jueves, 13 de diciembre de 2012

Francisco de Roux, el maestro de la dignidad


Segunda parte de la entrevista al superior de los jesuitas, quien implora: “Paremos la guerra de todos los lados, reconozcámonos como seres humanos en igual dignidad y pongámonos juntos a construir este mundo bello donde Dios nos puso”. Desechando privilegios, confiesa que su sueño es regresar al Magdalena Medio.


“Tranquilos que no nos van a preguntar cuántas veces fuimos a misa o si nos confesábamos. La pregunta en el ‘Juicio Final’ es mucho más seria: es cómo nos tratamos como seres humanos”. Esta frase sale de la boca del sacerdote Francisco de Roux, provincial de los jesuitas en Colombia.

Si eso de que ‘quien pisa tierra santandereana es santandereano’ es cierto, o así no lo fuere, de todas maneras De Roux se expresa con la franqueza que le atribuyen a los nacidos en estas breñas. Este caleño de 59 años de edad, durante 13 (1995-2008) fue alma y nervio del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, hecho realidad gracias a la decisión de sus pobladores y la financiación de la Unión Europea y el Banco Mundial. Su sede: Barrancabermeja, con un vasto radio de acción en un agreste territorio donde cada centímetro era -y es- disputado por guerrilla, paramilitares -hoy bandas criminales o Bacrim- y Fuerza Pública.

En esas trincheras sociales de las que hablara el Papa Pablo VI al reconocer la gesta de los jesuitas, es que se mueve como pez en el agua Francisco de Roux, un cura cuya vida está regida por la espiritualidad.

Pero así como fueron expulsados de los territorios de la corona española en 1767 por órdenes de Carlos III y desterrados de estas latitudes a mediados del siglo XIX por los  generales José Hilario López y Tomás Cipriano de Mosquera, o asesinados como Ignacio Ellacuría junto a cinco sacerdotes a manos de militares salvadoreños en 1989, otros colombianos del estilo del exministro uribista Fernando Londoño Hoyos quisieran verlos arder en la hoguera o al menos en un barco rumbo a las costas de África. O en el infierno -si es que existiera-, como les deseó John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos que terminó brindándoles asilo.

Porque pronunciar el nombre Compañía de Jesús es hablar de controversia, tanto en Asia y Europa, como en estas latitudes. Hacia los jesuitas profesan amor, aunque también envidia y odio. Hay quienes les reprochan su formación intelectual, otros les recriminan su poder financiero, unos más allá les cuestionan su influencia política, y hay quienes los relacionan con obras como el movimiento de educación popular Fe y Alegría y el centro de investigación Cinep, reconociéndoles su compromiso con la sociedad, especialmente con los desposeídos que veinte siglos después siguen siendo la mayoría sobre la faz de la Tierra.

Francisco de Roux, amigo de desarrapados, huérfanos, magnates y presidentes, a donde llega con su ropa negra, franela blanca y Cristo tatuado en el corazón, va clamando: “Ojalá rescatáramos la vergüenza, que es un valor humano impresionante”.

Luego guarda cuatro segundos de silencio y dice: “Por favor, tratemos de no quedarnos atrapados en esta guerra que no termina”. Propósito para el que es indispensable, señala, “que asumamos responsabilidades ciudadanas con todas sus consecuencias, sintiéndonos realmente iguales para poder construir esto entre todos”, “por supuesto, dejando atrás los ‘trinos’ agrediéndonos los unos a los otros”, en clara alusión tanto al expresidente Álvaro Uribe como a sus contradictores.

Y a quienes lo ven como un demonio o un elemento peligroso, De Roux enfatiza con coraje que rechaza todos los tipos de guerra, vengan de donde vengan. El propósito de su vida es “tratar de hallar lo que Dios quiere de nosotros en todas cosas” y es ahí donde el silencio se apodera del recinto y su rostro frágil refleja el miedo que le tiene no a la muerte, sino a fallarle a ‘su jefe’.



¿A los ‘cacaos’ Carlos Slim y Luis Carlos Sarmiento Angulo, por ejemplo, les interesa esta ‘carreta’ suya y ponerse en el pellejo de los demás, o que la registradora siga sonando más rápido?

El problema con el empresario privado y con el gran empresario privado es que su propósito es producir cada vez más utilidades; están metidos en lo que se llama el ‘Modelo de la bicicleta’. Cuando usted se monta en una cicla, tiene que avanzar más metros, y si para se cae. Por eso ellos saben que los negocios se detienen y la totalidad de lo que ha sido la producción de sus vidas se vulnera si paran de producir, y tienen que producir más de lo que produjeron antes. La distancia hay que irla acrecentando, como cuando uno está andando en bicicleta. Esa situación hace para ellos sumamente difícil pensar en el bien común, pensar en las demás personas, porque se crea una ética en que es común escucharle al empresario cuando uno lo aborda éticamente y le pregunta por la dignidad de sus trabajadores, es común escuchar en ellos la respuesta: ‘Mire, esas cosas yo tengo que hacerlas porque me obliga el mercado. Si no lo hago así, yo no puedo seguir creciendo en utilidades. Tengo que respetar las restricciones que el mercado me impone’. Y por supuesto que es un planteamiento absolutamente falso, porque el mercado no obliga a nadie, el mercado no es un mandamiento ético, pero atrapados dentro de ese procedimiento…

El gran padre del capitalismo, Adam Smith, en ‘La riqueza de las naciones’ decía: ‘Nunca esperen de los empresarios un propósito de construir el bien común o un propósito de defender los bienes públicos. A los empresarios les interesa exprimir a los bienes públicos para poder garantizar que sus negocios vayan más adelante’. Pero hace una cosa muy interesante al decir eso, por eso la política tiene que estar por encima de la economía, por eso la preocupación por la ciudad es primera que la preocupación por el desarrollo de los negocios. Por eso es muy delicado una situación en el mundo donde los que manejan son las multinacionales, los ministros de hacienda, los grandes bancos mundiales… eso sí puede ser muy peligroso para la humanidad.

Uno no podría decir de todos los empresarios. Los hay que son capaces de emerger sobre la situación de la obsesión, de la racionalidad de estar generando más y más utilidades y mayores que las del año pasado. Hay empresarios que en alguna forma tratan de emerger de eso y son generosos con sus empleados, tienen un corazón grande para ayudar a los que sufren y son compasivos, pero de todas maneras están atrapados dentro de esa manera de ver la economía, y les es muy difícil entender las cosas de otra forma.

Cuando usted asumió hace cuatro años la cabeza de la Compañía de Jesús, varios de sus colegas estaban preocupados por si usted les iba a quitar los privilegios y comodidades, mandándolos a vivir a las parroquias con los pobres. ¿El revolcón ya terminó? ¿Cómo es su estilo de gobierno?

¿Qué es un jesuita? Es un hombre que le entrega su vida a Dios, y en esa entrega lo que trata de hacer todos los días y se prepara para eso, es buscar qué es lo que Dios está haciendo en el mundo y en la sociedad, y cómo puedo yo colaborar a lo que Dios hace. Lo primero que tengo que hacer en esta tarea es escuchar mucho a mis compañeros jesuitas y ver qué es lo que Dios le está pidiendo a cada uno de ellos; invitarlos a que no tengan miedo en dejarse llevar por la llamada que Dios le hace a cada y a la llamada que Dios nos hace en la sociedad donde estamos. Por eso la Compañía de Jesús se ha lanzado a la lucha por la justicia, a la lucha de los derechos humanos, porque ve que Dios quiere que todos vivamos respetando la dignidad de todos los demás. Hoy Dios nos ha hecho sentir muy profundamente que protejamos la naturaleza, y proteger la naturaleza es proteger al ser humano del futuro.

Efectivamente nosotros somos invitados a no dejarnos atrapar por bienes materiales, ni por el prestigio, ni por el reconocimiento. Para eso no estamos nosotros; nosotros estamos para luchar por la pasión de Dios que son los seres humanos y este misterio de la creación.

La verdad le digo, yo no me propuse hacer un revolcón, y por supuesto siento que lo que he hecho es muy poquito. Quisiera que fuéramos mucho más lejos, pero pues así como somos hombres preparados para buscar la voluntad de Dios, somos seres humanos frágiles, con miedos, infortunadamente que buscamos seguridades, que tratamos de protegernos… 

Es conocido el fracaso financiero que tuvieron los jesuitas a nombre de alguien en quien confiaron sus finanzas. ¿Qué capital, acciones y propiedades tiene Francisco de Roux que lo aten a la vida? ¿O usted ya superó esas ambiciones?

¡Ah, sí! Yo entiendo este puesto como un servicio, que me piden que haga durante seis años. Servirle a mis compañeros jesuitas que están con la responsabilidad de sacar adelante las obras que nosotros tenemos.

Por ejemplo, ninguno de los jesuitas que llegan a este colegio San Pedro Claver de Bucaramanga, que todos vienen de paso, tiene derecho sobre nada de este colegio. El padre Eduardo Uribe que está aquí de rector, viene, trabaja un tiempo aquí y yo le puedo decir mañana: ‘Eduardo, te pido el favor de que terminés tu trabajo aquí y te vas para la Parroquia de San Pablo (sur de Bolívar)’. Y Eduardo se va y no se puede llevar nada de aquí, ni el carro, ni la nevera, ni puede decirme ‘como yo he estado trabajando seis años, que me den prestaciones o por lo menos después de tanto trabajo algo me deben dar’. ¡Nada! Ni él recibe un sueldo por el trabajo que está haciendo, y lo mismo les pasa a los jesuitas que están en la (Universidad) Javeriana. Nosotros en eso somos muy serios.

La vida de los jesuitas, en términos estrictos, sí es un comunismo. El jesuita no tiene nada propio. Estas cosas pertenecen a la misión, y por supuesto es la misión del Señor. Lo mismo me pasa a mí con esto. Me han puesto a prestar un servicio durante seis años, con unos bienes que no son míos. Dentro de dos años termino y espero que me pueda volver otra vez al Magdalena Medio, y no me llevo nada de lo que tienen los jesuitas, y le entrego el servicio a otro que lo toma.

El general de los jesuitas (el ‘Papa Negro'), el padre (Peter Hans) Kolvenbach renunció a ser general de la Compañía y por eso la última congregación general eligió a otro Papa (en 2008 al español Adolfo Nicolás Pachón). Pues este hombre que si usted quiere tendría un poder extraordinario… los jesuitas tenemos 240 universidades en el mundo, algunas como la de Georgetown en Washington, que es de las más importantes de Estados Unidos, la Universidad Javeriana tiene veinticuatro mil estudiantes, tenemos más de tres mil colegios en el mundo. Ese padre Kolvenbach, con todo ese poder, dejó de ser general y sabe qué hace hoy en día: es el bibliotecario de una pequeña biblioteca que queda en Beirut (Líbano), donde hay unos viejos libros de patrología (historia de la teología cristiana desde sus inicios hasta el Siglo VII) de los antiguos padres griegos y arameos, y él está ahí prestando el servicio como lo podría hacer una de las bibliotecarias de la UNAB, y está feliz, pero en una cosa más pequeña, prestando libros y dándoles consejos a las personas, después de haber sido el general de la Compañía de Jesús.  

A usted le han llamado ‘Apóstol’, pero también le han dicho: Comunista, guerrillero, marxista trasnochado, testaferro de paramilitares, protector de asesinos, terrorista y amanuense del diablo. ¿Qué falta que le digan?

(Sonríe) Sabe que el tipo que me dijo eso, él sabía que ponía en peligro su vida, porque al expresar todas esas cosas contra mí, que era un ser tan peligroso y que tenía tanto poder, a él muy posiblemente lo podían matar. Le contesté que podía estar absolutamente tranquilo, que yo jamás había cogido un arma, y que quería conversar con él; y tuve la oportunidad de hacerlo.

Nos reunimos. Él llegó a verme con una camioneta de guardias armados y hasta la puerta de mi oficina llegó con un hombre armado, y luego nos sentamos a conversar. Le dije: ‘No se preocupe. Yo no le voy a discutir las cosas que usted ha dicho de mí’, todo lo que usted Pastor acaba de decir en la pregunta. Y le dije: ‘Lo que me interesa mucho más es por qué siente eso de mí, por qué lo piensa’. Pero eso dio lugar a que el hombre me hablara, y por supuesto lo escuché con toda tranquilidad. Cuando empecé a hablarle y un poco a quitarle todos esos mitos que tenía en la cabeza, el hombre escuchó y escuchó y escuchó y al final me dijo: ‘Yo no sabía quién era usted y me voy de aquí convencido que usted no es el tipo terrible y peligroso que yo pensaba’.

O sea que le sirvió para rescatar otra alma.

Pues no sé. Los seres humanos somos muy complejos. Yo creo que hay que tener muchas conversaciones así, con una persona que está atrapada por la guerra. Nosotros estamos muy atrapados por la guerra en Colombia, y cuando uno recibe una cosa así de alguien que le dice a uno que es guerrillero, asesino, ladrón de tierras… generalmente son personas muy atrapadas por el conflicto, y creo que hay que trabajar mucho para que en Colombia nos liberemos de eso y nos tratemos como seres humanos.

Cuando usted dice que la salida al conflicto no es ni por el lado de los alzados en armas ni por el lado de la tierra arrasada, ¿eso significa que hay un camino intermedio?

El camino no es ni por la confrontación contra el Estado con armas, que cae en el terrorismo, porque las bombas, los secuestros y la voladura de oleoductos son actos de terror. Pero el camino tampoco es pensar que con una guerra usted va acabar con la guerrilla y con la protesta social. No hay que dejarse coger por esa tenaza entre lo que se llama el terrorismo y el contraterrorismo.

El camino está en confiar en la gente, en hacer un desarrollo distinto. Siempre, mientras estuve en el Magdalena Medio, e incluso sabiendo que Álvaro Uribe nos había ayudado, yo estuve totalmente en desacuerdo con la concepción de seguridad que él tiene. Él lo sabe y se lo he dicho personalmente. ¿Porque qué me tocó vivir en el Magdalena Medio, en esta tierra santandereana? El consejo de seguridad en que el presidente decía: ‘Ustedes viven en un territorio de guerra donde el terrorismo está por todas partes, no confíen en nadie; confíen en su presidente y en su ejército, y por eso conviértanse en informantes y nosotros les damos los teléfonos’. Eso destruye el capital social, que es el nivel de confianza que se dan los habitantes de una región. Pero si a mí me dicen no confíe en nadie; ‘confíe solamente en mí y en mi ejército’. Eso es exactamente lo mismo que ‘Julián Bolívar’ con ‘Ernesto Báez’ y con Carlos Castaño le decían a la gente: ‘Ustedes en este territorio únicamente creen en nosotros y nos informan a nosotros, y el que le informe a otro se muere’. Eso no construye nada.

Uno construye cuando dice aquí vamos a creer todos los unos en los otros y vamos a construir juntos, y de aquí no se tiene que ir nadie y aquí o esto lo sacamos entre todos o no es posible.

¿La sed de venganza por la muerte violenta del padre y del hermano, es lo que envenena el alma de Uribe o qué es lo que lleva a una persona a actuar de esa manera?

No sé. Para mí Álvaro Uribe es muy difícil de descifrar. Yo tiendo a pensar siempre que hay una buena intensión en la gente, y no me atrevo a juzgar la intensión de las personas. Creo que Álvaro Uribe es un estadista, un hombre a quien le cabe este país en la cabeza, pero que tiene una concepción de la política y del Estado que le es propia, y que por supuesto no la comparto. Uribe tiene una concepción del poder que a mi juicio vulnera la democracia, destruye las instituciones, establece una forma de solución autoritaria de los problemas, profundiza la desigualdad social… Pero si usted le pone estos argumentos, él va a sacar razones para defenderlos, y fue capaz de cautivar al setenta por ciento de la población colombiana. Parte del problema que vive este país desde el punto de vista político, es que por lo menos la mitad de los colombianos siguen pensando como Álvaro Uribe. Eso hay que decírselo con toda seriedad.

Con los avances que ha logrado la Corte Suprema de Justicia en el proceso de la ‘Parapolítica’, ¿usted se da por satisfecho en el esclarecimiento de esta alianza criminal en Barrancabermeja y su área de influencia?

¡No!, en absoluto. El problema fue inmensamente hondo. El paramilitarismo dominó la política del territorio, los partidos tradicionales se plegaron completamente, y no solo los partidos. Si vamos a principios de 2003-2004, hay que decirlo: también las Fuerzas Armadas estaban plegadas al paramilitarismo. Después tomaron distancia y pudieron tipificar contra el monstruo que tenían francamente que levantarse, pero la articulación con el paramilitarismo y la mafia fue muy profunda.

También tengo que decir que nosotros debemos tener mucho cuidado con la Justicia hoy en día en Colombia, y tenemos que ponernos en un horizonte de justicia transicional, donde haya espacio para la reconciliación de los colombianos y para que no utilicemos la Justicia como forma de venganza. Es que hemos estado en guerra. Yo no sé si el país entiende lo que ha pasado. Nosotros somos un país en guerra y ‘en la guerra todo vale’, en la guerra las leyes desaparecen y no podemos juzgar a los que estuvieron metidos en la guerra y nosotros mismos también metidos en ella porque la guerra nos penetró por todas partes, como se juzga en una sociedad donde no hay conflicto armado profundo.

Quiero decir: en la guerra aquí todo vale. Valen las ‘chuzadas’, porque si usted está convencido que el enemigo lo ha penetrado por todas partes y que lo está asediando, usted necesita ‘chuzar’ los teléfonos para ver por dónde es que están conversando los enemigos. Valen las minas antipersonales porque usted necesita que el enemigo no se le suba a la montaña donde usted está situado. Valen los secuestros porque usted necesita plata para financiar sus operativos. Valen los ‘falsos positivos’ porque usted tiene que mostrarle al enemigo que le está matando a muchos de sus hombres y que está obteniendo resultados militares. Valen las desmovilizaciones falsas, porque tengo que hacerle sentir al otro que toda su gente se le está yendo. Es una guerra, y nosotros hemos estado en eso. Por esas razones mi posición parecería ingenua, pero es muy radical: la guerra es injusta, la guerra de las Farc es injusta, la guerra del ELN es injusta, la guerra de los paramilitares es injusta, es injusto que la tajada más grande del presupuesto nacional se dedique a la guerra, en lugar de dedicarse a la educación, a la salud, a la infraestructura, al apoyo a los campesinos, que es lo que realmente genera la paz. Tenemos casi medio millón de hombres en armas, cerca de trescientos mil hombres de guardias privados, todos los colombianos defendiéndonos unos contra otros. Todo eso es injusto y es absurdo; ¡paremos eso, dejémonos de matar!, y pongámonos a construir las condiciones de un desarrollo que nos de paz a todos, y que sea sostenible y que proteja la naturaleza.

Cuando usted sostiene que “los latifundistas tienen que compartir la tierra”, ¿es que se le volvió a salir el ingenuo?

No, es que estoy convencido de que si el problema de la tierra no se resuelve, ni vamos a tener paz en Colombia, ni vamos a ser serios en derechos humanos, ni la gente que quiera tener grandes extensiones de tierra podrá ir tranquila a sus fincas. Este es un país de gente libre y tenemos que convivir entre la producción campesina, la seguridad alimentaria, la protección de los bosques, la agroindustria, la minería también, todo eso tiene que hacerse juntos, pero tiene que darse de una manera en que se comprenda que el desarrollo es el ser humano en las regiones, en armonía con la naturaleza, y que el tipo de latifundio o el tipo de agroindustria que expulsa a la gente y que se monta con el apoyo del paramilitarismo, no son buenos para nadie.

Para qué tener treinta mil hectáreas de tierra después de expulsar a los campesinos, si usted no puede disfrutar de ellas, entre otras porque tiene que llegar con un ejército privado que lo proteja, cuando puede perfectamente tener dos mil hectáreas si es que quiere hacer un desarrollo de ganadería extensiva, altamente productiva, y compartir las otras veintiocho mil con campesinos que desarrollan agroindustria campesina altamente productiva y estén infinitamente agradecidos con usted y con su familia, y lo apoyen en todo y lo consideren un compañero y un hermano de vida.

¿Qué piensa de esos curas que no están con las causas sociales, sino en sus palacios pendientes del próximo coctel con el alcalde o el ministro?

Yo no me pongo a juzgarlos a ellos, porque yo también he hecho muchos errores en mi vida, para ponerme a juzgar los errores de los demás. Lo que sé es que Jesús, al que todos tratamos de seguir, fue inmensamente pobre, no tuvo nada, entregó la vida por los demás, nació en una pesebrera y murió desnudo en una cruz, y ése es el Jesús que predica la Iglesia.

Cuando usted dice que debemos aceptar que todos somos responsables y que todos debemos pagar el precio de la reconciliación, ¿eso es volver al discurso del catolicismo de que todos somos culpables y azotémonos para lograr la salvación?

Mire cómo se entiende de mal eso. Son cosas muy distintas. Cuando hablo de eso me refiero a la necesidad de que aceptemos todos responsabilidades públicas. Este país está donde está porque todos en alguna forma, por acción o por omisión, porque no hemos hablado cuando nos toca, porque no hemos publicado cuando debemos publicar, porque no hemos enseñado lo que debemos enseñar, porque hemos sido egoístas y nos hemos dejado llevar por la codicia o por la ambición, o porque ante el dolor que nos ha producido el mal que otro nos ha hecho nos hemos llenado de venganza y de deseo de destruir al otro, o porque nos hemos robado los bienes públicos en la corrupción u otros se los han robado y nos hemos quedado callados, o porque inversiones locas nos han destruido la naturaleza y la sociedad se ha quedado callada en lugar de protestar, o porque hemos visto pasar por la televisión las masacres durante cuarenta años y no hemos reaccionado… En ese sentido digo que aquí todos hemos contribuido por acción o por omisión a lo que pasa en el país, y lo importante es que asumamos responsabilidades y que actuemos consecuentemente.

Lo de la culpa cristiana es otra cosa. El sentido del pecado, perdóneme que le toque ese tema, no tiene nada que ver con considerar al otro que ha fallado un hijueputa y un tipo al cual hay que cargársela. Es todo lo contrario, es una aceptación de la fragilidad humana que no genera la depresión y la angustia, sino un sentimiento muy grande de la misericordia de Dios. Nosotros, todos, somos necesitados de la misericordia de Dios y de un Dios que ni siquiera necesita que le pidamos perdón para perdonarnos. Es una experiencia muy distinta a la culpa psicoanalítica. Nada que ver con eso. El pecado, como lo entendemos los cristianos, es la posibilidad que tenemos de abandonarnos en un Dios que nos acepta como somos y sin ponernos condiciones, que nos perdona incluso sin necesidad de que nosotros hayamos salido a analizar qué es lo que hemos hecho, simplemente si tenemos la humildad de reconocer nuestra fragilidad humana, pero ahí nos metemos en unas teologías que le quedarían muy mal en su artículo.

¿Si Francisco de Roux fue capaz de perdonar a Fernando Londoño, todo es posible en esta vida?

A ver, Pastor… (silencio de veintitrés segundos) es que me devuelvo a lo mismo. Yo no tengo razones para dudar de la intensión que mueve a Fernando Londoño. Él me ha atacado y muy fuertemente, creo que pensando que eso es lo mejor que él puede hacer por Colombia. Lo que espero que él comprenda es que yo actúo como actúo, porque de corazón pienso que es lo mejor que puedo hacer por mi país, y quisiera ahondar una conversación con hombres como él a partir de ese principio: si lo que queremos hacer es el bien por este país, por qué no luchamos por ser coherentes y consecuentes con ese deseo, por qué no nos examinamos en profundidad.

Ahora, hay gente a la que le ha tocado cosas espantosas, que a la mamá la despedazaran con una motosierra, que les quemaron la casa, y ahí se pone uno la mano en el pecho y uno se pregunta si sería capaz de...

¿A qué le teme usted?

¡Uy!, sabe a qué le temo de verdad: A no responder a todo lo que Dios quiere de mí en la vida y todo lo que esperan de mí mis compañeros, porque siento que me quedo muy corto. Nunca estoy satisfecho. Por sobradas razones, le temo a terminar la vida y tener que decir ‘no fui capaz’. No le tengo miedo a la muerte ni a los ataques periodísticos ni a que los jesuitas nos quedemos sin nada, que quebremos. Es que nosotros no estamos detrás de tener plata. Claro, procuro ser muy responsable con los bienes de la compañía y tengo muy buenos asistentes en eso, pero no tengo miedo a que perdamos todos los bienes materiales; tengo miedo a que no sepamos responder a lo que Dios espera de nosotros, pero eso no es abstracto, es compromiso con los seres humanos, con los pobres, con las familias, con los niños de este país.



(Mientras le tomo un par de fotografías para ilustrar esta entrevista, de Roux lanza una pregunta y de inmediato responde: “¿Sabe cómo va a ser el ‘Juicio Final’? Le voy a contar a usted Pastor, que me dice que soy santo. Será muy simple: Dios va a permitir que todo lo que somos cada uno de nosotros, todo el mundo lo conozca. ¡Todo!, hermano. Yo me voy a tener que esconder detrás de una tapia. Él no nos va a decir nada, sino miren lo que son todos ustedes que se creían santos y buenos y fieles”. Entonces el cura de Roux sonríe. No lo dice, pero algo le dice que esa materia hace rato la tiene aprobada).



'Parte del problema que vive este país desde el punto de vista político, es que por lo menos la mitad de los colombianos siguen pensando como Álvaro Uribe'.

'El sentido del pecado no tiene nada que ver con considerar al otro que ha fallado un hijueputa y un tipo al cual hay que cargársela'

2 comentarios:

  1. El padre de Roux es claro, invertir en la paz es invertir en el bien comun, no en el bien privado, se trata de cambios estructurales, para lograrlo es preciso transformar la mente politica actual, que es logica de guerra, ligada directamente a la logica del mercado, es un paradigma muy fuerte, reconocer el camino ejemplarizante de jesus y realizarlo requiere retomar el camino espiritual, desde la misericordia hasta la humildad, desde dejar el yo por el todos, reconocer la unidad antes que a las partes...y amarnos unos a otros, aceptar la otredad...es una apuesta que requiere de todos absolutamente.

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  2. Al texto le falta un corrector de estilo. Me deja pensando el padre Francisco, y eso ya es mucho. Pensamiento y acción es lo que necesitamos.

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