miércoles, 19 de diciembre de 2012

Piero Pomponi, guepardo del fotoperiodismo

Sus trabajos para The New York Times o Newsweek han llevado al itialiano Piero Pomponi por todo el mundo, especialmente los países en guerra  o azotados por el hambre. Casado con una bumanguesa, este hombre habla de sus saltos del Putumayo a Ruanda.
 
Piero Pomponi cambió fotografiar a Julia Roberts y Antonio Banderas por irse a vivir al corazón de África, donde se ganó una malaria que con frecuencia lo pone a temblar y luego a sudar como un caballo.
 
Este fotógrafo italiano que ha recorrido los cinco continentes retratando el drama humano de las guerras y la miseria, pero también la riqueza étnica y cultural, estuvo en la reciente Feria del Libro 2008 de la UNAB, compartiendo su kilometraje en la reportería gráfica, un oficio que ejerce con orgullo y que no piensa abandonar tan fácilmente.
 
 
Pomponi, quien conoce de primera mano las dimensiones del conflicto armado interno colombiano, como que tuvo que salir del país en 2002 presionado por unas voces sin rostro que le decían que mejor se fuera, vino a la capital santandereana el pasado mes de agosto tras hacer un vuelo Kenia-Inglaterra-Estados Unidos-Medellín-Bogotá-Bucaramanga, después del cual descubrió que la aerolínea le había embolatado sus maletas. Luego de una semana en Ulibro, Pomponi partió raudo a Darfur, ese territorio africano abandonado a su suerte donde cada día mueren decenas de personas de física hambre.
 
Este curtido fotógrafo que por donde camina va ‘armado’ con una valija repleta de cámaras y lentes, ha pasado de Ruanda a los Balcanes y enviado sus trabajos a publicaciones como Newsweek, Life Magazine, L’espresso, Chicago Tribune y The New York Times, sin poner peros, simplemente documentándose y siempre con su ojo avisor.
 
Aplica un criterio pragmático como el que más: “la foto buena es la que se vende; la que no, es basura”. Entonces no vive de consuelos ni lamentaciones, pero tampoco es multimillonario, porque por ejemplo parte de lo que gana lo invierte en las fundaciones Good Samaritan Foundation (El buen samaritano) en Uganda y For a smile (Por una sonrisa) en Congo, para que los niños no contraigan el VIH.
 
Su aliento es Ximena Niño, una periodista bumanguesa, egresada de la UNAB, a quien conoció en febrero de 2001 en el Sur de Bolívar cuando cubrían una de las tantas manifestaciones en contra de la creación de la “Zona de encuentro” para los diálogos de paz con el Eln. Le propuso matrimonio y abrieron hogar en Frosinone en Italia, aunque mientras ella colabora para el periódico Corriere della Sera, Pomponi se la pasa de aquí para allá, montado en un avión, a bordo de una lancha, perdido en la jungla explorando los orígenes del Sida o alistando equipaje para ir a Georgia, donde al parecer Rusia pretende iniciar una segunda Guerra Fría con Estados Unidos, que se encuentra en periodo preelectoral y le conviene una confrontación de este género.
 
Se asombra de que muchos periodistas colombianos se “casen” con las fuentes, mientras que lo que él ha hecho es establecer ‘contactos’ que le proporcionan una información o unas pistas que debe encargarse de corroborar. Es pesimista y dice que en Colombia seguirán imperando los síndromes del raiting y la ‘chiva’, que llevan a la improvisación cuando no a alimentar el caos.
 
La única foto que Pomponi no ha podido tomar, aunque las autoridades de El Vaticano lo llamaron para hacerla, fue la del moribundo Papa Juan Pablo II atado a sondas y aparatos. De resto, se ha movido como pez en el agua en Putumayo, logró el primer reportaje con el paramilitar Salvatore Mancusso, localizó en Bolivia al fotógrafo personal de Adolfo Hitler, retrató la disputa por las minas de diamantes en el continente negro, y fuera de eso es profesor de la Academia de Bellas Artes de Brera, Milán, la más prestigiosa en su género.
 
En la universidad, donde estudió Ciencias Políticas, se vio la cara durante varios años con Umberto Eco, pero se queda con las lecciones que le dio Richard Kapuchinsky, considerado el mejor reportero de los últimos años a nivel internacional, quien en sus inicios de diez fotografías le escogía una y las demás le recomendaba que las arrojara a la caneca o al menos no las volviera a mostrar.
 
En agosto de 2008 dialogué con Pomponi, quien no sólo habla de cámaras y lentes, sino que pone a reflexionar a los que sueñan con seguir sus pasos. Habla en fluido castellano, aunque también se defiende con el inglés, francés, ruso, rumano, tagalog y kiswhaili, sin contar otros dialectos gracias a los cuales está vivo y coleando. Su más reciente logro es el Premio Alberto Moravia-La Ciociara por “Los niños hechiceros de Congo”.
 
La luz, el encuadre, la marca de la cámara, el ASA, la sensibilidad... ¿qué es lo que más cuenta a la hora de hacer una fotografía?
 
Seguramente la sensibilidad, porque si una persona toma fotos sin tener instinto animal, en el sentido bueno de la palabra, no va más allá de hacer poquitas fotos. La técnica y las lentes cuentan mucho, pero un fotógrafo que no tenga  sensibilidad humana y no respete a los demás con humildad, no tendrá ningún futuro.
 
Antes de acercarme a un evento, estudio la situación y si puedo me quedo días, semanas o meses, para luego sí actuar como ocurrió en el documental de los pigmeos.
 
¿Qué diferencia, además de lo obvio, hay entre tomarle fotografías a la modelo Claudia Schiffer o irse a Ruanda a ver el genocidio de más de un millón de personas?
 
La diferencia sustancial es que al tomar fotografías a una modelo como ella o  a un actor como Nicolás Cage, uno se fuma sus cigarrillos y se toma el tinto en el estudio, con calma, y cuenta con cientos de dólares para hacer la portada de una revista. Eso es distinto al fotógrafo que está en el lugar de la noticia, que tiene que procurarse la comida, buscar la luz buena y ponerse en riesgo.
 
Entre los dos, lo más difícil es ser fotógrafo de guerra o de naturaleza, que tiene que reconocer los límites; a diferencia del fotógrafo que la mayoría del tiempo está en el estudio teniendo un contacto con el personaje y hasta cierto punto de vista lo puede manipular.
 
Si tuvo la oportunidad de quedarse en Hollywood, ¿por qué mandó al carajo esas comodidades y optó por meterse en polvorines a los que nadie lo ha llamado?
 
Empecé como fotógrafo de guerra, pero después mi experiencia en Los Ángeles (Estados Unidos) fue bastante traumática porque estuve desubicado a nivel laboral y no sabía cuáles eran mis reales intenciones. Pero un día, mirando mi portafolio, Mel Gibson me preguntó ‘¿usted qué hace acá? Está pediendo el tiempo’. Y me dijo que entendía que yo ganaba dinero suficiente haciéndole fotos a las estrellas, pero me hizo caer en cuenta que mi trayectoria era distinta, porque contaba con estudios superiores, el conocimiento de varios idiomas y la pericia para estar donde estuviera la noticia.
 
Esa cadena de un conflicto que sucede al otro, de los Balcanes a Irak, de Afganistán a Colombia, ¿el mundo se enloqueció y ya no nos importa qué suceda con los demás?
 
El mundo perdió sus sensibilidad ante todos estos temas porque el neoliberalismo económico quiere la noticia rapidita. Por ejemplo, si un muchacho recién egresado se enfrenta a una realidad como Darfur y no va con su cámara digital y su teléfono satelital, está fuera del juego.
 
Si yo voy a trabajar como free lance -por su cuenta- de un periódico como The New York Times o la revista Newsweek, ellos me preguntan de inmediato cómo haré para enviarles la información desde el lugar de la noticia. ‘Nosotros te pagaremos’, me dicen, pero lo primero que me indagan es si tengo teléfono satelital. Y el precio de este aparato es de diez mil euros (más de 28 millones de pesos) y nueve euros (25 mil pesos) el minuto. Entonces este trabajo de reportero de guerra se ha convertido en una actividad de ricos; a menos que en lugar de ser free lance se trabaje para las grandes agencias, pero esa es una trayectoria bastante difícil y dura, más para los jóvenes que han estudiado en una universidad y no se adaptan a este tipo de condiciones.
 
¿Cómo asimilar el drama de estar en un campo de refugiados en Sudán y ante todo tener que hacer sus fotografías antes de poder ayudar a los demás o arrebatarle una criatura famélica a un buitre que está al acecho?
 
Es una dificultad moral muy grande porque si una persona tiene ética en su trabajo difícilmente en primera instancia puede tomar una fotografía a una persona que se está muriendo. Luego en su cerebro debe preguntarse si la toma o no, considerando que puede ser la foto del día, del año o de la historia, y que si se publica puede ayudar a esta persona y a los de más de su etnia o de su país. Entonces se produce una mezcla de sentimientos y yo no podría criticar si uno la hace y espera para ayudar a esta persona, si la asiste primero que todo o si uno no espera y se dedica solamente a su trabajo.
 
Los reporteros y los camarógrafos son testigos de la historia y la historia no se puede parar por una persona que se está muriendo. Se sigue adelante y luego sí se puede, ayudarla.
 
Cuando tiene el encargo de una portada para París Match o Life Magazine, ¿se apega al blanco y negro o lo cambia por el color porque sencillamente es lo que se vende?
 
Las revistas piden que el fotógrafo sea profesional y que tenga todo el equipo profesional. No quiero hacerle publicidad a ninguna marca, pero una cámara profesional ya empieza a tener 12 ó 15 millones de píxeles, entonces hay que darse cuenta que si se toma una foto en formato Jpeg, al máximo de la resolución con 37 megas, difícilmente el periódico o la revista la van a reversar de color a blanco y negro. Pasa eventualmente, pero nunca lo he visto con las portadas.
 
A propósito, ¿cuál es el equipo que protege en esa maleta metálica y que pesa más de 20 kilogramos?
 
Cuando estoy encima de la noticia y tengo que enviar foto, soy nikonista desde cuando era pequeño; pero cuando me dedico a hacer un reportaje personal o un trabajo artístico, uso Leica y diapositiva a blanco y negro que va de los 200 ASA a los 1.600 ASA. Esta es una buena película para hacer libros. La diferencia entre color y blanco y negro es enorme, y me encanta el segundo, pero lo uso solamente para los trabajos muy personales.
 
Hay quienes prefieren llevar sólo un cuerpo de cámara con un granangular; otros optan por al menos dos cuerpos, uno de ellos con un tele o un zoom. ¿Usted qué elige?
 
Cuando estoy con Leica no me voy más allá de 21 milímetros en granangular, porque soy terco en estar cerquita del sujeto; pero cuando estoy en lugares de la noticia donde la cosa está peligrosa llevo el de 300 milímetros. En cualquier caso, para los eventos noticiosos uso dos cuerpos: uno con un granangular y el otro con un medio tele.
 
En mi último libro, “Los ángeles del Chimborazo”, utilicé exclusivamente el de 21 milímetros y para ello tuve que estar muy cerca de los personajes.
 
Tampoco estoy acostumbrado a tomar fotos con flash y, en cambio, hago mucho caso a la luz. Me gusta fotografiar de primer mañana. El flash es una forma de distraer al personaje, de entrar demasiado en su privacidad.
 
O una manera fácil de ganarse un tiro.
 
Claro, de ganarse un tiro si está en situación de guerra, porque imagínese en la mitad de una balacera empezar a tirar flash. Eso sería un suicidio.
 
¿Cómo no caer en la tentación de estar comprando un nuevo equipo cada mes, al ritmo que los lanzan al mercado?
 
Esta es una enfermedad del consumismo muy peligrosa, peor uno tiene que entender que la mejor fotografía es la que se vende, entonces a parte de la marca de la cámara si uno tiene el instinto para hacer la foto y lleva esta vena artística en su sangre, muy difícilmente puede dejar de fotografiar con un solo cuerpo.
 
¿Cuál ha sido su fotografía por la que haya valido todo lo que ha hecho y sacrificado?
 
La de un niño que se estaba muriendo de cólera en el campo de Kibumba, en la República Democrática del Congo, durante el genocidio de 1994 en Ruanda, cuando todos los hutus se refugiaron en el país vecino. Esta ha sido mi mejor foto en los 25 años que llevo como profesional.
 
Si después me pregunta cuál ha sido por la que más dinero me han dado, es una hecha a un actor europeo que vive en Los Ángeles, casado con una actriz gringa. Él estaba con ella en México preparándose para una película, en 1997, y la revista española Hola me pagó tres millones y medio de pesetas (40 millones de pesos).
 
¿Cómo tener la frialdad y el criterio a la hora de  seleccionar entres las 400 ó 500 que pueda tomar de un hecho, por ejemplo después de un bombardeo israelí sobre territorios palestinos, la que debe transmitir porque la están esperando con ansias en una publicación europea o estadounidense?
 
Se llega a este punto con mucha madurez, después de muchos años. Tuve la ventaja que en el periodo que viví en Nueva York seguí muy de cerca a Kerry McCarthy, que es una de las mejores fotoeditoras de Estados Unidos, y ella me enseñó a tener la rapidez de conocer la foto que puede ser primera página o doble página y la que va en interiores.
 
Cuando se está en un evento noticioso, las primeras fotos son las que un profesional toma con más sentimiento. Diría que de 500, las primeras cuarenta son las mejores, no digo que las demás sean basura. De esas primeras además pueden salir en una segunda fase las fotos para un reportaje.
 
En Colombia hay quienes reprochan a los corresponsales extranjeros por mostrar la realidad, cruda como es, y no adornarla con ‘hechos positivos’. ¿Se puede culpar al mensajero por el telegrama?
 
No. Esto es injusto pensarlo porque si alguien llega a este país como corresponsal tiene que contar lo que pasa y no ocultar los eventos noticiosos como pueden ser una masacre o un hecho de corrupción. También hay periodistas colombianos que ven a los corresponsales extranjeros con cierta envidia porque éstos tienen más libertad de actuar y tiene siempre su puertica abierta para irse en cualquier momento, mientras los primeros están amarrados a sus fuentes.
 
Pero no se vive sólo de ‘chivas’ -exclusivas-, porque hay que profundizar en los argumentos de un conflicto y a su vez ver qué está sucediendo en otros lugares del mundo y buscar conexiones.
 
¿Se ha sentido ‘mercenario’ en algún momento?
 
Sí, en muchas situaciones me he sentido mercenario y por esa razón no dejo de hacerme autocrítica. A veces, sobre todo al principio de mi carrera que estaba desubicado, me parecía estar tomando fotos en un circo. Ahora llevo una vida de muy bajo perfil.
 
Usted es de quienes piensan que una foto o una noticia no valen tanto como para que el reportero arriesgue su propia vida, pero si ese trabajo específico significa la muerte de quien aparece en la fotografía, ¿lo piensa dos veces o la toma y hasta luego?
 
La fotografía la tomo, pero afortunadamente tengo este poquito de ética que me ha dado mi familia en el respeto a los sentimientos de los demás. Pero es imposible que si  un periodista está haciendo un trabajo para decirle al mundo esta persona está muriendo por el cólera o por las balas de los tutsis o de quién sea, sería difícil alejarse de este lugar de la noticia sin haber tomado esta foto, porque el principio fundamental de un periodista es estar en el lugar de la noticia y reportar lo que está sucediendo.
 
Es claro que después uno puede hacer autocrítica, pero ahí entra en juego una cuestión sicológica en la que uno se dice: ‘si yo no la tomo, la tomará otra persona’.
 
Expertos dicen que la mejor foto que se ha hecho es la de Frank Cappa que muestra a un soldado en la guerra civil española en el preciso instante que es atravesado por una bala y cae al piso. ¿Comparte esa opinión?
 
Muchos dicen que este fue un montaje. Yo soy de otra generación y por eso me gustan más los fotógrafos europeos como Josef Koudelka, que ha reportado la revolución en Hungría en 1956, y el italiano Mario Giacomelli. De los contemporáneos James nachtwey y Sebastiao Salgado, que son los mejores del mundo. El colombiano Leo Matiz ha influido mucho en mi trabajo.
 
En mi caso escogería la foto de la niña vietnamita que corre despavorida hacia la cámara con su piel destrozada por el Napalm. ¿Cuál es la imagen que más le ha impactado?
 
Una similar en Vietnam hecha por un fotógrafo inglés que estaba encima de un camión con los soldados survietnamitas escapando de un bombardeo que hacían los norvietnamitas. La hizo con un granangular y película blanco y negro mientras se fijaba en la escena de todo lo que estaba sucediendo dentro del camión, como una persona sin un brazo, otra llorando... Otra que me ha tocado mucho es la de Peter Tangley desde un helicóptero en la Guerra del Golfo y un soldado con la mano en la frente y bañado en lágrimas aparece lamentando la muerte de un compañero cuyo cadáver vuelto nada está dentro de una bolsa de plástico.
 
¿En qué momento consideraría cambiar el riesgo de Mozambique o el Catatumbo, por los placeres de Roma, perfumado, vestido a la moda y comiendo espagueti?
 
Es que me gusta vivir este tipo de situaciones, entonces será muy difícil que pueda regresar así por que sí a Italia. De pronto si me ofrecieran un puesto como fotoeditor, pero sufriría mucho al ver las fotos de los demás y no las mías.
 
Esta es una profesión que no dura toda la vida, porque en cierto momento la mente y el cuerpo están consumidos por tanto que se ha visto.
 
¿Se puede ser buen fotoperiodista con tan sólo la pinta y una cámara último modelo regalada por los papás?
 
No, tiene que tener una profunda cultura, que no es lo mismo que un conocimiento superficial. Todos los días con el desayuno debe leer al menos dos periódicos para informarse de la noticia. Mi campo es lo internacional y por ese motivo debo tener una profunda visión para documentarme, investigar, preguntar.
 
Las mejores historias se producen leyendo la pequeña nota. Por ejemplo, en una remota isla del Océano Pacífico, los indígenas están luchando contra el Gobierno de Papúa porque las multinacionales están explotando las minas de oro sin pagar a ellos los derechos de propiedad. Esta historia la cubrí durante tres meses y tuvo un eco importante. Entonces hay que tener una información clara y mirar qué hacen los demás fotógrafos. Un fotoperiodista se alimenta de muchas herramientas para poder sobrevivir y hacer bien su trabajo.
 
¿Su sentido más desarrollado es el olfato de guepardo -el más veloz de los felinos- o la vista de un águila?
 
Más que la vista, el olfato. En mi caso, que soy miope, debo estar muy atento a enfocar, pero el olfato es la determinación con la cual un fotoperiodista bien informado puede entender lo que va a pasar antes que el evento noticioso se de y apresurarse para llegar primero. Esta sí es la verdadera ‘chiva’.
 
Lo otro a tener en cuenta es la memoria, porque sin memoria un periodista no hace nada.
 
¿Logra comprender que en Colombia esa responsabilidad de cubrir el conflicto recaiga muchas veces en reporteros inexpertos y que a su vez quienes más arriesgan sean quienes menos ganan?
 
Esta es una disimulación de la realidad, porque para mí es una locura pagarle a un presentador de televisión treinta y hasta cuarenta millones de pesos al mes, mientras que quienes están en las regiones no reciben ni una décima parte. En mi país, un buen fotógrafo o reportero tiene derecho al mismo salario de un presentador famoso; después, si el presentador viste Armani o Versace, esto es diferente.
 
Descuartizados con motosierra, fosos de caimanes, cilindros-bomba, explosivos con material fecal para matar al enemigo de la infección... ¿Ha visto en otro lugar del mundo estas prácticas criminales a las que recurren los actores del conflicto armado interno colombiano?
 
No. Aquí en Colombia es difícil hablar de una guerra convencional. Nunca me imaginé ver en un conflicto a una de las partes tirar cilindros de gas con estiércol de vaca y metralla. Esto se parece más a un ‘juego a la masacre’.
 
¿Y que se abuse del emblema de la Cruz Roja Internacional para mostrar ‘positivos’?
 
Tampoco. Yo me pongo algunas el emblema de Naciones Unidas porque estoy acreditado en el Congo y entonces tengo el permiso de hacerlo, pero no me pondría jamás el emblema del Cicr para conseguir una noticia, además de que es muy arriesgado.
 
¿Lleva al menos una bandera blanca para cuando vea grave la situación?
 
Llevo medicinas para la malaria y agua, pero ¿para qué sirve la bandera blanca? ¿para demostrar su neutralidad? Es difícil hablar de neutralidad cuando se está en una guerra, porque normalmente estas surgen donde está la ignorancia. ¿Cómo puedo justificarme ante un grupo de personas que cortan la cabeza o las manos en el Congo diciéndolos ‘soy Piero Pomponi, del New York Times’? No les importaría nada. En la guerra todos somos iguales, como cuando morimos.
 
¿Lo dejan dormir las imágenes que ha retratado?
 
Me persiguen. De hecho, desde 1994 estoy siendo tratado con psicofármacos porque me enfermé del desorden postraumático y es una pesadilla contra la que lucho todos los días. Afortunadamente encontré una persona que me quiere mucho, que es mi primo, que me cuida a distancia, pero este tipo de experiencias a veces es más grave para la persona que está contando la noticia que para la misma víctima.  
 
Si en este instante le propusieran irse para Georgia,  ¿aceptaría?
 
¡De una!, pero claro que después de terminar esta entrevista.

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