Segunda parte de
la entrevista a Leonor Esguerra Rojas, la exrectora del colegio Marymount de
Bogotá, que un día cambió los hábitos por una carabina y después de veinte años
se retiró del ELN.
El Concilio
Vaticano II, esa ‘revolución’ emprendida por el papa Juan XXIII y de la que muy
pocos se acuerdan y otros siguen hablando pestes porque puso al mundo a pensar
en los pobres, fue lo que le cambió la vida a Leonor Esguerra Rojas.
De rectora del
aristocrático colegio Marymount de Bogotá, esta monja dio el salto a las filas
del Ejército de Liberación Nacional (ELN), por aquellos días en que el nombre
del sacerdote Camilo Torres Restrepo ya era una leyenda y llegaban los curas españoles
a sumarse a los hermanos Vásquez Castaño y a ese muchacho llamado Nicolás
Rodríguez Bautista, quien con el nombre de combate de ‘Gabino’ hoy tiene bajo
sus riendas a ese grupo subversivo.
“Yo de guerrilla
no sabía y tenía una visión subrealista de lo que era eso, y me fui de pantalón
blanco, tenis blancos, una camisetica y una maleta en la que llevaba desde
agujas hasta cigarrillos. Todos me recibieron con mucho cariño y ahí sentí que
había llegado a lo que estaba buscando”, recuerda Esguerra de su primera
caminata de dos días por el monte y de su ingreso al ELN.
Luego vino un
largo y lento proceso de adaptación y de convencimiento de que “sí había que
empuñar las armas, pero ya en el Marymount había comprendido que la burguesía
no entiende absolutamente nada por las buenas y esto tiene que ser por las
malas”, dice Leonor, quien por esos días leía al cura Camilo Torres -capellán
de la Universidad Nacional, pionero de la Teología de la Liberación y
cofundador de la primera facultad de Sociología del país- decir que “ninguna
clase social irá en contra de sus intereses”.
¿Si Leonor Esguerra tuviera la oportunidad de volver
a nacer se vería como una ‘corbata’ en el consulado colombiano en Budapest o se
sentiría mejor tocando de nuevo a las puertas del ELN y diciendo que pasaron
cinco décadas y en este país poco o nada ha cambiado?
No, como está
hoy en día yo ya no tocaría las puertas del ELN. ¿En qué creo hoy en día, así
como creí en todas las otras cosas? Es el tiempo de la mujer con consciencia de
género, consciencia para sí. El feminismo me ayudó a descubrir algo que ni
siquiera me había planteado y es que
antes del feudalismo, del esclavismo, del capitalismo, hay una cosa que se
llama el patriarcado y que ese es el motivo -en este momento lo veo clarísimamente-
de todas las guerras y de toda la violencia, es el patriarca que todos llevamos
adentro, y hay recuperar lo que es femenino en el sentido del amor, de la
entrega, de la equidad.
Pensando por
ejemplo en una mujer que sea mamá: ella no es que trate a los hijos por igual,
porque ese cuento de la igualdad es otra falacia como la democracia; la equidad
es otra cosa que es a cada cual según sus necesidades y de cada cual según su
esfuerzo, que lo dijo (Carlos) Marx. Las mamás son así con sus hijos y al que
más necesita es al que más le dan, y los otros puede que se pongan celosos pero
es que no entienden que ese hijo es el que más lo necesita. La sociedad, y no
hablo del Estado -porque ya no estoy creyendo en él y porque estamos en un
cambio de modo de producción-, y si las mujeres tenemos que algo ver con eso
porque va a ser otra cosa, yo estaría al lado de las feministas. ¡Soy una
feminista ecléctica y no me avergüenzo!
¿Cómo ve la rancia sociedad bogotana a esta señora
de 82 años: como una chiflada o les quedará sonando algo de lo que usted dice?
Una cosa que
aprendí en todo este proceso es que la gente de ultraderecha y de
ultraizquierda, porque los extremos se tocan, son todos cerrados, trancados por
dentro y les botaron la llave. Eso no cambia. Espero que sea una inmensa
minoría, y puede que sea una esperanza vana porque pensé que la reacción frente
al libro iba a ser terrible, pero hasta ahora personalmente no me ha llegado un
rechazo de esos viscerales, aunque sí sé que los hay.
Mucha de esta
gente pasada dirá ‘se enloqueció del todo’, pero ‘me vale cinco’ porque no me
importa porque es que la historia ya no la hacen ellos. Ahora, de estos jóvenes
que no saben nada de nuestra historia es la parte más trágica que veo, porque
oyen todas estas cosas y se les está descubriendo un mundo que nadie les había
mostrado y es parte de nuestra historia. Espero que estos jóvenes sí por lo
menos puedan mirar y decir: ¡Que esto no vuelva a pasar! O ¡Busquemos una
salida!
¿Su consciencia está tranquila o tiene alguna
materia pendiente que deba resolver en el ‘otro tribunal’?
No, fíjate que
no, porque de todas maneras por lo menos en la época que estuve en la guerrilla
sí empuñé un arma y las aprendí a manejar y todo eso, pero nunca me tocó un
combate, entonces nunca maté a nadie y es algo que no tengo a mis espaldas.
Aunque no es porque no estuviera dispuesta a enfrentarme, a disparar y a matar,
pero no me tocó, entonces no tengo ese cargo de consciencia. No quiere decir
que yo fuera la buenecita, y claro que estaba dispuesta a combatir y hasta si
había que morir, pero no me tocó. Afortunadamente, digo yo, no tengo ningún
muerto a cuestas.
Por otro lado, y
lo digo en mi libro, si tuviera que volver a vivir volvería hacer las cosas tal
cual porque no me arrepiento de nada, de nada, de nada… Aún cosas que hoy en
día veo que estaban equivocadas y que yo las defendía, porque estaba
convencida. Pero cuando uno está convencido de algo y actúa en consonancia,
como que no hay de qué arrepentirse. Es cuando uno está convencido de algo y
actúa al contrario, ahí sí hay de qué arrepentirse.
Usted verá si esta es la última pregunta que me
permite: ¿Leonor Esguerra se salió del ELN por cobarde?
¿Por cobarde…?
¡No!, porque ahí sigo peleando (Sonríe durante seis segundos como si acaba de
hacer una travesura). Me salí del ELN porque en México, después de las
negociaciones de Tlaxcala, yo ya estaba pensando qué hago en este país diciendo
que estoy representando al pueblo colombiano y a quién represento si ni
siquiera sé lo que esté pasando porque no nos llegaban noticias de lo que
estaba pasando sino por los periódicos. Así que después de ver que los que fueron
a las negociaciones de Tlaxcala no estaba preparados para nada y no sabían de
qué iban a hablar, yo dije: no hay derecho a llegar a una situación de estas en
esa falta de responsabilidad. Pero hace poco, leyendo una entrevista que le
hacen a Nicanor Restrepo (empresario antioqueño), que estuvo en otras
negociaciones como negociador del otro lado, estaban en las mismas. ¡Házme tú
el divino favor en manos de quiénes estábamos! Yo pensé que era
irresponsabilidad de esa izquierda armada, solo pensando en el combate y sin
mirar más adelante; pero éstos estaban en las mismas. Éstos no tenían ni idea
tampoco qué iban a negociar. Me quitó un peso de encima lo que decía Nicanor y
me moría de la risa, porque éstos que por lo menos planean y miran hacia el
futuro para sus capitales, iban en las mismas. Entonces espero que esta vez no
esté pasando lo mismo.
¿Piensa morirse al menos viendo al menos el desarme
de las Farc y el ELN, o eso ya lo da por irrealizable?
Es que el
desarme no es lo importante. Yo estuve muy cercana a la negociación en
Guatemala, y sé que los documentos que se firmaron realmente eran maravillosos,
extraordinarios, y lo que lograron de ambos lados porque una negociación es
eso, pero allá no había una sociedad civil organizada para hacer cumplir lo que
se firmó. Espero que aquí no nos pase lo mismo. Por eso hago un llamado en este
momento a la sociedad civil colombiana para organizarnos y exigir, pero exigir
de a de veras, que se cumpla lo que pacten el Gobierno y las Farc en esa mesa
de negociación de La Habana. De resto, eso puede ser un papel más, porque es
que lo de fondo está ahí sin ser tocado y me preguntó qué intenciones hay de
ese lado de los poderosos de dejarse tocar.
Ojalá hayamos aprendido
que con dejar las armas no se soluciona el problema, si no se pone atención a
lo fundamental que es la injusticia en la distribución, la propiedad de la
tierra y que más de la mitad del país está en manos de esa pequeña minería,
mientras que la gran mayoría está desposeída, sin contar los millones de
desplazados.
A los jóvenes
les digo que no caigan en la trampa de echar la historia como lo quiere el
patrón, porque esta no es la historia. Así que si después de tanto tiempo
creemos la historia que nos estaba contando ‘don Uribe’, estamos en la ‘olla’.
¿Por ejemplo aquel terrateniente que tenga una finca
de treinta mil hectáreas les regalen cinco mil hectáreas a los pobres? ¿Será?
¿Regalarles?
¡Devolverles! No es regalar, es devolver lo que ha sido mal habido. Y puede que
no por ellos directamente, sino por sus abuelos o sus tatarabuelos. Es que
todas esas grandes posesiones de tierra hay un estudio interesante sobre cómo
una táctica de estos terratenientes es empujar a los campesinos a que abran
selva y vuelvan esos terrenos cultivables, y una vez que los tienen,
expropiarlos, expulsarlos y otra vez empujarlos. Es que es una historia larga.
¿Cuántos años en el ELN?
Como veinte,
pero con altibajos.
¿Y los considera una desgracia?
No, yo no los considero
como desgracia.
¿Entonces cuál fue el día en que se sintió plena
como guerrillera?
Cuando llegué la
primera vez a la guerrilla, porque estaba en una burbuja lejos de la pobreza y
quería saber qué era ese cuento y me estaba comprometiendo con eso. Así que
cuando llegué al ELN y vi a esos campesinos, sentí que había llegado donde yo
estaba buscando. Hasta ese momento solo compartía con las niñas del Marymount y
sus familias, que era la gran burguesía, y hacíamos obras de caridad estilo ‘yo
doy de lo que me sobra y la gente tiene que estar eternamente agradecida porque
qué tan buenos son los ricos’.
Esa era nuestra
forma de vivir y de pensar hasta que vino el (Concilio) Vaticano II (papa Juan
XXIII, 1962), que sacudió la alfombra debajo de los pies y nos puso a dar
volteretas. En ese momento empezamos a cuestionarnos de verdad qué estábamos
haciendo por la mayoría, que es el compromiso con la pobreza.
¿Alcanzó a vestir camuflado?
No, porque ni
siquiera había plata para usar camuflado. Andábamos con pantalón y camiseta.
¿Y arma de dotación?
Bueno, sí
teníamos, pero no me preguntes de dónde salieron. Puede que de expropiaciones.
¿Pero eran ‘fierros’ o armamento moderno?
Había un (fusil)
R-15, más pesado que quién sabe qué, y unos AK (fusiles AK-47) soviéticos, pero
había una carabina M1 que era mi favorita. Con esa sí yo apuntaba y daba en el
blanco, pero con los otros al final de las prácticas yo dije: Con esta arma
necesito un ejército para matar a un soldado. ¡No le atinaba a una! Claro, yo
estaba en la ‘guerrilla madre’, y nunca estuve con los otros grupos que estaban
con las uñas buscando su sustento.
¿Cómo murió Camilo Torres en Patio Cemento en
febrero de 1966 a manos de tropas de la Quinta Brigada del Ejército?
Muchos dice que
a Camilo lo mandaron a que lo mataran porque Fabio tenía celos, pero eso no es
verdad. Camilo fue a ese combate porque a él no lo querían dejar ir y sabían
qué clase de gente importante políticamente era Camilo. El mismo ‘Gabino’ me
contó que Camilo se enfureció y les dijo: ‘No señores, yo vine aquí a combatir
como cualquier otro y ustedes no me pueden tratar como a un Niño Jesús’, yo
voy’. Y fue…
¿El ELN le perdonó a usted su deserción?
Aquí estoy viva
todavía (Sonríe).
Entonces sí se lo perdonó.
Sí, ya en esa
época se había hecho toda una reflexión sobre esos fusilamientos innecesarios,
donde se había eliminado una serie de gente valiosísima. De hecho cuando Fabio
me mandó a fusilar, ellos no me fusilaron porque vieron que no había motivos
suficientes. Sí se había producido una cantidad de descalabros, pero no porque
yo fuera enemiga sino por las cosas que suceden en la guerra. En ese sentido el
ELN aprendió su lección y es mucho más ‘político’.
¿Fabio Vásquez Castaño -uno de los fundadores del
ELN y de quien usted estuvo enamorada- es el ‘demonio’ que todos pintan o
detrás de él hay un ser humano?
No, hay un ser
humano y un hijo de campesinos que tuvo que sufrir en carne propia la violencia
porque a él le mataron su papá en Armenia, donde tenía su finquita. Él padeció
la violencia en carne propia y era un hombre que se había hecho él mismo porque
solo estudió como hasta quinto elemental y luego trabajó en el Banco Popular.
Su hermano Manuel sí fue un dirigente estudiantil y abogado, y uno de los
complejos que Fabio tenía es que no había sido estudiado y por eso yo le
entiendo su miedo a la gente que sabía más que él, pero en términos de inteligencia,
de capacidad y de malicia, Fabio se ganaba el premio. (Se queda pensando).
¿Se le salió un suspiro?
No, tratando de
ser justa, porque no todo es en blanco y negro, y muchas de las víctimas
precisamente de esa inseguridad de él, que auspició para que fueran fusiladas,
pues tienen que tener un resentimiento muy comprensible. Yo atribuyo por un
lado el miedo a no aparecer ante el mundo como un dirigente que no era
estudiado y el cual era un aspecto que lo obligaba a hacer cosas, y por otro
lado, él tenía una especie de fobia, de delirio de persecución, y los que
tienen delirio de persecución ven enemigos por todos lados y al enemigo hay que
desaparecerlo.
Y si no que lo diga Álvaro Uribe.
Sí, solo que a
él no lo desaparece nadie. (Sonríe)
¿Ni un paso atrás?
Liberación o… ya
no digo que muerte, pero sí ¡liberación y triunfo!
Una mujer común y silvestre
Así pasó el
tiempo: leyendo, estudiando, visitando a sus amigos y gestionando un trabajo. Y
lo encontró. Un trabajo mandado a hacer para ella. Un trabajo en una
organización no gubernamental. Una ONG de mujeres y para mujeres pero no dentro
de la concepción feminista de los años setenta que propiciaba el enfrentamiento
con los hombres, ignorando que la humanidad está hecha de hombres y mujeres y
que para vivir en armonía y ser realmente felices se requiere la relación
respetuosa, equitativa, solidaria entre los géneros; para nadie es un secreto
que las mujeres, cuando son madres tienen hijos y tienen hijas, ambos tienen
cabida en su corazón y en sus intereses.
A principios de
1998, ella se enteró de la muerte del máximo dirigente del ELN, el padre Manuel
Pérez Martínez, quien con los padres Domingo Laín Sáenz y José Antonio Jiménez
Comín subió a la guerrilla en 1969.
Al padre Manuel
lo lloraron en Colombia, en Cuba, en Guatemala, en El Salvador y en otros
países de Europa y América. Especialmente en Alfamén, su pueblo natal, en
Aragón, España. Todos lo querían mucho por su forma de ser, por su manera
sencilla de hablar, porque era fraterno y bondadoso, porque él era uno más
entre los guerrilleros y no aceptaba que otros lo adularan ni trabajaran por
él. La revolución era su vida. Una vida de servicio, de entrega, de
disponibilidad asumida con alegría.
Entonces, una
ONG en Medellín. ¿Qué más podía pedir?
Al respecto
escribió a sus amigos: ‘Estoy feliz. He logrado ubicarme como una persona común
y silvestre, entre el común de las gentes, trabajando para sostenerme, viviendo
como el resto de la gente, pagando un arriendo, consiguiendo dinero para el
mercado, para poderme sostener sin las seguridades que pueda ofrecer una
organización como la nuestra, o un partido, y debatiéndome no solo para
subsistir sino para vivir decorosamente y para poder seguir creciendo como
persona.
Así como mi
ingreso al ELN en el Año Nuevo de 1970 fue sin ceremonia formal, mi retiro
nunca se dio formalmente, pues nunca pude hablar con los responsables. La
comunicación se hizo inexistente y al final los rumbos y los objetivos se
diferenciaron sustancialmente.
La guerra en
Colombia fue degradándose de tal manera que crecieron los grupos paramilitares,
la guerrilla y el ejército. Esta guerra, cada vez más cruenta, golpea a los
campesinos y no solo a ellos sino a toda la sociedad civil que está en medio de
una orgía de violencia encontrada. Ante esta situación de indefensión, los
indígenas declararon su neutralidad activa explicando que ellos no apoyan a
ninguno de los actores armados así como tampoco los atacan. Su mayor anhelo es
poder trabajar en paz’.
Leonor, junto
con muchos compañeros y compañeras declararon también su neutralidad activa y
actualmente trabajan en pro de la paz porque cuando la guerra se deja escalar
al punto que ha llegado en Colombia, el conflicto se degrada.
Y es que esta
historia no ha terminado, porque Leonor Esguerra Rojas es una mujer que ahora
sigue luchando llena de vida y entusiasmo por una sociedad solidaria, como lo planteaba
Jesús, como lo quería Camilo, como lo deseaba Domingo, como lo soñaba Coco y la
sueñan hoy sus amigas Neus, Pili, Lucrecia, Patty, Olga, Marta Lucía…
Como a millones
de mujeres y hombres de este globo terrestre nos gustaría que fuera”.
(Apartes del
libro “La búsqueda. Del convento a la revolución armada: Testimonio de Leonor
Esguerra”. Aguilar)
Excelente apología al terrorismo comunista de los curas y monjas asesinos incrustados en la iglesia católica
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