sábado, 15 de diciembre de 2012

"Belisario es un $*?/¿!#&%"


Cuando un periodista -Pastor Virviescas- del Departamento Investigativo llamó por teléfono al ex canciller Carlos Lemos Simmonds para preguntarle por el préstamo bancario obtenido del Banco del Estado, presumiblemente violando las disposiciones que rigen para estos casos, los colombianos tuvimos por fin oportunidad de conocer las razones por las cuales nuestra política externa durante el cuatrienio anterior, fue tan exitosa como la interna.
 
Tengo pruebas reveladoras de las refinadas dotes diplomáticas y del exquisito manejo de la lengua (literalmente hablando) del antiguo responsable de nuestras relaciones internacionales. A continuación transcribo algunas de ellas. Si usted es muy sensible, por favor, lea las siguientes líneas con los ojos cerrados; y si es incrédulo, tenga presente que lo más increíble de este mundo es que está lleno de increíbles. Como son, por ejemplo, las respuestas que el ex ministro de Relaciones Exteriores dio al Departamento Investigativo el jueves pasado sobre el préstamo al Banco del Estado, el sobregiro, la morosidad en cancelarlo, la investigación de la Procuraduría General y particularmente sobre tópicos que ni siquiera se le preguntaron.
 
Vanguardia- Doctor, ¿a usted le formuló cargos la Procuraduría?

Carlos Lemos Simmonds- No, nunca, pero espero que sí me los formule porque como la Procuraduría es paranoica… el procurador es paranoico… los debe formular…. Él anda buscando cosas, como este Gobierno y este medio en que andamos viviendo es eso, de locura, pues debe buscar cargos… mientras la violencia y todo lo demás sigue existiendo. Yo simplemente a la opinión le exhibo, como se lo dije al Procurador, mi espléndida pobreza. Todos esos departamentos investigativos son como el procurador, se echan pa´tras. ¿Por qué no investigan cuando Belisario fue encargado de negocios en Madrid?

Vanguardia- Doctor, ¿en qué paró lo del sobregiro?

Lemos Simmonds- Yo no sé si usted alguna hijueputa vez en su vida se ha sobregirado, pero ese es el privilegio de los hombres pobres. Hagan un escándalo sobre mi sobregiro y sobre las porquerías, y por qué no mira las otras, las de verdad, ala. Cómo culos es que aquí están soltando a los narcotraficantes este vergajo de Belisario?

Vanguardia- OK, Doctor, muy amable de todas maneras.

Lemos Simmonds- Soy un pillo, un vergajo, un bandido, ¿No?

Vanguardia- Pues no señor, nosotros no estamos afirmando eso.

Lemos Simmonds- Ah, bueno. Entonces pa’qué están haciendo escándalo?, ala. ¿Pa’joderse a un tipo que está haciendo la oposición? Bueno, bueno, ahí les dejo. ¿Ustedes ya averigüaron bien la vaina, no es cierto?

Vanguardia- Pero hasta el momento no se ha publicado nada.

Lemos Simmonds- Entonces saque sus conclusiones. Pa´qué me llama a mí, si ustedes ya tienen sus conclusiones. Estoy condenado como con el Procurador, con todo, la otra justicia que hay en Colombia, la de ustedes.

Vanguardia- Bueno doctor, de todas maneras muchas gracias.

Lemos Simmonds- Bueno, nos vemos en el tribunal.

¿No sería mejor ante la Academia de la Lengua?

 
Hasta aquí la columna Vía Libre, de 1984, con la que Silvia Galvis deleitó durante años a sus lectores.
 
Y he escogido este pasaje porque nos deja ver el estilo de una periodista que no se calló nada, que dijo todas las verdades que pudo, por más duras que parecieran o sonaran.

 
Con el ingrediente del humor fino y el sarcasmo, Silvia metió el dedo en la llaga de políticos, gobernantes, caciques, dictadores en ciernes, amigos del estado de sitio, torturadores, narcotraficantes, usurpadores de tierras, prelados desvergonzados... corruptos en general.

Por ese trabajo en Vanguardia Liberal, y posteriormente en la revista Cambio y El Espectador, Silvia no solo recibió el reconocimiento del Premio Simón Bolívar, sino que se hizo acreedora a la confianza de cientos, miles de lectores que la seguían con disciplina y le escribían sugiriéndole temas, entregándole documentos, revelándole las pisadas de quienes se creían a salvo de su implacable pluma. Y también, para qué negarlo, a las malquerencias en ciertos casas curales y arzobispales donde no paraban de recetarle la excomunión y el último de los infiernos.

El rigor profesional fue otra de sus cualidades inquebrantables, y así, junto a su esposo Alberto Donadio, nos inyectó esa pasión por el periodismo a quienes tuvimos la oportunidad de ser sus discípulos en tiempos de gloria o en días aciagos como aquella madrugada del estallido del carro-bomba frente a las instalaciones de la Calle 34, o aquel mediodía cercano a las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente que por mayoría la Junta Directiva del periódico decidió deshacerse de este aprendiz de jefe de redacción debido a mi negativa de publicar una pieza hasta ese momento desconocida entre los géneros que Guillermo León Aguilar y Carlos H. Gómez nos habían enseñado en las aulas de la facultad creada por su padre Alejandro Galvis Galvis: la autoentrevista.

Olfatear en el último de los rincones, confrontar declaraciones con documentos, ¡dudar, dudar, dudar! Estas fueron las lecciones que pudimos aprenderle a esa mujer de figura frágil, pero recia, consecuente e innegociable, colmada de dulzura y de sentido de humildad a pesar de provenir de una de esas rancias y todopoderosas familias adineradas de Bucaramanga.

No podría pasar por alto el constante interés de Silvia por la igualdad entre mujeres y hombres, por la educación y la salud de los miserables, por la defensa del medio ambiente, por el respeto a los Derechos Humanos y más en esa época en que un alto porcentaje de manzanas podridas del canasto de las Fuerzas Militares hacían lo que querían en el Magdalena Medio santandereano, o empezaban a germinar los grupos paramilitares con la complacencia de empresarios y ganaderos que veían en esos criminales un remedio para contrarrestar la peste de la guerrilla que ya se distanciaba de su ideología enfocada en la justicia social.

Recuerdo la rabia que se reflejó en la cara de Silvia al enterarse que una página en la que se denunciaba la participación de militares en la masacre de Vuelta Acuña, había sido ‘colgada’ la madrugada anterior por un informante colado en la redacción, con la excusa de mantener las buenas relaciones con el generalato.

Eran tiempos de Norbertos, Tiberios, José Luises,  Rodolfos, Titos y Eduardos, entre otros especímenes de la fauna criolla, con los que Silvia no tuvo ningún tipo de consideración o ablandamiento. Y por eso se ganó la enemistad de quienes la descalificaron, le inventaron historias e intrigaron para provocar su salida.

Decisión que solo se produjo cuando una Silvia hastiada de ver tantos horrores y tantos manejos indecentes por debajo de la mesa, decidió regresar a la capital, donde ese hogar de la libertad de prensa a toda prueba que era El Espectador de los Cano, de don Juan Guillermo, don Fernando, de Juan Pablo Ferro y Marisol, la acogió con los brazos abiertos, y consolidó su imagen a nivel nacional, sin que esto la desvelara, como sí la forma en que Patricia Lara filtrara sus columnas antes de salir publicadas y por lo cual Silvia desistió de seguir en la revista Cambio.

Así como cada quien tiene sus padres biológicos, debo decir esta noche que Silvia y Alberto han sido los míos en materia periodística y en ese intento de ser una persona íntegra que no calcula los costos cuando se trata de hacer una denuncia o fijar un punto de vista, sobre todo en este país de desmemoriados en los que se levantan altares a personajes como los mencionados dos párrafos atrás, a quienes se les escucha con atención cuando hablan de pulcritud luego de salir de prisión y convertirse en oráculos que se abrogan el privilegio de imponer candidatos o se transforman en comentaristas con entrada a los clubes, así figuren en la lista de morosos.

Fueron Silvia y Alberto quienes después del paso por Vanguardia Liberal me permitieron llegar a la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa como jefe de corresponsales y luego a El Espectador como Editor Internacional, acumulando al día de hoy una trayectoria sin tacha, por convicción y a la vez por compromiso con ellos.

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La otra Silvia, para decirlo de una manera, fue la escritora intrépida que con esmero y sin fijarse en las manecillas del reloj, se sumergía en los sótanos del Departamento de Estado en Washington o en el Archivo General de la Nación en Bogotá, a esculcar junto a Alberto esos empolvados folios que los llevaron a la “Colombia nazi” o a espulgarle la vida al dictador Gustavo Rojas Pinilla, El Jefe Supremo, abuelo por cierto del hoy encarcelado Néstor Iván Moreno Rojas, quien durante su incendiado mandato osara asegurar que pasaría a la historia como el mejor alcalde de Bucaramanga.

Persistente como ella sola, Silvia nos regaló también la serie de reportajes “Vida mía”; las novelas “¡Viva Cristo Rey” y “Sabor a mí”; la serie de entrevistas “Los García Márquez”; la obra de teatro “De la caída de un ángel puro por culpa de un beso apasionado”; su compilación de columnas “De parte de los infieles”, y luego las novelas “La mujer que sabía demasiado” y “Un mal asunto”, inspiradas estas últimas en la cruda realidad de desfalcos, sobornos, chantajes y crímenes durante la administración de ‘Un Señor Gordito’ que demanda a columnistas desconsiderados que siguen hablando de maletas, ventiladores, elefantes y coincidencias.

Creó personajes como el fiscal Bruno Nolano, Pilatos, Cotorra, El Escorpión, el ministro Riascos, el mayor Contreras, el tesorero Moreno, seres clasificados por Silvia de la siguiente manera: “Los asesinos han crecido en un medio de violencia y son unos sicarios que a lo mejor no conocen la piedad porque nadie tuvo compasión con ellos. No es una forma de justificarlos, pero sí de explicarlos. Pero los que no tienen redención son quienes tuvieron la oportunidad de ser en la vida personas de juicio, de sensibilidad social y de tener un sentido mínimo de la justicia, y no lo fueron, que son los personajes que encarnan el Gobierno, que son a cual más de cínicos e insensibles”

Expresamente he dejado a un lado a “Soledad, conspiraciones y suspiros”. Y lo he hecho porque Silvia no cabía de la felicidad cuando en el año 2002 puso el punto final en la página 888 de esta magistral novela de carácter histórico en la que dibuja con pelos y señales a un presidente Rafael Nuñez, reelegido cuatro veces --dos más que el ‘mesías’ Uribe--, y quien durante 14 años “usó el poder para decidir sobre la vida, los bienes y aún la honra de los colombianos; prohibió toda crítica, se valió del soborno para doblegar la oposición, condenando a prisión los restos del radicalismo, formidable enemigo, vencido en la guerra civil”.

Un Nuñez atrapado en la telaraña de esa conservadora ferviente llamada Soledad Román, quien “sin importarle creencia sin doctrina, uniera su vida, sin bendición eclesiástica, a un hombre indisolublemente atado por el sacramento del Crucificado, pues Rafael Nuñez había contraído matrimonio católico con Dolores Gallego, en Panamá, varios años atrás”.

Y un personaje llamado Serafín Boquiflojo, autor del siguiente diploma: “La República de Colombia confiere el título de Cínico – Polígamo – Ateo – Ladrón – Jesuita – Godo – Ambicioso – Asesino – a Rafael Nuñez”.

“¡Ay! Señor de las misericordias, no imagina el autor del ataque cuánto ha emponzoñado al objeto del insulto; verdadero espanto sentiría si pudiera verlo destilando hiel, gota a gota, desde lo más hondo de su alma. Instrucciones perentorias se están dando en Palacio: ¡Descubrir a como de lugar la identidad de Serafín Boquiflojo. No tendrán reposo los sabuesos de mi señora Soledad hasta que averigüen, identifiquen y delaten; cuando lo descubran, le será aplicado el artículo 497 del nuevo Código de Policía, ordena éste ‘Arresto inmediato a quien profiera en público palabras obscenas, distribuya escritos injuriosos, cante canciones torpes, cometa acciones deshonestas que ofendan el pudor o las buenas costumbres’; irá primero a la cárcel, después, la muerta sorprenderá a Boquiflojo, sin acto de contrición, confesión de boca ni satisfacción de obra, en el exilio”.

¿Su autora? Nadie distinta a una Silvia Galvis defensora a ultranza de la libertad de credo y de pensamiento, que hoy, un año y medio después de su deceso, sigue con nosotros, latente, sonriente, inspiradora… tierna con sus nietos, modelo para sus hijos Alexandra y K. Sebastián, amorosa con su Alberto del alma a quien, junto con su hermana Lucía, le debemos estos recuerdos y suspiros que nos alientan a seguir adelante.

Concluyo con esta breve referencia: Silvia, la admiradora número uno del filósofo, astrónomo, poeta y hereje napolitano  Giordano Bruno, había publicado ese día otra ‘Vía libre’ dedicada en esta ocasión a la Familia López y su controvertido proyecto textilero, así como la carretera que coincidencialmente atravesaría su finca en los Llanos Orientales. Con un ejemplar en la mano, el ex ministro Galvis Galvis la abordó con la intención de hacerla cambiar de parecer, pero Silvia le respondió: “Más bien usted tiene que cambiar de amigos”.

Mañana, 3 de mayo, es el Día Mundial de la Libertad de Prensa y Silvia, de hallarse en esta dimensión, con certeza no acudiría a la celebración en la Plazoleta Interior de la Gobernación de Santander, encabezada por el mismo sacerdote que en la Iglesia de San Laureano bendijo el año pasado las candidaturas de Doris Vega de Gil y Didier Tavera, ‘eximios’ representantes de la clase dirigente santandereana, que se da el lujo de contar con un alto porcentaje de los huéspedes de La Picota Resort.

Mil gracias por no haber desaprovechado la oportunidad de congregarnos hoy en esta Casa del Libro Total, que nos alcahuetea este encuentro sublime en el que hasta un Pastor tiene cabida.

 
Bucaramanga, 2 de mayo de 2011

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