miércoles, 12 de diciembre de 2012

'El oficio de político', según Manuel Alcántara Sáez

Entrevista al politólogo español Manuel Alcántara Sáez, quien sostiene que no le cree al expresidente colombiano Álvaro Uribe cuando se presenta como candidato de ‘centro’. También habla de transfuguismo y de encuestas. (Primera parte).


Gente que hable de política mucha, pero poca que lo haga con conocimiento de causa y autoridad. Uno de ellos es el politólogo Manuel Alcántara Sáez, catedrático de la Universidad de Salamanca (España) y de otras instituciones de la talla de las estadounidenses Georgetown, Tulane y Notre Dame, el Instituto de Ciencias Políticas de Lille (Francia) y el Instituto de Altos Estudios de América Latina de La Sorbona (París).


De regreso de Buenos Aires, Alcántara Sáez (Madrid, 1952), estuvo en la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, compartiendo su conocimiento y experiencia en temas complejos como origen y organización de los partidos políticos, elecciones y gobernabilidad.


También aprovechó la ocasión para presentar su más reciente libro “El oficio de político” (Editorial Tecnos), un texto de consulta obligatoria y fundamentado en evidencias, para quienes como él creen que todavía es posible pensar en la calidad y profesionalización de la política en América Latina.


“Actualmente se produce una relación muy especial entre la lógica de la democracia representativa, articulada en elecciones y en procesos diferenciados de rendición de cuentas y la actuación de individuos que se mueven en un escenario ambiguo. En él se dan cita aspectos que no son necesariamente contradictorios o irreconciliables, como la ambición, la vocación, la vanidad, el altruismo, la influencia, el dinero, en fin, el manejo del poder”, afirma


¿Cómo es el perfil de político latinoamericano?

Es alguien que ha iniciado su vida en un partido político. Es decir, que el proceso de selección y de socialización se ha hecho en un partido. Es hombre, tiene estudios universitarios por lo menos medios, tiene familiares en política, viene de una cierta tradición familiar en la política, y cubre lo que llamaríamos el espectro ideológico: hay políticos de izquierda, de centro y de derecha. Esa sería la foto robot, y son profesionales de la política. Viven de la política. Si bien es cierto que hay muchas diferencias entre los países, lo que estoy planteando es un retrato medio de algo que no existe, porque no existe el político latinoamericano, pero las primeras características se dan en casi todos los países de América Latina.


Encontré un grafiti en el centro de Bucaramanga que dice: “Amigo concejal, ¡hágase bachiller!” ¿Hay mucho 'burro' metido en la política?

Sí, desgraciadamente sí, aunque también es cierto que los políticos reflejan bastante la sociedad. Es decir, los políticos no son extraterrestres sino que salen del medio en el que viven. Si la educación no está muy desarrollada en una determinada comunidad, es muy probable que sus representantes y sobre todo sus representantes más inmediatos sean como la media del elector, entonces e probable que no tengan estudios. Conforme se va sofisticando el nicho político al que se concursa -que la ciudad o el departamento sea más grande, que se trate de un representante o de un senador- evidentemente el nivel formativo sube. Esto en Colombia por lo menos es evidente. Los políticos a nivel nacional tienen en su gran mayoría estudios formales de grado universitario.


Un valor agregado de su libro es que no se queda en la teoría, sino que se lanza al agua con ejemplos. ¿En el caso de Colombia por qué escogió al dictador boyacense Gustavo Rojas Pinilla?

Colombia es el único país que tiene dos políticos en mi libro. Yo no quería escoger un político representativo de un país. No hay que hacer la pregunta en el sentido de si yo considero que Rojas Pinilla y la segunda política que he escogido que es Ingrid Betancourt, son políticos representativos del país. Esa no es mi intención. Lo que yo quería era seleccionar de entre los países latinoamericanos dieciocho políticos que fueran representativos de distintas trayectorias e ideologías, por supuesto hombres y mujeres. Cuando he dicho de distintas trayectorias me refiero también a políticos que  llegaron al culmen, a la Presidencia, pero otros que solo se quedaron en ministros, otros en diputados y otros que incluso ni llegaron a eso porque estuvieron en la oposición todo el tiempo y no tuvieron posibilidades de tener un cargo.

Rojas Pinilla me venía muy bien porque tenía en él varios elementos que pueden ser típicos de un político latinoamericano. Es decir, que podríamos encontrar figuras parecidas a Rojas Pinilla en otros países de América Latina. Por ejemplo Rojas Pinilla tenía un origen militar, había tenido experiencia política en un gobierno autoritario, se recicló a la política civil y creó un partido político (Anapo) con el que fue candidato y estuvo a punto de ganar la Presidencia del país, y generó una zaga de políticos, como son su hija y sus nietos. Son características muy típicas de políticos de otros países, y por eso me interesó su figura.

 
¿Fue benévolo usted cuando no habló de la corrupción en la dictadura de Rojas Pinilla o casos de violencia como el de la Plaza de Toros de Bogotá, o que sus nietos Néstor Iván y Samuel Moreno Rojas están tras las rejas?

Yo no quería hacer una evaluación de lo que cada político en sus funciones hizo; a mí lo que me interesaba más bien era el perfil y la trayectoria. Y en cuanto a lo de los nietos, cuando yo escribí me parece que todavía no se había producido el juicio. Sí se había producido el caso del juicio de la hija de otro político que estudio, que es el argentino Carlos Alsogaray, cuya hija María Julia está en la cárcel y eso sí que lo digo en el libro.

 
La curiosidad mató al gato. ¿La ambición ‘mató’ a Ingrid Betancourt?

Ingrid Betancourt es una política de libro porque es una mujer que se socializa en una familia de políticos -padre conservador, ministro y embajador, madre concejala liberal-, ella estudia en una escuela de mucho prestigio en París, luego muy joven es asesora de dos ministros, después es diputada, luego es senadora, funda un partido político y es candidata a la Presidencia. Es una mujer con una trayectoria impresionante en doce años (1990-2002), un periodo que más intenso no pudo ser. Si seguimos el dicho bíblico de ‘por sus obras me conoceréis’, evidentemente es una mujer ambiciosa.

 
¿Qué es más saludable para una democracia como la colombiana: Que reine el bipartidismo liberal-conservador o que haya explosión de movimientos que hoy están y mañana puede ser que ya no existan?

El bipartidismo demostró ser un poco funcional en un primer momento, puesto que paró la guerra civil y recuperó la democracia en el año 1958. Ese momento lo tiene de positivo. Lo negativo es que fue la reproducción de elites políticas clásicas y que cerró el espacio a otras fuerzas políticas, en una sociedad que se iba modernizando y que por consiguiente muchas sensibilidades políticas no se veían reflejadas en ese corsé del bipatidismo. En ese momento el bipartidismo comenzó a ser una rémora y un lastre para la modernización de la política del país.

 
¿Y que exista esta cosecha de partidos de los que la gente no sabe ni cuándo se acabaron?

El problema del sistema actual de partidos en Colombia es que es un sistema que podríamos denominar muy poco institucionalizado, y con una enorme volatilidad en la oferta. Está anclado en personajes que cambian y que ahora se llaman ‘tal’, que ahora se llaman ‘cual’, pero que son referentes de la política en los últimos quince años, y que se caracterizan por tener un programa propio, independiente de los partidos que los vieron nacer o que los apoyaron.

Para un observador extranjero le cuesta mucho ubicar por ejemplo al actual Gobierno en el universo de los partidos políticos. Cuando escucho que el presidente (Juan Manuel) Santos lo que está haciendo ahora es intentar recomponer el liberalismo y ser el líder del liberalismo, claro, eso a uno le supone una sorpresa tremenda sobre todo cuando está acostumbrado a estudiar los partidos como unas maquinarias mucho más disciplinadas y cohesionadas  ideológicamente pero también jerárquicamente. Esta anarquía que se vive en el seno de la clase política colombiana hace muy difícil estudiar el sistema político desde una perspectiva que podríamos denominar tradicional de los sistemas políticos, y hay que buscar otros mecanismos.

Las individualidades y las redes juegan un papel muy importante y a veces los politólogos esto no lo tenemos muy en cuenta, aunque aquí en Colombia hay gente muy buena que trabaja estos temas.

 
¿El transfuguismo, eso de verlos por ejemplo en Convergencia Ciudadana (PIN) y después en el liberalismo, es un fenómeno de todos los países o es una plaga endémica de estas tierras?

No es un fenómeno tan extendido. El transfuguismo se da en algunos países, pero no es la tónica habitual. En Brasil se da con mucha frecuencia, pero por ejemplo es impensable en Uruguay, por citar dos casos. En México se ha dado también sobre todo en el nivel de los estados, menos en el nivel federal, y hemos visto gobernadores que eran del PRI y han pasado a ser del PRD, o del PRD incluso al PAN. Ha habido saltos increíbles en la política mexicana. Sin embargo lo característico de la política mexicana es que los partidos son mucho más referentes y más cohesionados que en Colombia.

El problema de Colombia es esta liquidez de los partidos, que tienen un formato líquido en el que es muy difícil valorar el transfuguismo, porque a veces uno puede entender que a lo mejor el político se va del partido porque ve que el partido se está despareciendo o desvaneciendo. Por eso digo que quizás lo que tenemos que cambiar es el foco de nuestras investigaciones y mirar trayectorias políticas de individuos. La política en Colombia desde mediados de los años noventa hay que mirarla más a través de apellidos que a través de siglas partidistas.

 
¿Hay que gobernar de acuerdo al resultado de las encuestas?

Ese es el signo de los tiempos. La mercadotecnia y todo eso obligan a los políticos a dar supuestas respuestas a supuestos reclamos de los ciudadanos. Yo no voy a denostar las encuestas. Creo que son un instrumento muy importante para conocer la opinión; lo que pasa es que hay que saberlas manejar, hay que gobernar con encuestas bien hechas, con encuestas con muestras confiables, con preguntas rigurosamente realizadas, pero a veces no se hace ni una cosa ni otra. A veces la muestra es muy de andar por casa y a veces las preguntas están sesgadas e introducen ruido en la propia formulación. Pero si tenemos una buena encuesta, creo que es un instrumento para el político para tomar decisiones.

Ahora bien, es claro que un político de estirpe o de raza, lo que clásicamente llamábamos ‘un hombre de Estado’, debe superar lo que la encuesta que finalmente está midiendo a corto plazo le dice y mirar más al largo plazo.

Los políticos no solo colombianos de hoy, sino los políticos en general mundiales, si de algo se les está acusando ahora mismo es precisamente de no mirar hacia el 2020 o el 2025, y en vez de ello estar mirando a mañana. Y claro, como están mirando al corto plazo por eso están tan preocupados por las encuestas. Pero creo que deberían tener la capacidad de romper ese corsé y plantear escenarios a un tiempo que no está tan lejos y que es el tiempo de las nuevas generaciones.

 
¿En su laboratorio de politólogo dónde encajan, por ejemplo, el peruano Alan García Pérez y el argentino Carlos Menem?

Carlos Menem es un cadáver político, que tiene únicamente un resorte senatorial como figura política de una provincia muy marginal en Argentina, y que por otra parte utiliza su carácter de senador para huir de la justicia, para tener el fuero que le permite inmunidad parlamentaria. Pero su figura como político es absolutamente irrelevante.

Alan García, por el contrario, es probable que sea el próximo presidente peruano dentro de cuatro años, porque es un hombre que dejó muy bien la economía de su país y salió bien en términos de las encuestas. Es un hombre además que ha contribuido, y esa digamos que es su nota negativa, pero para él personalmente es muy buena, a dinamitar el sistema de partidos en Perú, que no existe más y estamos en una política personalizada. Entonces él dentro de menos de cuatro años de cara a las elecciones presidenciales, tendrá setenta años de edad, será un candidato y no hay que darle para nada por muerto políticamente hablando. Alan García por su histrionismo, pero también por su conocimiento y experiencia, es un candidato indudable para volver a ser presidente por tercera vez.

 
¿Le cree a Álvaro Uribe Vélez cuando se presenta como de ‘centro’?

¡No!, pero no se trata de que yo le crea o no. Las personas tenemos derecho a decir lo que queramos, pero todos los trabajos que tenemos nos indican que la propia clase política colombiana o los propios ciudadanos colombianos cuando evalúan a Álvaro Uribe, lo ubican muy claramente en la ‘derecha’. Nosotros utilizamos una escala de uno a diez, de ‘izquierda’ a ‘derecha’, y preguntamos a todos los representantes a la Cámara y a todos los senadores que califiquen a los líderes del país y sistemáticamente Álvaro Uribe por sus pares ha sido clasificado con un ocho como valor medio. En ese sentido Uribe Vélez puede reclamar el ‘centro’ como estrategia política, como discurso político, y es muy lícito, pero otra cosa es cómo realmente se le ve por su acción política, y en ese caso es un hombre claramente de ‘derecha’.

 
¿Estamos en una era de caudillos, de presidentes-reyes, de mesías, de lobos con piel de oveja, o de qué?

Todo eso junto. En mi libro hago alusión a lo de presidentes-reyes en el sentido de esta idea que se está acuñando de vitalidad presidencial, que la estamos viendo en (Hugo) Chávez, en (Rafael) Correa, en (Evo) Morales y ahora lo que se está empezando a vivir en Argentina donde las elecciones legislativas del año que viene van a ser un test fundamental, porque el partido gobernante, el kirchnerismo, va a intentar conseguir una mayoría suficiente para forzar una reforma constitucional que permita a Cristina Kirchner ser de nuevo candidata presidencial, siguiendo la ruta de los tres casos que he mencionado.

Sin embargo ha habido países donde los presidentes teniendo una gran popularidad se han negado a hacer cualquier paso que supusiera una reforma electoral. Es el caso de (Inacio) Lula (Brasil), el de Tabaré Vásquez (Uruguay) y el de Michelle Bachelet (Chile). O sea, tres casos en la izquierda que tenían unos porcentajes de apoyo popular enormes y que sin embargo no aceptaron ningún paso hacia la reelección. Por eso digo que no es una moda para toda América Latina, pero sí para algunos países como éstos ejemplos.

 
¿Podría eliminarse de un plumazo a los políticos y sus partidos, y que países como éstos fueran gobernados por tecnócratas?

No, y tengo la respuesta muy rotunda: un tecnócrata es un tecnócrata hasta un minuto antes de entrar a la política. Cuando entre a la política se convierte en un político. Hay políticos de origen tecnocrático, eso sí, porque su currículo es ser un gran médico o un gran ingeniero y ese es su capital y por eso entran en política. Son llamados porque se les ve como expertos. Mientras que otros son llamados porque han hecho carrera política, en las juventudes, como concejales o como alcaldes; pero ambos cuando son ministros o presidentes se convierten en ministros o presidentes, es decir, en políticos y empiezan a funcionar como políticos.

Lo que sí que hay que plantear es cuál es el origen. En el caso de Italia el presidente tiene origen tecnocrático, pero ahora mismo es un político.  

 
¿Conoce el caso del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro? ¿Se puede gobernar desde Twitter?

No, por supuesto que no. Twitter es una herramienta más, interesante para movilizar a ciertos sectores, para comunicar cuestiones muy puntuales, pero no se puede gobernar con Twitter.

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