El periodista argentino Sergio Rodolfo Marchi tira la piedra y no esconde la mano. Es un fiel exponente del género ‘periodismo de apnea’, en el que el reportero se sumerge a las profundidades insondables de la persona sobre la cual va a escribir, sin dejar de explorar uno solo de los recovecos que tienen esos seres incomprendidos llamados músicos.
Marchi ha sido el confidente de sus
archifamosos paisanos Charly García y Gustavo Cerati –estrellas del rock
latinoamericano–y del británico Roger Waters, para solo citar tres nombres. De
ellos ha publicado con Editorial Aguilar los libros “No digas nada”, “Algún
tiempo atrás” y “El cerebro de Pink Floyd”, respectivamente.
Baterista por naturaleza y
periodista de 62 años con 42 de trayectoria, Marchi combina la brevedad con la
gracia, cualidades que al subirse a la tarima de la XXIII Feria del Libro de
Bucaramanga entran en ebullición y atrapan a un público de todas las edades que
goza cada uno de sus apuntes y se asombra con la chispa que va diciendo cosas,
revelando secretos o soltando mensajes entre líneas para que los más avispados
capten de qué está hablando. “No es necesario mencionar la palabra cocaína,
pero está entre líneas… o entre rayas”, acota.
Por ejemplo, de Charly García
afirma que “necesitaba un libro loco porque él es un poco loco”, acompasado por
una narración que va hacia adelante, hacia atrás y hacia los costados. Windows
95 se le apareció como un ángel de la guarda y resultó definitivo para pasar de
lleno de la máquina de escribir al computador. Ese sistema operativo le
permitió cortar y pegar, así como guardar en archivos. “Aluciné. Y dije: cortar
y pegar es lo que hace Charly con la música, que agarra una cosa de acá otra de
allá, las mezcla, y les pone un piano, un bajo… Eso es lo que yo puedo hacer
con la escritura. Entré en trance y en seis meses el libro estuvo listo”, recuerda.
“Cada libro tiene su propia vida
y te va pidiendo determinadas cosas o vos te vas dando cuenta qué falta y qué
sobra. Entendí que es perdido buscar un modelo patrón o un metro para adaptarlo
a un libro que uno esté haciendo.Tenés que encontrar tu estilo y tu modo. Yo no
sé cuál es mi estilo; yo simplemente escribo. No tengo nunca el síndrome de la
hoja en blanco, producto de los años de periodismo, porque no soy un escritor
sino un periodista quehace libros. Escritor es el que hace ficción e inventa un
mundo y eso ya lo estoy haciendo, pero los mundos me salen un poco chuecos, así
que tengo que practicar un poco más. El instinto es muy importante en esto”,
explica sin alardes de grandeza.
De su paso por los medios
impresos, radiales y televisivos aprendió una lección que debería servir a
tantos colegas y novatos: en los periódicos y revistas jamás publicarán
excusas, así que más le vale a cada quien hacer su trabajo, regresar con lo que
le encargaron y plasmarlo de la mejor forma.
¿Cómo logra ensamblar esas
historias para construir un relato no solamente desde los recuerdos sino
también desde los testimonios?, le pregunta su interlocutor Diego Londoño. “No
tengo la más puta idea…”, responde y sonríe como un niño que acaba de hacer una
travesura delante de más de 200 asistentes.
Entonces cómo hace para no perder
en la narración al ser hombre y dejarse llevar por el mito difícil de alcanzar,
le repregunta. “Ahí está la distancia que se debe tomar. Yo escribí un montón
de historias de músicos, porque me interesaba desde el punto de vista musical,
pero después me interesé por el punto de vista humano. Porqué tantos músicos
terminan arruinados, muertos, presos, en el manicomio, por qué se pegan tantos
tiros en los pies, porqué se autosabotean”, señala, precisando que esas figuras
tienen los mismos problemas de las demás personas y entendiendo eso el mito es
el mito.
Advierte Marchi que desde 1993 se
convirtió en la sombra de Charly García y de esa aventura donde lo vio todo y
lo vivió todo, haciendo las veces de confidente, baterista, mánager, psicólogo
y enfermero, resultó una biografía diversa, divertida y divergente que sirve
para descifrar al genio llamado Carlos Alberto García Moreno, ese volcán que es
considerado junto a su compatriota Luis Alberto Spinetta como una de las
figuras musicales más sobresalientes que ha parido este continente. No por
error García fundó la banda Sui Generis e integró agrupaciones como “La máquina
de Hacer Pájaros” y “Serú Girán”, que se convirtió en una piedra en el zapato para
los dictadores que abundaban por esa época del siglo XX en el país austral.
Las biografías escritas por
Sergio Marchi son para leer con el libro en una mano, una copa de vino en la
otra y al fondo el sonido de “Rasguña las piedras”, “Canción para mi muerte”,
“Demoliendo hoteles”, “Yo no quiero volverme tan loco”, “Los dinosaurios”, si
es por el lado de Charly García, o “De música ligera”, “En la ciudad de la
furia”, “Cuando pase el temblor”, “Prófugos” y “Trátame suavemente”, si la onda
está del lado de Gustavo Adrián Cerati, el guitarrista, vocalista y compositor
de la banda Soda Stereo, que el 14 de septiembre de hace 11 años dijo “Adiós”…
y se marchó para siempre.
Sergio confiesa que quedó
traumado de los boleros y “las orquestas espantosas de música ligera” que oía
su madre melancólica, pero fue la película “Help”, de los Beatles, que se
convirtió en los años setenta en la puerta de entrada a un mundo del que no ha
podido salir y,a la vez, en su antidepresivo. The Rolling Stones y Led Zeppelin
le darían el empujón que faltaba y el remate fue oír cantar a sus vecinos las
tonadas de Sui Generis, descubriendo que había rock argentino. “Y así, como
quien no quiere la cosa, terminamos acá”.
Por primera vez está de paso por
Colombia y le vienen los recuerdos de cuando de joven leyó a Gabriel García
Márquez y “Cien años de soledad”. También de las clases de geografía y la
sonoridad de palabras como Aracataca, Tamalameque o Bucaramanga. “Y ahora que
estoy acá me gusta la gente, el café, las mujeres… me gusta todo. Así que
pórtense bien y no hagan que mi fantasía se diluya”, apunta.
Sabía y tararea que Santa Marta
tiene tren pero no tiene tranvía y que el caimán se va para Barranquilla –porque las escuchaba en las emisoras de Buenos Aires–,
lo cual alimentó su ilusión por conocer este país.
Dice que las aventuras de
Sandokán, escritas por el italiano Emilio Salgari, sirvieron de inspiración
para las 622 páginas de la biografía sobre Charly García, que se planteó como
un libro de acción…de piratas. Tardó mucho en entender a Jorge Luis Borges,
pero fueron Julio Cortázar y el estadounidense Henry Miller quienes primero lo
atraparon.El rock, por su parte, le dio muchas herramientas y lo educó.
Aprovecha para aclarar que la
gente piensa con frecuencia que los músicos se sientan al piano, les viene una
ola de felicidad y componen sus grandes obras. “No, el músico sufre como un
hijo de puta y yo también sufro cuando hago mis libros. Porque no conseguí a
fulano, porque no me sale bien esta frase, porque esto que escribí es muy
estúpido, porque esto es muy rebuscado o porque es muy larga la oración”.
Con estos brochazos se pinta el
retrato de quien en su más reciente edición de “No digas nada” expresa:
“Continúo vistiendola camiseta del afecto para con Charly, pero ya lejos de su
hechizo veo las cosas diferentes, con menos distorsión y con la experiencia que
te dan los años. No me confunda, señor, por favor. Yo solo soy uno más bajo el
sol. Y el astro rey de estas páginas es Charly García”.
Sergio es de quienes en este
mundo de hipocresía, trapisondas y cambalaches aún creen que la mejor manera de
ser amigo de alguien es no mintiéndole. “Que yo me haya distanciado de Charly
no significa que le pierda afecto”.
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