miércoles, 26 de diciembre de 2012

Enrique Serrano: "El pasado de Santander es oscuro"


Sostiene que descendemos de personas que vinieron de España buscando un territorio para iniciar una vida nueva y austera; así los conversos del judaísmo y del islamismo echaron raíces en este departamento. Con su nueva novela “Donde no te conozcan”, el autor lucha contra leyenda negra y bucea en las profundidades del tiempo, invitando a indagar por la procedencia de los Rodríguez, Gutiérrez, Martínez...

 
Enrique Serrano, para fortuna de la literatura colombiana, logró escapar a tiempo de los tentáculos de ese vallenato que contagia y adormece la vida de Barrancabermeja.
 
Nacido en 1960 y convertido en una de las nuevas figuras de las letras de este país, Serrano ganó en 1996 el premio de cuento ‘Juan Rulfo’ otorgado por Radio Francia Internacional y en 1997 escribió ‘La marca de España’, de la que Gabriel García Márquez elogia “su gran fuerza expresiva”.

De su pluma también son el libro de cuentos ‘De parte de Dios’ y la novela ‘Tamerlán’, oficio que sabe alternar con su trabajo de profesor de Relaciones Internacionales en Bogotá, razón que lo incluye en la reducida baraja de quienes logran entender los vaivenes de la cultura universal.

Lo entrevisté en 2007 a propósito de su novela ‘Donde no te conozcan’, una obra llamada a generar controversia y desazón entre quienes -como los avestruces-, hunden su cabeza en el suelo cuando se les indaga qué somos o de dónde venimos.

Él es un estudioso, por eso su última novela no es el fruto del ocio ni de la visita de una musa extraviada. Se atrevió a escudriñar tiempos lejanos, consultar archivos polvorientos y de ese trabajo es que resulta una novela histórica que emparenta a los santandereanos de hoy con los judíos-españoles que huyeron a un continente sin más nombre que “Tierra firme”, el cual 220 años después dieron por bautizar como América.

Serrano, considerado por algunos críticos como demente, está dispuesto a que le sigan ‘dando palo’ y no descarta que venga una segunda parte de su novela, que con el sello editorial de Seix Barral, vio la luz el pasado 17 de agosto en la Librería Catarsis, lugar que él mismo escogió para parir esta criatura terminada en la Zapatoca del siglo XIX y rescatada por él de las fauces de ese engendro mitad amnesia, mitad vergüenza.

¿Por qué hace el lanzamiento de su novela en Bucaramanga y no en Bogotá, donde es más visible y tiene mayor despliegue?

Esta novela nació hace muchos años a partir de reflexiones sobre ¿qué significa ser santandereano? Y cómo esa particularidad tan fuerte ha venido marcando la esencia de un pueblo inconsciente de sí. Esta novela se origina en la falta de curiosidad. En el hecho de que la mayor parte del pueblo colombiano no se ha preguntado jamás de dónde viene y en este caso particular, el pueblo santandereano. Es difícil encontrar un pueblo en el entorno colombiano e hispano tan característico como el santandereano desde el punto de vista de sus peculiaridades sociológicas. Entonces el que no se pregunte por su origen, que no se remita a sus fuentes, por qué habla como habla, por qué piensa como piensa, por qué los refranes, todas esas condiciones que son tan fáciles de percibir y sin embargo, tan misteriosas, son la esencia de este libro.

Esa es la razón por la cual me pareció tan llamativo lanzar esta novela en Bucaramanga. En la primera página postulo, por supuesto de manera ficticia, que en un viejo arcón encontré los papeles que constituyen la esencia de este libro, escritos por un presunto Efraín Pinto en 1811 en Zapatoca. Esa es la razón por la cual me parece tan importante que nazca de aquí, porque es un alegato sobre el origen, es una hipótesis desde la literatura y la novela histórica del origen de una nación que jamás se ha preguntado por  sí misma y que tiene que ver con un larguísimo pasado anclado en el misterio y, sobre todo, en una condición de renegado, de maldición sobre el misterio del nacimiento colectivo de esa mentalidad y de ese talante que nos marca con tanta fuerza.

Hay historiadores que defienden el concepto de santandereanidad y dicen que ahí está la clave de una raza distinta y desde donde podemos comprendernos. Otros le atribuyen poderes sobrenaturales al alemán Geo von Lengerke y lo ponen a la altura de un semental que vino a regar su especie. Unos más afirman que ante todo somos descendientes de los guanes. ¿Para usted, de dónde venimos?

Primero, la confusión más fuerte que es necesario empezar a despejar es entre lo racial y lo étnico. Es evidente que en el orden racial no hay pureza y la población santandereana, igual que el resto de Colombia y de América es producto de niveles desiguales de mestizaje. Pero lo que constituye a un pueblo no es la esencia racial sino la esencia étnica: su lengua, su religión, sus valores, sus costumbres y sus prácticas, que se originan en un tipo particular de mundo del que no hemos querido saber nada.

Sería absurdo que cualquiera viniera a defender purezas raciales que no vienen al caso en un mundo mestizo; de lo que se trata es de descifrar de la oscuridad el talante: una forma particular de ser y de portarse. Eso no ha sido estudiado, las academias de Historia le han sacado el cuerpo, no sólo en Santander sino en Colombia, e historiadores como Armando Martínez y muchos otros no tienen una contrahipótesis. Parece que la única salida para preguntarse por el origen fuera el silencio. Cuando alguien aventura una respuesta, le caen encima para desbaratarlo o para estudiar un poco soberbiamente la solidez de su hipótesis sin tener ni siquiera un mito fundacional efectivo.

Hay varias versiones de lo que somos, confundiendo siempre los niveles racial y étnico, y lo que me interesa es el problema étnico; es decir, rastrear la forma de hablar, la forma de fundar pueblos, de manejar el agua, de lavarse y de limpiarse, la figura de la madre, la sexualidad, el alcohol… todo lo que constituye desde un punto de vista antropológico la esencia de ser santandereano.

¿Qué es ser santandereano?

Es una forma de la hispanidad, cuyas raíces no han sido rastreadas con suficiencia ni precisión. Esta novela me dio la ocasión de ir hasta la Chancillería de Valladolid y hasta Simancas, para mostrar cómo se vivía en el siglo XIII y XIV una condición judía-española -sefardí-, que después tuvo que ser modificada. Esos nombres que figuran en aquellos registros fueron cambiados. Ya cuando aparecen en el Archivo de Indias de Sevilla, en 1550-1565, el antiguo Moshé Ben Israel se llama ahora Francisco Nuñez, y su hermano se llama Sebastián Martínez o Rodrigo Gutiérrez. Es una estrategia colectiva de pérdida deliberada del rastro. Es demostrable, que la identidad fue el gran problema de los siglos XV y XVI. Y que además esa identidad cambiada, mutada de un modo tan intenso y tan arquetípico, tenía como único tesoro conservar la lengua y el talante en un sentido general, porque se sentía distinta de un africano de Marruecos o de Esmirna. Algunos sujetos del judaísmo español fueron a dar a Amsterdam, otros a El Cairo, pero está claro que la mayoría se convirtió en cristianos.

Esos cristianos nuevos no pudieron permanecer en España. La tensión y la presión que se ejercían sobre ellos en todos los frentes fue tan grande, que América fue el refugio natural, especialmente aquella América tan poco trascendente, en donde no había minas importantes, de modo que el imperio, las autoridades inquisitoriales, nadie se iba a tomar el trabajo de ir a buscarlos o a perseguirlos, porque ya no tenía sentido varios miles de kilómetros más allá y varios años después.

Yo postulo, si se quiere de manera tajante, que somos el fruto de una generación renegada, que sabía cosas y tuvo que olvidarlas, que tenía un nombre y una identidad definidas y tuvo que cambiarlos, que tenía un horizonte de vida y tuvo que reducirlo a su mínima expresión, para resultar ser los fundadores de Zapatoca, San Gil o Socorro, a unos mil metros-mil quinientos metros de altitud, porque la temperatura y las condiciones de vida eran agradables, porque no había persecución, porque la agricultura de pancoger daba para producir las judías y el arroz, porque se podía comer algo parecido a lo que se comía antes pero cuantos cerdos y cabros traídos todos de allá. Se sembraba tabaco, que aunque es originario de América, estaba emparentado con formas de vida y de acción propias del norte de África, de donde se trajo el café y una serie de productos y prácticas que adaptadas a nuestro entorno dieron la arepa santandereana, el tono de la vida de la Bucaramanga de 1850, del Socorro de 1820.

Es en ese contexto en el que un pueblo se ignora a sí mismo, por alguna razón profunda, porque no es una tontería. Sostengo que los hijos de los conversos son esencialmente personas que no quieren reconocer exactamente quiénes son porque tienen miedo al pasado, casi atávico, de descubrir algo peligroso, problemático, y que por eso aunque sin mucho énfasis están lanzados hacia el futuro. Lo que importa son las próximas generaciones, levantarse a las cinco de la mañana para hacer lo de hoy, sin saber hacia dónde vamos, sin ese optimismo que caracteriza al norteamericano, sin esa enjundia que marca a los pueblos indígenas como el mexicano o el peruano. Se trata de una condición de vida que en la medianía, intenta sacar adelante pequeños propósitos, como si estuviese atemorizado por la victoria, por el vértigo que produce figurar, por estar emparentado aunque sea espiritualmente con pueblos de Occidente, incluso con pueblos del Occidente musulmán.

Tenemos un lejano origen que está sin embargo muy cercano, desde el punto de vista antropológico, y que nos configura, nos conforma en un sentido muy profundo en general. Esta novela se llama por eso así: ‘Donde no te conozcan’, porque el afán del converso e sir a donde no lo conozcan, iniciar una vida nueva, iniciarla además de un modo relativamente estoico, incluso austero. Si uno mira, comparado con la mayor parte de los lugares de América Latina, como Buenos Aires, México o Caracas, Colombia es una nación modesta a la que no le gustan las grandes plazas, nunca se preocupó por los monumentos, tiene un cierto sentido parroquiano, un poco patético, de la grandeza, pero nunca ha entendido ningún patrón de grandeza y en el fondo nunca ha aspirado a ella.

Alguna vez lo decía el entrenador Alfio Basile, y es que la diferencia entre Colombia y Argentina en el fútbol está referida a la miel de la victoria. Argentina la ha probado, la ha perdido y lo lamenta, pero tiene la capacidad de volver a luchar por ella; Colombia no sabe lo que es eso. Esto no lo refiero no solamente a la cuestión anecdótica del orden deportivo. En todos los niveles hemos tenido una figuración intermedia, que aspira, que tiene ciertas virtudes y talentos, pero nunca cuajan ni se traducen en auténticas victorias, en grandeza, en algún tipo de orgullo nacional. ¿Cuál es la posición de Santander dentro del orden colombiano? Ha contribuido a algunas cosas, es llamativo e interesante, pero no es de ninguna manera el eje de la nación.

¿Qué tanto pesa para ese ser santandereano habitar estas montañas áridas?

Muchísimo. Es la Extrema Dura, como se llama en España, trasladada a América. Es particular que se busque una tierra, relativamente estéril, en la que sin embargo nadie compitió. Por 300 años sobraba la tierra y cuando a alguien le disgustaba un asunto sabía que se iba 10 ó 50 kilómetros más lejos y nadie lo iba a molestar. La presencia indígena era prácticamente nula, luego el poblamiento se hace a través de un modelo endogámico blanco o hispánico por lo menos, con algún nivel de mestizaje, pero dentro de la más estricta ortodoxia católica.

Los historiadores nos han vendido la versión de que quienes vinieron a América fueron aventureros o convictos. ¿En su investigación se llevó alguna sorpresa?

La leyenda negra la crearon Francia e Inglaterra con extraordinaria habilidad, en los siglos XVIII y XIX, para acabar de apuntalar el despojo más cabal de España. Leyenda negra que fue hábilmente vendida en Estados Unidos y en muchos otros lugares del mundo, de modo que España llegó al siglo XX, y sobre todo el imperio español y la hispanidad, en una condición cuasivergonzante. Lo hispánico no estuvo de moda durante 200 años, el país no participó de la Revolución Industrial o llegó tardísimo, hasta hace pocos años en medio de un estado de atraso y de dictadura, que fueron considerados proverbiales en la propia Europa. Luego ser hispánico, hasta hace 25 años, era casi una vergüenza. Entonces que la gente se las arreglase bien con la idea de decir en español que los españoles fueron unos violadores, que vinieron a abusar de las indias y a solazarse con un mundo de riquezas no sólo es una injusticia con la empresa conquistadora, y sobre todo con la Colonia, sino que además es de una ceguera respecto de cuál es entonces la identidad de los más de 300 millones de hispanos que han quedado dispersos en América.

Si uno mira en Estados Unidos la hispanidad es más fuerte como raíz cultural que la condición anglosajona. En todas partes la lengua española resuena con fuerza, no sólo por su literatura, por sus gracias y sus glorias, sino porque fue moderna antes de la modernidad europea, porque en la España medieval, morisca, cristiana y judía, aunque hubiese una serie de problemas, había niveles de convivencia y de calidad de vida que la propia Europa estaba muy lejos de obtener. La mayor parte de los habitantes de Andalucía en el siglo XII eran letrados. Las ciudades, porque había verdaderas ciudades, contaban con bibliotecas, hospitales, calles empedradas, acueductos y alcantarillado -que es una palabra de origen árabe-, por nombrar algunos aspectos.

La cuestión es que América se hizo básicamente con conversos: conversos del judaísmo o del islam. Por ejemplo sostengo que en la nación Caribe, que en árabe quiere decir cercano y nada que tenga que ver con indígenas caribes ni un carajo, el bautizo de los indígenas lo hicieron los andaluces que llegaron aquí. Es fácil demostrar que la condición de lo que se llama la nación Caribe, es morisca. La condición de relativa exogamia, el poco respeto de la monogamia, la forma de criar a los niños y hasta la forma de hablar, con su énfasis y sonoridad, corresponden muy bien a lo que se llama el imaginario morisco de los siglos XVII y XVIII.

Aquí la falta de curiosidad hace que nadie sepa cuándo fueron fundados los pueblos, cuántas personas tenían. No sólo quién los fundó, sino quiénes los poblaron en sus originarias condiciones. ¿Cuál es el origen de los apellidos de Colombia? ¿Por qué priman los Rodríguez, los Martínez, los Hernández, etcétera? ¿De dónde proviene ese Rodríguez o ese Martínez sin toponímico? Al estudiar este problema de los apellidos en España, se ve que los cristianos viejos, aquellos que podían dar fe de su condición católica y la de sus padres y antepasados, tienen apellidos con toponímico: Rodríguez de Guevara, Vásquez de Lara, Pérez de Mendoza; en cambio el sólo Rodríguez o el sólo Hernández es fruto de un bautismo colectivo, es decir, era propio de los conversos. Media España era conversa y era la España más letrada, era la que se encargaba de la Medicina y la salud pública, de los impuestos, esa España tuvo que arreglárselas para esconderse durante más de 200 años y luego para marcharse, porque llamarse simplemente Juan Rodríguez en 1580 era un problema, estaba cerca de una ilegalidad peligrosa y de un posible linchamiento, del que habían sido objeto familiares suyos.

Todas esas condiciones, sumadas al hecho que no es anecdótico de que San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús fueran hijos de conversos, y que todas las glorias del Siglo de Oro tuviesen relaciones directas con esa cultura -el caso de Miguel de Cervantes por citar uno-, demuestran que ese problema era angustioso en España y que determinó en gran medida la fuerza de la empresa de América o de los indianos.

Lo que resulta absurdo es que ni en España, por acción de leyenda negra, ni en América se tenga un estudio serio de este tema. Esta novela es por lo menos un llamado a las facultades de Historia a abordar este problema con la seriedad que  requiere. Entre otras, si es que estoy equivocado para que me le demuestren, porque hasta ahora no lo han hecho y me han sacado el cuerpo de un modo ni siquiera olímpico, sino más bien vulgar, tosco, como ‘usted está equivocado, pero no sabemos por qué’. Esa perspectiva es la que me parece no sólo peligrosa, sino problemática. Es más, es propio del converso ocultar su origen. Y esto estaría reafirmando como argumento sociológico y antropológico, el que hay algo oscuro, porque si uno de veras duda de una cierta hipótesis es porque la ha investigado con minucia y sabe si tal o cual persona está planteando algo en el vacío. No es mi caso y hay una nebulosa histórica. La Nación, cualquiera que sea, no empezó en 1810 ni con el establecimiento de la Real Audiencia en 1550, sino siglos antes, y no empezó aquí. Lo que cada uno de nosotros somos, empezó siglos antes de venir a América, en algún sitio entre África y Europa.

En 2007 hay quienes celebran los 150 años de la santandereanidad, atribuyéndole los dones de la igualdad y la libertad a quienes crearon el Estado de Santander. ¿Con cuáles trazos dibujaría usted este cuadro?

Eso de la igualdad y la libertad probablemente estos señores tengan sólidos motivos para apuntalarlo, pero no es un rasgo constitutivo, algo de lo cual sentirse orgulloso desconociendo el resto. Yo diría por ejemplo que el santandereano es una persona que tiene grandes problemas con la relación alcohol y violencia, es un personaje que tiene problema respecto a la sexualidad y la vivencia plena del cuerpo. Ese tipo de cosas no han sido investigadas y están en la esencia de su naturaleza individual y colectiva. El santandereano es una persona fuertemente vinculada a la tradición y sin embargo, aparentemente renuente a ella. Esta una sociedad conservadora en el sentido  pleno de la palabra y, sin embargo, con argumentos más bien manidos se insiste en la defensa de la igualdad y la democracia en un momento en que eso no era prioridad de nadie.

Lo que sí está claro es que es una sociedad constituida para durar largo tiempo, de familias inmensas y de una gran fuerza clánica, que tiene además una tendencia marcada a la endogamia. En todo eso se parece a los judíos y a los conversos.

El respeto por la lengua española es casi obsesivo, hay un proceso de vigilancia lingüística que ha durado siglos y que nadie ha revisado, y tiene una serie de condicionamientos en su alma, que lo remiten hacia una cierta añoranza de un pasado perdido, que no sabe ni siquiera cuál es.

Los orgullos hay que construirlos sobre los verdaderos pilares. El pueblo alemán, por ejemplo, se constituye alrededor de una serie de baluartes vinculados a la tenacidad, que sin embargo no pasan por alto la tendencia a la violencia. El pueblo alemán no puede renegar de eso porque está ahí, en la historia. Que nosotros hiciéramos algo parecido para asimilarnos con las buenas y las malas, así como hemos sido, porque el pasado es lo que nos constituye. El nuestro es un pasado de silencio, de nebulosa oscuridad, por decir lo menos. Los santandereanos no conocen a sí mismos si están orgullosos de no conocerse, lo cual es escandaloso en un mundo como éste. Las hipótesis que tienen sobre sí, incluso los historiadores, aunque no sean incorrectas, son parciales. No hacen un retrato cabal de quiénes somos, de por qué somos de esta o aquella manera. Hay ciertos valores innegables del santandereano que no pretendo menoscabar, pero sus características completas, como ser humano, no han sido descritas con la suficiencia ni la imparcialidad necesaria. Además, está claro que una Academia de Historia seria no tiene solamente historiadores santandereanos, sino que trata de involucrar a gente de todas partes para que de una visión más sobria y más neutral de lo que se ve de Santander, de su figuración en la Nación, de su vocación de emigrante… de diez mil cosas a través de las cuales sería posible sacar una pulpa mucho más sustanciosa y pulida que esa imprecisa imagen medio patriotera que ha venido a surgir en los últimos años. En Colombia el imaginario del santandereano está vinculado a la arbitrariedad y la violencia, a una cierta condición de exageración, cierta vocación hiperbólica, un sujeto aparentemente calmado, bien vestido, limpio, que resulta convertido en un ogro furioso o que para mostrar su carácter a veces se pasa de la raya hasta cosas absurdas. Esto puede ser hasta injusto, pero es así como es entendido un santandereano en Colombia, sin que el imaginario del costeño o del antioqueño tampoco estén claros.

¿En su novela algún personaje encarna el machismo que se le endilga al santandereano?

Sostengo que la sociedad colombiana, igual que la sociedad judía, es más bien de un matriarcado velado, y eso está retratado en la novela, porque quienes tomaban las grandes decisiones eran las mujeres. En todas las sociedades mediterráneas el puesto del hombre es lo público; el de la mujer lo privado, y está claro que la vida se gobierna desde lo privado. También en este aspecto contrasto con el lugar común de que son muy machistas, porque quién decidió dónde iban a vivir, cuántos hijos iban a tener, cómo iba a vestirse el señor: ella, y lo hizo del modo más natural, casi sin ejercer violencia.

He podido demostrar que en nuestras sociedades el hombre está en constante estado de prueba, como hombre. Es admitido si es bien recibido en la sociedad o si tiene trabajo y reconocimiento. Ese cuento de que las mujeres árabes están oprimidas es ignorancia de la más cabal de lo que es el mundo árabe. Ellas son las que tienen el derecho jurídico, político y sociológico a optar por tal o cual sujeto, siempre y cuando cumpla con ciertas condiciones. Ella está claramente bajo el comando de la crianza, que es casi un espacio exclusivo de las madres y abuelas hasta los 7 u 8 años.

Ya es hora de empezar a revisar en qué consiste el machismo santandereano, porque lo que es machista es la cultura, no los hombres. La madre es lo único sagrado que le queda a una sociedad como esta. La delicadeza, la familiaridad, la cercanía a lo íntimo, las costumbres respetuosas, la cortesía y hasta la hipocresía, están matizadas por el rol femenino, mientras que el rol masculino goza de una ampulosa precariedad.

 



El escritor barramejo Enrique Serrano pretende cuestionar lugares comunes, poner en entredicho asuntos espinosos que la sociedad santandereana no quiere plantear y remover el pasado, así salga aporreado. Acaba de lanzar su novel “Donde no te conozcan”, editorial Seix Barral.
 
Enrique Serrano publica una novela cuya última página se escribe en la Zapatoca del siglo XIX. Es la historia de miles judíos y moros que dejaron de saber lo que sabían porque era problemático, y decidieron marcharse a donde nadie los conociera para que su mundo y su cultura volvieran a florecer.
 
“La esencia de nuestro ser es hispana, así que por qué vamos a renegar de ella, a considerarla una maldición o a enseñarle a los niños a avergonzarse de su lengua, de su idiosincrasia o de su ser en nombre de no sé qué pecados cometidos por sus antepasados”.

9 comentarios:

  1. un tema muy poco convencional, muy interesante,con muchísima tela de donde cortar.
    sobre todo con muy buena narrativa,
    soy mexicana y me apasiona el tema de nuestra raíces Hispanas y sus mitos y verdades...

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  2. Me parecen muy acertadas la mayoría de afirmaciones del autor sobre la hispanidad o la fuerte constitución matriarcal de la familia santandereana. Es revelador pensar en nuestra herencia hispana como judía y árabe.  Definitivamente es una aproximación que debe explorarse con más profundidad. Sin embargo difiero enormemente con la forma como borra y hace casi invisible la herencia étnica guane. Somos tan hispanos como indígenas. Muchas mujeres guane tuvieron hijos de españoles. Sería interesante explorar esas dos herencias en igualdad de condiciones. Finalmente, no se puede negar que los españoles, por más conversos que fueran buscando un lugar seguro, llegaron a invadir, saquear y explotar a los indígenas en su propio territorio. Esa parte de la historia tampoco se puede negar.

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    1. Yo soy otro Anonimo (Anonimo 3 digamos). Y estoy de acuerdo, efectivamente hay oscuridad en el origen de Santander. Yo soy santandereano por adopción y veo una buena descripcion de la sociedad santandereana en estas imagenes. Una explicacion de al menos parte de la verdad puede estar en esos origenes conversos. Pero tambien como dice "Anonimo" el 11 de Febrero, hay otra pieza que da luces, y puede ayudar a explicar esa oscuridad en el origen: el componente indigena. Estudios cientificos han mostrado que los genes indigenas predominan por el lado materno, mas de 80% en todo Colombia (y en muchas partes de latinoamerica)y quizas mas aun en Santander (ejemplo: Rojas et al., "Genetic make up and structure of colombian populations by means of uniparental and biparental DNA markers" American Journal of Physical Anthropology, 2010, 143, pp 13-20).
      Como fue ese principio? Santander tuvo que tener sus particularidades y sin duda hay historia que investigar y contar. Hombres y mujeres, hijos, seguramente no muy bien vistos por la Iglesia o la Corona en esa epoca (mujeres indigenas y hombres conversos, por ejemplo...), que crearon una cultura y una sociedad, y que pueden explicar muchas cosas, incluyendo las verguenzas, pero tambien el vigor de este pueblo.

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  3. Respuestas
    1. Sobre el origen nativo:
      Rojas et al., "Genetic make up and structure of colombian populations by means of uniparental and biparental DNA markers" American Journal of Physical Anthropology, 2010, 143, pp 13-20

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  4. Hermoso relato de nuestro origen santandereano

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