No es que
estuviera desprogramado y menos que lo hubiera echado su novia, Mabel Suárez.
Las razones por las que el ingeniero de sistemas Daniel Francisco Saavedra Piza
emprendió esta aventura, son única y exclusivamente su amor por la naturaleza y
su interés por darse un tiempo para dialogar consigo mismo.
Por ese motivo
es que desde el pasado 11 de noviembre, después de renunciar al trabajo, juntar
sus ahorros, notificar en la casa de su ‘chifladura’ y pedir el apoyo de
algunos amigos, se subió a la bicicleta para recorrer la mayor cantidad de
páramos de Colombia, un tesoro que está peligro debido al tan promocionado
arribo de la ‘locomotora’ minera y en parte también a la actividad ganadera y
agrícola en estas zonas donde nace el agua que se consume en pueblos y
capitales.
“Me cansé de la
rutina y del encierro, de estar todo el día frente a un computador”, dice. Para
ello le sirvió su gusto por el montañismo, así como las noticias que escuchó
sobre la intención de multinacionales que pretender sacar toneladas de oro y
plata del Páramo de Santurbán, en un principio con proyectos de megaminería a
cielo abierto y ahora por socavones.
Lo topé en plena escalada
a la laguna Pajarito, municipio de Vetas (Santander), a más de 3.380 metros sobre
el nivel del mar.
Antes de partir,
además de haberse entrenado durante un año subiendo a las cuatro de la
madrugada dos veces cada mañana de Bogotá al Alto de Patios en La Calera,
también se instruyó sobre la materia y devoró el inmenso ‘Libro de páramos de
Colombia’ publicado por el Instituto de Investigación de Recurso Biológicos
Alexander von Humboldt.
A Daniel se le empañan
los ojos cuando recuerda aquella mañana en que unos veinte amigos en bicicleta
lo acompañaron de su casa en el barrio Galerías hasta el Puente del Común, en
la Autopista Norte, se dieron una brazo y le desearon suerte. Los volverá a
ver, a finales de febrero o marzo, si es que no se queda a vivir en una de
estas cimas, resguardado por esterillas, chuquiraguas, mortiños, turberas, frailejones
y cadillos, como testigo mudo de la llegada de explosivos, trituradoras,
químicos y dragas, en medio de una calle de empresarios, inversionistas y
especuladores de bolsa amigos de lo que ellos pomposamente llaman
‘De-sa-rro-llo’.
Por donde va lo
hace en compañía de Mapalina, nombre de su cicla, y de la diosa de la niebla
que, como dice el libro “Entre nieblas. Mitos, historias y leyendas del páramo”
-publicado por el Proyecto Páramo Andino- “aparece cuando una persona se
entromete en el páramo sin pedir permiso. Ante la presencia de algún intruso,
la diosa se enfurece y comienza a llenar de niebla la inmensidad del páramo…”.
Daniel valora
como nadie esta maravilla de la naturaleza, que en Suramérica solo es posible
encontrar en Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia, donde muchos de ellos han
sido ‘blindados’ desde hace décadas y otros, como Santurbán, apenas están en
trámite de ser declarados parque natural, al menos en lo que respecta a la
autoridad ambiental de Santander, la Cdmb.
Este bogotano de
27 años asegura que ningún colombiano se puede morir sin antes haber conocido
las lagunas de Siecha (Guasca-Cundinamarca), los valles de frailejones del
Páramo de Ocetá (Boyacá), y los de Almorzadero y Santurbán, por supuesto. Sabe
que la alegría que le obsequia esta expedición no hay dinero suficiente para
comprarla, así que por más ‘vaciado’ que llegue a Bogotá, dice que jamás
trabajará para una trasnacional de las que a profesionales como él les pagan
‘burradas’ de plata.
“Mi pequeña
dosis de locura dijo vamos a hacerlo pero por entre las montañas, por los
páramos, como me gusta vivir la experiencia, y no la fácil cogiendo la
carretera pavimentada en diez días. Llevo más de veinte días y hasta ahora
estoy acá en Santurbán”, advierte.
En el camino ha
encontrado que hay más sitios por visitar, y hay otros a los que
definitivamente no puede entrar, ya sea porque el acceso en cicla es imposible
o por motivos de seguridad.
Ha estado en los
páramos de Boyacá y Santander, quiero ir a los de Norte de Santander y de
regreso de la Costa Atlántica pretende pasar por el Parque de los Nevados y
entrar a Bogotá por el Páramo de Sumapaz.
¿Pero por qué
los páramos? “¡Uy!, eso fue como una vivencia reveladora que tuve hace dos años
cuando conocí el Páramo de Chingaza con un amigo y quedé enamorado totalmente
de esos sitios. Son lugares que tienen una energía muy fuerte, que uno siente
cuando entra, y me fascinaron sus frailejones, sus lagunas, sus aves, y además
son una fuente hídrica muy importante. Me llamó mucho la atención su misticismo
cuando llega la neblina, lo cubre todo y uno no ve sino a uno o dos metros”.
Ver y sentir y
la pureza del agua no tiene comparación. “¡Eso es increíble! No más poder
observar las rocas que están en el fondo, eso no se ve en cualquier sitio.
Además que con toda tranquilidad se puede beber”.
El clímax lo
alcanzó el 2 de diciembre, día de su cumpleaños. Estaba en el Páramo de
Almorzadero (Santander), subió a un pico de piedra a 4.350 metros sobre el nivel
del mar y cuando iba bajando, de repente volteó a mirar hacia las montañas y vio
un cóndor, con su cuello blanco, sobrevolando esas lajas. “Esa ave estuvo dando
vueltas como diez minutos, preguntándose: ‘¿Éste qué hace por acá?’. Al
principio quedé admirado, luego traté de sacar mi cámara, retratar ese momento
y algo quedó, pero la imagen que llevo en mi cabeza y en mi corazón no la logra
capturar ningún aparato”.
Daniel cree que
esos animales se aparecen cuando notan “que uno no está haciendo daño. En Siscunsí
(Sogamoso, Boyacá) también viví un momento inolvidable cuando me encontré a dos
venaditos. El hecho de entrar silencioso en bicicleta o caminando facilita este
tipo de experiencias. Allá también me encontré a dos cóndores, más pequeños
porque todavía no tenían su cuello blanco. Eso fue fascinante”.
Y claro que ha
estado a punto de tirar la toalla. Cuando quiso conectar Siscunsí con Monguí,
que es camino de herradura, la mayor parte del tiempo le tocó alzar la
bicicleta porque es imposible caminar esas trochas y la humedad hace que sea
solo barro. “Me pregunté qué hacía cargando una cicla que con todo lo que tiene
supera los 25 kilos. Pero llegó la magia porque fue cuando se me aparecieron
los dos cóndores, me dieron energía y me dijeron: ‘Usted llegó aquí por algo,
no se rinda, vaya por lo que usted quiere’.
Daniel admite
que tiene miedo, pero no por un percance sino porque “los páramos no los
estamos cuidando como se merecen. Son áreas muy sensibles a cualquier cosa
que hagamos. Si dejamos una lata de
gaseosa, hacemos una fogata o talamos un frailejón, todo eso va a influir tenaz
allá arriba. Algo lindo es que cuando estuve en Chingaza me enseñaron los
beneficios del páramo, porque yo era una persona que hasta hace un par de años
no sabía qué era un páramo. Lo oía nombrar pero era como un bosque más”.
Ya ha podido ver
que varios de ellos están dejando de serlo, porque hay franjas de frailejones y
al lado zonas gigantes, devastadas por cultivos de papa o ganadería. “Entonces
me propuse hacer algo por los páramos, porque definitivamente no sabemos la
importancia de estos lugares. Todo lo estoy documentando en mi cámara y con
apuntes. Al final voy a hacer presentaciones que incluyan los daños que están
sufriendo, para dar a conocer los páramos y mostrarles a muchos colombianos la
importancia de estas maravillas y que se vaya difundiendo la información para
que todos aprendamos a cuidarlos”.
De Bogotá,
Daniel cogió hacia la laguna de Suesca, Monasterio de La Candelaria, luego subió
a la laguna de Tota, páramos de Siscunsí, Ocetá y Pisba, Nevado del Cocuy, páramos
de Almorzadero y Berlín y ahora se encuentra en las lagunas de Vetas, del páramo
de Santurbán. Eso suma mil cien kilómetros. Seguirá al páramo de Guerrero
(Cáchira-Norte de Santander), de ahí hacia Cartagena y Santa Marta, luego al
desierto de La Guajira, llegará al Parque Macuirá, bajará hacia
Medellín-Manizales-Parque de los Nevados, después Cali, buscará el Desierto de
la Tatacoa (Huila) y por último hará unas rutas en el Páramo de Sumapaz. Serán más
de 5.500 kilómetros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario