(Esta nota la publiqué en la edición 478 de Vivir la UNAB, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, en circulación desde el 12 de julio de 2019)
El jurado integrado por el guitarrista Roberto Martínez Torres, la maestra y cantante Marysabel Tolosa Escobar y el tiplista Libardo Carvajal Hernández, determinó que el ganador del ‘Gran Mono Núñez’ fuera el joven sangileño y estudiante de la UNAB, Carlos Augusto Vásquez Soto, también merecedor de los trofeos al mejor tiplista y al mejor solista instrumental. / Foto PVG
Una de las personas más felices con
la noticia que Telepacífico estaba transmitiendo en la noche del pasado domingo
2 de junio era su cómplice abuela Martha Cecilia Serrano, quien con más de la
mitad de su escuálido salario en una cafetería escolar hizo el sacrificio para
obsequiarle la primera guitarra a los 14 años.
El otro fue Rafael Ardila Duarte, presidente
de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, quien en una
tertulia en la capital guanentina el año anterior tuvo la ocasión de escucharlo
y le instó a que viniera a estudiar en la UNAB.
Y, por supuesto, el protagonista:
Carlos Augusto Vásquez Soto, estudiante de segundo semestre del Programa de
Música de la UNAB, quien en la edición 45 del Festival ‘Mono Núñez’ arrasó con
la premiación al recibir el ‘Gran Mono Núñez’ Instrumental, el ‘Pacho
Benavides’ al Mejor Tiplista y la distinción a Mejor Solista Instrumental, en
el que es considerado por los entendidos como el principal certamen de música
andina en Colombia. Su palmarés se complementa con los trofeos de ganador del
Concurso Nacional de Tiple ‘Pedro Nel Martínez’, realizado en Charalá en 2013,
y de Mejor Tiplista en el Concurso Nacional de Duetos Hermanos Martínez
(Floridablanca, 2012), sin dejar por fuera del escaparate los dos ‘Pacho
Benavides’ que recibió en el año 2012 con el trío “200 de cilantro” y en 2017
acompañando a su paisano organista Jonathan Reyes –quien también ganó como
mejor solista instrumental–.
Vásquez Soto es un sangileño de apenas
24 años de edad, quien para su presentación en la localidad vallecaucana de
Ginebra contó con el acompañamiento del guitarrista Ángel David Alba Becerra y
el tiplista Edwin Castañeda González, que además de ser su amigo entrañable es
su profesor. Y precisamente es de Castañeda el instrumento que Carlos Augusto
saca del estuche y hace sonar, sin siquiera haber empezado este diálogo. El suyo requería algunas
reparaciones porque se estaba poniendo duro, las cuerdas levantadas y le estaba
costando trabajo llegar a las octavas de abajo, razón por la cual ni corto ni
perezoso se lo pidió prestado un momento… y hasta el sol de hoy, ya que se dejó
seducir de su sonoridad, su fidelidad y que responde a la fuerza de su mano
derecha.
Con tiple ajeno, Vásquez Soto se
dedicó a ensayar y preparar su incursión en tierras del Valle, donde durante
cinco largos días tuvo que batirse contra los demás competidores. Fue en esa
audición privada inicial, sin interrupciones de nadie y cara a cara con el
jurado, en la que Vásquez Soto considera que entró pisando fuerte.
Sin el mínimo asomo de timidez,
asegura que en ese momento alcanzó un 99 por ciento de perfección. “Tocamos de
una manera increíble “En lontananza”, del caleño Jerónimo Velasco, y el pasillo
“Genio alegre”, de la pianista Alicia Soto”, señala. Acertadamente partieron de
la serenidad de la danza que escogieron para romper el hielo y soltar los
dedos, luciéndose luego con la otra composición que les fue asignada por los
jurados de un repertorio de diez obras que todos los concursantes debían estar
prestos a interpretar.
“No se trata solamente de tocar el instrumento a la perfección”, admite Carlos Augusto Vásquez Soto, quien sabe que debe culminar con éxito su formación académica en la UNAB –donde acaba de cursar segundo semestre del Programa de Música– y para ello aspira que le otorguen una beca completa. / Foto suministrada
Desde hace cuatro años practica el
ciclomontañismo y por eso de inmediato comprendió el comentario del jurado
Roberto Martínez Torres, calificado como el mejor guitarrista del país, quien
les dijo: “¡Eso tuvo desnivel positivo!”. Con esa expresión les estaba
resaltando la calidad de la presentación, ante lo cual Carlos Augusto soltó la
risa y les confesó que lo que acababan de hacer resultó más difícil que subir
al Alto de Letras. El Cañón del Chicamocha no, porque a ese extenuante recorrido está habituado cada viernes que decide ir a San Gil a visitar a sus padres para regresar el domingo en la tarde, y lo hace no en automóvil o flota intermunicipal, sino en su 'caballito de acero'.
“La energía que sentimos en ese
momento fue muy chévere. Luego tuvimos el resto del jueves y todo el viernes
para parrandear y ponernos a tocar con los demás músicos que asisten, porque
una de las cosas maravillosas que tiene el ‘Mono Núñez’ es esa sobredosis de
música por donde quiera que uno vaya, sea de día o de noche”, confiesa.
Las cosas fueron a otro precio ese
sábado 1 de junio porque les correspondió la audición pública en el Coliseo
‘Gerardo Arellano’. Allí tocaron de Carlos Alberto ‘El Chunco’ Rozo la danza
“Inspiración” y el bambuco “Alma bogotana”, que se sumaron a otras tres piezas
del mismo que llevaban ensayadas. Lo hicieron sin tener la más remota idea de
que este bandolista cundinamarqués –quien fuera integrante legendario del
Conjunto Granadino–, era el compositor homenajeado por la organización. También
interpretaron el pasillo “Pamplona”, del nortesantandereano Miguel Oriol
Rangel, una obra pensada para el piano y que tuvieron que adaptar para tiple,
ese instrumento de origen colombiano (siglo XVII) que tiene 12 cuerdas
agrupadas en cuatro órdenes y afinadas de la más baja a la más aguda.
Los nervios inicialmente no les
jugaron ninguna mala pasada, por lo que de manera decidida se subieron al
escenario, gozaron y tocaron con el corazón ante un recinto a reventar al que
acuden aficionados de todos los rincones de Colombia e incluso de otros países.
El domingo se produjo el feliz
desenlace cuando después de almuerzo fue notificado inicialmente que se había
hecho acreedor a su tercer premio como mejor tiplista, honor que comparte a
nivel nacional con el también profesor de la UNAB, Ricardo Varela Villalba,
integrante de “El barbero del Socorro”.
“Tenía muchísima ilusión de al menos
traerme un premio para San Gil y para la UNAB. Estaba confiado de lo que había
hecho y sabía que si pasaba a la final era porque podía dar la pelea
verraquísima y efectivamente lo hice”, asevera. Pero en la tarde, luego de
descansar y antes de ir al coliseo a la última comparecencia, se produjeron
varios hechos que jamás olvidarán. A eso de las siete de la noche se alistaron
y cuando se disponían a darle un repaso a los temas, Carlos Augusto empezó a
sentir debilidad en todo el cuerpo, acompañada de fiebre. Les correspondió el
turno de novenos entre los diez finalistas (cinco en la categoría vocal y cinco
en la instrumental), así que continuaron preparándose hasta que… ¡pan! se le
reventó la segunda cuerda del tiple. Justo la segunda, una de las que más
tensión recibe. “¿Cómo me pasa esta vaina y precisamente ahora?”, refunfuñó
Vásquez Soto. Fue decir eso y los nervios lo embistieron como un toro de lidia.
No tuvo más que salir corriendo al camerino a buscar una de repuesto y de
regreso le pidió a Castañeda que se la cambiara, “pero del estrés Edwin no pudo
hacerlo”. Estaban a 120 segundos de entrar en escena y tenían claro el tremendo
riesgo que implicaba hacer esa maniobra cuando el tiple necesita de al menos
una hora para que la cuerda afine como dictan los cánones.
Carlos Augusto se arriesgó, sin dejar
de temer que la cuerda se le desafinara. Y claro que se le desafinó finalizando
el primer tema. Los jurados se percataron del revés y les mandaron a decir con
los encargados de la producción que debían afinar el instrumento. Sin recordar
con exactitud que pasó, lo hicieron con la velocidad de un rayo y acto seguido se
fajaron “Atardecer bogotano” –de ‘El Chunco’ Rozo– y el bambuco “El negrito”, del
santandereano Rafael Antonio Aponte.
No tiene novia –o al menos eso dice–, pero las pasiones de Carlos Augusto Vásquez Soto son el tiple, el cuatro y la bicicleta todoterreno. En su pierna derecha tiene tatuado un clavijero y quiere a más tardar a comienzos de 2020 haber grabado su disco como solista con obras colombianas, merengues venezolanos y piezas latinoamericanas, algunas de las cuales jamás se hayan tocado en tiple. También viajar por el mundo mostrando sus calidades. / FOTO PVG
Las aguas se apaciguaron y
concluyeron la presentación, aunque con el temor de que los jueces se las
cobrarían. Luego descendieron del escenario y con la ‘maluquera’ a cuestas,
Carlos Augusto se sentó en las afueras del coliseo a tomarse una ‘amarga’, con
el ánimo por el piso. Por los parlantes alcanzaron a escuchar que empezaba la lectura
del fallo, pero cuando se percataron ya habían cerrado las puertas. Anunciaron
entonces los vencedores: “Armonizando
Dúo” (Huila) en la categoría vocal; “Palo Negro” (Caldas) como mejor grupo
instrumental y “Sine Nomine”(Bogotá) como mejor grupo vocal.
El mejor bandolista, Premio ‘Diego Estrada Montoya’, lo obtuvo Mateo Patiño
integrante del grupo “Itinerante” (Bogotá); como mejor requintista, Premio
‘Jorge Ariza Lindo’, fue declarado Javier Fernando Mojica, del ‘Trío Juventud’
(Boyacá); como mejor guitarrista Sebastián Martínez, de “Itinerante”; mejor
solista vocal fue la llanera Lizeth Viviana Vega y el mejor tiplista Víctor
Hugo Reina, de “Armonizando Dúo”.
Únicamente faltaba conocer quién sería
declarado el mejor solista instrumental y Vásquez Soto se cruzó la mirada con
su más directo rival, el primer clarinete de la Orquesta Sinfónica de Colombia.
A punto de darse por derrotado, se oyó “¡Carlos Alberto Vásquez!”. No coincidía
con su nombre, pero ni modo que se trata de otra persona. Así que Carlos
Augusto sacudió de la emoción a Edwin y Ángel David.
No lo podían creer; sin embargo, el
suspenso seguía. Un aire de incertidumbre se apoderó de ellos y tras un
silencio eterno de ocho segundos, en los que alcanzaron a pensar que se lo
darían a “Itinerante” o al quinteto de clarinetes de la Universidad de Caldas,
el maestro de ceremonias, cambiándole otra vez el nombre, sentenció: Carlos
Augusto (ese muchacho al que los docentes del Colegio ‘Luis Camacho Rueda’
tuvieron que darle un empujón para graduarse de bachiller porque era negado
para la Física y la Química) se alzaba con el ‘Gran Mono Núñez’.
Por poco desbarata a sus dos amigos. Los
abrazo y los zarandeó de la felicidad. “¡Lo logramos!, ¡lo logramos!”, gritaba.
Luego los demás competidores se les vinieron encima, mientras sus padres Carlos
Humberto y Olga Lucía seguían la transmisión por televisión. Lloró de la
emoción al recibir la enorme bandola que sirve de trofeo. Los aplausos no
cesaban.
“Todo aquel que ama la música andina
colombiana y trabaja con empeño y dedicación sueña con algún día tener ese
máximo galardón”, concluye Carlos Augusto, a quien a su retorno a casa le
esperaría un desayuno con caldo, doble huevo y arepa.
“Esta música que yo toco no es de
viejitos nostálgicos; es el despertar de nuestro país y de una nueva
generación. Cuando uno la reconoce, la interpreta y la investiga, causa
curiosidad y seduce. Jamás morirá, porque somos muchos los intérpretes jóvenes
y también el público se está renovando”,
afirma con ahínco.
Tuvieron que pasar casi 30 años para que
el ganador del “Gran Mono Núñez” volviera a ser un tiplista y lo es un
estudiante de la UNAB que con su moñona anhela que le otorguen una beca del
cien por ciento para poder culminar sus estudios y convertirse en un músico
profesional, porque por ahora es consciente de que sus guabinas y torbellinos
pueden darle fama pero no el dinero suficiente, ya que los ocho millones de
pesos a los que se hizo acreedor en Ginebra deberá repartirlos con sus socios,
junto a los cuales se presentará –en fecha por acordar- en el pomposo Teatro
‘Julio Mario Santodomingo’, de Bogotá.
Jamás dejará de agradecer que Rafael
Ardila Duarte de su propio bolsillo le pagó el primer semestre y que su familia
prácticamente lo adoptó. Como tampoco que para el segundo semestre -que culminó
con éxito- contó con una beca del 50 % que el empresario le gestionó, mientras
también se hizo cargo del complemento.
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