El
carranguero mayor, el boyacense que le saca rima a la vida, recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional.
Sus sonoros
‘jajajay’ y ‘jujujuy’ anuncian que a la vuelta de la esquina viene ese señor
llamado Jorge Luis Velosa Ruiz, el carranguero de la libertad.
Este encuentro
con el nieto de don Leoncio es un salto de la espontaneidad a la nostalgia; del
borbotón de apuntes al silencio. La mayor parte del tiempo que está hablando
tiene los ojos cerrados, como si el contraluz le fastidiara, como si no
quisiera ver al intruso de la grabadora, como si estuviera agotado de tanta
preguntadera, como si la butaca en la que está sentado le ‘cobrara arriendo’,
como si el tinto que le sirvieron le hubiera quemado hasta el alma. Como todas
esas sensaciones a la vez, pero al instante vuelve a enchufarse a la conversación.
Poco lo miro
para no espantarlo. Más bien reordeno las preguntas en la libreta de apuntes.
Con Velosa, la siguiente puede ser la última. En este caso ‘soportó’ hasta que un
espontáneo y un político ‘lagarto’ se acercaron a pedirle un autógrafo y una foto.
¡Chupe!, le digo, quién lo mandó a ser ‘jamoso’.
Este es el
diálogo con el médico veterinario nacido el 6 de octubre de 1949 en Ráquira
(frontera de Boyacá con Santander), el responsable de que no haya colombiano
que no tararee ‘La cucharita’, ‘Julia, Julia, Julia’ o ‘La china que yo tenía’.
Al frente está
quien entre 1981 y 1989 encarnó al agricultor y negociante de líchigo Don
Floro, en la serie televisiva ‘El Chinche’, el transportador Trino Epaminondas
Tuta de ‘Romeo y Buseta’ (1987-1992), el músico en cuyo nombre fue bautizada
una especie de rana, la Eleutherodactylus Jorgevelosai.
Con más de
veinte producciones discográficas, confiesa que su único afán “es que lo
carranguero sea compartido y siga su buen camino”. Y es que su carranga le
permitió a millares de campesinos reconocerse y sacar pecho ante una sociedad
que traga con facilidad el anzuelo del esnobismo.
Con su mochila
arhuaca, con sus refranes, moños, coplas cojas y bobas, tonadas, adivinanzas,
chispazos, calambures, pero también con timidez, Velosa levanta el tiple y
advierte que lo suyo es la guacharaca y la riolina, oficio al que le ha
dedicado más de 35 años. “Quiero que las aprendan, las tengan en su corazón y
se continúen difundiendo”.
“Que nos
gobiernen los godos o mande el liberalismo, pa’tirarse a los de abajo todos
resultan lo mismo”, arranca Velosa, y nadie lo para. “El que no tiene plata
compra y el que tiene mulas vende, y uno que no tiene nada hasta con la mirada ‘ojende’”,
echando mano del viejo truco de cambiar la f por j, como pasa en el campo,
sobre todo en la región andina.
Su próxima
estación es el amor y el matrimonio. “Acuéstese boca arriba o acuéstese boca
abajo, acuéstese como quiera que esta no se la rebajo”. Luego: “Para los males
de amor, cataplasmas del olvido, y caricias de otro amor pero seguido-seguido
hasta calmar el dolor”. Después: “En la plaza andan gritando cambio y cambeo, y
al mirar a mi marido no sé qué pensé tan ‘jeo’”.
Se detiene otro
instante y reflexiona: “Qué tal que uno hubiera nacido sin corazón, no habría
habido música porque todo pasa por el corazón; pero el camino de la vida y de
la paz también pasa por la tripa. Así es la vaina”. Entonces toma un sorbo de
agua y ‘dispara’: “Lo poco que cuesta un tiple y lo bonito que suena; lo mucho
que cuesta un rifle y lo tan ‘jeroz’ que truena’”.
¿Cómo le cae a un tipo como usted, que le canta a la
naturaleza y que infunde el respeto a ella, que el presidente Juan Manuel
Santos esté promoviendo la ‘locomotora’ minera que podría arrasar con el Páramo
de Santurbán?
Mis pensamientos
acerca de eso están planteados en algunas de las canciones que hemos publicado,
entonces prefiero orientar al lector a que escuche los mensajes que en ellas
está planteado o en tanta copla que hay. Por ejemplo: ‘Esto dijo el armadillo
bañándose en la quebrada, se ta’cabando el agüita, no queda nada, no queda
nada”. Oí hace poco a un señor que decía: ‘Ningún pueblo donde el oro se haya
explotado ha terminado siendo un pueblo rico, sino una miseria”. Y miren África
o el mismo Chocó. Así que de qué nos sirve tener la gran ‘locomotora’ si vamos
a perder el resto. Me parece que eso sí es cambiar no sé cuánto por un
espejito.
¿Sería como repetir el saqueo de los invasores
españoles que a punta de espejitos se llevaron las riquezas?
La historia es
pendular y se repite, y volvemos a lo mismo y por el mismo llanito. Eso es de
cuidado. Una de las cosas que se plantea es cómo hacer compatible el desarrollo
y la buena economía con el medio ambiente. Complicada la cosa. Dudo que haya esa
compatibilidad y llámese minería de la que sea, carbón, esmeraldas u oro. Yo
soy cabrero con eso.
Ya que los ‘loros viejos’ no quieren aprender, ¿por
eso es que su mensaje ambientalista está dirigido a los niños?
No
necesariamente, pero mi madre decía que ‘árbol que crece torcido, nunca su
tronco endereza’. Una de las cosas emocionantes es toparme con unos niños y
verlos encarretados con un tema nuestro ‘El marranito’ (‘Este es el cuento de
un ser humano que se comporta como un marrano…’) Así que con los pelados la
tarea es importante, pero por más que se diga que ‘loro viejo no aprende a
hablar’, la necesidad obliga y ella nos va imponiendo cosas a los mayores
también, a la buena o a la brava pero nos las va imponiendo.
Cuando ve a esos niños entonando sus canciones, ¿eso
ya pagó el esfuerzo?
Lo que siento en
esos casos es un gran compromiso. Es que las personas públicas empezamos a
tener obligaciones públicas, y entonces con lo que dice o deja de decir influye
en la vida de una sociedad, ya sea escribiendo como en su caso o cantando como
en el mío. Lo dijo (Federico) Nietzsche: ‘El mundo sin música sería un error’,
y yo adhiero a eso.
¿Cuál es su compromiso con un país en el que todos
decimos que hay que aportar nuestro grano de arena para transformarlo?
(Suspira) ‘Del
plato a la boca se cae la sopa’ y ‘del dicho al hecho hay mucho trecho’, y
‘aunque venimos del mismo barro no es lo mismo pocillo que jarro’. ¡Eso es
carreta! No todos lo decimos, y la mayoría de los que lo decimos, una cosa es
por encima de la mesa y otra lo que está pasando por debajo. Mi compromiso se
sigue dando y está en lo que hago. Debo seguir siendo consecuente con esto que
con el tiempo se ha venido a llamar ‘música carranguera’, de la cual soy u-n-o
de los pregoneros. Que no me la he inventado yo ni siquiera la palabra
carranguero, que la retomé de los campos de Boyacá y fue creciendo con el
tiempo y un palito, y en ella estamos muchísimos. Es mi compromiso con ese
género musical que identifica a una región; género que también se fue dando a
partir de lo que muchos nos dejaron porque la vida es una cadena. Lo que hemos
hecho, por fortuna, es tomar esas cosas boniticas, aportar lo nuestro, la
creación colectiva y personal e ir replanteando, pero divirtiéndonos también.
El arte debe ser una gozadera, pero con compromiso, porque hasta pa’gozar hay
que tener compromiso.
¿Se ve de viejo caminando como alma en pena por esas
carreteras veredales de Ráquira y Chiquinquirá?
No, yo ya tengo
harto kilometraje encima, además fui muy buen andador cuando muchacho y una de
las cosas que me apasiona en la vida es caminar. Tengo a diario mis peloteras
con la vida cuando le digo: Hermanita, si esto es lo que más me gusta por qué
me va limitando, y ella me dice: ‘Usted lo sabía’. Pero con ella ahí vamos.
¿Le queda energía?
Mucha, la de mi
mama, porque de lo contrario creo que ya no haría todas estas vainas que exigen
energía para seguirlas haciendo.
¿Su música desarma espíritus?
¡Sí!, e intenta
armarlos de otros valores, si esa fuera la palabra.
¿En un país donde tanta gente siente vergüenza de
sus orígenes, su música es como recordarles que somos eso, nada más y nada
menos?
Puede ser una de
las tantas explicaciones. Lo que pasa es que yo le digo a la gente que si uno
mira hacia atrás en línea directa, su taita, su mama o un abuelo, de alguna
manera todos tenemos que ver con el campo, con la provincia, con la tierra, y
que eso es muy importante. Justamente tenemos pensado publicar pronto una
canción que se va a llamar ‘Soy hijo de campesinos’. En uno de los fragmentos
va a decir: ‘Soy hijo de campesinos y lo canto con orgullo, campesinos son los
míos como lo han sido los tuyos’. (sonríe)
¿Así que no se las den ‘de muy café con leche’?
Usted mismo lo
está diciendo con la pregunta. Nuestra música pretende convocar a eventos de
reflexión, de gozadera, de ricura. La carranga es eso.
¿En su ‘chamizo’ genealógico ha encontrado a alguna
guabinera veleña, o todas son raíces boyacenses?
No sé a nivel
raizal cómo sea, pero sí he tenido la suerte de contar con mi otra familia, la
gente con la que he trasegado desde hace treinta y cinco años. Nosotros andamos
más entre los compañeros que con las mujeres que tenemos, entonces todo ha
girado alrededor de eso. Tengo el verbo de mi padre, como lo ‘versónico’ por
parte de mi madre, y lo ‘subversónico’ porque tuve la suerte de pasar por la
Universidad Nacional. Son unas mezclas bastante extrañas y bonitas.
He tenido la
inmensa suerte como músico de compartir una cultura común del interior con
músicos santandereanos, desde que me volví músico profesional e incluso desde
la universidad. Yo no me he hecho solo, me debo a otros, aporto lo que puedo
para otros también, recojo del pasado y lo pongo en el presente, en fin. Que
esto hubiera terminado llamándose carranguero es un accidente, de pronto se
hubiera podido llamar chiflamiquero, pero es más bonitico y sonoro carranguero.
¿La vida es más bella sacándole rima a todo, como lo
hace usted?
Si volvemos a
Nietzsche, quien dijo que la vida sin la música hubiera sido un error; yo le
agrego que más error hubiera sido sin la risa. ¿Qué sería de nosotros sin poder
divertirnos, sin poder burlarnos y autoburlarnos?
¿A estas alturas del ‘partido’, hay gente que lo
interpreta a usted como ‘subversónico’?
Quién sabe, a lo
mejor, no faltará alguno… No, yo intenté fue hacer un retruécano. ¡Pilas! Es
que yo jodo mucho con las palabras. Por ejemplo a los ‘boyacos’ les digo
‘sumercesivos’. Cuando hablo de la Nacional me refiero a una época maravillosa
y lo que hay ahora como carranguero en mi caso pasa por allá y por esas
primeras canciones que se hicieron pero que pueden tener alguna validez
todavía. Le digo una copla de ese tiempo y usted verá: ‘Bonita son to’as las
jlores, bonitas siempre serán, pero es mucho más bonita la jlor de la
libertad’. Creación: año 1970. Lugar: Universidad Nacional. ¿Vale ahora?
¡Piénselo, no me diga nada! Solo reflexiónelo.
Y le digo otra:
‘Doctor, qué tendrá mi cuerpo porque me siento muy mal, pu’s cada vez que me
duermo yo me sueño con un pan’. ¡Piénselo! ¿Si vale ahora o si no vale? ¿Si son
cosas del pasado? Y una más contemporánea: ‘No somos ni más ni menos,
simplemente diferentes, por eso yo lo respeto y espero que me respete’.
¡Báileme ese trompo en l’uña.
Última pregunta: Usted vivió ese episodio tan
dramático como fue el secuestro…
De eso y lo
interrumpo, no quiero hablar.
Pero…
¡No quiero
hablar!
Pero es que no voy a hablar del secuestro sino a
hacerle una pregunta…
Bueno, antes que
eso, me gustaría dar los créditos de mis compañeros de ahora, con nombres y
apellidos: Jorge González Virviescas, el requintista, de Vélez, y su sobrino
Manuel Cortés González, tiplista también veleño. El guitarrista es José
Fernando Rivas, hijo de paisas, y yo soy Velosa, Jorge, de Ráquira. Pero bueno,
me disculpa que dije que no quiero hablar de eso. ¡Echémosle! Dígame lo que me
iba a decir, yo me tranquilizo y no hay problema.
¿El futuro de este país es plomo y más plomo o una
salida negociada? ¿Esto para dónde va?
A veces me hacen
preguntas complicadas, de pronto porque soy bocón. Un taxista me dijo una vez
que la paz no era negocio y que el día que la paz fuera negocio se firmaba al
otro día. Jodida la vaina… Es que hay lugares comunes, quién no quiere ver esto
pacificado. La respuesta está en Planeta Tierra siglo XXI: ‘Qué culpa tienen
los pajaritos, la gota de agua y el amanecer de que las penas y las penitas,
las grandototas y las chiquitas nos queden grandes pa’resolver. Qué culpa tiene
la mariposa, la garza, el viento o el arrayán, de que nos ganen las ambiciones
y se nos tuerzan los corazones en el momento de partir un pan. Tantas dolencias
vienen y van que si pudiera me largaría para una estrella del más allá, donde la
vida fuera la reina, donde el pancito fuera la paz, donde pudiera morir de
viejo y donde nadie me joda más’. Ahí está toda la respuesta. No me vaya a
preguntar sumercé qué quiere decir el pancito, porque ¡ya!
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