miércoles, 19 de diciembre de 2012

"Prefiero ser dictador que pendejo": Jorge Luis Pinto


El técnico de la Selección Colombia dice que no se “casa” con ningún jugador, está más que seguro de clasificar al Mundial de Sudáfrica 2010 y afirma que únicamente admite la perfección. Revela que su peor paso fue haber sido entrenador del Bucaramanga por darles gusto a unos amigos, y que no les hace caso a los comentaristas. (Entrevista realizada en julio de 2008)

 
Jorge Luis Pinto Afanador, nacido hace 54 años en San Gil (Santander), se siente al frente de la Selección Colombia como si fuera un “Ministro del Fútbol” y sabe que con sus resultados llevará la dicha o la desgracia a millones de hogares.
Nos recibe a las 9:50 de la mañana -tal lo acordado- en un supermercado del sector exclusivo de Los Rosales (Bogotá), donde lo primero que hace es pedir un café y a acomodarse en una silla metálica a recibir con agrado los 48 tiros directos de un cuestionario que abarca desde su iniciación en el fútbol hasta compromisos como el de volver a llevar al equipo nacional a un Mundial, pasando por el mediocampo de su vida privada y su forma particular de ver el deporte.

Este hombre temperamental, que el año pasado (2007) coronó campeón del fútbol colombiano a un equipo que yacía moribundo en la segunda división, el Cúcuta Deportivo, se emociona en esta entrevista, llora como un niño y al minuto sonríe orgulloso por haber sacado llevado a la gloria equipos como la Liga Alajuelense y el Alianza Lima, de los 12 combinados que ha dirigido en casi 700 partidos de carrera.

Pinto va a morir en su estilo, exige de sus jugadores hasta la última gota de sangre en el terreno de juego, quiere que aparte de pegarle bien al balón se eduquen y vivan adecuadamente. Las maletas, dice, las tiene listas para cuando tenga que irse, pero asegura que nunca se amarra con un jugador y menos se lo deja imponer.

Tiene una espina clavada en su corazón: la forma como lo sacaron de la Selección Costa Rica, pero en el mismo guarda la nostalgia por este país que lo vio coronarse dos veces campeón con el equipo manudo.

Son 36 minutos de ataque permanente a su área, en los que Pinto no pierde el control y, al final, da las gracias y parte raudo en su jeep a un recorrido de 150 kilómetros para ver el partido Chicó-Cali, donde juegan algunos de sus convocados. Antes de viajar a la Copa Kirim, en Japón, espera sacar un momento libre para pasarle revista a las vacas lecheras  que tiene en su finca de Subachoque (Cundinamarca).

¿Qué hizo que un muchacho de un pueblo perdido en las montañas de Colombia no terminara de agricultor o comerciante y sí dedicado al fútbol?

Nací con el fútbol. Entrenaba en el equipo del colegio en San Gil y en él jugaban el vicerrector y el profesor de Educación Física, que era el arquero, y yo como capitán. Viví desde muy niño las cosas del fútbol y las sentí.

Al final del bachillerato les decía a mis compañeros: ‘cuando esté grande voy a dirigir este equipo’, Los Millonarios, que era uno de los más famosos en ese entonces… y lo hice.

¿Cuál fue la cara que pusieron sus padres, que como los de cualquier generación querían que usted fuera ‘alguien en la vida’?

Siempre se opusieron a que me metiera en esto. Siempre estuvieron en contra de eso que llamaban ‘la cosa del juego’. Ellos querían, por encima de todo, que estudiara Derecho o Ingeniería Mecánica. Después cuando evolucioné y me especialicé, fueron entendiendo, pero durante muchos años no vieron con buenos ojos que me dedicara al fútbol.

¿Vertical? ¿Temperamental? ¿Cuál es su principal rasgo?

De una sola pieza. Cuando tengo que decir que sí, digo que sí cueste lo que cueste; y cuando tengo que decir no, digo que no pase lo que pase. Indudablemente que detrás de cada decisión está la razón. Soy temperamental porque siento las cosas, amo mucho mi profesión, la investigo y la defiendo. Por ejemplo, preparo todos mis entrenamientos y es más, casi todos los tengo guardados, antes en un papelito, hoy en el computador.

Adoro el entrenamiento del fútbol y a eso me dediqué. Cada vez que puedo me preparo y cuando voy a cualquier país lo primero que busco es una librería para estar actualizado.

¿Detrás de esa cara adusta hay un Pinto que se entristece, o usted está hecho de palo?

Soy eminentemente sentimental. Siento mis hijos, mi esposa, mis amigos, los hechos sociales, sufro por ejemplo cuando veo la tragedia de Armero -la erupción del volcán nevado del Ruiz que dejó más de 20.000 muertos en 1985-. Lloré mucho cuando vi morir en el lodo a la niña Omayra… (interrumpe la frase y empieza a llorar desconsoladamente) Me emocionan las cosas, yo también tengo corazón y siento.

Ahora, en el campo de fútbol soy un hombre que cumple con el deber, que siente la responsabilidad por todos los actos de mi vida. No abandono las prácticas, no llego tarde a pesar de que nadie me lo esté pidiendo. Siempre soy el primero en el entrenamiento a pesar de que soy el jefe y puedo llegar de último o no llegar, pero no lo hago. En el comedor y en las charlas técnicas siempre soy el primero porque tengo que dar el ejemplo y siento la responsabilidad.

¿Cuando se ha sido técnico de tantos y tan buenos equipos de fútbol como Alajuelense, Santa Fe, Deportivo Cali o Alianza Lima, su corazón está dividido en varios pedazos?

Se me ha partido, me he quedado en otros equipos por muchas razones: por sentimiento, por correspondencia de la gente conmigo, por haberme sentido feliz en esas instituciones. Guardo un cariño especial por ellas.

¿Los resultados que usted pueda brindar como técnico de la Selección Colombia representan su aporte a un país en permanente crisis como éste?
En el cargo en la Selección Colombia estoy como si fuera un Ministro del Fútbol. Estoy comprometido con el país y es como si fuera un plan de vivienda nacional, o del pan y la leche de todos los días para el pueblo colombiano. Eso es el fútbol en este momento para mi país y quiero entregárselo.

Es como si tuviera la responsabilidad de darle la alegría al pueblo colombiano, porque yo sé que el fútbol se la brinda a mis compatriotas. Y podría decir que muchos de mis paisanos cambian un plato de sopa por un partido bien jugado de su Selección.

Las ilusiones de millones de personas en sus manos. ¿Cómo asume ese compromiso?

Es un sentimiento personal, una identidad con el fútbol. Es como si este deporte les brindara una cuota de felicidad y eso lo llevo en mi alma.

¿Cuál es la recompensa? Porque si su equipo triunfa, Pinto es un héroe; pero si pierde, en la salida del estadio estarán los hinchas para ‘sacarle la madre’.

La recompensa es luchar por entregarle algo importante a la patria. Y se lo digo a mis jugadores: ‘aquí el fútbol es profesional, pero por encima de todo es un honor estar acá, así que quien no lo sienta de esa manera, no puede permanecer un minuto más’. Sabemos que nos tienen que pagar por nuestro trabajo, pero ante todo es un honor y una responsabilidad con el país. Para eso estamos los hombres, hechos para la lucha, para la guerra y uno no sabe si en ella gane o pierda, si triunfe o muera.

Es el gusto por esta profesión, porque a mí nadie me la eligió ni me mandaron a que trabajara en esto. No fue una necesidad, sino un gusto y una pasión que tengo desde niño.

¿En eso ayuda ser santandereano?

Pienso que sí. El carácter, nuestra raza, estilo y nuestra forma de decir las cosas en su momento, así sean atrevidas, y el no tener secretos, porque yo no los tengo de nada ni de nadie.

¿Ser tan franco, con ese tonito golpeado, le ha causado dolores de cabeza?

Yo no sé si choque, pero el director del periódico El Mundo, de Medellín, me mandó un consejo: ‘Por el hecho de llegar a la Selección Colombia, no cambie nada de lo que ha sido en su vida’. Y no voy a cambiar, así que si puedo hacer ese trabajo con el estilo que relativamente me ha dado éxito en la vida, lo voy a  hacer; si no, me iré de una vez. Porque como le digo a los jugadores: ‘La maleta mía la tengo aquí, pero no me comprometo con nadie ni con nada. Solamente con la Selección Colombia’.

¿Cuál es su principal cometido en su paso por la vida?

Como lo dije cuando estuve en Costa Rica y Perú, dejar un legado. No me interesa si gané o no, sino dejar unos principios, una concepción, una filosofía  del trabajo. Si ganamos, bien; si no ganamos, pues quedó el fundamento. Luego me dedicaré a la cátedra.

¿Para usted qué representa el jugador: un alumno, un obrero o un amigo?

Tiene que ser todo para uno. Es un alumno porque hay que enseñarle. Un hermano, porque uno tiene que quererlo. Un hijo, porque hay que comprometerse con él y entregarle hasta cariño. Y tiene que ser un hombre de compromiso, un ‘empleado de elite’ que tiene que entregar todo en la cancha y fuera de ella.

¿El técnico qué debe ser para el jugador? ¿Recuerda que el tico Froylán Ledezma renunció a su Selección y lo llamó ‘dictador’ con el argumento de que a usted no se le podía discutir nada?

No se sabe de quién fue el error: si de él o mío. No se sabe si a él de pronto, por sus problemas personales, lo golpeara mucho que tuviera un jefe y un hombre que le hiciera cumplir sus deberes. Siento más hoy un aprecio hacia él que un rechazo, porque sé lo que le va a tener la vida. Pero sí, prefiero ser un dictador que un pendejo.

¿Les infunde que más que unos tipos que saben patear un balón, son personas?

Siempre les digo a mis jugadores que me gusta que anden bien vestidos, que jueguen bien al fútbol, que vivan con buenas mujeres y que vivan bien. Me parece que es fundamental que se sientan bien, que se eduquen y que ganen cultura.

¿Lo sacan de casillas esos comentaristas que en la radio y la televisión creen sabérselas todas?

Me sacan de casillas y a veces veo tan injustas las cosas, pero entiendo. Uno de ellos cuando me fui para Lima, me dijo: ‘Si usted lee los periódicos del Perú, se vuelve loco’. Hoy estoy haciendo lo mismo: no estoy oyendo ni viendo los programas.

Francisco Maturana es célebre entre otras cosas, porque para él ‘perder es ganar un poco’. ¿Usted nació para triunfar o en su vocabulario está la palabra derrota?

No, derrota no hay, y lo reafirmo con el Cúcuta Deportivo. Jamás de mi boca salió la palabra ‘descenso’ para decírsela a los jugadores. Por el contrario, siempre les dije: ‘tenemos que ser primeros’.

Que uno la piensa, no hay la menor duda, pero que esté en mi mente la derrota, no. Cuando corría cada mañana en el estadio General Santander de Cúcuta, soñaba y me decía: ‘este estadio me tiene que ver triunfar’. (Se emociona nuevamente y un par de lágrimas ruedan por su mejilla izquierda).

Hay momentos duros, sin duda. En Costa Rica, por ejemplo, siempre que terminaba un entrenamiento soñaba que íbamos a ganar con el Alajuelense y soñaba que iba a dirigir la Selección Costa Rica en el Mundial. Siempre sueño en ganar.

¿Cuál fue su sensación cuando llegó al Alajuelense y le dijeron mire a ver qué hace con este equipo?

Le dije al presidente, don Rafael Solís, ‘tranquilo, que aquí vamos a ganar’. Les pedí que vieran y que me permitieran conocer mi trabajo, porque yo sabía que el cambio era muy fuerte, como me lo reconocieron los jugadores. Felizmente puedo decir que triunfé bien, que entregué un concepto de trabajo en un gran equipo que para mí es un Real Madrid pequeño, y estoy dichoso de que ellos hayan entendido mi filosofía. Siempre me paré en la mitad de la cancha y me metí dos frases en la cabeza: ‘No me puedo adaptar al medio, cueste lo que cueste. Y el rechazo al cambio es muy bravo’, y eso es lo que estoy viviendo en la Selección Colombia.

¿Cómo se caracteriza su método de trabajo?

Es un método intenso, de compromiso, exigente, dinámico y con contenido táctico moderno, que es clave. Dios me de la oportunidad de tenerlo en la Selección Colombia, porque lo he probado con el Cúcuta, la Liga Deportiva Alajuelense y Alianza Lima y dio resultados. Esos jugadores pueden decir si hay diferencia o no en el contenido de mi trabajo.

¿Atacar, atacar y atacar es la constante?

Indudablemente, pero yo quiero equipos equilibrados, porque ese es el fútbol, no recibir goles sino hacerlos. Yo transfiero eso a mi método de trabajo.

Ver de su mano coronarse campeón del fútbol colombiano a un Cúcuta Deportivo que llevaba nueve años en la segunda división, es como un milagro en este fútbol donde lo que cuentan son los millones. ¿Su lección es que se puede arrancar de lo más bajo para llegar a la cima?

Esa es la prueba más real. No teníamos medios. Cuando llegué no había ni camisetas, el kinesiólogo no tenía ni tijeras, andaba caminando por ahí porque no tenía nada. Pero le dimos un vuelco total en la estructura deportiva y mental del equipo. Lo transformamos. Fue muy duro y reconozco que tuve el apoyo y que los jugadores también asimilaron, porque hay grupos que no asimilan, y Cúcuta aprendió qué es ganar, cuál es el compromiso dentro del campo de juego y no descuidarse un sólo instante.

¿Le pasó por su cabeza ver a un Cúcuta Deportivo en la semifinal de la Copa Libertadores de América, codeándose con el Boca Juniors?

Era un proceso y lo fue dando el equipo. El 50 por ciento de mi nómina hoy no juega y tienen unos jugadores más experimentados, pero el trabajo que están haciendo es muy bueno, respaldados por la afición. Eso ratifica que los cambios sociales y económicos de una ciudad se dan a la par de los deportivos. A Cúcuta lo cambiamos en todos los sentidos.

¿Cuáles fueron las claves?

Organización, trabajo, entrega de los jugadores y apoyo de los dirigentes y la afición, que ha estimulado mucho al grupo.

¿La Copa América que empieza en los próximos días en Venezuela es para usted una tarea menor porque su mira está en el Mundial o le va a poner toda la energía?

A la Copa América le vamos a meter todo, independientemente de las eliminatorias. Después del Mundial, la Copa es el torneo más grande para Colombia.

¿Sudáfrica es su obsesión?

Un sueño total y tengo la certeza de que vamos a ir. ¡Esta no me la quitan de la mano! Tengan la seguridad.

¿Al pisar cada estadio usted se persigna o su ego no lo deja?

Pido al Todopoderoso que me ayude y me persigno para tener la fe y la seguridad de manejar el partido.

¿Qué ocurrirá el día que Pinto pierda estruendosamente?

Es difícil que eso pase porque mis equipos son muy regulares y equilibrados, pero se puede dar. Mantener la calma, fundamentalmente, pero no he pensado nunca en eso.

Cuando se ve a tanta estrella que al llegar a las selecciones no rinde, ¿eso quiere decir que hay que tener hambre para jugar bien?

Tenga la absoluta seguridad de que el que no tenga hambre y compromiso, en la Selección Colombia no juega, así al otro día me saquen.

¿Siguen los colombianos viviendo de la nostalgia por los Pibe Valderrama y los Tino Asprilla?

Puede ser, pero fue una enseñanza muy buena. Hoy hay un concepto diferente a ese estilo de fútbol con un jugador más táctico, más comprometido, más profesional, más internacional, que también aporta mucho.

¿Se quemaría por un consentido? ¿El que no rinde se va a la banca, así se la estrella?

Con el dolor del alma y el corazón se lo diré, como se lo dije ya a Tressor Moreno: ‘no puede estar en la Selección porque no cumplió con el reglamento’.

¿El peor paso dado cuál fue?

El momento más difícil de mi vida fue dirigir el Atlético Bucaramanga, el equipo de la región en que nací. Fue un momento inoportuno, por compromisos con amigos políticos, de poder hacer algo por mi tierra y me equivoqué.

¿La mafia metida en el fútbol colombiano es un capítulo cerrado o todavía se arreglan partidos y se compran estrellas?

Es un capítulo cerrado, pero tengo que ser sincero y así como la mafia perjudicó en muchos hechos al fútbol, también colaboró en su desarrollo.

¿Por qué decidió montar una oficina en la Federación Colombiana de Fútbol, cosa que ningún técnico jamás había hecho, y no quedarse en la comodidad de su casa cuando no está entrenando?

Es mi deber y no quiero dejar pasar un instante ni un detalle de mi trabajo. Yo quiero perfección y que en la Selección salga todo perfecto. ¡No nos podemos equivocar en nada!

 

 

 

"Tengo la absoluta seguridad de que el que no tenga hambre y compromiso, en la Selección Colombia no juega, así al otro día me saquen”.

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