“Mi nombre es Antún Ramos Cuesta. La primera vez nací en Bagadó, Chocó, el 28 de agosto de 1973, hijo de César Ramos y Carmelina Cuesta. La segunda vez nací en Bellavista, Bojayá, el 2 de mayo del 2002, a mis 28 años, hijo de un Cristo roto, de una iglesia destruida y de niños y mujeres y hombres muertos”.
Así, con un estilo descarnado e
hipnótico, narra en su libro “Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la
masacre” (Editorial Sin Fronteras) los combates entre guerrilla y paramilitares
que se produjeron del 1 al 4 de mayo de ese año, los cuales desencadenaron en
la destrucción de la iglesia del pueblo y la muerte de 79 personas –la JEP
habla de más de cien contando los hechos precedentes y posteriores– tras la
explosión de una pipeta bomba lanzada por las Farc. Es la guerra de la que no quiso
huir, sino a la que le ha dado la cara.
La iglesia, dice, no solo como
templo sino como todos los seres humanos que llegaron a refugiarse del cruce de
disparos de fusil, entre ellos los asesinados “y enterrados en una fosa común
que no escucharon los llantos de despedida, que no tuvieron un rezo, a quienes
les fueron negados incluso los ritos del adiós final”.
Ese año 2002, además le trajo a
Ramos Cuesta otras dos desgracias: el fallecimiento de su madre a causa de un
infarto durante un hostigamiento de las Farc y el secuestro de su hermano Álvaro,
por cuya liberación el ELN pedía 300 millones de pesos y terminaron tranzando
por 40 millones que ayudaron a pagar amigos y vecinos.
Sin clériman que lo identifique
como religioso, pero con una réplica del Cristo negro y mutilado de Bojayá ante
la cual oró el Papa Francisco en su visita a Colombia en septiembre de 2017, el
corpulento cura Antún vino a la XXIII Feria del Libro de Bucaramanga donde se
refirió sin tapujos a la barbarie y el drama acontecidos en su pueblo, así como
a la maldita violencia que no cesa en este país y en otros rincones del planeta
como Palestina.
“Me encontrarán siempre en la
tierra que amo, que se llama Chocó. Me encontrarán siempre en la casa de Dios.
Y espero que me hayan encontrado aquí, en esta historia que nunca puede
repetirse”, reza el último párrafo de su libro de 186 páginas, en cuyo prólogo
el columnista Ricardo Silva Romero señala: “La masacre de Bojayá resumió una
cultura aniquiladora que ha permitido que las personas sean reducidas a daños
colaterales”.
Ramos Cuesta –hoy oficiando en el
poblado de Tutunendo (Chocó)–, conversó durante una hora con el docente de la
Universidad UNAB, Javier Augusto Ferreira, contó lo que fue tal como fue, sacudió
los corazones del centenar de asistentes y luego de plasmar sentidas
dedicatorias en los ejemplares vendidos, se tomó un capuchino y concedió esta
sobrecogedora entrevista que dejará horrorizado a más de uno.
¿Para qué atormentarse leyendo su
libro?
Este libro atormenta y es
doloroso, pero también es esperanzador y está lleno de optimismo y frente a
todo lo que se está viviendo en el país, la convulsión que podemos estar
experimentando aquí y en otras partes del mundo, mi libro es un bálsamo para
toda esta situación.
A un joven que tenga menos de 23
años al que se le mencione la masacre es probable que nunca haya escuchado la
más mínima referencia. ¿El país ya se olvidó de Bojayá?
Yo diría más bien que la clase
política. Las víctimas hemos tratado de no dejar que Bojayá muera, no tanto por
revictimizarnos ni por generar lástima, sino porque estos hechos dolorosos hay
que tenerlos sobre el tintero para que no se repitan.
¿Cuál fue la razón principal que
lo llevó a atreverse a escarbar los fantasmas del pasado?
El libro es una terapia sanadora
que yo hago y que invito a otras personas que lo hagan, porque quien lea el
libro no es igual después de hacerlo. Nosotros nos quejamos de cosas menores:
que si llueve, que no tengo que comer, que no tengo ropa, que tengo deudas, las
cuales son cosas menores frente a lo que se narra en él. Frente a todo lo que
pasa allí, Antún y su comunidad es resiliente. Nosotros logramos sobreponernos
a todas las dificultades y por ello no hay que dejar que Bojayá muera. Ahora
estamos dando cátedra de paz y de reconciliación a través de este libro.
¿Cómo toma la iglesia Católica,
que por momentos es tan ortodoxa para no decir que goda, su osadía de
cuestionar a políticos y actores armados y hasta se atreva a ventilar conductas
de expresidentes de Colombia y de generales? ¿Ya lo excomulgaron o está a punto
de que le den el empujón?
No, yo sigo siendo sacerdote
activo y actual. Creo que siempre y cuando estemos hablando con claridad, no
mintiendo y no diciendo lo que no es, la crítica es también a lo interno. Hemos
criticado incluso presupuestos de la iglesia y ahora con la muerte de un
senador hubo mucho amor y mucha fraternidad, lo que no se ve con las víctimas
del común, así sean cincuenta o cien. No puede ser que la iglesia se preste para
que haya víctimas de primera, de segunda y de tercera clase. Las víctimas deben dolernos
todas, independientemente de que sean políticos o nietos de expresidentes.
¿Hablar en ese tono aquí en
Bucaramanga pero tener que volver a su olvidada y selvática región le genera
temor de que al regresar de uno de estos viajes lo ‘borren del mapa’?
Siento que el miedo es el que nos
mantiene a ratos mudos e inermes en cuanto a lo que está pasando. Yo trato de
ser prudente, pero mi prudencia no me puede hacer cobarde. Yo estoy en medio de
los actores y trato de mediar estando en el lugar, pero también si algo se
viniera pues también se asume.
¿Cuál es la imagen del bombazo
que por más que haya intentado no ha podido borrar de su mente?
Que la primera persona que me
viene a pedir socorro es alguien balbuceante que me dice: “Padre, ¡ayúdeme¡
¡ayúdeme!” y era hermano de un guerrillero. Su hermano en su libre albedrío
decidió meterse a la guerrilla, pero éste era un muchacho trabajador de ahí del
pueblo. Murió porque tenía la cabeza abierta. Entonces era muy irónico que las
Farc lancen la pipeta y al primero al que golpee sea el hermano de un
combatiente.
¿Usted ha superado el estrés
postraumático? ¿Puede dormir o con frecuencia lo despiertan esas pesadillas?
Sufrí. Por mucho tiempo sufrí de
estrés. En Bojayá hay mucha gente que después de la caída de la pipeta no ha
logrado reponerse, mucha gente que perdió la fe, mucha gente que no volvió a
Bojayá y mucha gente que está enferma. Yo, a Dios gracias, tuve acompañamiento
de psicólogos, psiquiatras, sacerdotes, gente del común y además estuve
interno. Entonces siento que eso agilizó un poco mi recuperación y no quedé tan
loco.
Hay quienes con facilidad hablan
de perdón, justicia, reparación y no repetición. Usted es sacerdote y en el seminario
le enseñaron a perdonar, pero hay otros seres que están en todo su derecho y no
perdonarán jamás.
Yo perdono e invito a que
perdonemos. El perdón es un camino, más que una decisión. Y hay gente que lo puede
hacer en un mes y otros que se demorarán años, pero hay que comenzar el
proceso. Nosotros no perdonamos porque el otro se merezca ese perdón. Yo
perdono porque quiero estar en paz conmigo mismo. Desde la fe entendemos que
quien llena su corazón de rencor está enfermo. Uno lleno de rencor no fluye, no
progresa, no se sana y las pastillas no hacen mucho efecto. Entonces haciendo
la suma es mejor sanarnos y perdonar, así se mire como un acto de cobardía.
Sanar no quiere decir olvidar, pero la sanación debe partir desde lo más
profundo para sobreponernos a todo lo que venga.
Usted apunta algunas críticas al
entonces presidente Andrés Pastrana Arango y asevere que hizo caso omiso de las
alertas tempranas. ¿El expresentador de televisión se hizo el tonto?
Más que eso. Pastrana fue muy
irresponsable y no hizo nada. Porque si a ti te llegan al despacho diez
advertencias y tú puedes hacer algo… pero el Ejército llegó cinco días después
de la masacre. Nosotros la primera alerta la mandamos el 19 de abril y de ahí
para allá durante los diez días antes de la masacre estuvimos enviando alertas
tempranas porque la guerrilla decía que iba a atacar y los paramilitares
también decían que habían venido a posicionarse ahí. Eso lo hicimos para que el
propio Estado nos protegiera como población. Nosotros con nuestra propia mano,
más allá de la palabra que es nuestra herramienta de confrontación, no tenemos
como sacar a ningún actor, pero el Estado sí lo puede hacer por las buenas o
por las malas. Pero en este caso, bajo la Presidencia de Andrés Pastrana poco o
nada se hizo por nuestra gente.
¿Qué papel cumplieron las Fuerzas
Militares de Colombia en cuanto a la masacre?
Nosotros decimos que hay una
responsabilidad tripartita: los primeros responsables son las Farc porque
fueron quienes lanzaron la pipeta, con la advertencia que les hizo mucha gente
de que no lo hicieran. Porque cuando vieron que estaban armando los tatucos les
dijeron que no lo hicieran porque en la iglesia había gente. Lo hicieron con
conocimiento de causa y después en La Habana (Cuba) ellos dijeron que la peor
acción que cometieron en los 51 años de combate fue la masacre de Bojayá. Los
paramilitares también fueron responsables en la medida en que nos toman como
escudos humanos, como rehenes. Y el Estado también es responsable porque los
paramilitares que llegaron a Bojayá salieron de Turbo, Apartadó, Chigorodó y
Carepa, donde hay bases militares, y esas lanchas están prohibidas en el
Atrato. También es responsable el Estado por su negligencia y por no haber
protegido a la población.
¿Algún enemigo suyo lo tildará de
guerrillero o paramilitar o que odia al Ejército o que es comunista? ¿Usted,
aparte de cura, es algo de eso?
En mi corazón no hay espacio para
el odio. Yo soy de la comunidad. No odio a la guerrilla, no odio a los
paramilitares, no odio al Ejército. Sigo esperando que con todas estas reformas
que le están haciendo a la Fuerza Pública encontremos un Ejército más civilizado,
más humano y más cercano a la gente.
¿Le han dado la espalda algunas
personas por decir lo que piensa o por atreverse a cuestionar la versión que
con tanta facilidad repiten algunos periodistas desde la comodidad de Bogotá?
Yo invito a mi feligresía a que
tengamos criterio. Cuando uno escucha medios tradicionales se da cuenta que no
hay nada que escoger, porque uno ve que hay una narrativa de querer mostrarnos
un país donde uno no puede salir a la calle. Bojayá pasó hace 23 años, cuando
los que están hoy gobernando no lo eran. Hay que revisarnos y buscar un
equilibrio de mostrar cosas malas pero también lo bueno que se está haciendo,
sin querer decir que esto es Suiza o que estamos en paz. Faltan muchas cosas,
pero se está caminando en una buena dirección.
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