De la mano del
fiscal Bruno Nolano y su novia Sara R., quien lea La mujer que sabía demasiado podrá hacer un recorrido por ese país
remoto llamado Colombia en el que desde siempre la realidad ha superado a la
ficción más truculenta, y como prueba de ello un presidente es elegido con
dineros del narcotráfico sin que a él ni a sus ministros más cercanos se les
caiga la cara de la vergüenza.
Este es el
título de la novela negra publicada en julio de 2006 con la Editorial Planeta por la
periodista santandereana Silvia Galvis, que también hubiese podido ser El monicidio de Prócula, una historia en
la que el investigador trata de desenmarañar el asesinato de Diana del Socorro
Barragán de Saldarriaga, una mujer de origen humilde, bajita, regordeta y de
cabello tinturado, que llegó a tener tanto dinero y aspiraciones de aceptación
social que hasta le ayudó a financiar la campaña presidencial a un candidato.
“A la puta mierda con su micrófonos. A mí
me ha costado mucho llegar a donde estoy y no voy a permitir que ese flaco
hijueputa me ignore y me humille”, le grita Diana al Mayor Contreras, responsable
de la seguridad del presidente.
Con una dosis de
relatos crudos hábilmente mezclados con episodios de humor, Galvis hace que en
una noche sus lectores sigan los pasos de Nolano, el sabueso que a su vez sueña
con resolver un crimen complejo y ser el autor de una novela, quien terminará
pagando caro la osadía de poner al descubierto a los autores materiales e
intelectuales de la muerte a 22 balazos de pistola 9 mm. de Diana del Socorro,
cuyo marido está en la cárcel.
“No hable tanta mierda, Cotorra, cumpla y
aquí lo espero… yo mismo le pago, sin intermediarios ni adelantos; ¡ah! Y
fíjese bien… ahí va un proveedor extra… por si hace falta ‘muñequear’ también a
la vieja… no se le olvide que la vaina es sin dejar testigos… y no me venga,
después, con disculpas. ¿Le quedó claro?”, ordena El Escorpión.
Es una trama
intensa que se convierte en una pieza vital del llamado Proceso del Siglo, un caso que logra atraer la atención de los
medios de comunicación que no se explican, como tampoco el arzobispo, de qué
forma pudieron entrar cinco millones de dólares a las arcas del mandatario de
ese país sin que éste y sus más cercanos colaboradores se dieran cuenta. “Creo
que si a uno se le mete un rinoceronte a la cama tiene que verlo y sentirlo”,
dice el prelado.
“Fue tanta plata y en efectivo, que era
imposible ignorarla”, responde en la indagatoria el ex ministro de Defensa,
Roberto Valencia.
No era mucho lo
que Diana pedía a cambio de su silencio: que dejaran en libertad a su esposo y
que la nombraran de agregada cultural en México, dado su gusto por la música
ranchera.
Pero se le
adelantaron los sicarios que la siguieron hasta el apartamento del suroccidente
de la capital donde la acribillaron en presencia de dos espiritistas que le
hacían pagar penitencia durmiendo en el piso sobre una estera. Porque como
Diana presentía que la iban a matar, a diario llamaba o acudía donde los
santeros para que le leyeran el tarot y le rezaran conjuros para espantar la
mala suerte.
“Mi señora resultó ser una médium como
poquitas se han visto. En África, nosotros aprendimos a controlar el poder del
diablo que acecha y espía por los ojos del enemigo”, recuerda de su esposa el
ex policía Saldarriaga.
La de Diana es
la primera de una cadena de muertes narradas por Silvia Galvis con la intriga,
la gracia y los detalles suficientes para no pararse de la silla.
El desenlace,
como es obvio, no se cuenta, pero lo cierto de todo es que el Proceso, de más
de 8.000 folios, murió por inanición y la Cámara de Representantes declaró
inocente de todos los cargos al presidente en cuestión. Lo que no dice la
novela, porque para la fecha ya había salido de imprenta, es si el ex
mandatario aceptó la embajada en Gallia o en un arrebato de dignidad declinó el
nombramiento para seguir apacentando a su rinoceronte.
“-…no busque al asesino del chofer del
ministro… porque está hablando con él…
Erazo palideció.
- ¿Usted…, Escorpión…, mató a Beltrán?
- Le resolví el caso de una, ¿sí o qué? Ahora corra y
pida aumento de sueldo, ¡gran huevón!”.
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