jueves, 4 de mayo de 2017

“Ascuas y azufre”, tragicomedia de la justicia en un país llamado Colombia

(Esta nota la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desdel 1 de mayo de 2017)

“Ascuas y azufre” es la gota de alcohol que una y otra vez cae en la herida abierta de un paciente bautizado Colombia, matizada por la ironía y la explosión de sonrisas que se convierten en analgésicos para ese otro mal que padece el país: la corrupción en el Sistema de Justicia.


Esta comedia del Teatro Libre de Bogotá –no apta para menores de edad–, fue la que durante 87 minutos concentró la atención de los cientos de estudiantes, docentes, jueces y magistrados que acudieron al Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) con el propósito de ver –y disfrutar en la medida de lo posible– una puesta en escena en la que dos actores haciendo uno de fiscal y otro de abogado, realizan una radiografía descarnada de un flagelo que se presenta más de lo que muchos sospechan, como lo acaba de demostrar el caso del fiscal especializado acusado de recibir un lujoso apartamento como pago por parte del ex senador Otto Nicolás Bula –implicado en el escándalo Odebrecht–, a cambio de frenar investigaciones en su contra. Fiscal que hoy duerme en La Picota y que ya reconociósu responsabilidad en los delitos de prevaricato por omisión, cohecho propio y concertación para cometer delitos contra la administración pública.


Tan solo que en “Ascuas y azufre” el ‘fiscal Alberto Gálvez’ –representado por Jeyner Gómez– no se deja tentar por los halagos y los locales comerciales que el ‘abogado Ulloa’ –encarnado por Jorge Plata– le ofrece a nombre de la empresa ‘Luis Ernesto Bautista y Compañía’, para que embolate los folios y los medios de comunicación no se enteren de la muerte de siete personas que invadieron uno de sus lotes.


El ‘fiscal Gálvez’ recibe en su despacho la visita del ‘abogado Ulloa’, quien afanado por llegar a un acuerdo no sabe de qué artilugios echar manos para convencer al servidor público. Pero ‘Gálvez’, con los apuntes propios de un hincha del Junior de Barranquilla y los movimientos convulsivos que remedia con una palmada en la frente, logra sacarle de quicio invitándoles a tomarse un güisqui, fumarse un cigarrillo, bailar una tonada tropical y escuchar sus cuitas, que terminan siendo las reflexiones profundas de un fiscal que debe caminar por la cuerda floja de su condición de empleado público saturado de trabajo y mal remunerado, y la oportunidad de darle un giro a su miserable vida recibiendo el soborno que su interlocutor le ofrece en reiteradas ocasiones. Sin omitir las profundas convicciones religiosas que hacen ‘Gálvez’ un tipo cauteloso mas no por ello genuino.


Con una escenografía que representa a cabalidad el caos de esos despachos judiciales en los que se pelean cada centímetro el desgreño y los arrumes de expedientes, el ‘fiscal Gálvez’ alcanza a considerar la oferta, para finalmente exigirle al ‘abogado Ulloa’ que mejor se largue cuanto antes de su oficina, si no quiere que haga pasar a los miembros del Consejo Superior de la Judicatura a los que llamó para darles a conocer el caso. También le advierte que tiene copia del expediente en el cual un hijo del ‘abogado Ulloa’ aparece involucrado en un accidente, así que lo que debe hacer es marcharse.


Entre dimes y diretes, y cuando el público de la UNAB estaba esperando que le echaran mano al letrado, el ‘fiscal Gálvez’ decide ponerle punto final a la cita y a la obra de teatro. Para ello intempestivamente saca una pistola de su escritorio, la pone en su sien y se dispara. En ese preciso instante la luz se apaga. Fin de la función (gratis).


Lo que pocos vieron el pasado 3 de marzo es que el actor Gómez, en aras de hacer más real su representación, acercó tanto el arma a su cabeza que la pólvora le causó una herida superficial por la que debió ser atendido en la Enfermería de la UNAB, para luego sí retornar y atender pacientemente esta entrevista, mientras algunos de los asistentes salían pensativos, otros confusos y unos cuantos refunfuñando.


Jeyner Gómez Agudelo nació en Palmira (Valle del Cauca) y a los 16 años de edad se mudó a Bogotá para estudiar artes escénicas en la Universidad Pedagógica, de donde se retiró en tercer semestre para profundizar en el tema actoral, ingresando a la entonces escuela del Teatro Libre de Bogotá, convertida hoy en la carrera de arte dramático de la Universidad Central en convenio con el TLB. Terminó estudios en 2008, laboró con Misi Producciones en propuestas como “La más grande historia jamás contada”, luego se fue a vivir tres años a Estados Unidos y desde 2015 está vinculado al Teatro Libre, donde ha participado en obras como “Las picardías de Scapin” –de Molière– y “En este pueblo no hay ladrones” –de Gabriel García Márquez–. También se desempeña como docente del área en la Central.


La de la UNAB fue la función número treinta y Gómez Agudelo junto al Fiscal de Vida número 23 aspira a que “Ascuas y azufre” siga dando de qué hablar. Ya se presentaron en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, donde el público reaccionó de manera similar. Jeyner, Jorge y sus demás compañeros de faena, que también son docentes de arte dramático, tienen la fortuna de pertenecer a una de las compañías de teatro más estables y con más trayectoria en Colombia, que cada vez lucha más por dignificar la profesión.

¿“Ascuas y azufre” es el reflejo de la Justicia en este país?

(Sonríe) No me comprometería a decir que es el vivo reflejo, pero es la sensación que tenemos todos, y si de alguien depende cambiar esa imagen es de ellos mismos, de nuestros gobernantes y de todos los altos mandos, porque esa es la sensación que tiene el autor –montaje original del dramaturgo Juan Diego Arias bajo la dirección de Diego Barragán-, nosotros los actores y mucha gente del pueblo colombiano. De modo que eso es lo que tratamos de decir, y así como lo mencionó Juan Diego al comienzo, es un teatro de ideas que nos pone a pensar. Ese es el propósito fundamental.

¿A quién encarna ese ‘abogado Ulloa’ tan tieso y tan majo, acostumbrado a litigar por los micrófonos y las cámaras de televisión?

La inspiración de los personajes viene directamente del autor y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Juan Diego ha conocido personas con ciertas características físicas y expresivas y la historia la construye a partir de la sensación que tiene de nuestro sistema judicial colombiano.

¿Qué reacciones han percibido durante o al finalizar la obra por parte de quienes tienen algo que ver con el sector judicial? ¿O hipócritamente les dicen que estuvo espectacular?

No sé si hipócritamente, pero el cien por ciento se ríen, se divierten y se van con una muy buena sensación. Muchos nos han dicho directamente: ‘Eso es así’. No sé a qué se referirán con eso, pero así nos lo han manifestado. Ignoro si hablan del desorden de la escenografía y que así son sus oficinas o qué quieren decir, pero el caso es que nunca hemos recibido un comentario negativo ni un reproche por parte de nadie del público. En realidad la han disfrutado mucho y más las personas vinculadas con la Rama Judicial.

Quien evidentemente queda mal parado es el abogado, ¿pero habrá fiscales que no quieren saber de visitas y a cambio reciben la consignación?

En este caso particular el fiscal es un tipo que claramente se ha untado de cosas en el pasado, pero muchos factores han influido para que él llegue un día, se despierte y diga: ‘Esto no puede seguir así’. Y no por algo completamente moralista, sino por el desespero que le está produciendo vivir esa vida: su enfermedad, el desorden en el que vive tanto físico en su despacho como mental, con las voces que le hablan, con su enfermedad, con su tic… Y trata de encontrarle el verdadero significado a la Justicia, queriendo saber qué es lo justo y qué no. Él mismo lo dice: ‘Hay cosas que son legales pero que no son éticas, y es muy diferente la Ley a la Justicia’. Él está pensando todo el tiempo en qué hacer para enmendar eso. Qué hacer para aplicar la justicia terrenal y la divina frente a lo que él ha hecho y lo que han hecho los demás, para concluir –y ese es el concepto que tengo como actor para representar este personaje– que la única forma de purgar todos sus pecados y todas sus fallas es a través de su muerte. Y al mismo tiempo hace que la otra persona, que representa a esa sociedad que lo ha hecho caer a él tantas veces, pague terrenalmente, entonces él va y se entiende con quien se tenga que entender, ya sea Dios o el Diablo, y deja a alguien acá pagando por esos mismos pecados y haciendo justicia.


El ‘fiscal Gálvez’ insiste en que hay una justicia para los adinerados de ‘cuello blanco’ y otra para los que huelen a sudor, quienes no tienen para pagar un abogado y van a su despacho a llorarle.

Él está todo el tiempo frenteando todo lo complicado de este trabajo y ya está mamado porque es humano y porque por más que quiera hacer justicia, pues llega una gente que le produce asco. Entonces está cansado de su labor y lo dice abiertamente: ‘Esto no puede seguir así. Yo soy el que tiene que joderse viendo todas esas caras y esas lágrimas, esa gente oliendo a feo, unos pobres a los que no les van a dar nada’, y llega la empresa constructora ofreciéndole muchas cosas y él piensa en su beneficio hasta que dice ya no más, ‘ya no puedoseguir con esto y necesito que a esto se le dé el peso que tiene que tener, independiente de cuánta plata represente. Ese es el conflicto ético y moral que tiene en su cabeza.

El final pintaba flojo porque mucha gente ha expresado sus dudas respecto al comportamiento e idoneidad de una entidad como el Consejo Superior de la Judicatura, pero para sorpresa de todos el ‘fiscal Gálvez’ opta por el suicidio. ¿Por qué ese desenlace?

Es la única forma que él encuentra de purgar todo eso. Porque lo intenta de muchas formas a lo largo de la obra y el ‘abogado Ulloa’ no entiende y no quiere participar de la justicia, de lo que él le quiere plantear: ‘Oiga, hagamos las cosas diferentes esta vez’. Entonces como no hay forma de convencerlo, dice que no va a continuar con eso. ‘Yo hago este sacrificio con mi vida para purgar todos esos pecados y usted entiéndase acá con los que le gusta entenderse. Siga en las mismas a ver qué va a pasar. Con unos muertos, con un maletínde lleno de cosas y de sobornos, el expediente del hijo… y ya’.

¿Este es el país del rabo de paja, llevado por los sobornos y la compra de conciencias?

Es tan sencillo como que la justicia está hecha para los que tienen plata, entonces yo pago y no me pasa nada.

Y los muertos tienen precio.

Exacto. Y si es pobre pues hasta barato será. Porque cómo es posible que una persona que asesina a una niña de siete años, después de violarla y torturarla, va escoltado a su juicio por veinte policías y un equipo del Esmad. Vaya y haga eso alguien del estrato uno a ver qué le pasa. Pero como tiene dinero para pagar su protección y su suite personal donde sea que lo vayan a meter. Es eso. Si tengo plata me salvo, y si no pues me jodí.

¿Por qué el fiscal es costeño?

Esos son elementos que define el autor, y no es que queramos tachar a alguien de una forma u otra por su personalidad. No queremos referirnos a los costeños como sobreactuados ni corruptos, ni nada de eso, porque se eso hay en todo el país. Es un elemento que nos ayudó dramáticamente. Cómo darle credibilidad a un personaje con una enfermedad de ese tipo, una euforia que maneja, cambios de temperamento, humor negro y ese sube y baja en su estado de ánimo, y cómo hacerlo creíble. Entonces pensamos que una persona de la costa es más expresiva, habla más alto, hace chistes, se ríe y de un momento a otro cambia de estado de ánimo porque es su naturaleza, pero no queremos tildar a ninguna persona de nada.

Una ciudad como Bucaramanga en la que los tsunamis vallenatos son el pan de cada día, ¿cómo debe tomar este espacio para el teatro?

El llamado es a que por ejemplo personas como las que nos trajeron a la UNAB, pues sigan gestionando eso. No solo para que traigan grupos de afuera, sino para que motiven a los grupos locales, porque sé que hay unos cuantos que trabajan seriamente y que también empiecen a promocionar a esas personas que hacen arte acá con disciplina y rigor para que en un futuro el teatro se descentralice. A través de estas invitaciones se debe generar conciencia sobre lo necesario de estos espacios no solo como esparcimiento, sino como generadores de pensamiento crítico, como formación de seres humanos.

¿Habían tenido un público como el que se encontraron en la UNAB?

En las temporadas que hemos tenido esta obra en Bogotá ha habido varios días en los que el público está conformado mayoritariamente por los departamentos de Derecho de varias universidades con las que hacemos convenios y descuentos, entonces en esas ocasiones van en manada y se divierten de una forma que no me explico. No sé cómo yo reaccionaría ante alguien que me está cuestionando tan crudamente en escena mi profesión y mi vida. No es un insulto a un abogado en particular ni a los abogados en general, sino una crítica al sistema judicial colombiano.

En la pantalla del computador de Gálvez aparece el logo de la Fiscalía General. ¿Alguien les ha reclamado?

Estamos esperando ese día. Han ido varios fiscales a ver la obra, pero no. De hecho cuando aparece el logo reaccionan de una forma eufórica y se ríen, pero no ha habido nadie que diga cómo se nos ocurre meter a la Fiscalía en eso.

¿Y si la obra la viera el ex procurador Alejandro Ordóñez Maldonado cuál sería su reacción?

(Sonríe) Tal vez no llegaría yo al final. Sería algo bien particular, tal vez inimaginable. No creo que una persona como él piense en la cultura. Quizás no la soportaría y se saldría a los cinco minutos.

La escenografía le da fuerza a la obra porque refleja tal cual son los despachos de pueblos y ciudades. ¿Quién la hizo?

Está a cargo de un diseñador y artista plástico bogotano que se llama Wilson Peláez. Nosotros comenzamos con el escritorio, las sillas y la Biblia, pero nos hacía falta la sensación real del espacio. No solo sugerirlo, sino que la gente lo viera, que nosotros pudiéramos sentir el encierro y el desorden, que a la vez es como un reflejo del desorden de este tipo en su cabeza, y toda esa porquería con la que tiene que lidiar día a día, ese olor… entonces creímos que era necesario hacer un cambio estáticamente, así que cuando tuvimos esta escenografía la obra cambió del cielo a la tierra. Yo hice mi trabajo de campo y fui a los despachos de Paloquemao y eran peores. El bochorno era horrible y uno se quería largar.




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