Segunda parte de la entrevista al superior de los jesuitas, quien implora: “Paremos la guerra de todos los lados, reconozcámonos como seres humanos en igual dignidad y pongámonos juntos a construir este mundo bello donde Dios nos puso”. Desechando privilegios, confiesa que su sueño es regresar al Magdalena Medio.
“Tranquilos que
no nos van a preguntar cuántas veces fuimos a misa o si nos confesábamos. La
pregunta en el ‘Juicio Final’ es mucho más seria: es cómo nos tratamos como
seres humanos”. Esta frase sale de la boca del sacerdote Francisco de Roux,
provincial de los jesuitas en Colombia.
Si eso de que ‘quien
pisa tierra santandereana es santandereano’ es cierto, o así no lo fuere, de
todas maneras De Roux se expresa con la franqueza que le atribuyen a los
nacidos en estas breñas. Este caleño de 59 años de edad, durante 13 (1995-2008)
fue alma y nervio del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, hecho
realidad gracias a la decisión de sus pobladores y la financiación de la Unión
Europea y el Banco Mundial. Su sede: Barrancabermeja, con un vasto radio de
acción en un agreste territorio donde cada centímetro era -y es- disputado por
guerrilla, paramilitares -hoy bandas criminales o Bacrim- y Fuerza Pública.
En esas
trincheras sociales de las que hablara el Papa Pablo VI al reconocer la gesta
de los jesuitas, es que se mueve como pez en el agua Francisco de Roux, un cura
cuya vida está regida por la espiritualidad.
Pero así como
fueron expulsados de los territorios de la corona española en 1767 por órdenes
de Carlos III y desterrados de estas latitudes a mediados del siglo XIX por los
generales José Hilario López y Tomás
Cipriano de Mosquera, o asesinados como Ignacio Ellacuría junto a cinco
sacerdotes a manos de militares salvadoreños en 1989, otros colombianos del
estilo del exministro uribista Fernando Londoño Hoyos quisieran verlos arder en
la hoguera o al menos en un barco rumbo a las costas de África. O en el
infierno -si es que existiera-, como
les deseó John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos que terminó
brindándoles asilo.
Porque
pronunciar el nombre Compañía de Jesús es hablar de controversia, tanto en Asia
y Europa, como en estas latitudes. Hacia los jesuitas profesan amor, aunque
también envidia y odio. Hay quienes les reprochan su formación intelectual,
otros les recriminan su poder financiero, unos más allá les cuestionan su
influencia política, y hay quienes los relacionan con obras como el movimiento
de educación popular Fe y Alegría y el centro de investigación Cinep, reconociéndoles
su compromiso con la sociedad, especialmente con los desposeídos que veinte
siglos después siguen siendo la mayoría sobre la faz de la Tierra.
Francisco de
Roux, amigo de desarrapados, huérfanos, magnates y presidentes, a donde llega
con su ropa negra, franela blanca y Cristo tatuado en el corazón, va clamando:
“Ojalá rescatáramos la vergüenza, que es un valor humano impresionante”.
Luego guarda
cuatro segundos de silencio y dice: “Por favor, tratemos de no quedarnos
atrapados en esta guerra que no termina”. Propósito para el que es
indispensable, señala, “que asumamos responsabilidades ciudadanas con todas sus
consecuencias, sintiéndonos realmente iguales para poder construir esto entre
todos”, “por supuesto, dejando atrás los ‘trinos’ agrediéndonos los unos a los
otros”, en clara alusión tanto al expresidente Álvaro Uribe como a sus
contradictores.
Y a quienes lo
ven como un demonio o un elemento peligroso, De Roux enfatiza con coraje que
rechaza todos los tipos de guerra, vengan de donde vengan. El propósito de su
vida es “tratar de hallar lo que Dios quiere de nosotros en todas cosas” y es ahí
donde el silencio se apodera del recinto y su rostro frágil refleja el miedo
que le tiene no a la muerte, sino a fallarle a ‘su jefe’.
¿A los ‘cacaos’ Carlos Slim y Luis Carlos Sarmiento
Angulo, por ejemplo, les interesa esta ‘carreta’ suya y ponerse en el pellejo
de los demás, o que la registradora siga sonando más rápido?
El problema con
el empresario privado y con el gran empresario privado es que su propósito es
producir cada vez más utilidades; están metidos en lo que se llama el ‘Modelo
de la bicicleta’. Cuando usted se monta en una cicla, tiene que avanzar más
metros, y si para se cae. Por eso ellos saben que los negocios se detienen y la
totalidad de lo que ha sido la producción de sus vidas se vulnera si paran de
producir, y tienen que producir más de lo que produjeron antes. La distancia
hay que irla acrecentando, como cuando uno está andando en bicicleta. Esa
situación hace para ellos sumamente difícil pensar en el bien común, pensar en
las demás personas, porque se crea una ética en que es común escucharle al
empresario cuando uno lo aborda éticamente y le pregunta por la dignidad de sus
trabajadores, es común escuchar en ellos la respuesta: ‘Mire, esas cosas yo
tengo que hacerlas porque me obliga el mercado. Si no lo hago así, yo no puedo
seguir creciendo en utilidades. Tengo que respetar las restricciones que el
mercado me impone’. Y por supuesto que es un planteamiento absolutamente falso,
porque el mercado no obliga a nadie, el mercado no es un mandamiento ético,
pero atrapados dentro de ese procedimiento…
El gran padre
del capitalismo, Adam Smith, en ‘La riqueza de las naciones’ decía: ‘Nunca
esperen de los empresarios un propósito de construir el bien común o un
propósito de defender los bienes públicos. A los empresarios les interesa
exprimir a los bienes públicos para poder garantizar que sus negocios vayan más
adelante’. Pero hace una cosa muy interesante al decir eso, por eso la política
tiene que estar por encima de la economía, por eso la preocupación por la
ciudad es primera que la preocupación por el desarrollo de los negocios. Por
eso es muy delicado una situación en el mundo donde los que manejan son las
multinacionales, los ministros de hacienda, los grandes bancos mundiales… eso
sí puede ser muy peligroso para la humanidad.
Uno no podría
decir de todos los empresarios. Los hay que son capaces de emerger sobre la
situación de la obsesión, de la racionalidad de estar generando más y más
utilidades y mayores que las del año pasado. Hay empresarios que en alguna
forma tratan de emerger de eso y son generosos con sus empleados, tienen un
corazón grande para ayudar a los que sufren y son compasivos, pero de todas
maneras están atrapados dentro de esa manera de ver la economía, y les es muy
difícil entender las cosas de otra forma.
Cuando usted asumió hace cuatro años la cabeza de la
Compañía de Jesús, varios de sus colegas estaban preocupados por si usted les
iba a quitar los privilegios y comodidades, mandándolos a vivir a las
parroquias con los pobres. ¿El revolcón ya terminó? ¿Cómo es su estilo de
gobierno?
¿Qué es un
jesuita? Es un hombre que le entrega su vida a Dios, y en esa entrega lo que
trata de hacer todos los días y se prepara para eso, es buscar qué es lo que
Dios está haciendo en el mundo y en la sociedad, y cómo puedo yo colaborar a lo
que Dios hace. Lo primero que tengo que hacer en esta tarea es escuchar mucho a
mis compañeros jesuitas y ver qué es lo que Dios le está pidiendo a cada uno de
ellos; invitarlos a que no tengan miedo en dejarse llevar por la llamada que
Dios le hace a cada y a la llamada que Dios nos hace en la sociedad donde
estamos. Por eso la Compañía de Jesús se ha lanzado a la lucha por la justicia,
a la lucha de los derechos humanos, porque ve que Dios quiere que todos vivamos
respetando la dignidad de todos los demás. Hoy Dios nos ha hecho sentir muy
profundamente que protejamos la naturaleza, y proteger la naturaleza es
proteger al ser humano del futuro.
Efectivamente
nosotros somos invitados a no dejarnos atrapar por bienes materiales, ni por el
prestigio, ni por el reconocimiento. Para eso no estamos nosotros; nosotros
estamos para luchar por la pasión de Dios que son los seres humanos y este
misterio de la creación.
La verdad le
digo, yo no me propuse hacer un revolcón, y por supuesto siento que lo que he
hecho es muy poquito. Quisiera que fuéramos mucho más lejos, pero pues así como
somos hombres preparados para buscar la voluntad de Dios, somos seres humanos
frágiles, con miedos, infortunadamente que buscamos seguridades, que tratamos
de protegernos…
Es conocido el fracaso financiero que tuvieron los
jesuitas a nombre de alguien en quien confiaron sus finanzas. ¿Qué capital,
acciones y propiedades tiene Francisco de Roux que lo aten a la vida? ¿O usted
ya superó esas ambiciones?
¡Ah, sí! Yo
entiendo este puesto como un servicio, que me piden que haga durante seis años.
Servirle a mis compañeros jesuitas que están con la responsabilidad de sacar
adelante las obras que nosotros tenemos.
Por ejemplo,
ninguno de los jesuitas que llegan a este colegio San Pedro Claver de
Bucaramanga, que todos vienen de paso, tiene derecho sobre nada de este
colegio. El padre Eduardo Uribe que está aquí de rector, viene, trabaja un
tiempo aquí y yo le puedo decir mañana: ‘Eduardo, te pido el favor de que
terminés tu trabajo aquí y te vas para la Parroquia de San Pablo (sur de
Bolívar)’. Y Eduardo se va y no se puede llevar nada de aquí, ni el carro, ni
la nevera, ni puede decirme ‘como yo he estado trabajando seis años, que me den
prestaciones o por lo menos después de tanto trabajo algo me deben dar’. ¡Nada!
Ni él recibe un sueldo por el trabajo que está haciendo, y lo mismo les pasa a
los jesuitas que están en la (Universidad) Javeriana. Nosotros en eso somos muy
serios.
La vida de los
jesuitas, en términos estrictos, sí es un comunismo. El jesuita no tiene nada
propio. Estas cosas pertenecen a la misión, y por supuesto es la misión del
Señor. Lo mismo me pasa a mí con esto. Me han puesto a prestar un servicio
durante seis años, con unos bienes que no son míos. Dentro de dos años termino
y espero que me pueda volver otra vez al Magdalena Medio, y no me llevo nada de
lo que tienen los jesuitas, y le entrego el servicio a otro que lo toma.
El general de
los jesuitas (el ‘Papa Negro'), el padre (Peter Hans) Kolvenbach renunció a ser
general de la Compañía y por eso la última congregación general eligió a otro
Papa (en 2008 al español Adolfo Nicolás Pachón). Pues este hombre que si usted
quiere tendría un poder extraordinario… los jesuitas tenemos 240 universidades
en el mundo, algunas como la de Georgetown en Washington, que es de las más
importantes de Estados Unidos, la Universidad Javeriana tiene veinticuatro mil
estudiantes, tenemos más de tres mil colegios en el mundo. Ese padre
Kolvenbach, con todo ese poder, dejó de ser general y sabe qué hace hoy en día:
es el bibliotecario de una pequeña biblioteca que queda en Beirut (Líbano),
donde hay unos viejos libros de patrología (historia de la teología cristiana
desde sus inicios hasta el Siglo VII) de los antiguos padres griegos y arameos,
y él está ahí prestando el servicio como lo podría hacer una de las
bibliotecarias de la UNAB, y está feliz, pero en una cosa más pequeña,
prestando libros y dándoles consejos a las personas, después de haber sido el
general de la Compañía de Jesús.
A usted le han llamado ‘Apóstol’, pero también le
han dicho: Comunista, guerrillero, marxista trasnochado, testaferro de
paramilitares, protector de asesinos, terrorista y amanuense del diablo. ¿Qué
falta que le digan?
(Sonríe) Sabe
que el tipo que me dijo eso, él sabía que ponía en peligro su vida, porque al
expresar todas esas cosas contra mí, que era un ser tan peligroso y que tenía
tanto poder, a él muy posiblemente lo podían matar. Le contesté que podía estar
absolutamente tranquilo, que yo jamás había cogido un arma, y que quería
conversar con él; y tuve la oportunidad de hacerlo.
Nos reunimos. Él
llegó a verme con una camioneta de guardias armados y hasta la puerta de mi
oficina llegó con un hombre armado, y luego nos sentamos a conversar. Le dije:
‘No se preocupe. Yo no le voy a discutir las cosas que usted ha dicho de mí’,
todo lo que usted Pastor acaba de decir en la pregunta. Y le dije: ‘Lo que me
interesa mucho más es por qué siente eso de mí, por qué lo piensa’. Pero eso
dio lugar a que el hombre me hablara, y por supuesto lo escuché con toda
tranquilidad. Cuando empecé a hablarle y un poco a quitarle todos esos mitos
que tenía en la cabeza, el hombre escuchó y escuchó y escuchó y al final me
dijo: ‘Yo no sabía quién era usted y me voy de aquí convencido que usted no es
el tipo terrible y peligroso que yo pensaba’.
O sea que le sirvió para rescatar otra alma.
Pues no sé. Los
seres humanos somos muy complejos. Yo creo que hay que tener muchas
conversaciones así, con una persona que está atrapada por la guerra. Nosotros
estamos muy atrapados por la guerra en Colombia, y cuando uno recibe una cosa
así de alguien que le dice a uno que es guerrillero, asesino, ladrón de
tierras… generalmente son personas muy atrapadas por el conflicto, y creo que
hay que trabajar mucho para que en Colombia nos liberemos de eso y nos tratemos
como seres humanos.
Cuando usted dice que la salida al conflicto no es
ni por el lado de los alzados en armas ni por el lado de la tierra arrasada,
¿eso significa que hay un camino intermedio?
El camino no es
ni por la confrontación contra el Estado con armas, que cae en el terrorismo,
porque las bombas, los secuestros y la voladura de oleoductos son actos de
terror. Pero el camino tampoco es pensar que con una guerra usted va acabar con
la guerrilla y con la protesta social. No hay que dejarse coger por esa tenaza
entre lo que se llama el terrorismo y el contraterrorismo.
El camino está
en confiar en la gente, en hacer un desarrollo distinto. Siempre, mientras
estuve en el Magdalena Medio, e incluso sabiendo que Álvaro Uribe nos había
ayudado, yo estuve totalmente en desacuerdo con la concepción de seguridad que
él tiene. Él lo sabe y se lo he dicho personalmente. ¿Porque qué me tocó vivir
en el Magdalena Medio, en esta tierra santandereana? El consejo de seguridad en
que el presidente decía: ‘Ustedes viven en un territorio de guerra donde el
terrorismo está por todas partes, no confíen en nadie; confíen en su presidente
y en su ejército, y por eso conviértanse en informantes y nosotros les damos
los teléfonos’. Eso destruye el capital social, que es el nivel de confianza
que se dan los habitantes de una región. Pero si a mí me dicen no confíe en
nadie; ‘confíe solamente en mí y en mi ejército’. Eso es exactamente lo mismo
que ‘Julián Bolívar’ con ‘Ernesto Báez’ y con Carlos Castaño le decían a la
gente: ‘Ustedes en este territorio únicamente creen en nosotros y nos informan
a nosotros, y el que le informe a otro se muere’. Eso no construye nada.
Uno construye
cuando dice aquí vamos a creer todos los unos en los otros y vamos a construir
juntos, y de aquí no se tiene que ir nadie y aquí o esto lo sacamos entre todos
o no es posible.
¿La sed de venganza por la muerte violenta del padre y del
hermano, es lo que envenena el alma de Uribe o qué es lo que lleva a una
persona a actuar de esa manera?
No sé. Para mí
Álvaro Uribe es muy difícil de descifrar. Yo tiendo a pensar siempre que hay
una buena intensión en la gente, y no me atrevo a juzgar la intensión de las
personas. Creo que Álvaro Uribe es un estadista, un hombre a quien le cabe este
país en la cabeza, pero que tiene una concepción de la política y del Estado
que le es propia, y que por supuesto no la comparto. Uribe tiene una concepción
del poder que a mi juicio vulnera la democracia, destruye las instituciones,
establece una forma de solución autoritaria de los problemas, profundiza la
desigualdad social… Pero si usted le pone estos argumentos, él va a sacar
razones para defenderlos, y fue capaz de cautivar al setenta por ciento de la
población colombiana. Parte del problema que vive este país desde el punto de
vista político, es que por lo menos la mitad de los colombianos siguen pensando
como Álvaro Uribe. Eso hay que decírselo con toda seriedad.
Con los avances que ha logrado la Corte Suprema de
Justicia en el proceso de la ‘Parapolítica’, ¿usted se da por satisfecho en el
esclarecimiento de esta alianza criminal en Barrancabermeja y su área de
influencia?
¡No!, en
absoluto. El problema fue inmensamente hondo. El paramilitarismo dominó la
política del territorio, los partidos tradicionales se plegaron completamente,
y no solo los partidos. Si vamos a principios de 2003-2004, hay que decirlo:
también las Fuerzas Armadas estaban plegadas al paramilitarismo. Después
tomaron distancia y pudieron tipificar contra el monstruo que tenían
francamente que levantarse, pero la articulación con el paramilitarismo y la
mafia fue muy profunda.
También tengo
que decir que nosotros debemos tener mucho cuidado con la Justicia hoy en día
en Colombia, y tenemos que ponernos en un horizonte de justicia transicional,
donde haya espacio para la reconciliación de los colombianos y para que no
utilicemos la Justicia como forma de venganza. Es que hemos estado en guerra.
Yo no sé si el país entiende lo que ha pasado. Nosotros somos un país en guerra
y ‘en la guerra todo vale’, en la guerra las leyes desaparecen y no podemos
juzgar a los que estuvieron metidos en la guerra y nosotros mismos también
metidos en ella porque la guerra nos penetró por todas partes, como se juzga en
una sociedad donde no hay conflicto armado profundo.
Quiero decir: en
la guerra aquí todo vale. Valen las ‘chuzadas’, porque si usted está convencido
que el enemigo lo ha penetrado por todas partes y que lo está asediando, usted
necesita ‘chuzar’ los teléfonos para ver por dónde es que están conversando los
enemigos. Valen las minas antipersonales porque usted necesita que el enemigo
no se le suba a la montaña donde usted está situado. Valen los secuestros
porque usted necesita plata para financiar sus operativos. Valen los ‘falsos
positivos’ porque usted tiene que mostrarle al enemigo que le está matando a
muchos de sus hombres y que está obteniendo resultados militares. Valen las
desmovilizaciones falsas, porque tengo que hacerle sentir al otro que toda su
gente se le está yendo. Es una guerra, y nosotros hemos estado en eso. Por esas
razones mi posición parecería ingenua, pero es muy radical: la guerra es
injusta, la guerra de las Farc es injusta, la guerra del ELN es injusta, la
guerra de los paramilitares es injusta, es injusto que la tajada más grande del
presupuesto nacional se dedique a la guerra, en lugar de dedicarse a la
educación, a la salud, a la infraestructura, al apoyo a los campesinos, que es
lo que realmente genera la paz. Tenemos casi medio millón de hombres en armas,
cerca de trescientos mil hombres de guardias privados, todos los colombianos
defendiéndonos unos contra otros. Todo eso es injusto y es absurdo; ¡paremos
eso, dejémonos de matar!, y pongámonos a construir las condiciones de un
desarrollo que nos de paz a todos, y que sea sostenible y que proteja la
naturaleza.
Cuando usted sostiene que “los latifundistas tienen
que compartir la tierra”, ¿es que se le volvió a salir el ingenuo?
No, es que estoy
convencido de que si el problema de la tierra no se resuelve, ni vamos a tener
paz en Colombia, ni vamos a ser serios en derechos humanos, ni la gente que
quiera tener grandes extensiones de tierra podrá ir tranquila a sus fincas.
Este es un país de gente libre y tenemos que convivir entre la producción
campesina, la seguridad alimentaria, la protección de los bosques, la
agroindustria, la minería también, todo eso tiene que hacerse juntos, pero
tiene que darse de una manera en que se comprenda que el desarrollo es el ser
humano en las regiones, en armonía con la naturaleza, y que el tipo de
latifundio o el tipo de agroindustria que expulsa a la gente y que se monta con
el apoyo del paramilitarismo, no son buenos para nadie.
Para qué tener
treinta mil hectáreas de tierra después de expulsar a los campesinos, si usted
no puede disfrutar de ellas, entre otras porque tiene que llegar con un
ejército privado que lo proteja, cuando puede perfectamente tener dos mil
hectáreas si es que quiere hacer un desarrollo de ganadería extensiva,
altamente productiva, y compartir las otras veintiocho mil con campesinos que
desarrollan agroindustria campesina altamente productiva y estén infinitamente
agradecidos con usted y con su familia, y lo apoyen en todo y lo consideren un
compañero y un hermano de vida.
¿Qué piensa de esos curas que no están con las
causas sociales, sino en sus palacios pendientes del próximo coctel con el
alcalde o el ministro?
Yo no me pongo a
juzgarlos a ellos, porque yo también he hecho muchos errores en mi vida, para
ponerme a juzgar los errores de los demás. Lo que sé es que Jesús, al que todos
tratamos de seguir, fue inmensamente pobre, no tuvo nada, entregó la vida por
los demás, nació en una pesebrera y murió desnudo en una cruz, y ése es el
Jesús que predica la Iglesia.
Cuando usted dice que debemos aceptar que todos
somos responsables y que todos debemos pagar el precio de la reconciliación,
¿eso es volver al discurso del catolicismo de que todos somos culpables y azotémonos
para lograr la salvación?
Mire cómo se
entiende de mal eso. Son cosas muy distintas. Cuando hablo de eso me refiero a
la necesidad de que aceptemos todos responsabilidades públicas. Este país está
donde está porque todos en alguna forma, por acción o por omisión, porque no
hemos hablado cuando nos toca, porque no hemos publicado cuando debemos
publicar, porque no hemos enseñado lo que debemos enseñar, porque hemos sido
egoístas y nos hemos dejado llevar por la codicia o por la ambición, o porque
ante el dolor que nos ha producido el mal que otro nos ha hecho nos hemos
llenado de venganza y de deseo de destruir al otro, o porque nos hemos robado
los bienes públicos en la corrupción u otros se los han robado y nos hemos
quedado callados, o porque inversiones locas nos han destruido la naturaleza y
la sociedad se ha quedado callada en lugar de protestar, o porque hemos visto
pasar por la televisión las masacres durante cuarenta años y no hemos
reaccionado… En ese sentido digo que aquí todos hemos contribuido por acción o
por omisión a lo que pasa en el país, y lo importante es que asumamos
responsabilidades y que actuemos consecuentemente.
Lo de la culpa
cristiana es otra cosa. El sentido del pecado, perdóneme que le toque ese tema,
no tiene nada que ver con considerar al otro que ha fallado un hijueputa y un
tipo al cual hay que cargársela. Es todo lo contrario, es una aceptación de la
fragilidad humana que no genera la depresión y la angustia, sino un sentimiento
muy grande de la misericordia de Dios. Nosotros, todos, somos necesitados de la
misericordia de Dios y de un Dios que ni siquiera necesita que le pidamos
perdón para perdonarnos. Es una experiencia muy distinta a la culpa
psicoanalítica. Nada que ver con eso. El pecado, como lo entendemos los
cristianos, es la posibilidad que tenemos de abandonarnos en un Dios que nos
acepta como somos y sin ponernos condiciones, que nos perdona incluso sin
necesidad de que nosotros hayamos salido a analizar qué es lo que hemos hecho,
simplemente si tenemos la humildad de reconocer nuestra fragilidad humana, pero
ahí nos metemos en unas teologías que le quedarían muy mal en su artículo.
¿Si Francisco de Roux fue capaz de perdonar a
Fernando Londoño, todo es posible en esta vida?
A ver, Pastor…
(silencio de veintitrés segundos) es que me devuelvo a lo mismo. Yo no tengo
razones para dudar de la intensión que mueve a Fernando Londoño. Él me ha
atacado y muy fuertemente, creo que pensando que eso es lo mejor que él puede
hacer por Colombia. Lo que espero que él comprenda es que yo actúo como actúo,
porque de corazón pienso que es lo mejor que puedo hacer por mi país, y
quisiera ahondar una conversación con hombres como él a partir de ese
principio: si lo que queremos hacer es el bien por este país, por qué no luchamos
por ser coherentes y consecuentes con ese deseo, por qué no nos examinamos en
profundidad.
Ahora, hay gente
a la que le ha tocado cosas espantosas, que a la mamá la despedazaran con una
motosierra, que les quemaron la casa, y ahí se pone uno la mano en el pecho y
uno se pregunta si sería capaz de...
¿A qué le teme usted?
¡Uy!, sabe a qué
le temo de verdad: A no responder a todo lo que Dios quiere de mí en la vida y
todo lo que esperan de mí mis compañeros, porque siento que me quedo muy corto.
Nunca estoy satisfecho. Por sobradas razones, le temo a terminar la vida y tener
que decir ‘no fui capaz’. No le tengo miedo a la muerte ni a los ataques
periodísticos ni a que los jesuitas nos quedemos sin nada, que quebremos. Es
que nosotros no estamos detrás de tener plata. Claro, procuro ser muy
responsable con los bienes de la compañía y tengo muy buenos asistentes en eso,
pero no tengo miedo a que perdamos todos los bienes materiales; tengo miedo a
que no sepamos responder a lo que Dios espera de nosotros, pero eso no es
abstracto, es compromiso con los seres humanos, con los pobres, con las
familias, con los niños de este país.
(Mientras le
tomo un par de fotografías para ilustrar esta entrevista, de Roux lanza una
pregunta y de inmediato responde: “¿Sabe cómo va a ser el ‘Juicio Final’? Le
voy a contar a usted Pastor, que me dice que soy santo. Será muy simple: Dios
va a permitir que todo lo que somos cada uno de nosotros, todo el mundo lo
conozca. ¡Todo!, hermano. Yo me voy a tener que esconder detrás de una tapia.
Él no nos va a decir nada, sino miren lo que son todos ustedes que se creían
santos y buenos y fieles”. Entonces el cura de Roux sonríe. No lo dice, pero
algo le dice que esa materia hace rato la tiene aprobada).
'Parte del
problema que vive este país desde el punto de vista político, es que por lo
menos la mitad de los colombianos siguen pensando como Álvaro Uribe'.
'El sentido del
pecado no tiene nada que ver con considerar al otro que ha fallado un hijueputa
y un tipo al cual hay que cargársela'
El padre de Roux es claro, invertir en la paz es invertir en el bien comun, no en el bien privado, se trata de cambios estructurales, para lograrlo es preciso transformar la mente politica actual, que es logica de guerra, ligada directamente a la logica del mercado, es un paradigma muy fuerte, reconocer el camino ejemplarizante de jesus y realizarlo requiere retomar el camino espiritual, desde la misericordia hasta la humildad, desde dejar el yo por el todos, reconocer la unidad antes que a las partes...y amarnos unos a otros, aceptar la otredad...es una apuesta que requiere de todos absolutamente.
ResponderEliminarAl texto le falta un corrector de estilo. Me deja pensando el padre Francisco, y eso ya es mucho. Pensamiento y acción es lo que necesitamos.
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