Testimonios y documentos permiten afirmar que los dos
más célebres forajidos de Estados Unidos, no escaparon directamente a Bolivia,
como en la película “Dos hombres y un destino”, sino que se refugiaron en
Argentina, donde supieron camuflarse.
Cuando todo el
mundo daba por cierto el final de la leyenda de los dos más famosos pistoleros
del salvaje Oeste americano, Butch Cassidy y Sundance Kid, encontré en La Patagonia (Argentina) personajes y
documentos que permiten afirmar que falta mucho por contar de esta historia
inmortalizada en el celuloide.
Encarnados por
Paul Newman -fallecido el pasado mes de septiembre- y Robert Redford, los
temibles forajidos de la película “Dos hombres y un destino”, huyeron de
Estados Unidos a comienzos del siglo XX, para refugiarse en el remoto y
pintoresco territorio de Bolivia, en los andes suramericanos.
Cassidy y Kid asaltaron
cuanto banco, ferrocarril y terrateniente encontraron a su paso -siempre sin
dejar víctimas-, pero al sentirse cercados por los alguaciles y cazarecompensas,
escaparon con 200 mil dólares -US$2,5 millones al cambio de hoy- al altiplano
boliviano con la esperanza de que allí nadie los encontraría y podrían rehacer
sus vidas. Eso es al menos lo que mostró la cinta dirigida en 1969 por George
Roy Hill, la cual ganó cuatro premios Oscar, convirtiéndose en uno de los
clásicos del género Western y catapultando a la fama a la pareja Newman-Redford.
Según el filme,
los dos bandidos se fugaron en compañía de una profesora de escuela y después
de cambiar su aspecto por el de hacendados, volvieron a sus andanzas, saqueando
sucursales bancarias y remesas, actividad delictiva que los llevaría a verse la
cara con la muerte en el poblado de San Vicente, donde se dice que cayeron
abatidos a manos de una compañía entera de soldados que los sitió en el parque
principal, o que al verse sin salida optaron por el suicidio.
Sin embargo, en octubre de 2007 localicé en la ciudad de Trelew, provincia de Chubut, a
Violeta Gibbon, una mujer de ojos café cuya sombra pisa los cien años de edad y
es nieta de los galeses Catalina Dewis y Daniel J. Gibbon, el mejor amigo que
Cassidy y Kid consiguieron cuando después de abordar en 1901 el barco ‘Herminius’
en Nueva York y hacer escala en Buenos Aires, decidieran probar suerte en el
territorio de Cholila y Esquel, cercano a la actual ciudad de San Carlos de
Bariloche.
Tras escarbar en
el baúl de los recuerdos en su casa ubicada en la Calle Inmigrantes de esta
ciudad localizada 1.567 kilómetros al sur de la capital, doña Violeta
desempolvó las fotografías amarillentas y documentos a punto de deshacerse que
le permiten corroborar su relato. Su nieto, Daniel Hughes, observaba con
asombro el tesoro oculto.
En ellas se
puede ver a los dos bandoleros en compañía de la supuesta maestra Ethel Place,
con dos pistolas al cinto, y de su amigo Gibbon. También en su cabaña de madera,
estilo Far West, construida en las montañas y junto a sus mulas antes de partir
a una de sus tantas travesías. Luego aparece una fotografía de estudio que da
pistas del temperamento de los pillos. Tomada en Nueva York con motivo del
matrimonio de uno de los integrantes de la banda, los forajidos lucieron sus
mejores trajes y luego tuvieron la fineza de enviarle una copia al gerente del
último banco asaltado en Nevada.
En un sobre de
manila hay varios recibos y cartas, incluido la que Butch -con el nombre de
Santiago Ryan-, le envió a uno de sus deudores autorizando a Gibbon para
recoger los dineros producto de la liquidación de sus propiedades en Cholila,
para emprender en 1905 la retirada hacia Chile y luego Bolivia, llevando en sus
alforjas los US$137.500 del robo al Banco de la Nación.
Violeta sonríe
al recordar las aventuras que le narrara sus ancestros. Le divierte pensar en
la cara que debió haber puesto el gobernador de la provincia, Julio Lezana, al
enterarse que la casa donde se alojó era propiedad de los dos bandoleros y la
maestra con la que bailó su cómplice.
Mueve con gracia
sus zarcillos de oro y dice que su tío Mansel Gibbon congració a tal punto con
Cassidy y Kid, que se unió a su banda y desapareció de la faz de la Tierra.
Levanta con sus
dos manos temblorosas el afiche de “Se busca” y dice que no puede creer que
este trío de gringos tuviera tan mala reputación, si con los suyos se portaron
de manera generosa. “Butch era muy buena gente y simpático”, dice del hombre
que alcanzó a tener una estancia de 6.000 hectáreas.
Luego hace una
pausa, se le quiebra la voz y confiesa que el paso de los años le ha hecho
perder tantos relatos de su estancia en Cholila, el pequeño poblado que fue
soñado para convertirse en una colonia estadounidense y por el cual pasaron
otros perseguidos por la justicia. Pero lo que sí tiene presente es que gracias
al aviso oportuno del alguacil, que estaba enamorado de la maestra Ethel, los
tres cabecillas de la Wild Bunch (La
banda salvaje) pudieron perderse del mapa y adentrarse en el terreno del mito.
Congelada en el tiempo
A 14 cuadras de
la casa de Violeta y su nieto Daniel, está el hotel Touring Club. La puerta se
abre como la de cualquier bar de un pueblo fantasma del estado de Arizona. Un
inmenso salón, convertido hoy en chocolatería, alberga decenas de botellas de
licor. Su gerente, Rafael Fernández, acostumbrado a hospedar a turistas en
busca de ballenas y pingüinos, ofrece el par de habitaciones que quedan
disponibles y como ‘gancho’ dice que en ellas pasó un par de noches Antoine de
Saint Exupéry, el autor de “El Principito”.
Gracias, le
decimos, pero venimos tras las huellas de los bandoleros. Entonces Fernández,
sonríe, cierra la registradora de manivela, toma una larga llave engarzada a
una cuña de madera y nos lleva a la parte posterior del local. Allí, tal como
la dejaron Cassidy, Kid y Place, está la habitación marcada con el número 1. Tina,
lámpara de petróleo, dos escopetas, tres sombreros, una falda arrugada y el
olor intenso a naftalina indican que este no es ningún invento, es la evidencia
de que esta tierra albergó a quienes se iniciaron hurtando caballos de cinco
dólares y pronto adquirieron tal fama que el simple hecho de pronunciar su
nombre provocaba pánico.
Aunque en 1991
una expedición de científicos desenterró los restos de la tumba con la placa “Desconocidos”,
las pruebas de ADN comprobaron que no eran los correspondientes a Cassidy y Kid,
a quienes la imaginación y la incapacidad de las autoridades les atribuyeron
asaltos simultáneos en un territorio en el que las distancias eran de días o
semanas a caballo.
La leyenda de
Butch Cassidy, quien algún día dijera que Estados Unidos le había quedado
pequeño, y Sundance Kid -Enrique Place-, no se ha terminado de escribir. Hay
quienes aseguran que retornaron a morir de viejos en Norteamérica; otros especulan
que volvieron a La Patagonia; unos más dicen que se quedaron en México
vendiéndole armas a Pancho Villa para su revolución y otros afirman haberlos
visto en primera fila del Festival de Cine de Sundance, creado por Redford en
memoria de uno de los personajes que lo catapultó a la fama.
En Cholila
permanece en pie la casa de los yankees, elevada a la categoría de Patrimonio
Cultural de la Provincia de Chubut. Con un préstamo de US$200 mil otorgado por
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y con la presencia de Robert
Redford como invitado especial, en marzo pasado abrió sus puertas el museo de
los bandoleros. También acudieron Anne Meadows y Daniel Buck, los dos más
célebres expertos en esta materia, así como el profesor argentino Marcelo Gavirati,
autor del libro “Buscados en La Patagonia” y descubridor del expediente que ha
permitido rescatar de las nebulosas este capítulo de una historia adobada de
misterios. En estos parajes aún se escucha el eco de Raindrops Keep Fallin’on My Head, la canción compuesta por Burt
Bacharach, que desde los años 70 han tarareado miles de admiradores. Gavirati
también es alma y nervio del Simposio Internacional sobre Bandoleros
Norteamericanos en La Patagonia.
Mientras tanto, Violeta
Gibbon aún escucha en las madrugadas el galope de sus amigos. Se acercan,
saludan y pasan de largo, como almas en pena. Van de prisa a revisar las 900
cabezas de ganado que algún día tuvieron, confiados en que nadie los va a
desenmascarar.
Violeta Gibbon, nieta
del mejor amigo de los bandoleros estadounidenses, observa el cartel de “Se
busca” que los cazarecompensas y detectives repartieron por todo el mundo para
dar con el paradero de Butch Cassidy, quien junto a Sundance Kid, fueron los
dos bandoleros más temidos en el oeste americano. Ella posee recuerdos
imborrables del paso de los pistoleros por La Patagonia.
“Dos hombres y
un destino” fue el título de la película de 20th Century Fox protagonizada en
1969 por Paul Newman y Robert Redford, quienes encarnaron a Butch Cassidy y
Sundance Kid. Esta fotografía corresponde a un momento la grabación de su
persecución antes de huir hacia Bolivia. La revelación es que el destino
inicial fue Argentina y lo hicieron a bordo de un barco, en compañía de la
profesora Ethel Place.
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