jueves, 13 de diciembre de 2012

Rodolfo Arango no se 'arruga'


Habla el exmagistrado que desde su columna en El Espectador se ha convertido en una de las plumas más críticas y mordaces de la prensa colombiana.
Más allá del conocimiento que le da el doctorado en Filosofía del Derecho y Derecho Constitucional de la Universidad de Kiel (Alemania), el abogado Rodolfo Arango Rivadeneira se ha convertido en uno de las voces más respetadas no solo en cuanto a esa materia se refiere sino al análisis de la institucionalidad y los males que afectan a  Colombia.
Desde su columna en el diario El Espectador, este intelectual afina su puntería cada miércoles, apelando a argumentos de fondo y atreviéndose a meterse con los poderosos. “La triste historia de Alejandro Ordóñez y de su reelección con la complicidad de ‘servidores públicos’ y algunos grupos de la sociedad, hace necesario volver a los clásicos. Más cuando las amenazas a la libertad acechan y la corrupción se expande. Uno de ellos es Nicolás de Maquiavelo. No bastó el ejercicio religiosamente sesgado de la función pública -absolviendo parapolíticos y condenando opositores- para impedir la nominación por los altos jueces. Ahora el reparto del botín burocrático para provecho propio en una institución mal diseñada y peor administrada servirá para que los senadores terminen la tarea”, ha dicho Arango del procurador santandereano.

“Comenzó mal el nuevo movimiento político Puro Centro Democrático. La derecha radical siempre ha sido desafiante, temeraria, prosopopéyica. Detrás de sus proclamas salvíficas se esconden torvos intereses. María Isabel Rueda ha distinguido acertadamente entre la crítica legítima y la agitación militar contra el Gobierno. El agasajado exministro Londoño y ahora promotor político ostenta una sanción disciplinaria con inhabilidad de doce años, lo que no le ha impedido presentarse como adalid de la patriótica corriente de pensamiento. No importó ese detalle a los organizadores de la oposición ultramontana. El líder del movimiento, el carismático expresidente Uribe, arrastra tras de sí una notable estela de inhabilitados, condenados, reos y prófugos de la justicia que lo acompañaron o apoyaron políticamente en su gobierno, ese gobierno cuyo período resultó doblado gracias a la compra de votos en el Congreso”, ha escrito este profesor universitario que trabaja en la Universidad de los Andes y se ha desempeñado como magistrado auxiliar y conjuez de la Corte Constitucional.

De su pluma también han salido frases como: “Colombia quiere ser una República Democrática. Por lo menos eso dice el artículo 1º de la Constitución. No está claro, sin embargo, qué se requiere para ser una república. Por lo menos tres condiciones deben procurarse para ello: la soberanía popular, el Estado de derecho y la garantía de iguales derechos para todos. Ninguno de estos presupuestos se cumple actualmente. El saqueo de los recursos mineros por multinacionales con la complicidad de un puñado de nacionales y en desmedro del medio ambiente sano y sostenible; la compraventa de testigos en la entidad encargada de investigar y acusar antes los jueces; el robo de datos personales de millones de colombianos por parte de agentes del Estado, son sólo tres ejemplos recientes que muestran la distancia entre el ideal republicano y la realidad”.

¿Con sus columnas a qué títere no deja sin cabeza?
(Sonríe) Yo creo que el ejercicio de la crítica es necesario en un país dogmático y la crítica ayuda a la democratización de la sociedad. En sentido, tenemos que adecuarnos a pensar críticamente sin que eso se interprete como una descalificación de las personas, sino por el contrario que se les toma muy en serio.
¿Cómo hace un doctor en Filosofía del Derecho para hablar en el mismo ‘idioma’ que utiliza el común de los mortales que leen un periódico?
Ese es el reto semanal con la columna en El Espectador, y es cómo aterrizar un discurso muy abstracto y teórico a cuestiones y situaciones concretas que les lleguen a las personas. Es todavía incipiente el esfuerzo porque sigo siendo muy teórico, pero la idea es politizar a la población -en el mejor sentido de la palabra-, crear ciudadanía, crear deliberación basada en razones y un buen termómetro son los comentarios a las columnas, en donde el nivel de pugnacidad es muy fuerte cuando uno plantea temas polémicos como por ejemplo aborto o eutanasia, que la sociedad no está preparada para discutir pausada y razonablemente, pero también el tono de los comentarios lo pone el columnista precisamente no siendo tan polémico y más bien sopesando las posiciones.
¿Pero para qué meterse en líos comentando sobre ese tipo de temas, cuando podría quedarse en su oficina pontificando sobre Platón?
Básicamente porque hay personas que están en el activismo y en la lucha social y política que requieren apoyo y de refuerzo no solo moral sino también a nivel teórico-conceptual, y esas personas son tan valiosas en lo que están haciendo por la democracia colombiana que los académicos no pueden quedarse al margen en la ‘torre de marfil’ de la Academia, sino que deben bajar al terreno y tratar de comunicar sus ideas, y ahí se dan cuenta como académicos que tampoco son dioses o semidioses, ni levitan al Olimpo, y tienen que esforzarse en justificar bien sus posiciones.
¿Algún tema vedado o que usted prefiera dejar engavetado para no ganarse dos enemigos más o un tiro?
¡No! No hay temas vedados, no debe haberlos. El compromiso con la democracia y con los derechos humanos en Colombia es muy grande, y sobre todo en una sociedad tan sumamente injusta y tan inequitativa y con tanta manipulación y tanta pobreza, no debe haber temas vedados.
Sí, pero atreverse a cuestionar al expresidente Álvaro Uribe, quien aún cuenta con tantos seguidores y fanáticos…
Hay que hacerlo. Claro, no deja de implicar sus riesgos cuando uno piensa no en uno mismo porque podría ser prescindible sino en sus seres queridos y en sus allegados, y ahí puede surgir la verdadera limitación y mordaza, pero afortunadamente he contado con seres queridos que no me exigen que ponga por encima del interés nacional los intereses de la familia y eso me pone en una situación privilegiada que seguramente muchos otros no tienen.
¿Se conocerá algún día todo lo que sucedió en esos ocho años de los dos periodos presidenciales de Uribe Vélez?
Es difícil. El contexto cada vez es peor y las negociaciones de paz van a ayudar a que todos los implicados se tapen con la misma cobija y busquen sus salidas favorables sin que realmente se conozca toda la verdad y todas las responsabilidades, y se asuman esas responsabilidades. El gran perdedor en este contexto de  negociación van a ser la verdad y los derechos de las víctimas, mientras que el triunfador será la impunidad. Eso se está anunciando ya abiertamente.
¿Le teme a las descalificaciones y que digan: ‘Ése es un loquito izquierdista infiltrado en Los Andes y fuera de eso amigo del senador Jorge Robledo’?
De alguna manera pienso que de pronto es torpe por parte de uno porque pueda suscitar vías de hecho que trunquen el proyecto democratizador, pero no; creo a la postre hay que asumir esos riesgos y tener el valor civil de seguir denunciando, ponderadamente investigando y tratando de que la gente confíe más en la razón que en la arbitrariedad.
Usted ha sido uno de los principales críticos del procurador general, Alejandro Ordóñez Maldonado. ¿Se hizo al lado de la talla en madera de Cristo -que hay en este restaurante donde estamos haciendo la entrevista- para que lo proteja de alguna maldición?
(Sonríe) Para mí el procurador general encarna uno de los peores vicios de la sociedad colombiana, y es que detrás del cariz de pío y de gran cristiano se esconde una persona que no tiene mientes en ejercer todos los mecanismos del poder para sacar avante sus fines y sus convicciones más profundas, muy legítimas pero finalmente unas convicciones más dentro de las muchas que hay en el país. Esa es una cuestión que a mí me alegra, que el procurador Ordóñez Maldonado haya llegado tan lejos y tenga tanta visibilidad, porque va a empezar a destapar lo que es por ejemplo los manejos de poder en la Rama Judicial en los organismos de vigilancia y control, y eso no es sano para la democracia.
Necesitamos avanzar hacia un fortalecimiento de la función pública y desacoplar lo que son los cargos de las grandes instituciones y establecimientos del Estado, de lo que es la dirección política. Max Webber, un teórico (alemán) muy importante lo decía: ‘Habrá posibilidad de un Estado moderno cuando haya una burocracia independiente profesionalizada’, y eso no hay en Colombia. En este país hay botines burocráticos clientelistas aupados por convicciones ideológicas, metafísicas, religiosas, y eso no es conveniente para una democracia.  
¿Y en ese juego perverso caen las Cortes?
Las Cortes caen en pleno, porque en Colombia lamentablemente ha hecho carrera un pragmatismo muy grande por parte de los actores. Cada uno piensa que su cuarto de hora no se puede dejar escapar y hay que aprovechar esa situación para escalar en posiciones políticas. En Colombia no hay una ética pública de que los hombres públicos, los estadistas, se forman en el estudio, en la consagración a las ideas, sino en aprovechar las oportunidades. Eso lo vemos en todo momento, todos los días.
¿El descrédito de las instituciones permite concluir que no hay salida?
No. El pueblo tiene un papel importantísimo que jugar y pienso en la movilización social. Cada vez la sociedad civil tiene un papel más protagónico, por lo mismo más responsabilidad en mejorar la democracia. El aspecto institucional hasta el momento no podemos prescindir de él, hay que mejorarlo, pero es claro que las instituciones tienen una tendencia al enquistamiento, a permitir espacios de corrupción y maquinarias de influencia política, y por eso tiene que ser tan inteligente el diseño institucional. Se está viendo en Colombia que tenemos que rediseñar de nuevo todo el sector Justicia, el sector de los organismos de control, el tema de la nominación y los periodos de los magistrados… no es más sino acordarnos de la fallida Reforma a la Justicia para ver el esperpento que se puede lograr cuando realmente no impera la razón sino la sinrazón en el terreno institucional.
Con tanto escándalo que hay en la justicia colombiana, ¿será que jueces y magistrados reprobaron la materia de ética o que simplemente no la cursaron?
El gran problema de la justicia en Colombia es la formación de los abogados y la formación judicial. Hay un déficit enorme en formación democrática de los jueces. En otros países como Argentina existen jueces por la democracia y la formación cívica-política de los jueces es muy grande; aquí las estructuras no ayudan. Hay grandes individuos demócratas en el Sistema de Justicia a todos los niveles, no me cabe la menor duda, incluso en las Altas Cortes, pero existe un problema estructural de cómo ascienden los jueces en el escalafón y cómo todo obedece a un aparato de promoción bastante clientizado, donde la libertad de expresión y la posibilidad de crear Derecho y de realizar la Constitución por parte de los jueces está conductada y controlada por los círculos de poder de la altas esferas. Eso no es conveniente y acaba con la independencia judicial y con jueces demócratas.
Entonces requerimos de un diseño institucional algo diferente, donde la promoción de los jueces no dependa de la voluntad de los magistrados de las Altas Cortes, y por otro lado donde la educación de la Escuela Judicial Lara Bonilla, por ejemplo, sufra un cambio radical en sus metas, en sus métodos pedagógicos y en sus contenidos.
¿Los abogados están saliendo bien preparados de las universidades o de entrada ese es el problema?
Es muy diferencial: en las altas universidades privadas salen magníficos abogados en las áreas del Derecho Privado y del Derecho Público para estar al servicio de intereses igualmente de gran envergadura, y entonces en ese sentido hay una muy buena calidad en una elite selecta de ciertas universidades, pero si uno desciende hacia universidades privadas de baja calidad o a universidades públicas en regiones, empieza a ver las dificultades que llevan a una mala formación profesional y en el Derecho lo grave es que no somos conscientes aún del peligro social que implica estar graduando miles de abogados no calificados. Ese es un riesgo social altísimo y el país no está consciente de ello.
¿Esos miles de personas que han salido en diferentes marchas por Bucaramanga a defender la preservación del Páramo de Santurbán son desadaptados y que le están haciendo el juego a la guerrilla, o por ahí es el camino para defender los recursos naturales?
La intuición de esas personas y de esas movilizaciones es muy válida y creo que es la acertada; lo que falta es todavía el concepto, y es que claramente estamos desarrollando un modelo económico y un modelo de vida, y no tenemos una alternativa clara que ofrecer. Entonces prima más la protesta que es interpretada como entorpecer las posibilidades de desarrollo del país, y mientras no tengamos un concepto de bienestar y de desarrollo que se concilie con lo que son los derechos de la naturaleza, no creo que podamos sacudirnos de esa estigmatización como revoltosos, como disociadores, que se le da a los movimiento sociales ambientales.
Hay que pensar en mirar un poco hacia la experiencia en Ecuador y Bolivia, donde se ha avanzado bastante en el tema constitucional, y eso supone un cambio de actitud social que es muy importante y que en Colombia todavía estamos algo lejos de lograrlo.
¿Y usted ni es aliado de la guerrilla, ni enemigo del desarrollo?
De hecho y sobreestimando mi influencia, me vi medio en boca de los guerrilleros (de las Farc) en la mesa de Oslo (Noruega) cuando rechazan la actitud de los que llaman ‘los que quieren una paz rápida’. Considero que la guerrilla le ha hecho un enorme daño a la política en Colombia, además de muchas personas en la población y en particular a la izquierda por optar por las vías armadas. Hay una enorme pusilanimidad en la actitud de la guerrilla en no querer asumir la responsabilidad política que le cabe por no hacer posible que haya avances democráticos de izquierda y se empeñe en la amenaza y en la coacción por vía de las armas, y que después autojustificadamente salga con la idea de que ellos simplemente se defienden y que no dañan a nadie. Eso es autojustificatorio e inaceptable como tal.
Comparto con la guerrilla muchos de sus planteamientos ideológicos, de sus cuestionamientos al sistema por la corrupción, la manipulación y la casi ausencia de democracia, pero nada de eso para un verdadero demócrata justifica el uso de las armas para tratar de sacar avante sus convicciones.
¿Le ve futuro al incipiente proceso entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Farc?
¡Muy poco! Creo que lamentablemente dentro de algunos meses se va a invertir la situación. Muy a mi pesar, yo fui uno de los esperanzados al inicio, pero ya viendo como definitivamente las luces del escenario de los medios de comunicación y el protagonismo internacional simplemente muestran que no se está a la altura todavía de un paso hacia la paz y hacia la civilidad. Se avecinan tiempos más oscuros, a donde va a retornar el uribismo al poder y en ese sentido va a ser una nueva desilusión.
¿Entonces hay algo más oscuro que la oscuridad?
En una lógica guerrerista es totalmente funcional el fracaso a las fuerzas en combate, y es que extrema las contradicciones y eso es lo que buscan los sectores más radicales dentro de la confrontación. Considero que al presidente Santos se le precipitó el proceso ante la caída estrepitosa en sus encuestas y entonces se jugó la carta muy anticipadamente, con la desfortuna de que no estaba preparado el plato y se va a convertir en un fiasco.
Procurador Ordóñez reelegido, presidente Santos reelegido… ¿Qué le espera a los colombianos?
Lo de la reelección de Santos no lo tengo tan claro, porque pueden suceder otros hechos, pero en buena parte si eso sucede esperaría un continuismo en la política de guerra y de confrontación y en el avance de un ambiente fundamentalista, dogmático, pseudoreligioso, que nos va hacer retroceder bastante en materia democrática.
¿Se siente cómodo escribiendo en las páginas editoriales de El Espectador o preferiría estar en El Tiempo al lado del exministro Fernando Londoño Hoyos y del exasesor presidencial José Obdulio Gaviria (cuando estaba)?
(Sonríe) Digamos que a veces es ambivalente, porque mantenerse en un diario tan liberal, tan abierto a las ideas, a la deliberación, en donde se siente tanta comodidad como El Espectador, es muy cómodo y de pronto valdría más la pena que uno fuera una voz aislada y disidente en un medio adverso, en un medio hostil como el de El Tiempo, y sobre todo que llegaría a otras audiencias que a lo mejor leyéndolo a uno empezaran a cavilar y a considerar otras razones. En ese sentido no sería mala idea pensar en acudir a El Tiempo, pero por ahora estoy muy a gusto en El Espectador.
¿Aún con el riesgo de que solo dure una columna?
Sí, exactamente.

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