lunes, 10 de junio de 2019

Los médicos también se enferman… y hasta mueren

(Esta entrevista al médico Fernando A. Rivera -de la Clínica Mayo de Estados Unidos- la publiqué en la edición 477 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 7 de junio de 2019)


Todo esperaban los asistentes al XVI Congreso Internacional de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UNAB, menos que el médico Fernando A. Rivera los pusiera a verse en el espejo de su propia y cruda realidad. El título de la conferencia era “Síndrome de fatiga médica”, pero en 35 minutos este barranquillero-bumangués que trabaja en la prestigiosa Clínica Mayo (Jacksonville, Florida) les dio un campanazo en sus oídos del que ninguno de sus colegas –experimentados o novatos– salió indemne.

Con estudios y cifras en mano, como que solo en Estados Unidos se registran al menos 400 suicidios de médicos al año, Rivera les fue diciendo hasta de qué se pueden morir. Luego aceptó esta entrevista.

Nació un 2 de mayo de “hace bastantes años” –se reserva la edad– de padre valluno y madre santandereana, y aunque no tiene acento costeño, paga lo que sea por una mojarra frita con arroz con coco y patacón pisado. Se hizo bachiller en el Colegio San Pedro Claver y de allí voló a la Universidad Javeriana donde se hizo profesional, luego cursó medicina interna en un programa con la Nacional, después aprendió de cuidado intensivo con el Instituto Nacional de Cancerología, de cuya UCI sería el director por cuatro años. Posteriormente fue jefe de urgencia de la Clínica del Country, tuvo su consultorio y fue profesor de la Nacional hasta que su hermano falleció en el atentado contra el avión de Avianca en Soacha y más tarde fue secuestrado un cuñado, razones que lo llevaron a buscar mejores horizontes, siempre con el apoyo de su esposa Leonor Méndez.

Labora en la división de consulta y diagnóstico médico de la Clínica Mayo, que son los casos complejos de medicina interna, donde da la segunda opinión a una lista interminable de pacientes de Europa, Asia, África y Latinoamérica que van hasta esta institución ubicada a cinco horas en carro al norte de Miami. También hace preoperatorio. Se siente orgulloso de estar vinculado a la primera clínica del planeta que “con un don, filosofía y creatividad de familia, el padre médicoy los dos hijos cirujanos empezaron a conformar hace más de 153 años la pionera en atención multidisciplinaria y hoy en día es la más grande del mundo y la más respetada por su modelo de cuidado”.

¿Los médicos también se enferman?

Los médicos nos volvemos pacientes, a pesar de que creemos que somos invencibles, que no nos enfermamos y que somos inmunes a muchas de las enfermedades que ni siquiera pensamos que las podemos tratar para nosotros mismos.

¿Y de qué se enferman?

Depende del contexto que se mire, pero en forma general dependiendo de las especialidades hay más incidencia en los cirujanos de unas enfermedades o de los clínicos o médicos generales en otras. Pero básicamente existe hipertensión, ansiedad, depresión, diabetes, problemas hematológicos a nivel del sistema sanguíneo y también se ha podido ver desde el punto de vista psicológico la parte de fatiga profesional y del poco bienestar.

¿Son conscientes de que se están enfermando o nunca se preocupan?

En general no hay un concepto de que uno puede enfermarse o de que está enfermo. Nosotros no nos hacemos el autodiagnóstico o la autorreflexión para los problemas que podemos tener. Y es bastante complejo porque si miramos hacia atrás la forma como el sistema nos ha enseñado a reconocer la enfermedad en otros y no en uno mismo, pienso que hay una falencia que viene de muchos años. La forma como somos curadores de otros pero no de nosotros mismos, y eso está cambiando. Desde hace más de cuarenta años se viene hablando de esto, pero en la última década en países como Estados Unidos y de Europa se está dando más énfasis a que el médico debe protegerse y debe estar en bienestar para poderle dar bienestar a otros.

¿Aplicaría el refrán de “en casa de herrero, azadón de palo”?

Para ponerlo en un argot colombiano, pienso que sí. Nos creemos invencibles, que tenemos no solamente la verdad para poder tratar pacientes sino la convicción de que no nos va a pasar nada, y al cabo del tiempo vemos que los mismos estudiantes de Medicina ingresan con altas cifras en las pruebas de clasificación y en las entrevistas, y ellos mismos a partir más o menos al segundo añoempiezan a ver la poca satisfacción y el poco balance entre la vida personal y familiar y lo que se quiere en la carrera.

¿Será porque para muchos su principal afán es hacer dinero, comprar automóviles de lujo y vivir en condominios?

La situación es compleja y no solamente es por la formación que hemos tenido y la cultura que se nos ha dado. En parte no es culpa del médico, sino de la forma como la sociedad nos ha protegido. A veces hemos sido intocables, nos da nivel, nos da un buen salario cuando se compara con otras profesiones, y si usted ve en la historia muy pocos son doctores y en Latinoamérica eso marca. En estos países eso le da a uno un nivel, un estatus. Por eso cuando estamos en ese pedestal es cuando no reconocemos las propias carencias, falsedades que podemos tener y debilidades con las que a diario podemos caminar.


¿Fue eso lo que se aconteció aquel día que se miró al espejo y se dio cuenta que estaba malgeniado y hasta trataba con cinismo a los pacientes? ¿Cómo fue ese momento en el que se dio cuenta que algo delicado le estaba pasando?

El reconocerse a uno mismo es también una virtud del médico. El reconocer que uno para brindar paz, tranquilidad, seguridad, bienestar, salud en general a los pacientes, permanentemente le cuestiona a uno, independiente del tipo de médico que sea. Luego uno está cuestionándose si su labor se está entregando con eso que uno refleja en la actividad médica. Los factores sociales, comunitarios, de la carrera y económicos pesan, porque entre más tenga uno un nivel ante la sociedad, uno adquiere estos compromisos.

Creo que desde un comienzo me di cuenta. La pregunta sería. ¿qué momento determinó que usted puede también llegar a ser enfermo y a tiempo puede prevenir lo que usted está haciendo? Me he especializado en prevención médica y estoy convencido durante toda mi carrera que siendo un internista me da la posibilidad de ver todo muy integral, global, no solo para mí sino para el paciente. Y la misma formación que recibí con la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, en el Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga, eso me dio la oportunidad y la madurez interna para poder llegar al momento en que uno se cuestiona, que fue el año pasado, para iniciar una etapa personal.

Y termina tomando hasta un curso de cocina y preparando unos platos que ni su esposa se atrevía a probar, pero brindándose la oportunidad de hacer un alto en el camino.

(Sonríe) Claro, porque la solución al problema no es de uno ni es del sistema. La solución son varios frentes. Y yo soy un convencido por todos los años que llevo ejerciendo, después de haberme graduado en 1983, de que la solución a los problemas viene por la decisión que uno tome por ejemplo de cocinar, de hacer ejercicio, leer un buen libro, ir al teatro… hacer actividades en las cuales uno realmente pueda balancear la vida personal, la vida familiar y la vida del trabajo. La solución no está en un solo frente. Lo importante es coger esos elementos que son los esenciales para dar una solución.

El cocinar me abrió la perspectiva de que yo no soy cocinero y de que cocino pésimo, pero me desarrolló la destreza o por lo menos la oportunidad de darme y eso es satisfactorio. Porque al final lo que preparé, que fue un arroz converduras –que no me gustan pero que me quedaron buenas– y un pollo muy bien sazonado, dije: ¡sí se puede!

Cuando en su charla dijo que en las mañanas antes de levantarse para salir corriendo al consultorio es aconsejable pensar en cinco familiares o amigos, ¿eso es que se le está ‘corriendo el coco’ o que se metió a una secta rara?

Independientemente de la fe que se tenga, de la religión que se practique, de la forma política como vea uno la vida, uno tiene que aferrarse a la ciencia. Y por eso mencionaba que después de meditar, de hacer yoga, relajación o respiración controlada, uno se basa en la ciencia y esto es neurociencia. Por eso activar el modo enfocado del cerebro –que es parte de la neurociencia– desarrollaesa oportunidad para evitar el temor, la ira, la falsa pasión, el castigo, el comentario falso, el no ver al paciente con cariño, con ternura, con verdadero cuidado. Como no existe una medicación que lo haga, entonces cómo puedo activar esas zonas de la corteza cerebral profunda que son muy bien formadas, que son cables neuroquímicos, para que yo pueda tener esa mejor ubicación en la función. Es eso: pensar en lo agradable; no pensar en lo que nos causa más impacto negativo. No pensar permanentemente en el pago de impuestos o que me espera un trancón para llegar a la oficina, sino cosas agradables. Y qué más agradable que antes de levantarse pensar en la familia y en los seres que se quieren. Esas son técnicas de neurociencia que están escritas y validadas y que deben practicarse. Pero el trajinar diario y la dependencia de la tecnología no nos dejan. Estamos más mecanizados que naturalizados, y debemos ser naturales. Luego esas técnicas funcionan y han demostrado que reducen el estrés, que es no placentero y negación a las cosas buenas que uno como ser humano potencialmente puede dar.

¿Qué pasa con esos médicos que se la pasan renegando de esa “maldita Ley 100” o que ya no pueden convertirse en millonarios en tan corto tiempo? ¿Ellos son más propensos a enfermarse?

Esas son demostraciones tangibles de que se está pasando por una situación en la cual el balance profesional no está adecuado. Probablemente son las alertas de que algo no está en organización y en completa calma para poder brindar la paz, el cuidado, la buena salud a los pacientes que uno como derecho ha ganado hacia la comunidad.

Si los médicos hacen un juramento hipocrático y hacen promesas por todos los dioses y las diosas, ¿por qué hay unos médicos que al poco tiempo se olvidan de esos principios éticos y se convierten en máquinas registradoras o al menos en una especie de robot sin sensibilidad por los pacientes?

Nos hemos materializado. Ya no se habla de una clínica, sino de una institución; ya no se habla de un paciente sino de un cliente; ya no se habla de un médico sino de un proveedor en salud. Entonces ese factor, uno de tantos, está reflejando que realmente ha cambiado la forma de ejercer la Medicina. Todos hicimos un juramento hipocrático, independientemente de cualquier universidad de la que hayamos salido, pero ese juramento se ha pisado a través del tiempo porque no hemos sabido cultivarlo, no lo hemos procesado a diario, no lo hemos masticado, asimilado y proyectado. El sistema nos ha encarrilado en un corre-corre, en un producir y no en una satisfacción personal y para la comunidad. Podríamos hablar horas de factores que pueden estar incidiendo su personalidad, su relación con los otros, relaciones matrimoniales o amorosas, que pueden incidir en la forma como un individuo está respondiendo en su profesión o en su carrera. El juramente hipocrático (siglo V a. C.) se ha ido diluyendo porque lo ponemos como un documento y no es un documento; es una práctica, es una filosofía, es un testamento de vida. Y los factores que lo han opacado parten de uno mismo que no lo practica, y parten del sistema.


400 médicos que se suicidan en un año tan solo en un país. Eso es demasiado grave.

Esa es una parte de la crisis a la que se ha llegado. Más de cuarenta mil estudiantes en Estados Unidos están sufriendo de fatiga profesional, aun sin ser profesionales. Más de sesenta mil residentes y fellow, que se supone que ya tienen un nivel de madurez en la carrera médica, y casi medio millón de médicos que están con poca satisfacción, poco balance entre lo personal, lo familiar y la carrera. Cuando nos enfrentamos a una situación más grave que es la carencia total de la vida por suicidio, esto es terrible. Cuatrocientos médicos de Estados Unidos que mueren al año, es una cifra terrible. Pero más que ponernos a llorar, debemos cuestionarnos porque no sabemos las estadísticas en nuestros países. Aquí nos enteramos por el comentario del vecino o del periódico, pero no sabemos realmente cuántos están al borde de o han cometido suicidio. La cifra yo la tomo como una forma de medida tácita, no expresa, porque probablemente hay más y no están reportados. Hablamos de que la depresión lleva a ello; probablemente. Las estadísticas dicen que de dos mil médicos encuestados en el año 2018 por parte de la Asociación Americana de Medicina, el 32 % decían que tenían rasgos de depresión, pero no que están deprimidos, porque es un subregistro. Todavía está el estigma. Volvamos a su primera pregunta: ¿ustedes los médicos se enferman? Los médicos también hacemos ‘chancuco’ en el sentido en que no nos gusta revelar propiamente las estadísticas para decir que estoy deprimido o ansioso o estresado o al borde del abismo de lanzarme por un puente. Eso no va con el médico, porque la forma como fuimos formados y como nosotros mismos cultivamos es de ser infalibles. Eso tiene que cambiar y está cambiando. Por eso la decisión de abrir este congreso de la UNAB con un tema que no era la última píldora en cardiología o la última inyección de insulina que se ha desarrollado. Se trata de ver al médico como un paciente a través del médico. Esto es demasiado importante porque las estadísticas lo están diciendo.

Cerró usted su presentación recomendándoles a estudiantes de Medicina y colegas en ejercicio que entren a la aplicación de Apple denominada Well-beingIndex, para que cuando quieran y en pleno anonimato se miren al espejo y gestionen una herramienta científicamente desarrollada.

Eso se llama un índice de bienestar y fue desarrollado por la Clínica Mayo en Rochester (Minnesota) y por la doctora Liselotte ‘Lotte’ Dyrbye. Así como usted tiene una aplicación para su mejor música o un GPS que nos orienta sin haber estado jamás en determinado restaurante o lugar, necesitamos saber en dónde estamos ubicados, cuáles son mis coordenadas, qué tan cerca estoy de la ansiedad, de la depresión o aun del suicidio. Y esta herramienta, que es una forma métrica de medir en qué nivel estamos, es totalmente anónima y gratuita. Es hacer una introspección de cómo me comparo con el resto de la población, qué técnicas puedo aplicar y cuáles son las referencias bibliográficas para poder mejorar esa situación y lograr un bienestar.

Entonces lo puede hacer un médico de Capitanejo o Tamalameque.

Cualquiera puede hacerlo. Sencillamente entra a la aplicación Well-beingIndex, registra su nombre y su dirección electrónica. Luego contesta nueve preguntas que han sido validadas y que encaminan a su nivel de bienestar y de satisfacción, al gozo por su carrera, a cómo se ve frente a los demás y cómo brinda el cuidado. Esto le da unos indicadores comparativos con el resto de la población. A quien baje la aplicación le llegan reportes, por ejemplo, de si ha mejorado o se encuentra en el mismo nivel. Cada quien puede entrar periódicamente, cada semana, cada quince días, y va a ver sus propias estadísticas en una herramienta que está siendo efectiva para poder tener algo tangible. Acuérdese que a los humanos siempre nos toca la parte objetiva. Necesitamos palpar, oler, degustar… Y esta herramienta nos ayuda a ver en qué nivel de arriba o de abajo nos encontramos y qué debemos hacer. Y cómo están los demás. No para darnos una satisfacción de que estoy mejor, sino de que podemos mejorar en un corto tiempo.

Primero vinieron seis y ahora ya son doce los médicos de la Clínica de Mayo que vienen a este Congreso de la UNAB. ¿Cuál es el imán? ¿Qué buscan?

Yo he estado viviendo 23 años en Estados Unidos y el 1 de mayo de 1996 empecé mi carrera de nuevo porque ya tenía mi carrera acá. Empecé comprometiéndome con la comunidad de pacientes y con las instituciones que me dieron la oportunidad como la Universidad de Miami y la Clínica Mayo, que me abrieron las puertas. La satisfacción personal no es única para sentirme bien, a pesar de que estoy hablando de bienestar. Sería egoísta pensar que los triunfos que he conseguido sean míos. Son de la comunidad y del sistema que me brindó la capacidad y la madurez con la experiencia, de poder ‘brincar el charco’ y llegar a Estados Unidos. Sería mezquino de mi parte si yo disfruto de ese bienestar, sin saber que de donde yo vengo y cuales mis orígenes son pertenecen a algoa quien yo le guardo gratitud.

Ustedes en la UNAB tienen el potencial, el mismo del cual yo tomé y cultivé la experiencia que me dio esa fachada, que en los Estados Unidos me atendieron y me promovieron en el ejercicio de mi carrera. Es aquí donde está la energía que a mí me dio el mensaje de que uno tiene que ser bueno, pero no para uno, no por el sueldo, no por el renombre, es por la calidad de trabajo y de cuidados que se le brindan a gente. Entonces qué mejor forma de retribuir a la misma comunidad que me vio surgir. ¿Por qué la UNAB y no otra universidad? Porque la vida está hecha de momentos y como estamos hablando de balance de vida y profesión, hubo momentos sociales y académicos de reuniones previas en las cuales me encontré con colegas como Gustavo Parra, Claudia Sossa y Juan José Rey, que me dieron esa posibilidad de comunicarnos, hacer un plan conjunto, no a nombre mío sino de la comunidad que nos dio y que nos da el diario vivir de la medicina. Pero si usted me dice que debo ir a los barrios de la salida a Cúcuta que necesitan que los muchachos sean educados en cualquier tipo de prevención, allá voy. La Medicina como ciencia no le pertenece a uno ni a dos ni a un grupo, es de la humanidad. Los médicos somos un espejo que nos reflejamos en la comunidad a la cual servimos.

¿Usted vive ‘picho en plata’?

¡No! La felicidad de mi vida no es material, sino la satisfacción de lo que dice siempre la gente buena: el deber cumplido. Estaré feliz de seguir esa senda y retribuirle a la sociedad que me vio nacer y que me formó, para que sean más sanos cada día. Mi apostolado fue la Medicina y me siento feliz no solamente de estar con pacientes sino de participar en congresos como este de la UNAB, compartiendo estos momentos académico-científicos.

Eso quiere decir que los jesuitas que lo formaron no perdieron el esfuerzo con usted.

Está en lo cierto. Creo que el mensaje de los jesuitas se cumplió y lo veo como esta senda de servicio. A mí me marcó la formación jesuita y eso lo confirma de que lo hice en el San Pedro y en la Javeriana. Me falta mucho, pero he recorrido un buen trayecto. Creo que ahí voy…


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