miércoles, 19 de diciembre de 2012

La izquierda de Carlos Monsiváis


El mejor cronista de México y uno de los principales intelectuales de Latinoamérica, Carlos Monsiváis, analiza la situación de su país, opina sobre Hugo Chávez, Daniel Ortega y George Bush, y hasta dice qué hará antes de morir.

 
La primera cosa que Carlos Monsiváis Aceves hace cada mañana no es persignarse ni cepillarse los dietes. Es recoger el periódico y revisar que su nombre no figure en la lista de muertos de ese país llamado México en el que hace pocos días aparecieron diez personas decapitadas en Yucatán.

Lo segundo que hace Monsiváis pero de manera permanente, es ser a setenta años de edad el maestro de la ironía. Es un iconoclasta a carta cabal, que dice que en su último cumpleaños no hubo torta ni invitados porque lo celebró con su soledad, aunque ni siquiera ella asistió.

Y lo tercero en la vida de este hombre considerado uno de los cinco intelectuales más importantes de América Latina, es no claudicar en su ideología de izquierda y en la defensa de la democracia, así haya quienes lo vean como un comunista irredimible y hasta insinúen que es ‘terrorista’.

Simpaticen o no con él, Monsiváis es hoy un referente obligatorio en el pensamiento no sólo de su país sino del continente.

De una extensa producción literaria que incluye extensos reportajes al subcomandante Marcos, héroe de la guerrilla zapatista de Chiapas, a Monsiváis le encanta la cultura popular, tiene su propio museo sobre el tema, y no deja de darle ‘palo’ a los ‘dinosaurios’ del llamado Partido Revolucionario Institucional (PRI), que durante más de medio siglo hicieron y deshicieron con México.

De no ser escritor, le habría gustado trabajar en la Cámara de Diputados (Congreso) de México, para levantarse y aplaudir cuando alguien dijera algo inteligente, “pero podría quedarme días y días sentado...”.

Sin importarle que los asistentes se fijaran en los huecos de la suela de su zapato derecho, Monsiváis participó en la Feria del Libro de la UNAB, Ulibro 2008, donde para hacer gala de sus dotes y su habilidad con el juego de palabras, dijo que venía a la capital santandereana, porque ningún ser humano se puede morir sin antes haber conocido Bucaramanga.

“Me invitaron a la UNAB y pensé que no volvería a tener una oportunidad así. Luego que acepté me pregunté en qué consistía la oportunidad que no pude rechazar, y el nombre de Bucaramanga me invadió en tal forma que ya no quise racionar. Ir a Bucaramanga y después morir, como se decía en el siglo XIX”, manifestó Monsiváis.

‘Flor’ que algunos se tomaron a pecho, mientras Monsiváis ponía a reflexionar y a la vez divertía con su apuntes a más de 350 personas que abarrotaron el Auditorio de Ingenierías, sin poderse creer que un personaje de su talla sacara el tiempo para llegar hasta estas latitudes.

Luego de la charla con el poeta Ricardo Nieto, que en realidad fue una especie de autoentrevista en la que Monsiváis no se calló durante 39 minutos, el autor de “Días de guardar”, “Amor perdido”, “Entrada libre” y “Nuevo catecismo para indios remisos” -entro otras obras- atendió esta entrevista exclusiva con el Periódico 15 en agosto de 2008.

No ve sucesores de Gabriel García Márquez, “porque si alguien es sucesor de alguien no es un autor importante. Gabo es un milagro del idioma, Mutis es un gran poeta, y los que vengan en Colombia o en otros lados serán igualmente irremplazables y en sí mismos consumirán su genealogía. García Márquez viene de García Márquez y va a García Márquez”.

La única pregunta que le molestó fue la última, pero sirvió para que le respondiera a quienes lo consideran un peligro. De resto, Monsiváis habla sin desparpajo y no teme que por sus columnas de prensa le vaya a pasar algo porque advierte con desconsuelo que en su país no más del seis por ciento de los habitantes lee un periódico.

Escribo, declara, por la posibilidad de no ser entendido y la dignidad de ser incomprendido, para devolverle la voz a los silenciados y atender a los parias de la historia. Cada vez que puede consulta la Biblia, con lo cual acentúa a la vez su espíritu religioso y su agnosticismo, dos conceptos que no sabe qué hacer para combinarlos pero al fin de cuentas dice que “creo menos y siento más”. Y lee, advierte, para tener la garantía de no estar perdiendo el tiempo viendo telenovelas.

¿Ha intentado desenmarañar esa pregunta de qué son los latinoamericanos?

Nunca he intentado tal osadía, pero podría decir que somos aquellos la pregunta sabiendo que la respuesta está oculta en un cofre en el fondo del mar y que sin embargo vamos a seguir haciendo la pregunta, porque es más difícil abrir el cofre que dejar de hacer la pregunta.

¿A qué país se imaginaba que estaba allegando?, porque muchos colombianos que van a México piensan que todas las mujeres se llaman María o Guadalupe y los hombres tienen sombrero de charro y van a caballo.

No era tan específico como eso, que es una descripción por lo pronto acertada y veraz. Cuando dije voy a Colombia, en primer lugar tuve la precaución de comprar impermeables y paraguas porque me dijeron que llovía todo el tiempo. ¿No sé si ha oído hablar de un departamento de Colombia que se llama Macondo? Me dijeron que caía tanta agua que decidieron participar de ese beneficio al resto del país.

Luego supe que Colombia oscilaba entre la violencia y la paz, pero que tenía una inclinación profunda por la paz y entonces eso me alentó.

Después supe que hablaban el mejor español de América Latina, pero eso ya no me alentó tanto porque no creo que sea muy difícil considerando lo que pasa en España.

Y un dato que sí tenía en el imaginario colectivo: que todos los colombianos profesan la más impresionante cortesía y que le hablen de usted a todos, hasta para rezar, porque en ningún país del mundo le hablan de usted a Dios.

Hay más de veinte libros de su autoría, sin contar las compilaciones y los prólogos. ¿Qué lo lleva a seguir escribiendo y tener una obra tan grande como la suya?

El alguna vez leer sin rubor lo que escribo. Yo le hablo de usted a lo que escribo y le pregunto ‘¿y usted piensa que esto no me debe avergonzar? Como todavía no obtengo respuesta por eso persisto.

¿Ha dejado de escribir de algún tema? ¿se ha autocensurado?

Debo confesar que a los ocho años le prometí a San Felipe de Jesús que no tendría relaciones sexuales hasta que él me lo permitiese. De los ocho años en adelante he esperado la respuesta, y aunque no le voy a decir qué ha pasado, pero eso me veda referirme al tema de la sexualidad. Ese tema lo tengo absolutamente cancelado.

De las frases que ha escuchado o leído, usted dice que las que más le han calado son: ‘El respeto al derecho ajeno es la paz’, ‘Dadme la libertad o dadme la muerte’, y ‘Si el aborto se hubiese permitido en épocas de nuestro señor Jesucristo, éste probablemente no habría nacido’, esta última salida de los labios de un ex obispo. ¿Tanto como para tatuársela en su cuerpo como lo insinuó en la charla?

Tatuármela no, porque lo que he prometido tatuarme es la Constitución de mi país y eso es por condimentar mi patriotismo con la seguridad de que cuando dirija la mirada a mi brazo ahí estará el artículo 44.

La frase que usted menciona la pronunció don Felipe de Jesús Cueto, obispo de Tlanepantla, que es parte del Estado de México. No la quiero explicar porque si el lector de 15 no la capta así en su profundidad, ya no captará nada jamás. Por eso la llevo en la memoria como si fuera una canción muy inspirada, como decir ‘amor, nació de mi, nació de ti, de la esperanza...’.

¿México se ‘colombianizó’ con el crimen y el narcotráfico?

Esa es una expresión que se ha usado mucho y que provocó que por lo menos tres embajadores de Colombia protestaran, porque incluso un secretario de Gobernación llegó a usar la frase y entonces el embajador protestó y me pareció justo que lo hiciera. Dejó de usarse hace tiempo y ahora en algunos medios de comunicación, de un modo ventajoso, se dice que ‘Colombia se está mexicanizando’.

No se trata de esa influencia mutua de trasladar a la nacionalidad el impacto de algunos tráficos. Lo que veo claro en el caso de México es la ‘colombianización’ de la cumbia. Hay por lo menos dos barrios en Veracruz y Monterrey que se dicen colombianos por la cumbia y el vallenato, que tienen una fuerza y una impregnación enormes, que yo no recordaba desde el mambo. A eso se le suma la presencia de escritores y las telenovelas que han trastocado el sentido de las telenovelas mexicanas porque hace mucho que no hay una telenovela de mi país con éxito y entonces han adaptado estructuras de Colombia.

Ahí debo mencionar que un punto aparte es ‘Betty, la fea’, que ha ‘colombianizado’ parcialmente al mundo y es una telenovela que no acaba nunca porque después de la versión colombiana vino la mexicana, luego la norteamericana... En el momento en que pase la versión iraní ya veremos.

‘Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos’ ¿México sigue siendo el ‘patio trasero’ de Washington?

Eso lo dijo Porfirio Díaz, un dictador que procuró ir más allá de Dios en cuanto al tiempo de permanencia en el poder y que también quiso reconciliarse con Estados Unidos de tal manera que pudiera protegerse con las barras y las estrellas, como se decía entonces. Lo de ‘patrio trasero’ lo usó un presidente de Estados Unidos (Ronald Reagan) y no fue muy bien visto.

Lo que sí queda claro es que estamos totalmente a disposición de la economía norteamericana, que el racismo estadounidense que es abundante y últimamente particularmente agudo, nos ha hecho un daño enorme, y que -entre otras cosas- por eso México no ha tenido una relación fértil con el resto de América Latina por la obsesión de concentrarlo todo en Estados Unidos, al grado de que en este momento se ven las próximas elecciones de ese país como parte del repertorio político nacional.

El 1 de enero de 1994 estalló en las selvas de Chiapas la revolución zapatista al mando del subcomandante Marcos. ¿Qué quedó de esa ilusión de  revolución, de esa proclama por los derechos de esa gente tan abandonada del sur de México?

Los dos o tres primeros días no era una ilusión de revolución, sino un deseo de sacrificio, iban a morir, porque el primer documento que era francamente estrepitoso terminaban diciendo que iban a entrar al Zócalo (centro de la capital mexicana) gritando ‘viva la libertad’, pero ellos sabían que no iban a ir a ningún lado.

Cuando empieza la resistencia nacional contra la decisión de bombardear y extinguirlos, es cuando surge el movimiento. Eso es el 6 de enero cuando la sociedad civil se lanza a las calles a decir ‘paz’. Entonces (Carlos) Salinas se vio obligado a suspender la acción de exterminio y Marcos tiene la posibilidad enorme de usar la inteligencia que de alguna manera el anonimato le concedió y producir algunos de los mejores documentos que conozco sobre la cuestión de la raza y del racismo. Sobre todo uno que dice ‘¿de qué tenemos que pedir perdón?

Después de eso suceden muchas cosas. En 2001 tienen una entrada apoteósica a la Ciudad de México; el Senado promulga una ley indígena que va en contra de la sensatez; Marcos y el Ezln (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) se resienten y se hacen a un lado, y esa decisión de no convertirse en un partido regional extingue casi todas las posibilidades del movimiento.

¿Por qué razón usted defiende al ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador (Partido Revolucionario Democrático, PRD), quien en palabras de mi colega Joaquim Ibarz, “es un dirigente populista que quiere acabar con las instituciones, ordena asaltar el Congreso durante 16 días y busca la ingobernabilidad del presidente Felipe Calderón (PAN)?

No es la defensa de López Obrador porque no la necesita, pero sí diré por qué apoyo un movimiento crítico y es porque creo que el país lo necesita y porque López Obrador no es el dirigente populista que están describiendo. Populistas lo son todos los políticos mexicanos si entendemos por populismo un discurso que intenta representar a como de lugar al pueblo.

No fue un asalto de 16 días al Congreso porque eso suena como a una operación de película norteamericana con Bruce Willis. Fue una decisión de los senadores y diputados del PRD de presionar para que hubiese un debate sobre el asunto energético. Se concedió el debate ampliamente y ha sido de las cosas más importantes que se han dado en el país y lo ha reconocido gente como Carlos Slim (el hombre más rico del planeta), que no es precisamente la representación de la izquierda delirante. El apoyo a la exigencia de un debate era un deber ciudadano. Nunca apoyé la toma de las tribunas. Es una atribución suya que me concede la capacidad de desdoblarme.

En lo otro, no creo que se haya planteado la ingobernabilidad. Para empezar hay una trampa. López Obrado no dijo ‘Al Diablo con las instituciones’; dijo ¿al Diablo con sus instituciones’, lo cual es una crítica al modo como han funcionado varias instituciones y así lo han venido repitiendo gente del PRI y del PAN también.

Lo que no esperaba de don Joaquim era un golpe tan absolutamente gratuito, innecesario y francamente injusto como el de hablar del ‘terrorismo verbal’ que hemos ejercido. Creo que defender puntos de vista de acuerdo a los derechos constitucionales y defenderlos en público no es ‘terrorismo’, sino el mejor y el más sano ejercicio de lo que está a nuestro alcance que es el uso de la libertad de expresión.

Si se quiere seguir viendo en López Obrador el origen de todas las desgracias, se tendrá una razón siempre parcial porque el origen de todas las desgracias está en tantos lados al mismo tiempo que ver a un monopolista en donde hay una cantidad de causas es conceder demasiado.

Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox, Felipe Calderón... ¿qué es lo peor que le ha podido suceder a México?

Sin ir muy lejos, el PRI. Setenta y un años de un mismo partido en el gobierno o de un mismo grupo con sus relevos en el gobierno corrompió demasiado, creó un sistema de acatamientos verbales fastidioso y con frecuencia repugnante. Encabezó la producción masiva de dinastías ávidas, logreras, saqueadoras, y le quitó todo sentido de espontaneidad, creatividad e imaginación al ejercicio de la política.

Lo que sigue son las derivaciones de una clase política que no ha logrado desprenderse de lo que fue la era del PRI.

¿Cómo ha logrado usted sobrevivir en un México de corruptos como los del PRI, donde han asesinado candidatos, cardenales y periodistas?

¡Y los del PAN (Partido de Acción Nacional) también! De cualquier manera hay un espacio para la libertad de expresión y lo he logrado porque sin esa libertad de expresión ya el país no se concebiría. México es un país mucho más democrático de lo que se anuncia en las decisiones autoritarias, porque es una democracia que desde abajo se ha ido ampliando. Hay crítica y un debate impresionante. No digo que las decisiones básicas cambien pero es una sociedad que oscila entre un debate devastador, al fin de cuentas provechoso, y una concentración autoritaria, y uno puede sobrevivir, pero no a la situación económica que nos ha ahogado a todos. Es una situación internacional y el desastre de la economía norteamericana está afligiéndolo todo.

A distancia, ¿qué concepto tiene de las Farc?

Desde hace mucho tiempo pienso que a nombre de los ideales revolucionarios no se puede secuestrar a nadie, lo cual me quedó muy claro desde el secuestro de Aldo Moro (en Italia). Sigo considerando que el secuestro es la forma más ignominiosa de plantearse como grupo que intenta el cambio. El M-19 desde el asalto al Palacio de Justicia me provocó un rechazo, sin estar atribuyéndole todo lo que sucedió en esa tragedia, pero ciertamente hay acciones de audacia revolucionaria con las que no estuve de acuerdo.

La crítica y la movilización me parece importantísimo, pero despojar de su libertad a una persona a nombre de ideales, no lo entiendo.

¿En la Latinoamérica de hoy es válido seguir definiéndose como una persona de izquierda?

No es como yo me defina. Puedo en este momento definirme como filántropo de la filatelia y da igual.

En una región tan asolada por la injusticia no estar en contra de ella todo lo activa, creativa y conceptualmente que se pueda es inadmisible. Si estar en contra de la desigualdad de una manera además no generalizada, sino puntual, es ser de izquierda me parece que está bien.

Ser de izquierda como entonador, por ejemplo, de las glorias de una dictadura que ya va a cumplir cincuenta años, no; pero oponerme a la injusticia social y a la impunidad de la clase gobernante, hoy tan neoliberal, es una obligación moral.

¿En ese triángulo Hugo Chávez-Evo Morales-Correa usted ve el ‘Eje del mal’?

No veo ningún ‘eje del mal’; veo sí acciones con las que no estoy de acuerdo, especialmente en el caso de Chávez, pero cuando noto la habilidad y la malicia con que se reconcilia con el rey Juan Carlos, de España, y con la camiseta de ‘Por qué no te callas’, encuentro que tiene por lo menos algunos méritos de comportamiento político. No apruebo desde luego ese ‘socialismo o muerte’ que prodiga, ni sus acciones autoritarias ni su empecinamiento en decidir que la última palabra antes de la iluminación verbal del petróleo es la suya.

Pero el ‘eje del mal’ no, y sobre todo viendo lo que le ha hecho al mundo George Bush (presidente de Estados Unidos), que ha sido uno de los seres más dañinos de que hemos tenido noticia. Entonces para llamar ‘eje del mal’ a otros gobernantes, necesitaríamos medirlos con Bush.

¿Qué concepto tiene del mandatario colombiano Álvaro Uribe Vélez?

El concepto que tenga de Uribe no lo puedo decir en Bucaramanga porque tengo instrucciones en Bogotá de que solo lo diga en Managua.

Entonces ya que estamos en Colombia y no en Nicaragua, ¿qué opina de su presidente Daniel Ortega, que tumbó al dictador Anastasio Somoza y parece enloquecido?

Opino de él lo que opinan nicaragüenses a los que admiro como Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal y Carlos Mejía Godoy. No sé si gobernar del modo más desafortunado es enloquecer, pero si esto es así ha enloquecido, es una persona que no respeta en lo mínimo el voto que le fue conferido, que ha logrado hazañas como meter de vicepresidente a uno de los ‘contras’ y que tiene además una política activa en materia de bioética inadmisible, así como toda su palabrería religiosa que está únicamente al servicio de un poder frenético que pueda llevar al adjetivo enloquecido. Pero no quiero de Ortega un caso clínico; lo que es él es un hombre que usa el poder de un modo abusivo.

¿Cuál es su clave para combinar con éxito sarcasmo y argumentos?

Si me pongo a contestarle equivaldría a admitir que tengo éxito y que combino. Si me pongo a descifrar cuál es mi técnica y a creerme que esa técnica funciona, estaré cayendo en el extremo opuesto, en el anegamiento por el ridículo.

¿Cuál es la peor herejía ha hecho o le gustaría hacer?

 Aprenderme el nombre de todos los santos y prolongar la agonía de tal modo que alcance a decirlos.

¿Que México lo recuerde cómo o por qué?

México recuerda siempre a las personas y dizque su obra o su bondad. Quiero que me recuerde como un obituario y que se preocupen por saber qué decía el obituario, y ya nada más. El que hagan la pregunta sería el mejor recuerdo.

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