(Esta nota la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desde el 1 de mayo de 2017)
Si en la Primera Cátedra de
Emprendimiento querían tener ejemplos fehacientes de la forma en que “los
sueños se pueden convertir en realidad” –como rezaba su eslogan–, pues lo
lograron a cabalidad porque los empresarios Mario Hernández Zambrano y Jesús
Guerrero Hernández relataron de una manera descomplicaday convincente sus
orígenes, las circunstancias en las cuales crearon y consolidaron sus empresas marroquinera
y Servientrega, respectivamente, así como su forma de ver los negocios y la
vida misma.
Organizada por la Facultad de Ciencias
Económicas, Administrativas y Contables, así como por la Oficina de Becas,
Graduados y Emprendimiento de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), esta actividad realizada el pasado
martes 4 de abril logró que durante dos horas los estudiantes y docentes que
acudieron al Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ no se perdieran detalle
alguno, ni siquiera cuando la cabeza del grupo Servientrega se tomó una selfi
para subir a Twitter, como si se tratara de un adolescente que se para por
primera vez a un escenario y no del ‘cacao’ que bien podría estar en un yate en
el Mediterráneo acompañado de cinco modelos rusas y esperando que sus subalternos
le giraran las ganancias de un emporio que el año pasado facturó tres billones
de pesos, o “one billion dollars”, como
lo recalcó de manera jocosa Guerrero, sin disimular su origen campesino.
Mario Hernández, nacido en Capitanejo
(Santander), y Jesús Hernández, de Jenesano (Boyacá) no son novatos en eso de enfrentar
a un público que una y otra y otra vez, en Bucaramanga o en donde sea,les
indagarán por los secretos de su éxito, como si se tratara de una fórmula
mágica o de sacarle la raíz cuadrada a determinada cifra.
Dispuestos a escuchar tantas inquietudes
de quienes en su mayoría se autodenominan emprendedores, Hernández y Guerrero coincidieron
–como era de esperarse–en hablar de disciplina, constancia, creatividad, asumir
riesgos e insistir, pero además utilizaron un lenguaje llano que hasta al más
despistado le quedó claro que para estar donde están han requerido de demasiado
esfuerzo y coraje, pero que si ellos en medio de tantas adversidades lo
lograron, entonces quien se lo proponga y no ‘tire la toalla’ también podrá
coronar ese propósito.
Luego de que el rector Alberto Montoya
Puyana, les agradeciera su presencia y les dijera que la UNAB está decididamente
en la onda de la innovación y la creatividad, Hernández abrió la ‘faena’ expresando
dos de sus frases preferidas: “Aprendí que el dinero no es lo esencial, sino el
poder de las ideas” y “Oportunidades hay todos los días en todas partes, lo que
hay es que saberlas detectar”.
Con las heridas sanadas de tantas caídas
que ha tenido en su trasegar como empresario marroquinero y teniendo presente
que su “sueño inicial” fueron el hambre y la necesidad después de quedar
huérfano a los diez años de edad, señaló que “si uno quiere ayudar a construir
un mejor país, hay que transmitir las experiencias y el conocimiento”.
Y justo la primera pregunta fue sobre su
éxito, por lo que Hernández respondió: “Mucha constancia, innovación, producto,
calidad, precio, servicio y mucha humildad. Es como la vida, que uno nace, le
enseñan a caminar y comer, entra a kínder y luego vienen la primaria y el
bachillerato. Las empresas son exactamente iguales. Uno no puede entrar a la
universidad de una vez. Con los negocios hay que tener paciencia y la
experiencia se va adquiriendo. Se tiene que viajar mucho, hoy en día con la
globalización y con la apertura económica hace ya veinticinco años. Estamos
compitiendo con las marcas internacionales, por lo que debemos competir con
calidad, diseño, diferenciación y precio”.
Arrancó comprándole por accidente a un
amigo una tienda de artículos de cuero y a los dos años ya tenía ocho tiendas,
pero no encontraba el producto que quería. Como no estudió diseño, entonces
compró la fábrica en 1978 y empezó a hacer locuras: incorporó el color cuando
en Colombia solo se acostumbraba negro y café, y hace quince años se le ocurrió
la idea de las mariposas aunque sus creativos le dijeran que no les gustaban.
“Les pregunté si ellos me iban a comprar la producción, entonces no jodan.
Fabriquen y punto”.
Como un buen chef, médico o abogado,
cada quien debe tener las ideas claras y crear un equipo para cada día
reinventarse. Recordó que en 1992 se fue a Hong Kong con el objetivo de vender
y se dio cuenta que lo que había que hacer es comprar, por lo que empezó
fabricar equipaje y otros artículos. “Al estar globalizados si queremos
competir y generar una marca, debemos ofrecer un paquete de servicios. Entonces
fabricamos calzado en Brasil, mientras que en Italia compramos cueros y hacemos
los herrajes, para ser internacionales. Si yo quiero competir con las marcas
internacionales tengo que tener una calidad como esas”.
Como más claro no canta el gallo,
Hernández dijo que la dirección y la motivación son básicas, pero “si no hay
humildad no hay nada. El problema de los emprendedores es que ganan una platica
y lo primero que compran es carro. Hay que invertirle al negocio, hay que
aprenderlo y se tiene que ser bueno en el negocio. En todo oficio o profesión
hay que estar investigando y más con esta competencia que hay y cada día va a
ser peor, pero también hay más oportunidades”.
Hace seis años estaba de paseo por Palm
Beach (Estados Unidos) y después de asistir a un cóctel con su esposa pasaron
frente a una galería de arte. De allí le surgió la inquietud de poner en sus
bolsos los cuadros del pintor. “Me dijeron que estaba loco. Hoy en día todo el
mundo lo está haciendo, porque es cargar una obra de arte a precio ‘chibcha’”.
Y de la manera más elemental reflexionó:
“Siempre estamos innovando. Porque el cliente no es que necesite un bolso,
porque eso lo puede cargar en un talego de supermercado, sino es la innovación,
sentir algo diferente. Hace treinta años las mujeres usaban muchas joyas y unos
accesorios horribles. Hoy en día usan el accesorio, una blusita de Zara, un
bluyín y se ven perfectas”.
Sabe que hacer un buen producto es
exigente y hoy existen dos alternativas: los accesorios son de lujo o hechos en
China muy baratos, razón por la cual claudicaron tantas fábricas en Colombia y
en Santander también. Su empeño es tener una calidad al nivel europeo, “pero
los materiales y la mano de obra son costosas y hacer un excelente producto es
difícil. Tenemos los productos de la calidad de ellos aunque estamos a la
cuarta parte de sus precios. El cuero mío vale el doble del de Louis Buitton,
pero mi producto vale la cuarta parte. Es como la vaca, que mi Dios nos dio
todo. Una vaca pesa cuatrocientos kilos y cuánto pesa el lomo: tres o cuatro
kilos. Y toda la vaca se come. Entonces quién compra el lomo: el que conoce, el
que lo puede pagar. Lo mismo que los aviones con primera clase y turista.
Adelante casi nunca van llenos y atrás van repletos”. Ha escudriñado las
costumbres y comportamiento de los compradores locales y sentencia: “A todos
les parecemos caros, pero cuando los usan les parecemos baratos”.
“Los fracasos no son fracasos, sino
enseñanzas. Lo que hay que hacer es aprovecharlos y así como surgen problemas,
la vida nos da las soluciones. Hay que estar pendientes y detectar las fallas y
estudiar el mercado, a qué clientes estoy llegando, qué precios estoy dando,
comprar bien para poder vender bien. Pero lo que me preocupa es que algunos
ejecutivos salen de la universidad y quieren que les lleven todo al escritorio.
Eso no es así. Hay que ir y buscar, hay que ver materiales, hay que mirar la
moda, observar para dónde vamos y ser creativos. Por eso en la UNAB y en las
demás universidades deben investigar y pensar más. Mis ejecutivos no pueden
llevar sus computadores a las reuniones, porque uno les dice cuatro por cuatro
y sacan una calculadora y no saben multiplicar. Lo que necesito de mis
ejecutivos es que piensen, que me ayuden a ver cómo salimos adelante. Hay que
estar creando todos los días”, insistió.
Y es que por más que vuelvan a
preguntarle cuál es la experiencia más traumática que ha tenido y cómo pudo
superarla, Hernández asevera con convicción: “¡Ninguna! Todas han sido
excelentes. En 1992 monté un almacén en el Trump Plaza en Nueva York y me cogió
la época difícil de esa ciudad en la que no se vendía nada. El nombre genérico
de Marroquinera no funcionó. Fuera de eso llevé café y negro y tampoco
funcionó. No sabía que había estaciones porque aquí no las tenemos. Me fue
pésimo e inclusive hablé con (Donald) Trump y me bajó el arriendo. Estuve tres
o cuatro años allí y perdí una plata, pero como nunca fui a la universidad ese
fue mi mejor MBA (maestría en administración de negocios). De ahí vino el
cambio del nombre, por ejemplo. Entonces eso no fue pérdida sino una gran
experiencia la que tuve. Entonces sino aprovecha esas circunstancias, pues va
corrigiendo y sale adelante”.
A Mario Hernández le apasiona trabajar y
le gusta lo que hace. “No estoy pensando en montones de dinero, porque no lo es
todo en la vida. Hay que compartir y ayudar a la gente que trabaja con uno. Les
echamos la culpa a los políticos, pero la culpa también es nuestra porque en
Colombia nos falta compartir y pagarles mejor. Miren esos estadounidenses como
reparten su capital y como Warren Buffet le dio treinta y siete mil millones de
dólares a Bill Gates para su fundación. Aquí queremos tener fundaciones para
figurar y no pagar impuestos. El mejor premio es llegar uno a viejo y que lo
reciban en todas partes con un buen nombre. La plata no te la echan al cajón.
Entonces hay que construir toda una vida, un buen ejemplo, ayudar a su país y a
su gente. Mi meta es que todos tengan casa propia y que sean felices. Esa es mi
mayor satisfacción”.
Con esa misma claridad señala que en
Santander y en Colombia faltan empresarios en todos los renglones y son
contadas las empresas que estén en otros mercados como las grandes
multinacionales. “Cómo será que ni siquiera nosotros tenemos un almacén por
departamentos de un colombiano en Colombia, y tuvieron que venir los chilenos.
Nos pusimos los comerciantes a comprar locales y no crecimos. Es mucho culpa
nuestra. Somos trópico, nos falta ponerle más garra, nos falta pensar más a
largo plazo, nos falta invertir más en el negocio. En Argentina, por ejemplo,
se reinventaron en calzado y pasaron de fabricar treinta millones de pares a
noventa millones. Hay unas grandes oportunidades. El consumo de calzado en
Colombia es de ciento veinte millones de pares. ¿Cuántos quieren hacer? Si
quieren hacer unas buenas sandalias, háganlas pero especialícense. Yo tengo que
hacer el mocasín en Brasil porque aquí no lo puedo hacer y en Bucaramanga me
están copiando todos. Veo avisos con el MH y productos horribles. Copiando. No,
por ahí no es. Hay que ser creativos y tener calidad. Tenemos que cambiar la
mentalidad”.
Recomienda entonces a quienes está
obsesionados con exportar: “Comencemos por la casa. ¿Estamos preparados para
competir en mercados internacionales? ¿Tenemos la materia prima? ¿Tenemos el
diseño? ¿Tenemos las cantidades? ¿Porque si tienen un buen precio y le piden
doscientas mil unidades en Estados Unidos qué hace? No lo estamos”.
Trabaja desde las seis de la mañana y
cuando hace entrevistas a candidatos que quieren ser parte de Mario Hernández,
no se fija mucho en los títulos sino en las ganas. “Si la gente no le pone
interés, si no investigan… como un buen chef. Si no va a la plaza de mercado a
las cuatro de la mañana, si no compra los productos frescos, pues la comida no
es buena. Es muy complicado formar equipos. Hay que dejar volar a la gente,
pero que tengan ‘madera’. Porque si no tienen ‘madera’ se puede hacer lo que
quiera y no van a funcionar”.
Arriesgar, arriesgar, arriesgar es su
consigna. Hay que tener productos diferenciados, estar viendo qué quiere el
mercado y por supuesto ser más honestos y transparentes. “Estamos en un país
maravilloso, hemos crecido montones, somos la tercera economía latinoamericana,
la clase media está subiendo, pero ya está en manos nuestras cómo podemos
construir un mejor país. Si no generamos riqueza no generamos empleo, si no hay
empleo no hay consumo. Tenemos que pagar impuestos y tenemos que votar. Nos
toca entre todos ayudar a cambiar el mundo y aprovechar que estamos vivos”,concluyea
sus 75 años Hernández, dándole el turno a “mi colega millonario”.
El
turno de ‘Chucho’
Con su sombrero de paisano y aspecto de
persona del común al que lo único que le falta es la ruana –que con gusto se
pondría–, Jesús Guerrero no olvida que empezó trabajando como mensajero hasta
ser el presidente corporativo de Servientrega S.A. Tiene 51 años de edad y una
sonrisa permanente de oreja a oreja. Mezcla anécdotas con apuntes jocosos y de
entrada les aconseja a los jóvenes presentes que aprovechan el privilegio de
estar en la universidad, porque “cuando a uno lo mandaban a estudiar le decían
vaya y hágalo para que sea el celador de la Caja Agraria o para que trabaje en
Telecom, pero nunca nos abrieron los ojos como a ustedes para poder formarse,
ser independientes y montar su propio negocio”.
Con diecisiete mil pesos de 1982, que hoy
podrían ser cerca de noventa mil pesos, arrancó su empresa. “Sin experiencia
empresarial y sin plata, pero con deseos de hacer cosas diferentes”.
Esa es la historia de un muchacho
travieso al que castigaban por lo menos tres veces al día y que manifiesta que
la mejor empresa que alguien puede tener es la familia, “aunque también hay que
hacer platica. Pero no platica para tener por tener, porque vinimos sin nada y
nos vamos sin nada”.
Su presentación está soportada en fotos
del álbum de una familia campesina de trece hermanos en la que él ocupa el
séptimo puesto. Iba a estudiar descalzo y tenía que lavarse los pies a la
entrada de la escuela para ponerse las alpargatas.
Lleva a Boyacá en su corazón y recuerda
que su papá fue un analfabeta llamado Concepción, que llegó a ser una persona
influyente no solo en su pueblo sino en su departamento. Cada vez que podía le
recomendaba que se relacionara bien y así lo hizo ‘Chucho’. “Siempre he sido
una persona alegre, extrovertido, mamador de gallo y loco”, confiesa.
Con los treinta y dos mil pesos de su
liquidación como mensajero, Guerrero guardó diecisiete mil para montar la
empresa y cogió quince mil para comprar tres vestidos de paño. “Fui a la Cámara
de Comercio y escogí tres nombres: Servientrega, Express 6 y Serviexpress, y el
que más me gustó fue Servientrega. ¿Por qué? No hice estudio de mercadeo y no
contraté a nadie, sino como iba a montar una empresa de mensajería me incliné
por ese”.
Tocó muchas puertas, incluso entre sus
hermanos y amigos para que fueran sus socios y nadie quiso. Finalmente Nelson
Hernández, una hermana, Julio Roberto Moreno y una de sus hermanas se
interesaron. Al año los dos primeros vendieron sus participación y Moreno seis
meses después.
Conserva una de sus tarjetas de presentación
que decían: Jesús Guerrero H. representante. Transversal 57 #1B-08 Barrio
Galán. “Entonces en las mañanas visitaba a mis clientes, y en las horas de la
tarde me quitaba la cortaba e iba a recoger los paquetes. Algunos me decían si
no es que trabajaba en una multinacional y no entendían por qué iba a recoger.
Les respondía entonces que había demasiado trabajo. Pero resulta que el único
empleado era yo”.
Arrancó de Bogotá a Buenaventura como
único destino de sus encomiendas, visitando a clientes que hacían importaciones
y que quedaban desconcertados porque sus paquetes llegan primeros con Guerrero
que con Flota La Macarena, aunque no es que ‘Chucho’ contara con vehículos
propios o aviones, sino que también se valía de esa empresa transportadora.
“Nada es fácil y las cosas fáciles no
duran. Mi papá nos prestaba cien mil pesos y nos cobraba intereses al cinco por
ciento de día y al cinco por ciento de noche porque la plata no duerme. Y eso
está bien, porque si no los hubiera regalado, nos hubiéramos gastado esa
platica”. Y con el primer conejo que le regalaron vino su primer fracaso porque
cuando ya tenía varios ejemplares, alguien dejó abierta la jaula y se le
escaparon.
También vendió cilantro en la plaza de
mercado para tener unos centavos de esa época y así poder invitar a tomar onces
a sus amigos del colegio. “Hay que compartir. Siempre hay que hacerlo”.
En su opinión, la conquista de los
negocios es como la conquista del amor. “Hay que meterle pasión a lo que se
hace y hacerlo bien desde el principio, porque a veces a veces estamos
acostumbrados a la mediocridad y para ser empresarios exitosos tenemos que
hacer las cosas bien. Hay que también rodearse bien y estar interiormente
bien”.
Sin chicanear, como dicen en la
barriada, Jesús Guerrero hace un balance. “Hoy la compañía ha crecido algo.
Empezamos con una oficina y para ser gerente de Servientrega hace treinta y
cinco años tenía que tener una casa y además línea telefónica, porque era
difícil conseguir teléfonos”.
“Hay que empezar, hay que soñar”, y rememora
esos días cuando a los 17 años de edad y con los zapatos rotos fundó
Servientrega. “Cogí un mapa y dije voy a facturar 500 millones de pesos, voy a
tener 250 vehículos y voy a tener 150 oficinas. Ese era mi sueño, pero el sueño
me quedó pequeño”.
Hoy Servientrega tiene cerca de 5.000
oficinas en Colombia. Su gran mayoría son franquicias, pero en ese momento no
sabía que había que cobrarlas. Cuenta con cerca de 14 mil empleados solamente
en Servientrega y en el grupo un poco más de 28 mil empleados.
Innovó montando oficinas cerca de la
gente y creó Telegiros porque las personas mandaban el dinero en los sobres y
los sobre se perdían. “Los mensajeros parece que tuvieran rayos X porque sobre
que llevaba dinero era sobre que se perdía. Después Telegiros se convirtió en
Efecty y hoy esa ‘compañiíta’ hace 119 millones de transacciones al año,
facturó casi lo mismo que Servientrega y tiene 4.200 empleados”.
“Tenemos oportunidades todos los días
pero las dejamos pasar”, dice, y se ríe como un adolescente relatando que se le
ocurrió pintar un avión con los colores de Servientrega para dar la impresión
de velocidad y efectividad frente a la competencia. En esos centros de
soluciones, como dice su eslogan, el usuario puede hacer giros y envíos así
como pagar facturas.
Guerrero no duda que hay que conquistar
la mente del consumidor. “Partimos la historia de la mensajería y del correo en
Colombia porque antes un envío de Bogotá a Buenaventura o Medellín se gastaba
diez y hasta quince días, y hoy llega el mismo día o al día siguiente”.
Al comparar con el pasado, asevera que
hoy es mucho más fácil hacer empresa. “Las fronteras solo quedaron en el
mapamundi”, argumenta.
Empezó de cero y lo sigue haciendo.
Razón por la cual él mismo le montó hace cinco años la competencia a
Servientrega y Efecty. Merced a alianzas estratégicas con empresas de buses
intermunicipales y cadenas de droguerías tiene otros 12 mil puntos conectados
para hacer transacciones, pagos y envíos.
Pero no se quedó allí y adquirió hace
dos años la compañía estatal Almagrario para integrarla con Servientrega y
convertirla en un operador logístico que haga importaciones, almacenamiento y
distribución, entre otros servicios, para tener una cadena de valor,
reinventando y pasando de la remesa de los papás para el hijo que estudia en la
capital a los silos de Santa Marta que reciben 32 mil toneladas de maíz –el
equivalente a 1.200 tractomulas-. Dispone para ello de 1.200 vehículos en todo
el país.
“No podemos quedarnos en la zona de
confort. Hay que mirar otras oportunidades y sacudirnos”, sostiene Guerrero, a
la vez que sigue mostrando cifras: en Ecuador tienen 1.700 empleados, más 400
en Perú, otros 350 en Panamá, más los que están en Venezuela, República
Dominicana y Estados Unidos. “No es fácil hacer esto y lograr que el Gobierno
estadounidense nos califique como la única compañía colombiana que puede hacer
envíos y entregarlos en ese país”.
De Jenesano para el mundo, ‘Chucho’
Guerrero dice que hay que dejar de quejarse todos los días y en su lugar se
deben pensar qué hace cada quien por el país. “Hay que hacer cosas totalmente
diferentes. Lo fácil no existe. Hay que trabajar, pensar que podemos cambiar a
Colombia, pero cada uno debe aportar su grano de arena para pasar de un país
emergente a una gran potencia. Generemos empresas y nuevos puestos de trabajo.
Dejen que sus pensamientos se vuelvan realidad”.
Ese fue el momento para la selfi con la
V de la victoria, como si ‘Chucho’ estuviera celebrando un triunfo de la
Selección Colombia o de su paisano ciclista Nairo Alexander Quintana. En
primera fila Mario Hernández junto al rector de la UNAB llevándole la corriente
y otros 750 estudiantes, profesores, decanos y visitantes en las demás sillas
del Auditorio Mayor haciendo lo propio. El listón, como en las pruebas de
atletismo, marcará un punto alto a superar en la Segunda Cátedra de
Emprendimiento de la UNAB.
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