(Esta entrevista la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desde el 1 de mayo de 2017)
Por apoyar la Revolución Bolivariana y
manifestar que Hugo Rafael Chávez Frías es el hombre más grande que ha parido
América Latina en los últimos tiempos, a William Ospina Buitrago
(Herveo-Tolima, 1954) se le ha venido medio mundo encima. Pero él sigue ahí,
firme en sus convicciones, soportado en una búsqueda incesante del
conocimiento. Tiene una mente brillante y un tono pausado pero contundente que
le hace mantener la atención del público, trátese de avezados investigadores o
de estudiantes de esos que creen que todo está en Google.
Autor de novelas como “Ursúa”, “El país
de la canela”, “La serpiente sin ojos” y “El año del verano que nunca llegó”,
así como de ensayos como “Pa'que se acabe la vaina” y “¿Dónde está la franja
amarilla?”, Ospina es uno de los autores más eruditos que hay en Colombia, lo
cual le ha sido reconocido con premios como el Rómulo Gallegos (2009), Casa de
las Américas (2003) y Nacional de Poesía (1992). Con su columna dominical en el
diario El Espectador, se atreve a ir
al fondo de temas que otros colegas y medios de comunicación no ponen sobre el
tapete.
Por razones como esas la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) lo invitó a la V Jornada de Derecho
Constitucional “El derecho a la paz”, el pasado viernes 21 de abril, donde leyó
una ponencia en la que exploró las causas del conflicto armado interno en
Colombia, el panorama tras la firma de los acuerdos entre el Gobierno del
presidente Juan Manuel Santos Calderón y la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (Farc) y el papel que deben cumplir aspectos
fundamentales como la educación, la cultura y el medio ambiente.
Tan ‘encarretado’ está con el tema del
agua, que la próxima vez que pise estos parajes no vendrá tras los pasos del
conquistador español Pedro de Ursúa –fundador de Pamplona–, sino porque aceptó
la invitación de este periodista a recorrer el Páramo de Santurbán la gran
‘fábrica de agua’ de agua de ciudades como Bucaramanga y el cual está amenazado
por voraces proyectos de megaminería que han deslumbrado a más de un gremio y gobernante.
Y es que raíz de la reciente consulta
llevada a cabo en el departamento del Tolima, Ospina ha sentado posición: “No acaba de expresarse la voluntad popular en
Cajamarca, rechazando una explotación aurífera que amenazaría las fuentes de
agua, en una votación histórica que es ejemplo para el mundo, y ya un ministro
colombiano está negando la validez de ese triunfo y declarando que la decisión
ciudadana nada puede contra las decisiones del Gobierno”.
Complementando: “Han convocado a
la comunidad de Cajamarca a expresarse sobre si quiere o no que haya actividad
minera en su región, en esas montañas cuya riqueza son el agua y la
agricultura. Han autorizado la consulta, la han financiado: y cuando la
comunidad se expresa abrumadoramente a favor del agua y de la agricultura, un
ministro desvergonzado sale a negar la validez de la elección, la grandeza del
triunfo ciudadano y la obligatoriedad de su decisión.Uno no sabe si sentir
indignación, o sólo asco”.
Ante cuestionamientos de ese calibre, no
quedaba más remedio que entrevistarlo no solo sobre este tema, sino también
para conocer –por ejemplo– su concepto de democracia y su perspectiva sobre lo
que puede ocurrir en la Venezuela de Nicolás Maduro pero también en la Colombia
de Odebrecht y otros escándalos de corrupción. País que para Ospina “es un
inmenso desastre social donde los gobiernos se desentienden del sufrimiento del
pueblo; sólo llegan a cuidar de la gente después de unas calamidades que nunca
previenen, maquillan las cifras de empleo y procuran no tener en cuenta que la
mitad de la población trabajadora languidece en la informalidad y en el
rebusque”.
Esta es la extensa entrevista no apta para quienes
siguen creyendo que el mundo es de color rosa y no saben que –como lo sostiene
Ospina– “la compra de votos, el acarreo de electores, la financiación ilegal de
campañas, la calumnia, el rumor, y lo que recientemente se llama la mermelada,
el uso indebido de dineros públicos para obtener el triunfo electoral, son
prácticas comunes de nuestra democracia, bajo un poderoso y bien aceitado
modelo de gamonalismo regional totalmente conectado con los poderes centrales”.
Así que sírvase un café y lea.
En
la consulta popular de Cajamarca votaron 6.296 ciudadanos, de los cuales 6.165
lo hicieron por el No a la actividad minera en la zona cerrándole las puertas
al proyecto aurífero de ‘La Colosa’, detrás del cual está la multinacional
sudafricana AngloGold Ashanti. ¿Para qué sirvió que la comunidad expresara su
voluntad?
La decisión de la comunidad fue muy importante
y muy abrumadora en su mayoría, y aunque ya hay voces del Gobierno y voces por
supuesto interesadas en el tema de la minería que intentan minimizar la
importancia de esa consulta o negarla, yo creo que esa consulta va a tener un
efecto grande y multiplicador sobre el resto de la sociedad colombiana donde se
van a hacer consultas similares. El país ha sido condenado por la dirigencia a
convertirse en un país minero, nos han devuelto a la economía extractiva del
siglo XVI, pero la verdad es que aquí si no echamos a andar una agricultura y
una industria sanas y adecuadas a la época, pues destruyendo las fuentes
naturales y fracturando las montañas y aniquilando el agua no será como vamos a
salir de los problemas económicos que tenemos. De manera que hay que seguir
viendo la consulta de Cajamarca como un hito, como un ejemplo importantísimo
que tiene que seguir la comunidad en el proceso no solamente de rechazar la
minería y de proteger los recursos naturales, sino en el proceso de construir
una democracia en la que verdaderamente podamos creer.
Expertos
en el tema como Juan Pablo Ruiz Soto, miembro del Consejo Nacional de
Planeación además de economista y montañista, han dicho que “la minería
sostenible no existe. Por definición es la extracción de recursos naturales no
renovables y esto niega la posibilidad de una minería sostenible. Esto no
significa que no existan diversas formas de hacer minería, unas de alto
impacto, por su efecto destructivo sobre el medio social y natural, y otra de
bajo impacto”. ¿Usted se come el cuento de esas empresas y gremios que hablan
de ‘minería sostenible’ o de políticos como el ex presidente peruano Alan
García que aseguran que hay mineras que después de procesar el material
devuelven un agua más pura que la que utilizaron para el proceso?
Es que una cosa era la minería en los
tiempos arcaicos, la minería de la Edad de Bronce y de la Edad de Hierro, e
incluso una cosa era la extracción de metales en los tiempos de la conquista de
América cuando los instrumentos con los cuales se hacía la extracción eran
mecánicos elementales y se extraía así el oro de la superficie. Aún en el siglo
XIX la extracción minera con los primeros rudimentos de la Revolución
Industrial, y otra cosa es la minería contemporánea que como ya se han agotado
las reservas superficiales de las minas, tendría que socavar la tierra,
fracturarla y ahondar no solamente en las fuentes del agua y en las reservas de
toda índole. Es una minería que ya no se puede hacer sino con tremendos
traumatismos para la naturaleza. Yo no creo que a estas alturas de la historia
la minería pueda ser un factor central de la economía de ningún país. Pienso
que la economía de los países tiene que contar básicamente con la creatividad,
con la fuerza de trabajo de la gente, con la capacidad de transformación de los
recursos, pero sobre todo en una estrategia que no sea la de la acumulación
ciega de riquezas para unas multinacionales o para unos capitales, sino una
economía que se revierta en beneficios para la comunidad y de la que la
comunidad sea protagonista. Basta seguir el rastro de lo que han sido las zonas
mineras en el mundo a lo largo de la historia para no encontrar prosperidad
sino las zonas más arrasadas y más deprimidas del planeta.
Algún
dirigente gremial que lo lea va a sospechar que usted es enemigo del
desarrollo.
Sí, hay una teoría del desarrollo y una
teoría del progreso que consiste en que los recursos son más importantes que
las personas, los metales más importantes que el agua y que los bosques. Una
idea nefasta del progreso que consistió en pensar que es progreso todo aquello
que destruye la naturaleza, todo lo que nos aleja del ámbito natural y que solo
es progreso lo que trae incremento del capital para los inversionistas. El progreso
se va a medir por el bienestar de las comunidades. Un progreso real se va a
medir por la manera como mantengamos el equilibrio de la naturaleza, como
podamos proteger unos recursos que no son solo para nosotros sino para las
generaciones del futuro. Esa idea del progreso como acabar con el mundo ya, hay
que borrarla.
El
senador Jorge Enrique Robledo Castillo ha advertido reiteradamente –y también
es válido para el Páramo de Santurbán- que las multinacionales mineras van por
lo que van, tienen demasiadas gabelas, dejan escasas regalías, pagan pocos
impuestos y cuando se marchan escasamente dejan el hueco, si es que lo dejan.
Así es, y yo veo que en Colombia basta
ir a Tumaco (Nariño), a las zonas de Antioquia donde tradicionalmente se
explotó el oro o a Marmato (Caldas) para ver en qué consiste el bienestar que
la minería le puede traer a la humanidad. No podremos negar que Colombia vive
en este momento en parte, o vivía hasta cuando se quebraron los precios del
petróleo, de las pocas reservas que están señaladas como existentes en el país.
Pero si tenemos que vivir tanto del petróleo y de la minería y del oro en estos
tiempos, es exclusivamente porque aquí nuestra dirigencia arrasó la agricultura
y arrasó la industria, poniéndonos a depender solamente de venderle materias
primas al mercado mundial, y nos propuso la interesante teoría de que nosotros
tenemos que consumir no lo que producimos sino lo que producen en otras partes.
Lo que logró la apertura económica que estamos padeciendo todavía no solo fue
desmantelar la incipiente industria nacional y desmantelar la pequeña y la
mediana agricultura de Colombia, sino que logró también el efecto inevitable:
que como los campesinos no pueden producir sino lo que se consume en el mundo,
pues el país se llenó de cultivos ilícitos.
¿Para
qué sirve el oro aparte de guardarlo en las bóvedas de los bancos (Estados
Unidos tiene almacenadas 8.000 toneladas y China 1.800 toneladas), darle algún
uso mínimo en la tecnología y adornar los cuellos, los dedos y las muñecas de
los nuevos ricos orientales que no saben en qué derrochar su dinero?
Eso del oro es misterioso. El oro es un
metal muy extraño. Casi todos los pueblos lo han visto con respeto y
admiración, no tanto por razones económicas sino por motivos culturales y
estéticos si se quiere. Los pueblos indígenas aquí por ejemplo consideraban al
oro un punto de contacto con la luz del sol y tenían con el oro una relación
casi sagrada, y a mí eso me parece mucho más razonable que venir, coger el oro,
volverlo lingotes y guardarlo por allá en unas cavernas en Estados Unidos o
China.
Una vez que hice una investigación
aprendí que el oro no se formó en la Tierra, sino solamente a las altísimas
temperaturas de la explosión de las estrellas, que es el vestigio de
antiquísimas catástrofes galácticas y en esa medida tal vez allí está la
fascinación que despierta en nosotros. Pero esa fascinación la despierta más en
la gente que usa una sortija de oro o una cadena, o en quienes utilizan el oro
para esos fines rituales, o el oro que se usa para fines muy sofisticados de la
industria, y otra cosa es el oro como objeto de tráfico, de enriquecimiento y
como objeto de saqueo.
Afirma
usted que la democracia no hay que soñarla sino hacerla la realidad,
construirla. ¿Es posible anhelar una democracia en un país como Colombia?
Nuestra República fue fundada sobre los
ideales de la democracia de la Revolución Francesa. Todos sabemos hoy que ese
fue un discurso impostado, que no había una voluntad real de construir una
democracia por parte de los primeros poderes que fundaron la Nación y sobre
todo de los que se tomaron la vocería de la comunidad un poco después, porque
por ejemplo tardaron mucho tiempo en abolir la esclavitud, y la esclavitud ni
siquiera fue abolida por razones humanitarias sino porque se volvió mal
negocio. Pero aquí el esfuerzo verdadero por incorporar a la vida práctica esos
ideales vagos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, no se hicieron.
Todos sabemos que Colombia es un país de exclusiones, de menosprecio por las
gentes humildes, por los pueblos indígenas y de origen africano. Todos sabemos
en qué condiciones viven hoy los pueblos indígenas y en qué condiciones viven
en general los pobres del país, que son una subhumanidad y eso no es una
democracia presentable.
La dirigencia colombiana muestra con
mucho orgullo su feria de urnas electorales cada cuatro años, pero reconoce que
esa feria de las urnas no expresa la voluntad y la opinión de la ciudadanía
sino el poder de los recursos que se invierten para hacerse elegir, de las
plutocracias que pagan las gigantescas campañas publicitarias que se requieren
para esas elecciones, y en esa medida es necesario empezar a hablar de una
nueva democracia y de una democracia verdadera.
¿Qué
significa una democracia verdadera?
Es aquella en la que cada ser humano
tiene un valor. No solo el valor de un voto, sino el valor de una dignidad.
Donde cada ser humano sienta que hay oportunidades para él. Un país como
Colombia que tiene diez millones de personas en el exilio económico, gentes que
no se van para Francia ni para Inglaterra porque quieran conocer la cultura de
esos países, sino que se encierran allá en unas cantinas a comer empanadas y
tomar aguardientico y añorar el país que tuvieron que dejar y que solamente
quieren comer lo que comían aquí porque no les interesa la gastronomía de allí,
eso solo significa que están contra su voluntad, sobreviviendo lejos del mundo
y ayudando a mantener esta sociedad nuestra.
Construir un país en donde todos podamos
habitar, donde todos nos sintamos significados y donde las inmensas mayorías
ninguneadas hasta ahora por una casta aristocrática no solamente excluyente y
codiciosa sino profundamente ignorante que tiene al país en una situación
desesperante, es una prioridad de todos nosotros. Y no es difícil esa
reinvención de la democracia. Basta dejar de creer que solo unos cuantos están
favorecidos por el privilegio de poder gobernar, que solo unos cuantos tienen
derecho a tomar decisiones, y basta amar este país y tratar de protegerlo, lo
que no están haciendo quienes hasta ahora lo han administrado.
Quienes
asistieron a su charla en el Auditorio ‘Jesús Alberto Rey’ quedaron atónitos
cuando usted manifestó que “es alarmante que haya más muertos por un aguacero
en Colombia que por una revolución en Venezuela”.
Por supuesto que son comparaciones que
se hacen a la luz del diálogo, pero no tienen que ver con una teoría ni mucho
menos de lo que pueda ser la situación de nuestros países. Yo siento que
Venezuela es un país mucho más pacífico que Colombia. Eso es evidente. Colombia
padece una violencia enquistada ancestral y pues una polarización como la que
vive hoy Venezuela en Colombia costaría muchísimos muertos cada día. Pero sí me
parece importante de todas maneras llamar la atención sobre que aquí muchas
veces nos intentan convencer de que todos los desastres y todas las cosas
horribles solo pasan en otra parte y hacen todo lo posible por que no
advirtamos la profunda dificultad en que vive la mayoría de nuestra población.
Estos son hechos son reales. Aquí los muertos de los aguaceros no se deben a
los aguaceros, sino a una manera de administrar el país en donde la prevención
es poca, el cuidado de la prudencia y de la justicia son pocos y después al
final sí tratan con grandes shows
publicitarios de mostrar la solución de los problemas, pero solo se quieren
solucionar a posteriori. Ya pasó con
Armero (Tolima), acaba de pasar con Mocoa (Putumayo)… los gobiernos llegan,
pero siempre llegan tarde.
En
los dos últimos años los sectores de derecha han organizado marchas protestando
contra el Gobierno, contra los acuerdos con las Farc y contra todo lo que se
les ocurre. Pero me llama la atención que gritan consignas como “¡Santos
guerrillero!”. Si eso fuera así, entonces usted sería Lionel Messi o Napoleón
Bonaparte.
Aquí hay mucha desinformación y a cada
quien le da por reinterpretar el mundo a su modo. Personalmente soy muy crítico
del proceso de paz que se está viviendo hoy en el país, pero no me cabe la
menor duda de que ese proceso de paz es necesario. Lejos de mí el pensar que la
guerra sea la solución para los problemas de Colombia y durante más de veinte
años he abogado por la solución negociada del conflicto. Pero la razón por la
cual soy crítico de ese proceso es porque me parece insuficiente, que no está
cumpliendo con algunas tareas que son fundamentales para que se pueda hablar de
una paz verosímil. Colombia no solo requiere pactos entre guerreros. Está muy
bien que se den y que se desmovilicen, pero que no pretendan que allí se agota
la paz.
La paz requiere transformaciones
profundas. La paz requiere pensar en la gente. Pensar en las necesidades
mínimas de ingreso de una población muy grande que no tiene recursos. Y cuando
no se tienen recursos no se tiene ni siquiera la dignidad elemental para
influir en la vida pública. Tenemos abandonados a nuestros jóvenes en manos del
delito, de la guerrilla, de los paramilitares, en manos de las armas aunque
sean las armas oficiales, o en manos del microtráfico. No solamente no les
brindamos educación y salud, sino que no les brindamos un ingreso básico mínimo
que les permita avizorar el fututo con alguna confianza y sentirse parte
necesaria de la comunidad. Si esas reformas no se hacen, no creo que haya
voluntad de paz real. Una paz que desmovilice unos ejércitos porque son muy incómodos,
pero que no viabilice la posibilidad de una vida digna para la comunidad, es
una paz muy frágil. Una buena prueba está en que un proceso tan necesario, más
de diálogo que de paz y que ha debido recibir un apoyo masivo de la población
se hizo tan a espaldas de la gente que al final el ochenta por ciento le dio la
espalda. ¿Y qué paz puede ser una paz a la que el ochenta por ciento le da la
espalda? Si la paz no se hace con la gente, difícilmente puede abrirse camino.
¿Es
posible pensar en una paz en la que los grandes empresarios y los
terratenientes no se metan la mano al bolsillo?
Una paz verdadera tiene que implicar una
suerte como de negociación múltiple de los muchos poderes que hay en la
sociedad. Aquí hay unos dueños de la tierra con los que hay que dialogar,
porque esa tierra tiene que volverse benéfica para la comunidad. No se trata
casi ni de discutir el problema de la propiedad porque es un problema de
productividad, de tributación y de modernidad. En ningún país del mundo la
gente se puede dar el lujo de tener cincuenta mil o cien mil hectáreas y que no
se traduzca eso en beneficio para un sector considerable de la población. Y eso
no tiene que ser un proceso traumático. No tiene que volverse un enfrentamiento
entre colonos y propietarios, entre aparceros y dueños de la tierra, pero sí
hay que hacer unas alianzas productivas y unos acuerdos que favorezcan a todo
el mundo, especialmente a la gente más humilde que está despojada de toda
esperanza y de toda oportunidad. Hay que echar a andar una gran y una pequeña
agricultura con el contrato básico de proteger la naturaleza y restaurar una
naturaleza tan extraordinaria como la nuestra, que está padeciendo de tantas
maneras el saqueo y la destrucción. Nuestra tierra es muy exuberante, pero
también es muy frágil y si no logramos encontrar ese equilibrio entre nuestro
aprovechamiento de la naturaleza y su conservación a largo plazo, pues
estaremos cometiendo un suicidio pavoroso. Necesitamos una industria limpia,
una sustitución de fuentes de energía y necesitamos que un montón de poderes
que existen entre en esos acuerdos. Hay que dialogar con los empresarios que se
ven frustrados en sus posibilidades porque no hay ni crédito suficiente ni
verdadera interlocución. La gente humilde también tiene que ser un poder.
Gobernar debería ser una fiesta del conocimiento y del asombro por un país tan
maravilloso y desafortunadamente aquí gobernar se ha vuelto solamente una
escuela de odios y de intolerancia.
Santos
le dijo a Maduro que la Revolución Bolivariana es un fracaso, y Maduro le
contestó que Colombia es un Estado fallido, que hay 5,6 millones de colombianos
viviendo en el vecino país, y que solamente durante el año pasado llegaron
otros cien mil huyéndolo al desempleo y al hambre. ¿Es una pelea de comadres?
¿Qué es?
Algo que no creo que vaya a llevar muy
lejos. Alguien decía y creo que tiene razón, que cada uno de ellos trata de
crear un problema afuera para tratar de distraer los problemas internos que son
muy graves. Venezuela tiene hoy problemas muy graves de falta de diálogo y de
acuerdo que tiene que resolver internamente. Colombia tiene muchos problemas
también y no es bueno ni para Venezuela ni para Colombia que el país de al lado
se convierta como en el interlocutor de la astucia política, de señalar al
vecino como el verdadero causante de nuestros males. Los venezolanos no son los
causantes de los males de Colombia, ni los colombianos los causantes de los
males de Venezuela. Hay 5,6 de colombianos en Venezuela y han sido muy bien
recibidos allá. No sé cuántos venezolanos hay ahora en Colombia pero también
han sido bien recibidos. No debería haber motivo de discordia por ese lado.
Pero este problema no es tanto para dejar en manos de los políticos, y tienen
que ser las comunidades las que estén por encima de los odios políticos y
encuentren caminos verdaderamente grandes para enfrentar los desafíos de esta
época.
¿Usted
ve un presidente Maduro sosteniéndose por la vía democrática o presagia un mar
de sangre en Venezuela?
Afortunadamente Venezuela no es un país
violento. Si algo han demostrado estos diecisiete años de polarización
venezolana es que no es un país violento. Yo estuve hablando con una amiga
venezolana que es antichavista y que quiere que el país vaya por otro camino, y
ella me decía que había vivido una situación extraña en Colombia, porque un día
se estaba quejando de Maduro y alguien le dijo que entonces por qué no lo
matan. Ella se quedó alarmada y le respondió que no porque los venezolanos no
somos así y no pensamos que todo se resuelva matando gente. Y
desafortunadamente en Colombia hay quienes piensan que así se resuelven las
cosas, matando gente, y después de un siglo de muertes no hemos resuelto nada
porque matar no es una solución. Venezuela me parece ejemplar. Yo admiro a la
oposición venezolana porque a pesar de la ira y de la animadversión y de la
discordia que vive la sociedad, está lejos de llegar a extremos de violencia
como los que ha padecido tantas veces la sociedad colombiana. Admiro también al
chavismo que ha intentado hacer cosas muy benéficas para la población humilde.
Creo que tendrían campos de encuentro, posibilidades de diálogo tal vez no con
una vieja élite petrolera que se siente despojada de esa gran riqueza planetaria,
pero los sectores medios y humildes de Venezuela podrían encontrar una agenda
común y avanzar por un camino de prosperidad, si logran excluir a los que
quieren ser dueños de todo y que nadie más lo sea. Si creo que Colombia puede
encontrar su camino, siendo un país mucho más extraviado que Venezuela, mucho
más doloroso, más trágico, y que ha padecido una historia de conflictos
políticos y de intolerancias escalofriante. Sin embargo creo que Colombia
podría encontrar su camino también y que estamos aprendiendo de nuestra
experiencia y de la experiencia de nuestros vecinos, a construir las sociedades
que necesitamos. En eso no soy apocalíptico. Creo que los pueblos aprenden y
maduran, y Colombia va a encontrar su camino, pero sobre todo también en
Colombia ese camino pasa por apartar a una dirigencia que ha sido indigna de su
lugar y de sus posibilidades.
¿Y
el presidente estadounidense Donald Trump ‘qué pitos toca’? ¿En manos de quién
está la suerte del mundo?
Tal vez también en eso la historia es
sabia. Lo que parece estarnos diciendo la política contemporánea es que
cometimos un error al construir unos modelos políticos en los que unos hombres
pueden apoderarse de todo aún contra la voluntad de la humanidad. La historia
nos está diciendo que vamos a tener que inventarnos un modelo político en el
cual la democracia representativa delegue menos tanto poder en unas manos que a
veces pueden ser muy sabias y a veces pueden ser muy necias y entonces estamos
jugando con candela. Estamos jugando a la ruleta rusa con el modelo de
democracia que hemos construido. No sabemos en qué momento la pistola va a
disparar sobre nuestra sien. Una de las consecuencias que va a tener el
Gobierno de Trump es que va alarmar a la comunidad y le va a enseñar también a
los estadounidenses que los ciudadanos deben pesar un poco más y las potestades
deben pesar un poco menos. Que esa vieja solución de crear emperadores
transitorios que cada cuatro años puedan hacer lo que se les dé la gana no
puede ser una democracia en el sentido profundo de la palabra y que tal vez va
a haber que corregir tanta centralidad, tanta autonomía de los poderes y
también devolverle a las comunidades un poco más de capacidad de decisión con
respecto a lo que se hace en los territorios y con respecto a los recursos que
se invierten, porque estamos lejos de la democracia que necesitamos.
Fíjese
que terminamos esta entrevista sin mencionar si quiera a Álvaro Uribe Vélez.
¿Eso quiere decir que estamos avanzando en Colombia?
Creo que sí y que
tanto Uribe como Santos están en decadencia. La vieja dirigencia colombiana,
que mangoneó al país durante décadas siempre con la misma lógica que ahora
intentan utilizar que es la de polarizar a la sociedad y ponerla a girar no
alrededor de ideas sino de personas, no alrededor de soluciones sino de odios,
está fracasando porque no está resolviendo problemas. Eso no nos está llevando
a encontrar caminos para nuestra sociedad. Después de cien años de esa manera
de hacer política, hay que ver el país y su naturaleza, cómo están los ríos,
cómo están los páramos, cómo están los glaciares, cómo están los bosques, cómo
están las ciudades, cómo está la juventud, cómo está la educación y como está
la salud, para entender que de esta catástrofe tenemos que salir renunciando a
esa dirigencia y aprendiendo a confiar más en nosotros mismos.
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