Y no lo dice cualquier perico de los palotes. Esta afirmación sale de la boca del médico Diego Andrés RosselliCock, quien puede impresionar a propios y extraños contándoles que en las últimas dos décadas ha visitado de cabo a rabo los 1.105 municipios –1.064 de los cuales tienen acceso por carretera– que Colombia tiene desperdigados por sus 1’141.748 kilómetros cuadrados de superficie.
Este médico neurólogo, epidemiólogo, investigador y docente
se volaba los viernes de la Universidad Javeriana–de donde fue profesor hasta
pensionarse–, para montarse en su desvencijado campero Land Rover azul al que
bautizó “Tinieblo Rezandero” (modelo 1966 y de placas ACI 767) o en el de color
rojo, apodado “El CariCare” y de modelo 74, para tomar autopistas y luego
trochas en la búsqueda de ciudades y pueblos, un alto porcentajes de cuyos
nombres puede ser que no los haya oído jamás quien lea esta nota y piense que
solo existen en Macondo, como Totoró (Cauca), El Charco (Nariño), Piojó y
Ponedera (Atlántico), Distracción (Guajira), El Bagre (Antioquia), Chibolo y El
Difícil (Magdalena) o el menos habitado, que es Jordán, ubicado en el desértico
cañón del río Chicamocha.
Contrario a quienes ‘echan carreta’ de sus aventuras, pero no
muestran ninguna evidencia, Rosselli Cock sí tiene las fotografías en la que
aparece frente a la iglesia de cada una de esas poblaciones localizadas en los
32 departamentos colombianos. La otra prueba son las 248 páginas de “Mil y más
pueblos: la odisea del tinieblo rezandero”, obra con el sello de Editorial
Planeta que vino a presentara la XXIII Feria del Libro de Bucaramanga, con la
moderación del docente de la Universidad UNAB, John Jairo Jaimes Montes.
Mompox (Bolívar), Villa de Leyva (Boyacá), Pore (Casanare),
Barichara y Socorro (Santander) son cuatro de los 19 pueblos patrimonio de
Colombia, “que todos los habitantes de este país deberían visitar”. Sin
embargo, Rosselli Cock se atreve a afirmar que “Santander es,sin duda, el
departamento con más pueblos bonitos de Colombia”. Ojo, “más pueblos bonitos”,
no los más bonitos, precisó, subrayando que una gran limitante para acceder a
ellos es la pésima malla vial de estas breñas.
Si pudiera desandar sus pasos regresaría, por ejemplo, a
Zapatoca o Tona, que a pesar de estar tan cerca de Bucaramanga muchos lugareños
por allá no se han asomado porque prefieren la rutina de subir cada fin de
semana a la Mesa de los Santos. San Benito (provincia de Vélez, Santander), con
su iglesia colonial muy bien preservada, sería de los lugares en los que Diego
Andrés podría quedarse a vivir. También lo haría en Cumaribo (Vichada) o el
Guaviare por la inmensidad de sus paisajes, atardeceres y fauna.
Entre los consejos gratuitos que deja por doquier, figuran
estos dos: que cada quien debe buscar una alternativa a su vida laboral y tener
otras aficiones. El otro es que los colombianos no sabemos el país que tenemos.
“Inclusive yo que conozco todos los departamentos desde mi temprana juventud
siempre me sorprendo al ver la cantidad de cosas que hay para aprender, las
bellezas geográficas, los paisajes, las comidas, la gente, la cultura, la
música, la flora, etcétera. Tenemos un país increíble y no lo hemos sabido
reconocer como propio”.
No
se parece en nada a esos turistas que lo primero que hacen al llegar a su
destino es buscar la piscina, destapar la botella de aguardiente, poner
vallenato o reguetón a todo volumen y dejar el reguero de basura.
Dice
que más bien es un viajero de 68 años que todavía no se ha cansado de acumular
kilómetros, sin que hasta el sol de hoy haya sido víctima de un robo, pero sí
de normales varadas por el pasador de un resorte, el cigüeñal o una bujía, y de
meterse en camisas de onces varas por ir a territorios donde el control no lo
tiene el Estado sino grupos armados al margen de la ley. Parajes a los que ni
siquiera osan meterse soldados y policías, pero Diego Andrés sí y sin pedirle
permiso a nadie. Y cuando eso pudo suceder en el Catatumbo (Norte de
Santander), a la siguiente oportunidad se fue oyendo al francoespañol Manu Chao
con su canción “Clandestino”.
Cayó
en manos de las disidencias de las FARC, las Autodefensas Gaitanistas y del
ELN, pero rápidamente indagaron quién era ese ‘chiflado’ de sombrero, poncho,
bordón, y lo dejaron en libertad. Le ayudaron el delfín de madera que lo
protege de los rayos, los colmillos, las ‘contras’ y demás colgandejos que
penden de su cuello.
La
meta la coronó justamente en suelo santandereano, al conseguir en el tercer
intento llegar a Santa Helena del Opón, en la provincia Comunera, donde pasó
por las veredasCulebrosay Filipinas, escuchandolos relatos de la barbarie
cometida por bandoleros, paramilitares y guerrilleros. En los dos primeros
enviones un derrumbe y el inviernoinclemente se lo impidieron.
Luego
vendrían los 37 poblados inaccesibles por tierra, como es el caso de Taraira
(departamento de Vaupés), que jamás tendrá concesión vial, no hay río navegable
cercano, no cuenta con rutas comerciales y precisó de contratar una avioneta
para llegar en compañía de su hija Paula.
Rosselli
Cock recuerda esos paseos de hace medio siglo a la costa Caribe y los Llanos
Orientales, en los que se trepaban al “Tinieblo Rezandero” su padre, su madre,
los nueves hermanos, una empleada doméstica, la olla, el perro y la pelota de
números. Raras veces su ‘pichirilo’ fabricado en Inglaterra lo ha dejado botado
y cuando eso ocurrió, se le han aparecido ángeles de la guarda que le han
echado una mano.
Toda
esta locura empezó en el año 2004 cuando Diego Andrés se propuso visitar las
100 ciudades y pueblos principales de Colombia y mire en lo que va…
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