miércoles, 24 de julio de 2019

La diáspora venezolana supera cualquier cálculo


(Esta nota la publiqué en la edición 478 de Vivir la UNAB (de la Universidad Autónoma de Bucaramanga), en circulación desde el 12 de julio de 2019)


Frío extremo, hambre, fatiga, soroche, ampollas, lágrimas... ilusiones. Todo se mezcla en el paso por el Páramo de Berlín (departamento de Santander) que deben hacer los cientos de migrantes venezolanos que a diario caminan hacia el interior de Colombia o rumbo a países como Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Fotos Pastor Virviescas Gómez - PVG

El drama de la migración venezolana tiene unas proporciones escalofriantes. Al día de hoy ya supera los cuatro millones de personas y de acuerdo a las proyecciones para el año 2020 podrían ser dos millones adicionales, convirtiéndose en uno de los fenómenos de desplazamiento humano más grande del planeta, corroborado por las estadísticas de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y analizado en el contexto local por el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

Esos padres con tres niños que de noche arriban exhaustos a Morrorico, esa joven en estado de embarazo que intenta recobrar energías a la vera del camino para seguir halando una maleta sin rodachines, esos tres muchachos descalzos que cargan morrales escolares con la bandera de su país y ni un solo peso en sus bolsillos o ese anciano al que entre paso y paso se le escapa una lágrima mientras observa aterrado que estando en El Picacho poco o nada ha avanzado en su viaje al Perú… todos ellos forman parten de esa migraciónde la que los bumangueses han venido siendo testigos de primera línea en los últimos años.

Y es que Colombia se ha convertido en el primer país receptor con 1,3 millones de migrantes, seguido por Perú con 768.148, Chile con 288.233, Ecuador con 263.000, Brasil con 168.357, Argentina con 130.000 y Guyana con 36.400, para no hablar de los 351.114 que han llegado a Estados Unidos, 323.575 a España, 49.831 a Italia, 24.603 a Portugal, 20.775 a Canadá, sin dejar por fuera México (39.500), Centroamérica y los países del Caribe a donde también llegan venezolanos a rebuscarse la vida limpiando vidrios, pidiendo limosna a la salida de supermercados y restaurantes, demostrando que tienen tales o cuales habilidades, esperando una oportunidad laboral, queriendo montar un negocio o simplemente huyendo de una realidad a la que muchos de ellos ya están retornando, cabizbajos y derrotados, después de una angustiosa estancia de algunos meses en los que escasamente hicieron para el almuerzo y una pensión de mala muerte o durmiendo debajo de los puentes, expuestos a una creciente mezcla de indiferencia y xenofobia por parte de quienes los desprecian o temen que les vayan a hacer daño.


A un ritmo de 5.000 adultos y niños que en promedio migran cada día, los venezolanos encabezan la lista mundial de peticiones de asilo, superando a países en conflicto como Afganistán y Siria. Tan grave es la situación que en su informe de “Tendencias globales” Acnur lo ha calificado como “el mayor éxodo de la historia reciente de América del Sur y una de las mayores crisis de desplazamiento en el mundo”. Lo manifestó William Spindler, portavoz de Acnur para Latinoamérica: “no hay en el mundo un grupo tan grande de personas que se haya visto forzado a salir de su país sin que haya una guerra o una catástrofe”.

“Los países de América Latina y el Caribe están haciendo su parte para responder a esta crisis sin precedentes, pero no se puede esperar que sigan haciéndolo sin ayuda internacional”, ha declarado Eduardo Stein Barillas, exvicepresidente de Guatemala y representante especial conjunto de Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), quien en diciembre del año pasado calculaba que se requerirán al menos 738 millones de dólares para atender en un periodo de dos años las necesidades primarias de los migrantes en los países de acogida, sin incluir que en el momento de darse una solución el retorno de los migrantes tardaría cuando menos otros dos años. Lo que acontece, como si el panorama no resultara suficientemente desolador, es que apenas se dispone de cerca del 30 por ciento de lo presupuestado.

A la hiperinflación, el desempleo, la inseguridad, la escasez de alimentos y las penurias de quien regresa a casa sin un bocado para sus hijos, se les suma el hecho de que el mandatario venezolano Nicolás Maduro Moros no da su brazo a torcer, mientras pierden poder de convocatoria las proclamas de Juan Gerardo Antonio Guaidó Márquez, presidente de la Asamblea Nacional y “presidente interino” –según el reconocimiento que le ha dado medio centenar de países encabezados por Washington–. El “¡vamos bien!” del líder opositor contrasta con la férrea posición de quien defiende el legado de Hugo Rafael Chávez Frías y la frustración de quienes pretenden que se pase la página de los 20 años de gobierno socialista.


Ante esta avalancha de cifras, el canciller venezolano Jorge Alberto Arreaza Monserrat, respondió el pasado 9 de junio en su cuenta de Twitter que: “En esta reciclaje mediático Acnur vuelve a su rol de instrumentalizar la migración venezolana: mienten e inflan cifras para pedir y recibir más recursos con destino incierto, en medio de una rebatiña parasitaria, a costa de la dignidad y los derechos humanos de los venezolanos”. Complementando: “Tras el fracaso del Golpe de Estado, en estrategia contra Venezuela retoman la matriz migratoria que había desaparecido de los medios de comunicación desde enero. La derrota y el desespero los lleva a reciclar temas, readecuando la obsesiva agresión contra el país”.

A su turno, la  vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez insistió en que “han pretendido convertir un flujo migratorio normal en una crisis humanitaria justificadora de la intervención internacional de Venezuela”. Y en septiembre de 2018, luego de ordenar un puente aéreo para facilitar el retorno de ciudadanos, el presidente Maduro declaró que “lo mínimo que llevan son 5.000 dólares. Eso es platica. Hay que ver lo que es la campaña contra Venezuela, yo la califico de estúpida, porque nos quieren imponer una crisis humanitaria de migración”.

Fajos de billetes que al menos no se han visto en ninguno de los migrantes que caminan en extenuantes jornadas los 194,9 kilómetros de la carretera Cúcuta-Bucaramanga, en la que deben sortear el paso por el Páramo de Berlín, que con sus más de 3.250 metros sobre el nivel del mar les depara un sol inclemente en el día y temperaturas bajo cero en las madrugadas, viéndose precisados a guarecerse bajo cualquier ramada o en el peor de los casos a apiñarse en una cuneta de la vía con nada más protección que un poncho o una cobija usada que alguien les ha entregado.


La mayoría son llaneros y costeños en abarcas o crocs -también hay quienes el pavimento les devoró los zapatos- que jamás imaginaron que al otro lado de la frontera les esperarían parajes inhóspitos como este, dándoles la ‘bienvenida’ para los que quieran echar raíces en Santander, continuar hacia ciudades como Bogotá, Cali o Medellín, e incluso poner a prueba su resistencia los que en un pedazo de papel llevan la dirección de un hermano, un amigo o un vecino de barrio que ya logró llegar a Ecuador, Perú, Chile o Argentina.

Situación en el Área Metropolitana de Bucaramanga

El de la migración de venezolanos es un fenómeno al que la mayoría de santandereanos parece haberse acostumbrado, pero que ha sido seguido al detalle por María Eugenia Bonilla Ovallos, investigadora principal, y Mairene Tobón Ospino, docente investigadora del Instituto de Estudios Políticos de la UNAB.

Desde 2017 ellas han estudiado el perfil de los migrantes en la región, permitiéndoles aproximarse a las condiciones en las que se encuentra esta población, con la finalidad de comprender el fenómeno de cara a las transformaciones políticas, económicas y sociales que surgen a raíz de la diáspora venezolana en tierras santandereanas.


Tal como lo advierten, no pretenden establecer la cantidad de migrantes, sino los rasgos predominantes de quienes se han asentado en Bucaramanga, Floridablanca, Piedecuesta y Girón. Para ello tomaron una muestra de 1.000 personas provenientes de Venezuela, mayores de edad, radicadas en el Área Metropolitana de Bucaramanga y con una permanencia mínima de tres meses, quienes respondieron de manera voluntaria, individual y presencial, contando con el apoyo de cinco encuestadores y cuatro tabuladores.

Estas son las principales conclusiones de este documento, en el que de entrada se destaca que en su mayoría es una población en edad económicamente activa entre 18 y 35 años de edad–, con mayor presencia del género femenino, incluyendo un 8 por ciento de colombianos que han retornado desde el vecino país.Se instalan principalmente en barrios de estratos 1, 2 y 3, entre los que se destacan: Centro, Antonia Santos, Café Madrid, Mirador del Kennedy, Universidad y Morrorico para el caso de Bucaramanga; El Reposo, El Carmen, García Echeverry, Prados del sur y Buenos Aires (Florida); Guatiguará, Las Amarillas, Los Colorados, La Cantera y La Candelaria (Piedecuesta), y Ribera del río, Bellavista, Acapulco y Arenales (Girón). El 60 % de ellos disponía de un empleo antes de iniciar su proceso migratorio y sus ingresos no superaban el salario mínimo oficial (3 dólares aproximadamente). El 63 % dijo haber pasado hambre al menos una vez durante los tres últimos meses en Venezuela y el 52 % perdió entre 5 y 9 kilos de peso, con un consumo alto de arroz, yuca, fríjoles, arepa y sardinas, mientras que apenas un 5 % reportó incluir pollo o carnes rojas.

Su lugar de procedencia es principalmente de Caracas, Valencia y Acarigua, así como ciudades cercanas a la frontera como San Cristóbal y Mérida, ingresando a Colombia en gran parte de manera irregular evadiendo puesto de control a través de trochas que conducen a Cúcuta. Un 75 % de ellos dice haber sido víctima de las bandas criminales que controlan los pasos ilegales y les obligan a pagar entre 20 mil y 30 mil pesos por permitirles cruzar. Su ‘capital’ para toda la travesía es en promedio de menos de 100 mil pesos e incluso un 10 por ciento viajó sin un solo centavo.


La mitad de esta población estudiada por Bonilla Ovallos y Tobón Ospino llegó y permanece sin ningún documento venezolano que certifique su identidad y apenas un 12 % dispone de pasaporte, pero de ellos solamente el 26 % lo tiene vigente.El 14 % de los migrantes informaron que viven en el Área Metropolitana de Bucaramanga con Permiso Especial de Permanencia (PEP) y el 8 % con Tarjeta de Movilidad Fronteriza (TMF).

Tan solo el 15 % de los consultados tiene la intención de establecerse de manera permanente en esta ciudad y el 48 % tiene el propósito de traerse a algún familiar. El arriendo de habitaciones es la principal modalidad de residencia, que en promedio comparten entre una y cuatro personas, pero el 16 % comparte habitación con más de cinco personas y un 27 % dice que no cuenta con un lugar fijo para pasar la noche.

En cuanto al nivel de educación, el 75 % de los encuestados tiene como máximo el bachillerato, el 10 % estudios tecnológicos y el 13 % restante cuenta con formación universitaria. En su mayoría son albañiles, peluqueros, manicuristas, carpinteros, reposteros o técnicos en refrigeración, electricidad, mecánica y computación. El mínimo porcentaje corresponde a administradores de empresas, enfermeros, comunicadores, diseñadores gráficos y docentes.


Con respecto a su vinculación laboral, el 60 % tiene empleos itinerantes (principalmente como vendedores ambulantes) y solo el 4 % ha firmado un contrato, desempeñándose en el área de servicios como meseros o mensajeros. El 59 % no trabaja en su área de conocimiento o experiencia, el 16 % ha sido víctima de algún tipo de explotación laboral y el 12 % vive de la caridad de los santandereanos.

Los migrantes reciben en promedio 300 mil pesos mensuales (menos de cien dólares), lo cual contrasta con los 500 mil pesos que dicen recibían el año pasado. Más de la mitad de estos migrantes tiene en Venezuela entre 1 y 3 personas que dependen económicamente de sus ingresos y el 30 % envía remesas que oscilan entre los 25 mil y los 120 mil pesos mensuales. Esta cantidad podría resultar irrisoria para los sectores acaudalados de esta capital, pero un indicador del valor que adquiere una remesa desde Colombia a las barriadas de Petare es que por ejemplo en la carrera 33 hay locales que realizan giros internacionales desde escasos 1.000 pesos en adelante. Con lo poco que ganan, el 41 % apenas sobrevive, el 21 % satisface parcialmente sus necesidades diarias y apenas el 8,5 % admite que cumple con sus necesidades.

Al preguntarles sobre su estado de salud, el 15 % reportó padecer alguna enfermedad relacionada principalmente con problemas respiratorios, cardiovasculares y diabetes, mientras que el 3 % tiene algún tipo de incapacidad, pero un indicador más alarmante es que el 75 % de estos migrantes declara que se siente deprimido y el 80 % admite que no utiliza ningún método de planificación familiar.

Según el estudio del IEP de la UNAB,  la mitad de los encuestados percibe a los santandereanos como colaboradores, solidarios y amables. Sin embargo, el 45 % reportó haber sido víctima de algún tipo de discriminación (en el año 2018 alcanzaba el 23 %) y debido a su nacionalidad el 25 % tuvo dificultad para acceder a servicios bancarios, ingresar a restaurantes y arrendar habitaciones o viviendas.

Las investigadoras detectaron que existe un desconocimiento generalizado de las instituciones competentes a las que pueden acceder en caso de problemas migratorios, defensa de derechos humanos y asesoría jurídica, entre otros. El 71 % se ha acercado al menos en una oportunidad a alguna institución del Estado y el 54 % afirma haber recibido un trato amable por parte de los funcionarios. Los migrantes recomiendan fortalecer el apoyo para acceder a empleo (75 %) y asesoría migratoria (22 %), solucionar sus condiciones habitacionales (35 %) y promover campañas de prevención y reducción de la xenofobia (12 %).

Con base en estos resultados, las investigadoras María Eugenia Bonilla Ovallos y Mairene Tobón Ospino formulan siete recomendaciones: definir la política pública migratoria de orden nacional, que oriente el trabajo de las instituciones en torno a la atención de la población migrante, con un enfoque territorial; incluir a la población migrante en los planes de gobierno departamental y municipales de las administraciones que resulten elegidas el próximo mes de octubre; conformar una red de actores tanto políticos, sociales y académicos que contribuya a la eficiente actualización de la caracterización de la población y seguimiento a los planes de atención; articular a la red los programas de Psicología y Derecho de las universidades del Área Metropolitana de Bucaramanga, para conformar una plataforma de asesoría jurídica y apoyo psicosocial de la población; estimular el emprendimiento en población con capacidades de generación autónoma de ingresos; definir en el corto plazo una estrategia de salud mental y salud sexual reproductiva; y promover estrategias para la prevención y reducción de la xenofobia.

lunes, 15 de julio de 2019

Carlos A. Vásquez, rey del tiple a los 24 años


(Esta nota la publiqué en la edición 478 de Vivir la UNAB, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, en circulación desde el 12 de julio de 2019)

El jurado integrado por el guitarrista Roberto Martínez Torres, la maestra y cantante Marysabel Tolosa Escobar y el tiplista Libardo Carvajal Hernández, determinó que el ganador del ‘Gran Mono Núñez’ fuera el joven sangileño y estudiante de la UNAB, Carlos Augusto Vásquez Soto, también merecedor de los trofeos al mejor tiplista y al mejor solista instrumental. / Foto PVG

Una de las personas más felices con la noticia que Telepacífico estaba transmitiendo en la noche del pasado domingo 2 de junio era su cómplice abuela Martha Cecilia Serrano, quien con más de la mitad de su escuálido salario en una cafetería escolar hizo el sacrificio para obsequiarle la primera guitarra a los 14 años.

El otro fue Rafael Ardila Duarte, presidente de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, quien en una tertulia en la capital guanentina el año anterior tuvo la ocasión de escucharlo y le instó a que viniera a estudiar en la UNAB.

Y, por supuesto, el protagonista: Carlos Augusto Vásquez Soto, estudiante de segundo semestre del Programa de Música de la UNAB, quien en la edición 45 del Festival ‘Mono Núñez’ arrasó con la premiación al recibir el ‘Gran Mono Núñez’ Instrumental, el ‘Pacho Benavides’ al Mejor Tiplista y la distinción a Mejor Solista Instrumental, en el que es considerado por los entendidos como el principal certamen de música andina en Colombia. Su palmarés se complementa con los trofeos de ganador del Concurso Nacional de Tiple ‘Pedro Nel Martínez’, realizado en Charalá en 2013, y de Mejor Tiplista en el Concurso Nacional de Duetos Hermanos Martínez (Floridablanca, 2012), sin dejar por fuera del escaparate los dos ‘Pacho Benavides’ que recibió en el año 2012 con el trío “200 de cilantro” y en 2017 acompañando a su paisano organista Jonathan Reyes –quien también ganó como mejor solista instrumental–.

Vásquez Soto es un sangileño de apenas 24 años de edad, quien para su presentación en la localidad vallecaucana de Ginebra contó con el acompañamiento del guitarrista Ángel David Alba Becerra y el tiplista Edwin Castañeda González, que además de ser su amigo entrañable es su profesor. Y precisamente es de Castañeda el instrumento que Carlos Augusto saca del estuche y hace sonar, sin siquiera haber empezado este diálogo. El suyo requería algunas reparaciones porque se estaba poniendo duro, las cuerdas levantadas y le estaba costando trabajo llegar a las octavas de abajo, razón por la cual ni corto ni perezoso se lo pidió prestado un momento… y hasta el sol de hoy, ya que se dejó seducir de su sonoridad, su fidelidad y que responde a la fuerza de su mano derecha.

Con tiple ajeno, Vásquez Soto se dedicó a ensayar y preparar su incursión en tierras del Valle, donde durante cinco largos días tuvo que batirse contra los demás competidores. Fue en esa audición privada inicial, sin interrupciones de nadie y cara a cara con el jurado, en la que Vásquez Soto considera que entró pisando fuerte.

Sin el mínimo asomo de timidez, asegura que en ese momento alcanzó un 99 por ciento de perfección. “Tocamos de una manera increíble “En lontananza”, del caleño Jerónimo Velasco, y el pasillo “Genio alegre”, de la pianista Alicia Soto”, señala. Acertadamente partieron de la serenidad de la danza que escogieron para romper el hielo y soltar los dedos, luciéndose luego con la otra composición que les fue asignada por los jurados de un repertorio de diez obras que todos los concursantes debían estar prestos a interpretar.

“No se trata solamente de tocar el instrumento a la perfección”, admite Carlos Augusto Vásquez Soto, quien sabe que debe culminar con éxito su formación académica en la UNAB –donde acaba de cursar segundo semestre del Programa de Música– y para ello aspira que le otorguen una beca completa. / Foto suministrada


Desde hace cuatro años practica el ciclomontañismo y por eso de inmediato comprendió el comentario del jurado Roberto Martínez Torres, calificado como el mejor guitarrista del país, quien les dijo: “¡Eso tuvo desnivel positivo!”. Con esa expresión les estaba resaltando la calidad de la presentación, ante lo cual Carlos Augusto soltó la risa y les confesó que lo que acababan de hacer resultó más difícil que subir al Alto de Letras. El Cañón del Chicamocha no, porque a ese extenuante recorrido está habituado cada viernes que decide ir a San Gil a visitar a sus padres para regresar el domingo en la tarde, y lo hace no en automóvil o flota intermunicipal, sino en su 'caballito de acero'.

“La energía que sentimos en ese momento fue muy chévere. Luego tuvimos el resto del jueves y todo el viernes para parrandear y ponernos a tocar con los demás músicos que asisten, porque una de las cosas maravillosas que tiene el ‘Mono Núñez’ es esa sobredosis de música por donde quiera que uno vaya, sea de día o de noche”, confiesa.

Las cosas fueron a otro precio ese sábado 1 de junio porque les correspondió la audición pública en el Coliseo ‘Gerardo Arellano’. Allí tocaron de Carlos Alberto ‘El Chunco’ Rozo la danza “Inspiración” y el bambuco “Alma bogotana”, que se sumaron a otras tres piezas del mismo que llevaban ensayadas. Lo hicieron sin tener la más remota idea de que este bandolista cundinamarqués –quien fuera integrante legendario del Conjunto Granadino–, era el compositor homenajeado por la organización. También interpretaron el pasillo “Pamplona”, del nortesantandereano Miguel Oriol Rangel, una obra pensada para el piano y que tuvieron que adaptar para tiple, ese instrumento de origen colombiano (siglo XVII) que tiene 12 cuerdas agrupadas en cuatro órdenes y afinadas de la más baja a la más aguda.  

Los nervios inicialmente no les jugaron ninguna mala pasada, por lo que de manera decidida se subieron al escenario, gozaron y tocaron con el corazón ante un recinto a reventar al que acuden aficionados de todos los rincones de Colombia e incluso de otros países.

El domingo se produjo el feliz desenlace cuando después de almuerzo fue notificado inicialmente que se había hecho acreedor a su tercer premio como mejor tiplista, honor que comparte a nivel nacional con el también profesor de la UNAB, Ricardo Varela Villalba, integrante de “El barbero del Socorro”.

“Tenía muchísima ilusión de al menos traerme un premio para San Gil y para la UNAB. Estaba confiado de lo que había hecho y sabía que si pasaba a la final era porque podía dar la pelea verraquísima y efectivamente lo hice”, asevera. Pero en la tarde, luego de descansar y antes de ir al coliseo a la última comparecencia, se produjeron varios hechos que jamás olvidarán. A eso de las siete de la noche se alistaron y cuando se disponían a darle un repaso a los temas, Carlos Augusto empezó a sentir debilidad en todo el cuerpo, acompañada de fiebre. Les correspondió el turno de novenos entre los diez finalistas (cinco en la categoría vocal y cinco en la instrumental), así que continuaron preparándose hasta que… ¡pan! se le reventó la segunda cuerda del tiple. Justo la segunda, una de las que más tensión recibe. “¿Cómo me pasa esta vaina y precisamente ahora?”, refunfuñó Vásquez Soto. Fue decir eso y los nervios lo embistieron como un toro de lidia. No tuvo más que salir corriendo al camerino a buscar una de repuesto y de regreso le pidió a Castañeda que se la cambiara, “pero del estrés Edwin no pudo hacerlo”. Estaban a 120 segundos de entrar en escena y tenían claro el tremendo riesgo que implicaba hacer esa maniobra cuando el tiple necesita de al menos una hora para que la cuerda afine como dictan los cánones.

Carlos Augusto se arriesgó, sin dejar de temer que la cuerda se le desafinara. Y claro que se le desafinó finalizando el primer tema. Los jurados se percataron del revés y les mandaron a decir con los encargados de la producción que debían afinar el instrumento. Sin recordar con exactitud que pasó, lo hicieron con la velocidad de un rayo y acto seguido se fajaron “Atardecer bogotano” –de ‘El Chunco’ Rozo– y el bambuco “El negrito”, del santandereano Rafael Antonio Aponte.

No tiene novia –o al menos eso dice–, pero las pasiones de Carlos Augusto Vásquez Soto son el tiple, el cuatro y la bicicleta todoterreno. En su pierna derecha tiene tatuado un clavijero y quiere a más tardar a comienzos de 2020 haber grabado su disco como solista con obras colombianas, merengues venezolanos y piezas latinoamericanas, algunas de las cuales jamás se hayan tocado en tiple. También viajar por el mundo mostrando sus calidades. / FOTO PVG



Las aguas se apaciguaron y concluyeron la presentación, aunque con el temor de que los jueces se las cobrarían. Luego descendieron del escenario y con la ‘maluquera’ a cuestas, Carlos Augusto se sentó en las afueras del coliseo a tomarse una ‘amarga’, con el ánimo por el piso. Por los parlantes alcanzaron a escuchar que empezaba la lectura del fallo, pero cuando se percataron ya habían cerrado las puertas. Anunciaron entonces los vencedores: “Armonizando Dúo” (Huila) en la categoría vocal; “Palo Negro” (Caldas) como mejor grupo instrumental y “Sine Nomine”(Bogotá) como mejor grupo vocal. 

El mejor bandolista, Premio ‘Diego Estrada Montoya’, lo obtuvo Mateo Patiño integrante del grupo “Itinerante” (Bogotá); como mejor requintista, Premio ‘Jorge Ariza Lindo’, fue declarado Javier Fernando Mojica, del ‘Trío Juventud’ (Boyacá); como mejor guitarrista Sebastián Martínez, de “Itinerante”; mejor solista vocal fue la llanera Lizeth Viviana Vega y el mejor tiplista Víctor Hugo Reina, de “Armonizando Dúo”.

Únicamente faltaba conocer quién sería declarado el mejor solista instrumental y Vásquez Soto se cruzó la mirada con su más directo rival, el primer clarinete de la Orquesta Sinfónica de Colombia. A punto de darse por derrotado, se oyó “¡Carlos Alberto Vásquez!”. No coincidía con su nombre, pero ni modo que se trata de otra persona. Así que Carlos Augusto sacudió de la emoción a Edwin y Ángel David.

No lo podían creer; sin embargo, el suspenso seguía. Un aire de incertidumbre se apoderó de ellos y tras un silencio eterno de ocho segundos, en los que alcanzaron a pensar que se lo darían a “Itinerante” o al quinteto de clarinetes de la Universidad de Caldas, el maestro de ceremonias, cambiándole otra vez el nombre, sentenció: Carlos Augusto (ese muchacho al que los docentes del Colegio ‘Luis Camacho Rueda’ tuvieron que darle un empujón para graduarse de bachiller porque era negado para la Física y la Química) se alzaba con el  ‘Gran Mono Núñez’.

Por poco desbarata a sus dos amigos. Los abrazo y los zarandeó de la felicidad. “¡Lo logramos!, ¡lo logramos!”, gritaba. Luego los demás competidores se les vinieron encima, mientras sus padres Carlos Humberto y Olga Lucía seguían la transmisión por televisión. Lloró de la emoción al recibir la enorme bandola que sirve de trofeo. Los aplausos no cesaban.

“Todo aquel que ama la música andina colombiana y trabaja con empeño y dedicación sueña con algún día tener ese máximo galardón”, concluye Carlos Augusto, a quien a su retorno a casa le esperaría un desayuno con caldo, doble huevo y arepa.

“Esta música que yo toco no es de viejitos nostálgicos; es el despertar de nuestro país y de una nueva generación. Cuando uno la reconoce, la interpreta y la investiga, causa curiosidad y seduce. Jamás morirá, porque somos muchos los intérpretes jóvenes y  también el público se está renovando”, afirma con ahínco.

Tuvieron que pasar casi 30 años para que el ganador del “Gran Mono Núñez” volviera a ser un tiplista y lo es un estudiante de la UNAB que con su moñona anhela que le otorguen una beca del cien por ciento para poder culminar sus estudios y convertirse en un músico profesional, porque por ahora es consciente de que sus guabinas y torbellinos pueden darle fama pero no el dinero suficiente, ya que los ocho millones de pesos a los que se hizo acreedor en Ginebra deberá repartirlos con sus socios, junto a los cuales se presentará –en fecha por acordar- en el pomposo Teatro ‘Julio Mario Santodomingo’, de Bogotá.

Jamás dejará de agradecer que Rafael Ardila Duarte de su propio bolsillo le pagó el primer semestre y que su familia prácticamente lo adoptó. Como tampoco que para el segundo semestre -que culminó con éxito- contó con una beca del 50 % que el empresario le gestionó, mientras también se hizo cargo del complemento.      



domingo, 16 de junio de 2019

"El 10 por ciento de los personeros en Colombia se encuentra amenazado": Jesualdo Arzuaga

(Esta entrevista la publiqué en la edición 477 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 7 de junio de 2019)


El cargo que ocupa Jesualdo Arzuaga Ramírez no es nada envidiable. Ni siquiera por las millas acumuladas, porque ser director ejecutivo de la Federación Nacional de Personerías le implica no viajes de placer, sino reclamos, problemas y riesgos. Más si se trata de un país en el que de enero de 2018 a abril de 2019 fueron asesinados 317 líderes sociales -según cifras de Medicina Legal-, en una lista oprobiosa en la que Cauca, Antioquia, Nariño y Norte de Santander registran la mayor cantidad de casos.

Este abogado graduado en 2002 de la Universidad Autónoma de Bucaramanga es la voz de los personeros que trabajan en los 1.101 municipios que hay en Colombia, distribuidos en 32 departamentos y el distrito capital, de cuales cerca del 10 por ciento se encuentran amenazados.

Especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, así como coordinador de cooperación y asuntos internacionales de la Procuraduría General de 2013 a 2017 y docente de la Universidad de la Salle, Arzuaga Ramírez fue el invitado de Aseunab para que el pasado 17 de mayo impartiera en la Casona UNAB el seminario-taller “Oportunidades desde lo local en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos”. Apenas tres días más tarde se enteraba por la radio que Paula Andrea Rosero Ordóñez, personera de Samaniego (Nariño), dos sicarios la acribillaban desde una motocicleta en ese pueblo de 16 mil habitantes donde abundan los cultivos de coca.

Esta es la entrevista que le hice en Vivir la UNAB a este abogado que agradece el conocimiento y el rigor de profesores como Osilda Ramírez -de quien fue su monitor-, Aida Elia Fernández y Alonso Carrascal, entre otros. “De las cosas que más valoro de haber estudiado en la UNAB es la formación laica, porque no me impusieron nada en relación con mis creencias ni me tocaba ir a misa; y crecer en una universidad de provincia me ha permitido entender que desde lo local puede impactar lo internacional. Cuando quise estudiar esta carrera algunos se burlaban y me decían que mejor me fuera de misionero, porque el Derecho no es para trabajar por las comunidades, pero el Derecho tiene una oportunidad para servir y me ha servido para viajar, para crecer y para vivir bien. En una sociedad como la colombiana si uno no se pone en los zapatos del otro, está en el lugar equivocado. Este país es responsabilidad de todos”, expresa.Su promedio general acumulado fue de 4,0, y subraya que “no fui el mejor, pero tampoco el peor”.

¿A los personeros de Colombia todavía les interesan los derechos humanos o ese pasó a ser un asunto secundario?

Yo siento que para la mayoría de los personeros colombianos es su prioridad. Usted cuando el Estado colombiano se da cuenta que en esa categorización que tenemos, el 90 por ciento de los municipios son de sexta categoría y en ese orden el 90 % de los personeros de Colombia son de sexta categoría. Todos los días hay requerimientos en materia de derechos humanos y los personeros son la puerta de entrada para todo ese tipo de protección de derechos. Una personería de sexta categoría funciona con 120 millones de pesos al año y de ahí tiene que salir el salario del personero, el salario de la secretaria y además tiene que sacar para todo el funcionamiento, para atención a víctimas y ahora atención a migrantes… En fin, mil y pico de funciones son las que tiene ahora un personero municipal. Porque básicamente en un municipio están el alcalde y el personero, por lo que si se presenta un tema de violación de derechos ahí está el personero. Quiéralo o no, tiene que seguir trabajando con el tema.

¿El personero de hoy arriesga tanto como lo hacía en los años álgidos del conflicto armado interno o ya es más cauteloso?

Nosotros tenemos una problemática y es que en esta coyuntura de amenazas a líderes sociales y defensores de derechos humanos, el 10 por ciento de los personeros en el país se encuentra amenazado, con diferentes tipos de riesgo. Tengo personeros desplazados que tienen que trabajar desde otros lugares. Por ejemplo una personera de Arauca trabaja en mi oficina en Bogotá porque no puede seguir ejerciendo sus labores en ese departamento. Esto es algo muy triste porque si los personeros son básicamente quienes protegen los derechos de la comunidad y se tienen que estar desplazando de sus lugares, qué les queda a las víctimas, a la población migrante. Esta es una situación que nos preocupa mucho.

¿El personero es la voz de los ciudadanos?

Se conoce como el ombudsman. Es el defensor local del pueblo y digamos que es una mezcla del procurador y del defensor nacional, porque tiene funciones como el procurador de investigación de lo público, pero también defiende y promueve los derechos humanos. Entonces es el defensor de la sociedad.

¿Qué están haciendo concretamente para evitar que siga este exterminio de dirigentes comunales, campesinos, indígenas y reclamantes de tierras, entre otros? Este es un país en el que 4.500 líderes sociales tienen custodia de la Unidad Nacional de Protección.

A pesar de las amenazas que reciben los personeros por su trabajo, muchos de ellos han liderado acciones para proteger tanto a comunidades indígenas como defensores de derechos humanos y líderes sociales. Nos articulamos permanentemente con los programas de protección existentes, pero tenemos una ventaja y es que por ejemplo la Federación es una entidad sin ánimo de lucro y vive principalmente de la cooperación internacional. Esto nos ha permitido tener comunicación con los organismos internacionales por ejemplo de Naciones Unidas, que nos ha permitido ampliar la ‘sombrilla’ de protección. Nosotros protegemos los personeros, pero en los casos más graves tratamos de agilizar los trámites ante estas organizaciones para llamar la atención. También nos articulamos con la Defensoría del Pueblo. El tema de la cooperación sí es efectivo porque hace una presión diferente a las autoridades nacionales cuando se presentan estos casos. El drama que se está viviendo ahora en Colombia en relación con amenazas y homicidios de líderes sociales nos toca, porque decimos que no hay medidas idóneas para proteger la vida de una persona que por ejemplo la amenaza un actor en un territorio. ¿Qué hace usted? ¿Disponer un carro blindado con escoltas? Eso no es tan efectivo y en la mayoría de casos esto termina siendo contraproducente para los mismos líderes. Los personeros se comprometen con activar las medidas existentes, pero en muchos casos con activar otras medidas que no tiene el Estado. Por ejemplo la cooperación que tenemos de organismos internacionales y que nos permiten sacar a una persona del territorio.

¿Qué organismos internacionales les están echando la mano?

Estamos trabajando muy de cerca con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, con Acnur y con algunas organizaciones no gubernamentales. Recientemente firmamos un convenio con Open Society, una ong norteamericana que trabaja el tema de reducción de homicidios en el mundo y tenemos un proyecto concreto en la comuna 1 de Palmira (Valle del Cauca) y Cartagena. También las embajadas británica, sueca y de Noruega, y estamos terminando un proyecto con la Unión Europea (UE). Ahora se nos viene la coyuntura de la migración y quien tenga experiencia podrá presentar proyectos relacionados con ese tema.

¿Hay territorios vedados para los personeros en Colombia?

Es difícil decirlo oficialmente porque la realidad supera la formalidad. Formalmente no debería existir ningún territorio vedado para un personero municipal, pero en la práctica… Hace unos días en un tema de restitución de tierras hubo un ataque a un juez en el Catatumbo  con nueve heridos y dos muertos, y uno lo que piensa es que afortunadamente no estaba el personero allí porque si no sería una cifra más. El 24 de diciembre de 2018 el personero de Puerto Rico (Caquetá) fue asesinado en la puerta de su casa. Estaba llevando unos procesos de control social en el municipio y lo mataron. Entonces sí, puede haber lugares donde la defensa de los derechos humanos sea un ejercicio de alto riesgo.

¿Entonces no se trata de hechos aislados sino que detrás de esta creciente ola de crímenes estaría una ‘mano negra’ como en otros tiempos no tan remotos?

Uno diría que sí. Los aletazos del conflicto y todos los fenómenos que se dan en territorio no son homogéneos. Evidentemente hay zonas más peligrosas que otras y dentro de esas zonas unas más peligrosas que otras. Efectivamente algo sí está pasando en el país y se están generando unas nuevas conflictividades. Hay nuevos intereses, hay reagrupación de actores armados, y es un fenómeno que está tocando algunas regiones. Pero decir sí tajantemente sería muy irresponsable de mi parte.

¿A quiénes les caen mal los personeros?

No se los tragan los corruptos, los violentos y las personas que ven en la defensa de los derechos humanos una tendencia política, pero defender los derechos humanos es defender lo básico, es defender la humanidad. A uno no podría molestarle el defender la humanidad, porque todos somos seres humanos.

Sin embargo, hay congresistas y columnistas que descalifican a los defensores de derechos humanos y los tildan de izquierdistas cuando no de comunistas.

Mire el fenómeno de Venezuela, que es paradójico. Las organizaciones no gubernamentales estaban catalogadas como de una tendencia y hoy en día existen en ese país unas vulneraciones de derechos humanos. ¿Y qué están haciendo las organizaciones sociales? Denunciando lo que está ocurriendo allí y son organizaciones que defienden la vida, sin importar el color. Otro ejemplo es el de Human RightsWatch y José Miguel Vivanco, quienes critican con la misma dureza tanto lo que ocurre en Venezuela como lo que sucede en Colombia. Y uno diría que están en teoría dos tendencias totalmente encontradas.

¿Les preocupa la reaparición de los ‘falsos positivos’ o ejecuciones extrajudiciales en el país?

Nos preocupa cualquier tipo de violación, venga de donde venga. Con esa radiografía que le doy, los personeros tienen que poner el pecho a tanta vulneración. Es que ni siquiera las vulneraciones que están asociadas al conflicto, sino las que sufren los colombianos en el día a día por ejemplo en el acceso a derechos económicos, sociales y culturales. Los campesinos muchas veces no tienen ni siquiera cómo sacar sus productos y venderlos, ni la posibilidad de vivir dignamente y acuden a las personerías a ver qué encuentran, y el personero tiene que decirle al alcalde que mire a una comunidad que está pasando hambre. La Guajira es una situación muy clara que hemos identificado permanentemente. Los personeros tienen que afrontar toda situación que se le presente a un ser humano en territorio y tiene que darle respuesta. Como sea.

¿Entonces qué razón habría para estar al frente de un gremio que solo son problemas? ¿Por qué mejor no le pide ‘canoa’ en Washington al embajador Alejandro Ordóñez?

El gremio de los personeros es uno de los más bonitos que hay en Colombia, y más que problemas yo veo oportunidades. Primero no recibimos dinero del Estado, lo cual nos da mucha autonomía para tocar las puertas de la cooperación. Y, segundo, hay muchas cosas por hacer para fortalecer el gremio. Desde que en abril de 2017 comenzamos en esta dirección entendimos que necesitamos articular el gremio, porque como todo gremio tiene problemas internos, y porque tenemos una fuerza que mostrar. Con el desarrollo de los proyectos tenemos la oportunidad de que en el exterior nos vean y que se den cuenta que lo que hacen los personeros en territorio es bien importante. Además, estos son los primeros personeros que son producto de la meritocracia y pasaron por un examen que cuesta el 70 % de la elección, frente al 20 % de su hoja de vida y el 10 % la entrevista. No podemos negar que se han presentado algunos problemas y algunos concejos han tenido problemas con la elección porque ha habido política de por medio, pero uno podría decir que a grandes rasgos esta cohorte que acaba en diciembre de 2019 fue muy positiva. Afortunadamente no han eliminado el concurso, aunque hay proyectos de ley para acabarlo y que vuelva el anterior mecanismo de elección. Entonces yo veo oportunidades y es un gremio al que se le puede sacar mucho jugo. Mi vida me ha dado la oportunidad de entender la cooperación, trabajar en lógica de proyectos y se pueden presentar muchas iniciativas en favor de los personeros a nivel internacional.

lunes, 10 de junio de 2019

Los médicos también se enferman… y hasta mueren

(Esta entrevista al médico Fernando A. Rivera -de la Clínica Mayo de Estados Unidos- la publiqué en la edición 477 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 7 de junio de 2019)


Todo esperaban los asistentes al XVI Congreso Internacional de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UNAB, menos que el médico Fernando A. Rivera los pusiera a verse en el espejo de su propia y cruda realidad. El título de la conferencia era “Síndrome de fatiga médica”, pero en 35 minutos este barranquillero-bumangués que trabaja en la prestigiosa Clínica Mayo (Jacksonville, Florida) les dio un campanazo en sus oídos del que ninguno de sus colegas –experimentados o novatos– salió indemne.

Con estudios y cifras en mano, como que solo en Estados Unidos se registran al menos 400 suicidios de médicos al año, Rivera les fue diciendo hasta de qué se pueden morir. Luego aceptó esta entrevista.

Nació un 2 de mayo de “hace bastantes años” –se reserva la edad– de padre valluno y madre santandereana, y aunque no tiene acento costeño, paga lo que sea por una mojarra frita con arroz con coco y patacón pisado. Se hizo bachiller en el Colegio San Pedro Claver y de allí voló a la Universidad Javeriana donde se hizo profesional, luego cursó medicina interna en un programa con la Nacional, después aprendió de cuidado intensivo con el Instituto Nacional de Cancerología, de cuya UCI sería el director por cuatro años. Posteriormente fue jefe de urgencia de la Clínica del Country, tuvo su consultorio y fue profesor de la Nacional hasta que su hermano falleció en el atentado contra el avión de Avianca en Soacha y más tarde fue secuestrado un cuñado, razones que lo llevaron a buscar mejores horizontes, siempre con el apoyo de su esposa Leonor Méndez.

Labora en la división de consulta y diagnóstico médico de la Clínica Mayo, que son los casos complejos de medicina interna, donde da la segunda opinión a una lista interminable de pacientes de Europa, Asia, África y Latinoamérica que van hasta esta institución ubicada a cinco horas en carro al norte de Miami. También hace preoperatorio. Se siente orgulloso de estar vinculado a la primera clínica del planeta que “con un don, filosofía y creatividad de familia, el padre médicoy los dos hijos cirujanos empezaron a conformar hace más de 153 años la pionera en atención multidisciplinaria y hoy en día es la más grande del mundo y la más respetada por su modelo de cuidado”.

¿Los médicos también se enferman?

Los médicos nos volvemos pacientes, a pesar de que creemos que somos invencibles, que no nos enfermamos y que somos inmunes a muchas de las enfermedades que ni siquiera pensamos que las podemos tratar para nosotros mismos.

¿Y de qué se enferman?

Depende del contexto que se mire, pero en forma general dependiendo de las especialidades hay más incidencia en los cirujanos de unas enfermedades o de los clínicos o médicos generales en otras. Pero básicamente existe hipertensión, ansiedad, depresión, diabetes, problemas hematológicos a nivel del sistema sanguíneo y también se ha podido ver desde el punto de vista psicológico la parte de fatiga profesional y del poco bienestar.

¿Son conscientes de que se están enfermando o nunca se preocupan?

En general no hay un concepto de que uno puede enfermarse o de que está enfermo. Nosotros no nos hacemos el autodiagnóstico o la autorreflexión para los problemas que podemos tener. Y es bastante complejo porque si miramos hacia atrás la forma como el sistema nos ha enseñado a reconocer la enfermedad en otros y no en uno mismo, pienso que hay una falencia que viene de muchos años. La forma como somos curadores de otros pero no de nosotros mismos, y eso está cambiando. Desde hace más de cuarenta años se viene hablando de esto, pero en la última década en países como Estados Unidos y de Europa se está dando más énfasis a que el médico debe protegerse y debe estar en bienestar para poderle dar bienestar a otros.

¿Aplicaría el refrán de “en casa de herrero, azadón de palo”?

Para ponerlo en un argot colombiano, pienso que sí. Nos creemos invencibles, que tenemos no solamente la verdad para poder tratar pacientes sino la convicción de que no nos va a pasar nada, y al cabo del tiempo vemos que los mismos estudiantes de Medicina ingresan con altas cifras en las pruebas de clasificación y en las entrevistas, y ellos mismos a partir más o menos al segundo añoempiezan a ver la poca satisfacción y el poco balance entre la vida personal y familiar y lo que se quiere en la carrera.

¿Será porque para muchos su principal afán es hacer dinero, comprar automóviles de lujo y vivir en condominios?

La situación es compleja y no solamente es por la formación que hemos tenido y la cultura que se nos ha dado. En parte no es culpa del médico, sino de la forma como la sociedad nos ha protegido. A veces hemos sido intocables, nos da nivel, nos da un buen salario cuando se compara con otras profesiones, y si usted ve en la historia muy pocos son doctores y en Latinoamérica eso marca. En estos países eso le da a uno un nivel, un estatus. Por eso cuando estamos en ese pedestal es cuando no reconocemos las propias carencias, falsedades que podemos tener y debilidades con las que a diario podemos caminar.


¿Fue eso lo que se aconteció aquel día que se miró al espejo y se dio cuenta que estaba malgeniado y hasta trataba con cinismo a los pacientes? ¿Cómo fue ese momento en el que se dio cuenta que algo delicado le estaba pasando?

El reconocerse a uno mismo es también una virtud del médico. El reconocer que uno para brindar paz, tranquilidad, seguridad, bienestar, salud en general a los pacientes, permanentemente le cuestiona a uno, independiente del tipo de médico que sea. Luego uno está cuestionándose si su labor se está entregando con eso que uno refleja en la actividad médica. Los factores sociales, comunitarios, de la carrera y económicos pesan, porque entre más tenga uno un nivel ante la sociedad, uno adquiere estos compromisos.

Creo que desde un comienzo me di cuenta. La pregunta sería. ¿qué momento determinó que usted puede también llegar a ser enfermo y a tiempo puede prevenir lo que usted está haciendo? Me he especializado en prevención médica y estoy convencido durante toda mi carrera que siendo un internista me da la posibilidad de ver todo muy integral, global, no solo para mí sino para el paciente. Y la misma formación que recibí con la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, en el Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga, eso me dio la oportunidad y la madurez interna para poder llegar al momento en que uno se cuestiona, que fue el año pasado, para iniciar una etapa personal.

Y termina tomando hasta un curso de cocina y preparando unos platos que ni su esposa se atrevía a probar, pero brindándose la oportunidad de hacer un alto en el camino.

(Sonríe) Claro, porque la solución al problema no es de uno ni es del sistema. La solución son varios frentes. Y yo soy un convencido por todos los años que llevo ejerciendo, después de haberme graduado en 1983, de que la solución a los problemas viene por la decisión que uno tome por ejemplo de cocinar, de hacer ejercicio, leer un buen libro, ir al teatro… hacer actividades en las cuales uno realmente pueda balancear la vida personal, la vida familiar y la vida del trabajo. La solución no está en un solo frente. Lo importante es coger esos elementos que son los esenciales para dar una solución.

El cocinar me abrió la perspectiva de que yo no soy cocinero y de que cocino pésimo, pero me desarrolló la destreza o por lo menos la oportunidad de darme y eso es satisfactorio. Porque al final lo que preparé, que fue un arroz converduras –que no me gustan pero que me quedaron buenas– y un pollo muy bien sazonado, dije: ¡sí se puede!

Cuando en su charla dijo que en las mañanas antes de levantarse para salir corriendo al consultorio es aconsejable pensar en cinco familiares o amigos, ¿eso es que se le está ‘corriendo el coco’ o que se metió a una secta rara?

Independientemente de la fe que se tenga, de la religión que se practique, de la forma política como vea uno la vida, uno tiene que aferrarse a la ciencia. Y por eso mencionaba que después de meditar, de hacer yoga, relajación o respiración controlada, uno se basa en la ciencia y esto es neurociencia. Por eso activar el modo enfocado del cerebro –que es parte de la neurociencia– desarrollaesa oportunidad para evitar el temor, la ira, la falsa pasión, el castigo, el comentario falso, el no ver al paciente con cariño, con ternura, con verdadero cuidado. Como no existe una medicación que lo haga, entonces cómo puedo activar esas zonas de la corteza cerebral profunda que son muy bien formadas, que son cables neuroquímicos, para que yo pueda tener esa mejor ubicación en la función. Es eso: pensar en lo agradable; no pensar en lo que nos causa más impacto negativo. No pensar permanentemente en el pago de impuestos o que me espera un trancón para llegar a la oficina, sino cosas agradables. Y qué más agradable que antes de levantarse pensar en la familia y en los seres que se quieren. Esas son técnicas de neurociencia que están escritas y validadas y que deben practicarse. Pero el trajinar diario y la dependencia de la tecnología no nos dejan. Estamos más mecanizados que naturalizados, y debemos ser naturales. Luego esas técnicas funcionan y han demostrado que reducen el estrés, que es no placentero y negación a las cosas buenas que uno como ser humano potencialmente puede dar.

¿Qué pasa con esos médicos que se la pasan renegando de esa “maldita Ley 100” o que ya no pueden convertirse en millonarios en tan corto tiempo? ¿Ellos son más propensos a enfermarse?

Esas son demostraciones tangibles de que se está pasando por una situación en la cual el balance profesional no está adecuado. Probablemente son las alertas de que algo no está en organización y en completa calma para poder brindar la paz, el cuidado, la buena salud a los pacientes que uno como derecho ha ganado hacia la comunidad.

Si los médicos hacen un juramento hipocrático y hacen promesas por todos los dioses y las diosas, ¿por qué hay unos médicos que al poco tiempo se olvidan de esos principios éticos y se convierten en máquinas registradoras o al menos en una especie de robot sin sensibilidad por los pacientes?

Nos hemos materializado. Ya no se habla de una clínica, sino de una institución; ya no se habla de un paciente sino de un cliente; ya no se habla de un médico sino de un proveedor en salud. Entonces ese factor, uno de tantos, está reflejando que realmente ha cambiado la forma de ejercer la Medicina. Todos hicimos un juramento hipocrático, independientemente de cualquier universidad de la que hayamos salido, pero ese juramento se ha pisado a través del tiempo porque no hemos sabido cultivarlo, no lo hemos procesado a diario, no lo hemos masticado, asimilado y proyectado. El sistema nos ha encarrilado en un corre-corre, en un producir y no en una satisfacción personal y para la comunidad. Podríamos hablar horas de factores que pueden estar incidiendo su personalidad, su relación con los otros, relaciones matrimoniales o amorosas, que pueden incidir en la forma como un individuo está respondiendo en su profesión o en su carrera. El juramente hipocrático (siglo V a. C.) se ha ido diluyendo porque lo ponemos como un documento y no es un documento; es una práctica, es una filosofía, es un testamento de vida. Y los factores que lo han opacado parten de uno mismo que no lo practica, y parten del sistema.


400 médicos que se suicidan en un año tan solo en un país. Eso es demasiado grave.

Esa es una parte de la crisis a la que se ha llegado. Más de cuarenta mil estudiantes en Estados Unidos están sufriendo de fatiga profesional, aun sin ser profesionales. Más de sesenta mil residentes y fellow, que se supone que ya tienen un nivel de madurez en la carrera médica, y casi medio millón de médicos que están con poca satisfacción, poco balance entre lo personal, lo familiar y la carrera. Cuando nos enfrentamos a una situación más grave que es la carencia total de la vida por suicidio, esto es terrible. Cuatrocientos médicos de Estados Unidos que mueren al año, es una cifra terrible. Pero más que ponernos a llorar, debemos cuestionarnos porque no sabemos las estadísticas en nuestros países. Aquí nos enteramos por el comentario del vecino o del periódico, pero no sabemos realmente cuántos están al borde de o han cometido suicidio. La cifra yo la tomo como una forma de medida tácita, no expresa, porque probablemente hay más y no están reportados. Hablamos de que la depresión lleva a ello; probablemente. Las estadísticas dicen que de dos mil médicos encuestados en el año 2018 por parte de la Asociación Americana de Medicina, el 32 % decían que tenían rasgos de depresión, pero no que están deprimidos, porque es un subregistro. Todavía está el estigma. Volvamos a su primera pregunta: ¿ustedes los médicos se enferman? Los médicos también hacemos ‘chancuco’ en el sentido en que no nos gusta revelar propiamente las estadísticas para decir que estoy deprimido o ansioso o estresado o al borde del abismo de lanzarme por un puente. Eso no va con el médico, porque la forma como fuimos formados y como nosotros mismos cultivamos es de ser infalibles. Eso tiene que cambiar y está cambiando. Por eso la decisión de abrir este congreso de la UNAB con un tema que no era la última píldora en cardiología o la última inyección de insulina que se ha desarrollado. Se trata de ver al médico como un paciente a través del médico. Esto es demasiado importante porque las estadísticas lo están diciendo.

Cerró usted su presentación recomendándoles a estudiantes de Medicina y colegas en ejercicio que entren a la aplicación de Apple denominada Well-beingIndex, para que cuando quieran y en pleno anonimato se miren al espejo y gestionen una herramienta científicamente desarrollada.

Eso se llama un índice de bienestar y fue desarrollado por la Clínica Mayo en Rochester (Minnesota) y por la doctora Liselotte ‘Lotte’ Dyrbye. Así como usted tiene una aplicación para su mejor música o un GPS que nos orienta sin haber estado jamás en determinado restaurante o lugar, necesitamos saber en dónde estamos ubicados, cuáles son mis coordenadas, qué tan cerca estoy de la ansiedad, de la depresión o aun del suicidio. Y esta herramienta, que es una forma métrica de medir en qué nivel estamos, es totalmente anónima y gratuita. Es hacer una introspección de cómo me comparo con el resto de la población, qué técnicas puedo aplicar y cuáles son las referencias bibliográficas para poder mejorar esa situación y lograr un bienestar.

Entonces lo puede hacer un médico de Capitanejo o Tamalameque.

Cualquiera puede hacerlo. Sencillamente entra a la aplicación Well-beingIndex, registra su nombre y su dirección electrónica. Luego contesta nueve preguntas que han sido validadas y que encaminan a su nivel de bienestar y de satisfacción, al gozo por su carrera, a cómo se ve frente a los demás y cómo brinda el cuidado. Esto le da unos indicadores comparativos con el resto de la población. A quien baje la aplicación le llegan reportes, por ejemplo, de si ha mejorado o se encuentra en el mismo nivel. Cada quien puede entrar periódicamente, cada semana, cada quince días, y va a ver sus propias estadísticas en una herramienta que está siendo efectiva para poder tener algo tangible. Acuérdese que a los humanos siempre nos toca la parte objetiva. Necesitamos palpar, oler, degustar… Y esta herramienta nos ayuda a ver en qué nivel de arriba o de abajo nos encontramos y qué debemos hacer. Y cómo están los demás. No para darnos una satisfacción de que estoy mejor, sino de que podemos mejorar en un corto tiempo.

Primero vinieron seis y ahora ya son doce los médicos de la Clínica de Mayo que vienen a este Congreso de la UNAB. ¿Cuál es el imán? ¿Qué buscan?

Yo he estado viviendo 23 años en Estados Unidos y el 1 de mayo de 1996 empecé mi carrera de nuevo porque ya tenía mi carrera acá. Empecé comprometiéndome con la comunidad de pacientes y con las instituciones que me dieron la oportunidad como la Universidad de Miami y la Clínica Mayo, que me abrieron las puertas. La satisfacción personal no es única para sentirme bien, a pesar de que estoy hablando de bienestar. Sería egoísta pensar que los triunfos que he conseguido sean míos. Son de la comunidad y del sistema que me brindó la capacidad y la madurez con la experiencia, de poder ‘brincar el charco’ y llegar a Estados Unidos. Sería mezquino de mi parte si yo disfruto de ese bienestar, sin saber que de donde yo vengo y cuales mis orígenes son pertenecen a algoa quien yo le guardo gratitud.

Ustedes en la UNAB tienen el potencial, el mismo del cual yo tomé y cultivé la experiencia que me dio esa fachada, que en los Estados Unidos me atendieron y me promovieron en el ejercicio de mi carrera. Es aquí donde está la energía que a mí me dio el mensaje de que uno tiene que ser bueno, pero no para uno, no por el sueldo, no por el renombre, es por la calidad de trabajo y de cuidados que se le brindan a gente. Entonces qué mejor forma de retribuir a la misma comunidad que me vio surgir. ¿Por qué la UNAB y no otra universidad? Porque la vida está hecha de momentos y como estamos hablando de balance de vida y profesión, hubo momentos sociales y académicos de reuniones previas en las cuales me encontré con colegas como Gustavo Parra, Claudia Sossa y Juan José Rey, que me dieron esa posibilidad de comunicarnos, hacer un plan conjunto, no a nombre mío sino de la comunidad que nos dio y que nos da el diario vivir de la medicina. Pero si usted me dice que debo ir a los barrios de la salida a Cúcuta que necesitan que los muchachos sean educados en cualquier tipo de prevención, allá voy. La Medicina como ciencia no le pertenece a uno ni a dos ni a un grupo, es de la humanidad. Los médicos somos un espejo que nos reflejamos en la comunidad a la cual servimos.

¿Usted vive ‘picho en plata’?

¡No! La felicidad de mi vida no es material, sino la satisfacción de lo que dice siempre la gente buena: el deber cumplido. Estaré feliz de seguir esa senda y retribuirle a la sociedad que me vio nacer y que me formó, para que sean más sanos cada día. Mi apostolado fue la Medicina y me siento feliz no solamente de estar con pacientes sino de participar en congresos como este de la UNAB, compartiendo estos momentos académico-científicos.

Eso quiere decir que los jesuitas que lo formaron no perdieron el esfuerzo con usted.

Está en lo cierto. Creo que el mensaje de los jesuitas se cumplió y lo veo como esta senda de servicio. A mí me marcó la formación jesuita y eso lo confirma de que lo hice en el San Pedro y en la Javeriana. Me falta mucho, pero he recorrido un buen trayecto. Creo que ahí voy…