sábado, 22 de diciembre de 2012

Robinson vivió para contarla


El relato de un muchacho que le sacó el quite al destino y hoy va por el país contando sus cuentos para que la gente reflexione sobre el problema de la descomposición social que no sólo se sigue dando en Medellín.

La parca se le paseó frente a la cara todas las veces que quiso. No fueron dos ni tres los amigos del barrio que Robinson Antonio Posada Vargas vio morir. Se contaron por docenas los muchachos con los que se crió y hoy están bajo tierra.

‘El Parcero’ tampoco tenía escapatoria: sicario, narcotraficante, vago o drogadicto eran las posibilidades que le brindaba la vida, pero -con la ayuda de su padre que alentaba grupos de teatro y danza- supo hacerle el quite a la muerte, al vicio y al dinero fácil.

Hoy Robinson es un cuentero toreado en varias plazas y de quien la comediante colombo-argentina Fanny Mickey dice: “me maravillo de su sensibilidad para auscultar la realidad más inmediata y recrear con tanta gracia y estilo personal unas situaciones de violencia cotidiana, con el prisma del humor negro”.
 
Dialogué con este medellinense de 29 años, criado en el barrio Manrique de la Comuna Nororiental de la capital antioqueña donde por muchos años se enseñoreó el revólver calibre 38 como amo y señor de un territorio comanche en el que ninguna autoridad se atrevía a entrar y cuando lo hacía, los pistoleros  jugaban al tiro al blanco y luego reclamaban su recompensa.

En su pecho ‘El Parcero’ luce escapularios, cadenas de oro, estampas de la virgen María Auxiliadora y de su santo preferido por ‘torcido’, San Judas. El lenguaje que emplea es una mezcla de términos populares, vulgares si se quiere, que cuesta trabajo entender. Es el ‘parlache’ en el que tienen cabida palabras como ‘cutupeto’ (miedo), coleto (microbús), arandelo (homosexual), gaga (metralleta), güelorosa (marihuana) y manducar (comer). Ver recuadro del glosario.

Robinson recrea sus historias de los años 80 ante un público que entre carcajadas queda conmovido por la crudeza de su testimonio salpicado de metralla y sangre, en una tierra de nadie donde los valores hace rato se desdibujaron.

Fue en esas lomas del Popular 8 donde Posada Vargas compartió de cerca con al menos 48 niños ‘no futuro’. Presenció los peores crímenes de bandas como ‘La Terraza’, vio perderse en el bazuco a muchos amigos y se inspiró para escribir “Sicarius School, la escuela que tarde o temprano elegirás”.

Para jóvenes como él, “la mejor universidad es la calle y su primera institución la esquina”. Son sectores donde la vida se tasa en pesos y en los tiempos del jalador de carros y luego criminal Pablo Emilio Escobar Gaviria se fijaba según el ‘cliente’. “Si sólo era la azarada de algún fulano, costaba entre 70 y 150 ‘lucas’ -miles de pesos-. Si es pegar a algún parroquiano sencillo cuesta 200 a 250, según los tiros que haya que pegarle; y si es cura, alcalde o gobernador, ésos sí son más caros, vale de un millón pa’rriba, según sea el estrato”.

“No pretendo hacerle una apología al crimen ni a la marginalidad, sino invitarlos a una reflexión profunda, a la búsqueda de formas de relación marcadas por el respeto y el afecto”, subraya una y otra vez, para que nadie llegue a inferir que está incentivando las costumbres y modo de actuar de quienes creen que lo máximo es tener una chaqueta de cuero, un ‘fierro’ (arma), una ‘calima’ (moto) y hacerse matar por dejarle a la ‘cucha’ (mamá) al menos una nevera, como le ocurrió a su amigo Juan, quien el Día de la madre cumplió el encargo de detonar una bomba en un centro comercial, sin saber que entre los muertos estaría su progenitora, a quien esa misma fecha le había comprado una nevera “no froster, de esas que fabrican hielo a la lata y no hay que lavalas”.

‘El Parcero’ es autor del disco compacto “Olor a barrio”, en el que se encuentra una adaptación al Rin Rin Renacuajo de Rafael Pombo, pero en el que Panguano es el protagonista, mientras los tiros apagan la música de Héctor Lavoe y los policías les dañan el festín. “Y así termina esta historia, uno, dos, tres, mataron a todo el combo y al Flaco después. Los tombos se abrieron y el alcalde por la t.v. en la noche habló y mamá Anita en la casa llorando solita quedó”.

Con la ayuda de su familia, profesores universitarios, una cooperativa, sus ‘llaves’ y hasta de Don Juaco el tendero, también escribió el libro “Voces del barrio”, en el que consigna 26 cuentos, cuyo separador es una navaja de papel que en la cacha tiene grabado al Divino Niño.

“Triquiñuelas” es uno de ellos y está dedicado a “todos los niños muertos en la guerra”. En coro losmenores le preguntan a la violencia si está y ella les va respondiendo que se está poniendo la capucha, luego que está alistando el armamento y luego recibiendo las órdenes de ir por todos, hasta que “como a los dos minutos veíamos los balones de fútbol que corrían de esquina a esquina creando una parábola y veíamos a los cuerpos ensangrentados de los infantes, creando un pavimento de silencio”.

En su trabajo está presente la desesperanza de los jóvenes que habitan esas faldas de Medellín a las que no llegan la educación ni las oportunidades de trabajo. “Si usted va a subir le recomendamos: no ser visajoso, comer callao, aprenderse el Padrenuestro, comprarse un chaleco antibalas y un hueco en el Cementerio Universal. Es sencillo parcero, usted debajo del Metro coge un colectivo Constransinfinito AK-47, un coleto de 22 personas al que por lo regular le meten 85, y ruuum, pa’lbarrio”, dice Posada, igualmente conocido como ‘Juanito Esquinas’ y ‘Mil amores no me mires’, quien página tras página habla de las casas de una Medellín en las que en las salas hay una mesa y en ella una veladora, una foto y un epígrafe que dice: ‘Juan Carlos, tres años de desaparecido’.

Comunas en las que las paredes plasman la filosofía de los jóvenes: “Los niños buenos se acuestan temprano; los niños malos los acostamos nosotros”, y se ve el hacinamiento de miles de personas que “viven con esperanzas, mientras que otros viven sin ella pero sin desesperarse”. Adolescentes que dicen que se mejor vivir bueno y poquito que no mucho tiempo y bien amargados.

Sectores en los que para no convertirse en un cero a la izquierda, los muchachos no tienen más propuesta que convertirse en malandrines, porque allí se es amigo o enemigo. “No hay de dónde escoger y la verdad un bandido se prefiere ser, aunque se sabe que en manos de otro la vida se puede perder y el ideal de muchos es ver el cuerpo de uno a punta de bala perecer”.

Cuadras en las que la violencia habla con Dios y reclama como sus hijos a todos los que matan, roban, maldicen, envidian… Una generación, o más, que sin querer o a la final queriendo, sufrió de la enfermedad de ‘plomonía’, a quienes Robinson invoca con dolor y rabia, con poesía y amor.

Hoy es cuentero y licenciado en artes escénicas; no una tumba con lápida de N.N. Se salvaron él, su hermano y un amigo que se fue de sacerdote; a los otros 45 del combo los ‘quebraron’, incluidos los dos ‘pelaos’ que extorsionaban a la mamá, quien hastiada de entregarles el dinero aprendió a manejar un arma y les disparó a los encapuchados que no eran más que sus hijos.

 

 
Parlache

Este es el vehículo de expresión en el mundo marginado de los jóvenes de una ciudad como Medellín. En el ‘parlache’ el audaz es una ‘abeja’; el ‘aeropuerto’ es el sitio para drogarse; las ‘agujas’ son navajas; los cobardes se ‘amarillentan’; el ‘campanero’ es el vigilante; ‘empacar’ es encarcelar; un ‘entucador’ es una persona valiente; a alguien despreciable se le llama ‘garbimba’; para la sed toman ‘gasimba’ -gaseosa-; un ‘lángaro’ es un flaco; ‘patrasiar’ es arrepentirse de un decisión; ‘tastaseo’ es balacera; ‘totuma’ es cabeza’; un ‘zoilo’ es un tonto y el peor insulto es ‘magnetogarbimbapirogorsobia’.

 
Robinson Posada Vargas representa a ‘El Parcero’ y para ello se viste con bambas de oro y anillos, una gorra de los Yankees de Nueva York con una cruz agarrada a la visera, ‘misaca’ de Oxígeno, chaqueta de cuero que le trajeron de “las Llunaites Istitis”, pantalón camuflado y zapatos ‘apaches’, porque dejó en su casa los “tenis Nike siete recámaras”. No le falta el escapulario, que era el símbolo del ‘bautizo’ que le hacían a los sicarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario