viernes, 21 de diciembre de 2012

Nahum Montt, el esquimal de Barrancabermeja

Con nombre de otro lugar del planeta, Nahum Montt es hoy una de las figuras de la literatura colombiana. Con su novela “Lara”, sobre el ministro de Justicia acribillado por los narcos, está dando mucho de qué hablar.

 
"Que las persianas corrijan la aurora, que gane el quiero la guerra del puedo, que los que esperan no cuenten las horas, que los que matan se mueran de miedo..." Joaquín Sabina


El día en que a Nahum Montt le ordenaron subirse a la bicicleta bajo el sol infernal de Barranca para ir a reponer un ejemplar de Vanguardia Liberal que supuestamente no recibió un suscriptor -y al llegar resultó que ya había aparecido-, esa misma mañana el gremio de los voceadores perdió un ágil colega pero la nueva literatura colombiana ganó una figura.

En ese justo momento, Nahum decidió alejarse de los bultos de periódicos e irse a Bogotá para explorar el camino de las letras en la Universidad Nacional. Dejó atrás dos años de madrugadas repartiendo suscripciones y optó por ser escritor, no sin antes aguantar mucha hambre.  

En 1999 publicó “Midnight Dreams”, pero el reconocimiento le llegaría en 2004, cuando con la novela “El Eskimal y la Mariposa”, ganó el Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá, y en su casa empezaron a verlo ya no como el bicho raro que se encerraba a leer y parir cuartillas, sino como ‘el escritor’.

Luego de esta obra editada por Alfaguara y considerada por algunos como una “radiografía visceral y poética de la violencia colombiana de los años 80 y 90 del siglo XX”, Montt (de 41 años), dio a luz en 2008, “Lara”, una novela para quienes no conocen o pretenden olvidar a Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia asesinado en la noche del 30 de abril de 1984 en Bogotá por sicarios al servicio del asesino y narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria.

Montt, invitado a la Feria del Libro de la UNAB, Ulibro 2008, es un tipo corpulento, de barba, con el cabello recogido por una cola de caballo, que se ríe como el Papá Noel y que extraña los sancochos de bocachico a la orilla del río Magdalena sobrevolado por un ejército de moscas y zancudos. Al lado de su prominente abdomen lleva siempre una mochila, mientras tararea una canción de ese maestro de la ironía llamado Joaquín Sabina.

Junto a Enrique Serrano, Andrea Cote y Pablo Montoya, Montt se cree un gran embajador de Santander en las grandes ligas de la literatura, mientras otros les endilgan el remoquete de “generación del petróleo”, porque no encontraron otro nombre que ponerles.

 
¿De dónde sale su nombre que más parece emparentado con Sinuhé, el egipcio?

De  esas excentricidades propias de Barranca. Mi viejo dijo ‘vamos a ponerle un nombre bíblico’ y cogió la Biblia y salió el profeta menor Nahum, que nada más tiene una página. Peor me salvé porque la página anterior era Abacud y la siguiente Sofonías. El apellido sí es de un ancestro francés que entró por Caribe, regó su simiente y tal vez por el mismo hecho desapareció misteriosamente, sin dejarnos plata ni lengua, sino el apellido no más. Se juntan ese nombre tan raro de la Biblia y ese apellido y quedo casi como un seudónimo.

 
¿Usted es un profeta de las tempestades?

La mayoría de los profetas estaban locos y la misma sociedad los calificaba como tal. Eran aquéllos que alucinaban y en medio de la alucinación veían el futuro. Yo estoy alucinando, pero no soy un profeta del pasado que es algo muy fracasado, sino que estoy fascinado con la historia reciente de este país. Lo que trato es de alumbrar esa historia reciente y tal vez encontrar algunas claves que nos ayuden a sobrevivir en el futuro.

 
Cuando la Tropical Oil Company (Troco) llegó a Barranca a comienzos del siglo XX, se caracterizaba al puerto por cuatro letras P: Petróleo, Plata, Policías y Prostitutas. ¿Cómo es que en esa tierra germinen escritores y poetas, y no sólo guerrilleros y paramilitares?
 
Enrique Serrano la define de una manera muy bella y dice que Barranca es una encrucijada, un cruce muchos caminos. Su naturaleza de puerto, de lugar a donde llegan gentes de todo el país y del mundo le dio ese matiz multicultural para que germinen cosas raras o al menos cosas que no se dan en el resto del país.

Hablando con Carlos Vives la otra vez que estuvimos en Barranca, le comentaba de esa cosas raras que se dan allí, y él me decía que no era raro, sino el río Magdalena que arrastra las historias y nos da una identidad. Él le da esa propiedad mágica al río Magdalena, que es el gran patrón de las historias que allí se generan.

 
¿Cómo es que Nahum Montt en lugar de ser un ejecutivo de Ecopetrol jubilado a los 40 años, se desvía hacia la literatura?
 
En mi casa nunca faltaron los libros. De hecho pertenezco a esa generación de lectores que se creó en Colombia por allá en los años 70 y 80, donde los libros llegaban a nuestras casas a través de unas revistas del Círculo de Lectores, y mi viejo que leía Papillón y una cantidad de relatos policíacos, nos decía a sus tres hijos que escogiéramos un libro. Entonces para hacerlo nos dábamos unas palizas y cuando llegaba el libro entonces era un problema porque lo estaba leyendo el uno o el otro.

Además, yo estudié en el Seminario San Pedro Claver de Barranca que queda en una loma y en la parte de abajo había un puesto de refrescos donde vendían raspados enormes que tardaba uno cuarenta minutos en para acabarlos. En esa época había doble jornada, de 7 a 12 y de 2 a 5, así que siempre almorzaba temprano y me regresaba a leer novelitas de vaqueros que colgaban como si fueran calzoncillos secándose al sol. Por 10 centavos arrancaba  a leer una novelita, pero como tenía que regresar a clase le decía a ‘Barranquilla’ que me faltaban tantas páginas y que me la reservara para cuando saliera, porque quedaba intrigado con lo que harían el sherif o los cuatreros.

Ese negocio tenía la propiedad de transformarse y a las seis de la tarde empezaban a llegar las muchachas, y uno vestido de seminarista. Entonces me gritaban: ‘Pichón de cura, qué hace ahí leyendo novelas, ¡váyase para su casa! En esos años me leí cientos de novelas de vaqueros.

Admiré mucho a un autor español, Silver Kain, y ahora que estuve en Europa descubrí que era un español, González Ledesma, que escribe novelas negras y policíacas.

 
¿Qué hizo entonces que el futuro cura se descarriara y se convirtiera en escritor?

Creo que se nace, es como una especie de destino. Yo había estudiado ingeniería electrónica aspirando alguna vez a ocupar un cargo importante en Ecopetrol, peor después me di cuenta que entre más me metía en electrónica más leía, y un día renuncié a eso y empecé a estudiar literatura en la Nacional. Usted se imaginará lo feliz que se puso mi padre cuando le dije.

Pienso que es como una función que se modela desde la infancia con esas lecturas que le contaba, y después es un camino muy largo, en el que termina uno condicionado por la terquedad. Conmigo venían cuarenta amigos que querían ser escritores y de todos ellos quedo yo. Lo otro, es nunca perder esa capacidad de soñar y de asombrarse con tanta realidad que nos toca vivir.


¿El peor libro que ha pasado por sus manos cuál es?

Lo tengo es mi mesa de noche, es lo más querido que tengo.

 
¿Al menos las iniciales del autor?

Es una novela de R.H. Moreno Durán. Cuando tengo algún ataque de insomnio, este libro tiene la propiedad mágica de que arranco a leerlo y en tres años no he podido pasar de la página quince. Me leo un párrafo y quedo profundamente dormido, como un bebé. No necesito somníferos, porque para eso tengo ese libro de R.H.

 
¿“Lara” es la versión novelada de un magnicidio para no ganarse un tiro de quienes lo mandaron a acribillar?

Siento que la historia hay que narrarla desde las distintas orillas. En ‘El Eskimal y la Mariposa’ la había abordado desde los criminales que estuvieron detrás de los atentados que dieron muerte a tres candidatos presidenciales en 1989. Con ‘Lara’ me arriesgué, contando la historia desde la cúpula, mostrando a estos personajes que han sido ejemplares para nuestra historia reciente como Rodrigo Lara o don Guillermo Cano, que también aparece en la novela y que me la salvó.

Fue un esfuerzo que me costó tres años de investigación, un borrador que quemé y finalmente esta versión que salió bastante sintética, pero yo quería un relato rápido y vertiginoso, que rompiera la monotonía tradicional de los manuales de Historia, que nos aburren a todos también.

‘Lara’ es un relato que aprovecha los recursos del género policíaco para atrapar la atención del lector. Esta novela está dirigida a la gente joven, para que recreen esa época y sepan que todos los problemas que tenemos ahora no vienen de dos o tres años, sino de mucho tiempo atrás.

 
¿Compenetrarse tanto con el personaje como para encerrarse noches enteras con él, a escuchar sus discursos y beber una botella de licor?

Terminé rayado... quedé loco. Esto es comparado a lo que llaman Periodismo de inmersión, que es meterse en la piel del personaje. Con Lara me costó muchísimo porque había todo un círculo de amor puro alrededor de él y lo habían convertido en una especie de mártir de la democracia. Yo tenía que ponerle carne y hueso, volverlo humano, rastreé cantidad de cosas y en ese proceso me conseguí unos casetes con los discursos cuando él fue senador y ministro, y eran los que él tenía como copias personales. En la biblioteca del Senado no se consigue ningún casete de esa época, entonces cogí los de él, los ‘remastericé’ y lo ponía en las noches mientras destapaba a mi amigo Johnny el caminante o a Sir Edwards. Me ponía a tomar con Lara y la gente de la cuadra terminaba preocupada porque escuchaban esa voz, que es una voz de la conciencia, que dice cosas que nos van a pasar, que nos están pasando y que nos seguirán pasando. La gente decía ‘este vecino se enloqueció; en lugar de poner música pone a un loco que nos dice lo que nos está pasando’ y la gente no sabía que ese ‘loco’ había dicho eso más de veinte años atrás.

 
¿Escribirá algún día sobre la violencia de los años 70, 80 y 90 en el Magdalena Medio?, ¿de los cadáveres que bajaban por el río y encima de ellos los chulos?

No lo sé, tal vez. Uno siempre vive espantando los temas. En estos momentos estoy trabajando varios proyectos al mismo tiempo y a Barranca y Santander los trato de espantar, pero me llegan disfrazados de un personaje o de otro, y los echo, pero luego reaparecen hasta que finalmente no aguante más y termine escribiendo.

Sobre Barranca en particular, esa década de los 80 que fue tan dura porque vivíamos con una economía de guerra, había dos paros a la semana porque los sicarios salían a matar los lunes y los miércoles, y había que tener leche en polvo y granos, porque uno no sabía hasta cuándo iba a durar. En algún momento tendré la suficiente madurez para escribir esta historia. Uno siempre está aprendiendo y ojalá llegue el momento en que esté suficientemente maduro y la pueda abordar sin caer en relatos patéticos o quedarme en lo escabroso y lo macabro.

 
¿Por qué razón usted le recomendaría a un adolescente que lea en lugar de perder el tiempo frente al televisor o esclavizado por el chat?

Entiendo que los jóvenes de esta época están leyendo muchísimo más que nosotros, que simplemente leíamos novelitas de vaqueros colgadas de tiras de caucho. Ahora ellos con Internet son capaces de leer y de enterarse qué es lo que ocurre en este mundo. ¡Que lean! Y a quienes se puedan pasar la vida sin escribir, les digo que no escriban porque es un oficio muy duro y mal pago. Lo mejor que uno la puede pasar es en este tipo de eventos como la Feria del Libro de la UNAB, pero es casi como un destino a la soledad, a estar uno trabajando en silencio, robándole horas a la noche y a la madrugada para hacerlo. Aquél que pueda sobrevivir sin escribir, que lo haga, pero aquél que no pueda hacer otra cosa en la vida, ¡bienvenido a este destino! 

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