lunes, 9 de marzo de 2015

Manuel Alcántara: un intelectual de peso, sin blog ni tableta

(Esta nota la publiqué en Vivir la UNAB del 9 de marzo de 2015)

Manuel Alcántara Sáez jamás ha sido usuario del “Rincón del vago”, ni “Taringa”, ni “Yahoo Answers” o “Wikipedia”. Y no lo ha hecho, primero que todo por convicción, y segundo porque ama la lectura y sabe que por ese atajo no llegaría a ‘ningún Pereira’. Tampoco viste de saco y corbata, no lleva un séquito que le cargue sus documentos, interactúa descomplicadamente con ‘el resto de los mortales’ y cuando puede monta en bicicleta, sin el membrete de investigador.



No por accidente este politólogo y profesor de la Universidad de Salamanca así como de la Maestría en Ciencias Políticas de la UNAB y de la Universidad Georgetown (Estados Unidos), figuró en la lista de “Los 50 intelectuales iberoamericanos más influyentes en 2014” –elaborada por www.esglobal.org– en la que comparte ese honor con figuras de la talla del venezolano Moisés Naim, el colombo-español Miguel Ángel Bastenier, el peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Jorge Volpi, el nicaragüense Sergio Ramírez, la chilena Isabel Allende y el costarricense Óscar Arias.

“En estos tiempos de urgencias e inmediatez en los que la narración –el famoso storytelling– prevalece sobre el contenido, podría parecer que la tarea de pensar, y de contar lo que se ha pensado, ha quedado relegada como hábito del pasado. Y sin embargo, hoy las ideas son precisamente más necesarias que nunca”, manifiesta Esglobal, al tiempo que advierte que “los criterios para elaborar esta lista han sido muy sencillos: que sean personajes vivos y activos, que desempeñen al menos parte de su tarea en español o portugués y que tengan influencia en el entorno iberoamericano o internacional”.

Su independencia y su carácter firme lo llevan a afirmar con contundencia que “no estoy al servicio de nadie. Quien me paga es la Universidad de Salamanca y es la institución a la que me debo. Fuera de eso no tengo ningún otro patrón”.



Vivir la UNAB abordó a Alcántara Sáez (Madrid, 1952), autor de los libros “El Oficio del político” y “Sistemas políticos de América Latina”, entre otros; doctor en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, doctor honoris causa de la Universidad de San Martín (Argentina) y quien recibió de manos de la presidenta chilena Michelle Bachelet la Orden Bernardo O’Higgins.

Mientras intentaba tomarse un tinto de los de termo, Alcántara Sáez expresó que se siente satisfecho de ver a los nueve graduados de la primera cohorte de la Maestría en Ciencias Políticas de la UNAB y los felicitó porque sus trabajos de investigación “no son un mero ejercicio intelectual que supone la excelencia y un reconocimiento de lo que se ha aprendido, sino un aporte al conocimiento de la realidad política de Colombia, partiendo de un problema social y político candente al que han aportado una solución”.

“Me atrevo a asegurar que esta Maestría de la UNAB y las sucesivas cohortes van a dejar un sello indudable en esta ciudad y en el departamento de Santander, pero también en el país. Esta es mi apuesta, pero también la apuesta de la Universidad de Salamanca, la más iberoamericana de todas las universidades españolas –la que proporcionalmente tiene más estudiantes latinoamericanos en ese país–”, expresó.

La Ciencia Política es una disciplina reciente tanto a nivel internacional como colombiano –apenas hace cuatro años se creó la Asociación Colombiana de Ciencia Política–, y Alcántara Sáez animó a los graduados y a quienes han seguido sus pasos en esta Maestría en la Universidad Autónoma de Bucaramanga –que ya va por su tercera cohorte– para que hagan su aporte efectivo. También felicitó a la UNAB “por seguir confiando en este proyecto, que es un proyecto de calidad y absolutamente necesario para este departamento”.

¿Qué significa figurar en esa lista de los 50 intelectuales de más peso, que seguramente le caerá mal a algunos?
No me lo creo. Todavía tengo los pies en el suelo. Esto me ha servido porque ha dado la casualidad que he estado leyendo últimamente sobre intelectuales y política, ensayos muy distintos como algo que acaba de publicar César Antonio Molina en España sobre el papel de los intelectuales y entonces como que tengo fresco qué significa ser intelectual y a la vez tengo dudas sobre lo que significa ser intelectual en un mundo en el que los canales de difusión de las ideas son tan nuevos y se mueven a una velocidad tan vertiginosa. Hoy parecería que para ser intelectual, por ejemplo, y es algo que yo no tengo, hay que tener un blog o un espacio en una página web donde colgar las cosas, y yo eso no lo tengo. No porque no me interese, sino simplemente por descuido y porque estoy en otras cosas.

Dicho esto, la palabra intelectual para mí tiene un peso como muy grave. Yo cierro los ojos y puedo pensar en alguien que murió cuando yo era muy joven, como (José) Ortega y Gasset (autor de la frase: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”) o en alguien hoy que se llama Vargas Llosa. Podría pensar en ellos dos, que siendo personas muy distintas –el uno se mueve en el ámbito universitario y de la Filosofía, mientras que el otro se mueve más bien en el ámbito de la creación–, y por eso no me creo para nada cerca de ellos.

Mi tarea es más clásica, de docencia, de tener a finales del año cientos de estudiantes que han seguido mis cursos y que eventualmente leen lo que haya publicado en ese año, y que a la vez son cosas muy erráticas. Pongo por caso que los dos trabajos más recientes que he hecho son: uno sobre las elecciones en América Latina en los últimos tiempos, y otro sobre Neuropolítica. Son cosas que tienen muy poco que ver y que son las que presento en mis conferencias y en mis clases.

¿Para qué sirve un intelectual en una sociedad en la que el consumismo determina el futuro de miles de millones de personas, mientras que las ideas importan tan poco?
¡Ese es el drama! Pero la tarea intelectual y la función de intelectual como persona que probablemente le dedica un tiempo a pensar en temas que otros no tienen tiempo para pensar en  ellos o a lo mejor incluso no tienen capacidad o atributos para hacerlo, sigue siendo necesario. Creo que los intelectuales tienen la capacidad de enfadarnos y de provocarnos, y a su vez tienen la capacidad de hacernos pensar, aunque sólo sean cinco minutos. Esos cinco minutos que tenemos todos antes de que el sueño nos vence por la noche, en la que no están las tabletas, no está el Twitter, uno está desconectado de todo y al final se queda uno solo consigo mismo y a lo mejor esa idea, esa provocación, esa sugerencia de aquel intelectual pueda generar un pensamiento para la acción para el día siguiente.

¿Será que ser intelectual hoy en día es ser peligroso para el sistema?
No necesariamente, porque hay intelectuales muy acomodaticios, que digamos están perfectamente vinculados o situados en el establishment (la élite que ostenta el poder o la autoridad) y sea el establishment que sea, porque hoy se puede ser intelectual chavista o bolivariano e intelectual neoconservador o neoliberal, y se puede ser también intelectual católico de la rama del Papa Francisco o de los sectores más integristas de la Iglesia como el Opus Dei.

Esa visión del intelectual romántico, no vinculado al Romanticismo, sino ligado a una visión idealista del intelectual, que es el intelectual francés de mitad del siglo XX, por cierto que es un intelectual que el propio Raymond Aron (filósofo y sociólogo francés que decía que “no podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta”) se encargó de eliminar. Aron no tenía nada que ver con (Jean-Paul) Sartre, que sería el epítome del intelectual al que me estoy refiriendo.

En esa lista de intelectuales brillantes el único colombiano que figura es el maestro catalán del periodismo, don Miguel Ángel Bastenier, quien recibió la nacionalidad colombiana en 2003. ¿Qué opina de esta escasez, así él represente tan alto a este país?
Es un déficit increíble en esa lista y que no haya un colombiano-colombiano me parece terrible. Pero también es un síntoma de que Colombia en algunos momentos ha estado muy fuera de los circuitos en general. Colombia a veces se ha ensimismado mucho en sus problemas y se ha dejado además vencer –por desgracia– por una ‘mala prensa’, en la que lo colombiano era sinónimo del narcotráfico y de la violencia, y cuando se marca eso en los medios y en las colectividades, pues al final hace que Colombia no cuente. Creo que eso se está cambiando por fortuna rápidamente, pero en cualquier sigo pensando que ese es un gran déficit de esa lista, y que esa lista no es buena precisamente porque no hay colombianos.

Miguel Ángel Bastenier es un hombre al que yo admiro y respeto muchísimo, con una trayectoria admirable en el periodismo, al que leo constantemente. Porque además es rara avis (ave extraña) que puede hablar perfectamente del Medio Oriente y de América Latina, pero también de (Vladímir) Putin (presidente de Rusia) o recordarnos qué supuso la guerra de Argelia para Francia. Es un hombre que tiene una visión de la historia y de la sociedad en términos complejos, y que él incorpora a todos sus análisis. Por otra parte, ese es un factor que todo intelectual tiene que tener: su capacidad de conectar temas distintos que para un lector del común se preguntaría qué tienen que ver, pero finalmente tienen que ver. Y eso Miguel Ángel lo hace muy bien.

De tanto venir a Colombia y a la UNAB, usted ya podría ser un colombiano más.
Me encantaría y tengo pedido a ver si me conceden la nacionalidad, pero no lo consigo.

¿Realmente cuenta Colombia para Europa o es un cuento que nos hemos creído?
En términos reales y cuando digo reales me estoy refiriendo por desgracia a la economía, por supuesto que cuenta. Basta ver los datos de los flujos económicos hacia uno y otro lado del Atlántico, las inversiones, el nivel de comercio, etcétera, pero sin embargo luego, en términos simbólicos, cuenta menos. O sea, cuenta menos que países que en una visión clásica como es mirar a un país por el tamaño de su población, pues son mucho más pequeños que Colombia y también menos relevantes que Colombia. Yo que doy clases sobre América Latina y que analizo los sistemas políticos, les pregunto a mis estudiantes que dejando de lado Brasil y México, por razones obvias de tamaño y población, cuál es el siguiente país de América Latina. La respuesta es clara: Colombia, y sin embargo nadie lo sabe. La mayoría dice que es Argentina e incluso otros llegan a decir Perú, Venezuela o incluso Chile. ¡Cosas insólitas! Y eso es una evidencia de que Colombia ha perdido mucho tiempo en algo que ha sido un desastre, como es toda esta época de la violencia, que ojalá se cierre ya de una vez.

Por fin parece que hay una luz al final del túnel con los diálogos en La Habana (Cuba). ¿Usted piensa que esto va por el camino que es o que también es una ilusión?
Ahí tendría que ser más especialista de lo poco que soy de Colombia para tener una opinión más formada. La historia me indica que este es un conflicto que uno puede enlazar por ejemplo desde 1948. Es el conflicto más largo en términos de continuidad, de intensidad y del desastre que ha generado para todo el país, entonces uno podría decir que si eso ha sido así porqué no va a poder seguir siendo así. Es como cuando estudiamos la Guerra de los Treinta Años (librada en Europa Central entre 1618 y 1648 y que dejó cuatro millones de muertos), pero luego la Guerra de los Cien Años (librada por Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453 y que dejó más de 110 mil muertos y heridos). Es decir, si alguna vez determinadas sociedades, en una determinada época, estuvieron en conflicto durante cien años, uno podría decir por qué no Colombia todavía treinta años más de conflicto. Ahora, hay factores nuevos para señalar que no debería ser así y para pensar que estamos en la recta final. En primer lugar el Estado colombiano, ya sé que son otras instituciones pero representado por la Presidencia de la República y por un grupo político muy importante, así en el Poder Legislativo pueda haber una oposición también importante a cómo se están haciendo las cosas. Pero en un país presidencialista como es Colombia, que la Presidencia de la República esté tirando sin ningún tipo de duda hacia abrir el proceso de paz, me parece que es obvio. También debería ser obvio, pero ahí conozco menos porque es un mundo mucho más opaco, que desde la perspectiva de la insurgencia sus posibilidades son minúsculas de alcanzar el poder o incluso de seguir manteniendo una posición semimarginal de control de cierto territorio. Primero porque la supuesta ambivalencia de la política de haber un bloque del socialismo real, que podría ser un referente para la guerrilla, eso ya no existe y ha dejado de existir hace veinte años. Los flujos y todo lo que supone el mundo oscuro del narcotráfico es igual, se ha trasladado y ahora lo están sufriendo dramáticamente los mexicanos. Parecería que ese es un tema, no digo que esté resuelto, pero diría que ya deja de echar combustible al conflicto y parecería que ya está agotado. El hecho de que también haya una implicación de Cuba, porque sigue teniendo una fuerza simbólica muy importante en América Latina y ser anfitriones, yo no creo que La Habana estuviera dispuesta a que su nombre se ligara a un fracaso. Cuba va a poner de su mano todo lo que sea para que el proceso sirva.


También hay un cambio generacional. Colombia cambió enormemente. Este no es el país que encontré cuando vine por primera vez a finales de los años ochenta. Lo veo por lo estudiantes colombianos que hoy tienen veintitantos años. Ahí hay un material humano que está presto a tomar el relevo de un nuevo escenario. Eso es lo que me hace ser optimista.


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