(Esta nota la publiqué en Vivir la UNAB del 9 de marzo de 2015)
No es cierto que hayan muerto Carlos Gardel, Aníbal Carmelo ‘Pichuco’
Troilo y el clásico Astor Pantaleón Piazzolla -calificado en su momento por los
ortodoxos como el ‘asesino del tango’-.
Eso es lo que sienten sus seguidores y lo que percibieron en
la noche del
pasado martes 3 de marzo los 850 asistentes que
llenaron el Auditorio Mayor
‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de BUcaramanga (UNAB), donde durante
una hora y 45 minutos
de Tango Sinfónico la nostalgia se apoderó de
sus corazones.
Dirigida en esta ocasión por la maestra Silvia
Restrepo, la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Bucaramanga
contó con dos invitados de excepción: la
bandoneonista Carla Algeri y el
cantor Eduardo Horacio Pulis. Ella haciendo
resoplar su instrumente fabricado en 1929 y él con sus tonadas de arrabal.
Ambos argentinos de porte y sangre, y eso que dejaron en el camerino sus
sombreros y el lunfardo (lenguaje) que identificó a la clase baja de la ciudad
de Buenos Aires y que hoy es patrimonio cultural de los porteños.
No digamos que parecía Medellín, porque allí el
tango se vive con pasión
abrumadora, pero sí que fue un espectáculo que
sorprendió gratamente a
quienes hasta terminaron llevando el compás de “Por
una cabeza”, esa
composición que hace rato entró por la puerta de
la leyenda, bien en la pantalla grande o
en un boliche de la Calle Corrientes por donde
deambularon los inmigrantes en el pasado y de turistas seducidos por la magia
de una música que ellos llevan en la sangre y de la que se sienten orgullosos.
Carla Algeri cautivó al público interpretando un
instrumento que
tradicionalmente está reservado a los hombres. Como
es su costumbre, se entregó al máximo y con su voz romántica, su belleza, su pie izquierdo
descalzo golpeando la tarima y su frenesí, arrancó suspiros y aplausos. Pulis,
por su lado, hizo que varias
parejas se tomaran de la mano y que todos fueran
“Uno” buscando llenos de esperanzas ‘el camino que los sueños prometieron a sus
ansias”, y que tímidamente le acompañaran con aquello que sabiamente dice que
esos besos borran la tristeza y calman la amargura.
Parecía como si Algeri estuviera poseída por el
espíritu de sus maestros, entre ellos Osvaldo Pugliese y Rodolfo Mederos; era
como si el bandoneón que su padre le compró a Alejandro Barletta respirara
agitadamente con sus fuelles y no parara de lamentarse; como si el instrumento
cobrara vida y supiera que era el protagonista de la velada.
Mujer y bandoneón fundidos en un solo ser, como ella misma lo
manifestó a Vivir la UNAB minutos
antes en el camerino, mientras con los ojos cerrados repasaba por enésima vez “Adiós
Nonino”, esa composición tan terriblemente triste con la que Piazzolla le rindió
homenaje a la memoria de su padre y la cual es considerada la más magistral de
sus obras.
Y es que el embrujo alcanzó tales dimensiones, que ni el
intermedio de diez permitió que los asistentes huyeran, como suele suceder en
esta capital hipnotizada por esa cosa que llaman vallenato de la nueva era,
cuando no es reguetón o corridos prohibidos.
Faltaron la milanesa y el vino, pero ochocientas y tantas almas libaron
el néctar de aquel “Volver” -de Alfredo Lepera-, y se embriagaron con “El día
que me quieras” y, por supuesto, “Mi Buenos Aires querido”, también de la pluma
de Lepera y la música del ‘Zorzal Criollo’ que un 24 de junio de 1935 le dio
por marcharse de esta dimensión, dejando a quienes ochenta años después aún lo
lloran desconsolodamente.
Por supuesto que faltó “La cumparsita”, como también “A media
luz”, “Caminito” y “Adiós, Muchachos”, pero es sabido que no hay felicidad
completa y que ‘cuesta abajo’ hay que arrastrar la vergüenza de haber sido y el
dolor de ya no ser’, aunque basta con que a flojos y ciegos nos comprendan ‘el
valor que representa el coraje de querer’ y que en el mundo jamás cabría ‘toda
la humilde alegría de nuestros pobres corazones’.
Este fue el regalo de la Facultad de Música de la UNAB y la
Orquesta Sinfónica, habitualmente dirigida por Sergio Acevedo Gómez. Una semana
después del concierto, por las ventanas del Auditorio Mayor que dan al barrio
El Jardín, hay quienes dicen que siguen oyendo ecos de bandoneón y que esas
sombras no son de los caracolíes, sino de Gardel, Troilo y Piazzolla que
conversan alegremente, viendo el reflejo de la luna llena en el río de la
Plata.
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