza lo
que se llama el sector real de la economía, la extracción de los recursos
naturales no renovables y la destrucción de los renovables, sino que también
está poniendo en peligro el planeta en una forma gravísima. ¿Qué le va a quedar
a las generaciones futuras? Y para nosotros los jesuitas que vemos en el ser
humano y en la naturaleza, la obra de Dios, la protección del ser humano y la
protección de la naturaleza son realidades muy importantes.
¿Será como dice el senador Jorge E. Robledo, que las
multinacionales se llevan el oro y dejan el hueco? Usted, como doctor en
Economía que es, habrá escuchado hablar de la ‘Enfermedad Holandesa’. ¿Eso nos
puede dar a los colombianos o somos inmunes?
De hecho ya la
estamos padeciendo en alguna forma. La revaluación del peso colombiano se está
dando en una manera desproporcionada. En estos momentos el dólar está más o
menos a 1.750 pesos, causando una situación muy difícil para nuestros
exportadores, haciendo inmensamente cara la vida en Colombia en el contexto
internacional y Bogotá, por ejemplo, hoy en día es una ciudad mucho más cara
que Miami (Estados Unidos) y mucho más cara que Chicago. Es una de las ciudades
más caras del mundo con la revaluación del peso, y se debe justamente a la
entrada de dólares por las inversiones internacionales detrás de las reservas
naturales de Colombia en petróleo y en minería, y por eso la dificultad de montarnos
en tipos de producción como los que tradicionalmente se han desarrollado en un
territorio como Santander, de producción del manejo de la industria de cueros,
del manejo de la informática, del desarrollo industrial, para pasarnos a ser un
país que se vende en minería. Eso trae necesariamente como consecuencia que la
moneda se revalúa desproporcionalmente. La única forma de poder soportar una
situación de moneda tan revaluada es a base de entregar los recursos naturales,
que nos permiten grandes entradas de dólares, pero que al mismo tiempo arrasan
y dejan en la incertidumbre el futuro del país.
Hoy en día el
país está haciendo un esfuerzo, liderado por un hombre valiosísimo y de mucho
sentido social, que es Javier Gutiérrez (presidente de Ecopetrol), pero toda la
consigna es llegar a sacar un millón de barriles diarios. Estamos más o menos
en los 943 mil hoy, ¿y qué? Supongamos que llegamos a sacar el millón de
barriles diarios y acabamos con la despensa petrolera de Colombia en diez o
doce años, sabiendo que de ese millón de barriles únicamente podemos nosotros
utilizar el treinta por ciento o menos para el consumo nacional, sin habernos
preguntado qué sentido tiene dejar a este país sin petróleo. ¿Qué destrucciones
del medio ambiente tenemos que hacer para llegar a obtenerlo? Y eso no es lo
único, porque en estos momentos el país está concesionado para la explotación
del carbón, para la extracción del oro por todas partes, para la explotación de
todo tipo de productos, y -repito- eso
cada vez revaluará más nuestra moneda, hará mayor la entrada de dólares
y de divisas aquí, y nos hará más dependientes de la necesidad de seguir
extrayendo nuestros recursos para poder responder a las exigencias de la
demanda internacional.
En Marmato (Caldas) también hay tanto oro, que un
día le ofrecieron al párroco que le compraban la casa cural, la iglesia y hasta
el pueblo para sacar todo el mineral que hay debajo. Si a usted como provincial
de los jesuitas le ofrecieran comprarle su sede en el barrio La Soledad de Bogotá
porque hallaron oro debajo de ella, ¿la vendería sin pensarlo dos veces?
La pregunta que
usted hace es parecida a la que se plantean los indígenas cuando les dicen que
entreguen sus tierras porque en ellas hay petróleo, oro o carbón y porque es
necesario extraerlos. Y los indígenas responden con mucha seriedad: Ellos no
van a entregar la sangre la Pacha Mama, no van a entregar el alma de la Tierra
y tampoco las tradiciones de sus ancestros. Y con eso nos están dando unos
mensajes muy profundos. La manera como está concebido el desarrollo en este
momento, es que tenemos que atacar la naturaleza, extraer todos los minerales
posibles para producir cachivaches con la idea de que el desarrollo consiste en
que cada año tenemos que producir más artefactos nuevos de los que se
produjeron el año anterior, sin caer en la cuenta de lo que eso significa para
nuestros ríos, para nuestras selvas, para nuestras especies nativas, para el
agua que todos vamos a necesitar, y con una absoluta irresponsabilidad sobre
los hijos, los nietos y los bisnietos de las generaciones presentes.
La situación es
tan delicada que la gente que está trabajando en economía del medio ambiente
sabe que si el mundo entero llegara a tener el nivel de consumo que hoy en día
tienen los Estados Unidos, movilizado por la extracción de los recursos
naturales de todas partes, se necesitarían cinco planetas Tierra para
garantizar que la naturaleza entera es capaz de reponerse cada año para poder
responder a la forma como le extraemos de todas partes sus posibilidades. Y si
tuviésemos el nivel de consumo de Europa, necesitaríamos dos planetas Tierra.
Es decir, a la velocidad que vamos y para muchos expertos en economía, ya la
situación es irreversible. Las posibilidades
de una vida siquiera como la nuestra, en armonía con la naturaleza, ya no será
posible para las generaciones futuras. La Tierra puede vivir sin nosotros, el
planeta se recompone, pero será mucha menos la gente y la situación será
inmensamente dramática.
Lo que se está
haciendo aquí en Santander con esta lucha es una muestra sabia de un pueblo que
no está dispuesto a someterse a una manera irresponsable de destruir el futuro
de los demás. Es posible que sea simplemente un símbolo pequeño en la magnitud
de las responsabilidades que tenemos, pero es muy importante.
Le escuché decir hace unos años en Barrancabermeja,
que ‘las comunidades saben que la paz que se obtenga depende del tipo de
desarrollo que se emprenda”. Tradúzcame eso.
El Papa Pablo
VI, en la encíclica ‘El desarrollo de los pueblos’, acuñó la frase: “El
desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Si usted cree que el desarrollo es
tener más toneladas de oro o poder sacar cada año más barriles de petróleo o
más toneladas de aceite de palma, entre otras con formas de producción que son
intensivas en capital -quizás con la excepción de la palma- y necesitan
muchísima maquinaria, crean poquísimo empleo y son muy agresivas con la
naturaleza, si usted cree que el desarrollo es eso, en una situación como la
colombiana es muy difícil que lleguemos a crear condiciones de equidad. Ya de
hecho Colombia es después de Haití, por el coeficiente de Gini (utilizado para
medir la desigualdad en los ingresos y en la riqueza), el país más inequitativo
del continente.
Pero si usted
hace un desarrollo de protección de la naturaleza, de ocupación productiva del
territorio por sus propios pobladores -que no tengan que desplazarse-,
organizados, capacitados, en armonía con sus ríos, bosques y especies nativas,
si usted hace un desarrollo altamente productivo pero muy intensivo en mano de
obra, donde se le juegue en serio al pleno empleo de la población
económicamente activa, donde se entienda que la sociedad tiene que remunerar
los trabajos espirituales, culturales, los trabajos de quienes se dedican a expresar
lo que está pasando en el pueblo, los trabajos de los músicos y de los
artistas, al tiempo que se remuneran muy bien los trabajos de los maestros,
porque todo eso es parte de la vida querida por la gente, los trabajos de los
que nos ayudan a alimentarnos bien, los trabajos de las amas de casa… Si el
país remunera la totalidad de estas cosas, como es perfectamente posible, y a
través de eso se acrecienta la demanda ampliada para poder acceder a los bienes
que estamos produciendo de la vida querida, protegiendo la naturaleza, es
posible tener un tipo de desarrollo serio, de calidad, eficiente en el sentido
del menor costo humano y el menor costo ecológico posible, y que se pueda
articular perfectamente en un horizonte de mercado mundial.
La economía sabe
que tiene que avanzar hacia allá. Los economistas más finos del mundo lo están
viendo, pero es tan fuerte la presión de las grandes empresas por obtener
utilidades… El presidente de Ecopetrol sabe que si él no muestra en la próxima
asamblea que el año pasado consiguió por lo menos un 25 por ciento en alza de
utilidades, los accionistas se le pasan a otra empresa. Muchos de ellos son
colombianos y otros no lo son. Y entre otras creo que se va a mover a ese
nivel, porque todavía no le tocó enfrentar la caída de los precios del petróleo
que comenzaron a hacerse este año.
En todos sus discursos y sermones he descubierto la
palabra dignidad. ¿Sin dignidad no hay nada que hacer?
Pues es que
cualquier planteamiento… Esta preocupación que hay aquí, me refiero a la lucha
medioambiental que se hace en Bucaramanga, ¿qué es lo que en el fondo se está
tratando de hacer? Garantizar la vida en plenitud en la naturaleza de las
generaciones presentes y futuras. Se está pensando en los seres humanos que
vendrás después. Y tienen toda la razón porque el ser humano es sagrado, y esa
sacralidad del ser humano es lo que nosotros percibimos cuando afirmamos la
dignidad del hombre y de la mujer.
¿A qué me
refiero yo al hablar de la dignidad? A la conciencia que todos tenemos de lo
que valen toda mujer y todo hombre, que es un valor que nosotros no lo
recibimos del Estado, ni lo recibimos de los partidos políticos, ni siquiera lo
recibimos de las iglesias. Es un valor que nosotros tenemos solamente por ser
seres humanos, y que desde el momento en que dejemos de respetar ese valor, una
sociedad se acaba.
¿De dónde saca eso de que ‘todos somos iguales’?
La reflexión
sobre la dignidad la han trabajado mucho los filósofos desde hace tiempos.
(Emmanuel) Kant, por ejemplo, dice con claridad que ninguna persona puede ser
utilizada por otra para conseguir un propósito que la otra quiera, porque todo
ser humano es un fin en sí mismo. Pero la explicación profunda de la dignidad,
la dimensión trascendente de la dignidad, más allá de los filósofos, nos la han
dado las experiencias trascendentales de la historia humana, todas las grandes
religiones. Para el Cristianismo, que nosotros todos compartimos y que los
católicos llevamos en el alma, lo que estamos convencidos es que cada ser humano
ha sido escogido por Dios, desde siempre, con una seriedad infinita, para una
aventura humana única de Dios con esa persona, por puro amor de Dios y con el
propósito de que eso no se acabe nunca, que eso no termina con la muerte. Y si
cada ser humano es tan importante para Dios y es el objeto de un amor infinito,
pues el respeto que nosotros nos debemos entre todos es inmenso.
Por otra parte,
esa seriedad con que Dios trata a cada uno de nosotros es independiente del
dinero que tengamos, del color de la piel, del país de donde seamos, de la
religión que profesemos, de si tenemos o no títulos universitarios. Esas cosas
no tienen que acabo de nombrar no tienen nada que ver con la dignidad humana.
Si es de la Javeriana o de la Nacional…
De la Javeriana,
de la Nacional o de los Andes… Y eso no puede crecer. Usted no gana dignidad
por el hecho de que lo hagan sacerdote o que lo hagan gobernador de Santander o
rector de la UIS, y es muy importante que eso lo captemos y que nos tratemos
igual todos nosotros. Que la señora de una casa en Ruitoque o Cabecera sepa que
la persona que le plancha tiene exactamente la misma dignidad que ella, y que
un niño del Chocó tiene la misma dignidad que el Presidente de la República. Si
uno se plantea allí, es posible hacer un desarrollo humano para todos, porque
uno siente que entonces a todos se les debe garantizar las condiciones para
vivir su dignidad, para expresarla, para celebrarla… Nosotros no podemos hacer
crecer la dignidad; el desarrollo no es para eso, porque la dignidad no puede
crecer. Es una sola. Sino para crear las condiciones en que las personas puedan
celebrar su dignidad, compartirla, protegerla, y eso es un asunto muy cultural,
entre otras. Por eso la cultura es central, porque a través de la cultura los
pueblos expresan su propia grandeza de naciones. Es un poco lo que pasa con los
indígenas hoy en día en Colombia y es una paradoja muy bella. Es un pueblo que
está diciendo: nosotros exigimos un respeto, que es el respeto de nuestras más
profundas tradiciones.
El profesor de la Nacional y columnista de El Espectador, Álvaro Camacho Guizado,
afirmaba que usted y el sacerdote Javier Giraldo (defensor de los derechos
humanos en Urabá), están vivos de puro milagro, y que se iba a encomendar a
Dios para que los mantuviera con vida. Le pregunto, padre, ¿Dios existe?
(Sonríe) Con
Álvaro fuimos muy amigos y él decía que era agnóstico, que no se atrevía a
afirmar la existencia de Dios, pero que al ver que a mí no me habían matado
había comenzado a pensar si de pronto él estaba equivocado en su agnosticismo.
En los años
setenta hubo una teología que se llamó ‘De la muerte de Dios’ y me acuerdo que
una carátula de la revista Time decía
‘God is Dead’ (‘Dios ha muerto’). Traía una entrevista al obispo (John) Robinson,
que escribió el libro un libro muy bello llamado ‘Honesto con Dios’. El
periodista le decía: “¿Usted qué opina? La gente está diciendo que Dios ha
muerto”. Y le responde Robinson: “Pues me parece muy raro, porque he estado
conversando con él esta mañana”.
La pregunta
sobre la existencia de Dios muchas veces surge de no haber comprendido de qué
estamos hablando cuando hablamos de Dios. El misterio de la vida, la belleza de
los bosques, la grandeza de la dignidad humana, lo que los seres humanos
vivimos en los gestos que nos conmueven profundamente en la vida, un acto de
nobleza, un gesto de perdón, una actitud de alguien que se quita lo que tiene
para compartirlo con los demás, la fuerza del espíritu entre nosotros, es una
manifestación de un misterio de amor que nos está dando todo esto que somos, que
lo da con absoluta generosidad, que no nos reclama nada y que nos invita amar a
los demás de la misma manera. Los creyentes estamos refiriéndonos a ese
misterio y estamos convencidos por experiencias que la vida nos retoma todos
los días para hacernos sentir la hondura de la grandeza de la vida humana, que
detrás de todo esto hay un misterio de amor, que no somos simplemente una
casualidad aleatoria, que jamás podría explicar la grandeza de la libertad
humana, pero eso hay que experimentarlo. Y eso se experimenta en el silencio,
se experimenta en la oración, se experimenta practicando la entrega a los
demás. No es el resultado de un raciocinio lógico, ni puede ser la conclusión
de solucionar una ecuación matemática, ni es el tipo de evidencia que se consigue
cuando usted verifica la ocurrencia de un evento físico.
Nota: En la segunda
parte, ‘Pacho’ -como le llaman sus amigos de todos los estratos- fijará su
punto de vista en torno a asuntos como el latifundismo, la ‘parapolítica’, el
‘Día Final’ y, por supuesto, responderá a los ataques en su contra de
fundamentalistas como Fernando Londoño y otras ‘especies menores’.
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