martes, 16 de septiembre de 2025

Las heridas y el perdón del cura Antún, sobreviviente de la masacre de Bojayá (Chocó)

“Mi nombre es Antún Ramos Cuesta. La primera vez nací en Bagadó, Chocó, el 28 de agosto de 1973, hijo de César Ramos y Carmelina Cuesta. La segunda vez nací en Bellavista, Bojayá, el 2 de mayo del 2002, a mis 28 años, hijo de un Cristo roto, de una iglesia destruida y de niños y mujeres y hombres muertos”.

Así, con un estilo descarnado e hipnótico, narra en su libro “Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre” (Editorial Sin Fronteras) los combates entre guerrilla y paramilitares que se produjeron del 1 al 4 de mayo de ese año, los cuales desencadenaron en la destrucción de la iglesia del pueblo y la muerte de 79 personas –la JEP habla de más de cien contando los hechos precedentes y posteriores– tras la explosión de una pipeta bomba lanzada por las Farc. Es la guerra de la que no quiso huir, sino a la que le ha dado la cara.

La iglesia, dice, no solo como templo sino como todos los seres humanos que llegaron a refugiarse del cruce de disparos de fusil, entre ellos los asesinados “y enterrados en una fosa común que no escucharon los llantos de despedida, que no tuvieron un rezo, a quienes les fueron negados incluso los ritos del adiós final”.

Ese año 2002, además le trajo a Ramos Cuesta otras dos desgracias: el fallecimiento de su madre a causa de un infarto durante un hostigamiento de las Farc y el secuestro de su hermano Álvaro, por cuya liberación el ELN pedía 300 millones de pesos y terminaron tranzando por 40 millones que ayudaron a pagar amigos y vecinos.

Sin clériman que lo identifique como religioso, pero con una réplica del Cristo negro y mutilado de Bojayá ante la cual oró el Papa Francisco en su visita a Colombia en septiembre de 2017, el corpulento cura Antún vino a la XXIII Feria del Libro de Bucaramanga donde se refirió sin tapujos a la barbarie y el drama acontecidos en su pueblo, así como a la maldita violencia que no cesa en este país y en otros rincones del planeta como Palestina.

“Me encontrarán siempre en la tierra que amo, que se llama Chocó. Me encontrarán siempre en la casa de Dios. Y espero que me hayan encontrado aquí, en esta historia que nunca puede repetirse”, reza el último párrafo de su libro de 186 páginas, en cuyo prólogo el columnista Ricardo Silva Romero señala: “La masacre de Bojayá resumió una cultura aniquiladora que ha permitido que las personas sean reducidas a daños colaterales”.

Ramos Cuesta –hoy oficiando en el poblado de Tutunendo (Chocó)–, conversó durante una hora con el docente de la Universidad UNAB, Javier Augusto Ferreira, contó lo que fue tal como fue, sacudió los corazones del centenar de asistentes y luego de plasmar sentidas dedicatorias en los ejemplares vendidos, se tomó un capuchino y concedió esta sobrecogedora entrevista que dejará horrorizado a más de uno.

¿Para qué atormentarse leyendo su libro?

Este libro atormenta y es doloroso, pero también es esperanzador y está lleno de optimismo y frente a todo lo que se está viviendo en el país, la convulsión que podemos estar experimentando aquí y en otras partes del mundo, mi libro es un bálsamo para toda esta situación.

A un joven que tenga menos de 23 años al que se le mencione la masacre es probable que nunca haya escuchado la más mínima referencia. ¿El país ya se olvidó de Bojayá?

Yo diría más bien que la clase política. Las víctimas hemos tratado de no dejar que Bojayá muera, no tanto por revictimizarnos ni por generar lástima, sino porque estos hechos dolorosos hay que tenerlos sobre el tintero para que no se repitan.

¿Cuál fue la razón principal que lo llevó a atreverse a escarbar los fantasmas del pasado?

El libro es una terapia sanadora que yo hago y que invito a otras personas que lo hagan, porque quien lea el libro no es igual después de hacerlo. Nosotros nos quejamos de cosas menores: que si llueve, que no tengo que comer, que no tengo ropa, que tengo deudas, las cuales son cosas menores frente a lo que se narra en él. Frente a todo lo que pasa allí, Antún y su comunidad es resiliente. Nosotros logramos sobreponernos a todas las dificultades y por ello no hay que dejar que Bojayá muera. Ahora estamos dando cátedra de paz y de reconciliación a través de este libro.

¿Cómo toma la iglesia Católica, que por momentos es tan ortodoxa para no decir que goda, su osadía de cuestionar a políticos y actores armados y hasta se atreva a ventilar conductas de expresidentes de Colombia y de generales? ¿Ya lo excomulgaron o está a punto de que le den el empujón?

No, yo sigo siendo sacerdote activo y actual. Creo que siempre y cuando estemos hablando con claridad, no mintiendo y no diciendo lo que no es, la crítica es también a lo interno. Hemos criticado incluso presupuestos de la iglesia y ahora con la muerte de un senador hubo mucho amor y mucha fraternidad, lo que no se ve con las víctimas del común, así sean cincuenta o cien. No puede ser que la iglesia se preste para que haya víctimas de primera, de segunda y de tercera clase. Las víctimas deben dolernos todas, independientemente de que sean políticos o nietos de expresidentes.

¿Hablar en ese tono aquí en Bucaramanga pero tener que volver a su olvidada y selvática región le genera temor de que al regresar de uno de estos viajes lo ‘borren del mapa’?

Siento que el miedo es el que nos mantiene a ratos mudos e inermes en cuanto a lo que está pasando. Yo trato de ser prudente, pero mi prudencia no me puede hacer cobarde. Yo estoy en medio de los actores y trato de mediar estando en el lugar, pero también si algo se viniera pues también se asume.

¿Cuál es la imagen del bombazo que por más que haya intentado no ha podido borrar de su mente?

Que la primera persona que me viene a pedir socorro es alguien balbuceante que me dice: “Padre, ¡ayúdeme¡ ¡ayúdeme!” y era hermano de un guerrillero. Su hermano en su libre albedrío decidió meterse a la guerrilla, pero éste era un muchacho trabajador de ahí del pueblo. Murió porque tenía la cabeza abierta. Entonces era muy irónico que las Farc lancen la pipeta y al primero al que golpee sea el hermano de un combatiente.

¿Usted ha superado el estrés postraumático? ¿Puede dormir o con frecuencia lo despiertan esas pesadillas?

Sufrí. Por mucho tiempo sufrí de estrés. En Bojayá hay mucha gente que después de la caída de la pipeta no ha logrado reponerse, mucha gente que perdió la fe, mucha gente que no volvió a Bojayá y mucha gente que está enferma. Yo, a Dios gracias, tuve acompañamiento de psicólogos, psiquiatras, sacerdotes, gente del común y además estuve interno. Entonces siento que eso agilizó un poco mi recuperación y no quedé tan loco.

Hay quienes con facilidad hablan de perdón, justicia, reparación y no repetición. Usted es sacerdote y en el seminario le enseñaron a perdonar, pero hay otros seres que están en todo su derecho y no perdonarán jamás.

Yo perdono e invito a que perdonemos. El perdón es un camino, más que una decisión. Y hay gente que lo puede hacer en un mes y otros que se demorarán años, pero hay que comenzar el proceso. Nosotros no perdonamos porque el otro se merezca ese perdón. Yo perdono porque quiero estar en paz conmigo mismo. Desde la fe entendemos que quien llena su corazón de rencor está enfermo. Uno lleno de rencor no fluye, no progresa, no se sana y las pastillas no hacen mucho efecto. Entonces haciendo la suma es mejor sanarnos y perdonar, así se mire como un acto de cobardía. Sanar no quiere decir olvidar, pero la sanación debe partir desde lo más profundo para sobreponernos a todo lo que venga.

Usted apunta algunas críticas al entonces presidente Andrés Pastrana Arango y asevere que hizo caso omiso de las alertas tempranas. ¿El expresentador de televisión se hizo el tonto?

Más que eso. Pastrana fue muy irresponsable y no hizo nada. Porque si a ti te llegan al despacho diez advertencias y tú puedes hacer algo… pero el Ejército llegó cinco días después de la masacre. Nosotros la primera alerta la mandamos el 19 de abril y de ahí para allá durante los diez días antes de la masacre estuvimos enviando alertas tempranas porque la guerrilla decía que iba a atacar y los paramilitares también decían que habían venido a posicionarse ahí. Eso lo hicimos para que el propio Estado nos protegiera como población. Nosotros con nuestra propia mano, más allá de la palabra que es nuestra herramienta de confrontación, no tenemos como sacar a ningún actor, pero el Estado sí lo puede hacer por las buenas o por las malas. Pero en este caso, bajo la Presidencia de Andrés Pastrana poco o nada se hizo por nuestra gente.

¿Qué papel cumplieron las Fuerzas Militares de Colombia en cuanto a la masacre?

Nosotros decimos que hay una responsabilidad tripartita: los primeros responsables son las Farc porque fueron quienes lanzaron la pipeta, con la advertencia que les hizo mucha gente de que no lo hicieran. Porque cuando vieron que estaban armando los tatucos les dijeron que no lo hicieran porque en la iglesia había gente. Lo hicieron con conocimiento de causa y después en La Habana (Cuba) ellos dijeron que la peor acción que cometieron en los 51 años de combate fue la masacre de Bojayá. Los paramilitares también fueron responsables en la medida en que nos toman como escudos humanos, como rehenes. Y el Estado también es responsable porque los paramilitares que llegaron a Bojayá salieron de Turbo, Apartadó, Chigorodó y Carepa, donde hay bases militares, y esas lanchas están prohibidas en el Atrato. También es responsable el Estado por su negligencia y por no haber protegido a la población.

¿Algún enemigo suyo lo tildará de guerrillero o paramilitar o que odia al Ejército o que es comunista? ¿Usted, aparte de cura, es algo de eso?

En mi corazón no hay espacio para el odio. Yo soy de la comunidad. No odio a la guerrilla, no odio a los paramilitares, no odio al Ejército. Sigo esperando que con todas estas reformas que le están haciendo a la Fuerza Pública encontremos un Ejército más civilizado, más humano y más cercano a la gente.

¿Le han dado la espalda algunas personas por decir lo que piensa o por atreverse a cuestionar la versión que con tanta facilidad repiten algunos periodistas desde la comodidad de Bogotá?

Yo invito a mi feligresía a que tengamos criterio. Cuando uno escucha medios tradicionales se da cuenta que no hay nada que escoger, porque uno ve que hay una narrativa de querer mostrarnos un país donde uno no puede salir a la calle. Bojayá pasó hace 23 años, cuando los que están hoy gobernando no lo eran. Hay que revisarnos y buscar un equilibrio de mostrar cosas malas pero también lo bueno que se está haciendo, sin querer decir que esto es Suiza o que estamos en paz. Faltan muchas cosas, pero se está caminando en una buena dirección.


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