jueves, 4 de mayo de 2017

“Ascuas y azufre”, tragicomedia de la justicia en un país llamado Colombia

(Esta nota la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desdel 1 de mayo de 2017)

“Ascuas y azufre” es la gota de alcohol que una y otra vez cae en la herida abierta de un paciente bautizado Colombia, matizada por la ironía y la explosión de sonrisas que se convierten en analgésicos para ese otro mal que padece el país: la corrupción en el Sistema de Justicia.


Esta comedia del Teatro Libre de Bogotá –no apta para menores de edad–, fue la que durante 87 minutos concentró la atención de los cientos de estudiantes, docentes, jueces y magistrados que acudieron al Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) con el propósito de ver –y disfrutar en la medida de lo posible– una puesta en escena en la que dos actores haciendo uno de fiscal y otro de abogado, realizan una radiografía descarnada de un flagelo que se presenta más de lo que muchos sospechan, como lo acaba de demostrar el caso del fiscal especializado acusado de recibir un lujoso apartamento como pago por parte del ex senador Otto Nicolás Bula –implicado en el escándalo Odebrecht–, a cambio de frenar investigaciones en su contra. Fiscal que hoy duerme en La Picota y que ya reconociósu responsabilidad en los delitos de prevaricato por omisión, cohecho propio y concertación para cometer delitos contra la administración pública.


Tan solo que en “Ascuas y azufre” el ‘fiscal Alberto Gálvez’ –representado por Jeyner Gómez– no se deja tentar por los halagos y los locales comerciales que el ‘abogado Ulloa’ –encarnado por Jorge Plata– le ofrece a nombre de la empresa ‘Luis Ernesto Bautista y Compañía’, para que embolate los folios y los medios de comunicación no se enteren de la muerte de siete personas que invadieron uno de sus lotes.


El ‘fiscal Gálvez’ recibe en su despacho la visita del ‘abogado Ulloa’, quien afanado por llegar a un acuerdo no sabe de qué artilugios echar manos para convencer al servidor público. Pero ‘Gálvez’, con los apuntes propios de un hincha del Junior de Barranquilla y los movimientos convulsivos que remedia con una palmada en la frente, logra sacarle de quicio invitándoles a tomarse un güisqui, fumarse un cigarrillo, bailar una tonada tropical y escuchar sus cuitas, que terminan siendo las reflexiones profundas de un fiscal que debe caminar por la cuerda floja de su condición de empleado público saturado de trabajo y mal remunerado, y la oportunidad de darle un giro a su miserable vida recibiendo el soborno que su interlocutor le ofrece en reiteradas ocasiones. Sin omitir las profundas convicciones religiosas que hacen ‘Gálvez’ un tipo cauteloso mas no por ello genuino.


Con una escenografía que representa a cabalidad el caos de esos despachos judiciales en los que se pelean cada centímetro el desgreño y los arrumes de expedientes, el ‘fiscal Gálvez’ alcanza a considerar la oferta, para finalmente exigirle al ‘abogado Ulloa’ que mejor se largue cuanto antes de su oficina, si no quiere que haga pasar a los miembros del Consejo Superior de la Judicatura a los que llamó para darles a conocer el caso. También le advierte que tiene copia del expediente en el cual un hijo del ‘abogado Ulloa’ aparece involucrado en un accidente, así que lo que debe hacer es marcharse.


Entre dimes y diretes, y cuando el público de la UNAB estaba esperando que le echaran mano al letrado, el ‘fiscal Gálvez’ decide ponerle punto final a la cita y a la obra de teatro. Para ello intempestivamente saca una pistola de su escritorio, la pone en su sien y se dispara. En ese preciso instante la luz se apaga. Fin de la función (gratis).


Lo que pocos vieron el pasado 3 de marzo es que el actor Gómez, en aras de hacer más real su representación, acercó tanto el arma a su cabeza que la pólvora le causó una herida superficial por la que debió ser atendido en la Enfermería de la UNAB, para luego sí retornar y atender pacientemente esta entrevista, mientras algunos de los asistentes salían pensativos, otros confusos y unos cuantos refunfuñando.


Jeyner Gómez Agudelo nació en Palmira (Valle del Cauca) y a los 16 años de edad se mudó a Bogotá para estudiar artes escénicas en la Universidad Pedagógica, de donde se retiró en tercer semestre para profundizar en el tema actoral, ingresando a la entonces escuela del Teatro Libre de Bogotá, convertida hoy en la carrera de arte dramático de la Universidad Central en convenio con el TLB. Terminó estudios en 2008, laboró con Misi Producciones en propuestas como “La más grande historia jamás contada”, luego se fue a vivir tres años a Estados Unidos y desde 2015 está vinculado al Teatro Libre, donde ha participado en obras como “Las picardías de Scapin” –de Molière– y “En este pueblo no hay ladrones” –de Gabriel García Márquez–. También se desempeña como docente del área en la Central.


La de la UNAB fue la función número treinta y Gómez Agudelo junto al Fiscal de Vida número 23 aspira a que “Ascuas y azufre” siga dando de qué hablar. Ya se presentaron en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, donde el público reaccionó de manera similar. Jeyner, Jorge y sus demás compañeros de faena, que también son docentes de arte dramático, tienen la fortuna de pertenecer a una de las compañías de teatro más estables y con más trayectoria en Colombia, que cada vez lucha más por dignificar la profesión.

¿“Ascuas y azufre” es el reflejo de la Justicia en este país?

(Sonríe) No me comprometería a decir que es el vivo reflejo, pero es la sensación que tenemos todos, y si de alguien depende cambiar esa imagen es de ellos mismos, de nuestros gobernantes y de todos los altos mandos, porque esa es la sensación que tiene el autor –montaje original del dramaturgo Juan Diego Arias bajo la dirección de Diego Barragán-, nosotros los actores y mucha gente del pueblo colombiano. De modo que eso es lo que tratamos de decir, y así como lo mencionó Juan Diego al comienzo, es un teatro de ideas que nos pone a pensar. Ese es el propósito fundamental.

¿A quién encarna ese ‘abogado Ulloa’ tan tieso y tan majo, acostumbrado a litigar por los micrófonos y las cámaras de televisión?

La inspiración de los personajes viene directamente del autor y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Juan Diego ha conocido personas con ciertas características físicas y expresivas y la historia la construye a partir de la sensación que tiene de nuestro sistema judicial colombiano.

¿Qué reacciones han percibido durante o al finalizar la obra por parte de quienes tienen algo que ver con el sector judicial? ¿O hipócritamente les dicen que estuvo espectacular?

No sé si hipócritamente, pero el cien por ciento se ríen, se divierten y se van con una muy buena sensación. Muchos nos han dicho directamente: ‘Eso es así’. No sé a qué se referirán con eso, pero así nos lo han manifestado. Ignoro si hablan del desorden de la escenografía y que así son sus oficinas o qué quieren decir, pero el caso es que nunca hemos recibido un comentario negativo ni un reproche por parte de nadie del público. En realidad la han disfrutado mucho y más las personas vinculadas con la Rama Judicial.

Quien evidentemente queda mal parado es el abogado, ¿pero habrá fiscales que no quieren saber de visitas y a cambio reciben la consignación?

En este caso particular el fiscal es un tipo que claramente se ha untado de cosas en el pasado, pero muchos factores han influido para que él llegue un día, se despierte y diga: ‘Esto no puede seguir así’. Y no por algo completamente moralista, sino por el desespero que le está produciendo vivir esa vida: su enfermedad, el desorden en el que vive tanto físico en su despacho como mental, con las voces que le hablan, con su enfermedad, con su tic… Y trata de encontrarle el verdadero significado a la Justicia, queriendo saber qué es lo justo y qué no. Él mismo lo dice: ‘Hay cosas que son legales pero que no son éticas, y es muy diferente la Ley a la Justicia’. Él está pensando todo el tiempo en qué hacer para enmendar eso. Qué hacer para aplicar la justicia terrenal y la divina frente a lo que él ha hecho y lo que han hecho los demás, para concluir –y ese es el concepto que tengo como actor para representar este personaje– que la única forma de purgar todos sus pecados y todas sus fallas es a través de su muerte. Y al mismo tiempo hace que la otra persona, que representa a esa sociedad que lo ha hecho caer a él tantas veces, pague terrenalmente, entonces él va y se entiende con quien se tenga que entender, ya sea Dios o el Diablo, y deja a alguien acá pagando por esos mismos pecados y haciendo justicia.


El ‘fiscal Gálvez’ insiste en que hay una justicia para los adinerados de ‘cuello blanco’ y otra para los que huelen a sudor, quienes no tienen para pagar un abogado y van a su despacho a llorarle.

Él está todo el tiempo frenteando todo lo complicado de este trabajo y ya está mamado porque es humano y porque por más que quiera hacer justicia, pues llega una gente que le produce asco. Entonces está cansado de su labor y lo dice abiertamente: ‘Esto no puede seguir así. Yo soy el que tiene que joderse viendo todas esas caras y esas lágrimas, esa gente oliendo a feo, unos pobres a los que no les van a dar nada’, y llega la empresa constructora ofreciéndole muchas cosas y él piensa en su beneficio hasta que dice ya no más, ‘ya no puedoseguir con esto y necesito que a esto se le dé el peso que tiene que tener, independiente de cuánta plata represente. Ese es el conflicto ético y moral que tiene en su cabeza.

El final pintaba flojo porque mucha gente ha expresado sus dudas respecto al comportamiento e idoneidad de una entidad como el Consejo Superior de la Judicatura, pero para sorpresa de todos el ‘fiscal Gálvez’ opta por el suicidio. ¿Por qué ese desenlace?

Es la única forma que él encuentra de purgar todo eso. Porque lo intenta de muchas formas a lo largo de la obra y el ‘abogado Ulloa’ no entiende y no quiere participar de la justicia, de lo que él le quiere plantear: ‘Oiga, hagamos las cosas diferentes esta vez’. Entonces como no hay forma de convencerlo, dice que no va a continuar con eso. ‘Yo hago este sacrificio con mi vida para purgar todos esos pecados y usted entiéndase acá con los que le gusta entenderse. Siga en las mismas a ver qué va a pasar. Con unos muertos, con un maletínde lleno de cosas y de sobornos, el expediente del hijo… y ya’.

¿Este es el país del rabo de paja, llevado por los sobornos y la compra de conciencias?

Es tan sencillo como que la justicia está hecha para los que tienen plata, entonces yo pago y no me pasa nada.

Y los muertos tienen precio.

Exacto. Y si es pobre pues hasta barato será. Porque cómo es posible que una persona que asesina a una niña de siete años, después de violarla y torturarla, va escoltado a su juicio por veinte policías y un equipo del Esmad. Vaya y haga eso alguien del estrato uno a ver qué le pasa. Pero como tiene dinero para pagar su protección y su suite personal donde sea que lo vayan a meter. Es eso. Si tengo plata me salvo, y si no pues me jodí.

¿Por qué el fiscal es costeño?

Esos son elementos que define el autor, y no es que queramos tachar a alguien de una forma u otra por su personalidad. No queremos referirnos a los costeños como sobreactuados ni corruptos, ni nada de eso, porque se eso hay en todo el país. Es un elemento que nos ayudó dramáticamente. Cómo darle credibilidad a un personaje con una enfermedad de ese tipo, una euforia que maneja, cambios de temperamento, humor negro y ese sube y baja en su estado de ánimo, y cómo hacerlo creíble. Entonces pensamos que una persona de la costa es más expresiva, habla más alto, hace chistes, se ríe y de un momento a otro cambia de estado de ánimo porque es su naturaleza, pero no queremos tildar a ninguna persona de nada.

Una ciudad como Bucaramanga en la que los tsunamis vallenatos son el pan de cada día, ¿cómo debe tomar este espacio para el teatro?

El llamado es a que por ejemplo personas como las que nos trajeron a la UNAB, pues sigan gestionando eso. No solo para que traigan grupos de afuera, sino para que motiven a los grupos locales, porque sé que hay unos cuantos que trabajan seriamente y que también empiecen a promocionar a esas personas que hacen arte acá con disciplina y rigor para que en un futuro el teatro se descentralice. A través de estas invitaciones se debe generar conciencia sobre lo necesario de estos espacios no solo como esparcimiento, sino como generadores de pensamiento crítico, como formación de seres humanos.

¿Habían tenido un público como el que se encontraron en la UNAB?

En las temporadas que hemos tenido esta obra en Bogotá ha habido varios días en los que el público está conformado mayoritariamente por los departamentos de Derecho de varias universidades con las que hacemos convenios y descuentos, entonces en esas ocasiones van en manada y se divierten de una forma que no me explico. No sé cómo yo reaccionaría ante alguien que me está cuestionando tan crudamente en escena mi profesión y mi vida. No es un insulto a un abogado en particular ni a los abogados en general, sino una crítica al sistema judicial colombiano.

En la pantalla del computador de Gálvez aparece el logo de la Fiscalía General. ¿Alguien les ha reclamado?

Estamos esperando ese día. Han ido varios fiscales a ver la obra, pero no. De hecho cuando aparece el logo reaccionan de una forma eufórica y se ríen, pero no ha habido nadie que diga cómo se nos ocurre meter a la Fiscalía en eso.

¿Y si la obra la viera el ex procurador Alejandro Ordóñez Maldonado cuál sería su reacción?

(Sonríe) Tal vez no llegaría yo al final. Sería algo bien particular, tal vez inimaginable. No creo que una persona como él piense en la cultura. Quizás no la soportaría y se saldría a los cinco minutos.

La escenografía le da fuerza a la obra porque refleja tal cual son los despachos de pueblos y ciudades. ¿Quién la hizo?

Está a cargo de un diseñador y artista plástico bogotano que se llama Wilson Peláez. Nosotros comenzamos con el escritorio, las sillas y la Biblia, pero nos hacía falta la sensación real del espacio. No solo sugerirlo, sino que la gente lo viera, que nosotros pudiéramos sentir el encierro y el desorden, que a la vez es como un reflejo del desorden de este tipo en su cabeza, y toda esa porquería con la que tiene que lidiar día a día, ese olor… entonces creímos que era necesario hacer un cambio estáticamente, así que cuando tuvimos esta escenografía la obra cambió del cielo a la tierra. Yo hice mi trabajo de campo y fui a los despachos de Paloquemao y eran peores. El bochorno era horrible y uno se quería largar.




miércoles, 3 de mayo de 2017

William Ospina: “Tanto Uribe como Santos están en decadencia”

(Esta entrevista la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desdel 1 de mayo de 2017)


Por apoyar la Revolución Bolivariana y manifestar que Hugo Rafael Chávez Frías es el hombre más grande que ha parido América Latina en los últimos tiempos, a William Ospina Buitrago (Herveo-Tolima, 1954) se le ha venido medio mundo encima. Pero él sigue ahí, firme en sus convicciones, soportado en una búsqueda incesante del conocimiento. Tiene una mente brillante y un tono pausado pero contundente que le hace mantener la atención del público, trátese de avezados investigadores o de estudiantes de esos que creen que todo está en Google.

Autor de novelas como “Ursúa”, “El país de la canela”, “La serpiente sin ojos” y “El año del verano que nunca llegó”, así como de ensayos como “Pa'que se acabe la vaina” y “¿Dónde está la franja amarilla?”, Ospina es uno de los autores más eruditos que hay en Colombia, lo cual le ha sido reconocido con premios como el Rómulo Gallegos (2009), Casa de las Américas (2003) y Nacional de Poesía (1992). Con su columna dominical en el diario El Espectador, se atreve a ir al fondo de temas que otros colegas y medios de comunicación no ponen sobre el tapete.

Por razones como esas la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) lo invitó a la V Jornada de Derecho Constitucional “El derecho a la paz”, el pasado viernes 21 de abril, donde leyó una ponencia en la que exploró las causas del conflicto armado interno en Colombia, el panorama tras la firma de los acuerdos entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el papel que deben cumplir aspectos fundamentales como la educación, la cultura y el medio ambiente.

Tan ‘encarretado’ está con el tema del agua, que la próxima vez que pise estos parajes no vendrá tras los pasos del conquistador español Pedro de Ursúa –fundador de Pamplona–, sino porque aceptó la invitación de este periodista a recorrer el Páramo de Santurbán la gran ‘fábrica de agua’ de agua de ciudades como Bucaramanga y el cual está amenazado por voraces proyectos de megaminería que han deslumbrado a más de un gremio y gobernante.

Y es que raíz de la reciente consulta llevada a cabo en el departamento del Tolima, Ospina ha sentado posición: “No acaba de expresarse la voluntad popular en Cajamarca, rechazando una explotación aurífera que amenazaría las fuentes de agua, en una votación histórica que es ejemplo para el mundo, y ya un ministro colombiano está negando la validez de ese triunfo y declarando que la decisión ciudadana nada puede contra las decisiones del Gobierno”.

Complementando: “Han convocado a la comunidad de Cajamarca a expresarse sobre si quiere o no que haya actividad minera en su región, en esas montañas cuya riqueza son el agua y la agricultura. Han autorizado la consulta, la han financiado: y cuando la comunidad se expresa abrumadoramente a favor del agua y de la agricultura, un ministro desvergonzado sale a negar la validez de la elección, la grandeza del triunfo ciudadano y la obligatoriedad de su decisión.Uno no sabe si sentir indignación, o sólo asco”.

Ante cuestionamientos de ese calibre, no quedaba más remedio que entrevistarlo no solo sobre este tema, sino también para conocer –por ejemplo– su concepto de democracia y su perspectiva sobre lo que puede ocurrir en la Venezuela de Nicolás Maduro pero también en la Colombia de Odebrecht y otros escándalos de corrupción. País que para Ospina “es un inmenso desastre social donde los gobiernos se desentienden del sufrimiento del pueblo; sólo llegan a cuidar de la gente después de unas calamidades que nunca previenen, maquillan las cifras de empleo y procuran no tener en cuenta que la mitad de la población trabajadora languidece en la informalidad y en el rebusque”.

Esta es la extensa entrevista no apta para quienes siguen creyendo que el mundo es de color rosa y no saben que –como lo sostiene Ospina– “la compra de votos, el acarreo de electores, la financiación ilegal de campañas, la calumnia, el rumor, y lo que recientemente se llama la mermelada, el uso indebido de dineros públicos para obtener el triunfo electoral, son prácticas comunes de nuestra democracia, bajo un poderoso y bien aceitado modelo de gamonalismo regional totalmente conectado con los poderes centrales”.

Así que sírvase un café y lea.


En la consulta popular de Cajamarca votaron 6.296 ciudadanos, de los cuales 6.165 lo hicieron por el No a la actividad minera en la zona cerrándole las puertas al proyecto aurífero de ‘La Colosa’, detrás del cual está la multinacional sudafricana AngloGold Ashanti. ¿Para qué sirvió que la comunidad expresara su voluntad?

La decisión de la comunidad fue muy importante y muy abrumadora en su mayoría, y aunque ya hay voces del Gobierno y voces por supuesto interesadas en el tema de la minería que intentan minimizar la importancia de esa consulta o negarla, yo creo que esa consulta va a tener un efecto grande y multiplicador sobre el resto de la sociedad colombiana donde se van a hacer consultas similares. El país ha sido condenado por la dirigencia a convertirse en un país minero, nos han devuelto a la economía extractiva del siglo XVI, pero la verdad es que aquí si no echamos a andar una agricultura y una industria sanas y adecuadas a la época, pues destruyendo las fuentes naturales y fracturando las montañas y aniquilando el agua no será como vamos a salir de los problemas económicos que tenemos. De manera que hay que seguir viendo la consulta de Cajamarca como un hito, como un ejemplo importantísimo que tiene que seguir la comunidad en el proceso no solamente de rechazar la minería y de proteger los recursos naturales, sino en el proceso de construir una democracia en la que verdaderamente podamos creer.

Expertos en el tema como Juan Pablo Ruiz Soto, miembro del Consejo Nacional de Planeación además de economista y montañista, han dicho que “la minería sostenible no existe. Por definición es la extracción de recursos naturales no renovables y esto niega la posibilidad de una minería sostenible. Esto no significa que no existan diversas formas de hacer minería, unas de alto impacto, por su efecto destructivo sobre el medio social y natural, y otra de bajo impacto”. ¿Usted se come el cuento de esas empresas y gremios que hablan de ‘minería sostenible’ o de políticos como el ex presidente peruano Alan García que aseguran que hay mineras que después de procesar el material devuelven un agua más pura que la que utilizaron para el proceso?

Es que una cosa era la minería en los tiempos arcaicos, la minería de la Edad de Bronce y de la Edad de Hierro, e incluso una cosa era la extracción de metales en los tiempos de la conquista de América cuando los instrumentos con los cuales se hacía la extracción eran mecánicos elementales y se extraía así el oro de la superficie. Aún en el siglo XIX la extracción minera con los primeros rudimentos de la Revolución Industrial, y otra cosa es la minería contemporánea que como ya se han agotado las reservas superficiales de las minas, tendría que socavar la tierra, fracturarla y ahondar no solamente en las fuentes del agua y en las reservas de toda índole. Es una minería que ya no se puede hacer sino con tremendos traumatismos para la naturaleza. Yo no creo que a estas alturas de la historia la minería pueda ser un factor central de la economía de ningún país. Pienso que la economía de los países tiene que contar básicamente con la creatividad, con la fuerza de trabajo de la gente, con la capacidad de transformación de los recursos, pero sobre todo en una estrategia que no sea la de la acumulación ciega de riquezas para unas multinacionales o para unos capitales, sino una economía que se revierta en beneficios para la comunidad y de la que la comunidad sea protagonista. Basta seguir el rastro de lo que han sido las zonas mineras en el mundo a lo largo de la historia para no encontrar prosperidad sino las zonas más arrasadas y más deprimidas del planeta.

Algún dirigente gremial que lo lea va a sospechar que usted es enemigo del desarrollo.

Sí, hay una teoría del desarrollo y una teoría del progreso que consiste en que los recursos son más importantes que las personas, los metales más importantes que el agua y que los bosques. Una idea nefasta del progreso que consistió en pensar que es progreso todo aquello que destruye la naturaleza, todo lo que nos aleja del ámbito natural y que solo es progreso lo que trae incremento del capital para los inversionistas. El progreso se va a medir por el bienestar de las comunidades. Un progreso real se va a medir por la manera como mantengamos el equilibrio de la naturaleza, como podamos proteger unos recursos que no son solo para nosotros sino para las generaciones del futuro. Esa idea del progreso como acabar con el mundo ya, hay que borrarla.

El senador Jorge Enrique Robledo Castillo ha advertido reiteradamente –y también es válido para el Páramo de Santurbán- que las multinacionales mineras van por lo que van, tienen demasiadas gabelas, dejan escasas regalías, pagan pocos impuestos y cuando se marchan escasamente dejan el hueco, si es que lo dejan.

Así es, y yo veo que en Colombia basta ir a Tumaco (Nariño), a las zonas de Antioquia donde tradicionalmente se explotó el oro o a Marmato (Caldas) para ver en qué consiste el bienestar que la minería le puede traer a la humanidad. No podremos negar que Colombia vive en este momento en parte, o vivía hasta cuando se quebraron los precios del petróleo, de las pocas reservas que están señaladas como existentes en el país. Pero si tenemos que vivir tanto del petróleo y de la minería y del oro en estos tiempos, es exclusivamente porque aquí nuestra dirigencia arrasó la agricultura y arrasó la industria, poniéndonos a depender solamente de venderle materias primas al mercado mundial, y nos propuso la interesante teoría de que nosotros tenemos que consumir no lo que producimos sino lo que producen en otras partes. Lo que logró la apertura económica que estamos padeciendo todavía no solo fue desmantelar la incipiente industria nacional y desmantelar la pequeña y la mediana agricultura de Colombia, sino que logró también el efecto inevitable: que como los campesinos no pueden producir sino lo que se consume en el mundo, pues el país se llenó de cultivos ilícitos.

¿Para qué sirve el oro aparte de guardarlo en las bóvedas de los bancos (Estados Unidos tiene almacenadas 8.000 toneladas y China 1.800 toneladas), darle algún uso mínimo en la tecnología y adornar los cuellos, los dedos y las muñecas de los nuevos ricos orientales que no saben en qué derrochar su dinero?

Eso del oro es misterioso. El oro es un metal muy extraño. Casi todos los pueblos lo han visto con respeto y admiración, no tanto por razones económicas sino por motivos culturales y estéticos si se quiere. Los pueblos indígenas aquí por ejemplo consideraban al oro un punto de contacto con la luz del sol y tenían con el oro una relación casi sagrada, y a mí eso me parece mucho más razonable que venir, coger el oro, volverlo lingotes y guardarlo por allá en unas cavernas en Estados Unidos o China.

Una vez que hice una investigación aprendí que el oro no se formó en la Tierra, sino solamente a las altísimas temperaturas de la explosión de las estrellas, que es el vestigio de antiquísimas catástrofes galácticas y en esa medida tal vez allí está la fascinación que despierta en nosotros. Pero esa fascinación la despierta más en la gente que usa una sortija de oro o una cadena, o en quienes utilizan el oro para esos fines rituales, o el oro que se usa para fines muy sofisticados de la industria, y otra cosa es el oro como objeto de tráfico, de enriquecimiento y como objeto de saqueo.


Afirma usted que la democracia no hay que soñarla sino hacerla la realidad, construirla. ¿Es posible anhelar una democracia en un país como Colombia?

Nuestra República fue fundada sobre los ideales de la democracia de la Revolución Francesa. Todos sabemos hoy que ese fue un discurso impostado, que no había una voluntad real de construir una democracia por parte de los primeros poderes que fundaron la Nación y sobre todo de los que se tomaron la vocería de la comunidad un poco después, porque por ejemplo tardaron mucho tiempo en abolir la esclavitud, y la esclavitud ni siquiera fue abolida por razones humanitarias sino porque se volvió mal negocio. Pero aquí el esfuerzo verdadero por incorporar a la vida práctica esos ideales vagos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, no se hicieron. Todos sabemos que Colombia es un país de exclusiones, de menosprecio por las gentes humildes, por los pueblos indígenas y de origen africano. Todos sabemos en qué condiciones viven hoy los pueblos indígenas y en qué condiciones viven en general los pobres del país, que son una subhumanidad y eso no es una democracia presentable.

La dirigencia colombiana muestra con mucho orgullo su feria de urnas electorales cada cuatro años, pero reconoce que esa feria de las urnas no expresa la voluntad y la opinión de la ciudadanía sino el poder de los recursos que se invierten para hacerse elegir, de las plutocracias que pagan las gigantescas campañas publicitarias que se requieren para esas elecciones, y en esa medida es necesario empezar a hablar de una nueva democracia y de una democracia verdadera.

¿Qué significa una democracia verdadera?

Es aquella en la que cada ser humano tiene un valor. No solo el valor de un voto, sino el valor de una dignidad. Donde cada ser humano sienta que hay oportunidades para él. Un país como Colombia que tiene diez millones de personas en el exilio económico, gentes que no se van para Francia ni para Inglaterra porque quieran conocer la cultura de esos países, sino que se encierran allá en unas cantinas a comer empanadas y tomar aguardientico y añorar el país que tuvieron que dejar y que solamente quieren comer lo que comían aquí porque no les interesa la gastronomía de allí, eso solo significa que están contra su voluntad, sobreviviendo lejos del mundo y ayudando a mantener esta sociedad nuestra.

Construir un país en donde todos podamos habitar, donde todos nos sintamos significados y donde las inmensas mayorías ninguneadas hasta ahora por una casta aristocrática no solamente excluyente y codiciosa sino profundamente ignorante que tiene al país en una situación desesperante, es una prioridad de todos nosotros. Y no es difícil esa reinvención de la democracia. Basta dejar de creer que solo unos cuantos están favorecidos por el privilegio de poder gobernar, que solo unos cuantos tienen derecho a tomar decisiones, y basta amar este país y tratar de protegerlo, lo que no están haciendo quienes hasta ahora lo han administrado.

Quienes asistieron a su charla en el Auditorio ‘Jesús Alberto Rey’ quedaron atónitos cuando usted manifestó que “es alarmante que haya más muertos por un aguacero en Colombia que por una revolución en Venezuela”.

Por supuesto que son comparaciones que se hacen a la luz del diálogo, pero no tienen que ver con una teoría ni mucho menos de lo que pueda ser la situación de nuestros países. Yo siento que Venezuela es un país mucho más pacífico que Colombia. Eso es evidente. Colombia padece una violencia enquistada ancestral y pues una polarización como la que vive hoy Venezuela en Colombia costaría muchísimos muertos cada día. Pero sí me parece importante de todas maneras llamar la atención sobre que aquí muchas veces nos intentan convencer de que todos los desastres y todas las cosas horribles solo pasan en otra parte y hacen todo lo posible por que no advirtamos la profunda dificultad en que vive la mayoría de nuestra población. Estos son hechos son reales. Aquí los muertos de los aguaceros no se deben a los aguaceros, sino a una manera de administrar el país en donde la prevención es poca, el cuidado de la prudencia y de la justicia son pocos y después al final sí tratan con grandes shows publicitarios de mostrar la solución de los problemas, pero solo se quieren solucionar a posteriori. Ya pasó con Armero (Tolima), acaba de pasar con Mocoa (Putumayo)… los gobiernos llegan, pero siempre llegan tarde.

En los dos últimos años los sectores de derecha han organizado marchas protestando contra el Gobierno, contra los acuerdos con las Farc y contra todo lo que se les ocurre. Pero me llama la atención que gritan consignas como “¡Santos guerrillero!”. Si eso fuera así, entonces usted sería Lionel Messi o Napoleón Bonaparte.

Aquí hay mucha desinformación y a cada quien le da por reinterpretar el mundo a su modo. Personalmente soy muy crítico del proceso de paz que se está viviendo hoy en el país, pero no me cabe la menor duda de que ese proceso de paz es necesario. Lejos de mí el pensar que la guerra sea la solución para los problemas de Colombia y durante más de veinte años he abogado por la solución negociada del conflicto. Pero la razón por la cual soy crítico de ese proceso es porque me parece insuficiente, que no está cumpliendo con algunas tareas que son fundamentales para que se pueda hablar de una paz verosímil. Colombia no solo requiere pactos entre guerreros. Está muy bien que se den y que se desmovilicen, pero que no pretendan que allí se agota la paz.

La paz requiere transformaciones profundas. La paz requiere pensar en la gente. Pensar en las necesidades mínimas de ingreso de una población muy grande que no tiene recursos. Y cuando no se tienen recursos no se tiene ni siquiera la dignidad elemental para influir en la vida pública. Tenemos abandonados a nuestros jóvenes en manos del delito, de la guerrilla, de los paramilitares, en manos de las armas aunque sean las armas oficiales, o en manos del microtráfico. No solamente no les brindamos educación y salud, sino que no les brindamos un ingreso básico mínimo que les permita avizorar el fututo con alguna confianza y sentirse parte necesaria de la comunidad. Si esas reformas no se hacen, no creo que haya voluntad de paz real. Una paz que desmovilice unos ejércitos porque son muy incómodos, pero que no viabilice la posibilidad de una vida digna para la comunidad, es una paz muy frágil. Una buena prueba está en que un proceso tan necesario, más de diálogo que de paz y que ha debido recibir un apoyo masivo de la población se hizo tan a espaldas de la gente que al final el ochenta por ciento le dio la espalda. ¿Y qué paz puede ser una paz a la que el ochenta por ciento le da la espalda? Si la paz no se hace con la gente, difícilmente puede abrirse camino.


¿Es posible pensar en una paz en la que los grandes empresarios y los terratenientes no se metan la mano al bolsillo?

Una paz verdadera tiene que implicar una suerte como de negociación múltiple de los muchos poderes que hay en la sociedad. Aquí hay unos dueños de la tierra con los que hay que dialogar, porque esa tierra tiene que volverse benéfica para la comunidad. No se trata casi ni de discutir el problema de la propiedad porque es un problema de productividad, de tributación y de modernidad. En ningún país del mundo la gente se puede dar el lujo de tener cincuenta mil o cien mil hectáreas y que no se traduzca eso en beneficio para un sector considerable de la población. Y eso no tiene que ser un proceso traumático. No tiene que volverse un enfrentamiento entre colonos y propietarios, entre aparceros y dueños de la tierra, pero sí hay que hacer unas alianzas productivas y unos acuerdos que favorezcan a todo el mundo, especialmente a la gente más humilde que está despojada de toda esperanza y de toda oportunidad. Hay que echar a andar una gran y una pequeña agricultura con el contrato básico de proteger la naturaleza y restaurar una naturaleza tan extraordinaria como la nuestra, que está padeciendo de tantas maneras el saqueo y la destrucción. Nuestra tierra es muy exuberante, pero también es muy frágil y si no logramos encontrar ese equilibrio entre nuestro aprovechamiento de la naturaleza y su conservación a largo plazo, pues estaremos cometiendo un suicidio pavoroso. Necesitamos una industria limpia, una sustitución de fuentes de energía y necesitamos que un montón de poderes que existen entre en esos acuerdos. Hay que dialogar con los empresarios que se ven frustrados en sus posibilidades porque no hay ni crédito suficiente ni verdadera interlocución. La gente humilde también tiene que ser un poder. Gobernar debería ser una fiesta del conocimiento y del asombro por un país tan maravilloso y desafortunadamente aquí gobernar se ha vuelto solamente una escuela de odios y de intolerancia.

Santos le dijo a Maduro que la Revolución Bolivariana es un fracaso, y Maduro le contestó que Colombia es un Estado fallido, que hay 5,6 millones de colombianos viviendo en el vecino país, y que solamente durante el año pasado llegaron otros cien mil huyéndolo al desempleo y al hambre. ¿Es una pelea de comadres? ¿Qué es?

Algo que no creo que vaya a llevar muy lejos. Alguien decía y creo que tiene razón, que cada uno de ellos trata de crear un problema afuera para tratar de distraer los problemas internos que son muy graves. Venezuela tiene hoy problemas muy graves de falta de diálogo y de acuerdo que tiene que resolver internamente. Colombia tiene muchos problemas también y no es bueno ni para Venezuela ni para Colombia que el país de al lado se convierta como en el interlocutor de la astucia política, de señalar al vecino como el verdadero causante de nuestros males. Los venezolanos no son los causantes de los males de Colombia, ni los colombianos los causantes de los males de Venezuela. Hay 5,6 de colombianos en Venezuela y han sido muy bien recibidos allá. No sé cuántos venezolanos hay ahora en Colombia pero también han sido bien recibidos. No debería haber motivo de discordia por ese lado. Pero este problema no es tanto para dejar en manos de los políticos, y tienen que ser las comunidades las que estén por encima de los odios políticos y encuentren caminos verdaderamente grandes para enfrentar los desafíos de esta época.

¿Usted ve un presidente Maduro sosteniéndose por la vía democrática o presagia un mar de sangre en Venezuela?

Afortunadamente Venezuela no es un país violento. Si algo han demostrado estos diecisiete años de polarización venezolana es que no es un país violento. Yo estuve hablando con una amiga venezolana que es antichavista y que quiere que el país vaya por otro camino, y ella me decía que había vivido una situación extraña en Colombia, porque un día se estaba quejando de Maduro y alguien le dijo que entonces por qué no lo matan. Ella se quedó alarmada y le respondió que no porque los venezolanos no somos así y no pensamos que todo se resuelva matando gente. Y desafortunadamente en Colombia hay quienes piensan que así se resuelven las cosas, matando gente, y después de un siglo de muertes no hemos resuelto nada porque matar no es una solución. Venezuela me parece ejemplar. Yo admiro a la oposición venezolana porque a pesar de la ira y de la animadversión y de la discordia que vive la sociedad, está lejos de llegar a extremos de violencia como los que ha padecido tantas veces la sociedad colombiana. Admiro también al chavismo que ha intentado hacer cosas muy benéficas para la población humilde. Creo que tendrían campos de encuentro, posibilidades de diálogo tal vez no con una vieja élite petrolera que se siente despojada de esa gran riqueza planetaria, pero los sectores medios y humildes de Venezuela podrían encontrar una agenda común y avanzar por un camino de prosperidad, si logran excluir a los que quieren ser dueños de todo y que nadie más lo sea. Si creo que Colombia puede encontrar su camino, siendo un país mucho más extraviado que Venezuela, mucho más doloroso, más trágico, y que ha padecido una historia de conflictos políticos y de intolerancias escalofriante. Sin embargo creo que Colombia podría encontrar su camino también y que estamos aprendiendo de nuestra experiencia y de la experiencia de nuestros vecinos, a construir las sociedades que necesitamos. En eso no soy apocalíptico. Creo que los pueblos aprenden y maduran, y Colombia va a encontrar su camino, pero sobre todo también en Colombia ese camino pasa por apartar a una dirigencia que ha sido indigna de su lugar y de sus posibilidades.

¿Y el presidente estadounidense Donald Trump ‘qué pitos toca’? ¿En manos de quién está la suerte del mundo?

Tal vez también en eso la historia es sabia. Lo que parece estarnos diciendo la política contemporánea es que cometimos un error al construir unos modelos políticos en los que unos hombres pueden apoderarse de todo aún contra la voluntad de la humanidad. La historia nos está diciendo que vamos a tener que inventarnos un modelo político en el cual la democracia representativa delegue menos tanto poder en unas manos que a veces pueden ser muy sabias y a veces pueden ser muy necias y entonces estamos jugando con candela. Estamos jugando a la ruleta rusa con el modelo de democracia que hemos construido. No sabemos en qué momento la pistola va a disparar sobre nuestra sien. Una de las consecuencias que va a tener el Gobierno de Trump es que va alarmar a la comunidad y le va a enseñar también a los estadounidenses que los ciudadanos deben pesar un poco más y las potestades deben pesar un poco menos. Que esa vieja solución de crear emperadores transitorios que cada cuatro años puedan hacer lo que se les dé la gana no puede ser una democracia en el sentido profundo de la palabra y que tal vez va a haber que corregir tanta centralidad, tanta autonomía de los poderes y también devolverle a las comunidades un poco más de capacidad de decisión con respecto a lo que se hace en los territorios y con respecto a los recursos que se invierten, porque estamos lejos de la democracia que necesitamos.

Fíjese que terminamos esta entrevista sin mencionar si quiera a Álvaro Uribe Vélez. ¿Eso quiere decir que estamos avanzando en Colombia?

Creo que sí y que tanto Uribe como Santos están en decadencia. La vieja dirigencia colombiana, que mangoneó al país durante décadas siempre con la misma lógica que ahora intentan utilizar que es la de polarizar a la sociedad y ponerla a girar no alrededor de ideas sino de personas, no alrededor de soluciones sino de odios, está fracasando porque no está resolviendo problemas. Eso no nos está llevando a encontrar caminos para nuestra sociedad. Después de cien años de esa manera de hacer política, hay que ver el país y su naturaleza, cómo están los ríos, cómo están los páramos, cómo están los glaciares, cómo están los bosques, cómo están las ciudades, cómo está la juventud, cómo está la educación y como está la salud, para entender que de esta catástrofe tenemos que salir renunciando a esa dirigencia y aprendiendo a confiar más en nosotros mismos.

martes, 2 de mayo de 2017

Mario Hernández y Jesús Guerrero cuentan los secretos de sus emporios

(Esta nota la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desdel 1 de mayo de 2017)

Si en la Primera Cátedra de Emprendimiento querían tener ejemplos fehacientes de la forma en que “los sueños se pueden convertir en realidad” –como rezaba su eslogan–, pues lo lograron a cabalidad porque los empresarios Mario Hernández Zambrano y Jesús Guerrero Hernández relataron de una manera descomplicaday convincente sus orígenes, las circunstancias en las cuales crearon y consolidaron sus empresas marroquinera y Servientrega, respectivamente, así como su forma de ver los negocios y la vida misma.


Organizada por la Facultad de Ciencias Económicas, Administrativas y Contables, así como por la Oficina de Becas, Graduados y Emprendimiento de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), esta actividad realizada el pasado martes 4 de abril logró que durante dos horas los estudiantes y docentes que acudieron al Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ no se perdieran detalle alguno, ni siquiera cuando la cabeza del grupo Servientrega se tomó una selfi para subir a Twitter, como si se tratara de un adolescente que se para por primera vez a un escenario y no del ‘cacao’ que bien podría estar en un yate en el Mediterráneo acompañado de cinco modelos rusas y esperando que sus subalternos le giraran las ganancias de un emporio que el año pasado facturó tres billones de pesos, o “one billion dollars”, como lo recalcó de manera jocosa Guerrero, sin disimular su origen campesino.

Mario Hernández, nacido en Capitanejo (Santander), y Jesús Hernández, de Jenesano (Boyacá) no son novatos en eso de enfrentar a un público que una y otra y otra vez, en Bucaramanga o en donde sea,les indagarán por los secretos de su éxito, como si se tratara de una fórmula mágica o de sacarle la raíz cuadrada a determinada cifra.


Dispuestos a escuchar tantas inquietudes de quienes en su mayoría se autodenominan emprendedores, Hernández y Guerrero coincidieron –como era de esperarse–en hablar de disciplina, constancia, creatividad, asumir riesgos e insistir, pero además utilizaron un lenguaje llano que hasta al más despistado le quedó claro que para estar donde están han requerido de demasiado esfuerzo y coraje, pero que si ellos en medio de tantas adversidades lo lograron, entonces quien se lo proponga y no ‘tire la toalla’ también podrá coronar ese propósito.



Luego de que el rector Alberto Montoya Puyana, les agradeciera su presencia y les dijera que la UNAB está decididamente en la onda de la innovación y la creatividad, Hernández abrió la ‘faena’ expresando dos de sus frases preferidas: “Aprendí que el dinero no es lo esencial, sino el poder de las ideas” y “Oportunidades hay todos los días en todas partes, lo que hay es que saberlas detectar”.

Con las heridas sanadas de tantas caídas que ha tenido en su trasegar como empresario marroquinero y teniendo presente que su “sueño inicial” fueron el hambre y la necesidad después de quedar huérfano a los diez años de edad, señaló que “si uno quiere ayudar a construir un mejor país, hay que transmitir las experiencias y el conocimiento”.

Y justo la primera pregunta fue sobre su éxito, por lo que Hernández respondió: “Mucha constancia, innovación, producto, calidad, precio, servicio y mucha humildad. Es como la vida, que uno nace, le enseñan a caminar y comer, entra a kínder y luego vienen la primaria y el bachillerato. Las empresas son exactamente iguales. Uno no puede entrar a la universidad de una vez. Con los negocios hay que tener paciencia y la experiencia se va adquiriendo. Se tiene que viajar mucho, hoy en día con la globalización y con la apertura económica hace ya veinticinco años. Estamos compitiendo con las marcas internacionales, por lo que debemos competir con calidad, diseño, diferenciación y precio”.

Arrancó comprándole por accidente a un amigo una tienda de artículos de cuero y a los dos años ya tenía ocho tiendas, pero no encontraba el producto que quería. Como no estudió diseño, entonces compró la fábrica en 1978 y empezó a hacer locuras: incorporó el color cuando en Colombia solo se acostumbraba negro y café, y hace quince años se le ocurrió la idea de las mariposas aunque sus creativos le dijeran que no les gustaban. “Les pregunté si ellos me iban a comprar la producción, entonces no jodan. Fabriquen y punto”.

Como un buen chef, médico o abogado, cada quien debe tener las ideas claras y crear un equipo para cada día reinventarse. Recordó que en 1992 se fue a Hong Kong con el objetivo de vender y se dio cuenta que lo que había que hacer es comprar, por lo que empezó fabricar equipaje y otros artículos. “Al estar globalizados si queremos competir y generar una marca, debemos ofrecer un paquete de servicios. Entonces fabricamos calzado en Brasil, mientras que en Italia compramos cueros y hacemos los herrajes, para ser internacionales. Si yo quiero competir con las marcas internacionales tengo que tener una calidad como esas”.


Como más claro no canta el gallo, Hernández dijo que la dirección y la motivación son básicas, pero “si no hay humildad no hay nada. El problema de los emprendedores es que ganan una platica y lo primero que compran es carro. Hay que invertirle al negocio, hay que aprenderlo y se tiene que ser bueno en el negocio. En todo oficio o profesión hay que estar investigando y más con esta competencia que hay y cada día va a ser peor, pero también hay más oportunidades”.

Hace seis años estaba de paseo por Palm Beach (Estados Unidos) y después de asistir a un cóctel con su esposa pasaron frente a una galería de arte. De allí le surgió la inquietud de poner en sus bolsos los cuadros del pintor. “Me dijeron que estaba loco. Hoy en día todo el mundo lo está haciendo, porque es cargar una obra de arte a precio ‘chibcha’”.

Y de la manera más elemental reflexionó: “Siempre estamos innovando. Porque el cliente no es que necesite un bolso, porque eso lo puede cargar en un talego de supermercado, sino es la innovación, sentir algo diferente. Hace treinta años las mujeres usaban muchas joyas y unos accesorios horribles. Hoy en día usan el accesorio, una blusita de Zara, un bluyín y se ven perfectas”.

Sabe que hacer un buen producto es exigente y hoy existen dos alternativas: los accesorios son de lujo o hechos en China muy baratos, razón por la cual claudicaron tantas fábricas en Colombia y en Santander también. Su empeño es tener una calidad al nivel europeo, “pero los materiales y la mano de obra son costosas y hacer un excelente producto es difícil. Tenemos los productos de la calidad de ellos aunque estamos a la cuarta parte de sus precios. El cuero mío vale el doble del de Louis Buitton, pero mi producto vale la cuarta parte. Es como la vaca, que mi Dios nos dio todo. Una vaca pesa cuatrocientos kilos y cuánto pesa el lomo: tres o cuatro kilos. Y toda la vaca se come. Entonces quién compra el lomo: el que conoce, el que lo puede pagar. Lo mismo que los aviones con primera clase y turista. Adelante casi nunca van llenos y atrás van repletos”. Ha escudriñado las costumbres y comportamiento de los compradores locales y sentencia: “A todos les parecemos caros, pero cuando los usan les parecemos baratos”.

“Los fracasos no son fracasos, sino enseñanzas. Lo que hay que hacer es aprovecharlos y así como surgen problemas, la vida nos da las soluciones. Hay que estar pendientes y detectar las fallas y estudiar el mercado, a qué clientes estoy llegando, qué precios estoy dando, comprar bien para poder vender bien. Pero lo que me preocupa es que algunos ejecutivos salen de la universidad y quieren que les lleven todo al escritorio. Eso no es así. Hay que ir y buscar, hay que ver materiales, hay que mirar la moda, observar para dónde vamos y ser creativos. Por eso en la UNAB y en las demás universidades deben investigar y pensar más. Mis ejecutivos no pueden llevar sus computadores a las reuniones, porque uno les dice cuatro por cuatro y sacan una calculadora y no saben multiplicar. Lo que necesito de mis ejecutivos es que piensen, que me ayuden a ver cómo salimos adelante. Hay que estar creando todos los días”, insistió.

Y es que por más que vuelvan a preguntarle cuál es la experiencia más traumática que ha tenido y cómo pudo superarla, Hernández asevera con convicción: “¡Ninguna! Todas han sido excelentes. En 1992 monté un almacén en el Trump Plaza en Nueva York y me cogió la época difícil de esa ciudad en la que no se vendía nada. El nombre genérico de Marroquinera no funcionó. Fuera de eso llevé café y negro y tampoco funcionó. No sabía que había estaciones porque aquí no las tenemos. Me fue pésimo e inclusive hablé con (Donald) Trump y me bajó el arriendo. Estuve tres o cuatro años allí y perdí una plata, pero como nunca fui a la universidad ese fue mi mejor MBA (maestría en administración de negocios). De ahí vino el cambio del nombre, por ejemplo. Entonces eso no fue pérdida sino una gran experiencia la que tuve. Entonces sino aprovecha esas circunstancias, pues va corrigiendo y sale adelante”.

A Mario Hernández le apasiona trabajar y le gusta lo que hace. “No estoy pensando en montones de dinero, porque no lo es todo en la vida. Hay que compartir y ayudar a la gente que trabaja con uno. Les echamos la culpa a los políticos, pero la culpa también es nuestra porque en Colombia nos falta compartir y pagarles mejor. Miren esos estadounidenses como reparten su capital y como Warren Buffet le dio treinta y siete mil millones de dólares a Bill Gates para su fundación. Aquí queremos tener fundaciones para figurar y no pagar impuestos. El mejor premio es llegar uno a viejo y que lo reciban en todas partes con un buen nombre. La plata no te la echan al cajón. Entonces hay que construir toda una vida, un buen ejemplo, ayudar a su país y a su gente. Mi meta es que todos tengan casa propia y que sean felices. Esa es mi mayor satisfacción”.

Con esa misma claridad señala que en Santander y en Colombia faltan empresarios en todos los renglones y son contadas las empresas que estén en otros mercados como las grandes multinacionales. “Cómo será que ni siquiera nosotros tenemos un almacén por departamentos de un colombiano en Colombia, y tuvieron que venir los chilenos. Nos pusimos los comerciantes a comprar locales y no crecimos. Es mucho culpa nuestra. Somos trópico, nos falta ponerle más garra, nos falta pensar más a largo plazo, nos falta invertir más en el negocio. En Argentina, por ejemplo, se reinventaron en calzado y pasaron de fabricar treinta millones de pares a noventa millones. Hay unas grandes oportunidades. El consumo de calzado en Colombia es de ciento veinte millones de pares. ¿Cuántos quieren hacer? Si quieren hacer unas buenas sandalias, háganlas pero especialícense. Yo tengo que hacer el mocasín en Brasil porque aquí no lo puedo hacer y en Bucaramanga me están copiando todos. Veo avisos con el MH y productos horribles. Copiando. No, por ahí no es. Hay que ser creativos y tener calidad. Tenemos que cambiar la mentalidad”.

Recomienda entonces a quienes está obsesionados con exportar: “Comencemos por la casa. ¿Estamos preparados para competir en mercados internacionales? ¿Tenemos la materia prima? ¿Tenemos el diseño? ¿Tenemos las cantidades? ¿Porque si tienen un buen precio y le piden doscientas mil unidades en Estados Unidos qué hace? No lo estamos”.

Trabaja desde las seis de la mañana y cuando hace entrevistas a candidatos que quieren ser parte de Mario Hernández, no se fija mucho en los títulos sino en las ganas. “Si la gente no le pone interés, si no investigan… como un buen chef. Si no va a la plaza de mercado a las cuatro de la mañana, si no compra los productos frescos, pues la comida no es buena. Es muy complicado formar equipos. Hay que dejar volar a la gente, pero que tengan ‘madera’. Porque si no tienen ‘madera’ se puede hacer lo que quiera y no van a funcionar”.

Arriesgar, arriesgar, arriesgar es su consigna. Hay que tener productos diferenciados, estar viendo qué quiere el mercado y por supuesto ser más honestos y transparentes. “Estamos en un país maravilloso, hemos crecido montones, somos la tercera economía latinoamericana, la clase media está subiendo, pero ya está en manos nuestras cómo podemos construir un mejor país. Si no generamos riqueza no generamos empleo, si no hay empleo no hay consumo. Tenemos que pagar impuestos y tenemos que votar. Nos toca entre todos ayudar a cambiar el mundo y aprovechar que estamos vivos”,concluyea sus 75 años Hernández, dándole el turno a “mi colega millonario”. 

El turno de ‘Chucho’


Con su sombrero de paisano y aspecto de persona del común al que lo único que le falta es la ruana –que con gusto se pondría–, Jesús Guerrero no olvida que empezó trabajando como mensajero hasta ser el presidente corporativo de Servientrega S.A. Tiene 51 años de edad y una sonrisa permanente de oreja a oreja. Mezcla anécdotas con apuntes jocosos y de entrada les aconseja a los jóvenes presentes que aprovechan el privilegio de estar en la universidad, porque “cuando a uno lo mandaban a estudiar le decían vaya y hágalo para que sea el celador de la Caja Agraria o para que trabaje en Telecom, pero nunca nos abrieron los ojos como a ustedes para poder formarse, ser independientes y montar su propio negocio”.

Con diecisiete mil pesos de 1982, que hoy podrían ser cerca de noventa mil pesos, arrancó su empresa. “Sin experiencia empresarial y sin plata, pero con deseos de hacer cosas diferentes”.

Esa es la historia de un muchacho travieso al que castigaban por lo menos tres veces al día y que manifiesta que la mejor empresa que alguien puede tener es la familia, “aunque también hay que hacer platica. Pero no platica para tener por tener, porque vinimos sin nada y nos vamos sin nada”.

Su presentación está soportada en fotos del álbum de una familia campesina de trece hermanos en la que él ocupa el séptimo puesto. Iba a estudiar descalzo y tenía que lavarse los pies a la entrada de la escuela para ponerse las alpargatas.

Lleva a Boyacá en su corazón y recuerda que su papá fue un analfabeta llamado Concepción, que llegó a ser una persona influyente no solo en su pueblo sino en su departamento. Cada vez que podía le recomendaba que se relacionara bien y así lo hizo ‘Chucho’. “Siempre he sido una persona alegre, extrovertido, mamador de gallo y loco”, confiesa.

Con los treinta y dos mil pesos de su liquidación como mensajero, Guerrero guardó diecisiete mil para montar la empresa y cogió quince mil para comprar tres vestidos de paño. “Fui a la Cámara de Comercio y escogí tres nombres: Servientrega, Express 6 y Serviexpress, y el que más me gustó fue Servientrega. ¿Por qué? No hice estudio de mercadeo y no contraté a nadie, sino como iba a montar una empresa de mensajería me incliné por ese”.

Tocó muchas puertas, incluso entre sus hermanos y amigos para que fueran sus socios y nadie quiso. Finalmente Nelson Hernández, una hermana, Julio Roberto Moreno y una de sus hermanas se interesaron. Al año los dos primeros vendieron sus participación y Moreno seis meses después.

Conserva una de sus tarjetas de presentación que decían: Jesús Guerrero H. representante. Transversal 57 #1B-08 Barrio Galán. “Entonces en las mañanas visitaba a mis clientes, y en las horas de la tarde me quitaba la cortaba e iba a recoger los paquetes. Algunos me decían si no es que trabajaba en una multinacional y no entendían por qué iba a recoger. Les respondía entonces que había demasiado trabajo. Pero resulta que el único empleado era yo”.

Arrancó de Bogotá a Buenaventura como único destino de sus encomiendas, visitando a clientes que hacían importaciones y que quedaban desconcertados porque sus paquetes llegan primeros con Guerrero que con Flota La Macarena, aunque no es que ‘Chucho’ contara con vehículos propios o aviones, sino que también se valía de esa empresa transportadora.

“Nada es fácil y las cosas fáciles no duran. Mi papá nos prestaba cien mil pesos y nos cobraba intereses al cinco por ciento de día y al cinco por ciento de noche porque la plata no duerme. Y eso está bien, porque si no los hubiera regalado, nos hubiéramos gastado esa platica”. Y con el primer conejo que le regalaron vino su primer fracaso porque cuando ya tenía varios ejemplares, alguien dejó abierta la jaula y se le escaparon.

También vendió cilantro en la plaza de mercado para tener unos centavos de esa época y así poder invitar a tomar onces a sus amigos del colegio. “Hay que compartir. Siempre hay que hacerlo”.

En su opinión, la conquista de los negocios es como la conquista del amor. “Hay que meterle pasión a lo que se hace y hacerlo bien desde el principio, porque a veces a veces estamos acostumbrados a la mediocridad y para ser empresarios exitosos tenemos que hacer las cosas bien. Hay que también rodearse bien y estar interiormente bien”.


Sin chicanear, como dicen en la barriada, Jesús Guerrero hace un balance. “Hoy la compañía ha crecido algo. Empezamos con una oficina y para ser gerente de Servientrega hace treinta y cinco años tenía que tener una casa y además línea telefónica, porque era difícil conseguir teléfonos”.

“Hay que empezar, hay que soñar”, y rememora esos días cuando a los 17 años de edad y con los zapatos rotos fundó Servientrega. “Cogí un mapa y dije voy a facturar 500 millones de pesos, voy a tener 250 vehículos y voy a tener 150 oficinas. Ese era mi sueño, pero el sueño me quedó pequeño”.

Hoy Servientrega tiene cerca de 5.000 oficinas en Colombia. Su gran mayoría son franquicias, pero en ese momento no sabía que había que cobrarlas. Cuenta con cerca de 14 mil empleados solamente en Servientrega y en el grupo un poco más de 28 mil empleados.

Innovó montando oficinas cerca de la gente y creó Telegiros porque las personas mandaban el dinero en los sobres y los sobre se perdían. “Los mensajeros parece que tuvieran rayos X porque sobre que llevaba dinero era sobre que se perdía. Después Telegiros se convirtió en Efecty y hoy esa ‘compañiíta’ hace 119 millones de transacciones al año, facturó casi lo mismo que Servientrega y tiene 4.200 empleados”.

“Tenemos oportunidades todos los días pero las dejamos pasar”, dice, y se ríe como un adolescente relatando que se le ocurrió pintar un avión con los colores de Servientrega para dar la impresión de velocidad y efectividad frente a la competencia. En esos centros de soluciones, como dice su eslogan, el usuario puede hacer giros y envíos así como pagar facturas.

Guerrero no duda que hay que conquistar la mente del consumidor. “Partimos la historia de la mensajería y del correo en Colombia porque antes un envío de Bogotá a Buenaventura o Medellín se gastaba diez y hasta quince días, y hoy llega el mismo día o al día siguiente”.

Al comparar con el pasado, asevera que hoy es mucho más fácil hacer empresa. “Las fronteras solo quedaron en el mapamundi”, argumenta.



Empezó de cero y lo sigue haciendo. Razón por la cual él mismo le montó hace cinco años la competencia a Servientrega y Efecty. Merced a alianzas estratégicas con empresas de buses intermunicipales y cadenas de droguerías tiene otros 12 mil puntos conectados para hacer transacciones, pagos y envíos.

Pero no se quedó allí y adquirió hace dos años la compañía estatal Almagrario para integrarla con Servientrega y convertirla en un operador logístico que haga importaciones, almacenamiento y distribución, entre otros servicios, para tener una cadena de valor, reinventando y pasando de la remesa de los papás para el hijo que estudia en la capital a los silos de Santa Marta que reciben 32 mil toneladas de maíz –el equivalente a 1.200 tractomulas-. Dispone para ello de 1.200 vehículos en todo el país.

“No podemos quedarnos en la zona de confort. Hay que mirar otras oportunidades y sacudirnos”, sostiene Guerrero, a la vez que sigue mostrando cifras: en Ecuador tienen 1.700 empleados, más 400 en Perú, otros 350 en Panamá, más los que están en Venezuela, República Dominicana y Estados Unidos. “No es fácil hacer esto y lograr que el Gobierno estadounidense nos califique como la única compañía colombiana que puede hacer envíos y entregarlos en ese país”.

De Jenesano para el mundo, ‘Chucho’ Guerrero dice que hay que dejar de quejarse todos los días y en su lugar se deben pensar qué hace cada quien por el país. “Hay que hacer cosas totalmente diferentes. Lo fácil no existe. Hay que trabajar, pensar que podemos cambiar a Colombia, pero cada uno debe aportar su grano de arena para pasar de un país emergente a una gran potencia. Generemos empresas y nuevos puestos de trabajo. Dejen que sus pensamientos se vuelvan realidad”.


Ese fue el momento para la selfi con la V de la victoria, como si ‘Chucho’ estuviera celebrando un triunfo de la Selección Colombia o de su paisano ciclista Nairo Alexander Quintana. En primera fila Mario Hernández junto al rector de la UNAB llevándole la corriente y otros 750 estudiantes, profesores, decanos y visitantes en las demás sillas del Auditorio Mayor haciendo lo propio. El listón, como en las pruebas de atletismo, marcará un punto alto a superar en la Segunda Cátedra de Emprendimiento de la UNAB.