martes, 1 de enero de 2013

El desembarco de Magallanes, una maravilla de Chubut (Argentina)


Presencié la llegada de unas 175.000 parejas de pingüinos de Magallanes a las costas de La Patagonia Argentina, donde se reproducirán en el mismo nido y con la misma pareja, para luego emprender el recorrido hacia aguas brasileñas.

Punta Tombo, Argentina

Dotados con la mejor brújula, uno por uno hasta completar 350.000, van llegando hasta las costas de Punta Tombo los pingüinos de Magallanes que marcan el comienzo de la primavera.

Los primeros foráneos en quedar maravillados con este espectáculo de La Patagonia Argentina, aparte de los aborígenes tehuelches, fueron el pirata inglés Francis Drake (1578) y el científico Charles Darwin (1833).

Hoy por hoy, los pingüinos de Magallanes se han convertido en una de los principales atractivos turísticos de la Provincia de Chubut, 1.567 kilómetros al sur de Buenos Aires, a donde cada temporada llegan más de 80 mil turistas ya que es la atracción de vida silvestre más conocida de toda La Patagonia.

Después de recorrer 112 kilómetros desde la ciudad de Trelew -los últimos 30 sin pavimentar-, el viento marino indica que se ha arribado a la reserva de Punta Tombo, donde no hay que preguntar por los pingüinos porque 800 metros antes empiezan a asomarse inquietos y extenuados.

No es para menos. Los spheniscus magellanicus acaban de completar una travesía en zigzag de hasta 6.000 kilómetros por el Océano Atlántico, que iniciaron desde abril en las costas de Río de Janeiro (Brasil) o en las remotas Islas Malvinas, y han llegado no sólo a la misma playa en esta península de roca volcánica, sino que tan pronto pisan tierra se dirigen con lentitud pero con certeza al mismo lugar donde el año anterior hicieron su nido.

En este inmenso hogar, reconocen el agujero escarbado entra arena, tierra y diminutas piedras, descansan no más de una hora y luego se levantan a esperar la llegada de su pareja. Los pingüinos de Magallanes, a diferencia de un considerable porcentaje de seres humanos, sí son monógamos, entonces se inquietan si no aparece con rapidez la pingüina con la que se han puesto esta cita para reproducir la especie.

Con el paso de los minutos la mayoría queda satisfecha al atisbar a su pareja, pero no falta el animal que después de muchos llamados -por ciento estridentes-, descubre que su compañera desapareció en el camino, víctima del cansancio o de un lobo marino que la engulló.

El cortejo abarca bailar en círculo, batir las aletas y luego viene la cópula, en la que el macho se convierte en un equilibrista que se encarama sobre la hembra, pisa sus patas y hace vibrar su pico sobre el de su compañera. También algunos expertos han descubierto señales en las pupilas dilatadas de los pingüinos en celo.

Los vocalistas se estiran lo más que pueden y gritan con todo el corazón, es una armonía discordante, una estupenda cacofonía de melancólicas trompetas, dice el conservacionista William Conway, quien se ha recorrido palmo a palmo esta inmensa estepa en la que árbol es una palabra desconocida.

Los coqueteos duran hasta comienzos de octubre, cuando la hembra pone uno o dos huevos y tras 40 días de incubación compartida con el macho nacen los pichones cubiertos de plumón gris oscuro, que más se asemejan a pollos que a pingüinos. La pareja defenderá el nido y alimentará a sus críos con anchoas y calamares. En febrero mudarán a plumaje juvenil, les dirán adiós a sus padres y realizarán sus primeras incursiones en el mar en busca de alimento. En 2009 adquirirán el plumaje de adultos tras otra muda.

Estas aves, consideradas expertas nadadoras y escaladoras, no miden más de 45 centímetros y llegan a pesar hasta cinco kilogramos. Su cómico andar y la impresión de su permanente traje de etiqueta, causan simpatía y despiertan la curiosidad, ya que se asemeja al de aquellas personas que han ingerido un trago de licor de más en la fiesta; tan sólo que los pingüinos de Magallanes sí saben a dónde van.

Este año la vigilia de los pingüinos ha sido seguida durante 72 horas continuas de transmisión a través de un canal local de televisión y de un lugar en Internet -www.chubut.gov.ar/pingüinos-, que ha acaparado la atención de más de 200.000 navegantes, no sólo de Argentina sino de países como España, Estados Unidos e Israel.

Este sistema de posicionamiento global natural que poseen les permite ubicar con precisión su nido en una extensión de 210 hectáreas hoy bajo el cuidado de las autoridades ambientales argentinas, que han convertido este territorio en un laboratorio de investigación, en convenio con la Sociedad Zoológica de Nueva York, Estados Unidos.

Claro que no falta el pingüino despistado o astuto que se equivoca de destino, pero a los pocos minutos debe deshacer sus pasos ya que “el ofendido” ha apelado a su fuerte pico, con el que esta mansa ave se defiende. Entonces, bañado en sangre y en todos los casos  turulato, regresa a su nido.

En esta colonia reina la vanidad y el cuidado de la figura. Gran parte del día lo invierten en tareas cosméticas, frotándose con el pico para mantener la estructura de sus plumas y contribuir de esta manera a su permeabilidad.

Son tantos los pingüinos que tienen como destino esta especie de superficie lunar repleta de cráteres -nidos de 90 centímetros de profundidad y 1,5 metros de largo-, que desde el primer día del desembarco Punta Tombo se convierte en una gran mancha blanca y negra, en la que de vez en cuando aparece un grupo de cuatro o cinco guanacos -camelidos parecidos a la llama o la alpaca-, liebres, zorros, martinetas, cormoranes, gaviotines, unos cuantos armadillos y cuises que parecen cobayos, aparte de las plantas de jume, que brindan protección a las temperaturas extremas que se viven en este rincón del planeta.

Pingüinos por donde se mire. Por algo esta es la mayor colonia de pingüinos de Magallanes del mundo. Y el próximo año este espectáculo de la naturaleza será el mismo o mejor, siempre y cuando no haya un derrame de petróleo -como el que ocurrió a finales del siglo pasado que provocó una enorme mortandad-, no arrecie la pesca comercial que los obligar ir a buscar alimento hasta a 500 kilómetros de sus madrigueras o que el clima acabe de enloquecerse por obra del hombre y estas aves terminen vagando por La Patagonia.

El siguiente destino será el avistaje de ballenas de la familia franca austral en la Península de Valdés, no más de 200 kilómetros al norte de este lugar. Sin embargo existe el riesgo de regresar a Trelew, fundada por exploradores galeses en 1884 y desviar el curso hacia los ríos que descienden de los Andes repletos de salmones y truchas, o seguir las huellas de Butch Cassidy y Sundance Kid, los famosos bandoleros inmortalizados por Robert Redford y Paul Newman que huyeron a comienzos del siglo XX del Medio Oeste de los Estados Unidos para intentar rehacer sus vidas en estos incomparables parajes de La Patagonia.

Al fondo se escucha el eco de los gruñidos de 175.000 barítonos que en la imaginación de Conway le recuerdan el canto que Caruso brindó en 1906 al ser arrestado en el zoológico de Nueva York por pellizcarle el trasero a una dama. En la pingüinera de Punta Tombo jamás reinará el silencio.

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