sábado, 15 de diciembre de 2012

"Los escogidos", memoria de Colombia


Entrevista a Patricia Nieto, autora de un desgarrador libro que relata la experiencia de los cientos de cadáveres de ene enes que bajan por el río Magdalena y son llevados por sus pobladores a un pabellón del cementerio donde oran por el descanso de sus almas y de paso les piden un favor.

 
Entonces recuerdo a quienes he conocido a la vera del pabellón de los olvidados. Con su lenguaje de colores, de nombres postizos, de rezos antiguos han sido capaces de decir lo indecible, de nombrar lo innombrable, de recordar lo que tantos piden olvidar. Con su religiosidad vestida de arte han resistido a una guerra que a quien sobrevive lo condena al silencio. Con sus letanías han denunciado la indefensión en la que fueron asesinados sus ene enes, que es la misma que pesa sobre sus hijos. Con su perseverancia indican que seguirán al pie de sus muertos, aunque en verdad no sean los suyos, porque confían en que en algún otro puerto un ser bueno les sea compañía en el sentimiento. Con sus grafías negras han escrito ‘escogido’ que puede leerse como la denuncia contundente del horror.

 
Patricia Nieto ha publicado un libro desgarrador sobre un capítulo del conflicto armado interno que muchos colombianos no conocen y otros tantos prefieren que nadie sepa.
 
Se trata de “Los escogidos”, de Sílaba Editores, en el que esta periodista paisa entreteje una conmovedora crónica de aquellos habitantes de Puerto Berrío (Antioquia) que se han encargado de recoger y ‘adoptar’ aquellos cadáveres anónimos que ha arrastrado el río Magdalena en ese imparable torbellino de sangre en que se convirtió Colombia desde 1948.

“Hoy son colección y propiedad temporal de un pueblo católico que no solo los invoca a cada minuto. Los rescata, les quita el lodo con tapones de esparto, los nombra, los sepulta y adorna sus tumbas como queriendo señalar que la muerte hace vibrar la vida”, dice Nieto en su relato.

En sus 106 páginas hay una larga procesión de personajes como Francisco Luis Mesa, quien en 24 años como dueño de la Funeraria San Judas, dice haber puesto sus manos sobre 786 cuerpos de personas sin identidad conocida. “Barcos fantasmas que atracan en una playa, en una raíz o en una atarraya de donde son salvados y entregados con dolor y espanto a Pacho; el dueño de los sin nombre”. ‘Custodiado por las benditas ánimas del purgatorio’, Pacho calcula “que todos los días 25 cuerpos caen al río como a una fosa común”.

O Hugo Hernán Montoya, el autoproclamado animero, quien afirma que “ellas no perdonan, son cabronas las hijueputas”. Él todos los días va al cementerio, recorre los pabellones, revisa las lápidas, conversa con todas, se queda un rato con las de atrás que son las más desamparadas y reza novenas por encargo para ganarse unos pesos. Su oficio, advierte, “es rezar parejito por todas. Y nada más”.

O el forense Jorge Pareja, quien les habló a los muertos del agua antes de empezar las autopsias, para romper el hielo, por respeto al cuerpo que es un hombre con historia, para sentirse autorizado a proseguir.

“Los cuerpos desconocidos son, sin duda, los más silentes y sombríos. Nadie habla ni pregunta por ellos. Solo sus carnes desgarradas tendidas sobre el mesón pueden ayudar a saber si era hombre o mujer, joven o anciano, alto o bajo, grueso o delgado, negro o indígena. A calcular si lo dejaron sin vida ayer, seis días atrás o hace más de un mes. A descubrir si antes de matarlo le quemaron las palmas de los pies, lo sumergieron en agua, o lo fuetearon con cables cargados de energía. A revelar si lo asesinaron a disparos o a cuchilladas. A averiguar si después de muerto lo descuartizaron, le abrieron el vientre, le sacaron las vísceras, le amarraron a las costillas una bolsa cargada con piedras, y lo tiraron a las aguas del río  Magdalena. A saber quién es ese al que bañan con el poderoso chorro de agua que bota una manguera”.

O los adoptantes, recostados a la fila de lápidas, imaginando lo que vendrá: “Darle un nombre para llamarlo, prestarle su apellido para que se sienta en casa, imaginarle un rostro de modo que conversar con él no parezca cosa de otro mundo, contarle su vida como si desgranara una mazorca, rezar todos los días por el descanso de su alma en el entendido de que se encuentra en tránsito y no ya condenada en el infierno, prometerle favores a cambio de ayuda, y cumplirle cada promesa a tiempo y con precisión”.

O Lucina Andrade, a quien le gusta que le digan ‘la devota’. Ella, ante la lápida de ‘NN 1999’, dice: “Yo no sé quién será usted, pero me va a ayudar”.

Todos ellos en un Puerto Berrío en el que Patricia Nieto dice que ningún niño crece sin haber visto a las ánimas pasearse en las noches lluviosas de noviembre, y ningún muchacho llega a adulto sin haberlas invocado por lo menos una vez ante el peligro.

“‘Los escogidos’” no es un libro sobre la muerte. Es un libro sobre el futuro”, subraya el prologuista Cristian Alarcón.

Esta es la entrevista con Patricia Nieto, ex redactora de El Mundo y La Hoja de Medellín, y profesora de la Universidad de Antioquia, quien le dedicó el libro a sus primos Clara Regina Velásquez Nieto, destrozada por el carro-bomba que una banda de sicarios hizo estallar en el Parque Lleras de Medellín en el año 2001 con un saldo de ocho muertos y más de 100 heridos, y su primo Eduard Hernández Nieto, cuyo cadáver fue encontrado con un tiro de gracia en la frente, en 2006 en una zanja de Apartadó (Urabá antioqueño).

Nieto insiste en que este país tiene que reconocer algún día que han ocurrido tantos hechos atroces, uno por uno, y que el Estado tiene que invertir recursos y personal en la búsqueda de esos nombres, “porque no puede ser que miles de personas desaparezcan de sus familias o estén sus cuerpos en cementerios de otros lugares del país y ninguna autoridad los esté buscando. Lo más conmovedor del pabellón de Puerto Berrío son las tumbas que uno ve que los restos nunca saldrán de ahí”.

¿Qué pretende con el libro? ¿Revivir a los muertos? ¿Apuntar hacia los responsables? ¿Usted está pagando su propia pena?

No sé si estoy pagando mi propia pena. Tal vez una regresión o un análisis de ese tipo le permita a uno saber en su vida anterior o en su historia íntima y desconocida qué es lo que pasa frente a esos temas, pero básicamente lo que quiero es hacer una denuncia con los recursos de la literatura y el periodismo y decir que la violencia de este país se ejerce de una manera cruel con los vivos que son torturados, humillados, sometidos en la indefensión, asesinados y desaparecidos, y que aún después de muertos se sigue ejerciendo sobre ellos de una parte de colombianos violencia simbólica, y de otra parte de compatriotas caridad, misericordia y acompañamiento en ese dolor que ya pasó materialmente porque el cuerpo ya está muerto, pero que en la vida colectiva está todavía presente.

Los relatos llegan a un punto tan álgido que los lectores se pueden preguntar si todo el contenido está basado en la realidad o es que hay una cuota de ficción de la autora.

Soy una defensora del periodismo que puede sostener y demostrar los datos y los testimonios que recoge. En el libro hay tres momentos en que yo hablo en primera persona, que son como las entradas de cada capítulo y la despedida, que ya son unas reflexiones muy personales y donde uno puede decir que hay un juego literario, pero eso es en términos muy sinceros lo que yo pienso de ese fenómeno o cómo yo lo vivo. Lo otro, que es donde ya aparecen los testimonios y las crónicas, solamente hay un nombre cambiado en todo el libro, todas las personas son de carne y hueso, y narraron lo que les pasó según lo recuerdan. A veces los recuerdos obviamente se modifican con el paso de los años, pero es la sustancia de lo que las personas narraron a viva voz.

¿Para qué hablar en estos momentos de los muertos de Puerto Berrío y más cuando hay tanta gente interesada en que no se escarbe el pasado -como está sucediendo con el holocausto del Palacio de Justicia-?

Primero, porque hay impunidad, y porque así sea treinta o cincuenta años después las familias y las comunidades necesitan saber qué pasó y que se haga justicia para reconstruir una vida con cierta tranquilidad, serenidad y aceptación de que el dolor que les infringieron ha sido reconocido y los culpables han sido castigados. Este libro es una voz en contra de la impunidad y también es una reparación simbólica, es reconocerle a las familias el dolor que han padecido durante veinte, diez o cinco  años. Es decir que en medio de ese coro de voces que niega o que quiere echar tierra sobre estos hechos, pues hay voces que no son exactamente la mía sino las de los mismos campesinos que son capaces de denunciarlo, porque finalmente son sus voces las que dan la certeza de que esos hechos ocurrieron.

Desde un punto de vista menos político y más moral y ético, es acompañar a estas personas en un dolor que han tenido que llevar en la intimidad, en la vida doméstica, en la soledad, porque hablar de sus muertos también era para ellos un peligro.

¿Alguno de esos ene enes ha recobrado su identidad?

La última historia es la de una mujer que aparecía en el pabellón de los ene enes como ‘Nancy Navarro’, que era su nombre de ficción. En septiembre de 2011 se cerró el proceso de identificación por ADN, la familia pudo recuperar el cuerpo (lo que quedaba de los huesos), llevárselo, darle una sepultura en su pueblo y recuperar el nombre que era Gilma Rosa Cossio Higuita.

¿Hasta dónde usted cede a la tentación de sobrevalorar unas creencias atadas a una fe religiosa?

En todos estos años que llevo haciendo crónica del conflicto, es una constante que la mayoría de personas víctimas del conflicto son creyentes. Para muchos la religión católica o protestante ha sido como el bastón que les permite levantarse y creer que la vida puede seguir adelante, y siguen dando a luz pese a haber perdido a sus seres queridos. Entonces esta es una seña y un rasgo cultural que un cronista no puede dejar de lado. Uno puede narrar ciertos hechos corriéndose por otra orilla distinta a la de las creencias religiosas, pero en este caso es arraigado y parte del fenómeno que estoy estudiando.

En el epílogo digo que no creo, que mi única profesión de fe es que hay vida y que la vida hay que respetarla y luchar por ella, pero es imposible en este contexto hacer una crónica sobre la creencia de las personas en las almas o en las ánimas de los ene enes si eso no está atravesado por una creencia religiosa.

Espero haber logrado un registro con respeto, como lo registraría si fueran musulmanes o una tribu indígena que cree que el dios Sol es el que da la vida y el alimento, y tomando distancia. Mucha gente me ha preguntado si constaté el fenómeno, si es verdad que las ánimas de los ene enes de la violencia hacen milagros, pero yo no iba a comprobar si las ánimas hacen milagros; yo iba a contar que hay un grupo de gente que cree en eso, que cuida los cuerpos porque cree que a través de cuidar el resto humano se llega al espíritu y que el espíritu le va a hacer favores, y está la iglesia Católica, por ejemplo, que en su doctrina dice que eso no es posible, que la única comunicación es la oración y que los espíritus nunca se van a manifestar. Y está la doctrina universal de los espíritas, que es una religión y una ideología que cree y tiene seguidores en todo el mundo. Yo los visité para que mi explicarán desde su punto de vista si esa relación con el alma es posible y me respondieron que sí, mientras que la religión Católica lo prohíbe.

El hecho de que haya tantas placas diciendo ‘Gracias NN’ es porque ellos piensan que el ánima o el espíritu hizo un  favor; pero por ejemplo los psicoanalistas dicen que es como si esa entrega del devoto a esa fuerza es a su propia fuerza y transfieren el dolor al ánima, le cuentan todos sus penas y le dicen que les ayude a salir adelante, pero lo que están haciendo es un acto de reconstitución de su propio sujeto y que no es el ánima sino ellos mismos los que cambian su destino. Por ejemplo: ‘Ánima bendita, ayúdeme a dejar de beber’; los psicoanalistas dicen que no es el ánima sino es él mismo que se está repitiendo todo el día ‘voy a dejar de beber’ y necesita esa creencia para tener un soporte.

No pretendo promover esas creencias, ni las voy a practicar, ni me comuniqué con las ánimas, ni ese era el objetivo del trabajo. ‘Los escogidos’ es una denuncia de que la violencia en Colombia llega a unos niveles de horror que a veces no nos queda otro camino que estas creencias. El Estado no cumple su labor, los defensores de derechos humanos están limitados, las leyes internacionales no operan, los políticos no tienen la capacidad de cambiar las leyes o no les interesa… entonces hay una tal desprotección del ciudadano y hay una despolitización del ciudadano, que queda es la religión, o la práctica mágica o la superstición, como cada uno quiera llamarlo, y de eso se aferran para el alimento, para el estudios, para los vicios, para superar una situación económica e incluso para sanar el dolor por la pérdida de un ser querido, porque muchos de los que van al pabellón a rezarle al espíritu de un desconocido, tienen un hermano, un sobrino o un hijo desaparecido. Como si fuera un canje: ‘rezo por éste que está aquí, mientras mi hermano aparece’. Entonces también hay una transferencia del dolor por la violencia.

Una señora me decía que lo hace porque tiene dos hermanos desaparecidos y ella quisiera que en algún cementerio de Colombia alguien les estuviera rezando.

¿Cuál es el caso que más le impactó?

Llevo desde 2007 yendo al cementerio y la tumba de ‘Milagros’ hermane ahí. La sensación es que ella nunca va a salir de ahí. No hay ni una seña. En cambio hay otras tumbas que le cuentan a uno que hubo una inspección, que abrieron y se llevaron una muestra, o que vino una señora buscando un muchacho y alguien cree que es este… que hay una esperanza, pero en otras tumbas como las de ‘Milagros’ que uno dice nunca vamos a saber quién fue usted y su familia nunca va a saber que está aquí, y eso es un deber del Estado colombiano.

Si ‘Los escogidos’ llega a las manos de un paramilitar, un militar o un guerrillero que haya cometido este tipo de crímenes, ¿será capaz de llegar hasta la última página?

La Ley de Justicia y Paz ha posibilitado, en medio de sus defectos y limitaciones, que muchos de ellos hablen y ellos han contado cosas aterradoras; seguramente no toda la verdad. Yo espero que si alguno de ellos lo leyera, lo conmoviera y lo llevara a hacer unos relatos ante la Justicia, diciendo a quiénes mató, dónde están esos cuerpos y permitiendo que todas estas familias terminen ese tránsito tan doloroso de no saber dónde están sus hijos. Eso sería una contribución a la memoria y a que no queden en el olvido.

¿Este es un libro subversivo?

‘Los escogidos’ es un libro que subvierte el lenguaje convencional de la crónica, pero no es un libro subversivo en el sentido político. Yo no estoy oponiéndome a la democracia, ni estoy haciendo un llamado a la abolición de las Fuerzas Militares, ni le estoy cargando la mano a nadie. Es un libro que simplemente cuenta lo que pasa y la única subversión que yo veo es la poética.

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